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Full text of "Obras completas de don Andrés Bello. Ed. hecha bajo la dirección del Consejo de instrucción pública, en cumplimiento de la Lei de 5 de setiembre de 1872"

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AGUSTÍN  ZEGERS  BAE2A 


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OBRAS  COMPLETAS 


DE 


DON    ANDRÉS    BELLO 


Santiago,  Setiembre  5  de  1872. 

Por  cuanto  el  Congreso  Nacional  ha  discutido  i  aprobado  el  si- 
guiente 

PROYECTO  DE  LEÍ 

Art.  1.°  En  recompensa  a  los  servicios  prestados  al  país  por  el  señor 
don  Andrés  Bello,  como  escritor,  profesor  i  codificador,  el  Congreso 
decreta  la  suma  de  quince  mil  pesos,  que  so  inscribirá  por  terceras 
partes  en  los  presupuestos  correspondientes,  para  que  se  haga  la  edi- 
ción completa  de  sus  obras  inéditas  i  publicadas. 

Art.  2.°  La  Universidad  nombrará  a  uno  o  dos  comisionados  quo 
se  entiendan  con  los  de  la  familia  del  ilustre  autor,  para  proceder  a 
la  edición  do  dichas  obras,  haciendo  las  contratas  con  los  impresores, 
obteniendo  en  virtud  de  recibos  los  fondos  quo  se  decretaren,  invir- 
tiéndolos  i  respondiendo  de  su  inversión. 

Aht.  3.°  La  edición  no  será  do  menos  do  dos  mil  ejemplares,  i  de 
ellos  se  entregarán  quinientos  al  Estado,  quien  no  podrá  venderlos  a 
menos  de  dos  pesos  cada  volumen.  El  resto  do  la  edición  correspon- 
derá a  los  herederos  respectivos. 

Art.  4.°  El  texto  de  esta  lci  irá  impreso  en  el  reverso  do  la  primera 
pajina  do  cada  volumen. 

I  por  cuanto,  oído  el  Consejo  do  Estado,  lo  ho  aprobado  i  san- 
cionado; por  tanto,  promulgúese  i  llévese  a  efecto  como  loi  do  la 
república. 

Pedbrioo  Errázuriz. 

Abdon  Cifuentes. 


OBRAS  COMPLETAS 


DE 


DON  ANDRÉS  BELLO 

EDICIÓN  HECHA  BAJO  LA  DIRECCIÓN  DEL  CONSEJO  DE  INSTRUCCIÓN  PUBLICA 

EN  CUMPLIMIENTO 

DE  LA  LEÍ  DE  5  DE  SETIEMBRE  DE  1872 

Volumen  Vil 

OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 
II 


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AGUSTÍN  ZEOEHo  CAEZA 

SANTIAGO  DE  CHILE 

IMPRESO  POR  PEDRO  G.  RAMÍREZ 
1884 


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: rr- 


INTRODUCCIÓN 


I 

Don  Andrés  Bello,  que,  por  índole,  era  empeñoso  i  per- 
severante, observó  prácticamente,  durante  su  permanen- 
cia de  diez  años  en  Londres,  la  importancia  que  los 
ingleses  atribuían  al  buen  empleo  del  tiempo,  i  fortificó 
con  este  espectáculo-  las  ideas  que,  desde  antes,  profe- 
saba en  la  materia,  i  los  hábitos  de  trabajo  que  natural- 
mente había  contraído. 

Mas  tarde,  i  cuando  ya  se  encontraba  en  Chile,  apro- 
vechó gustoso  una 'ocasión  de  dar  cabida  en  El  Arauca- 
no  número  180,  fecha  febrero  21  de  1834,  a  un  artículo 
en  que  se  ponderaba  esta  virtud  de  los  ingleses. 

ECONOMÍA    DEL    TIEMPO 

«En  Inglaterra,  el  tiempo  es  una  renta,  un  tesoro,  un 
objeto  inapreciable.  Los  ingleses  no  economizan  su  di- 
nero; pero  son  avaros  del  tiempo.  Admira  su  exactitud 
escrupulosa  en  acudir  a  las  reuniones  i  citas.  Un  ingles 
regla  su  reloj  por  el  de  su  amigo,  i  se  halla  puntualmen- 
te en  el  paraje,  i  al  cuarto  de  hora  convenidos.  Parece 
que  hasta  la  pronunciación  de  la  lengua  inglesa  se  ha 


VI  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


calculado  para  el  ahorro  del  tiempo.  Voltaire  tenia  ra- 
zón de  decir  que  los  ingleses  ganaban  dos  horas  al  dia 
mas  que  nosotros,  comiéndose  las  sílabas. 

«Los  ingleses  son  poco  amigos  de  cumplimientos,  por- 
que se  pierde  en  ellos  el  tiempo.  Su  saludo  se  reduce, 
por  lo  regular,  a  una  pequeña  inclinación  de  cabeza, 
o  cuando  mas,  a  una  contracción  de  tres  sílabas:  ¿How 
cVye  do?  Sus  cartas  terminan  por  una  fórmula  sencilla  i 
sin  ceremonia:  nada  de  su  mui  humilde,  mui  apasiona- 
do, mui  obediente  servidor.  Los  ingleses  hablan  poco;  i 
su  modo  de  hablar  es  como  de  prisa.  Su  lengua  se  com- 
pone, en  gran  parte,  de  monosílabos,  dos  de  los  cuales 
se  funden  muchas  veces  en  uno:  es  un  idioma  de  abre- 
viaturas, una  taquigrafía  de  palabras. 

«Esta  suma  atención  a  la  economía  del  tiempo  nos  da 
a  conocer  cómo  es  que  los  ingleses  llegan  a  ser  excelen- 
tes cronómetros,  i  por  qué  es  que,  entre  ellos,  hasta  los 
hombres  do  la  clase  ínfima  andan  provistos  de  relojes. 
conductores  de  las  malas  de  posta,  los  tienen  exce- 
lentes, que  valen  a  veces  hasta  ochenta  libras  esterlinas, 
como  que  no  les  es  permitido  atrasarse  cinco  minutos 
en  el  camino.  A  la  llegada  de  las  dilijencias,  los  parien- 
tes, amigos  i  criados  de  los  pasajeros  vienen  a  encontrar- 
se con  ellos  al  punto  mismo  do  apearse.  En  todo,  se 
reconoco  la  in<!  Inglaterra:  Exactitud  en  las  re- 

OTítitud  fu  los  ínnriinirntns.   Esta  regla,  hie- 
mal todo  es  desorden  i  desperdicio,  está  graba- 
profundamente  en  la  cabera  de  loa  Ingleses.) 

D  'ti  Andrés  Mello  adoptó  por  modelo  de  su  vida  aquel 

■  i' i  da  leer 

denquiera    que   le  Ii;i\;i  COnOCidO  i  Iralado  eeiiiliea- 

ic  lo  logró  completamente. 


INTRODUCCIÓN  VII 


Era  un  perfecto  ingles  por  el  aprecio  que  hacía  del 
tiempo. 

Desde  temprano,  se  acostumbró  a  no  desperdiciarlo. 

Así  se  esplica  que  consiguiera  adquirir  tanta  variedad 
de  conocimientos  bien  dijeridos  i  bien  asimilados,  i  com- 
puesto tanta  variedad  de  obras  notables. 


II 


Don  Andrés  Bello,  no  solo  imitó  a  los  ingleses  en  la 
economía,  o  sea  en  el  buen  empleo  del  tiempo,  sino  que 
ademas  se  apropió  en  mucha  parte  sus  doctrinas  i  su 
método. 

En  Venezuela,  habia  aprendido  con  profundidad,  i 
practicado  con  destreza  los  procedimientos  aplicados  por 
la  escolástica  a  la  investigación  filosófica  i  científica. 

En  Inglaterra,  reconoció  la  eficacia  prodijiosa  del  sis- 
tema experimental  i  positivo  para  llegar  a  lo  verdadero  i 
evitar  lo  erróneo,  i  la  seguridad  incomparable  de  los  re- 
sultados a  que  conduce. 

Uno  de  los  que  le  indujeron  a  seguir  tan  provechoso 
plan  de  labor  intelectual,  fué  un  sabio  médico  llamado 
Nicolás  Arnott,  nueve  o  diez  años  menor  que  nuestro 
protagonista,  i  que  le  sobrevivió. 

Don  Andrés  Bello  profesó  siempre  a  Arnott  una  ver- 
dadera admiración. 

En  el  aplaudido  discurso  que  leyó  el  17  de  setiembre 
de  1843  al  instalarse  la  universidad  de  Chile,  trajo  a  la 
memoria  con  satisfacción  haber  sido  honrado  con  su 
amistad. 

El  doctor  Arnott  llegó  a  ser,  con  el  trascurso  del  tiem- 
po, médico  extraordinario  de  la  reina  Victoria,  i  miem- 


VIII  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

bro  de  la  Sociedad  Real  i  del  senado  de  la  universidad 
de  Londres. 

Aunque,  en  1827,  no  habia  alcanzado  aun  la  nombra- 
día  que  mas  tarde,  dio  a  luz  una  obra  titulada:  Elements 
of  physic,  or  Natural  Philosophy  (Elementos  de  física, 
o  Filosofía  Natural),  que,  hasta  1861,  habia  tenido  seis 
ediciones,  que  ha  sido  traducida  a  diversos  idiomas,  i 
que  fué  el  sólido  fundamento  de  su  reputación  cientí- 
íica. 

Bello,  en  El  Repertorio  Americano,  dio  cuenta  de  esta 
obra  en  los  términos  que  van  a  leerse. 

BLEMKNTS     OF     P  HYSIC 
por  el  doctor  Nicolás  Arnott. 

«lié  aquí  una  de  aquellas  obras  que  desearíamos  ver 
hábilmente  traducidas  a  nuestra  lengua,  i  que  nos  parece 
mui  a  propósito  para  inspirar  la  afición  al  estudio  de  la  na- 
turaleza, dando  a  conocer  sus  levos  i  los  grandes  descubrí- 
mientes  que  se  han  hecho  en  ella  desde  la  de  edad  Bacon 
i  da  Galileo  hasta  nuestros  días.  El  doctor  Arnott  croo, 
con  mucha  razón,  que  las  ciencias  naturales,  no  menos 
la  Influencia  que  tiene  su  cultivo  sobre  el  espíritu* 
que  por  el  inmenso,  i  eada  dia  mayor  número  c  impor- 
tancia d  aplicaciones  prácticas,  deben  formar  uno 
los  princ  ducacion  Jeneral.  [Cuánto 
'.    o  .1  la  juventud  es  el  conocimiento  que 
en  el  gran  libro  de  la  naturaleza,  tan 
bellamente  compendiado  i  comentado  por  H  doctor  Ar- 
nott, que  el  di  lai  lenguas  antiguas,  o  por  mejor  decir, 

ame  tanto  tiempo  i  trabajo  ^n  las 


INTRODUCCIÓN  IX 


universidades  americanas,  sin  que  apenas  uno  entre  cien- 
to saque  el  solo  fruto  que  pudiera  mirarse  como  una  re- 
compensa proporcionada:  la  intelijencia  de  los  modelos 
de  elocuencia  i  poesía  que  nos  ha  dejado  la  antigüedad! 
Estamos  mui  lejos  de  deprimir  el  estudio  de  la  literatura 
clásica;  pero  quisiéramos  se  le  considerase  como  un  ra- 
mo de  importancia  secundaria,  o  como  una  especie  de 
lujo  literario,  i  que  el  Latin  dejase  de  ser,  como  ha  sido 
hasta  ahora  entre  nosotros,  la  puerta  de  las  ciencias, 
tratándose  todas  ellas  (menos,  por  supuesto,  las  eclesiás- 
ticas) en  el  idioma  patrio.  La  verdadera  puerta  de  to- 
das las  ciencias,  i  de  todas  las  artes,  es  el  conocimiento 
de  las  leyes  jenerales  de  la  naturaleza  intelectual  i  cor- 
pórea. 

«Nada  mas  ameno,  ni  mas  elegante,  que  el  modo  con 
que  el  doctor  Arnolt  ha  tratado  su  asunto,  despojándolo 
esmeradamente  de  las  espinas  que  pudieran  retraer  al 
ignorante,  o  al  desaplicado,  e  ilustrando  amenudo  las 
grandes  verdades  de  la  física  con  los  fenómenos  mas  fa- 
miliares. Los  instrumentos  i  juguetes  comunes  forman 
gran  parte  de  su  colección  de  máquinas  experimentales. 
I  no  por  eso,  se  desdeñe  la  instrucción  encerrada  en  su 
obra  como  superficial  o  para  niños.  El  que  entienda  i 
retenga  el  contenido  de  este  pequeño  volumen  (pequeño 
comparado  con  la  doctrina  que  comprende),  puede  lison- 
jearse de  poseer  un  gran  caudal  científico,  aplicable  a  in- 
i mitos  objetos  i  usos  de  los  que  suelen  ocurrir  en  la  vida. 
Entre  las  dotes  que  le  hacen  singularmente  apropiado  a 
su  objeto,  no  olvidemos  la  relijiosa  reverencia  que  inspi- 
ra hacia  el  autor  de  la  naturaleza,  i  el  amor  de  la  huma- 
nidad i  la  libertad,  que  lo  ha  dictado.  El  que  lo  traduzca 
hará  a  los  americanos  un  presente  que  aseguramos  será 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


recibido  con  entusiasmo;  pero  querríamos  se  encarga- 
sen de  esta  tarea  manos  que  la  desempeñasen  digna- 
mente.» 

Son  mui  notables,  i  mui  adelantadas  para  el  tiempo 
en  que  fueron  expuestas,  las  ideas  expresadas  por  Bello 
en  el  artículo  precedente  acerca  del  papel  que  ha  de  re- 
servarse al  latin  en  la  enseñanza. 

Mr.  Pablo  Janet,  en  una  obra  mui  interesante  que 
acaba  de  publicar  con  el  título  de  Víctor  Cousin  et  son 
ceuvre  philosophique,  refiere  que,  desde  1822  hasta  1830, 
el  estudio  de  la  filosofía  se  hacía  en  Francia,  no  en  el 
idioma  nacional,  sino  en  latin. 

El  mismo  Mr.  Janet  menciona,  entre  los  grandes  ser- 
vicios de  su  maestro  Cousin,  el  haber  abolido,  el  año  de 
1830,  el  uso  del  latin  en  la  enseñanza  de  la  filosofía. 

Los  hechos  recordados  manifestarán  el  mérito  con- 
traído por  Bello  cuando,  en  1827,  levantaba  la  voz  para 
condenar  enéticamente  el  empleo  del  latin  en  los  cursos 
de  filosofía  i  de  las  demás  ciencias. 

Don  Andrés  Bello  insertó  en  EL  Repertorio  Americano 

una  esmerada  traducción  de  la  introducción  de  la  obra 

de  Arnott,  la  cual,  anheloso  de  difundirlas  ideas  conté- 

nulas  en  ella,  reprodujo  mas  tardo  en  los  números  0*2  i 

de  El  Araucano,  correspondientes  al  19  i  í¿0  de  no- 

mbre  de  1831. 

Y«*i  •  lejana,  Bello  ae  habla  dedicado  «J 

idio  <lc  la  filosofía  mental,  i  reconocía  la  necesidad  do 
un  cuerpo  de  doctrinas,  oombinando  las 
laa  da  los  ingleses. 

Pan  dejarlo  oomprobado,  me  pareos  oportuno  copiar 
i  i  que  te  punto  en  El  Repertorio 

\0  de    |  v 


INTRODUCCIÓN  XI 


ELEMENTOS     DE     IDEOLOJIA 

por  Destutt  de  Tracy,  incluidos  en  diez  i  ocho  lecciones,  e  ilustrados 
con  notas  criticas  por  el  catedrático  don  Mariano  S***. 

«El  orijinal  de  esta  traducción  no  son  los  Elementos 
de  ideolojía  propiamente  dicha  del  conde  de  Tracy,  sino 
el  breve  extracto  analítico  con  que  terminan,  i  que  el 
autor  cree  mas  adecuado  que  la  obra  misma  para  servir 
de  texto  a  la  enseñanza  de  la  juventud.  Acompañan  a  la 
traducción  juiciosas  notas  en  que  se  ventilan  ciertas  opi- 
niones, i  se  rebaten  algunos  (en  el  concepto  del  señor 
S**\)  errores  o  inadvertencias  del  autor.  Acaso  hubiera 
sido  mas  conveniente  que  el  señor  8***.,  en  vez  de  ceñir- 
se al  ingrato  i  poco  lucido  trabajo  de  discutir  teorías 
ajenas,  hubiese  dado  un  solo  cuerpo  de  doctrina,  simple 
i  consecuente,  excusando  a  los  lectores  la  fatiga  de  seguir 
dos  cadenas  de  ideas,  que  se  estorban  i  embarazan  la 
una  a  la  otra  con  perjuicio  de  la  atención,  mas  necesaria 
en  esta  clase  de  materias  que  en  otra  alguna.  Falta  cier- 
tamente una  obra  elemental  de  ideolojía;  i  el  mejor  mo- 
do de  llenar  este  vacío  sería  refundir  en  un  tratado  de 
moderada  extensión  lo  que  encierran  de  verdaderamente 
útil  los  escritos  de  Condillac,  Destutt  de  Tracy,  Cabanis, 
Degerando,  Reid,  Dugald  Stewart  i  otros  modernos  filó- 
sofos, sin  olvidar  los  de  Locke,  Mallebranche  i  Berkeley, 
de  cuyos  profundos  descubrimientos  no  siempre  han  sa- 
bido aprovecharse  los  que  vinieron  tras  ellos.  Obra  es 
esta  que  falta,  no  solo  a  España,  sino  a  Francia  i  a  la 
Inglaterra  misma,  a  quien  tanto  debe  la  ciencia  del  en- 
tendimiento.» 

Bello  no  preveía,  en  18*27,  que  era  él  quien  habia  de 


\U  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

enriquecer  a  la  literatura  castellana  con  una  obra  seme- 
jante, aunque  elaborada  conforme  a  un  plan  mas  vasto. 


111 


Don  Andrés  Bello,  a  pesar  de  ser  adepto  de  las  teorías  i 
de  los  métodos  ingleses,  i  de  desear  que  se  conocieran  i 
se  practicaran  por  sus  compatriotas  de  América,  estaba 
mui  distante  de  pensar  que  el  hermoso  i  opulento  idioma 
castellano,  ese  idioma  propio  de  los  dioses,  según  el  em- 
perador Carlos  V.,  fuese  un  instrumento  inadecuado  para 
el  cultivo  intelectual,  i  que  el  conjunto  de  las  produccio- 
nes españolas,  tan  abundante  i  variado,  no  contuviese 
tesoros  de  fantasía  lozana  i  de  saber  profundo. 

Nó,  de  ninguna  manera. 

Por  esto,  desde  la  juventud  a  la  vejez,  consagró  su 
vida  entera  a  la  conservación  i  al  perfeccionamiento  del 
idioma,  lijándose  en  las  menores  particularidades,  en  el 
alfabeto,  en  la  ortografía,  en  las  leyes  gramaticales,  en 
nodifioadones  i  caprichos  del  uso,  en  las  etimologías, 
en  la  estructura  métrica,  en  las  estrofas  mas  artificiosas. 

Por  esto,  restauró  con  una  perspicacia  i  una  laborío- 
I  admirables  el  monumento  mas  antiguo  do  la  litera- 
tura eastell  tudió  escrupulosamente  los  orijenes 
deé            >  i  releyó  pluma  en  mano  a  nuestros  prosis- 

.  como  lo  testifican  los  numerosos  apuntes  di1 

ellos  que  ha  dejado  entre  sus  papeles,  aplaudió  i  reco- 
men edidon  e  Interpuso  siempre  su 
influencia  para  que  los  que  aspiraban  a  hablar  i  escribir 
oorreccion  i  elegancia  las  consultasen  amenudo. 
Bello  pretendía  solo  que  la  asimilación  de  elemenl 


INTRODUCCIÓN  XUI 


extraños  diese,  como  habla  sucedido  ya  en  distintas  oca- 
siones, nuevo  vigor  al  jenio  nacional;  pero  jamas  renegó 
de  la  raza  a  que  pertenecía,  ni  desconoció  las  glorias  de 
su  pasado  o  las  lisonjeras  esperanzas  de  su  porvenir. 

De  aquí  provino  que,  a  pesar  de  estar  aun  frescos  los 
odios  implacables  enjendrados  por  la  tremenda  lucha  de 
la  independencia,  hizo  ya  el  año  de  1826  cuantos  esfuer- 
zos pudo  para  que  los  hispano-americanos  apreciasen  i 
saboreasen  como  correspondía  los  frutos  literarios  de  la 
antigua  metrópoli. 

Voi  a  copiar  por  via  de  ejemplos  algunos  de  los  artícu- 
los que  Bello  insertó  en  El  Repertorio  Americano  para 
anunciar  las  apariciones  de  obras  españolas  mas  o  me- 
nos interesantes. 

REVISTA    DEL  ANTIGUO   TEATRO    ESPAÑOL, 

O  SELECCIÓN  DE  PIEZAS  DRAMÁTICAS  DESDE  EL  TIEMPO  DE  LOPE  DE  VEGA 
HASTA   EL  DE  CAÑIZARES, 

castigadas  i  arregladas  a  los  preceptos  del  arte,  por  el  emigrado 
don  Pablo  Mendíbil. 

«La  empresa,  anunciada  en  el  título  de  esta  obra,  re- 
quiere una  vasta  i  prolija  lectura  (porque  se  trata  de  re- 
correr un  campo  inmenso,  en  que  las  rosas  están  cerca- 
das, i  a  veces  ahogadas  por  los  abrojos  i  espinas),  un 
gusto  puro,  i  bastante  habilidad  poética  para  suplir  los 
pasajes  sobre  que  se  hubiere  de  pasar  la  esponja,  que  no 
serán  pocos,  ni  poco  importantes.  Bajo  todos  estos  res- 
pectos, era  difícil  haberla  colocado  en  mejores  manos. 
Talvez  desearían  algunos  que  el  señor  Mendíbil  no  se 
hubiese  propuesto  para  la  ejecución  de  su  útilísimo  de- 
signio cánones  dramáticos,  que,  por  su  severidad,  pro- 


JXIV  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

bablemente  le  harán  sacrificar,  no  solo  escenas,  sino 
dramas  enteros  de  mucho  mérito.  De  todos  modos,  la 
continuación  de  su  obra  aumentará  el  surtido  de  piezas 
que  puedan  representarse  en  nuestros  teatros,  i  aun  po- 
nerse en  manos  de  la  juventud  aficionada  a  las  letras  cas- 
tellanas, sin  que  murmuren  la  moral  i  el  buen  gusto.» 

COLECCIÓN 

DB    LOS    MAS    CÉLEBRES    ROMANCES     ANTIGUOS    ESPAÑOLES 
HISTÓRICOS  I  CABALLERESCOS 

publicada  por  Jorjo  Bernardo  Depping,  i  ahora  considerablemente 
enmendada  por  un  español  refujiado. 

«El  editor  de  esta  colección  la  ha  reducido  a  doscien- 
tos veinte  i  cuatro  romances  de  la  clase  anunciada  en  el 
título,  omitiendo  los  restantes  hasta  el  número  de  tres- 
cientos publicados  por  Depping  el  año  1817  en  Leipsick, 
i  que  pertenecen  a  la  de  moriscos  i  mixtos,  por  haber  creí- 
do que  esta  parte  de  la  colección  del  editor  alemán,  sobre 
ser  mui  incompleta,  adolece  también  de  falta  de  tino  en 
la  elección.  Los  romances  históricos  comprendidos  en 
esta  edición  ofrecen  la  inestimable  ventaja  de  poderse 
leer  en  letra  clara  i  texto  correcto,  i  limpio,  ya  de  los  mu- 
B  yerros  tipográficos,  ya  de  las  frecuentes  variantes 
con  que  la  multiplicidad  de  copias  hechas  por  manos  po- 
co diestras  e  bateltyentee,  tiene  agraviado  el  sentido  i  la 
medida  del  verso  en  casi  todas  Isa  Impresiones  do  este 
jóncro  do  poesía,  pero  especialmente  en  la  hecha  por 
hrpping.  El  trabajo  desate  literato,  aunque  todavía  deje 
bástanle  qu  r  con  respecto  a  la  clase  do  romances 

fciaMrícof,  que  m  Ifl  mejor  de  su  colección,  puedo  mirar- 
no,  no  obstante,  si  «moco  el  editor  e  panol,  come 


INTRODUCCIÓN  XV 


la  mas  aprcciablc  de  cuantas  hasta  ahora  se  han  hecho, 
si,  olvidando  la  incorrección  del  texto,  se  atiende  única- 
mente a  su  riqueza,  al  orden  en  que  está  distribuida  i  al 
hilo  cronolójico  en  el  cual  se  suceden  los  romances,  prin- 
cipalmente los  que  son  de  una  serie  que  forma  un  solo 
lance  histórico,  como  la  vida  del  Cid,  la  de  Bernardo  del 
Carpió,  la  trajedia  de  los  siete  infantes  de  Lara,  etc.  Es- 
tos lances  historiados,  o  por  mejor  decir,  estas  historias 
romanceadas  o  escritas  en  romances,  no  se  hallan  ínte- 
gras en  la  presente  edición,  que  no  hace  mas  que  copiar 
la  de  Depping,  enmendando  las  innumerables  faltas  de 
su  texto;  pero,  no  por  eso,  deja  de  presentar  la  parte  mas 
importante  de  los  fastos  de  la  historia  i  de  la  tradición 
nacional,  que  se  han  consignado  en  este  jénero  de  poe- 
sía, mas  jenuinamente  española,  que  todos  los  demás  de 
que  puede  blasonar  la  literatura  castellana.» 

HISTORIA    DE    LA    CONQUISTA    DE    MÉJICO, 

POULACION    I    PROGRESOS    DE    LA    AMÉRICA    SEPTENTRIONAL 
CONOCIDA  POR  EL  NOMDRE  DE   NUEVA  ESPAÑA: 

escribíala  don  Antonio  Solis. 

«Cualesquiera  que  sean  las  razones,  que,  de  dia  en 
dia,  va  ofreciendo  la  sana  crítica,  para  echar  de  menos 
en  esta  historia  muchas  de  las  dotes  de  que  deben  estar 
adornadas  las  obras  de  su  clase,  no  se  puede  negar  que, 
en  cuanto  a  las  de  lenguaje  i  estilo,  es  una  de  las  mas 
sobresalientes  en  lengua  castellana,  i  que,  mientras  ésta 
exista,  se  leerá  con  gran  deleite  i  aprovechamiento.  Por 
lo  mismo,  es  de  celebrarse  la  reimpresión  que  de  ella 
anunciamos,  cómoda  i  portátil  en  el  tamaño,  i  mui  no- 


XVI  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

table  por  la  corrección  del  texto,  no  menos  que  por  la 
pulcritud  tipográfica,  en  lo  cual  aun  es  superior  a  la  de 
Madrid  por  Cano  de  1798.» 

OBRAS    DRAMÁTICAS    I    LÍRICAS 

de  clon  Leandro  Fernández  do  Moratin,   entre  los  Arcados  de  Roma. 

I  narco  Celenio. 

«La  justa  celebridad  del  nombre  de  Moratin  nos  dis- 
pensa de  dar  una  noticia  del  mérito  de  sus  obras.  Sin 
embargo,  la  presente  edición  no  deja  de  ofrecer  a  favor 
de  este  distinguido  injenio,  nuevos  títulos  a  la  gratitud 
de  los  amigos  de  las  letras.  Sus  comedias  orijinalcs,  i  las 
excelentes  traducciones  de  algunas  de  Moliere,  han  reci- 
bido en  ella  el  último  retoque  de  su  diestra  mano;  i  como 
esta  circunstancia  no  las  altera  en  nada  de  lo  que  acaso 
podrían  echar  de  menos  sus  apasionados,  puede  decirse 
que,  aun  para  los  que  las  miraban  como  inmejorables, 
han  ganado  en  algunos  accidentes  que  les  dan  todo  el 
brillo  del  pulimento.  Se  ha  incorporado  con  ellas  la  tra- 
ducción del  Hamlet  con  las  sabias  notas  sobre  el  texto 
ingles  que  andaban  impresas  por  separado.  I  para  com- 
pletar el  realce  do  estos  modelos  de  buen  gusto  en  la  dra- 
mática, precede  a  cada  una  de  las  piezas  una  noticia  his- 
tórica dé  loe  incidentes  do  su  primera  representación,  i 
de  \  Burtícularidadee  mui  apreciables  para  los  fas- 

tos del  moderno  teatro  español.  Finalmente,  a  los  ejem- 
plos con  que  Inarco  Celenio  ha  sabido  dar  un  glorioso 
fomento  a  la  perfección  de  la  escena,  ha  añadido  algo  do 
su  acendrada  doctrina  on  el  prólogo  que  ha  puesto  al 
fronte  do  osta  edición,  para  explicar  los  motivos  i  pifa- 
do en  (a  formación  de  un  teatro, 


INTRODUCCIÓN  XVII 


que,  con  toda  justicia,  puede  llamar  suyo.  ¡Ojalá  que  la 
severidad  do  las  reglas  que  se  ha  impuesto  no  frustre  en 
otros  talentos  menos  privilejiados  las  disposiciones  que, 
con  algún  ensanche  mas,  podrían  quizá  contribuir  a  que 
la  parte  mas  racional  de  sus  reformas  se  adoptase  con 
menos  dificultad  i  repugnancia! 

«Las  poesías  líricas  del  señor  Moratin  solo  se  conocían 
en  muí  pequeño  número,  i  aun  los  que  mas  se  precia- 
ban de  tener  noticia  de  las  inéditas,  se  hallaban  mui  dis- 
tantes de  contarlas  hasta  el  número  de  setenta  i  seis,  a 
que  ahora  llegan  en  esta  edición.  En  todas  ellas,  cam- 
pea aquella  finura,  aquella  inimitable  facilidad,  aquel  to- 
do acabado  que  se  descubre  en  sus  composiciones.  Las 
ha  ilustrado  con  muchas  notas,  ricas  en  preceptos  de  la 
crítica  mas  juiciosa,  i  de  noticias  literarias  mui  intere- 
santes. En  algunas  de  ellas,  ha  introducido  ensayos 
mui  felices  que,  según  su  expresión,  pueden  considerar- 
se como  otras  tantas  cuerdas  nuevas  añadidas  a  la  lira 
española. 

«Lo  pulcro  i  correcto  de  la  presente  edición,  las  her- 
mosas láminas  del  frontis,  el  retrato  del  autor  i  los  di- 
versos argumentos  de  sus  comedias,  la  hacen  mui  supe- 
rior a  todas  las  anteriores  aun  en  el  mérito  tipográfico. 
Sin  duda  para  proporcionar  a  toda  clase  de  aficionados 
la  ventaja  de  poseer  el  texto  tan  mejorado  i  enriquecido 
en  esta  última,  se  ha  hecho  otra  del  todo  conforme  a  ella, 
en  tamaño  mas  pequeño,  buen  papel,  aunque  no  tan 
íino,  con  carácter  mas  menudo,  i  sin  láminas.» 


OPLSC. 


XVIII  OPÚSCULOS  L1TERAIUOS  I  CIÚTICOS 


ESPAGNE  POETIQUK — ESPAÑA   POÉTICA'. 

Colección  de  poesías  escojidas  castellanas  desde  Carlos  V  hasta  nues- 
tros dias,  puestas  en  verso  francés,  con  una  disertación  com- 
parada sobre  la  lengua  i  la  versificación  española, 
una  introducción  en  verso  i  varios  artículos 
biográficos,  históricos  i  literarios 
por  don  Juan  María  Maury. 

«Creemos  que  el  señor  Maury  ha  hecho  un  servicio 
distinguido  a  los  franceses  i  a  los  pueblos  cuya  lengua 
materna  es  el  castellano.  Los  primeros  hallarán  en  esta 
obra  todo  el  espíritu  de  los  pensamientos,  i  aun  de  la 
dicción  poética  de  las  piezas  mas  dignas  de  conocerse 
entre  las  que  han  producido  las  musas  castellanas,  ex- 
ceptuando las  de  la  epopeya  i  dramática,  que  no  han  en- 
trado en  ej  plan  del  autor.  Tendrán  asimismo  adjuntas 
a  estas  piezas  todas  las  noticias  históricas,  observaciones 
críticas  i  curiosidades  mas  apetecibles  que  se  necesitan 
para  completar  la  adopción  en  una  literatura  extranjera 
de  un  ramo  de  otra,  difícil  de  conocer  sin  la  concurren- 
cia de  las  felices  circunstancias  que  se  reúnen  en  la  em- 
presa del  señor  Maury.  La  introducción,  escrita  en  una 
elegante  tirada  de  versos  franceses,  que,  a  juicio  de  los 
críticos  de  aquella  nación,  no  desdicen  del  gran  mérito 
que  encuentran  en  |08  piezas  traducidas,  ofrece  el  cua- 
dro de  la  poesía  castellana  desde  su  oríjen  hasta  el  siglo 

XVI,  figurando  en  ella  la  gloria  literaria  de  los  árabes- 
íioles,  de  quienes,  i  de  los  mas  celebrados  injenios 
Alonso  el  Sabio  hasta  Castillejo,  se  dan  co- 
piosas i  mili  escojidas  noticias  en  las  anotaciones.  Esta 
circunstancia  n<>  es  menos  apreoiable  para  los  mismos 
naturales  cuyas  riquezas  poéticas  se  comunican  a  ios  cx- 

IranjcroH  por  medio  de   tu    lengua    mas  universal;    pero 


INTRODUCCIÓN  XIX 


especialmente  deben  aquellos  agradecerle  el  tino  en  la 
elección,  el  método  en  la  disposición,  el  juicio  en  la  crí- 
tica, el  gusto  en  la  reducción  i  el  acierto  en  la  ilustración 
histórico-literaria  de  las  piezas  que,  traducidas  en  fran- 
cés con  el  texto  orijinal  al  canto,  presentan  en  estos  dos 
tomos  a  las  musas  castellanas  en  un  arreo  brillante,  rico 
i  digno  bajo  todos  respectos  de  llamar  la  atención  i  los 
obsequios  del  mundo  literario.» 

0 BÚAS    L I T  K R A  R I A  S 
de  don  Francisco  Martínez  de  la  Rosa. — Tomo  primero:   poética. 

«De  las  cuatrocientas  ochenta  i  cinco  pajinas  que  lle- 
va este  tomo,  precursor  de  la  colección  de  las  obras  lite- 
rarias de  uno  de  los  mas  apreciables  escritores  españoles 
de  nuestros  dias,  apenas  son  ochenta  las  que  compren- 
den los  seis  cantos  de  su  poema  didáctico  anunciado  en 
el  título;  todas  las  restantes  de  carácter  mucho  mas  me- 
nudo se  emplean  en  mui  copiosas  anotaciones  sobre  los 
diversos  asuntos  de  cada  uno  de  dichos  cantos,  en  las 
cuales  se  exponen  las  reglas  jeneralcs  de  composición,  se 
dan  a  conocer  las  dotes  de  la  locución  poética,  se  expli- 
can los  preceptos  de  la  versificación,  se  pinta  la  índole 
propia  do  varias  composiciones,  se  delinea  el  cuadro  de 
la  trajedia  i  de  la  comedia,  i  finalmente,  se  establecen  los 
principios  fundamentales  de  la  epopeya.  El  poema  reúne 
lo  mas  acendrado  i  necesario  que  se  encuentra  en  los 
grandes  maestros  que  han  tratado  de  la  materia.  El  can- 
to cuarto  recorre  según  la  división  del  sistema  clásico  los 
varios  j eneros  de  poesía  lírica,  dando  lugar  al  romance  i 
a  la  letrilla,  que  son,  por  decirlo  así,  peculiares  de  la  poé- 
tica española;  i  es  acaso  el  trozo  en  que  mas  sobresale  el 


XX  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

carácter  distintivo  de  la  presente  obra:  versificación  fá- 
cil, pintoresca,  tersa;  lenguaje  propio,  puro,  castizo;  poe- 
sía rica,  lozana,  armoniosa,  dulce.  Todas  estas  dotes 
son  las  mismas  que  estamos  acostumbrados  a  admirar 
en  las  producciones  que  hasta  ahora  habíamos  visto  del 
mismo  autor;  pero  donde  en  realidad  encontramos  la 
poética  española,  a  lo  menos  en  cuanto  a  las  noticias, 
aunque  no  en  cuanto  a  las  reglas  particulares  de  que 
nos  parece  se  pudiera  echar  mano  para  fijarla  i  hacerla 
verdaderamente  nacional,  es  en  las  anotaciones,  que  por 
lo  mismo  miramos  como  la  parte  mas  apreciable  de  la 
obra  con  relación  a  su  objeto,  aunque  desde  luego  reco- 
nozcamos un  mérito  sobresaliente  en  el  poema  por  las 
cualidades  arriba  dichas.  Todo  el  contenido  de  las  notas 
es  mui  digno  de  leerse  por  la  copia  de  noticias  que  com- 
prende, por  lo  bien  contraídas  que  están  para  formar  un 
cuerpo  de  doctrina  sobre  la  poesía  castellana,  i  por  lo 
bien  discutidos  que  se  presentan  algunos  puntos  de  los 
mas  interesantes  en  ella;  tal  es,  entre  otros,  el  del  carác- 
ter de  la  lengua  castellana  con  relación  a  la  locución  poé- 
tica i  a  la  versificación.  I^os  tomos  siguientes  compren- 
derán sin  duda  las  producciones  dramáticas  del  autor 
en  ambos  ¡eneros  cómico  i  trájico;  pues  nos  remito  a  los 
apéndices  del  segundo  para  las  anotaciones  relativas  a 
la  dramática  i  a  la  épica  españolas.» 

El  hombre  que  ha  escrito  i  publicado  los  (¡rozos  prein- 
>e  debe  contarso,  no  entre  los  injustos  detractores, 
sino  entre  los  más  fervorosos  admiradores  do  la  litera»» 
tollaña. 

Poséis  un  talento  demasiado  sobresaliente,  una  cien* 
',  un  juicio  demasiado  sano  para  ha- 
podido  pensar  de  otro  modo. 


INTHOUL'lXION 


Bello  comprendió  desde  temprano  la  ventaja  inmensa 
de  consolidar,  por  el  fuerte  vínculo  de  un  idioma  común, 
la  unión  mas  fraternal  entre  los  diversos  pueblos  de  raza 
española,  que  habitan  uno  i  otro  continente. 

Esto  explica  su  antiguo  i  perseverante  empeño  por  im- 
pedir la  corrupción  de  ese  idioma,  a  fin  de  que  no  fuera 
reemplazado  por  dialectos  que  dificultasen  las  comuni- 
caciones intelectuales,  políticas,  industriales  i  comer- 
ciales. 

Así  era  implacable  contra  los  traductores  ignorantes. 

Entre  los  numerosos  artículos  cortos  que  insertó  en 
Et  Repertorio  Americano,  se  lee  el  que  sigue: 


VIAJE  A  LAS  RKJIOXKS  EQUINOCCIALES  DEL  NUEVO  CONTINENTE 

HECHO  EN  179'.)  HASTA   180 i 
POR  ALEJANDIlO  DE  HUMIiOI.DT  I  AMADO  HONPLAND, 

redactado  por  Alejandro  do  Ilumboldt,  con  mapas  jeográficos 

i  físicos. 

«Tiempo  há  que  se  echa  menos  una  traducción  del  via- 
je de  Ilumboldt  i  Bonpland;  i  nos  dolemos  de  que  no 
haya  emprendido  esta  obra  algún  escritor  dotado  de  las 
cualidades  necesarias  para  su  desempeño,  que,  ademas 
del  cabal  conocimiento  de  los  dos  idiomas,  requiere  cier- 
ta familiaridad  con  el  lenguaje  técnico  de  las  ciencias  fí- 
sicas, i  nociones  mas  que  medianas  de  historia  natural. 
Por  falta  de  estos  indispensables  requisitos,  está  plaga- 
da de  errores  la  traducción  de  que  damos  noticia,  seña- 
lándose amenudo  los  objetos  con  denominaciones  bár- 
baras e  inintelijiblcs.  lió  aquí  unos  pocos  ejemplos  que 
nos  han  saltado  a  los  ojos  en  menos  de  treinta  pajinas 
del  tomo  1.°,  i  aun  no  son  todos.  A  las  hojas  pinnadas, 
llama  el  traductor  peludas;  a  los  cocos,  cocoteros;  a  las 


XXII  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRITICO? 

casias  en  jcncral,  (cassia  L.),  caña  fístulas;  a  las  tunas  o 
cactos,  raquetas  i  cacteros;  a  las  garzas,  agrcfas;  a  la  ma- 
dera de  la  luna  (le  bois  clu  cactus),  el  bosque  del  cactus; 
a  los  filos  o  bordes  de  los  tallos  de  la  tuna,  pinchos;  a  la 
culebra  de  cascabel,  (serpent  á  sonnettes),  serpiente  de 
campanillas;  a  los  garfios  venenosos  de  que  está  arma- 
da la  boca  de  éste  i  otros  reptiles,  saetas;  a  las  palmas, 
palmeros;  a  los  guaiqueries,  guaiqueros;  a  los  mangles, 
paletuvieros;  a  los  totumos,  (crescentia  cujete),  calabace- 
ros; a  las  estufas,  (serres)}  sierras;  a  las  cañas,  {roseaux), 
rosales;  etc.» 

De  los  hechos  que  quedan  expuestos,  se  desprende 
con  la  mayor  claridad  que  lo  que  Bello  anhelaba  era,  no 
hacer  olvidar  nuestra  gran  literatura  nacional,  sino  vi- 
vificarla con  la  introducción  i  adaptación  de  elementos 
nuevos,  entre  otros,  de  los  que  podían  oxcojerse  con 
ventaja  en  la  literatura  inglesa,  la  cual,  en  jeneral,  ha- 
bia  sido  ignorada  de  los  españoles,  i  poco  explotada  por 
ell<< 


IV 


Pero  si  don  Andrea  lidio  reconocía  todos  los  primo- 
■  íuista  i  abundante  lengua  castellana;  si  había 
adquirido  el  convencimiento  razonado  de  que  pedia  me- 
jor..: .i  el  punto  do  no  ser  inferior  a  otra  alguna; 
dmiraba   laa  producciones,  algunas  portentosas,  ;i 
que  ella  habia  servido  de  órgano;  si  encontraba  en  éstas 
ato  de  provechosa  reflexión,  i  en  aquellas  de  deleito- 
rechazaba  las  instituciones  de  la 
antigua  monarquía  que  hablan  abatido  a  nuestra  raza,  i 
o  todo  el  réjimon  opresor  ¡  mal  combinado  que  man* 


INTRODUCCIÓN  XXI 1 1 

tenia  en  la  ignorancia,  en  la  pobreza,  en  el  atraso,  en  la 
degradación,  en  la  nulidad  a  los  dominios  hispano- 
americanos. 

Lo  que  Bello  combatió  con  moderación,  pero  con  fran- 
queza, fueron  las  doctrinas  absurdas,  las  leyes  opreso- 
ras, las  prácticas  perniciosas,  que  iban  precipitando  de 
caída  en  caída,  a  los  españoles  de  ambos  mundos,  hasta 
sumerj irlos  en  un  abismo  insondable. 

No  hacía  diferencia  sobre  este  punto  entre  la  metró- 
poli i  sus  colonias. 

Reclamaba  una  misma  cosa  en  favor  de  la  una  i  de  las 
otras. 

Lóase  el  siguiente  artículo  suyo  que  apareció  en  El 
Repertorio  Americano. 

CONSIDERACIONES  SOBRE  I  AS  CAUSAS 

DK    LA    GRANDEZA    I    DE    LA    DECADENCIA    DE    LA  MONARQUÍA    ESPAÑOLA 

por  el  señor  Sempcrc,  antiguo  majistrado  español. 

«El  señor  Sempere  goza  con  justicia  en  la  república  de 
las  lelras  de  un  nombre  digno  de  inspirar  confianza  i 
recomendación  a  favor  de  sus  producciones.  Otras  mu- 
chas que  lian  salido  de  su  pluma,  casi  (odas  relativas  a 
puntos  político-económicos  de  la  historia  de  España,  son 
de  las  mas  útiles  que  se  han  escrito  en  estos  tiempos,  por 
la  multitud  de  noticias  poco  comunes,  i  por  lo  bien  con- 
traídas al  asunto.  Estas  Consideraciones,  que  ahora  se 
anuncian,  excitan  el  interés  del  lector  tanto  mas  que,  en 
medio  de  esa  inmensa  abundancia  de  historiadores  i  an- 
ticuarios que  tiene  España,  son  muí  contados  los  que,  a 
las  demás  prendas  de  este  jénero  de  escritos,  que  en  ellos 


XXIV  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

brillan,  reúnen  la  de  la  investigación  filosófica  de  los 
mismos  hechos,  que  refieren  muchos  de  ellos  con  tanta 
dilijencia,  como  primor  de  estilo.  No  diremos  por  eso 
que  la  obra  del  señor  Semperc  pueda  satisfacer  comple- 
tamente lo  que  en  este  punto  hai  que  desear;  pero  ha 
dado  un  paso  mui  avanzado  en  este  modo  de  considerar 
la  historia  de  España,  nuevo,  por  decirlo  así,  todavía,  i 
que  abre  tan  ancho  campo  a  los  que  quieran  empren- 
derlo. Es  mui  copioso  i  escojido  el  número  de  noticias 
que  el  autor  reúne  en  el  reducido  volumen  de  su  obra; 
i  a  veces  mui  fundado  el  juicio  que  forma,  í  el  resultado 
que  saca  de  los  sucesos  que  apunta,  de  los  cuadros  que 
presenta,  i  del  verdadero  estado  de  las  cosas  que  sabe 
poner  en  su  punto.  Pasa  rápidamente  sobre  la  monar- 
quía visigoda,  i  las  que,  en  la  edad  media,  hubo  en  la 
Península  hasta  el  siglo  XV;  se  detiene  algo  mas  en  ca- 
racterizar el  gobierno  hispano-arábigo;  corre  mui  por 
encima  sobre  la  constitución  de  Aragón;  pero,  en  des- 
quite, entra  en  consideraciones  mas  detenidas,  i  mui 
profundas,  sobro  el  reinado  de  los  royes  católicos,  i  los 
disturbios  que  le  precedieron,  sobre  los  de  la  dinastía 
austríaca,  i  finalmente  los  de  la  borbónica  hasta  el  do 
Fernando  VII  Inclusive,  Nos  atrevemos  a  decir  que,  en 
cuanto  a  estas  importantes  épocas,  la  obra  del  señor 
Bemperees  lo  mejor  que  se  puede  leer  de  cuanto  se  ha 

ito  por  extranjeros,  mas  bien  que  por  españoles,  so- 
be- la  filosofía  de  la  historia  de  la  Península;  pero  tam- 
bién observaremos  que  hubiéramos  deseado  que  el  señor 

ipere  hubiese  dejado  la  pluma  al  llegar  al  reinado  de 
tomemos  que  se  !<'  note,  i  n<>  sin  razón,  da 

ioc  píri tu  de  partido;  i  tampoco  dejaremos  de  extra» 
fiar  que  l.i  conclusión  de  mis  Comideracionea  yenga  a 


INTRODUCCIÓN  XXV 


parar  en  la  defensa  del  absolutismo,  pretendiendo  que 
nunca  ha  sido  mas  grande  España,  que  cuando  la  han 
gobernado  monarcas  absolutos;  pero  sin  considerar  que 
no  hubieran  existido  las  causas  de  la  decadencia  que  él 
mismo  apunta,  si  aquellos  monarcas  hubieran  templado 
i  fortificado  su  poder,  dando  al  pueblo  una  parte  razona- 
ble on  las  deliberaciones  del  interés  nacional,  i  por  este 
medio,  una  justa  dosis  de  libertad.» 

Don  Andrés  Bello  no  entendía  que  el  modo  de  mani- 
festar afecto  a  una  raza  fuese  el  defender  o  el  ocultar  los 
vicios  de  un  réjimen  político,  o  los  abusos  de  los  gober- 
nantes. 

Creia  con  sobrado  motivo  que,  para  contribuir  a  su 
prosperidad  i  engrandecimiento,  era  indispensable  bus- 
car en  todo  i  para  todo  la  verdad,  i  expresarla  con  since- 
ridad i  franqueza. 

Así  lo  comprueba  el  siguiente  artículo  suyo  que  toma- 
mos de  EL  Repertorio  Americano. 

NOTICIAS    S  B  C  11  E  T  A  S     D  B     A  M  É  H  I  C  A 

SOBI5E  EL  ESTADO  NAVAL,    MILITAR   I   POLÍTICO  DE  LOS  REINOS  DEL  PERÚ 

I  PROVINCIAS  DE  QUITO,  COSTAS  DE  NUEVA  CHANADA  I  CU1LE; 

CRUEL    OPRESIÓN    I    EXTORSIONES     DE     SUS     CORREJ1DOHES    1    CURAS; 

ABUSOS  ESCANDALOSOS 

INTRODUCIDOS  ENTRE  ESTOS  HABITANTES  POR  LOS  MISIONEROS; 

CAUSAS  DE  SU  ORÍ  JEN  1  MOTIVOS  DE  SU  CONTINUACIÓN  POR  EL  ESPACIO 

DE  TRES  SIGLOS. 

Escritas  fielmente  seprunlas  instrucciones  del  excelentísimo  señor  mar- 
ques de  la  Ensenada,  primer  secretario  de  estado,  i  presentadas  cu 
informe  secreto  a  Su  Majestad  Católica  el  señor 
don  Fernando  VI,  por  don  JorjeJuan  i  don  Antonio  de  Ulloa,  tenicn- 

tes-jenerales  de  la  real  armada,  miembros  de  la  real  soeicdad 

de  Londres,  i  de  las  reales  academias  de  Paris,    Berlín  i  Estocolmo, 

sacados  a  luz  para  el  verdadero  conocimiento  del  gobierno 

de  los  españoles  en  la  América  Meridional, 

por  don  David  Barry. 


SXVI  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


«El  editor  de  esta  preciosa  obra  nos  dice  en  el  prólogo, 
que,  habiendo  pasado  algunos  años  de  su  juventud  en 
España,  i  viajado  luego  en  las  provincias  litorales  do 
la  capitanía  jeneral  de  Caracas,  desde  el  Orinoco  hasta 
Maracaibo,  con  el  solo  objeto  de  adquirir  conocimiento 
de  aquellos  países,  tuvo  deseos  de  visitar  otras  partes  de 
aquel  gran  continente;  que,  en  los  añosde  1820,  21  i  22, 
viajó  por  las  provincias  del  Rio  de  la  Plata,  Chile  i  Perú, 
a  lin  de  informarse  personalmente  de  aquellos  países;  i 
que,  vuelto  a  Inglaterra,  pasó  a  España  en  1823;  i  duran- 
te su  residencia  en  Madrid,  supo  la  existencia  de  estas 
Noticias  Secretas,  i  obtuvo,  con  no  poca  dificultad,  el 
manuscrito  que  publica  sin  alterarlo  en  lo  mas  mínimo, 
añadiendo  solamente  algunas  notas.  El  señor  Navarre- 
te,  en  una  nota  de  la  introducción  a  la  Colección  de  via- 
jes i  descubrimientos  he  el  ios  por  los  esjwñoles ,  se  lamen- 
ta amargamente  de  que  se  estuviese  imprimiendo  en 
Londres  esta  obra;  i  en  verdad  que  esta  queja  no  parece 
mui  digna  de  ser  atendida  por  la  filosofía  i  amor  a  la 
verdad  i  justicia  que  tan  altamente  se  vindican  en  las 
Noticia*  Secretas  de  l<vs  dos  sabios  españoles;  ni  es  ad- 
misible la  imputación  que  en  la  misma  nota  se  hace  de 
que  no  se  imprimen  por  honrar  a  la  nación  española, 
Bino  para  dividir  a  sus  individuos  de  ambos  mundos  i 
Bembrar  entre ell08  la  discordia.  El  no  ocultar  la  verdad, 
«•]  revelar  I  de  grandes  males,  el  indicar  sus 

remedios,  podrá,  >i  se  quiere,  perjudioar  a  los  que  viven 

<!••  alm  -■.  -,    pero   ciertamente    Será   acción    benemérita  i 

mui  digna  d  I  la  nación  que  cuenta  entre  sus  hi- 

te temple,  tiene  sin  duda  de  qué  hon- 

i      obra  que  aquí  anunciamos,  merece  un  artí- 
culo i,i;i  -,  . Alni-'.  (|iic  d  que  ahora  podemos  destinarle. 


INTRODUCCIÓN  XXVII 


Se  divide  en  dos  parles:  la  primera  describe  el  estado 
militar  i  político  de  las  costas  del  Mar  Pacífico;  la  se- 
gunda trata  del  gobierno,  administración  de  justicia, 
estado  del  clero,  i  costumbres  de  los  indios  del  interior. 
De  una  i  otra  puede  sacarse  grandísima  utilidad,  no  solo 
para  la  historia,  sino  también  para  el  gobierno  ulterior 
de  las  vastas  rejiones  que,  libres  de  la  dominación  es- 
pañola, son  llamadas  a  desplegar  los  inmensos  recursos 
de  prosperidad  que  abrigan  en  su  seno.  Bajo  este  res- 
pecto, ninguno  de  los  viajes  i  descripciones  que  hasta 
ahora  se  han  dado  a  luz  puede  igualarse  a  estas  X oficias 
Secretas ,  recojidas  con  la  mas  sana  intención,  con  el 
celo  mas  ilustrado,  con  los  medios  mas  dicaces,  i  dis- 
puestas con  la  honradez  mas  noble  i  desinteresada.  Com- 
plétase la  obra  con  un  informe  del  intendente  de  Gua- 
manga  al  ministro  de  Indias  don  Cayetano  Soler  sobre 
los  diversos  ramos  de  gobierno  de  aquella  provincia,  i 
con  varias  notas  del  editor,  que  acreditan  su  intelijencia 
i  buenos  conocimientos  en  los  puntos  que  se  propone 
ilustrar,  haciéndolo  siempre  con  oportunidad. » 

Si  Bello  aspiraba  a  que  se  investigara  i  dijera  toda  la 
verdad  por  lo  que  toca  a  la  época  colonial,  era  claro  que 
habia  de  tender  a  que  se  hiciera  otro  tanto  por  lo  que 
respecta  a  la  revolución  de  la  independencia  de  la  Amé- 
rica Española. 

Son  por  cierto  mui  razonables  las  ideas  que  desen- 
vuelve acerca  de  este  punto  en  la  siguiente  noticia  litera- 
ria inserta  en  El  Repertorio  Atnericano: 


XXVIII  OPÚSCULOS  LITEIIAUIOS  1  CRITICUS 

EL  CHILENO  CONSOLADO  EX  LOS  PRESIDIOS, 

O  FILOSOFÍA  DE  LA  RELIJION;  MEMORIAS  de  mis  trabajos  i  reflexiones, 

por  don  Juan  EgaSa. 

«Xo  somos  del  modo  de  pensar  de  aquellos  que,  por 
una  delicadeza  excesiva,  querrían  echar  tierra  a  las  cruel- 
dades, traiciones  i  crímenes  de  toda  especie,  que  han 
señalado  la  huella  de  los  ejércitos  realistas  en  América. 
O  no  debe  escribirse  la  historia  de  las  revoluciones,  o 
debe  escribirse  sin  reticencias  ni  paliativos,  que  apenas 
le  dejarían  el  nombre  de  tal,  i  la  harían  poco  a  propósito 
para  la  instrucción  i  el  ejemplo,  primer  objeto  que  debe 
proponerse  el  historiador.  La  exacta  i  completa  verdad 
es  mas  necesaria  que  en  otras,  en  aquellas  pajinas  de  la 
historia  en  que  se  nos  representa  la  lucha  de  los  dos 
principios  del  bien  i  del  mal,  la  tiranía  i  la  libertad,  que 
llaman  cada  cual  en  su  ayuda  todas  las  pasiones,  i  des- 
plegan con  asombrosa  i  terrible  cnerjía  todas  las  facul- 
tades del  alma.  En  estas  grandes  crisis  de  los  destinos 
de  los  pueblos,  tod  i  es  instructivo,  todo  tiene  importan* 
<-¡;i.  Si,  por  desgracia,  uno  de  los  dos  partidos  lleva  la 
demencia  del  orgullo  irritado  hasta  el  punió  do  olvidar 
su  propio  ínteres  por  contentar  sn  venganza,  sí  hace  pro- 
fesión declarada  de  la  perfidia,  si  no  respeta  las  reglas 
que  entre  I  s  pueblos  civilizados  mitigan  los  horrores  de 

la  guerra,  ¿SC  arredrará   la  historia   de    retratar  a    este 

partido  con  mis  verdaderos  colores?  ¿No  convendrá  a 

pueblos  que  aun  están  expuestos  a  sus  ataques  cono* 

(•'■ríe  a.  fondo?  ¿No  será  en  pro  de  la  humanidad  entera 

que.  los  nombr*  grandes  malhechores  pasen  a 

ridad  tiznados  con  la  Infamia  i  la  detestación  que 


INTRODUCCIOX  XXIX 


merecen,   mayormente  siendo   este  demasiadas  veces  el 
único  castigo  que  no  les  es  posible  evadir? 

«Tampoco  somos  de  aquellos  que  comprenden  en  el 
odio,  que  solo  se  debe  al  delito  i  al  delincuente,  tocios  los 
individuos  de  una  nación  i  todas  las  cosas  pertenecientes 
a  ella.  A  pesar  de  la  conducta  observada  por  los  jefes  i 
tropas  de  España  en  América,  reconocemos  en  el  carác- 
ter español  prendas  estimables,  que,  coadyuvadas  por 
buenas  instituciones  políticas,  le  harían  volver  a  brillar 
en  el  mundo,  i  con  un  lustre  talvez  mas  puro  que  el  de 
sus  glorias  pasadas. 

«La  obra  que  tenemos  delante  pudiera  dar  motivo  de 
temer  que  esta  época  se  halla  todavía  algo  lejos.  Escrita 
o  preparada  en  el  presidio  de  la  isla  de  Juan  Fernández, 
a  que  su  sabio  i  virtuoso  autor  fué  confinado  con  otros 
distinguidos  patriotas  de  Chile,  durante  los  gobiernos 
de  Ossorio  i  Marcó,  contiene  anécdotas  i  cuadros  históri- 
cos relativos  a  esta  temporada  desastrosa,  algunos  ver- 
daderamente horribles.  Allí  encontramos  el  mismo  sis- 
tema ele  crueldad  superflua,  las  mismas  escenas  de 
incauta  confianza  por  una  parte  i  alevosos  perjurios  por 
otra,  la  misma  estolidez  de  pretender  afirmar  sobre  el 
odio  i  la  execración  pública  una  dominación  ruinosa,  i 
el  mismo  resultado  que  en  las  demás  partes  de  América: 
la  subversión  del  poder  español . 

«Pero  el  objeto  del  Chileno,  como  lo  anuncia  el  título, 
es  principalmente  relijioso  i  moral.  El  autor,  al  paso 
que  describe  los  padecimientos  de  su  destierro,  i  las 
calamidades  que  aflijen  a  su  patria,  pone  en  boca  de  un 
personaje  imajinario,  llamado  Adeodato,  una  serie  de 
reflexiones  dirijidas  a  mostrar  los  consuelos  con  que  la 
relijion  brinda  a  el  alma  aun  en  medio  de  las  mayores  ad- 


XX\  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


versidades.  Esto  ocupa  la  mayor  parte  de  la  obra,  i  se 
hace  bastante  recomendable  por  la  piedad  i  la  cristiana 
filosofía  con  que  está  escrito;  pero  recelamos  halle  mu- 
chos menos  lectores  que  las  noticias  históricas,  a  que 
ceñiremos  nuestros  extractos.» 

La  obcecación  respecto  al  trato  que  habia  de  darse  a 
los  españoles-americanos,  i  a  la  desigualdad  que  habia 
de  establecerse  entre  ellos  i  los  españoles-europeos,  ma- 
nifestada aun  por  los  gobernantes  peninsulares  que  bla- 
sonaban de  liberales,  influyó  para  que  Bello,  como  tantos 
otros,  desconfiara  de  las  promesas  de  reforma  i  de  en- 
mienda que  se  hicieron  a  los  habitantes  del  nuevo  mun- 
do, cuando  la  revolución  hubo  tomado  grandes  propor- 
ciones. 

Uno  de  sus  artículos  inserto  en  El  Repertorio  Ameri- 
cano, revela  cuál  era  la  opinión  de  Bello  acerca  de  este 
punto. 

SUPLEMENTO    AL    CUADRO    HISTÓRICO 

I  i;  YUTA    30  DE  LA    SEGUNDA    ÉPOCA    DE    LA    REVOLUCIÓN    DE   MÉJICO 
POR    EL   SEÑOR    BUSTAMANTE. 

Representación  .1  las  cortes  do   Madrid  hecha  por  la  real  audiencia 
do  Méjico  en  18  do  noviembre  do  1813. 

Beta  importante  publicación  del  señor  Bustamante  es 
una  de,  las  que  quisiéramos  recomendar  a  los  panej  iris- 
tas  do  la  constitución  de  las  cortes,  i  de  la  decantada 
liberalidad  de  aquel  cuerpo  m  sus  oonoesiones  a  las 
Américas.  Prescindamos  del  verdadero  valor  de  aque- 
llas oon<  m  sido  dictadas  por  la  sabiduría  i 
1.1  justicia  personificadas;  diremos*  de  ellas  lo  que  de  las 
1  Je  observaron  en  América?  ¿se  hubie- 
ran ob  crvado  mn    adelanto?  Oigamos  o  lo  red  audien- 


INTRODUCCIÓN  X.W'I 


cia  de  Méjico: — Ella  se  ocupa  de  un  temor  relijioso  cuan- 
do tiene  que  decir  a  vuestra  majestad  que  la  gran  carta 
del  pueblo  español,  grata  i  respetabilísima  para  todos 
sus  individuos,  no  ha  podido  ejecutarse  en  estos  cala- 
mitosos momentos....;  i  que  el  simulacro  de  ella,  que 
es  cuanto  en  los  tiempos  presentes  puede  haber  aquí, 
lejos  de  producir  la  felicidad  de  esta  sociedad  política, 
es  incompatible  con  su  existencia. — ¿Qué  l al?  ¿No  era 
tiempo  perdido  el  que  se  gastaba  en  las  cortes  delibe- 
rando sobre  las  libertades  i  derechos  de  los  americanos? 
Talvez  se  dirá  que  aquellos  momentos  calamitosos  no 
permitían  poner  en  práctica  la  constitución  en  todas  sus 
parles.  I  ¿hubiera  sido  mejor  ejecutada  en  circunstancias 
felices?  ¿Las  audiencias  i  virreyes  que  atrepellaron  la 
constitución  en  aquella  época  de  temor  i  cuidado,  la  res- 
petarían cuando  no  viesen  al  rededor  de  sí  mas  que  su- 
misión i  obediencia?  Pero  esta  es  una  discusión  que 
ya  solo  pertenece  a  la  historia.  Ilai  otros  puntos  mas 
del  día,  i  en  que  el  documento  dado  a  la  estampa  por 
aquel  celoso  patriota  mejicano  pudiera  suministrar 
oportunos  informes  a  mas  de  un  gabinete  europeo.  Por 
ejemplo,  todavía  clama  el  gobierno  español,  i  vociferan 
sus  ajentes  en  todos  los  ángulos  de  Europa,  que  la  re- 
volución americana  es  obra  de  unos  pocos  facciosos,  i 
que  la  gran  mayoría  del  pueblo  suspira  por  el  retorno 
del  siglo  de  oro  de  los  virreyes  i  capitanes  jencrales. 
Sobre  esta  materia  no  hai  mas  que  oír  a  la  real  audien- 
cia de  Méjico: — Poniendo  al  frente  del  gobierno  la  vo- 
luntad jencral  del  pueblo,  se  sigue  que  haya  de  atempe- 
rarse a  ella,  i  hacer  lo  justo,  que  es  lo  que  desea  casi 
siempre;  pero  aquí  por  la  misma  razón  habia  de  verifi- 
carse todo  lo  contrario,  porque  faltaban  el  patriotismo  i 


XXXII  OPÚSCULOS  LITEnATUOS  I  CIÚTICOS 


las  virtudes  públicas;  i  prevaleciendo  la  voluntad  jeneral 
ya  corrompida,  prevalece  la  independencia,  por  la  cual 
indudablemente  está  el  voto  del  mayor  número  de  estos 
habitantes. — Esto  era  en  Méjico  i  en  el  año  de  1813.  Por 
lo  demás,  ya  se  sabe  que  los  mandatarios  españoles  lla- 
maban patriotismo  en  los  americanos  la  disposición  a 
sacrificar  los  intereses  de  su  patria  a  los  de  España,  vir- 
tudes públicas  la  humildad  abyecta  i  la  paciencia  imbécil, 
i  opinión  corrompida  la  opinión  ilustrada.» 

Pero,  si  don  Andrés  Bello  rechazaba  la  subordina- 
don,  llegada  a  ser  imposible,  de  una  gran  parte  de  la 
América,  a  la  España,  fué  uno  de  los  que  mas  se  em- 
peñaron, i  de  los  que  aun  arriesgaron  la  pérdida  de  la 
popularidad  i  del  prest ijio,  por  obtener  la  reconciliación 
entre  la  madre  i  las  hijas,  i  por  reanudar  los  vínculos 
morales  entre  los  diversos  pueblos  de  una  misma  raza. 

Don  José  María  Calatrava,  secretario  de  estado  de  la 
reina  gobernadora  doña  María  Cristina  de  Borbón,  pidió 
a  las  cortes,  el  7  de  noviembre  de  1836,  autorización 
para  celebrar  con  las  nuevas  repúblicas  hispano-amcri- 
canas  tratados  de  paz  i  amistad  sobre  la  base  del  reco- 
nocimiento de  su  independencia. 

Una  comisión  especial  informó  poco  después  favora- 
blemente acerca  de  dicha  proposición. 

Habiendo  llegado  a  chile  la  noticia  de  eslos  sucesos, 
Bello  se  apresuró  a  escribir  en  El  Araucano  fecha  27  de 
marzo  de  1  <s:í7,  el  siguiente  artículo,  en  el  cual  descubre 
muí  laraa  el  afecto  <i'"'  profesaba  a  la  madre  pa- 

tria, i  -ii  vehemente  anhelo  de  verla  restablecí  las  rcla- 
ciones  mn  ;  ella  habla  dado  oríjen. 

^os  ha  sido  sumamente  satisfactorio  poner  en  cono- 
cimiento do  nue  1 1  ■"  lectores  el  oficio  del  soñoH lalatrava, 


INTUODL'CCION  XXXIII 


i  el  informe  de  la  comisión  especial  de  las  cortes,  sobre 
el  reconocimiento  de  las  repúblicas  hispano-amcricanas, 
por  el  espíritu  de  nobleza  i  de  liberalismo  que  estos  do- 
cumentos suponen  en  el  gobierno  i  en  los  representan- 
tes de  España;  i  nos  será  mucho  mas  grato  anunciar 
cuánto  antes  la  confirmación  de  la  noticia,  que  hasia 
ahora  no  es  oficial,  de  que  el  congreso  aprobó  el  artícu- 
lo propuesto  en  el  informe. 

«Este  momento  no  podia  dejar  de  llegar.  La  voz  de  la 
razón,  de  la  justicia  i  sobre  todo  de  los  intereses  espa- 
rtóles, habia  de  hacerse  oír  tarde  o  temprano  entre  los 
que  dirijen  los  destinos  de  aquella  nación.  ¿Por  qué  pro- 
longar una  incomunicación  perniciosa  i  obstinada?  ¿Por 
qué  continuar  una  guerra  sin  campo  de  batalla  i  sin  ene- 
migos armados?  ¿Por  qué  insistir  en  pretensiones  de 
imposible  realización?  ¿Por  qué  diferir  una  reconcilia- 
ción, que  mientras  mas  tardía,  menos  provechosa  habia 
de  ser  para  la  Península?  La  creencia  relijiosa,  el  idio- 
ma, la  lejislacion,  las  costumbres,  todo  brindaba  a  ella. 
Pero  los  dos  últimos  de  estos  vínculos,  debilitándose 
cada  dia  mas,  por  las  innovaciones  que  a  este  respecto 
van  haciéndose  en  América,  disminuirán  necesariamente 
las  ventajas  que  pudieran  prometerse  los  españoles  de 
sus  relaciones  con  pueblos  que  antes  habían  pertenecido 
a  una  misma  familia.  Felizmente  el  gabinete  de  Madrid 
da  hoi  en  su  política  franca  una  prueba  de  que  se  halla 
convencido  de  esta  verdad;  i  no  solo  renuncia  a  toda 
pretensión  respecto  del  reconocimiento,  sino  que  se  ha- 
lla decidido,  como  se  colije  de  la  exposición  del  señor 
Calatrava,  a  presentar  a  la  nación  española  en  sus  rela- 
ciones con  las  antiguas  colonias  en  el  mismo  caso  que 
cualquiera  de  las  demás  potencias  que  se  comunican  con 

OPLSC.  5* 


XXXIV  OPÚSCULOS  LITUKAIÜOS  I   CIÚTICOS 


ellas.  Esía  conducía  que  remueve  todas  las  dificultades 
que  se  han  opuesto  a  nuestra  paz  i  armonía  con  la  Fs- 
paña,  i  que  cimentará  inalterablemente  unas  relaciones, 
que  tienen  hasta  vínculos  de  sangre,  es  sin  duda  alguna 
honrosa  en  alto  grado  al  gobierno  de  María  Cristina.» 

Don  Andrés  Bello  continuó  toda  su  vida  procurando 
pública  i  privadamente  el  que  hubiera  las  mas  cordiales 
relaciones,  no  solo  entre  los  gobiernos,  sino  también 
entre  los  pueblos  de  Chile  i  de  España. 


V 


Nuestro  autor  principió  a  observar,  desde  que  es- 
tuvo en  Londres,  la  práctica  que  siguió,  siempre  que 
lo  pudo,  a  pesar  de  sus  multiplicadas  i  variadas  ocupa- 
ciones, de  expresar  por  la  prensa  el  juicio  que  formaba 
acerca  de  las  principales  obras  escritas  en  castellano  que 
llegaban  a  sus  manos. 

Pensaba  que  era  indispensable  estimular  de  este  mo- 
do la  producción  literaria,  que  no  prospera  nunca  en 
medio  de  la  indiferencia  pública. 

Bello  so  mostró  en  oslas  apreciaciones  benévolo  ico- 
medido,  pero  manifestando  con  sinceridad  i  franqueza  su 
opinión. 

El  famoso  editor  Rodolfo  Aokerraann  había  empeza- 
do desde  1823  a  imprimir  revistas  i  obras  destinadas  a 
tinistrar  a  l  Roles  americanos  los  elementos  de 

letras,  i  de  las  ciencias,  i  a  fomentar  su 
■ 

1:1  editor  ingles  tuvo  por  colaborador  te  pro- 

vechosa empre  escritores  peninsulares  don  José 


lNTl'.OUt'CCIUN  XXXV 


María  Blanco  White,  don  José  Joaquín  de  Mora,  i  (Um 
José  de  Urcullu. 

Bollo  contribuyó  con  lo  que  pudo,  esto  es,  con  su  plu- 
ma, al  buen  éxito  de  un  pensamiento  que,  en  su  concep- 
to, era  de  la  mayor  utilidad  para  la  América  Española 
recien  emancipada. 

Creia  con  razón  que  cuanto  se  hiciera  era  poco  para 
combatir  la  profunda  ignorancia  que  había  en  las  nue- 
vas repúblicas  hispano-americanas. 

Así,  se  apresuró  a  recomendar  en  EL  Repertorio  varios 
de  los  libros  dados  a  luz  por  Ackermann. 

Siendo  amigo  i  admirador  de  Blanco  White,  a  quien 
debía  favores,  era  natural  que  no  desperdiciara  la  oca- 
sión do  hablar  sobre  una  excelente  traducción  con  que 
éste  enriqueció  nuestra  literatura. 

DE  LA  ADMINISTRACIÓN  DB  LA  JUSTICIA  CRIMINAL 

EN    INGLATERRA, 

I   ESPÍRITU   DEL  SISTEMA  GUBERNATIVO  ingles: 

Obra  escrita  en  francos,   por  II.    Cottu,   traducida  al  castellano   por 

el  autor  del  Español  i  de  \m  Variedades 

o  Mensajero  de  Londres. 

«El  señor  Blanco  White  hizo  la  traducción  castellana 
de  esta  obra,  por  creerla  la  mas  a  propósito  para  impo- 
nerse un  extranjero  en  la  parte  mas  útil  i  admirable  del 
sistema  gubernativo  ingles,  i  convencido  de  lo  mismo 
el  señor  don  Francisco  de  Borja  Migoni,  aceptó  el  don 
del  manuscrito  que  le  hizo  el  traductor,  i  lo  imprimió 
excl us ¿ carne nte  a  sus  expensas  en  1824,  movido  del  pa- 
triótico deseo  de  regalar,  como  lo  hizo,  todos  los  ejem- 
plares de  esta  primera  edición  a  su  gobierno  de  Méjico. 
A  estas  explicaciones  ha  dado  lugar  una  equivocación 


XXXVI  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

del  redactor  del  Correo  Literario  i  Político  de  Londres, 
don  José  Joaquín  de  Mora,  quien,  al  anunciar  la  segunda 
edición,  supone  que  la  primera  se  hizo  a  expensas  del 
señor  don  Bernardino  de  Rivadavia.  El  señor  Blanco 
White  ha  rectificado  estos  antecedentes  en  una  carta  al 
editor  del  Correo,  que  hemos  visto  impresa;  i  también  so 
deshace  otra  equivocación  que  supone  haberse  confiado 
la  traducción  por  el  señor  Migoni  al  señor  Blanco,  pues 
éste  la  hizo  de  propia  deliberación  por  el  motivo  indica- 
do. Estas  noticias,  propias  de  un  artículo  bibliográfico, 
nos  han  parecido  dignas  de  apuntarse  al  anunciar  la 
reimpresión  de  una  obra  tan  útil,  i  que  con  tanta  acep- 
tación lia  sido  recibida  por  los  pueblos  en  cuyo  obsequio 
se  tradujo  i  publicó  en  castellano.  Nos  abstenemos  por 
ahora  de  decir  mas  sobre  su  mérito  o  importancia,  por- 
que nos  anima  el  deseo  do  poder  en  otro  número  presen- 
tar de  ella  una  noticia  mas  extensa  i  analítica.» 

La  suspensión  de  EL  Repertorio  fué  causa  do  que 
Bello  no  redactara  la  noticia  extensa  que  ofrecía  en  el 
artículo  preinserto. 

La  prueba  de  que  Bello  procedía  al  publicar  on  dicho 
periódico  un  análisis  literario,  no  por  amistad,  sino  por 
el  jeneroso  propósito  de  alentar  a  los  que  trabajaban  por 
ilustrar  a  los  españoles  americanos,  es  que,  si  escribió 
sobre  una  de  las  obras  (Je  Blanco  White,  con  quien  cul- 
tivaba Intimidadi,  hizo  lo  misino,  i  oon  mas  frecuencia, 
por  lo  que  toca  a  varias  de  las  de  don  .losó  Joaquín  de 
Mora,  con  quien  no  la  tenia. 

Léanse  i'>s  siguientes  artículos  que  aparecieron  succ- 
tmente  en  El  ii<-(„-ri<»-¡n. 


INTRODUCCIÓN  XXXVII 


HISTORIA    ANTIGUA    DE    MÉJICO, 

SACADA   DE    LOS  MEJORES     HISTORIADORES     ESPAÑOLES, 
DE   LOS    MAN L'SC HITOS  I  DE  LAS    PINTURAS    ANTICUAS  DE   LOS   INDIOS: 

DIVIDIDA  EN  DIEZ  LIBROS:  ADORNADA  CON    MAPAS  I    ESTAMPAS, 

E  ILUSTRADA  CON  DISERTACIONES    SOBRE    LA    TIERRA,   LOS  ANIMALES 

I    LOS    HABITANTES    DE    MÉJICO. 

Escrita  por  don   Francisco  Javier  Clavijero,   i  traducida  del   italiano 
por  don  José  Joaquín  do  Mora. 

«El  autor  de  esta  apreciablc  obra  la  escribió  primiti- 
vamente en  su  natural  lengua  castellana;    poro  inducido 

después  por  algunos  literatos,  que  se  mostraban  deseo- 
sos de  leerla  en  su  propio  idioma,  la  publicó  en  italiano, 
i  la  dedicó  a  la  universidad  de  Méjico,  hallándose  en 
Bolonia,  año  1780.  La  poca  esperanza  que  hai  de  que 
se  publique  el  orijinal  español,  es  una  de  las  principales 
razones  que  han  movido  al  editor  a  restituir  al  idioma 
nativo  i  a  la  literatura  española  una  historia  que  siem- 
pre será  estimada  entre  las  mejores,  i  que  en  la  época 
presente  ofrece  tanto  interés  en  medio  del  ansia  i  nece- 
sidad que  hai  de  conocer  por  buenos  informes  todo  lo 
relativo  a  las  vastas  rejiones  del  nuevo  mundo.  Cual- 
quiera que  sea  el  mérito  del  primitivo  orijinal  en  cuanto 
a  las  dotes  de  lenguaje  i  estilo,  la  traducción  castellana 
nos  parece  una  de  aquellas  compensaciones  que  mas  pu- 
diéramos apetecer  para  consolarnos  de  la  pérdida  que 
sufrimos  en  no  poseer  el  texto  español  del  mismo  Cla- 
vijero. 

«Bajo  el  título  de  Historia,  Antigua  de  Méjico,  se  com- 
prenden todos  los  sucesos  i  datos  mas  importantes  rela- 
tivos a  aquella  vasta  rejion,  desde  los  tiempos  en  que  fué 
habitada  por  otras  naciones  antes  de  los  mejicanos,  has- 


XXXVIII  OPÚSCULOS  LITERARIOS   I   ¡aÚTICOS 


ta  la  destrucción  de  su  monarquía  por  los  españoles  en 
1521:  espacio  poco  menos  que  de  dos  siglos.  Bajo  este 
plan,  puede  considerarse  dividida  en  tres  partes  princi- 
pales, cuyo  enlace,  si  bien  interrumpido  en  el  orden  de 
libros  i  capítulos,  puede,  sin  fatiga  del  lector,  reducirse 
a  un  todo  mui   regular,   a   un    cuerpo  de  historia  mui 
completo  i  bien  provisto   de  las  nociones   esenciales  que 
en  este  jénero  de  escritos  deben   buscarse.  Contiene  la 
primera  un  ensayo  de  historia  natural   de  Méjico,  que 
ocupa  todo  el  primer  libro,  i   que  se  exorna  i  amplifica 
con  nueve  disertaciones  sobre   la  tierra,  los  animales  i 
habitantes  de  Méjico,  puestas  al  fin  del  tomo   segundo, 
como   por  apéndice  de   toda  la  obra  para   dilucidar  los 
hechos  i  resultados  históricos,  sirviendo  de  mui  eficaces 
comprobantes  a  las  opiniones  del  autor.   Este  nunca  es 
aventurado  en  ellas,  i  tanto  mas  sobresale  su  crítica  jui- 
ciosa i   perspicaz,  cuanto  que  da  muestras  de  estar  mui 
■    en    los  principios  i  adelantos   modernos  de  las 
ciencias,  sin  cuyo  auxilio  es  imposible  hacer  una  aplica- 
ción acertada  dr  semejantes  ilustraciones  tan  necesarias 
i  la  verdadera  filosofía  de  la  historia.  Algunos  mira- 
rán esta  pai  ,■)  la   mas  esencial  déla  obra,  pues, 
ido  a  ella  los  li>  .:im.),  en  que  se  da 
noticia   mui  oxten                  ida  de  lodo  lo  relativo  a  la 
relijion  i  a!  gobierno  ¡>  ilítico,  militar  i  económico  de  los 
antiguos  mejicanos,  i  las  adiciones  puestas  al  fin  del  to- 
primero  para  explicar  «'1  sistema  croholójioo  de  que 
ervian,  puede  formar  cualquiera  una  Ideo  tan  cabal 
«le  de              'ca  del  o  lado  que   la  cultura  so- 
adquirir  "ii  aquellas  rejiones  antes  de  la  11c- 

lindo  a!    (plinto 


INTRODUCCIÓN  XXXIX 


inclusive,  abraza  toda  la  narración  ele  los  primeros  esta- 
blecimientos en  Anáhuac,  fundación  del  imperio  mejica- 
no, sus  guerras,  revoluciones  i  engrandecimientos  en  la 
serie  de  nueve  reinados  basta  el  desgraciado  Moteuczo- 
ma  II  en  1519.  Los  tros  últimos  libros,  desde  el  octavo 
al  décimo,  comprenden  los  hechos  i  acontecimientos  de 
la  conquista,  i  forman  la  tercera  parle  de  la  obra,  que 
no  es  menos  recomendable  por  la  exaclüud  i  riqueza  de 
noticias  con  que  el  autor,  lija  la  verdad,  funda  lo  mas 
probable  i  deshace  las  equivocaciones  cometidas  por  los 
escritores  españoles  i  de  «¡tras  naciones  que  lo  lian  pre- 
cedido. Discute  i  resuelve  sin  acalorarse  i  con  tal  juicio 
c  imparcialidad,  que  el  mismo  Hernán  Cortes,  en  quien 
no  disimula  ningún  defecto',  ni  desconoce  ninguna  de  sus 
altas  prendas,  se  presenta  acaso  mas  héroe  que  en  el  pa- 
nejírico  histórico  del  celebrado  Solis,  El  copioso  caudal 
de  obras  impresas  i  manuscritas,  así  de  europeos,  como 
do  mejicanos,  en  cuya  sustancia  se  muestra  como  em- 
papado el  autor,  le  habilita  poderosamente  para  ejercer 
su  fina  crítica;  i  las  frecuentes  notas  que  enriquecen  el 
texto  son  un  continuo  debate  abierto  a  favor  de  la  ver- 
dad entre  las  autoridades  mas  acreditadas.» 

E  L    T  A  L  I  S  M  A  N  , 

CÜBNTO  DEL  TIEMPO    DB  LAS  CRUZADAS,  POR    El-  AUTOR    DEL  WAVKRLEY, 
traducido  al  castellano,  con  un   discurso  preliminar. 

EL    I  VAX  IlO  E  , 
NOVELA    POR   KL  AUTOR   DEL   WAVKRLEY    I   DEL  TALISMÁN', 

traducida  al  castellano. 

«No  hemos  leído  la  traducción  del  Talismán,  pero  nos 
basta  que  sea  de  la  misma  pluma  que  la  del  Iv&nhoe. 
Ciñéudonos  a  esta  última,  no   dudaremos  decir  que  re- 


XL  OPÚSCULOS   LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

presenta  casi  todas  las  gracias  de  su  admirable  orijinal, 
i  nos  trasporta  con  casi  no  menos  poderosa  majia  a  los 
siglos  heroicos  i  feroces  de  la  caballería. 

«La  pintura  animada  de  aquellas  costumbres  tan  diver- 
sas de  las  nuestras,  de  aquellas  justas  i  banquetes,  cas- 
tillos i  palenques,  damas  i  caballeros,  amores  i  desafíos, 
galas  i  armas,  pendones  i  divisas,  corceles  i  palafrenes; 
aquellos  personajes  i  caracteres  tan  vivamente  retrata- 
dos, que  nos  parece  tenerlos  a  la  vista,  conversar  con 
ellos,  i  revestirnos  de  sus  sentimientos  i  pasiones;  aquel 
judío  Isaac;  aquella  hermosa  i  anjélica  Rebeca;  aquel 
Ricardo;  aquel  Juan;  aquel  prior  de  Jorvaulx;  aquel  her- 
mitaño  de  Copmanhurst;  aquellos  templarios;  en  suma, 
cuantas  personas  figuran  en  aquel  grande  i  variado  dra- 
ma; lo  interesante  i  graduado  de  la  acción,  que  nos  lle- 
va de  escena  en  escena  i  de  lance  en  lance,  empeñándo- 
nos cada  vez  mas  en  ella;  el  calor  de  los  afectos,  sin  la 
fastidiosa  sentimentalidad  de  las  novelas  que  se  usaban 
ahora  cuarenta  años;  la  amenidad  de  las  descripciones 
campestres  i  solitarias  que  tan  agradablemente  contras- 
tan con  las  de  los  combates,  asaltos  i  funciones  de  armas; 
lo  entretenido  i  sabroso  de  la  narrativa,  i  la  naturalidad 
del  diálogo,  son  dotes  en  que  el  Iv&TlhoQ  apenas  admite 
comparación,  en  las  novelas  de  este  jénero,  sino  con 
dtrai  (leí  fecundo  autor  del  Wnverlnj. 

«VA  traduotor  los  ha  reproduoido  con  mucha  felicidad 
cu  el  castellano;  i  a  fuerza  do  talento,  ha  superado  las 
dificultades  no  pequeñas  que  ofrece  la  diferente  índole 
il,-  i  acercándose  mucho  •»  la   excelencia 

dd  orijinal  •"ni  en  el  estilo  descriptivo,  sin  embargo  de 
uperior  copia,  facili  lad  tion  del  Idioma  Ingles. 

om- 


INTRODUCCIÓN  XLÍ 


pletamentc  satisfecho  con  los  equivalentes  castellanos  de 
algunas  voces  i  frases  relativas  a  ciertos  usos  de  las  eda- 
des caballerescas.  Pero  ¡qué  diferencia  entre  el  feuda- 
lismo español,  modificado  por  la  influencia  arábiga,  i  el 
estado  social  que  la  conquista  normanda  produjo  en  In- 
glaterra! Los  glosarios  de  ambos  son  por  consiguiente 
diferentísimos,  i  no  se  puede  verter  el  uno  en  el  otro, 
sino  aproximadamente,  o  empleando  circunlocuciones 
embarazosas.  El  traductor  del  Ivanlioe  ha  tenido  razón 
en  preferir  el  primer  medio.» 

CUADRO  DE  LA  HISTORIA  DE  LOS  ÁRABES, 
por  don  José  Joaquín  do  Mora. 

«El  interés  histórico  de  estos  cuadros  es  grande:  su 
diseño  i  colorido  bellísimos;  i  mui  pocas  obras  modernas 
pueden  competir  con  ellos  en  la  soltura,  gracia  i  lozanía 
del  estilo.» 

M  I  D  I  T  A  ('.IONES     P  O  É  T I G  A  8 , 
por  don  José  Joaquín  de  Mora. 

«Bajo  este  título,  se  presenta  una  breve  colección  de 
doce  láminas  de  excelente  dibujo  i  grabado,  que  deben 
considerarse  como  el  fondo  déla  obra,  no  siendo  el  texto 
mas  que  una  ilustración  poética  de  otros  tantos  sujetos 
filosófico-relijiosos,  representados  en  aquellas  con  nota- 
ble novedad  en  la  invención  de  las  alegorías  i  en  la 
expresión  de  las  imájenes  mas  vivas  i  de  los  pensamien- 
tos mas  profundos.  La  idea  de  estas  meditaciones  se 
halla  tomada  de  un  poema  ingles  de  Blair  intitulado  El 
Sepulcro.  Estas  meditaciones  no  son  una  mera  traduc- 
ción, i  puede  decirse  que  ofrecen  una  imitación  bien  eje- 


XU1  OPÚSCULOS  LITEHAIUOS  I  CIÚTICOS 


catada  i  apropiada  a  la  poesía  castellana,  con  alteracio- 
nes mui  bien  ideadas  en  beneficio  de  los  lectores  a  quie- 
nes se  destinan,  según  el  tono  de  los  mejores  poetas 
Castellanos  que  han  pulsado  la  lira  sagrada:  objeto  que 
el  señor  Mora  lia  tenido  mui  presente,  i  que  ha  desem- 
peñado con  laudable  acierto  aun  en  los  muchos  pensa- 
mientos orijinales  que  ha  introducido.» 

Trascurriendo  los  años,  don  Andrés  Bello  i  clon  José 
Joaquín  de  Mora  se  encontraron  en  Chile,  sin  quererlo, 
el  uno  al  frente  del  otro,  alistados  en  bandos  políticos 
hostiles,  i  a  la  cabeza  de  establecimientos  de  instrucción 
que  se  disputaban  la  preeminencia. 

Sostuvieron  aun  una  controversia  literaria  algún  tanto 
acalorada. 

Sin  embargo,  el  tiempo  no  tardó  mucho  en  apaciguar 
sus  emulaciones. 

Aunque  no  tuvieron  ocasión  de  tornar  a  verse,  la 
hallaron  para  darse  pruebas  de  aprecio. 

En  este  volumen,  puede  leerse  la  noticiado  las  Leyen- 
das Españolas  que  Bello  publicó  con  mucha  posteriori- 
dad a  1  s  si  que  acabo  de  traer  a  la  memoria. 

En  la  última  edición  de  la  Ortolojía  i  Métrica  de  la 
/'■//;;  ta,  Bello,  hablando  sobre  los  cortes  de 

las  i  ,  se  expresa  como  sigu  •: 

*te  punto,  los  mas  primorosos  artistas  que  yo 

i  son  Mora  i   Maury;  pero  no  sé  si  me  atreva  ;i 

.indo  se  siente  ;•  veces  o]  esfuerzo,  i  se 

:i;i.i  \¡  lencia  a  la  expresión  hasta  oscurecer  el 

sentido  I  ta.  o 

la  misma  obra,  din*  que  cía  vorsi- 
i  siempre  intachable.» 

i  en    las  <•  ilumnas  de  El 


INTRODUCCIÓN  XLI11 


Repertorio  Americano  a  algunos  de  los  tratados  elemen- 
tales cuya  redacción  fué  encomendada  a  Urcullu  por 
Ackermann. 

GRAMÁTICA     INGLESA , 
REDUCIDA     A     VEINTIDÓS     LECCIONES, 

por  don   José    do  Urcullu. 

«Luego  hará  dos  años  que  se  publicó  esta  gramática, 
compuesta  por  uno  de  los  muchos  españoles  que,  hu- 
yendo de  los  horrores  de  la  tiranía  que  oprime  a  su  des- 
graciada patria,  han  venido  a  hallar  un  asilo  en  esta  tie- 
rra de  la  libertad.  Aunque  el  autor  no  sabía  el  idioma 
ingles  cuando  llegó  a  este  país,  según  él  mismo  lo  con- 
fiesa en  el  prólogo  de  su  obra,  fué  tal  su  aplicación,  que 
no  bien  había  pasado  un  año,  cuando  ya  tenia  la  gramá- 
tica en  disposición  de  imprimirse.  Talvez  esta  circuns- 
tancia pudiera  parecer  a  algunos  poco  favorable  al 
mérito  déla  obra;  pero,  en  honor  de  la  verdad,  podemos 
asegurar  a  nuestros  lectores,  que  ha  sido  acojida  del 
público  con  preferencia  a  las  de  Connelly,  Williüm  Ca- 
sey,  Don  Jorje  Shipton,  i  otra  impresa  en  Oviedo  i  reim- 
presa en  18*23  en  Madrid  con  el  pomposo  título  de  Bi- 
blioteca Elemental,  que  son  las  que  hasta  ahora  han  sido 
mas  conocidas. 

«El  señor  Urcullu  se  ha  abstenido,  i  con  mucha  razón 
en  concepto  nuestro,  de  dar  reglas  parala  pronunciación 
de  la  lengua  inglesa,  convencido  por  propia  experiencia 
de  que  la  mejor  regla  de  todas  es  la  viva  voz  del  maestro, 
i  uno  o  dos  meses  de  continua  lectura;  pues  de  otro 
modo  el  discípulo,  ademas  de  fatigarse  en  hacinar  mu- 
chas reglas  en  su  memoria,  no  logrará  el  fin  que  se  pro- 


XL1V  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

ponen  los  que  llevan  su  arrogancia  hasta  el  punto  de 
asegurar  que,  en  ¡joco  tiempo,  i  por  sí  solo,  puede  uno 
aprender  a  pronunciar  el  idioma  que  presenta  mas  irre- 
gularidades en  esta  parte  entre  todos  los  idiomas  euro- 
peos. 

«Hemos  observado  también  en  la  gramática  de  que 
damos  cuenta,  que  nohai,  como  en  otras,  un  tratado  de 
versificación  inglesa,  fundado  sin  duela  el  autor  en  que 
ningún  discípulo  va  a  examinar,  al  leer  los  poemas  do 
lord  Byron,  de  Pope,  etc.,  los  pies  pírriquios,  anfíbra- 
cos, tríbracos,  i  otros  de  este  jaez  que  se  hallan  en  cada 
verso.  Hubiéramos  deseado,  sin  embargo,  que,  entre  los 
modelos  de  traducción,  hubiese  añadido  el  autor  alguno 
de  poes/'a  inglesa,  para  que  el  discípulo  viese  el  jiro 
atrevido,  el  vuelo  majestuoso  que  por  lo  común  se  ob- 
serva en  ella,  i  las  libertades  que  so  toman  los  poetas 
ingleses. 

«La  gramática  está  dividida  en  veinte  i  dos  lecciones,  a 

cada  una  de  las  cuales  corresponde  un  tema,  dispuesto  do 

manera  que  se  puedan  poner  en  practícalas  reglas  antes 

explicadas.  Una  de  la3  principales  dificultades  para  los 

que  aprenden  el  idioma  ingles,  suele  ser,  por  lo  jeneral, 

el  uso  del  jenitivo  de  posesión  con  la  s  i  el  apóstrofo,  i 

ígnos  del  futuro,  i  subjuntivo  shall,  wíll,  m&y,  can 

!  derivados.  El  autor  ha  sabido  desvanecer  esta  di- 

Qcultad  por  medio  de  reglas  mui  claras,  ilustradas  con 

repetidos  ejemplos.  La  segunda  parte  de  la  obra  80  oom- 

ponede  una  nomenclatura  abundante,  de  varios  diálo- 

nodelos  de  traducción  en  ambas  lenguas. 

Concluye  con  una  lista  de  mas  de  seiscientos  verbos  in- 

on  las  partículas  que  rijen,  poniendo  un  ejemplo 

para  cada   partícula.  No  hemos  visto  hasta  ahora  una 


INTRODUCCIÓN  %t\ 


gramática  española-inglesa,  que  trale  esla  parte  tan  di- 
fícil del  idioma  ingles  con  la  extensión  i  esmero  con  que 
se  ve  desempeñada  en  la  del  señor  Urcullu.  Por  lo  tan- 
to, no  podemos  menos  de  recomendar  al  público  ameri- 
cano esta  obrita,  cuyo  método,  claridad  i  concisión  la 
hacen  acreedora  al  aprecio  de  los  que  quieran  dedicarse 
al  estudio  del  idioma  de  un  país,  que  tiene  ya  tantas  re- 
laciones políticas  i  mercantiles  con  el  nuevo  continente.» 

CATECISMO    DE    RETORICA, 
POR     DONJ08É     DE     URCL'LLU. 

«El  mérito  i  la  dificultad  de  los  libros  de  esta  especie 
no  tanto  consiste  en  la  orijinalidad,  cuanto  en  el  acierto 
de  escojer,  aprovechar  i  disponer  los  materiales.  En  esta 
parte,  se  halla  bastante  bien  desempeñado  el  Catecismo 
de  retórica,  cuyo  autor  se  ha  propuesto  presentar  en  sus 
breves  pajinas  la  esencia  de  la  Filosofía  de  la  elocuencia 
por  Capmany,    de  los  Principios  de  retórica  por  Sán- 
chez Barbero,  i  de  la  Introducción  a  la  elocuencia  es- 
pañola por  el  padre  Basilio  Boggiero.  Su  juiciosa  doci- 
lidad a  los  preceptos  de  estos  maestros,  i  el  gusto  en  la 
oleccion  do  abundantes  ejemplos  sacados  de  los  mejores 
autores  españoles  i  de  algunos   extranjeros,  hacen  muí 
recomendable  este  librito.  Únicamente  hemos  notado  i 
sentido  en  cuanto  a  esto  último,   ver  citado  por  modelo 
un   pasaje  de  Jerarclo  Lobo,    cuyo   nombre  solo   debe 
mentarse  cuando  se  trate  de  señalar  los  escritores  vi- 
tandos. Al  hablar  de  los  modos  accidentales  del  estilo, 
se  insinúan  como  por  casualidad  los  que  dependen  del 
mecanismo  de  la  lengua;  habría  sido  de  desear  que,  tan 
compendiosamente  como  los  demás  puntos,  se  hubiese 


XLV1  OPÚSCULOS  LITERARIOS  1  CKITICOS 

también  tratado  éste,  señalando  las  dotes  peculiares  de 
la  lengua  castellana  como  órgano  de  la  elocuencia.  Tam- 
bién hubiera  sido  bueno,  i  lalvez  mui  del  caso  para 
completar  el  catecismo,  haber  dado  cabida  en  los  lugares 
oportunos,  o  en  un  capítulo  especial,  a  las  indicaciones 
de  las  mejores  obras,  piezas  i  trozos  de  ellas  que  los  jó- 
venes deben  consultar  e  imitar  de  preferencia,  no  solo 
en  los  principales  jéneros,  sino  también  en  sus  divisio- 
nes i  especies.  Asimismo,  hubiera  sido  mui  convenienle, 
en  nuestro  concepto,  que,  al  tratar  de  las  fuentes  de  la 
elocuencia,  se  hubiesen  comprendido  (ademas  de  la  filo- 
sofía, la  historia,  i  el  estudio  del  corazón  humano)  la 
relijion  i  la  política  u  organización  social,  que  en  nues- 
tros tiempos  reclaman  una  atención  mui  diversa  de  la 
que  inspiraban  en  los  antiguos,  i  que,  consideradas  bajo 
este  respecto,  pueden  prestar  grandes  auxilios  para  el 
estudio  i  ejercicio  de  la  elocuencia;  i  no  hubiera  estado 
de  mas  el  haber  expuesto  algunas  reglas  para  el  examen 
de  lo  bello  i  sublime  en  el  sentido  moral,  i  para  formar 
el  gusto  en  materias  literarias.  Pero  no  pidamos  dema- 
siado de  una  vez,  i  conlrnlrmonos  con  decir  que  el  Cate- 
cismo  de  retórica  es  el  tratado  elemental  mas  compen- 
dioso i  rico  en  buenos  ejemplos  i  preceptos  que  hasta 
ahora  hemos  visto  en  castellano,  aun  faltándole  lo  que 
iros  echamos  de  menos,  i  que  otros  acaso  no  ten- 
drán p<>r  t;in  necesario.» 

ELEMENTOS   DB   PERSPECTIVA, 

POR  JUAN  WELLS, 

profesor  ,d*  dibujo  del  oolejio  de  Grieto  én  Londres, 
traduoidos  por  don  José  de  i  froullu. 

Un  ouaderno  en  ouarto  mayor  con  siete  láminas. 
obrita  está  dividida  endooeoapíti  i  los  cuales 


INTRODUCCIÓN  Xl.Vil 

se  dan  varias  reglas  mui  sencillas  para  adquirir  fácil- 
mente, i  sin  necesidad  de  otros  estudios  preliminares, 
los  principios  jeneralcs  de  perspectiva.» 

ELEMKNT03   DE    DIBUJO    NATURAL, 
traducidos  del  ingles,  por  don  Jos¿>  de  Urcullti. 

«En  el  capítulo  primero,  se  dan  reglas  jenerales  para 
aprender  a  dibujar;  en  el  segundo,  reglas  particulares 
sumamente  útiles;  en  el  tercero,  se  habla  de  las  líneas 
preliminares;  en  el  cuarto,  de  las  facciones  del  postro 
humano,  i  de  los  miembros  del  cuerpo  separadamente 
con  sus  proporciones;  en  el  quinto,  del  rostro  humano; 
en  el  sexto,  de  las  figuras  de  cuerpo  entero  i  sus  propor- 
ciones; la  luz  i  la  sombra  forman  el  asunto  del  capítulo 
séptimo;  i  en  el  octavo,  que  es  el  último,  se  dan  las  re- 
glas para  dibujar  el  ropaje.  Al  fin  del  cuaderno,  van  doce 
hermosas  láminas  que  representan  varias  parles  del 
cuerpo  i  del  rostro  por  separado,  una  Eva,  el  Apolo  del 
Vaticano,  el  Hércules  Alastor,  i  una  Ninfa.  La  parte 
teórica  ha  sido  sacada  de  obras  compuestas  por  hábiles 
profesores  que  han  escrito  sobre  esta  materia;  las  lámi- 
nas son  producción  de  artistas  de  mucho  mérito.  Cier- 
tamente sería  de  desear,  i  útilísimo  para  la  América,  que 
el  señor  Ackcrmarm  continuase  publicando  cuadernos 
que  traten  del  dibujo  de  paisaje,  de  flores,  mariscos,  etc.; 
i  otro  en  el  cual  se  reuniesen  los  diversos  jéneros  de 
grabados  conocidos  hasta  ahora,  particularmente  el  li- 
tográfico,  inventado  por  el  alemán  Seunefelder,  cuya 
utilidad  es  superior  a  todo  encarecimiento.» 


XLVIII  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

RECREACIONES   JEOMETRICAS 
RECREACIONES  ARQUITECTÓNICAS—  LA  NUEVA  MUÑECA, 

traducidas  por  don  José  de  Urcullu. 

«Estas  tres  obritas,  de  las  cuales  las  dos  primeras  van 
acompañadas  de  una  cajita  con  figuras  de  madera  adap- 
tadas a  los  modelos  grabados,  i  la  tercera  está  adornada 
de  seis  láminas,  pertenecen  a  la  clase  de  aquellos  jugue- 
tes con  que  suelen  obsequiar  a  los  niños  los  que  conocen 
la  importancia  de  hacerles  adquirir  de  un  modo  entre- 
tenido los  primeros  rudimentos  de  la  moral  o  de  algunas 
artes  i  ciencias.  Todas  tres  están  ejecutadas  con  aquella 
lijereza  i  pulcritud  que  es  lo  principal  que  debe  procu- 
rarse en  estas  útiles  chucherías.» 

CUENTOS   DE    DUENDES    I    APARECIDOS 

COMPUESTOS  CON    EL    OUJETO    EXPRESO    DE    DESTERRAR  LAS  PREOCUPA- 
CIONES VULGARES  DE  APARICIONES. 

ADORNADOS  CON   SEIS  ESTAMPAS    ILUMINADAS. 

Traducidos  del  ingles  por  don  José  de  Urcullu. 

a  A  pesar  del  expreso  designio  que  se  nos  dice  i  cre- 
emos tienen  estos  cuentos;  a  pesar  de  que,  al  fin  de  cada 
uno  do  ellos,  so  refieren,  demuestran  i  patentizan  las 
causas  naturales,  los  medios  i  los  ardidos  que  produjo- 
ron  los  estupendos  sucesos  quo  so  refieren  como  cosas 
del  otro  mundo,  nos  queda  el  recelo  de  que,  cayendo  en 
manos  do  las  personas  aficionadas  a  leyendas  de  este 
jaez,  el  antídoto  será  ineficaz,  o  llegará  tardo  para  neu- 
tralizar el  veneno.  Aun  precediendo  al  cucólo  la  expli- 
on  del  .'u-tiíicio  con  que  está  trazado,  nos  parece  que 
habí  jo  de  que  la  tmajlnacion  calentadiza  de  los 


INTUODIXCIO.V  MAX 

que  gustan  de  leer  i  oír  tales  consejas  (que  son   los  me- 
nos instruidos  c  idóneos  para  nutrirse  en  historias  mas 
provechosas)   recibiesen  impresiones  demasiado  fuertes 
e  indelebles  que  aumentasen  el  mal  en  vez  de  remediar- 
lo, como  sucede  al  aprensivo  que,  a  fuerza  de  tomar  pó- 
cimas, se  estraga  el  estómago  que  tenia  sano,  o  empeora 
i  hace  incurable  su  dolencia.  Cierto  es  que,   no  prece- 
diendo la  explicación,   se  mantiene   con  mas  fuerza  el 
interés  i  suspensión  que  asombran  al  candido  lector; 
pero  en  esto  cabalmente  está  el  peligro  i  el  yerro  de  la 
cura.  Tampoco  aconsejamos  que  se  escriban  insipideces, 
cuales  serian  los  tales  cuentos  si,  a  la  primera  entrada, 
se  nos  dijese  cómo  i  por  qué  no  eran  verdades;  pero  por 
lo  mismo  somos  de  sentir  que  en  estas  materias  no  de- 
bo  ejercitarse   la  inventiva  como  contraveneno,   i  sí  el 
frió  e  irresistible  raciocinio  para  los  que  puedan  usarlo; 
i  para  los  que  nó,   como  los  niños,  un  sumo  cuidado  en 
los  padres,  ayos  i  maestros  de  que  no  se  les  vicie  la  ima- 
ginación desde  la  edad  tierna.   Los  que  no  peligran  por 
ninguna  de  las  maneras  indicadas,  pueden  leer  algunos 
de  estos  cuentos,  así  como  habían  de  pasar  un  rato  en- 
tretenido con  los  lances  de  alguna  comedia  de  enredo 
de  las  del  antiguo  teatro  español  (salvo  el  chiste  i  gra- 
cejo del  diálogo  que  no  tienen  los  aparecidos),  o  alguna 
novela  de  ocurrencias  peregrinas  i  como  buscadas  a  luz 
do   candil.  Recomióndanse  especialmente  por  esta  cir- 
cunstancia en  la  colección  de  que  hablamos,   el  cuento 
del  Manto  Verde  de  Véncela,  i  EL  Manuscrito  Catatan, 
Padre  en  vida  i  testigo  en  muerte,  este  último  añadido  i 
compuesto  orijinalmente  por  el  traductor  sobre  lances 
que  se  suponen  ocurridos  en  España,  e  ideado  sobre  el 
natural  i  curioso  juego  de  la  ventrilocucion.» 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


LECCIONES    DE    MORAL,  VIRTUD    I    URBANIDAD, 
por  don  José  de  l'rcull  i. 

«Es  uno  de  los  libros  nías  recomendables  para  la  ins- 
trucción de  los  niños,  i  de  los  mejor  adaptados  a  la  com- 
prensión i  al  gusto  de  los  primeros  años:  breve,  claro, 
divertido,  i  con  frecuencia  adornado  de  ejemplos  i  anéc- 
dotas, cuyo  atinado  enlace  empeña  insensiblemente  la 
afición  de  los  jóvenes  lectores  a  quienes  particularmente 
está  destinado.  En  lo  principal  de  la  obra,  ha  seguido  el 
autor  el  plan  del  Trésor  des  enfans,  por  Blanchard;  pero 
animando  mas  el  diálogo,  dando  a  algunos  cuadros  un 
colorido  mas  vivo  i  risueño,  i  añadiendo,  suprimiendo  o 
modificando  varios  pasajes,  según  loexijian  las  costum- 
bres de  los  pueblos  en  cuya  lengua  está  becha  la  ver- 
sión. Yernos  con  placer  que  en  esta  parte  ha  mejorado 
mucho  la  producción  francesa;  i  no  es  lo  que  menos  se 
recomienda  en  la  traducción,  o  sea  imitación  hecha  por 
el  señor  1  'rcullu,  la  naturalidad,  el  buen  lenguaje  i  cierta 
unción  cariñosa  del  (lia]"-.)  que  proporcionarán  a  su  li- 
brito  el  mérito  raro  en  los  do  esta  especie,  de  leerse  sin 
fastidio  ¡  de  releerse  para  saborear  el  gusto  de  la  primera 
lectura.  Acaso  no  sucederá  oír.»  tanto  con  algunos  tro- 
que lia  puesto  al  fin  (Mino  por  via  de  apéndice,  los 
cuales,  sí  bien  O8cojidos  con  mucha  oportunidad,  seré- 
tten  mas  del  tono  preceptivo,  siendo  las  interlocucio- 

:   no  tan  bien  hiladas.    Esto  se  ñola   \a 

era,  que  Irata  do  la  urbanidad,  pero 

■<  ¡alnn-iiir  desde  la  t&rdeo  conversación  \\n,  pajina 

n  ombarg  >.   l"  «le  lord  < !hes- 

I    las  parábolas  do  Salomón,  la  oda  dé  Thomas 


INTRODUCCIÓN  L[ 

sobre  los  deberes  de  la  sociedad,  traducida  en  verso  cas- 
tellano, i  el  examen  de  los  medios  que  se  deben  emplear 
en  la  educación  según  se  practican  en  un  establecimien- 
to pestaloziano  de  Suiza,  deben  considerarse  como  una 
porción  de  las  mas  importantes  de  esta  obrita,  a  lo  me- 
nos en  cuanto  pueden  servir  como  de  texto  clásico,  ya 
que  no  como  de  atractivo  para  mezclar  la  enseñanza  con 
el  entretenimiento  i  la  curiosidad,  que  tanto  pueden  con 
los  niños.  Algunas  fábulas,  notas  i  pensamientos  oriji- 
nalcs  del  señor  Urcullu,  aplicados  con  juicio,  acreditan 
que  la  empresa  de  apropiar  estas  lecciones  a  la  lengua 
castellana  i  al  gusto  de  las  naciones  que  la  hablan,  no 
se  ha  malogrado  en  sus  manos.» 

Don  Andrés  Bello  no  perdió  oportunidad  de  estimular 
en  EL  Repertorio  Americano  la  publicación  de  las  obras 
científicas  en  la  America  Española,  escribiendo  en  esa 
revista  sobre  las  pocas  que  aparecían,  i  que  llegaban 
a  sus  manos,  como  lo  demuestra  el  ejemplo  que  paso  a 
citar: 

PROGRAMA  DE    l'.N    CURSO    DK   JKOMETIUA, 

PRESENTADO    A    LA  SOCIEDAD    DE    CIENCIAS    FÍSICO-MATEMÁTICAS 
DE    BUENOS  AIRES, 

por  don  Felipe  Sonilloaa. 

«Nada  es  de  mejor  agüero  para  el  progreso  de  la  ilus- 
tración entre  los  americanos,  que  verlos  desde  sus  pri- 
meros ensayos  tentar  sendas  poco  trilladas  e  idear  me- 
joras aun  en  aquellos  objetos  que  al  parecer  prestan  ya 
poco  campo  al  injenio,  i  no  permiten  aspirar  a  otro  mé- 
rito que  al  de  mas  o  menos  habilidad  en  la  redacción. 
A  donde  no  se  muestra  este  instinto  de  orijinalidad  que 
empieza  ya  a  centellear  en  el  programa  del  señor  Seni- 


LII  OPÚSCULOS  LITÁRAMOS  I  CRÍTICOS 


llosa,  no  se  puedo  decir  que  so  han  trasplantado  verda- 
deramente las  ciencias,  ni  que  existen  sino  como  los 
vejetalcs  exóticos  en  un  herbario,  privadas  del  princi- 
pio de  vida,  sin  el  cual  no  pueden  echar  raices,  florecer, 
ni  dar  fruto. 

«Preceden  a  la  obra  una  memoria  del  autor  leída  a 
la  Sociedad  de  ciencias  físico-matemáticas  de  Buenos 
Aires,  en  8  de  marzo  de  182.3,  i  el  dictamen  de  una  co- 
misión de  este  cuerpo,  de  que  sacaremos  la  siguiente 
breve  noticia: 

« — Convencido  (el  autor)  de  que  todos  los  principios  de 
la  mecánica  se  hallan  hoi  sujetos  a  la  jcometría  i  redu- 
cidos a  fórmulas  jenerales,  que  no  dejan  otra  cosa  que 
desear  que  la  perfección  de  los  procederes  analíticos,  se 
decide  por  empezar  a  formar  un  curso  de  jeometría  so- 
bre un  plan  sencillo,  natural  i  filosóíico.  Parte  siempre 
de  los  hechos,  i  éstos  le  ponen  en  la  necesidad  de  resol- 
ver problemas:  los  primeros  medios  que  emplea  son  de- 
ducidos de  la  inmediata  inspección  de  los  cuerpos,  i  las 
verdades  que  sucesivamente  descubre  van  mejorando 
los  medios  de  proceder.  De  este  modo,  a  medida  que 
adelanta  en  el  estudio  de  la  extensión,  adelanta  en  los 
procederes  del  cálculo.  Este,  con  sus  aplicaciones,  so  hace 
nidios  abstracto.  El  que  estudia  va  conociendo  las  ven- 
tajas del  idioma  a\j  sobre  el  idioma  vulgar,  por- 
que siente  la  m sida  i  de  cultivar  el  cálculo  antes  do 

fastidiar  e  déla  aridez  do  i  tudio,  cuando  se  halla 

irado  d<  tetones.  Tal  es  la  verdad  do  aquel 

principio  con  que  1 1  <vU-l>:v  ('ondular  terminó  el  manus- 
crito de  su  a]  da  obra  Langue  des  calcula;  On 
apprend  d'ordinaire  assez  mal,  lorsqu'on  ótudieavant 
¡i  le.  besoin  d'approndre. — 


INTRODUCCIÓN  Lili 


«El  autor  del  programa  se  limita,  por  supuesto,  a  bos- 
quejar la  marcha  del  entendimiento  en  la  indagación  de 
las  verdades  jeomét ricas,  lo  que  desempeña  a  nuestro 
parecer  con  mucho  injenio,  siguiendo  el  hilo  de  la  jenc- 
racion  de  las  ideas,  aunque  es  de  sentir  que  no  se  hu- 
biese esmerado  algo  mas  en  la  exactitud  i  corrección  del 
lenguaje,  que  tanto  hace  resaltar  la  elegancia  del  proce- 
der analítico. 

«Quisiéramos  dar  a  nuestros  lectores  alguna  idea  de 
los  trabajos  de  la  Sociedad  Físico-matemática  de  Buenos 
Aires;  pero  en  el  breve  i  apreciable  tratado  que  ha  su- 
jerido  las  observaciones  precedentes,  es  donde  hemos 
hallado  el  primer  indicio  de  ellos,  i  aun  la  primera  no- 
ticia de  la  existencia  de  este  cuerpo.» 

Bello  se  complació  especialmente  en  dar  a  conocer 
con  su  benevolencia  o  imparcialidad  características  i  ha- 
bituales las  producciones  de  los  raros  injenios  hispano- 
americanos que  empezaron  por  entonces  a  rendir  culto 
a  las  Musas. 

Como  pueden  servir  para  estudiar  los  oríjenes  de 
nuestra  literatura  en  la  época  de  la  independencia,  voi  a 
reproducir  a  continuación  los  cortos  artículos  referentes 
a  esas  obras  que  insertó  en  EL  Repertorio  Americano. 

v  í  r  j  i  N  i  A 

Trajodia  en  cinco  actos,  compuesta  por  I).  N.  $, 
Caracas,  1824 

«Este  es  uno  de  los  primeros  ensayos  del  injenio  ame- 
ricano en  un  jénero  dificultosísimo,  i  en  nuestro  sentir 
aventaja  a  los  que  le  han  precedido:  el  plan  es  regular; 
las  escenas  se  suceden  i  encadenan  con  arte,  i  no  faltón 


LIV  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


bellas  ideas,  que  resaltarían  mas,  si  se  hubiera  pulido 
el  estilo.» 

POESÍAS   UE  JOSÉ  MARÍA   HEREDIA. 
Nueva  York,  IS25. 

«Producciones  de  un  joven  habanero,  en  las  cuales,  a 
vueltas  de  algunos  descuidos  de  lenguaje,  se  descubre 
una  fantasía  vivaz  i  rica,  un  corazón  afectuoso,  i  otras 
eminentes  cualidades  poéticas.  Destinamos  a  ellas  un 
artículo  en  el  siguiente  número.» 

ELEJÍAS    NACIONALES  PERUANAS 

por  el  doctor  Josó   Fernández  Madrid. 
Cartajena  de  Colombia,  1825. 

«El  doctor  Madrid  es  hijo  de  Cuudinamarca,  i  sirvió 
el  encarg o  de  presidente  del  gobierno  federal  de  Nueva 
('.ranada  en  una  délas  épocas  mas  calamitosas  de  la  re- 
volución, lia  tiempo  que  cultiva  con  mui  buen  suceso 
l.i  pOQ8Ía,  i  la   obra  di1  que  damos  noticia  es  de  las  mc- 

joresque  hemos  visto  su\as.» 

SILA 

Trajedia  <•:!  olí  itada  en  <'l  toatro  do  Méjico 

«•I  día  1 2  de  diciombre  <l<v  1825, 

en  celebridad  <l«'l  día  del  excelentísimo  señor  don  Guadalupe  Victoria, 
presidente  <l<'  l<»s  listados  Unidos  Vlojioai 

l  traductor  de  esta  pieza  es  el  señor  Heredia,  (¡no 
probablemente  no  tendría  tiempo  de  emplear  en  ella  la 
lima,  porque  ni  en  el  estilo  ni  en  la  versificación,  nos 

nal  .-i  las  mejores  suyas.  Hai, 
ii  que  -c  descubre  toda  la,  abun- 
dancia i  la  valentía  de  e  te  admirable  injenio,  que,  con 


INTRODUCCIÓN  W 


un  poco  mas  de  estudio  i  corrección,  competiría  con  los 
mejores  poetas  de  nuestros  dias,  de  cualquier  lengua  i 
nación  que  sean.» 

GUATIMOC 

Trajedia  en  cinco  actos,  por  Josó  Fernández  Madrid. 
Paris,  1827. 

«El  Guatimoc  es  el  mejor  de  todos  los  ensayos  que 
hasta  ahora  se  han  hecho  por  americanos  en  uno  de  los 
jéneros  de  composición  mas  difíciles.,  i  en  que,  después 
de  las  tentativas  de  Huerta,  Moratin,  Cienfuégos,  Quin- 
tana i  otros  excelentes   injenios,  no  hai  todavía  una  so- 
la pieza  castellana  que  pueda  llamarse  clásica.  El  asunto 
de  la  presente  tiene  el  mérito  de  su  celebridad  histórica, 
i  del  grande  interés  que  el  nombre  solo  del  héroe  basta 
para  inspirar  a  los  americanos;  pero  bajo  otros  respectos 
no  lo  juzgamos  felizmente  escojido.  La  contienda  entre 
los  mejicanos  i  los  españoles  por  la  posesión  de  un  teso- 
ro no  es  bastante  digna  de  la  gravedad  del   coturno;  i  a 
pesar  del  arte  con  que  el  poeta  ha  sabido  realzar  la  im- 
portancia  del   objeto  que  se   disputa   ligándole   con   la 
salud  del  imperio,  un  montón  de  oro  i  plata  es  al  fin  un 
ser  inanimado  que  no  puede  hablar  al   corazón  como, 
por  ejemplo,  el  hijo  único  que  una  madre  tierna  quiere 
sustraer  a  la  crueldad  de   un  tirano,  o  como  la  madre 
delincuente,  pero  llena  de  remordimientos,  que  un  hi- 
jo respetuoso,  instrumento  involuntario  de  la  venganza 
celeste,    inmola   sobre  la   tumba  de  un   padre.  De  aquí 
resulta  que  el  sacrificio  de  Guatimoc  no  aparezca   sufi- 
cientemente  motivado,  i  que  los  españoles  se  nos  pre- 
senten  animados   de  una  pasión   sórdida,   que  los  hace 
aun  mas  despreciables  que  odiosos.  Pero  el  respeto  con 


LVI  OPÚSCULOS  LITEHARIOS  I  CUITICOft 


que  el  señor  Madrid  ha  tratado  la  historia,  i  de  que  le 
dispensaban  hasta  cierto  punto  las  leyes  poéticas,  no  le 
ha  impedido  exornar  oportunamente  la  acción.  La  catás- 
trofe de  la  imperial  Tenochtitlan,  i  los  afectos  de  padre 
i  esposo  que  hermosean  el  carácter  de  Guatimoc,  suavi- 
zan el  tinte  jen  eral  del  cuadro;  i  entonces  es  cuando  el 
poeta,  dando  sueltas  a  su  vena  naturalmente  dulce  i 
tierna,  hace  una  impresión  mas  profunda  en  el  alma.  La 
acción  se  ha  conducido  con  mucho  juicio;  los  caracteres 
(no  obstante  la  opinión  de  un  crítico  respetable  en  la 
Revista,  Enciclopédica)  nos  parecen  tan  conformes  con  la 
historia,  como  naturales  i  bien  sostenidos;  i  aunque  el 
Guatimoc  no  está  ni  debió  estar  en  la  especie  de  estilo 
en  que  mas  sobresale  el  autor,  hallamos  en  esta,  como 
en  casi  todas  sus  obras,  una  prenda  sumamente  reco- 
mendable: un  tono  de  naturalidad  i  verdad,  sin  esfuerzo, 
sin  énfasis  afectada,  sin  trasportes  violentos,  sin  estu- 
diados adornos  de  dicción.  Verdad  es  que  tampoco  en 
deja  de  en  I  regarse  con  demasiada  confianza  a  la 
facilidad  de  su  injenio;  pero  nada  es  mas  raro  que  el 
acertar  con  aquel  pimío  preciso  que  está  a  distancia 
igual  do  la  desnudez  i  del  fasto,  de  la  neglijencia  i  de  la 
unción;  i  si  bg  ha  do  pecar  por  uno  de  estos  dos 
extremos,  el  bueng  irá  siempre  mas induljente  con 

el  primero. 

;i  Gu&tim  '■■  es  mu!  superior  a  la  Átala  (producoion 

de  la  misma  pluma  que  se  ha  representado,  según  cree- 

ibana  i  -  i  iudadea  de  América),  i 

I  nmuch  i  Ito  grado  las  cualidades  necesarias 

par  i  o  el  teatro.» 

i) 'ii  Andrés  Pollo  fuócn  la  ouestion  «irlas  relaciones 

ido  p  Mr.  mal  isla  decidido. 


INTRODUCCIÓN  LVII 


Su  admiración  a  las  instituciones  inglesas  fortificó  en 
él  su  adhesión  a  esta  doctrina. 

Los  artículos  que  van  a  leerse,  publicados  en  El  Reper- 
torio Americano,  manifiestan  lo  que  pensaba  acerca  de 
este  punto. 

VERDADERA    IDEA    DE    LA    SANTA    SEDE 

ESCRITA  EN    ITALIANO    POR    EL    PRESI5ÍTER0    DON    PEDRO  TAMliURINI 

DE  liRESCIA, 

Profesor  do  la  universidad  imperial  i  real  de   Pavía,  caballero  de 

la  corona  de  hierro,  miembro  del  instituto   imperial  i  real 

de  las  ciencias. 

Traducida  por  ü.  N.  Q.  S.  C,  quien  la  dedica  a  los  pueblos 
libros  de  América  con  esta  epígrafe:  Statr,  et  nolite 
iterum  jugo  svrvitutis  contineri. 
S.  Paul,  ad  Galat. 

Esta  obra  puede  hacer  juego  con  la  del  Ensayo  sobre 
las  libertades  de  la  iglesia  española.  Ambas  versan  sobre 
la  misma  materia,  ambas  presentan  igual  utilidad,  pues 
fijar  la  verdadera  idea  de  la  santa  sede  vale  tanto  como 
ajustarsus  derechos  a  lo  lejítimo,  i  discenir  lo  usurpado 
de  lo  bien  adquirido,  lo  abusivo  de  lo  lícito,  lo  acomo- 
daticio de  lo  fundamental  e  indispensable.  Mas  no  por 
eso  se  suplen  una  con  otra  estas  dos  producciones,  antes 
bien  deben  considerarse  como  complemento  la  una  de 
la  otra,  pues  aquella,  consultando  la  verdad  de  la  historia 
civil  i  relijiosa  de  España,  prueba  con  ella  el  estableci- 
miento, la  posesión  i  el  uso  de  sus  libertades  eclesiásti- 
cas; i  esta,  subiendo  a  las  fuentes  primitivas  del  catoli- 
cismo, a  la  autoridad  evanjélica,  a  la  de  la  tradición, 
santos  padres,  concilios  jeneralcs  i  práctica  universal, 
da  los  fundamentos  ele  donde  deben  proceder  todas  las 
libertades  de  las  diversas  iglesias,  i  el  derecho  que  tie- 
nen de  establecerlas  sin  perjuicio  de  la  unidad  ortodoja. 


I-Vlll  OPÚSCULOS  LITKBA.RI08  I  CRÍTICOS 

Bajo  este  respecto,  la  obra  do  Tamburini  puede  conside- 
rarse como  un  excelente  curso  de  derecho  público  ecle- 
siástico universal,  i  su  estudio  como  un  antídoto  contra 
las  perniciosas  opiniones  ultramontanas,  que  con  tanto 
empeño  se  reproducen  en  estos  tiempos  a  pesar  de  los 
progresos  de  las  luces,  i  como  en  despecho  del  terre- 
no que  les  ha  hecho  perder  la  razón,  alumbrada  por 
la  crítica  i  por  el  verdadero  espíritu  relijioso.  Como 
el  objeto  del  autor  es  presentar  en  conjunto  una  idea 
exacta  i  cabal  del  papa  i  de  la  santa  sede,  entra  expli- 
cando la  diferencia  entre  el  obispo  i  su  iglesia;  hace 
ver  cómo  i  por  quién  debe  ser  representada  una  iglesia; 
da  a  conocer  debidamente  el  colejio  de  cardenales  i  de- 
mas  congregaciones  romanas,  analizando  canónica  e 
históricamente  su  orí  jen,  competencia  i  autoridad  de  sus 
decisiones.  En  todo  lo  cual  ocupa  la  primera  parte  de  la 
obra.  En  la  segunda,  define  los  derechos  esenciales  de  la 
santa  sede,  describe  el  primado  de  jurisdicción  redu- 
ciéndolo a  su  carácter  único  de  espiritual  i  eclesiástico, 
i  dejando  a  la  autoridad  temporal  de  los  gobiernos  la 
disciplina  externa  en  sus  respectivos  territorios,  distin- 
gue  en  el  papa  los  diferentes  caracteres  de  príncipe  tem- 
poral, obispo  de  Roma,  metropolitano  de  las  diócesis- su- 
patriarca  de  mucha  parte  de  Italia,  i  cabeza 
ministerial  visible  i  primado  de  la  Iglesia;  asigna  las  di- 
atribuciones  de  cada  uno  de  estos  caracteres,  i 
de  su  discernimiento  aaoa  íntegra  la  autoridad  de  loa 
.  que  les  pertenece  por  Institución  divina,  i  que 
deben  i  o  absoluta  Independencia  del  papa,  sin 

loa  nombre  ni  confirme.  Por  úl- 
timo, Bienta  muí  juiciosas  i  necesarias  para  gra- 
duar !•'             'ii  debí.        .  dootrinales  del 


INTRODUCCIÓN  L1X 

papa  como  primado,  i  desvanece  la  quimera  de  la  infali- 
bilidad pontificia.  La  traducción  está  hecha  con  destre- 
za; i  hai  en  ella  la  claridad  i  sencillez  que  se  requieren 
en  escritos  de  este  jenero,  con  una  frase  pura  i  castiza 
do  la  lengua  castellana. » 

K  N  S  A  Y  O 

SOBRE  LAS  LIBERTADES  DE  LA  IGLESIA  ESPAÑOLA  EN  AMBOS  MUNDOS 

aEl  ardiente  celo,  ardiente  sin  rayar  en  indiscreto, 
que  sobresale  en  esta  obra  a  favor  de  la  libertad  ameri- 
cana, en  cuanto  pueda  ser  combatida  i  menoscabada  por 
el  abuso  de  las  doctrinas  eclesiásticas  i  relijiosas,  que 
tan  amenudo  se  ven  convertidas  en  meras  pretensiones 
sacerdotales  a  beneficio  de  ciertos  individuos  i  jerar- 
quías, la  hace  una  de  las  mas  útiles  para  los  que  se  de- 
dican al  estudio  del  derecho  público  eclesiástico,  i  de  la 
mayor  importancia  para  los  gobiernos  libres  de  América, 
cuya  posición  los  llama  a  arreglar  de  un  modo  corres  • 
pondiente  a  su  existencia  política  las  relaciones  con  la 
corte  de  Roma.  En  ella,  se  procuran  poner  en  el  punto 
debido  de  claridad,  i  sin  vulnerar,  antes  bien  afianzando 
los  fueros  de  la  relijion  católica,  los  límites  de  la  autori- 
dad pontificia  en  su  contacto  con  la  temporal  de  los  go- 
biernos independientes,  i  se  deslindan  los  cotos  de  la 
potestad  espiritual  do  los  pastores  i  ministros  de  la  igle- 
sia de  Jesucristo,  dejándolos  en  la  plenitud  de  sus  lejíti- 
mas  facultades,  i  salvando  las  de  los  supremos  jefes  de 
los  pueblos.  Después  de  una  breve  introducción,  escrita 
con  el  mismo  garbo  de  estilo  que  luce  en  toda  la  obra,  i 
en  la  cual  se  explica  lo  que  debe  entenderse  por  liberta- 
des eclesiásticas,  o  el  modo  de  conservarlas,   la  íntima 


I.X  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CR ¡TICOS 

conexión  en  que  están  con  las  civiles  i  políticas  i  con  el 
evanjelio,  loa  ataques  que  en  toda  la  cristiandad  han 
sufrido  de  las  ambiciones  curialísticas,  i  los  riesgos  que 
amenazan  a  las  de  los  nuevos  estados  de  América,  entra 
el  autor  en  materia,  dividiendo  su  trabajo  en  dos  partes 
principales:  relaciones  del  pontífice  romano  con  la  iglesia 
de  España  i  sus  ministros;  relaciones  de  la  a'utoridad 
civil  de  España  con  el  romano  pontífice,  con  la  iglesia  i 
con  sus  ministros.  En  la  primera,  establece  los  derechos 
del  papa,  de  los  obispos  i  demás  prelados,  i  aclara  lo  mas 
jenuino  de  la  doctrina  i  práctica  relativa  a  la  elección, 
confirmación,  consagración,  traslaciones,  juramento  i 
facultades;  i  destina  una  sección  particular  a  la  materia 
importantísima  de  los  concilios,  fijando  todos  los  puntos 
mas  esenciales  relativos  a  su  convocación,  lejitimidad, 
competencia  i  autoridad.  En  la  segunda  parte,  se  espla- 
nan  los  principios  en  que  se  funda  la  tolerancia  rclijiosa, 
su  conformidad  con  el  espíritu  del  cristianismo,  su  ob- 
servancia en  los  dominios  españoles,  los  inmensos  males 
que  de  quebrantarla  se  han  seguido;  se  vindican  los  de- 
rechos de  la  potestad  soberana  de  España  i  su  interven- 
ción en  la  designación  de  diócesis,  en  la  disciplina  exter- 
na, en  lis  concilios,  en  la  inmunidad  eclesiástica  de 
bienes  i  personas,  en  las  rentas,  diezmos,  patronatos, 
s  de  fuerza,  jurisdicción,  ejercicio  del  culto,  im- 
pedimentoa  matrimoniales,  prohibición  de  libros,  oon- 
cisma,  abusos  de  predicación,  milagros 
i  usos  relijiosos  que  tienen  enlace  con  las  medidas  eco- 
nómicas. Finalmente,  se  examinan  las  relaciones  del 
■  con  la  autoridad  temporal  de  Esparta,  especial* 
mente  en  cuanto  i  bul  -  pontificios,  acallando 

r  los  concordatos  como  unas  transaccio- 


INTRODUCCIÓN  LXI 


nes,  en  las  cuales  deben  proceder  los  gobiernos  con  la 
mayor  circunspección,  como  que  son  pactos  fundados 
sobre  la  idea  errónea  de  unos  privilejios  concedidos  por 
los  papas  a  los  reyes,  i  las  negociaciones  mas  peligrosas 
para  las  libertades.  El  autor  concluye  deduciendo,  de  las 
irrefragables  pruebas  de  autoridad  i  raciocinio  presen- 
tadas en  su  tratado,  que  la  corte  de  Roma  solo  cede  a 
los  impulsos  de  la  enerjía  i  firmeza  de  la  autoridad  tem- 
poral en  sostener  sus  derechos.  Esto  es  mui  cierto,  pero 
también  debe  tenerse  presente  que  esa  enerjía  i  firmeza 
so  forman  i  apoyan  con  la  opinión  nacional;  i  que  mientras 
ésta  no  se  halle  bastante  preparada  por  la  ilustración,  es 
prudente  no  confundir  la  fuerza  de  los  principios  con  la 
del  voto  jeneral,  i  reconocer  que  no  se  puede  suplir  ésta 
con  aquella  en  materias  de  reforma.» 

EXAMEN    CRÍTICO 

DK    LOS    DISCURSOS    SOBRE    UNA  CONSTITUCIÓN   RELUIOSA    CONSIDERADA 
COMO   PARTE    DE    LA   CIVIL 

Su  autor  ol  doctor  don  Gregorio  Funes,  deán   de  la  santa  iglesia 
catedral  de  Córdoba  en  las   provincias  del  Sud  América. 

Buenos  Aires,    lS-^.j. 

«El  celo  de  este  respetable  eclesiástico,  conocido  por 
otras  producciones  que  enriquecen  la  literatura  ameri- 
cana, proporciona  para  los  aficionados  a  la  controversia 
relijiosa  abundante  materia  en  que  ejercitar  útilmente  su 
aplicación,  estudiando  esta  obra  dirijida  a  impugnar 
otros  opúsculos,  que  han  merecido  variamente  los  enco- 
mios i  la  censura  de  personas  mui  católicas  e  ilustradas. 
No  se  puede  negar  que  el  doctor  Funes  posee  en  grado 
eminente  estas  dos  cualidades,  i  que  apoyado  en  ellas, 
derrama  nueva  luz  sobre  las  cuestiones  mas  interesantes 


LXII  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


para  la  sociedad  civil  en  puntos  de  relijion.  Estamos 
mui  lejos  de  creernos  competentes  para  fallar  entre  la 
diverjencia  de  opiniones  sostenidas  por  tan  sabios  con- 
tendientes: non  nostrum  tantas  componere  lites;  pero  sin 
faltar  al  respeto  que  uno  i  otro  nos  inspiran,  nos  atreve- 
mos a  emitir  nuestro  dictamen  de  que,  en  lo  sustancial, 
a  lo  menos  en  cuanto  mas  directamente  importa  a  los 
intereses  temporales,  hai  bastante  conformidad  respecto 
al  resultado  a  que  se  viene  a  parar;  i  nos  felicitamos, 
por  ejemplo,  de  que  el  doctor  Funes  profese  acerca  del 
primado,  de  la  autoridad  del  metropolitano,  de  las  fa- 
cultades episcopales,  de  la  tolerancia,  i  de  la  reformado 
abusos  i  usurpaciones,  doctrinas  mui  bien  avenidas  con 
el  catolicismo  mas  puro,  i  con  las  necesidades  político- 
espirituales  do  las  nuevas  repúblicas  americanas.  Por  lo 
mismo,  es  tanto  mas  sensible  el  ver  que  este  docto  im- 
pugnador del  proyecto  de  una  constitución  rol ¡j losa  i  de 
su  editor  i  apolojista,  los  trate  con  cierta  dureza,  en 
nuestro  dictamen,  no  merecida  por  aquellos,  i  que  des- 
dice de  la  ilustración  i  tilosofía  que  sobresalen  en  la  im- 
pugnación. Pero  su  autor  nos  dice  a  la  pajina  94:  «Por 
lo  que  respecta  a  la  iglesia,  ella  debe  ser  tan  intolerante 
como  tolerante  el  estado.)  lisia  proposición  que  encierra 
una  verdad  mui  profunda,  por  mas  que  a  primera  vista 
•  •nie  la  apariencia  de  una  paradoja,  es  un  rasgo  que 
pinta  i  di  teulpa  el  jenio  de  oíros  muchos  escritores  sa- 
bios i  humanos  como  el  doctor  Punes,  que  se  creen  tan 
no  ahorrarse  en  palabras  de  anatema  i  santa 
indignación  contra  i<>->  que  ellos  creen  extraviados,  oomo 
testar  oordialmente  la  persecución  relijiosá.  Noso- 
,  lejos  de  desestimar  te  irsos  sobre  une  consti- 

tución relijiosá  en  vista  del  Exi.tn.en  Critico  que  de  ellos 


INTRODUCCIÓN  LXIII 


hace  el  ilustrado  deán  de  Córdoba  del  Tu  cu  man,  somos 
de  sentir  que  estas  dos  producciones  pueden  servir  la 
una  a  la  otra  como  de  comentario  mui  provechoso  a  la 
verdad  ortodoja  i  a  los  intereses  temporales  de  Ls  pue- 
blos i  délos  gobiernos;  i  que  el  Examen  Critico  es  lauto 
mas  recomendable,  cuanto  que,  estando  escrito  con  un 
espíritu  de  deferencia  mas  decidida  a  favor  de  las  pre- 
rrogativas del  romano  pontífice,  se  leerá  con  menos  des- 
confianza í  hará  mas  efecto  en  los  ánimos  excesivamente 
timoratos,  si  bien  por  otra  parte  nos  parece  que  en  al- 
gunos puntos  sus  argumentos  contra  los  Discursos  son 
demasiado  débiles  para  los  verdaderamente  despreocu- 
pados, en  la  acepción  mas  razonable  de  esta  palabra, 
aunque  en  todos  hai  gran  copia  de  erudición  i  buena 
doctrina.» 

DICTAMEN  S0BR1  LA   FACULTAD  DB  DISPENSAR 

EN  EL  IMPEDIMENTO  PARA  EL  MATRIMONIO,  DE  LA  DIVERSIDAD  DE  RIÍLIJION. 

Firmado  por  don  Ensebio  Agüero. 
Buenos  Aires,  1826. 

«El  intentado  matrimonio  entre  una  católica  de  aque- 
lla república  i  un  protestante  subdito  de  S.  SI.  B.  ha 
dado  lugar  a  esta  consulta,  en  la  cual  se  decide  a  favor 
de  la  tolerancia  una  cuestión  en  que  pueden  rozar  mui 
de  cerca  los  intereses  de  los  nuevos  estados  todos  de 
América.  El  que  suscribe  el  dictamen  funda  su  opinión 
en  pocas  líneas  i  con  mucha  abundancia  de  erudición  i 
juiciosas  reflexiones,  haciendo  ver  de  qué  manera  ha 
modificado  la  iglesia  en  todos  tiempos  el  principio  im- 
peditivo de  los  matrimonios  de  católicos  con  personas 
de  otra  relijion,  según  las  diversas  circunstancias  de  la 


I.XIV  OPÚSCULOS  LITERARIOS  1  CRÍTICOS 

índole  de  las  leyes  civiles  i  políticas  del  país  donde  se 
entabla  la  solicitud  de  dispensa,  de  las  necesidades  de  la 
sociedad  en  cuanto  a  población  i  demás  intereses  tem- 
porales, i  del  jenio  i  carácter  de  la  secta  relijiosa  profe- 
sada por  el  individuo  disidente  de  la  católica.  En  que 
este  impedimento  no  es  de  derecho  divino,  sino  eclesiás- 
tico, i  por  consiguiente  susceptible  de  dispensa,  convie- 
nen, tanto  los  cánones  déla  antigua  iglesia  española, 
como  las  leyes  de  la  monarquía  i  los  intérpretes  i  glosa- 
dores de  éstas.  Los  concilios  nacionales  prohibieron,  sí, 
repetidas  veces  semejantes  matrimonios,  pero  los  con- 
traídos no  se  declaraban  nulos,  sino  sujetos  a  penitencia, 
aun  celebrándose  con  judíos  i  mahometanos.  El  autor 
del  dictamen,  reconociendo  i  explanando  este  principio 
con  profundo  juicio  i  respetuoso  miramiento  a  la  reli- 
jion,  lo  aplica  al  estado  actual  de  la  sociedad  civil  de  la 
República  Arjentina,  así  en  el  fondo  de  la  cuestión,  como 
en  cuanto  a  la  autoridad  eclesiástica  a  quien  pertenece  la 
dispensación,  i  que  con  razones  mui  poderosas  demues- 
tra ser  la  episcopal,  por  lo  ejecutiva  que  es,  dice,  la  ne- 
cesidad de  que  los  ordinarios  de  las  diócesis  invistan  to- 
aquellas  facultades  que  el  tiempo  i  las  circunstancias 
han  hecho  precisas  para  el  mantenimiento  del  orden  i  re- 
medio de  las  necesidades  en  las  respectivas  iglesias.» 


V] 


i  k>n  Andrés  lidio,  oontratado  por  el  gobierno  de  ( ¡hi- 
le para  desempeñar  un  empleo  en  uno  de  loa  ministerios 
tado,  llegó  a  Valparaíso  el  25  de  junio  de  1829  en 
el  bergantín  Ingles  ¿Trocían. 

Su  presen*  la  pa  ■'•  desde  luego  desapercibida 


INTRODUCCIÓN  LXV 


El  país  se  hallaba  envuelto  en  las  mas  violentas  con- 
mociones civiles. 

Observando  lo  que  sucedía,  Bello  llegó  a  temer  que 
su  resolución  de  venir  a  establecerse  en  una  república 
despedazada  por  las  disensiones  intestinas,  hubiera  sido 
desacertada. 

A  pesar  de  la  repugnancia  característica  que  experi- 
mentaba para  injerirse  en  luchas  de  esta  especie,  se  vid 
él  mismo  comprometido  en  una  controversia  literaria 
con  el  eminente  escritor  español  don  José  Joaquín  de 
Mora,  controversia  que  tenia  algo  de  política. 

Sin  embargo,  esta  fué  la  única  intervención  que  Bello 
tuvo  en  las  contiendas  domésticas  de  su  nueva  patria. 

Prescindiendo  por  completo  de  las  cuestiones  tumul- 
tuosas que  ajitaban  al  estado  principiante,  se  dedicó 
exclusivamente  al  desempeño  de  su  cargo  en  la  adminis- 
tración, a  la  enseñanza  de  los  jóvenes  i  al  cultivo  de  tas 
letras  i  de  las  ciencias. 

Merced  a  tal  discreción,  empezó  luego  a  adquirir,  a  lo 
menos  entre  muchos,  la  reputación  de  intelijente  i  de 
docto  que  merecía  por  sus  aventajadas  dotes  intelectua- 
les, i  por  sus  vastos  i  variados  conocimientos. 

Hacía  poco  mas  de  un  año  que  Bello  residía  en  Chile, 
cuando  el  gobierno  concibió  la  excelente  idea  de  fundar 
un  periódico  serio  que  sirviese  a  la  ilustración  jcncral 
del  país,  mas  bien  que  a  los  intereses  i  alas  pretcnsiones 
de  un  partido. 

Ese  periódico  fué  EL  Araucano,  cuyo  primer  número 
salió  a  luz  el  17  do  setiembre  de  1830,  i  que  continuó 
apareciendo  cada  semana  por  un  largo  período  de  tiem- 
po hasta  casi  enterar  medio  siglo  de  existencia. 

Don  Andrés  Bello  redactó  el  prospecto,  que  voi  a  rc- 


opi:sc. 


LXVI  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

producir,  no  solo  porque  contiene  el  plan  de  una  publi- 
cación a  que  nuestro  autor  cooperó  activamente  por  cer- 
ca de  veinte  años,  sino  también  porque  explana  ideas 
muí  sensatas  i  elevadas,  las  cuales  no  han  perdido  de 
ningún  modo  su  oportunidad. 
lié  aquí  el  artículo  a  que  aludo. 

ADVERTENCIA 

«Al  ofrecer  al  público  este  periódico,  los  editores  se 
consideran  obligados  a  darle  una  idea  anticipada  de  la 
clase  de  trabajos  que  piensan  emprender,  para  evitar  el 
que  se  formen  juicios,  no  solo  inexactos,  sino  también 
contrarios  al  objeto  que  se  proponen.  No  se  crea  que  van 
a  engolfarse  en  esc  borrascoso  mar  de  debates  orij  i  na- 
dos por  el  choque  de  intereses  diversos,  ni  a  ocupar  la 
atención  de  los  lectores  con  cuestiones  promovidas  por 
el  espíritu  de  disensión.  Plumas  hai  consagradas  a  re- 
futarlas; i  después  de  infructuosas  fatigas,  no  podrán 
conseguir  un  convencimiento  completo  i  jcncral,  i  solo 
presentarán  por  final  resultado  un  testimonio  inequívoco 
de  <[ue  el  uso  de  la  impronta  goza  en  Chile  de  la  mas 
absoluta  libertad.  El  plan  de  El  Araucano  no  está  limitado 
a  tan  pequeño  círculo,  que  al  cabo  do  algunas  pajinas 
rea  precisado  a  recurrirá!  silencio,  o  a  llenar  papel 
con  enfadosas  repeticiones.  Los  Intereses  Internos  de  la 
república  i  eüs  relaciones  con  el  resto  de  la  tierra  civi- 
lizada, ofrecen  un  depósito  tan  Inagotable  como  ame- 
no de  preciosos  materiales  con  que  agradar  e  Instruir 
b  los  verdaderos  amantes  de  la  Ilustración,  sin  fomen- 
tar i ■'•ii<  ¡  dar  pábulo  a  e  pa  iones  lastimosas 
que    e  alimentan  con  la    di  cordia  .  con  las  animosida- 


INTRODUCCIÓN  LXVII 


des,  con  la  burla  del  hombre  i  con  la  ofensa  del  ciuda- 
dano. 

«La  administración  solado  los  negocios  públicos  pre- 
senta en  los  diferentes  ramos  que  abraza,  una  multitud 
de  materias  importantísimas  con  que  ocupar  dignamen- 
te un  periódico  semanal,  proponiendo  planes  de  reforma 
de  las  instituciones  actuales,  c  indicando  el  estableci- 
miento de  otras  nuevas  que  exijen  con  imperio  el  comer- 
cio, la  agricultura,  las  artes  i  la  minería;  las  ciencia», 
la  educación,  las  costumbres,  i  el  progreso  rápido  i 
continuo  de  las  luces. 

«Las  noticiasde  la  situación  política  de  las  naciones  do 
Europa  i  América  aumentan  las  delicias  de  la  vida  social, 
ofreciendo  al  negociante  instruido  datos  para  dirijir  sus 
especulaciones,  proporcionando  al  hombre  de  estado 
nociones  de  que  aprovecharse,  i  facilitando  a  los  ciuda- 
danos de  un  país  el  conocimiento  de  los  sucesos  mas 
importantes  que  ocurren  a  lo  lejos.  Hace  algún  tiempo 
que  los  chilenos  están  privados  de  estas  ventajas;  por- 
que los  periódicos  se  han  limitado  a  las  ocurrencias  del 
interior,  i  el  que  mas  se  atreve  a  dar  un  paso  fuera  del 
territorio,  apenas  llega  a  los  confines  de  la  vecindad. 
Según  la  escasez  de  noticias  extranjeras,  parece  que  Chi- 
le hubiese  cortado  sus  relaciones  con  los  demás  pueblos 
del  orbe,  i  que  se  hubiera  circunscrito  exclusivamente  a 
los  negocios  de  su  pequeño  recinto. 

«Las  ciencias  i  las  artes  avanzan  todos  los  dias  en  la 
carrera  de  sus  progresos.  Frecuentemente  se  publican 
obras  que  ensanchan  los  conocimientos  del  sabio,  i  que 
ofrecen  reglas  a  los  aplicados  para  instruirse  con  pro- 
vecho; se  dan  a  luz  invenciones,  que,  ahorrando  brazos  i 
multiplicando  fuerzas,  promueven  i  facilitan  los  trabajos 


LXVI1I  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

de  la  industria;  i  cuando  estas  noticias  no  puedan  apro- 
vecharse en  el  todo,  servirán  al  menos  do  un  pasatiempo 
agradable  i  de  adorno  a  la  educación. 

«Chile  mismo  es  desconocido  del  extranjero,  porque  las 
relaciones  particulares  que  se  le  trasmiten  sobre  cues- 
tiones puramente  locales  i  momentáneas,  no  dan  una 
idea  cabal  de  su  verdadero  estado.  Cualquiera  que  haya 
formado  juicio  de  la  situación  de  )a  república  por  los 
impresos  que  se  han  publicado  de  cierto  tiempo  al  pre- 
sente, se  vería  precisado  a  reformarlo,  si  observara  el 
país  de  cerca. 

«Por  estas  indicaciones,  se  conocerá  que  el  objeto  de 
El  Araucano  es  comunicar  a  Chile  toda  clase  ele  noticias 
importantes  que  pueda  adquirir  de  las  demás  naciones, 
i  presentar  a  éstas  los  datos  por  donde  puedan  juzgar 
del  estado  de  nuestra  política,  moralidad,  instrucción  i 
adelantamientos  en  todos  los  ramos.  Se  copiarán  los 
documentos  oficiales  mas  importantes  para  dar  seguri- 
dad a  las  relaciones;  i  una  crítica  veraz  i  severa,  pero  sin 
mordacidad,  analizará  todas  las  providencias  adminis- 
trativas (pie  no  sean  ajustadas  a  los  principios  i  a  la  jus- 
ticia. 

«Los  editores  prometen  no  entrar  jamas  en  esas  con- 
troversias de  partido,  como  algunos  las  califican,  ni 
admitir  comunicados  sobre  personalidades,  sean  do  la 
clase  que  fueren,  Bus  pajinas  se,  franquearán  solo  a  re- 
mitidos sobre  puntos  científicos  o  cualesquiera  otros  de 
utilidad  jeneral.  sin  embargo,  pueden  verso  precisados 
b  sostener  providencias  del  gobierno,  o  a  de- 
fender su  comportacion;  i  lo  previenen  para  que  en  nin- 
gún tiempo  96  les  taohe  de  Inconsecuentes. » 

Don  Andrea  Bello  realizó  oumplida    i  satisfactoria- 


INTRODUCCIÓN  LXIX 


mente,  en  el  espacio  de  casi  veinte  años  que  tuvo  a  su 
cargo  la  redacción  de  El  Araucano,  los  nobles  i  eleva- 
dos propósitos  que  se  expresan  en  el  artículo  prein- 
serto. 

Este  periódico,  cuya  publicación  honraría  a  cualquiera 
de  los  pueblos  mas  adelantados,  se  distingue,  no  solo 
por  lo  moderado  i  lo  comedido  de  su  forma,  sino  tam- 
bién por  lo  interesante  i  lo  variado  de  sus  asuntos. 

Bello,  anheloso  de  combatir  la  indiferencia  con  que 
se  recibían  las  producciones  literarias,  se  afanaba  por 
llamar  la  atención  sobre  las  que  llegaban  a  nuestro  país, 
i  mu  i  en  especial  sobre  las  pocas  que  por  aquel  tiempo 
se  daban  a  luz  entre  nosotros. 

Yoi  a  reproducir  aquí  por  via  de  ejemplo,  i  para  faci- 
litar su  lectura,  algunos  de  los  varios  artículos  de  corta 
extensión  que  escribió  con  este  objeto,  los  cuales  no 
aparecen  ni  en  el  cuerpo  de  este  volumen,  ni  en  los  an- 
teriores. 

Habiendo  don  Ventura  Marín  impreso  el  año  de  |S::í 
el  primer  tomo  de  la  obra  titulada  Elementos  de  la  filo- 
sofía del  espíritu  humano.  Bello  se  apresuró  a  aplaudir 
este  acontecimiento  literario  en  El  Araucano  fecha  \->  de 
diciembre. 

«liemos  dado  noticia  de  la  obra  jeográfica  de  Mr.  l)e- 
naix,  que  por  la  idea  que  nos  han  hecho  formar  de  ella 
los  periódicos  franceses,  nos  parece  sería  de  la  mayor 
utilidad  en  este  país  para  el  uso  de  los  establecimientos 
de  educación,  traduciéndose  el  texto  i  los  cuadros,  que 
licúenla  ventaja  de  ser  sumamente  comprensivos,  ido 
estar  reducidos  a  la  mas  breve  extensión  posible.  En 
algunos  ramos  de  enseñanza,  es  preciso  confesar  que  los 
métodos  de  nuestros  establecimientos  son  anticuados,  i 


LX2  OPÚSCULOS  LITKIíAKIOS  ¡  CIÚTICOS 


no  producen  toda  lar  utilidad  que  debieran.  Es  ya  tiempo 
de  que  volvamos  los  ojos  a  lo  que  se  adelanta  en  oirás 
partes,  i  de  que  nos  apropiemos,  en  cuanto  sea  posible, 
las  inmensas  adquisiciones  que  hace  cada  día  la  activi- 
dad intelectual  de  las  naciones  europeas. 

«En  medio  de  este  inevitable  atraso,  nos  es  satisfac- 
torio observar  las  mejoras  i  progresos  que  recibe  bajo 
otros  respectos  la  educación;  i  cuando  estos  adelanta- 
mientos se  deben  a  nuestros  propios  esfuerzos,  hallamos 
un  motivo  mas  de  satisfacción  i  de  justo  orgullo.  La 
filosofía  se  halla  en  este  caso.  La  obra  elemental  que 
acaba  de  publicar  el  profesor  del  Instituto  don  Ventura 
Marín,  nos  ha  parecido  una  producción  que  se  eleva 
mucho  sobre  el  nivel  jencral  de  nuestra  actual  cultura 
literaria.  Se  ve  en  ella  un  conocimiento  profundo,  no  de 
un  sistema  particular,  sino  de  todas  las  sectas,  de  todas 
las  opiniones,  que  dividen  ahora  el  mundo  filosófico: 
campo  todavía  de  ajitaciones  i  contiendas,  en  que  se  dis- 
putan aun  los  principios  fundamentales,  se  suceden  teo- 
rías a  teorías,  lo  que  hoi  brilla  con  el  esplendor  de  la 
novedad  í  del  triunfo  se  huella  mañana,  i  se  camina 
continuamente  por  entre  ruinas  i  escombros. 

«El  señor  Marín  nos  lia  parecido  elejir  en  jerieral  los 
sendero  i  menos  expuestos  a  inconvenien- 

i  uno  de  loa  caracteres  que  hacen  maa  estimable  su 
obra  es  la  fuerza  i  el  tono  de  convicción  i-nu  que  en  ella 
noulcan  ades  principios  tutelares  de  la  relijion 

i  la  moral. 

hora  ii"  nos  es  posible  contraemos  a  dar  una  aná- 
lisis de  esta  Interesante  producción;  pero  nos  proponemos 
adelante,  I  aun  puede  Ber  que  nos  atrevan 

cutir  una  que  otro  de  las  opiniones  del  autor.» 


INTRODUCCIÓN  LXXr 


Tan  pronto  como  Marín  publicó  el.  año  de  1835  el  se- 
gundo tomo  de  su  obra,  Bello  lo  anunció  en  El  Araucano 
lecha  9  de  octubre  de  ese  año,  en  la  forma  que  va  a 
leerse. 


ELEMENTOS  DE  LA  FILOSOFÍA  DEL  ESPÍRITU  HUMANO, 

BSCMT08  POIl  VENTURA  MAHIN,     PARA  EL  l'SO  DE  LOS  ALUMNOS  DEL 
INSTITUTO  NACIONAL  DE  CHILE. 

«Don  Ventura  Marín,  profesor  de  filosofía  del  Insti- 
tuto Nacional,  ha  publicado  el  segundo  tomo  de  su  cur- 
so, que  comprende  la  teoría  de  los  sentimientos  morales, 
o  sea  la  parte  de  la  filosofía  que  se  ha  conocido  comun- 
mente con  el  título  de  Moral  o  Etica.  Con  respecto  a 
esla  sección,  nos  bastará  reproducir  el  juicio  que  antea 
hicimos  acerca  de  las  tres  primeras;  i  si  en  ella  no  so 
eleva  tanto  el  autor,  ni  desentraña  teorías  tan  nuevas  i 
profundas,  acaso  por  eso  mismo  se  ha  hecho  mas  acce- 
sible a  el  alcance  de  la  edad  en  que  suele  cultivarse  esta 
ciencia. 

«Lo  que  para  nosotros  hace  particularmente  aprecia- 
bles  los  trabajos  de  este  ilustrado  profesor,  que  ha  pues- 
to en  Chile  el  estudio  de  la  filosofía  al  nivel  de  Europa, 
es  la  unión  amigable  i  estrecha  que  en  ellos  se  advierte 
constantemente  de  la  liberalidad  de  principios  con  el 
respeto  relijioso  a  las  grandes  verdades  que  sirven  de 
fundamento  al  orden  social,  i  que,  estimulando  el  desa- 
rrollo de  todas  las  facultades  del  espíritu  humano,  rec- 
tifican al  mismo  tiempo  su  ejercicio  i  ennoblecen  sus 
aspiraciones.» 

Las  dos  mencionadas  no  fueron  las  únicas  veces  que 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


Helio  habló  del  profesor  Marín  en  los  primeros  tiempos 
de  H  Araucano. 

El  año  de  1836,  murió  don  Juan  Egaña,  sobre  quien 
don  Andrés  Bello  escribió  las  siguientes  líneas  en  el 
número  de  dicho  periódico  correspondiente  al  6  ele 
mayo. 

«El  doctor  don  Juan  Egaña  falleció  en  esta  ciudad  el 
viernes  29  de  abril  a  las  siete  de  la  noche. 

«La  muerte  del  señor  Egaña  ha  producido  una  impre- 
sión jeneral  de  sentimiento.  La  patria  llora  en  él  uno  de 
sus  primeros  i  mas  esforzados  campeones.  La  memoria 
de  aquella  voz  elocuente  que  sostuvo  con  tanta  dignidad 
i  constancia  sus  derechos  en  las  asambleas  legislativas, 
i  en  los  consejos  del  gobierno;  de  lo  que  hizo  por  ella 
como  hombre  público  i  como  hombre  privado;  de  sus 
padecimientos  en  esta  causa  gloriosa;  del  conjunto  de 
talentos  i  prendas  estimables  que  le  hacían  el  primer 
ornamento  del  foro,  el  consultor  ilustrado,  el  bienechor 
liberal  i  olicioso,  el  amigo  de  la  humanidad  desvalida; 
será  cara  a  los  chilenos,  mientras  lo  sean  la  libertad,  la 
virtud  i  las  letras. 

«Los  que  tuvieron  el  honor  de  tratarle  de  cerca  echa- 
ran menos  largo  tiempo  aquella  combinación  poco  co- 
mún de  llaneza,  de  modesta  independencia  i  de  urbanidad; 
aquel  fondo  de  luces,  de  noticias  selectas  i  variadas,  de 
amenidad  i  buen  gusto,  que  hacían  tan  instructiva  i 
dable  í  u  conversación. 

.1  rector  i  pn  del  Instituto  van  a  rendir  un  ho- 

menaje de  i  a  la  memoria  del  señor  Eganael  do- 

mingo   I.*)  .Id    corriente  a  las  cuatro  i  media  de  la  tarde 

mía  capillo  del  Instituto.  Este  pensamiento  nos  pareo 
dign<  •  Imitado  por  otra    « orporaciones,  i  en  <■. 


INTRODUCCIÓN  LXXIH 

cial  por  el  eolejio  do  abogados.  Tenemos  entendido  que 

el  gobierno,  reunidas  que  sean  las  cámaras,  les  presen- 
tará un  proyecto  de  decreto,  para  que,  a  nombre  de  la 
patria  i  con  arreglo  al  artículo  37  de  la  constitución, 
que  da  exclusivamente  al  congreso  la  facultad  de  decre- 
tar honores  fúnebres,  cumplan  con  este  deber  de  gratitud 
pública  a  los  servicios  del  ilustre  finado.» 

El  Araucano  de  20  del  mismo  mes  contiene  la  noticia 
que  va  a  leerse  sobre  un  clojio  fúnebre  de  don  Juan  Ega- 
ña  pronunciado  por  don  Ventura  Marín. 

«El  domingo  15  del  corriente,  a  las  cuatro  i  media  de 
la  larde,  el  profesor  don  Ventura  Marín  pronunció  en 
la  capilla  del  Instituto  Nacional  la  anunciada  oración 
fúnebre  en  honor  del  doctor  don  Juan  Egaña,  a  presen- 
cia de  un  numeroso  i  lucido  auditorio.  La  materia  del 
discurso  se  rozaba  demasiado  con  la  política  de  los  par- 
tidos para  que  pudiese  agradar  a  todos.  La  parte  orato- 
ria ha  sido  jcneralmente  aplaudida.» 

El  presbítero  español  don  Francisco  Puente,  que  ejer- 
ció por  muchos  años  en  Chile  con  brillo  el  profesorado, 
publicó  el  de  1835,  un  texto,  sobre  el  cual  Bello  dio  el 
siguiente  juicio  en  El  Araucano  de  9  de  octubre. 

DK  LA  PROPOSICIÓN,  SUS  COMPLEMENTOS  I  ORTOGRAFÍA 

ODRA    ESCRITA   POR    EL    LICENCIADO  I  LECTOR    EN   TEOLOJÍA,    CANÓNIGO 
SUPERNUMERARIO,    DON  FRANCISCO  PUENTE. 

«La  parte  de  este  opúsculo,  relativa  a  la  proposición, 
presenta  una  análisis  sumamente  clara  i  metódica  de 
ella;  i  nos  ha  parecido  mui  a  propósito  para  dar  a  los 
niños  un  conocimiento  cabal  del  mecanismo  de  la  len- 
gua,  haciendo  mas  claras  i  precisas  las  nociones  que 


LXXIV  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

jencralmentc  se  tienen  de  la  naturaleza  i  oficios  de  las 
diferentes  clases  de  palabras. 

«A  primera  vista  creerán  algunos  que  en  esta  análisis 
de  la  proposición  se  trata  de  menudencias  insignifican- 
tes, o  solo  dignas  de  ocupar  la  atención  délos  niños;  mas 
ella  es  en  realidad  el  verdadero  fundamento  ele  una  gra- 
mática racional  i  filosófica.  Ni  so  limita  su  utilidad  al 
conocimiento  de  las  lenguas;  porque,  en  virtud  de  la  es- 
trecha relación  que  tiene  el  lenguaje  con  el  pensamiento, 
lo  que  se  llama  análisis  gramatical  es  un  ejercicio  lójico, 
que  pone  a  descubierto  la  conexión  i  dependencia  mutua 
de  las  ideas  expresadas  en  el  razonamiento;  es  el  arte 
de  comprender  lo  que  se  lee  i  de  expresar  con  claridad 
i  exactitud  lo  que  se  piensa,  en  cuanto  ello  depende  de 
la  coordinación  de  las  voces  i  cláusulas;  es  una  clave 
necesaria  para  fijar  el  verdadero  valor  e  interpretación 
de  los  documentos  escritos.  El  juez  que  falla  sobre  la 
verdadera  intelijencia  de  una  lei,  o  de  las  cláusulas  de 
un  (estamento  o  contrato,  tiene  que  fundar  muchas  vc- 
su  decisión  en  las  reglas  de  la  análisis  gramatical,  i 
no  hitan  ejemplos  de  controversias  internacionales  de 
mucha  importancia,  que  no  ruedan  sobre  otra  cosa.* 

«Miramos,  pues,  esta  análisis  como  una  parte  princi- 
palísima de  la  gramática,   i  de  lauto  mayor  trascenden- 
cuanto  sus  principios  son  de  una  aplicación  jcncral  a 
fcod  liguas,  íainos  que  en  la  enseñanza  del 

idioma  patrio  so  la  diese   toda   la  atención  que  merece. 


•  La  sentencia  arbitral  del  amparador  da  Rusia  sobra  la  Intolijen- 

Id  articulo  primsro  del  tratado  da  Qante  entra  la  Oran  BretaSa  i 

lo    i  nidoa  da  América,  ee  una  pura  enáltala  gramatical  en 

termina  i  on  que  daba  darte  a  la  fuerza  modificativa 

/],•  un  eomple  nenio  i  una  propo$iaion  incidente.  [Nota  da  Bello,) 


INTRODUCCIÓN  ULXV 


En  el  opúsculo  del  señor  canónigo  Puente,  la  materia 
está  expuesta  con  mucha  concisión  i  perspicuidad. 

«La  segunda  parte  de  este  opúsculo  es  relativa  a  la 
ortografía.  El  autor,  adoptando  el  principio  de  simplifi- 
car la  escritura  en  cuanto  sea  posible,  de  manera  que — 
cada  letra  sea  el  signo  de  un  solo  i  determinado  sonido, 
i  de  que  cada  sonido  sea  constantemente  representado 
por  una  misma  letra, — ha  introducido  innovaciones  que 
a  muchos  parecerán  atrevidas;  pero  en  realidad  no  ha 
hecho  mas  que  anticipar  el  término  a  que  se  encaminan 
las  reformas  de  la  Real  Academia  Española.  Algunas  de 
ellas,  que  parecen  hoi  novedades,  no  hacen  mas  que  res- 
tablecer prácticas  que  en  otro  tiempo  eran  harto  comu- 
nes. Escribir  con  z  lo  que  solemos  hoi  con  c,  i  sustituir 
la  i  latina  a  la  y  griega,  siempre  que  ésta  hace  oficio  do 
vocal,  son  cosas  que  vemos  en  mil  ediciones  españolas, 
anteriores  al  establecimiento  de  la  Academia. 

«Pero  una  de  las  partes  que  nos  parece  mejor  desem- 
peñada en  el  tratadito  del  señor  Puente,  es  la  relativa  a 
la  puntuación.  Sus  reglas  tienen,  como  deben,  conexión 
estrecha  con  los  principios  de  la  análisis  gramatical,  i 
no  dudamos  decir  que  han  aclarado  i  mejorado  la  mate- 
ria. Después  de  tanto  como  se  ha  escrito  sobre  ella,  aun 
había  bastante  vaguedad  c  incertidumbre  en  el  uso  de 
aquellos  signos  que  están  destinados  a  manifestar  la  de- 
pendencia i  coordinación  de  las  cláusulas;  i  no  es  extra- 
ño que  así  fuese,  porque  la  resolución  de  las  dudas  que 
pueden  ofrecerse  en  este  punto,  pende  a  veces  de  rela- 
ciones lójicas  mui  delicadas.  Nadie  acierta  a  puntuar 
bien  lo  que  escribe,  sino  el  que  concibe  con  claridad  la 
subordinación  recíproca  de  todas  las  frases  que  compo- 
nen el  período;  i  todos  saben  que  no  hai  cosa  que  oscu- 


LXX7I  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


rezca  mas  el  sentido  de  lo  escrito,  que  una  puntuación 
defectuosa,  ¡Cuántos  pasajes  enigmáticos  que  fatigaron 
mucho  tiempo  a  los  comentadores,  se  han  correjido  feli- 
císimamentc  i  presentan  un  sentido  claro  i  natural  con 
solo  quitar,  poner  o  pasar  de  un  lugar  a  otro  una  coma! 
¡De  qué  pequeneces  depende  a  veces  la  intelijencia  de 
un  texto  sagrado,  de  una  lei,  de  una  escritura  pública  o 
privada! 

«Echamos  menos  en  el  tratadito  ortográfico  del  señor 
Puente,  las  reglas  de  la  acentuación  escrita,  asunto  que, 
aunque  no  de  tanta  importancia  como  los  precedentes, 
no  deja  de  conducir  mucho  a  la  uniformidad  i  estabili- 
dad de  la  pronunciación,  i  a  purgarla  de  vulgaridades  i 
corruptelas.  A  nosotros  nos  parece  bastante  cómoda  i 
sencilla  la  acentuación  de  la  Academia  Española,  pero 
talvez  pudiera  simplificarse  i  mejorarse  en  algunas  co- 
sas.» 

Para  manifestar  el  interés  con  que  Bello  estudiaba  los 
diversos  ramos  del  saber  humano  en  una  nación  i  en 
una  época  aun  mui  poco  ilustradas,  creo  curioso  hacer 
notar  que,  en  el  mismo  número  de  El  Araucano  en  que 
insertó  las  noticias  de  las  obras  de  Marín  i  de  Puente  a 
que  antes  he  aludido,  daba  a  luz  el  siguiente  artículo  do 
un  jénero  mui  divo»). 

HUESOS  FÓSILES  DE  TALCA 

do  a  Santiago,  i  se  depositará  con  los  otros 
objetos  destinados  a  formar  al  gabinete  de  historia  na* 
tural,  una  de  las  muelas  enormes  encontradas  reciente- 
mente en  Talca.  Sería  de  desear  (¡no  el  gobierno  se  em- 
peñase 0D  Ii    adquisición  de  las  otras  i  de  los  domas 


INTRODUCCIÓN  LXXVII 


restos  que  puedan  descubrirse  del  cuadrúpedo  colosal  a 
quien  pertenecieron  estos  despojos.  Talvez  existen  en 
la  misma  localidad  algunas  otras  reliquias  curiosas  de 
vivientes  que  ocupaban  antes  la  tierra,  i  cuyas  especies 
han  desaparecido. 

«Nos  inclinamos  a  creer  que  la  muela  de  que  se  trata 
pertenecía  a  uno  de  los  animales  fósiles  a  queso  ha  dado 
el  nombre  de  mastodontes,  los  cuales,  según  Cuvier,  te- 
nían pies  de  cinco  dedos  cortos,  como  los  elefantes,  una 
nariz  prolongada,  en  forma  de  trompa,  i  la  mandíbula 
superior  armada  igualmente  de  dos  larguísimos  colmi- 
llos. La  diferencia  principal  entre  el  elefante  i  el  masto- 
donte consiste  en  que  las  muelas  del  primero  presentan 
una  corona  plana  a  su  salida  de  la  encía,  i  terminan  en 
una  superlicic  señalada  con  numerosas  zonas  de  esmalte 
paralelas  entre  sí,  i  las  del  segundo  tenían  la  corona 
erizada  de  gruesas  puntas  cónicas,  que  se  gastaban 
con  la  edad,  i  al  fin  venían  a  parar  en  unas  prominencias 
circulares  mas  o  menos  anchas.  La  corona  de  la  muela 
que  hemos  visto  presenta  esta  apariencia. 

«Las  osamentas  de  los  mastodontes,  como  las  de  los 
antiguos  elefantes  de  la  Siberia,  de  los  rinocerontes  e 
hipopótamos,  se  muestran  siempre  en  terrenos  de  forma- 
ción muí  reciente,  i  nunca  en  las  grandes  masas  de  piedra 
que  subsisten  en  pié.  Hubo  varias  especies  de  mastodon- 
tes. El  mastodonte  jiganteseo  (mastodon  gig&nteum)  te- 
nia mas  de  tres  varas  de  alto,  i  el  cuerpo,  a  proporción 
de  su  altura,  mas  prolongado  que  el  del  elefante.  Era, 
como  las  otras  especies  de  su  jénero,  un  animal  herví- 
voro,  o  que  solo  se  alimentaba  de  vcjetales;  i  por  la 
forma  de  sus  muelas,  parece  que,  a  semejanza  del  hipopó- 
tamo i  del  javalí,  gustaba  de  las  raíces  i  partes  carnosas 


LXXYIII  OPL'SCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


de  las  plantas,  buscándolas  en  los  terrenos  flojos  i  pan- 
tanosos. Por  la  inspección  de  las  otras  partes  del  esque- 
leto, se  ve  que  no  tenia  la  facultad  de  nadar  como  el 
hipopótamo,  i  que  era  un  verdadero  animal  terrestre. 
El  estado  en  que  se  hallan  sus  reliquias  induce  a  creer 
que  la  desaparición  de  la  raza  del  gran  mastodonte  es 
una  de  las  mas  recientes.  Hasta  ahora  no  se  ha  encon- 
trado su  esqueleto  sino  en  la  América  Septentrional.  Los 
dos  mas  famosos  que  se  conservan  son  el  de  Londres  i 
el  de  Filadelfia,  que  provienen  principalmente  de  las 
escavaciones  hechas  en  las  cercanías  de  Newbourg,  sobre 
el  rio  Iludson,  en  el  estado  de  Nueva  York. 

«Las  otras  especies  de  mastodontes  son  el  mastodon 
angustidens,  o  mastodonte  de  dientes  angostos,  cuyas 
muelas  son  un  tercio  mas  pequeñas  que  las  del  prece- 
dente, i  se  han  hallado  en  varios  parajes  de  la  América 
Meridional,  como  también  en  Francia,  Alemania  o  Italia; 
el  mastodonte  de  las  cordilleras,  hallado  en  los  Ancles  a 
mil  doscientas  toesas  de  elevación  sobre  el  nivel  del  mar; 
el  mastodonte  humboldtiano,  de  que  solo  se  ha  vislo  un 
diente  llevado  de  Chile  al  barón  de  Ilumboldt;  i  otras 
dos  especies  pequeñas,  cuyos  restos  so  han  descubierto 
en  la  Sajonia  i  en  Francia.  El  último  (mastodonte  hi¡>¡- 
roidé]  parece,  por  la  naturaleza  del  terreno  en  que  yacia 
i  por  los  fragmentos  do  otras  especies  perdidas  que  lo 
npafiaban,  haber  pertenecido  a  una  edad  mas  remota 
que  las  otras  especies.  >» 

El  alio  de  1839,  don  Andrea  Bello  dio  a  luz  en   El 
Arñucan  i  21  de  Junio  un  artículo,  en  el  oual  no 

solo  da  a  conocer  \u\  texto  que  acababa  de  aparecer, 
iba  por  «•!  estudio  de  la  cosmografía, 


INTRODUCCIÓN  LWIX 


CURSO    ELEMENTAL    DE    JEOCKAFÍA    MODERNA, 
DESTINADO  A  LA  INSTRUCCIÓN  DE  LA  JUVENTUD  BUR- AMERICANA, 

escrito  por  don  Tomas  Godoi  Cruz. 

«Un  tratado  elemental  de  jeografía  para  los  estableci- 
mientos de  educación  no  debe  ser  mas  que  un  alfabeto, 
por  decirlo  así,  que  habilite  a  los  jóvenes  para  la  debi- 
da intelijencia  de  las  obras  de  historia,  viajes,  etc.  Con 
este  auxilio,  se  pueden  leer  sin  tropiezo  i  con  placer  las 
obras  abultadas  de  jeografía  física  i  política;  i  de  esta 
manera  se  extienden  i  perfeccionan  en  la  lectura  privada 
las  nociones  necesariamente  abreviadas  i  diminutas  de 
los  colejios. 

«Bajo  este  punto  de  vista,  la  obra  que  sirve  de  epígrafe 
al  presente  artículo  es  acreedora  a  la  aceptación  de  los 
directores  i  profesores  de  nuestros  establecimientos  li- 
terarios. Es  difícil  reunir  en  mas  corto  espacio  los  ele- 
mentos de  esto  ramo  indispensable  de  enseñanza;  su 
método  es  excelente;  su  estilo,  claro;  i  las  ideas  que  da 
de  los  extensos  i  variados  objetos  que  recorre,  nos  han 
parecido  jeneralmente  correctas. 

«Desearíamos  que  a  la  par  de  la  jeografía  se  diese 
mas  cabida  i  ensanche  entre  nosotros  a  la  cosmografía, 
o  ciencia  del  universo,  estudio  el  mas  a  propósito  para 
elevar  la  imajinacion  de  la  juventud,  i  para  darle  alguna 
idea  do  las  maravillas  de  la  naturaleza,  i  del  poder  i 
sabiduría  de  su  inefable  autor.  Lo  que  hai  sobre  este 
asunto  en  todas  las  obras  elementales  de  jeografía  que 
conocemos,  exceptuando  la  de  Letronne,  es  sumamente 
escaso  i  defectuoso;  i  aun  en  la  que  acabamos  de 
citar    (bien    que   solo  podemos  juzgar   de  ella  por  su 


LXXX  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


traducción  castellana),  no  encontramos  aquel  orden, 
aquella  exposición  luminosa,  que,  en  composiciones  de 
esta  especie,  son  necesarios  para  formar  buenos  hábitos 
de  raciocinio,  i  para  dar  al  mismo  tiempo  un  ejercicio 
agradable  a  la  imajinacion,  que  en  ningún  otro  jónero 
de  objetos  encuentra  un  campo  tan  vasto  en  que  expla- 
yarse. 

«Una  obrita  que  fuese  poco  mas  o  menos  de  la  misma 
extensión  que  la  del  señor  don  Tomas  Godoi  Cruz  sería 
suficiente  para  llenar  este  vacío,  que  sin  duda  lo  es  en 
los  institutos  i  colejios,  destinados  a  la  educación  literaria 
i  científica;  i  el  trabajo  de  redactarla  se  facilitaría  mucho 
con  el  auxilio  del  elegantísimo  tratado  de  Astronomía 
de  Ilerschell,  que  forma  parte  de  la  Enciclopedia  de 
Lardner,  i  contiene  una  descripción  completa  del  siste- 
ma del  universo,  con  todos  los  portentosos  descubri- 
mientos de  los  últimos  años,  i  sin  el  embarazo  de  cálculos 
i  fórmulas  aljebraicas.  No  se  podría  hacer  un  presente 
mas  hermoso  a  la  juventud  de  ambos  sexos.» 

Léase  lo  que  Bello  escribía  en  El  Araucano  fecha  20 
de  setiembre  de  184 'i  acerca  de  la  obra  que  se  expresa. 

MANUAL   DEL   PÁRROCO   AMKI'.U'.ANO 
por  clon   Justo   Donoso,  obispo   electo  do  Ancud. 

tHaoe  honor  a  Chile,  haco  honor,  sobre  lodo,  aso 
Ilustrado  i  laborioso  autor,  <vi  reverendo  obispo  electo  de 
Ancud,  la  obra  que,  con  al  título  de  M&nual  del  Párroco 
Americano ^  ha  salido  recientemente  ;t  luz  en  esta  capital. 
No  os  csia  obra  una  seca  i  abreviada  reseña  de  los  prin- 
cipales deberes  del  cura  católico;  es  una  exposioion 
completada  toda   la   Importantes  i  variabas  función 


INTRODUCCIÓN  LXXX1 


que  es  llamado  este  ministro  del  evanjelio  en  nuestras 
ciudades,  en  nuestros  campos.  Es  un  cuerpo  de  doctrina, 
en  que  la  teolojía,  los  cánones,  i  el  derecho  patrio,  con- 
curren de  consuno  para  dar  a  conocer  al  sacerdote  sus 
obligaciones  i  facultades  en  el  delicado  cargo  que  le 
confía  la  iglesia.  I  no  solamente  los  que  ejercen  este  res- 
petable ministerio,  sino  los  legos,  hallarán  en  la  obra  del 
señor  Donoso  mucha  i  mui  escojida  instrucción,  de  que 
no  podrían  carecer  sin  grave  mengua.  La  publicación 
del  Manual  es  una  muestra  preciosa  de  lo  que  podemos 
ya  prometernos  del  clero  chileno  en  beneficio  de  la  reli- 
jion  i  del  estado.  ¡Ojalá  que,  estimulados  por  tan  lauda- 
ble ejemplo,  contribuyan  otros  eclesiásticos  a  trabajar  en 
el  esplendor  i  pureza  de  nuestra  iglesia,  a  llenar  las 
urjentes  necesidades  que  hoi  lamentamos  en  gran  parte 
del  territorio  de  la  república,  i  a  propagar  la  educación 
relijiosa  i  moral  en  todas  las  clases! 

«El  reverendo  autor  no  ha  olvidado  que  el  párroco, 
llamado  al  lecho  del  moribundo,  es  muchas  veces  la 
única  persona  a  quien  éste  puede  consultar  para  el 
acierto  de  sus  disposiciones  testamentarias:  materia  en 
que  el  cumplimiento  de  las  solemnidades  legales  es  de 
absoluta  necesidad,  como  todos  saben;  porque  sin  ellas 
no  puede  llevarse  a  efecto  la  voluntad  -del  testador.  Un 
apéndice  suministra  al  sacerdote  los  conocimientos  nece- 
sarios para  ciar  en  estos  casos  la  debida  instrucción  a 
sus  feligreses. 

«Esta  obra,  recomendable  por  muchos  tílulos,  tiene 
el  mérito  de  una  dicción  sencilla,  acomodada  a  la  intc- 
lijencia  de  todos,  i  jeneralmente  correcta  i  pura.» 

Bello  hizo  aparecer,  en  El  Araucano  fecha  "21  de  mar- 
zo de  18A5,  el  artículo  que  se  reproduce  a  continuación. 


LXXXIl  Ol'USCL'LOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 

VIDA.    DK    JESUCRISTO 

CON   UNA  DESCRIPCIÓN  SUCINTA  DI5  LA  PALESTINA 

traducida  por   don    Domingo    Faustino   Sarmiento. 

«El  señor  Sarmiento,  tan  celoso  en  promover  la  edu- 
cación primaria,  no  ha  podido  hacer  a  las  escuelas  un 
presente  mas  estimable,  que  el  de  este  librito  precioso, 
orijinalmente  compuesto  en  alemán  por  el  canónigo 
Cristóbal  Schmid.  Todos  saben  que  osle  digno  eclesiás- 
tico ha  consagrado  las  producciones  de  su  fértil  pluma  a 
los  niños.  El  Araucano  copió,  tiempo  hace,  de  uno  de 
los  mas  acreditados  diarios  franceses,  el  juicio  que  sobre 
la  tendencia  moral  i  relijiosa  de  las  obras  de  Schmid 
han  formado  el  público  i  el  clero  católico  de  Francia.  La 
presente  no  es  mas  que  una  parle  de  una  colección  do 
Historia*  sacadas  de  la  sagrada  escritura,  cuya  traduc- 
ción al  francos  se  imprimió  con  aprobación  del  vicariato 
jcncral  de  Strasburgo,  i  fué  adoptada  por  la  municipali- 
dad de  Paria  para  sus  escuelas. 

«La  obra  se  recomienda  por  sí  misma.  La  narración 
es  fielmente  ajustada  a  los  evanjelios;  i  el  estilo,  calcado, 
se  puede  decir,  sobre  el  de  los  evanjelistas,  que  reúne  en 
tan  alto  grado  la  sencillez,  la  claridad,  i  la  expresión.  No 
hai  nada  en  los  helios,  que  se  haya  tomado  de  otras 
fuentes  que  los  libros  que  la  iglesia  reo  >noce  por  inspi- 
i  el  autor  interp  >la  amonudo  a  olios  algunas 
reflexiones,  llenas  de  unción,  ¡  sobre  todo  aco- 
modadas •■»  la  intelijencia  de  sus  tiernos  lectores. 

I  orno  mi  de  una  bella  narración  en  aquel  esti- 

lo natural,  dialogado,  que  respira  un  grato  perfume  de 
piedad  i  de  antl  puodon  citar  loa  números 


INTRODUCCIÓN  LXXXI1I 


I ,  2,  3  i  4,  cu  que  se  refiere  la  encarnación  del  Hijo  de 
Dios  i  el  nacimiento  del  Bautista,  el  30,  que  contiene  la 
bella  parábola  del  hijo  pródigo,  el  35  (la  resurrección 
de  Lázaro),  i  el    41  hasta  el  43  (la  pasión  del  Salvador). 

«A  muchos  parecerá  talvez  desaliñado  i  humilde  ese 
estilo.  Somos  de  diversa  opinión:  uno  de  los  méritos 
que  hallamos  en  el  de  la  obrita  de  Schmid  es  la  sencillez 
i  el  sabor  bíblico;  i  él  es  también  el  que  nos  hace  mirar 
la  versión  de  la  Biblia  por  el  padre  Scio  como  mas  fiel 
i  elegante  que  la  del  obispo  Amat.» 

El  año  de  1845,  don  Ignacio  Domeyko  publicó  una 
interesante  obra  titulada  Araucanía  i  sus  habitante*. 

Con  este  motivo,  don  Andrés  Bello  insertó  en  los  nú- 
meros de  El  Araucano  correspondientes  al  26  do  diciem- 
bre de  1845,  i  al  '2,  9  i  16  de  enero  do  1846,  un  largo  i 
minucioso  extracto  de  esta  obra,  extracto  que  encabezó 
con  el  siguiente  párrafo: 

ARAUCANÍA    I   SUS    HABITANTES 
por  Ignacio  Domeyko. 

*No  nos  proponemos  hacer  aquí  un  elojio  de  esta 
obra:  ni  ella  ni  el  autor  necesitan  de  nuestras  pobres  ala- 
banzas,  para  recomendarse  a  la  atención  de  Chile,  i  de 
todo  el  mundo  literario.  Pero  el  aparecimiento  de  la 
Arauoanía  es  un  fenómeno  tan  importante  en  nuestra 
historia  literaria,  i  el  asunto  es  de  tan  alto  interés  para 
nuestra  república,  para  la  civilización  i  la  humanidad  en 
jcneral,  que  no  podemos  dejar  de  darle  el  lugar  corres- 
pondiente aun  en  nuestras  oscuras  columnas.» 

Bello  explica  de  esta  manera  el  método  que  ha  seguido 
para  componer  su  artículo. 


LXXXIV  OPÚSCULOS  LITERAHIOS   I  CIÚTICOS 


«En  los  siguientes  extractos,  hemos  seguido  el  orijinal 
casi  a  la  letra;  i  cuando  no  lo  copiamos  literalmente,  nos 
limitamos  a  compendiar  la  expresión  para  economizar 
espacio,  o  sustituimos  una  frase  o  voz  del  castellano  jc- 
neral  a  las  que  el  autor  ha  tomado  algunas  veces  del 
dialecto  chileno,  i  cuya  intelij encía  sería  talvcz  difícil 
fuera  de  Chile.  Aun  en  esta  parte,  hemos  procedido  con 
circunspección,  para  no  exponernos  a  desfigurar  los 
pensamientos  del  autor.  Nada  mas  ajeno  de  nosotros 
que  la  presunción  de  correjir  obras  ajenas,  i  mucho 
menos  una  que  se  recomienda  tanto  como  la  presente, 
no  solo  por  la  importancia  de  las  ideas,  sino  por  la  be- 
lleza del  estilo.  El  señor  Domcyko  ha  adquirido  en  pocos 
años  una  casi  completa  posesión  de  nuestra  lengua: 
su  castellano  es  bastante  correcto,  no  obstante  ciertos 
jiros  que  algunos  tacharían  de  jermanismos,  i  que  no  he- 
mos tenido  dificultad  en  conservar,  porque,  sobre  ser 
mui  claros  i  expresivos,  no  tienen  nada  de  repugnante  a 
la  índole  del  castellano,  encontrándose  ejemplos  de  ellos 
aun  en  la  prosa  de  Cervantes,  como  en  los  versos  de 
Mclcndez,  Moratin,  i  otros  excelentes  escritores.» 

Por  fin  Bello,  terminado  el  extracto,  expresa  sumaria- 
mente el  juicio  que  había  formado  de  la  obra  del  señor 
Domeyko. 

«Las  reflexiones  del  señor  Domeyko  sobre  el  plan 
de  conquista,  sobre  la  propaganda  mercantil,  i  so- 
bre «'1    que-    llama    sistema  político,    reducido  a  sembrar 

la  discordia  entre  loa  indios,  a  bastardearlos  i  corrom- 
perlos, no  pueden  n  do  sor  aceptadas  cordialmente 
por  todo  '  do  la  humanidad,  por  todos  los  que 
respetan  los  principio  masobviosdo  moralidad!  jnsti- 
, !., .    i \  p,  c    preci  ■  i  e  >níc  lar  que  »•!   problema  de   la 


ixTnonrcciox  i.xxxv 


reducción  o  civilización  do  la  Araucanía  i  de  su  incorpo- 
ración en  la  familia  chilena  presenta,  bajo  cualquier 
aspecto  que  se  le  considere,  graves  dificultades;  la  solu- 
ción misma  del  señor  Domeyko  no  nos  parece  removerlas 
todas.  El  sistema  que  propone  es  demasiado  lento  en 
sus  oléelos;  i  si  se  nos  permite  decirlo,  hai  en  él  algo  de 
utópico,  algo  que  parece  estar  en  oposición  con  los 
resultados  de  la  experiencia.  El  sentimiento  cristiano, 
honrado,  filantrópico,  que  palpita  por  todas  parles  bajo 
la  pluma  del  señor  Domeyko,  le  ha  hecho  tal  vez  mirar, 
como  una  cosa  posible  o  fácil,  la  elección  de  los  elementos 
con  que  es  menester  contar  para  que  sea  realizable  su 
plan.  El  proveer  de  buenos  curas  i  escuelas  la  población 
cristiana  limítrofe  no  es  cosa  mui  fácil,  siendo  tan  noto- 
ria como  lamentable  la  falta  de  unos  i  otros  en  las 
provincias  mas  pobladas  i  ricas.  Por  éstas  es  necesario 
principiar,  para  que  fluyan  del  centro  a  las  extremida- 
des aquellos  manantiales  benéficos  de  cristiandad  i  civi- 
lización. El  país  limítrofe  de  la  Araucanía  no  puede 
llegar  en  muchos  años  al  estado  en  que  quisiera  verlos 
el  señor  Domeyko,  i  que  forma  el  necesario  punto  de 
partida  para  la  propaganda  que  propone.  I  ¿dónde  halla- 
remos hombres  que  reúnan  las  cualidades  que  en  su 
concepto  son  indispensables  para  el  cargo  de  capitanes 
de  indios?  La  elección  es  difícil;  pudiera  hacerse  alguna 
vez  con  buen  éxito;  prometérnoslo  por  una  larga  serie 
de  años  es  abrigar  esperanzas  quiméricas.  I  bastaría 
que  en  uno  u  otro  caso  salieran  fallidas,  para  que  se 
rebelasen  los  suspicaces  araucanos  contra  sus  civilizado- 
res, i  viniese  por  tierra  la  obra  costosa  i  difícil  de 
muchas  jeneraciones.  No  se  trata  solo  de  hallar  hombres 
que  en  circunstancias  ordinarias    hayan  acreditado  la 


LXIXVI  OPÚSCULOS  LITÉIS  AH  IOS  I  CIÚTICOS 


honradez,  sobriedad  i  desprendimiento  que  se  exijen  de 
ellos;  se  trata  de  hallar  hombres  incorruptibles  que  con 
mil  medios  de  abusar  ¡impunemente  de  su  autoridad, 
resistan  a  todas  las  tentaciones,  i  tengan  miras  elevadas 
i  sentimientos  bastante  puros  para  preferir  constante- 
mente el  bien  de  la  humanidad  i  el  de  la  patria  a  su 
interés  personal.  Es  incuestionable  la  necesidad  de  que 
toda  la  obra  de  la  reducción  de  los  indios  esté  a  cargo 
de  un  solo  jefe  militar  i  civil;  pero  no  es  menos  cierto 
que  la  reunión  de  cualidades  tan  eminentes  como  las 
que  requiere  el  señor  Domeyko  en  los  depositarios  de 
esta  alta  autoridad,  es  poco  menos  que  imposible.  Supo- 
niendo que  se  encuentre  una  vez  u  otra  ese  individuo 
privilegiado  en  quien  se  combinen  con  las  prendas  políti- 
cas i  militares  las  convicciones  rclijiosas  i  el  celo  apos- 
tólico de  ([lie  debe  sentirse  animado,  ¿no  se  puede 
afirmar  con  entera  certidumbre  que,  en  una  larga  serie 
de  empleados  de  esta  categoría,  la  mayor  parte  distarán 
mucho  del  tipo  a  que  el  señor  Domeyko,  en  las  inspira- 
ciones de  su  pura  i  amable  filantropía,  quisiera  (pie  se 
conformaran?  Sentimos  decirlo:  el  sistema  de  reducción 
del  Benor  Domeyko  nos  presenta  un  bello  ideal  para  cu- 
ya realización  es  mui  difícil  encontrar  materiales;  un 
bello    ideal  que  a  dura-    pe;¡a--¡    pudiera    llevarse  a  efecto 

adelantadas  que  la  nuestra.  ¿No   he« 
io  el  miserable  fruto  de  ios  experimentos  de  los 
1  £  Unidos  sobre  las  tribus  salvajes   que  encontra- 
ron en  su  territorio  han  civilizado? ¿Han  mejorado 

>ndÍCton  DO]  >tO?  No  han  heclio  mas  que 

del  Buelo  i  "i,  apropiándoselo. 

í  .ria  del  {enero  humano  da  lecciones  bien  tristes. 

■  ierra  lia   ido  siempre  a  la  vanguardia  de  la  civili- 


INTRODUCCIÓN  LXXXV1I 

zacion  i  le  lia  proparado  el  terreno;  i  cuando  se  ha 
principiado  por.  el  comercio,  no  se  ha  hecho  mas  que 
preludiar  a  la  guerra;  esparcir  semillas  de  discordias, 
que  brotan  al  fin  en  hostilidades  sangrientas.  Todos  los 
jérmenes  de  la  civilización  europea  se  han  regado  con 
sangre.  En  el  sistema  mismo  del  señor  Domeyko,  la 
guerra  sería  tarde  o  temprano  una  necesidad  inevitable. 
«Creemos,  pues,  que  está  todavía  por  resolver  el  proble- 
ma a  que  ha  dedicado  sus  meditaciones  el  autor.  Mas 
aunque  dudemos  de  la  practicabilidad  de  su  plan,  con- 
siderado en  el  todo,  nuestros  hombres  de  estado  halla- 
rán en  la  Araucania  del  señor  Domeyko  ideas  orijinales 
e  interesantes,  datos  instructivos  sobre  la  naturaleza 
física  i  la  condición  moral  de  aquel  país,  i  multitud  de 
indicaciones  de  que  puede  sacarse  macho  partido,  aun 
en  nuestras  circunstancias  actuales.  Ella  es  indudable- 
mente la  producción  de  un  entendimiento  muí  cultivado, 
i  de  una  razón  concienzuda  i  sana,  que  no  concibe  la  po- 
lítica sin  la  justicia,  ni  la  moral  sin  convicciones  relijiosas 
profundas.  Hace  mucho  tiempo  que  hemos  felicitado  a 
Chile  por  la  adquisición  de  un  hombre  tan  distinguido 
como  el  señor  Domeyko;  i  la  obra  que  casi  literalmente 
hemos  copiado  en  este  i  los  precedentes  artículos,  es 
una  plena  confirmación  de  aquel  juicio.  No  dudamos 
que  el  ilustrado  público  de  Chile  la  acojerá  con  todo  el 
aprecio   que  merece,» 

En  el  cuerpo  del  presente  volumen,  se  contienen  va- 
rios análisis  de  obras  nacionales  mas  extensos  que  los 
preinsertos,  los  cuales  fueron  publicados  por  Bello  sea 
en  El  Araucano,  sea  en  otros  periódicos. 


LXXXVIII  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


VII 

Don  Andrés  Bello  desplegó  gran  solicitud  en  fo- 
mentar la  publicación  de  obras  instructivas;  i  muí  es- 
pecialmente, como  era  natural,  la  de  aquellas  que  se 
referían  a  la  América  Española,  i  en  particular  a  Chile. 

Fué  el  primero  que,  en  este  país,  manifestó  la  utilidad 
de  las  grandes  colecciones  de  documentos  históricos. 

En  comprobación,  voi  a  insertar  lo  que  escribía  en  El 
Araucano  fecha  1."  de  febrero  de  1839. 

COLECCIÓN  HISTÓRICA    OK    DON  PEDRO    DE  ANCELIS 

«Mas  de  una  vez  hemos  llamado  la  atención  de  nues- 
tros lectores  a  esta  obra  importante,  que  aun  no  ha 
despertado  en  el  público  chileno  todo  el  interés  que  de- 
biera. Con  la  mira  de  jencralizar  la  noticia  de  una  em- 
presa literaria,  que  desearíamos  ver  imitada  en  las  demás 
repúblicas  americanas,  i  que  merece  la  acojida  de  todas 
ellas,  harto  mas  que  el  sinnúmero  de  obrillas  frivolas 
galo-hispanas  que  circulan  hoi  entre  nosotros,  hemos 
creído  de  nuestro  deber  insertar  en  El  Ar-auca.no  el  artí- 
culo siguiente,  copiado  de  los  periódicos  de  Buenos  Aires. 

« — Un  extranjero  ilustrado,  correspondiendo  a  la  jo- 
sa hospitalidad  de  un  país  que  le  condecoró  oon  el 
título  de  ciudadano,  emprendió  una  obra  importante 
sobre  la  jeografía  i  la  historia  de  rejiones.  Todos 

a  p  i  ,í.i  tomaron  parte  en  el  buen  éxito  de  esta  empresa, 

i  1.,       ulr.ijr.     de  los  arjcnliiios  preparaban  los  aplausos 

délos  literatos  extranjeros.  Dentro  de  seis  meses  debía 
i      ir  b  su  término  esta  publicación,  que  había  costado 

laui  icriticios  por  parte  do  su  Infatigable 


INTRODUCCIÓN  LXXXI.V 


autor.  Sobrevino  el  bloqueo  intimado  por  la  nación  fran- 
cesa, i  le  ha  impedido  continuar  su  obra  i  recojer  el 
fruto  de  sus  trabajos. 

« — Nos  cabe  sin  embargo  la  satisfacción  de  asegurar  al 
público  que  el  señor  de  Angelis  no  lo  ha  desatendido,  i 
que,  aguardando  la  cesación  de  los  estorbos  que  se  opo- 
nen por  ahora  a  la  introducción  del  papel  que  había 
encargado  a  Europa,  va  preparando  los  materiales  que 
faltan  aun  para  el  completo  de  su  Colección  Histórica. 
Sirva  de  comprobante  de  nuestro  aserto  el  proemio 
inédito  al  Diario  del  señor  Morillo,  que  hemos  solicitado 
de  su^autor  para  publicarlo  anticipadamente  en  nuestras 
columnas,  porque  su  lectura  no  puede  menos  de  excitar 
un  interés  positivo. — » 

Don  Andrés  Bello  estimuló  en  cuanto  pudo  la  publi- 
cación de  la  Historia  Física  i  Política  de  Chile  por  don 
Claudio  Gay,  llamando  la  atención  de  la  jentc  ilustrada 
sobre  la  importancia  de  esta  obra,  según  lo  demuestran 
los  artículos  contenidos  en  el  cuerpo  de  este  volumen. 

Tan  pronto  como  empezaron  a  recojerse  suscripciones 
para  costear  la  ediccion,  Bello  escribió  en  VA  Araucano 
fecha  11  de  junio  de  1841  lo  que  paso  a  copiar. 

«La  lista  de  suscriptores  a  la  obra  que  se  propone  pu- 
blicar en  Europa  el  señor  don  Claudio  Gay,  i  que  se  está 
insertando  desde  algún  tiempo  en  las  columnas  de  este 
papel,  contiene  la  mayor  parte  de  los  nombres  distin- 
guidos de  la  capital.  No  dudamos  que  se  agregarán 
todavía  otros  mas  de  ciudadanos  no  menos  distinguidos 
i  deseosos  de  contribuir  de  este  modo  a  la  conclusión 
del  magnífico  monumento  científico  i  literario  que  va  a 
tener  nuestro  país  sobre  todos  los  demás  americanos,  i 
aun  sobre  muchos  del  antiguo  mundo. 


XC  OPÚSCULOS  LITERAMOS  I  (-.¡UTICOS 


«El  plan  do  la  obra,  que  ha  sido  igualmente  insertado 
en  este  periódico,  es  ya  por  sí  solo  una  concepción  de- 
masiado grandiosa,  i  que  excitaría  la  desconfianza  de 
que  pudiera  realizarse,  si  no  tuviéramos  la  palabra  formal 
del  célebre  i  laborioso  naturalista,  que  tantas  prendas  nos 
ha  dado  mui  de  antemano  de  su  gran  capacidad  i  su 
stancia  a  toda  prueba,  no  necesitándose  de  nada  me- 
nos que  de  ella,  para  preparar  i  llevar  a  cabo  los  exten- 
sos i  variados  trabajos  que  deberán  emprenderse  por  el 
mismo  naturalista,  i  por  otros  sabios  bajo  su  dirección 
inmediata,  i  a  vista  de  los  cuantiosos  i  ricos  materiales 
que,  a  costa  de  inmensas  fatigas,  ha  sabido  recojer  por 
partes. 
"Para  nosotros,  una  de  las  ventajas  principales  cíela 
publicación  castellana  que  se  propone  el  señor  Gay,  es 
que  ella  no  solo  será  obra  de  sabios,  o  de  personas  inicia- 
das en  las  ciencias  físicas,  sino  también  de  todo  hombre 
de  medianos  alcances  que  quiera  prestar  alguna  aten- 
ción a  las  introducciones  o  compendios  elementales  que 
el  digno  naturalista  ofrece  agregar  a  aquellas  partes  de 
su  obra,  que  lo  requieran.  De  este  modo,  la  llora  i  fauna 
chilenas,  la  mineral  ojia  i  j  col  ojia,  i  la  física  terrestre  i 
meteorolojía  de  nuestro  país  se  encontrarán  a  el  alcance 
aun  servirán  para  estimular  i  propagar  entre 
nosotr  ludio  fundamental  de  estas  ciencias. 

t Dejamos  aparte,  i  como  ya  mencionadas  en  el  prospec- 
to de  la  obra,  las  partes  de  ella  consagradas  a  la  esta- 
dísti  grafía,  e  historia   del   país,  (odas  ellas  no 

menos  ínter  que  las  indicadas  anteriormente,  i 

;    :    abio  profesor  ha  reoojido  gran 
i  de  materiale  .  i  a  la  verdad  que  cualquiera  qui 
i. acerca'-'  algún  conocimiento 


INTRODUCCIOX 


do  sus  preciosas  colecciones,  tanto  en  documentos  i 
manuscritos  de  todo  jénero,  como  en  apuntes  i  observa- 
ciones del  mismo  profesor  i  objetos  de  historia  natural, 
no  podrá  menos  de  maravillarse  de  la  paciencia,  sagaci- 
dad, inteligencia  i  asidua  laboriosidad,  que  tanto  le  dis- 
tinguen i  recomiendan. 

«La  obra  sola  del  gabinete  que  ha  formado  en  poco  mas 
de  un  año,  es  a  los  ojos  del  menos  inteligente,  obra  de 
mucho  tiempo  i  de  muchos  colaboradores;  i  el  gobierno 
que  ha  sabido  apreciar  tan  importantes  como  extensos 
trabajos,  se  propone  pedir  a  las  cámaras  lejislativas  en 
favor  del  benemérito  profesor  una  recompensa  que  le 
sirva  de  auxilio,  si  no  de  estímulo  (que  no  lo  necesita), 
para  continuar  su  grande  empresa  fuera  del  país. 

«Aplaudimos  por  nuestra  parte  el  celo  i  justificación 
del  gobierno,  no  menos  que  el  espíritu  público  que  ha 
animado  a  los  suscriptores  de  la  obra,  contra  los  pro- 
nósticos de  algunos  fatalistas  que  se  atreven  a  negar  su 
existencia  entre  nosotros,  a  pesar  de  los  hechos  repetidos 
que  los  desmienten  casi  todos  los  días.  Los  mismos  me- 
lancólicos pronósticos  habían  precedido  i  acompañado  el 
establecimiento  de  la  Suciedad  de  Agricultura,  como  lo 
hemos  hecho  notar  en  otra  ocasión;  i  sin  embargo,  esta 
misma  sociedad,  con  la  suscripción  a  la  obra  del  señor 
Gay,  deque  se  ha  encargado  o  m  tanto  celo  i  correspon- 
diente suceso,  acaba  de  dar  un  doble  desmentido  a  los 
que,  teniéndose  por  conocedores  del  carácter  i  espíritu 
de  los  chilenos,  no  hacen  mas  que  rebajar  uno  i  otro, 
suponiéndolos  indiferentes  a  todos  los  adelantamientos 
del  país,  o  dominados  por  el  mas  ciego  egoísmo. 

«Entre  tanto,  nos  es  satisfactorio  anunciar  que  la  sus- 
cripción crece  todos  los  dias,  i  que  con  el  aumento  que 


XCII  OPÚSCULOS  LITBRAM08  I  CIÚTICOS 

debe  recibir  todavía  en  la  capital,  i  al  que  no  dudamos  se 
apresurarán  a  concurrir  todas  las  personas  de  algún 
rango  i  comodidad,  i  las  que  se  aguardan  de  las  provin- 
cia--;, se  completará  pronto  la  suma  requerida,  i  el  digno 
profesor  llevará  consigo  una  recompensa  verdaderamen- 
te nacional  en  esta  demostración  pública  del  aprecio  de 
nuestros  compatriotas.» 

Pocos  meses  después,  Bello  tomó  la  pluma  para  hacer 
ver  lo  que  convenia  a  Chile  el  darse  a  conocer  en  las  na- 
ciones extranjeras  por  medio  de  obras  como  la  de   Gay. 

lié  aquí  lo  que  dijo  acerca  de  esto  en  El  Araucano 
fecha  18  de  febrero  de  I8í*2. 

«De  los  méritos  i  servicios  del  señor  Gay,  nos  hemos 
ocupado  en  otra  ocasión;  ellos  han  sido  expuestos  a  las 
cámaras  lejislalivas,  las  que  en  su  última  sesión  se  apre- 
suraron a  votarle  una  recompensa  nacional  i  a  adoptarle 
como  ciudadano  de  Chile;  i  se  hallan  manifiestos  a  todos 
que  han  podido  formarse  alguna  idea  de  la  naturale- 
za, diversidad  i  complicación  de  los  trabajos  de  este  in- 
fatigable  naturalista.  La  obra  solo  del  museo,  criada  por 
mis  cuidados  i  enriquecida  por  el  jencroso  presente  de 
Indas  sus  colecciones,  bastaría  para  formar  el  elojio  de 
su  celo,  actividad  i  constancia,  no  menos  que  do  su 
i  capacidad  i  de  su  conducta  honrosa  i  desinteresada. 
Justa  i  merecidamente  ha  decretado  el  gobierno  que  el 
retrato  del  señor  <  '>ay  sea  colocado  en  el  musco,  mientras 
que  con  la  gran  publicación  que  se  propone  hacer  en 
Europa  del  resultado  de  sus  extensos  trabajos  sobre 
Chile,  asi  en  loa  ramos  de  historia  natural  como  en  el 
déla  política,  ROS  envía  quizá  un  monumento  maa  dura- 
dero i  de  mas   inmediata  utilidad  para  el  país. 

bohemos  dicho  antes,  i  lo  repetimos  ahora,  es  me- 


INTRODUCCIÓN  XCIII 


nester  que  Chile  sea  conocido  en  el  mundo  civilizado 
bajo  todos  sus  aspectos;  de  este  modo  únicamente  podrá 
recibir  el  impulso  de  actividad  industrial  que  proporcio- 
narían los  capitales  i  conocimientos  de  afuera,  i  por 
consiguiente  su  rápido  incremento  en  población  i  riqueza. 

«Desgraciadamente,  Chile  se  halla  como  ignorado  de 
las  naciones  que  mas  podrían  contribuir  al  fomento  de 
esta  riqueza;  o  lo  que  es  peor,  solo  ha  sido  conocido  bajo 
el  aspecto  desfavorable  de  sus  anteriores  desórdenes  i 
desavenencias,  quedando  confundido  hasta  ahora,  respec- 
to de  muchas  naciones  europeas,  entre  aquellos  esta- 
dos de  América,  en  donde  desgraciadamente  no  ha 
terminado  aun  la  revolución  que  los  separó  de  la  anti- 
gua metrópoli.  Pero  ha  habido  mas  todavía;  i  desacredi- 
tado este  país  como  de  intento  por  escritores  superficiales, 
o  contrariados  en  sus  esperanzas  exaj eradas  por  espe- 
culaciones imprudentes,  ha  sido  al  mismo  tiempo  calum- 
niado hasta  con  respecto  a  la  riqueza  i  feracidad  de  su 
suelo,  la  conocida  benignidad  de  su  clima,  el  'mas  aná- 
logo i  favorable  en  este  continente  para  los  europeos, 
i  la  abundancia  i  variedad  de  producciones  agrícolas, 
igualmente  análogas  al  cultivo  de  aquellas  rej iones. 

«De  este  modo,  los  malos  resultados  de  las  compañías 
de  empréstitos,  minas,  bancos,  etc.,  formadas  para 
América  en  Inglaterra  hacia  los  años  de  1824  i  25,  mas 
bien  con  el  objeto  de  ajiotaje  en  aquel  mercado  de  fon- 
dos, que  el  de  su  verdadera  aplicación  a  los  fines  osten- 
sibles que  se  proponían,  debieron  refluir,  como  sucedió 
en  efecto,  en  perjuicio  del  buen  nombre  i  crédito  de 
estos  países.  Igual  resultado  produjeron  las  especulacio- 
nes aisladas  a  que  nos  hemos  referido  antes;  i  la  obra, 
entre  otras,  do  Mr.   Miers  escrita  con  la  mayor  pasión 


.\C.!V  OPUSCfl.OS  UTEHAIUOS  I  CIÚTICOS 


i  con  el  mas  profundo  sentimiento  de  despecho,  dema- 
siado patentes  a  cuantos  tienen  algún  lijero  conocimiento 
de  Chile,  fué  consultada  i  ha  gozado  de  cierta  autoridad, 
entre  la  gran  multitud  de  los  que  no  tenían  antecedentes 
sobre  el  verdadero  espíritu  del  autor,  o  que  carecían  de 
término  de  comparación  entre  semejante  libelo  i  una  obra 
filosófica  i  de  conciencia  que  hacía  falta  acerca  de  un  país 
enteramente  nuevo  para  los  europeos. 

«lié  aquí  el  gran  vacío  que  es  llamada  a  llenar  la  fu- 
tura obra  del  señor  Gay,  i  que  colocada,  como  no  lo 
dudamos,  al  lado  de  la  del  sabio  Ilumbeldt  sobre  otras 
parles  de  América,  i  con  datos  mas  probados  i  extensos 
que  los  que  pudo  recojer  este  célebre  naturalista  en  sus 
grandes  viajes,  proporcionará  al  mundo  sabio,  como  a 
los  especuladores  de  todas  partes,  el  conocimiento  exacto 
de  las  riquezas  naturales  de  Chile  i  de  sus  ventajas  de 
todo  jénero  para  el  comercio  i  los  adelantamientos. 

«No  menos  interesante  para  los  mismos  fines  i  para 
desterrar  'preocupaciones  con  respecto  a  este  país,  será 
la  propagación  de  conocimientos  jeográíieos,  estadísticos 
e  históricos  acerca  de  él,  i  sobre  lo  cual  ha  recojido  el 
señor  c.iy  tan  abundantes  documentos,  la  mayor  parte 

inéditos.  La  caria  del  país,  trabajo  enteramente  acabado 
i  sobre  una  grande  escala,  será  una  de  las  primeras  pro- 
ducciones «pie  nos  enviará  el  BenoF  <  laj  ,  luego  que  llegue 
a  lairop.-i,  ¡  será  también  para  aquellos  pueblos  el  pri- 
mer cuadro  rigorosamente  exacto  del  suelo  i-  aspecto  de 
Chile,  a  que  puedan  prestar  plena  confianza.  No  servirá 
menos  utilidad   la  historia  Imparcial  ¡  completa  de 

ii   primer    eMableeimieuto;  se    Conocerá 

i  oríjen  i  progresos;  se  verán   las  causas 
pión  de  i ■'.  pana,   la  -  de  nue  ^tros  disturbios 


INTRODUCCIÓN  XCV 


civiles  i  aun  los  errores  i  extravíos  de  nuestra  infancia 
política,  de  que  ciertamente  no  tendremos  de  que  aver- 
gonzarnos, si  los  comparamos  con  los  de  los  pueblos 
antiguos  en  igual  situación,  sacándose  de  todo  el  cono- 
cimiento claro  de  nuestra  situación  actual,  i  de  los 
medios  por  donde  hemos  llegado  a  ella.  La  estadística 
comparada  formará  el  complemento  de  tan  preciosos 
conocimientos.  Chile  será  entonces  completamente  justifi- 
cado; i  difundidas  por  todo  las  nociones  mas  positivas 
de  sus  ventajas  naturales  i  políticas,  i  del  carácter  suave 
i  hospitalirio  de  sus  habitantes,  no  debe  dudarse  que 
atraerá  en  breve  a  su  seno  a  cuantos  hombres  industrio- 
sos quieran  buscar  fuera  de  sus  países  completa  paz  i 
seguridad,  liberal  protección  del  gobierno  i  los  particu- 
lares, abundancia  de  medios  de  ocupación  para  los  capi- 
tales i  el  trabajo,  i  recompensa  altamente  lucrativa  de 
ellos. 

«Ni  podrán  tacharse  de  exajeradas  nuestras  esperan- 
zas en  esta  parte,  si  se  tienen  presentes  las  grandes  re- 
voluciones morales,  políticas,  comerciales  o  industriales 
que  han  producido  en  las  naciones  mas  civilizadas  los 
escritos  de  los  filósofos  i  los  sabios,  i  aun  los  inven! 
descubrimientos  parciales  en  las  ciencias  i  las  artes.  Juz- 
gando solo  por  analojías  una  obra,  o  mas  bien  las  varias 
obras  que  deben  producir  los  trabajos  del  señor  Gay 
sobre  una  parte  interesante  del  gl  bo  poco  estudiada  o 
desconocida  a  la  jeneralidad  de  los  europeos,  no  podrá 
menos  de  lijar  la  atención  en  ella,  i  ser  en  breve  con- 
siderada como  un  verdadero  descubrimiento,  o  como  un 
vasto  campo  para  nuevas  especulaciones  i  empresas.» 

Don  Andrés  Bello,  convencido  de  que  los  recursos  de 
Chile  no  eran    suficientes  para  satisfacer  por  sí  Bolo  ni 


xi.vi  oplscllos  literarios  i  críticos 


con  mucho  los  gastos  de  todas  las  publicaciones  que 
convenia  llevar  a  cabo,  procuró  que  cooperase  a  la  reali- 
zación de  los  proyectos  de  esta  especie  que  se  intenta- 
ban, sea  en  las  otras  secciones  de  la  América  Española, 
sea  en  Europa. 

En  EL  Araucano   fecha  23  de  mayo  de  1845,    escribió 
lo  que  sigue. 

CURSO   DE    HISTORIA 
DE  LA  FILOSOFÍA  MORAL  DEL  SIGLO  XVIII, 

Dictado  por  Mr.   Victor  Cousin;  publicado  por  Mr.  M.  E.   Vacherot; 

i  traducido  del   idioma  francos  al  castellano 

por  Pedi'o  Terrásas. 

«La  publicación,  cuyo  título  precede,  es  un  buen  ejem- 
plo para  nuestra  prensa,  que  se  ocupa  casi  exclusiva- 
mente en  traducciones  de  novelas,  llenas  de  interés 
sin  duda,  i  en  que  no  podemos  dejar  de  admirar  el  talen- 
to de  ¡os  autores,  pero  de  un  efecto  pernicioso  sobre  la 
moral  i  las  costumbres. — Ilai  una  gran  distancia  bajo 
este  respecto  entre  las  obras  que  derrama  hoi  con  tanta 
prolusión  la  Francia,  i  las  producciones  inmortales  de 
Walter  Scott. — Séanos  lícito  lamentar  la  tendencia  mór- 
bida de  nuestra  Bociedad  a  esas  lecturas  excitantes, 
donde  se  Bacrifioa  todo,  hasta  los  mas  altos  intereses 
sociales,  a  la  fuerza  de  las  Impresiones.  Entre  tanto,  no 
tenemos  noticia  de  que  en  Chile  se  haya  emprendido 
ra  nuestra  lengua  (oon  una  sola  excepción  hon- 
rosa, qu"  esperamos  sea  dignamente  acojida  por  elpú- 
blic  >)  ninguna  de  tantas  obras  importantes  de  moral, 
de  filosofía,  de  historia,  orno  han  Balido  de  la  prensa 
fram  últimos  afl< 


INTRODUCCIÓN  XCVII 


«La  empresa  que  anunciamos  es  de  este  carácter. 
Destinada  a  familiarizar  la  juventud  boliviana  con  las 
doctrinas  morales  del  primero  de  los  filósofos  de  nues- 
tros dias,  no  dudamos  que  tendrá  entre  nosotros  la 
circulación  que  merece  por  la  importancia  del  asunto,  i 
que  las  cualidades  literarias  del  traductor  nos  parecen 
asegurarle.» 

En  El  Araucano  fecha  12  de  setiembre  del  mismo  año, 
insertaba  el  artículo  que  va  a  leerse. 

SALA    HISPANO-AMERICAXO, 
O   ILUSTRACIÓN    DEL    DERECHO    ESPAÑOL, 

por  don  Juan  Sala,  añadidas  las  variaciones  que  ha  recibido  hasta 
el  día,  tanto  en  España,  como  en  la  república  de  Chile, 
por  dos  jurisconsultos  peninsulares, 
bajo  la  direooion  do  don   Vicente  Salva. 

«Don  Vicente  Salva  ha  emprendido  un  apreciable  tra- 
bajo en  favor  de  todos  los  pueblos  que  hablan  el  caste- 
llano, dedicándose  a  la  reimpresión  de  los  varios  cuerpos 
legales  i  de  las  obras  elementales  de  jurisprudencia  mas 
acreditadas.  La  Ilustración  del  Derecho  Real  de  España 
por  don  Juan  Sala,  republicada  ahora,  hace  considera- 
bles ventajas  a  las  ediciones  anteriores,  tan  descuidadas, 
como  saben  todos  los  que  las  han  manejado.  Ocúpase 
también  el  señor  Salva  en  una  nueva  edición  do  la  No- 
tísima, que  hará  juego  con  la  de  las  Siete  Partidas,  dada 
a  luz  en  Paris  en  1843  i  44.  El  Sala  Hispano-Chileno, 
ademas  del  mérito  de  la  fidelidad  i  esmero  tipográfico, 
que  es  característico  de  todas  las  publicaciones  do  Salva, 
tiene  para  nosotros  una  incontestable  superioridad  por 

la  circunstancia  de  hacerse  en  él  una  reseña  de  las  leyes 
opúsc.  13' 


XCV1II  OPÚSCULOS     LITERARIOS  1  CIÚTICOS 


promulgadas  cu  Chile  desde  su  emancipación,  en  la  par- 
te relativa  al  derecho  civil  i  al  orden  de  procedimientos. 
Para  que  se  juzgue  de  lo  que  sobre  este  punto  se  ha 
hecho,  copiaremos  las  palabras  del  mismo  editor. 

« — La  Ilustración  del  Derecho  Español  por  Sala  es  el 
libro  que  ha  tenido  mas  universal  aceptación  entre  todos 
los  elementos  que  se  han  publicado  sobre  esta  materia, 
bien  por  resolver  mayor  número  de  cuestiones  legales, 
bien  porque  designa  a  cada  paso  la  conformidad  de  las 
leyes  españolas  con  las  romanas,  que  son  su  principal 
base.  Pero,  habiendo  muerto  aquel  erudito  escritor  mui 
a  los  principios  del  siglo  en  que  vivimos,  no  se  mencio- 
nan en  sus  instituciones  las  infinitas  reformas,  adop- 
tadas en  España  por  sus  reyes  a  consecuencia  de  los 
adelantos  que  en  la  jurisprudencia  i  en  la  economía 
política  ha  hecho  la  Europa  de  cincuenta  años  a  esta 
parte,  ni  las  decretadas  por  las  cortes  en  unión  con  el  po- 
der real.  Fundándose  unas  i  otras  en  principios  liberales 
de  conveniencia  pública,  son  precisamente  las  que  deben 
guardar  mas  consonancia  con  la  actual  lejislacion  chile- 
na, i  las  que  hacen  mas  falta  en  un  libro  que  haya  de 
ponorsc  en  manos  de  los  que  so  dedican  a  la  carrera 
de  las  leyes. 

« — Deseando  el  editor  de  esta  obra  completarla,  a  lin  de 
«iuc  llene  debidamente  <-l  objeto  a  que  se  la  destina,  ha 
cuidado  de  que,  sin  alterar  ni  cercenar  ninguna  espe- 
i  primitivo,  se  Intercalen  en  sus  respectivos 
párrafos,  de  modo  <|u<>  cualquiera  pueda  distinguir  lo 
añadido,  U*  leyes  de   fecha  posterior  a  la  primera 

edición  <l«-i  escrito  de  don  Juan  Sala,  muchas  de  las 

!<■     e  hallan  vijentesen  la  república  de  ('hile,  por 

ii  emancipación,  En  un  apéndice  al 


INTRODUCCIÓN  XC1X 


íin  de  cada  tomo,  i  con  referencia  a  los  títulos  i  párra- 
fos que  contiene,  se  han  reunido  las  demás  disposiciones 
legales  adoptadas  por  el  gobierno  i  cuerpo  lejislativo  de 
dicho  estado,  notando  su  conformidad  o  discordancia 
respecto  del  derecho  español. 

«Este  trabajo,  ejecutado  con  la  atención  i  escrupulosi- 
dad que  merece,  a  vista  de  las  colecciones  legales  dadas 
a  luz  en  la  república,  ha  sido  revisado  en  Paris  antes  de 
su  impresión  por  el  licenciado  don  Manuel  Antonio  To- 
cornal,  miembro  de  la  facultad  de  leyes  i  ciencias  políti- 
cas de  la  universidad  de  Chile,  quien  ha  celebrado  el 
pensamiento  i  aprobado  en  todas  sus  partes  el  método 
que  se  ha  seguido.  Voto  de  tal  peso  lo  hace  esperar 
mui  favorable  de  los  demás  jurisconsultos  chilenos,  los 
cuales  no  podrán  dejar  de  convenir  en  que  el  estudio  de 
una  lejislacion  extraña  i  embrollada,  es  ímprobo  por  su 
naturaleza,  reconociendo,  al  mismo  tiempo,  que,  puestas 
en  claro  las  principales  diferencias  que  hai  entro  aquella 
i  la  española,  i  completada  ésta  con  lo  mucho  que  faltaba 
en  la  Ilustración  de  Sala,  se  ha  hecho  cuanto  cabia  para 
que  sea  mas  digna  del  aprecio  público. — » 

En  El  Araucano  fecha  6  de  octubre  de  1848,  se  lee  lo 
que  sigue: 

«Hemos  recomendado  hace  algún  tiempo  la  Biblioteca 
de  Autores  Clásicos  Españoles,  que  publica  en  Madrid 
don  Manuel  Rivadeneira,  cuya  habilidad  tipográfica  es 
bien  conocida  entre  nosotros.  Sabemos  que  ha  contado 
para  esta  empresa  con  la  cooperación  de  distinguidos 
literatos  de  la  Península;  i  del  suceso  que  ha  tenido  en 
ella  es  un  buen  comprobante  el  artículo  que  sigue,  co- 
piado de  un  periódico  peninsular. 

« — Su  Majestad  se  ha  dignado  agraciar  con  la  cruz  su- 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


pernumcraria  do  Carlos  III  al  impresor  don  Manuel 
Rivadeneira,  editor  de  la  excelente  Biblioteca  de  autores 
clasicos  españoles,  el  Álbum  relijioso  i  de  otras  publica- 
ciones que  tanto  han  llamado  la  atención  de  los  inteli- 
jentes  en  el  difícil  arte  tipográfico.  Celebramos  esta 
digna  recompensa,  concedida  a  la  laboriosidad  del  señor 
Rivadeneira,  como  una  prueba,  sobre  tantas  otras,  de  la 
decidida  protección  que  dispensa  nuestra  augusta  sobe- 
rana a  las  letras  españolas,  a  cuya  gloria  ha  levantado 
el  señor  Rivadeneira  un  magnífico  monumento  seré  pe- 
rennius  en  su  citada  Biblioteca  de  autores  clásicos ,  célebre 
ya  en  toda  España  i  fuera  de  ella. — 

«El  estado  lastimoso  de  corrupción  en  que  va  cayendo 
entre  nosotros  la  lengua  nativa,  no  podrá  remediarse, 
sino  por  la  lectura  do  las  buenas  obras  castellanas.  Mul- 
tipliqúense cuanto  so  quiera  las  clases  de  gramática: 
ellas  darán,  a  lo  sumo,  un  lenguaje  gramaticalmente 
correcto;  i  en  conciencia  debemos  decir  que  no  han  pro- 
ducido ni  aun  oso  resultado  hasta  el  dia.  Pero  ¿darán  la 
posesión  del  idioma?  ¿Podrán  suministrarnos  el  acopio 
necesario  do  palabras  i  frases  expresivas,  pintorescas, 
do  que  tanto  abunda?  Para  adquirir  esto  conocimiento, 
la  lectura  frocuonte  do  los  buenos  escritores  os  indispen- 
sable. El  señor  Rivadeneira  ha  hecho  un  aprociablc 
sorvicio  a  todos  los  pueblos  castellanos  en  la  empresa  que 
lia  lomado  a  su  cargo,  do  dar  a  luz  ediciones  esmera- 
deque  una  parto  no  pequeña,  ni  la  menos  interc- 

te,  do  los  clásicos  castellanos  ha  carecido  hasta  ahora. 
¡Ojalá  que  ella  sea  un  nuevo  estímulo  para  quo  nuestros 

nos  literatos  i  poetas,  nuestros  oscritoros,  nuestros 
predicadores,   don  a  sus  obras  el    primer   requisito  de 

todo*;  un  requisito  cuya  bita  desluce  los  mas  bellos 


INTRODUCCIÓN  CI 


dones  de  la  naturaleza,  i  no  permite  que  se  haga  de 
ellos  el  aprecio  debido  fuera  del  recinto  estrecho  en  que 
tiene  circulación  la  jerigonza  que  escribimos!» 

Si  Bello  fomentaba  la  publicación  de  obras  instructi- 
vas que  se  hacía  fuera  del  país,  era  lójico  que  ejecutase 
otro  tanto,  i  con  mayor  fundamento,  por  lo  que  toca  a 
las  que  se  daban  a  luz  en  Chile. 

Voi  a  suministrar  algunos  ejemplos. 

En  El  Araucano  fecha  24  de  julio  de  1840,  escribía  lo 
que  sigue: 

COLECCIÓN  DE  LEYES  PATRIAS, 
NUEVAMENTE  ANUNCIADA. 

«Creemos  de  nuestro  deber  recomendar  la  publicación 
que  se  anuncia  en  el  siguiente  prospecto,  como  de  una 
suma  necesidad,  que  se  siente  a  cada  momento,  cuando 
so  trata  de  conocer  las  leyes  i  decretos  de  la  primera 
época  de  nuestra  independencia.  Para  los  que  siguen  la 
carrera  del  foro,  una  recopilación  de  esta  clase  es  indis- 
pensable; lo  es  para  nuestros  lejisladores;  lo  es  en  las 
oficinas  del  gobierno.  Aun  cuando  fueran  fáciles  de  procu- 
rar (que  no  siempre  lo  son)  los  periódicos  en  que  salieron 
a  luz  por  la  primera  vez,  el  trabajo  de  rejistrarlos  para 
saber  si  contienen  la  disposición  que  se  busca,  i  en  cuál 
de  sus  números  está  inserta,  no  deja  de  ser  a  veces  fas- 
tidioso: la  obra  que  se  anuncia  evitará  indagaciones 
infructuosas,  i  ahorrará  tiempo,  acompañándola  un  índi- 
ce copioso  i  metódico.  Si,  examinadas  las  pruebas  por 
orden  del  gobierno,  se  encuentran  conformes  a  los  ori- 
jinales  i  correctas,  poseeremos  un  texto  auténtico,  i  fácil- 
mente manejable,   de  leyes  en  parte  vijentes,  en  parte 


CU  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


necesarias  para  la  intelijencia  de  las  que  subsisten  en 
vigor,  i  de  aquellas  que  las  han  reemplazado.  I  unida 
esla  compilación  a  las  que  ya  tenemos,  suministrará 
materiales  para  la  formación  de  un  código  completo,  que 
las  abrace  todas  en  el  orden  i  con  la  claridad  que  corres- 
ponde. No  es  menester  manifestar  a  nuestros  lectores 
el  interés  histórico  de  la  obra.  Todos  saben  cuan  viva- 
mente se  reflejan  en  la  lejislacion  de  una  época  las  ne- 
cesidades públicas,  las  ideas  dominantes,  las  miras  de 
los  que  manejan  el  timón  del  estado.  ¿Con  qué  ansia  no 
se  buscan  en  el  dia  las  dispersas  reliquias  de  las  leyes 
promulgadas  en  los  mas  bárbaros  i  tenebrosos  períodos 
de  las  naciones  que  nos  han  precedido  en  el  mundo? 
¿1  miraremos  nosotros  con  indiferencia  los  monumentos 
de  la  infancia  gloriosa  de  nuestra  república?» 

En  El  Araucano  fecha  5  de  diciembre  de  1845,  daba  a 
luz  el  siguiente  artículo: 

KL    PROTESTANTISMO  COMl'.UUDO    CON    RL    CATOLICISMO 
por  don  ¿Taitao  Balólos. 

oinCidifttOS  con  el  juicio  que  sobre  esla  obra  lia  emi- 
tido   l.'i  Revista   Católica,,    Adórnanla  una  lójiea   convin- 

•,  un  estilo  animado,  que  se  eleva  muchas  veces  n 
la  mas  persuasiva  elocuencia,  i  una  rica  variedad  de 
.•  irtOtfraientoe,  que  pOAén  al  autor  al  nivel  de  las  mas  al* 

reputaciones  literarias  tius  posee  la  España,  i  lo  su- 

ministrao  pod<  i  Irmas  en  la  lid  que  sostieriG  contra 

lo    oampeonea  de  la  tefo/tma..   Escudriña  con  singular 

<  i  a  las  verdaderas  causas  fcjufl  han  Influido  en 

on  europea,  I  son  este  motivo  discute  i  oom- 


INTRODUCCIÓN  CI1I 


l)ate  algunas  ideas  aventuradas  de  Guizot,  aunque  siem- 
pre con  la  mesura  debida  a  este  celebre  historiador  i 
publicista.  No  hemos  leído  en  mucho  tiempo  una  pro- 
ducción castellana  que  reúna  en  igual  grado  la  instrucción 
i  la  amenidad  interesante.  La  pluma  del  presbítero  Bal- 
ines hermosea  todas  las  cuestiones  que  toca,  trata  mu- 
chas de  ellas  (aunque  ventiladas  muchas  veces  en  las 
escuelas  filosóficas)  con  novedad  i  maestría,  i  en  ningu- 
na traspasa  aquellos  límites  do  moderación  i  urbanidad, 
que  por  cierto  no  son  las  prendas  con  que  mas  so  han 
distinguido  hasta  ahora  las  controversias  relijiosas.  A 
los  que  estén  tan  aburridos  como  nosotros  de  la  charla 
sempiterna  que  infesta  hoi  la  política  i  todas  las  ciencias 
morales,  les  recomendamos  esta  obra  como  un  agradable 
i  sustancioso  restaurativo. 

«Deseamos  el  mejor  suceso  a  la  empresa  de  don  Pe- 
dro Yuste,  que  se  ha  propuesto  reimprimirla.  En  medio 
de  la  libertad  con  que  se  prodigan  suscripciones  a  obras 
de  otro  j enero,  en  que  no  pocas  veces  se  ha  buscado  el 
entretenimiento  a  expensas  de  la  moral,  es  decir,  de  los 
primeros  intereses  sociales,  tendríamos  a  mengua  que 
no  se  concediese  igual  patrocinio  a  las  que  tienen  una 
tendencia  eminentemente  cristiana  i  civilizadora,  como 
la  del  presbítero  Bálmes.» 

En  EL  Araucano  fecha  29  de  setiembre  de  1848,  decia 
lo  que  va  a  leerse: 

IMPRESIONAS  DE  VIAJE    DE  DON  DOMINGO  FAUSTINO    SARMIENTO 

«Se  anuncia  la  publicación  de  las  Impresiones  de  Viaje 
de  don  Domingo  Faustino  Sarmiento,  i  no  dudamos  que 
merecerá  la  acojida  de  todos  los  lectores  a  quienes  sean 
conocidas  las  cualidades  del  escritor,  i  el  espacio  a  que 
se  han  extendido  sus  excursiones,  ocupado  por  las  na- 


CIV  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

ciónos  mas  civilizadas  i  los  gobiernos  mas  poderosos  de 
Europa  i  América. 

«Pocas  lecturas  combinan  en  tanto  grado  como  los  via- 
jes la  instrucción  con  el  placer,  cuando  el  viajero  junta  a 
los  conocimientos  necesarios  para  observar  con  fruto,  una 
imajinacion  vigorosa,  para  describir  con  vivacidad  i  tras- 
mitir sus  impresiones  al  espíritu  de  los  lectores.  Por 
mas  que  un  país  sea  conocido,  gustamos  de  verlo,  por 
decirlo  así,  al  través  de  una  nueva  fantasía,  en  que,  al 
reflejarse  los  objetos,  toman  tintes  i  matices  peculiares; 
i  si  se  ha  tenido  la  fortuna  de  visitarlo  en  una  época  de 
crisis,  cuando  fermentan  ya  en  el  seno  de  la  sociedad 
elementos  que  no  tardarán  en  estallar,  i  se  oye  el  sordo 
rujido  de  una  revolución  vasta,  poderosa,  inminente, 
¿qué  interés  no  podrá  dar  al  asunto  una  intelijencia  sa- 
gaz, que  ha  tenido  medios  no  comunes  de  investigación? 

«Ni  es  solo  esto  lo  que  nos  hace  esperar  que  la  publi- 
cación anunciada  será  leída  con  ansia.  El  viajero  es 
americano;  os  habitante  do  Chile.  Chile  será,  para  él, 
un  término  de  comparación;  i  bajo  este  otro  punto  de 
vista,  no  dudamos  hallar  en  la  obra  referencias  interesan- 
tes i  provechosas  indicaciones.  Hemos  visto  tantos  cua- 
dros, buenos  i  malos,  do  escenas  amoricanas,  calculados 
para  la  inspección  do  los  europeos.  Esta  es  (prescindien- 
do de  algunos  onsayos  do  mucho  mérito,  pero  de  corta 
extensión)  la  primera  vez  que  una  parto  dilatada  de  am- 
oontinentefl  so  ha  puesto  en  perspectiva  para  noso- 

«El   público   ha   visto   ya  algunas  muestras  que  nos 
I        ii  concebir  niui  lisonjeras  esperanzas  de  que  la  obra 
ii  su  totalidad  ala  importancia  del  asunto, 
ida  reputación  del  autor.» 


INTRODUCCIÓN  CV 


VIII 


Don  Andrés  Bello  no  fué  el  redactor  exclusivo  de  El 
Araucano. 

Cuando  este  periódico  se  fundó,  la  parto  de  la  política 
militante  corrió  a  cargo  de  don  Manuel  José  Gandarí- 
llas,  como  el  mismo  Bello  lo  declara  al  anunciar  el  falle- 
cimiento de  este  distinguido  estadista. 

En  el  número  correspondiente  al  25  de  noviembre  de 
1842,  se  lee  lo  que  sigue: 

«Otro  nombre  ilustre  tenemos  el  dolor  de  agregar  a  la 
lista  de  los  héroes  a  que  debo  nuestra  patria  su  existen- 
cia.  El  24  de  setiembre  a  las  doce  i  inedia  tic  la  tarde 
exhaló  el  jcneral  O'IIiggins  su  último  suspiro  entre  los 
socorros  de  la  relijion  i  las  memorias  de  esta  patria  ido- 
latrada, cuyas  glorias  eran  el  tema  de  sus  conversaciones, 
su  consuelo,  su  orgullo. 

«Este  amor  ala  patria  era  en  don  Bernardo  O'Higgins 
mas  que  una  pasión:  era  una  fiebre.  Parecía  que  cuanto 
mas  larga  la  ausencia,  mas  acendrada,  mas  tierna  habia 
llegado  a  ser  en  su  alma  la  devoción  a  Chile.  Pensamien- 
tos relativos  a  la  prosperidad  de  su  país  le  ocupaban 
hasta  en  las  horas  de  descanso.  No  hablaba  sino  de 
Chile:  no  se  gozaba  sino  en  la  esperanza  de  pisar  otra 
vez  el  suelo  querido  de  Chile;  su  vuelta  a  Chile  era  la 
visión  de  felicidad  que  le  arrullaba  en  los  momentos 
mas  enojosos  de  la  desgracia  i  la  vejez:  visión  que  por 
una  cadena  fatal  de  inconvenientes  desvaneció  al  fin  la 
muerte. 

«No  haremos  aquí  la  reseña  de  los  hechos  gloriosos 
que  identificaron  la  fama  de  O'Higgins  con  el  nombre  de 


HVl  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


Chile,  i  que  le  harán  a  los  ojos  de  la  posteridad  el  re- 
presentante de  la  aurora  de  nuestra  república;  no  enu- 
meraremos las  virtudes  que  adornaron  su  carrera  pública 
i  su  vida  privada,  i  a  que  aun  sus  enemigos  (porque  no 
es  dado  a  ningún  hombre  eminente  dejar  de  tenerlos)  no 
podrán  menos  de  hacer  justicia.  Pero  hai  un  rasgo  a  que 
debemos  llamar  la  atención:  la  magnanimidad,  la  pureza, 
la  elevación  de  sentimientos,  que  nunca  le  abandonaron, 
i  que  aun  han  brillado  con  nuevo  lustre  entre  las  sombras 
del  destierro. 

«El  voto,  emitido  ya,  de  que  sus  restos  mortales  des- 
cansen bajo  la  tierra  que  ilustró  con  sus  hechos,  i  cuya 
felicidad  fué  el  objeto  de  sus  últimos  ruegos  al  cielo, 
no  ha  sido  desatendido  por  el  gobierno,  ni  lo  será  se- 
guramente por  los  representantes  del  pueblo  chileno. 
Pero  su  traslación  no  puede  efectuarse  por  algún  tiempo; 
i  entretanto  se  hacía  sentir  la  necesidad  de  una  expresión 
pública  de  dolor  por  su  pérdida,  de  gratitud  a  sus  ser- 
vicios, de  respeto  a  un  nombre  cuya  gloria  está  insepara- 
blemente unida  a  la  de  Chile.  El  gobierno  ha  querido 
también  hacerse  el  intérprete  de  esta  emoción  nacional.» 


«No  habíamos  acabado  de  trazar  las  líneas  precedentes, 
Cuando  ya  lamentaba  Chile  la  muerte  de  otro  de  los 
mas  distinguidos  defensores  de  su  independencia  i  li- 
bertad, don  Manuel  losé  Gandaríllas,  miembro  del  sena- 
do i  ministro  de  la  suprema  corte  de  justicia.  Falleció  en 
la  íii.'iíi.ui.i  del  día  de  ayer,  después  de  una  enfermedad 
que  por  largo  tiempo  le  había  Imposibilitado  de  prestar 
sus  servicios  al  cuerpo  lejislalivo  i  a  la  judicatura  nacio- 
nal, de  que  era  uno  <!<•  los  mas  señalados  ornamentos  por 
"   llu  itracion  i  su  Intachable  Integridad.  Su  pérdida, 


INTRODUCCIÓN  CVII 


sensible  para  todos,  deja  sumerjida  en  la  mas  amarga 
aflicción  a  su  digna  madre,  objeto  constante  de  su  tierna 
solicitud.  Mientras  que  Chile  llora  en  él  un  ciudadano 
benemérito  que  dedicó  sus  talentos  i  su  elocuencia  a  la 
defensa  de  sus  nacientes  libertades,  a  nosotros  en  parti- 
cular nos  cabe  el  triste  deber  de  consignar  esta  expresión 
de  dolor  en  un  periódico,  que  le  debe  el  ser;  en  cuya  di- 
rección tuvo  la  parte  principal  por  algunos  años,  i  que 
adornan  no  pocos  rasgos  de  su  pluma.  Consagraremos 
otra  vez  la  nuestra  a  este  asunto,  para  hacer  una  mas 
cumplida  justicia  a  los  servicios  i  a  las  virtudes  del  ilus- 
tre finado.» 

Cuando  Gandaríllas  se  retiró  de  la  redacción  de  El 
Araucano,  contribuyeron  a  ella  en  ciertos  períodos  mas 
o  menos  largos  algunos  escritores  nacionales  i  extranje- 
ros, como  don  Juan  Francisco  Menéses,  don  Ventura 
Marín,  don  José  Indelicato,  don  José  Joaquín  Pérez, 
don  Ramón  Renjifo,  don  Felipe  Pardo  Aliaga,  don  Sal- 
vador Sanfuéntes  Torres,  don  Rafael  Minvielle  i  don 
Santiago  Lindsay. 

Pero  hasta  1 853,  todos  los  artículos  literarios  i  cien- 
tíficos, así  orijinales  como  traducidos,  pertenecen  a  Bello. 

Nuestro  autor  escribió  ademas  gran  número  de  edito- 
riales sobre  toda  especie  de  asuntos  de  interés  jeneral. 

Hubo  largos  intervalos  de  tiempo  en  que  don  Andrés 
Bello  fué  el  único  redactor  de  El  Araucano. 

Solo  se  retiró  de  la  redacción,  cuando,  en  1853,  resol- 
vió dedicarse  completamente  a  la  composición  del  códi- 
go civil. 

Miguel  Luis  Amunátegli. 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA 

DE    MÉJICO 
POR  UN    INDIO  MEJICANO  DEL  SIGLO  XVI 


Esperamos  ver  presto  cumplidos  los  deseos  de  los  aficiona- 
dos a  la  historia  i  antigüedades  americanas  con  la  publicación 
do  varias  obras  curiosas  que  existen  manuscritas  dentro  i 
fuera  do  America,  compuestas  muchas  de  ellas  por  america- 
nos i  aun  por  individuos  de  la  raza  indíjena,  que  alcanzaron 
a  los  primeros  conquistadores  o  sus  inmediatos  descendientes, 
i  escribieron  cuando  so  conservaban  todavía  frescas  las  tra- 
diciones do  sus  mayores,  i  estaban  en  pié  multitud  de  mo- 
numentos preciosos,  que  una  incuria  culpable  abandonó  a  los 
estragos  del  tiempo,  o  quo  han  sido  destruidos  adrede  por  los 
celos  de  la  tiranía,  o  los  escrúpulos  de  la  superstición.  Aun- 
que estas  obras  fueron  disfrutadas  por  los  historiadores  de  la 
conquista  i  por  otros  escritores,  a  quienes  suministraron  una 
rica  cosecha  do  esquisitas  noticias,  ofrecen  todavía  abundan- 
tes rebuscas;  i  de  todos  modos,  el  público  tiene  derecho  a  que 
se  le  ponga  en  posesión  do  los  orijinales,  cuya  falta  nada  pue- 
de suplir.  Todas  las  naciones  cultas  han  mostrado  particular 
esmero  en  recojer  i  publicar  los  documentos  primitivos  de  su 
historia,  sin  desdeñar  aun  los  mas  rudos  i  toscos.  Cronicones 
insulsos,  leyendas  atestadas  de  patrañas,  i  hasta  los  cantares 
rústicos  que  se  componían  para  entretenimiento  del  vulgo, 
han  sido,  no  solamente  recojidos  i  dados  a  la  estampa,   sino 

OPÚSC.  i 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


comentados  c  ilustrados,  no  teniendo  a  menos  emplearse  en 
esta  deslucida  tarea  los  Ducanges,  los  Leibnitz,  los  Muratoris, 
i  otros  celebres  escritores.  De  este  modo  se  ha  sacado  la  his- 
toria de  Europa  del  polvo  i  tinieblas  en  que  estaba  sumida;  se 
han  explorado  los  oríjenes  de  los  gobiernos,  leyes  i  literatura 
de  esta  parte  del  mundo;  se  han  visto  nacer,  crecer  i  desa- 
rrollarse sus  instituciones;  la  crítica  ha  separado  el  oro  de  la 
escoria;  i  la  barbarie  misma  ha  presentado  un  espectáculo  tan 
entretenido  como  instructivo  a  la  filosofía.  ¿Cuánta  luz  no 
han  derramado  sobre  la  historia  de  la  Península  los  trabajos 
de  Sandoval,  Berganza,  Buriel,  Florez,  Risco  i  otros,  que  se 
dedicaron  a  compulsar  crónicas  i  diplomas  antiguos?  I  aun 
sin  salir  de  nuestra  casa,  ¿qué  americano  ilustrado  dejará  de 
leer  con  interés  los  documentos  publicados  recientemente  por 
don  Martin  Fernández  de  Navarrete,  relativos  al  gran  descu- 
bridor del  nuevo  mundo,  sin  embargo  de  la  individualidad  i 
exactitud  con  que  estaban  ya  escritos  sus  viajes? 

Este  ejemplo  debe  excitar  una  noblo  emulación  en  los  ame- 
ricanos, i  con  tanta  mas  razón,  cuanto  que,  habiéndose  histo- 
riado la  conquista  i  el  establecimiento  de  los  españoles  en  el 
nuevo  mundo  en  un  sentido  favorable  a  las  preocupaciones  i 
los  intereses  de  la  metrópoli,  el  examen  de  las  obras  escritas 
con  mas  inmediación  a  los  hechos,  i  sobre  todo  de  las  que  se 
compusieron  en  América  i  por  americanos,  no  podrá  menos 
de  presentar  mucho  de  nuevo  i  curioso.  Ni  es  de  olvidar  la 
importancia  que  tienen  estas  obras  para  nosotros  como  pro- 
duooiones  de  los  primeros  tiempos  de  la  literatura  americana. 

Muchas  de  ellas  pertenecen  a  Méjico,    i  tratan   de  sus  anti- 

dades,  descubrimiento  i  subyugación  por  las  armas  espa- 
ñolas. En  el  tomo  anterior,  dimos  noticia  de  una  de  las  mas 
intei  compuesta  por  un  relijioso  europeo;  i  tenemos 

ranza  de  poder  anunciar  dentro  de  poco  su  publicación  en 
i  capital  una  oopia  sacada  del  códice 

qtM  ■  i  Madrid  en  el  arclu\<»  de  la    Academia  de  la  llis- 

.    Ahora  tenemos  el  gu  todedeoirqui         táimprimien- 
» la  do  la  conquista  i  ipañola  de  aquel  país,  com- 

¡uní. ii|»  iin,  indio  noble  mejicano,  que  floreoió  a 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DE  MÉJICO 


fines  del  siglo  XVI;  i  según  dice  Clavijero,  la  escribió  en  su 
idioma  nativo.  Ignoramos  en  qué  tiempo  se  hiciese  ni,  a  quién 
se  deba  la  traducción  que  se  publica  en  Méjico,  cuyo  lengua- 
je no  desdice  del  de  la  edad  de  Chimalpain.  El  señor  don  Se- 
bastian Camacho,  ministro  de  relaciones  exteriores  de  aquella 
confederación,  ha  tenido  la  bondad  de  franquearnos  los  plie- 
gos que  habían  salido  de  la  prensa  hasta  su  salida  de  la  capi- 
tal; poro  no  comprendiéndose  en  ellos  la  prefación  del  editor, 
no  nos  es  posible  decir  cosa  alguna  sobre  los  particulares  que 
dejamos  indicados.  Dala  a  luz  don  Garlos  María  Bustamante, 
conocido  ya  del  público  literario  por  su  Cuadro  Histórico  de 
la  revolución  de  la  América  Mejicana,  i  por  otras  obras  que 
honran  tanto  su  ilustración,  como  su  celo  patriótico. 

Chimalpain  (según  Clavijero)  escribió  en  mejicano,  ademas 
de  la  de  que  hablamos,  una  crónica  comprensiva  de  todos  los 
sucesos  de  aquella  nación  desde  el  año  1068,  hasta  el  de  1597 
de  la  era  vulgar;  comentarios  históricos  que  abrazan  desde  el 
año  1064  hasta  el  de  1521,  i  relaciones  de  los  reinos  de  Acol- 
huacan,  Méjico,  i  otros  del  Anáhuac.  El  editor  cita  otra  pro- 
ducción de  Chimalpain  con  el  título  de  Historia  de  las  épo- 
cas, si  ya  no  es  ésta  alguna  de  las  que  quedan  dichas.  Pose- 
yó el  señor  Bustamante  una  copia  de  ella  en  lengua  mejicana, 
que  desapareció  en  la  confiscación  de  sus  bienes,  hecha  de 
orden  del  gobierno  español,  por  haber  abrazado  aquel  bene- 
mérito patriota  la  causa  de  la  independencia.*  Menciona  ade- 
mas el  mismo  Chimalpain**  otra  obra  suya  do  las  batallas  de 
mar  de  su  tiempo,  desconocida  del  abate  Clavijero,  i  proba- 
blemente perdida.  El  autor  se  nombra  a  sí  mismo  don  Do- 
viingo  de  San  Antón  Muñón  Chimalpain  Quauhtlehua- 
nitzin;***  i  parece,  por  algunos  pasajes,  que  escribió  la  historia 
de  la  conquista,  o  parte  do  ella  a  lo  menos,  en  la  ciudad  de 
Méjico.  Puede  también  conjeturarse  por  las  comparaciones 
que  hace  con  objetos  que  difícilmente  pudo  conocer  en  Amé- 


Nota  del  editor  al  capitulo  63  de  la  Historia. 
'  Capítulo  40. 
l*  Capítulo  62 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


rica,  que  acaso  atravesó  el  Atlántico,  i  pasó  algún  tiempo  en 
España. 

Fiados  en  el  testimonio  de  Clavijero,  hemos  dicho  que  la 
publicada  por  el  señor  Bustamante  es  traducción  del  orijinal 
mejicano  de  Chimalpain;  pero  nos  sentimos  algo  inclinados  a 
dudarlo,  no  solo  porque  su  erudito  editor  da  expresamente  al 
códice  castellano  el  nombre  de  manuscrito  de  Chim&l'p&in* 
sino  por  el  lenguaje  de  la  composición,  que,  si  bien  algo  desa- 
liñado, es  siempre  castizo  i  natural,  sin  el  menor  rastro  de 
fraseolojía  extranjera.  Debe  sin  embargo  confesarse  que  la 
autoridad  de  aquel  docto  i  dilijcnte  jesuíta  es  de  tanto  mas 
peso,  cuanto  se  hace  difícil  concebir  que  padeciese  equivoca- 
ción en  la  materia,  existiendo,  según  él  mismo  asegura,  có- 
dices de  las  obras  de  Chimalpain  en  la  librería  de  los  jesuítas 
de  Méjico,  donde  no  pudo  menos  de  haberlos  tenido  a  la 
vista. 

El  señor  Bustamante  nos  sacará  muí  pronto  de  esta  duda; 
i  sea  de  ello  lo  que  fuere,  es  innegable  que  ha  contraído  un 
gran  mérito  con  los  amantes  de  la  historia  i  literatura  ameri- 
cana, proporcionándoles,  aunque  solo  fuese  en  traslado,  una 
tan  curiosa  i  apreciable  producción.  La  parte  que  hemos  vis- 
to comprendo  sesenta  i  siete  capítulos,  que  alcanzan  hasta  la 
llegada  de  Cortés  a  Méjico,  i  su  recibimiento  por  el  emperador 
Motezuma.  El  capítulo  30  está  manco;  i  para  llenar  el  vacío 
del  texto,  so  ha  apelado  al  de  Berna]  Díaz  del  Castillo.  I  dos- 
pues  del  capítulo  G3,  se  interpolan,  para  dar  un  hilo  seguido  a 
la  narrativa,  capítulos  de  otra  obra  de  Chimalpain,  que  trata 
de  varios  antiguos  pueblos  de  Anáhuac. 

La  presente  añade  muchas  particularidades  curiosas,  a  lo 

que  ya  eabíamOS  sobre  la  gran  catástrofe,  del  culto  imperio 
mejicano,  i  sobre  los  personajes  que  liguraron  en  aquella  es- 
cena Irájiea,  una  de  las  mas  grandes  i  marabillosas  que  pre- 
'  irá  jamas  la  historia  del  mundo.  Hai  en  la  narrativa  una 
individualidad  i  e;ind<>r  que  cautivan  poderosamente  la  alen- 
<  i'. n.    i.!  |  claro,  sencillo  i  nalural,  aunque,  como  diji- 


Capítulo  .¡o 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DE  MÉJICO 


mos  arriba,  algo  tosco,  i  está  salpicado  de  refranes  i  de  idio- 
tismos castellanos,  que  le  dan  todo  el  aire  do  composición 
orijinal,  i  hacen  dificultosísimo  de  creer  que  no  lo  sea.  Para 
que  sirva  de  muestra,  copiaremos  el  capítulo  49,  donde  so 
cuenta  lo  sucedido  inmediatamente  después  de  la  toma  de 
Tzimpancinco,  ciudad  de  Tlascala. 

«Cuando  Cortes  llegó  al  real  tan  alegre  como  dijo,  halló  a 
sus  compañeros  algo  despavoridos  i  tristes  por  lo  de  los  caba- 
llos que  les  enviara,  pensando  no  les  hubiese  acontecido  algún 
desastre  o  desgracia;  pero  como  le  vieron  venir  bueno  i  vic- 
torioso, no  cabían  do  placer;  bien  sea  verdad  que  muchos  de 
la  compañía  andaban  mustios  i  de  mala  gana,  i  deseaban  vol- 
verse a  la  costa,  como  ya  se  lo  habían  rogado  algunos  muchas 
veces;  pero  mucho  mas  quisieran  irse  do  allí,  viendo  tan  gran 
tierra  mui  poblada  i  cuajada  do  jente,  i  toda  con  muchas  ar- 
mas, i  ánimo  de  no  consentirlos  en  ella,  i  hallándose  tan 
pocos  mui  dentro  de  ella  en  medio  de  la  tierra,  i  tan  sin  es- 
peranza do  socorro,  ni  de  dónde  les  viniera.  Eran  cosas  cier- 
tamente de  muchísima  pena  para  los  españoles  que  temían 
ser  perdidos  de  cualquier  manera;  i  por  eso  platicaban  algu- 
nos entre  ellos  mesmos  que  sería  bueno  i  necesario  hablar  al 
capitán  Cortes,  i  aun  requerírselo,  que  no  pasase  mas  ade- 
lante con  su  propósito,  sino  que  se  tornase  a  la  Veracruz,  de 
donde  poco  a  poco  se  tendría  intelijencia  con  los  indios,  i  ha- 
rían según  el  tiempo  dijese,  i  entre  tanto  podría  llamar  i  re- 
cojer  mas  españoles  i  caballos,  que  eran  los  que  hacían  la 
guerra.  No  cuidaba  mucho  Cortes  do  todo  cuanto  imajinaban 
ellos,  aunque  hubo  algunos  que  se  lo  decían  para  que  prove- 
yese i  remediase  aquello  que  pasaba,  hasta  que  una  noche, 
saliendo  de  la  torre  donde  posaba  a  requerir  las  velas  i  centi- 
nelas, oyó  hablar  recio  en  una  de  las  chozas  que  al  rededor 
estaban,  i  púsose  a  escuchar  lo  que  hablaban,  i  era  que  cier- 
tos compañeros  decían: — si  el  capitán  quiere  ser  loco  e  irse 
donde  lo  maten,  vayase  solo,  que  nosotros  no  le  seguimos. — 
Entonces  llamó  dos  amigos  suyos  como  por  testigos,  i  díjoles 
que  mirasen  lo  que  hablaban  aquellos:  que  quien  lo  osaba 
decir,  lo  sabría  hacer.  I  asimismo  oyó  decir  a  otros  por  los 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


corrales  i  corrillos: — que  habia  de  ser  lo  de  Pedro  Carbonero- 
te,  que,  por  entrar  atierra  de  moros  a  hacer  salto,  se  habia 
quedado  allí  muerto  con  todos  los  que  fueron  con  él;  por  eso 
que  no  lo  siguiesen,  sino  que  volviesen  con  tiempo. — Mucho 
sentía  Cortes  oír  estas  cosas,  i  quisiera  reprender  i  aun  casti- 
gar a  los  que  las  trataban;  pero  viendo  que  no  estaba  en  tiem- 
po, sino  en  peligro,  acordó  de  llevarlos  por  bien,  i  hablóles  a 
todos  juntos  en  la  forma  siguiente: 

— Señores  i  amigos.  Yo  os  escojí  por  mis  compañeros,  i  vo- 
sotros a  mí  por  vuestro  capitán,  i  todo  para  servicio  de  Dios 
nuestro  señor,  i  acrecentamiento  de  su  santa  fe  católica,  i  pa- 
ra servir  a  nuestro  buen  reí  i  señor,  i  aun  pensando  en  nues- 
tro provecho.  I  como  habéis  visto,  no  os  he  faltado  ni  enojado, 
ni  por  cierto  vosotros  a  mí  hasta  aquí;  pero  ahora  siento  fla- 
queza en  algunos,  i  poca  gana  de  acabar  la  guerra  que  trae- 
mos entre  manos;  i  si  a  Dios  place,  acabada  es  ya,  a  lo  menos 
entendido  hasta  donde  puede  llegar  el  daño  que  nos  pueden 
hacer.  El  bien  que  de  ella  conseguiremos,  en  parte  lo  habéis 
visto,  aunque  lo  que  tenéis  de  haber  i  ver,  es  sin  comparación 
mucho  mas,  i  excede  su  grandeza  a  nuestro  pensamiento  i 
palabras.  No  temáis,  mis  compañeros,  de  ir  i  estar  conmigo; 
pues  ni  españoles  temieron  jamas  la  muerte  en  estas  nuevas 
tierras,  ni  en  el  mundo,  que  por  su  propia  virtud,  esfuerzo  o 
industria  lian  conquistado  i  descubierto,  ni  tal  concepto  de 
vosotras  tengo,  que  queráis  desampararme  i  dejarme.  Nunca 
DÍOf  quiera  que  yo  pionso  ni  nadie  diga  que  hai  miedo  en 
mis  buenos  i  leales  españoles,  ni  desobediencia  a  su  capitán. 
No  hai  que  volver  la  cara  al  enemigo,  que  no  parezca  huida 
i  afrenta.  No  hai  huida,  o,  si  la  queréis  colorar,  retirada,  que 
no  caus.-  a  quien  la  hace  infinitos  niales,   vergüenza,  hambre, 

os,  de  hacienda  i  armas,  i  la  muerte  que  es 
lo  peor,  aunque  no  lo  postrer-),  porque  para  siempre  queda  la 
infamia.   Si  dejamos  tamino  comenzado,  i 

mo  algunos  piensan  i  desean,  ¿hemos  de 

mi jotos  i  perdidos?  No  por  cierto, 

que  nui  tftola  no  os  de  esa  condición,  cuando 

honra.  Pues  ¿adonde  irá  el  buei  que  no 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DE  MÉJICO 


are?  ¿Pensáis  acaso  que  habéis  de  hallar  en  otra  parte  mentís 
jente,  peor  armada,  no  tan  lejos  de  la  costa?  Yo  os  certifico, 
compañeros,  que  andáis  buscando  cinco  pies  al  gato,  i  que  no 
vamos  a  parte  ninguna,  que  no  hallemos  tres  leguas  de  mal 
camino,  como  dicen,  peor  mucho  que  éste  que  llevamos,  lie- 
mos a  Dios  infinitas  gracias,  pues  nunca  desde  que  estamos 
en  estas  tierras  nos  lia  faltado,  ni  faltará  que  comer,  beber,  i 
salud,  amigos,  dineros  i  honra;  pues  ya  veis  que  nos  tienen 
por  mas  que  hombres  en  estopáis,  i  por  inmortales,  i  aun  por 
dioses  como  lo  habéis  visto,  si  decir  se  puede.  Pues  siendo 
tantos  que  ellos  mismos  no  se  pueden  contar  de  la  multitud 
que  hai,  i  tan  armados  como  vosotros  decís,  no  han  podido 
matar  ni  siquiera  uno  de  nosotros.  1  en  cuanto  a  las  armas 
¿qué  mayor  bien  queréis  de  ellas  que  no  traer  yerbas  ni  pon- 
zoña, como  usan  los  de  Cartajena  i  Veragua,  los  caribes  en 
las  islas  que  hemos  visto,  i  otros  que  han  muerto  muchos  es- 
pañoles rabiando  con  ella?  Por  solo  esto,  no  habíais  de  buscar 
otra  tierra  para  guerrear.  La  mar  está  desviada,  yo  lo  con- 
fieso, i  así  ningún  español,  hasta  nosotros,  se  alejó  tanto  de 
ella  en  Indias  como  nosotros,  que  la  dejamos  atrás  mas  de 
cincuenta  leguas;  pero  tampoco  ninguno  ha  merecido  tanto 
como  vosotros.  De  aquí  hasta  aquella  famosa  ciudad  de  Méji- 
co, donde  reside  el  gran  emperador  Moteuhsoma,  de  quien 
tantas  riquezas  i  embajadas  habéis  oído,  no  hai  mas  de  veinte 
leguas,  ya  está  lo  mas  andado.  Si  llegamos,  como  espero  en 
Dios,  no  solo  ganaremos  para  nuestro  reí  i  emperador  natural 
rica  tierra  de  mucho  oro  i  plata,  grandes  reinos,  infinitos  va- 
sallos; mas  también  para  nosotros  propios,  muchas  riquezas, 
oro,  plata,  piedras,  perlas  i  otros  haberes;  i  sin  esto  la  mayor 
honra  i  fama  que  hasta  nuestros  tiempos  se  ha  visto,  i  no  di- 
go nuestra  nación,  mas  ninguna  otra  ganó;  porque  cuanto 
mayor  rei  es  este  tras  que  andamos,  cuanta  mas  ancha  tierra, 
cuantos  mas  enemigos,  tanta  es  mas  gloria  nuestra.  ¿No  ha- 
béis oído  decir  que  cuanto  mas  moros  mas  ganancias?  De- 
mas  de  todo  esto,  somos  obligados  a  ensalzar  i  ensanchar 
nuestra  santa  fe  católica  como  comenzamos,  i  como  buenos  i 
fieles  cristianos  ir  desarraigando  la   idolatría,   blasfemia   tan 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


grande  de  nuestro  señor  Dios,  quitando  los  sacrificios  i  comi- 
da de  carne  humana,  de  hombres  contra  natura,  i  tan  usada 
entre  estos  indios;  i  no  solamente  esto,  sino  excusar  tantos  pe- 
cados que  por  su  torpedad  de  ellos  no  los  nombro.  I  así,  pues, 
no  temáis  ni  dudéis  de  la  grande  victoria,  que  Dios  por  su 
gran  misericordia  nos  favorecerá.  Ya  veis,  compañeros  mios, 
que  lo  mas  está  hecho,  pues  vencimos  a  los  de  Tabasco,  i 
ahora  ciento  cincuenta  mil  el  otro  dia  de  aquellos  de  Tlaxcá- 
lan,  que  tienen  fama  desdo  sus  antepasados,  que  son  los  mas 
valientes  indios  que  en  todas  estas  naciones  hai,  descarrilla- 
leones;  i  venceréis  también  con  ayuda  de  Dios,  i  con  vuestro 
esfuerzo  los  que  de  éstos  quedan  mas,  que  ya  no  pueden  sor 
muchos;  i  mas  los  que  son  de  Culhúa,  que  no  son  mejores.  I 
así  ¿qué  desmayáis?  I  si  me  seguís  (pues  nos  hasta  ahora  es- 
tamos en  pié)  con  la  ayuda  da  nuestros  amigos  i  compañeros, 
será  Dios  servido  de  que  venzamos.  Amen. — 

«Todos  quedaron  contentos  del  razonamiento  del  buen  ca- 
pitán Cortes,»  etc. 

Las  limadas  i  conceptuosas  arengas  de  Solis  no  pueden  te- 
ner la  menor  semejanza  con  las  del  conquistador  do  Méjico. 
Si  algo  puede  darnos  idea  de  ellas,  es  la  alocución  precedente, 
entreverada  de  rasgos  sublimes,  i  frases  triviales,  quo  hablan 
a  la  codicia,  al  fanatismo,  al  orgullo  nacional  i  a  los  senti- 
mientos caballerescos  do  los  españoles  de  aquella  edad,  i  les 
hablan  en  una  lengua  que  no  podia  dejar  do  sor  entendida  de 
los  mas  rudos. 

(Repertorio  Americano,  Año  do  1827.) 


COLECCIÓN  DE  LOS  VIAJES 


I    DESCUBRIMIENTOS 


QUE  HICIERON  POR  MAR  LOS  ESPAÑOLES  DESDE  FINES  DEL  SIGLO  XV 


CON  VARIOS  DOCUMENTOS   INKDITOS 


concernientes  a  la  historia  de  la  marina  castellana  i  de  los  establecimientos 
españoles  en  las  Indias,  coordinada  c  ilustrada  por  don  Martin  Fernán- 
dez ile  Navaircte,  de  la  urden  de  San  Juan,  secretario  de  Su  Ma- 
jestad, ministro  jubilado  del  supremo  consejo  de  la  guerra, 
director  interino  del  depósito  hidrográfico,  etc. 


Tomos!  i  2,  Madrid,  1825. 


Basta  el  título  de  esta  obra  para  dar  a  conocer  su  importan- 
cia. Aunque  la  Historia  de  América  poseía  ya  gran  núme- 
ro de  documentos  orijinales,  la  colección  del  señor  Navarrete 
acaba  de  enriquecerla  notablemente,  i  promete  agregar  a  ella 
nuevos  tesoros.  No  desesperamos  de  que  se  den  a  la  estampa 
la  Historia  Jeneral  de  las  Indias  por  frai  Bartolomé  de  Las 
Casas  (no  obstante  el  fallo  de  una  academia  que,  en  condenar- 
la al  olvido,  obra  contra  el  espíritu  de  su  instituto),  la  de  Nue- 
vo España  por  el  padre  frai  Bernardino  de  Sahagun,  i  las  de 
algunos  otros  europeos  i  americanos  del  siglo  XVI,  que  exis- 
ten inéditas.  Si  así  se  verifica,  podremos  lisonjearnos  de  tener 
un  cuerpo  de  historia  auténtica  i  orijinal,  que,  en  el  número 


lü  OPÚSCULOS  LITERAMOS  I  CRÍTICOS 


i  carácter  de  los  escritores,  no  será  inferior  a  la  grandeza  del 
asunto. 

Entre  tanto,  demos  cuenta  de  los  documentos  que  ya  han 
aparecido  en  la  colección  del  señor  Navarrete;  i  principiemos, 
como  es  justo,  tributándole  las  alabanzas  que  merece,  no  solo 
por  su  dilijencia  en  recojer  tan  preciosos  materiales,  sino  por 
el  sólido  juicio,  i  la  copia  de  exquisitas  noticias  con  que  los 
ha  ilustrado.  Contiénense  éstas  principalmente  en  la  introduc- 
ción que  va  al  frente  de  ella,  i  en  que  nos  hallamos  desde  lue- 
go con  un  cuadro  histórico  del  oríjen  i  progresos  de  la  jeo- 
grafía  i  la  náutica,  sobre  todo  con  relación  a*l  gran  problema 
de  abrir  el  camino  de  la  India  Oriental  a  las  naves  do  Europa, 
individualizándose,  como  era  natural,  la  parte  quo  tuvieron 
en  el  adelantamiento  de  estas  ciencias  los  españoles,  i' re- 
corriéndose los  fastos  de  su  marina  militar  i  mercante  desde 
la  época  de  las  cruzadas. 

De  aquí  pasa  el  señor  Navarrete  a  indicar  la  importancia 
histórica  de  las  colecciones  de  esta  especie.  «Si  las  relaciones, 
dice,  de  estas  intrépidas  empresas  que  han  puesto  en  comu- 
nicación a  los  habitantes  do  todo  el  universo,  suministran 
tantos  hechos  i  observaciones  sobre  que  cimentar  la  teórica  de 
muchos  conocimientos  científicos,  mayores  progresos  debe 
de  ellas  prometerse  la  historia,  cuya  verdad  estriba  en  el  tes- 
timonio auténtico  de  los  escritores  que  lian  sido  actores  o  tes- 
tigos de  los  acontecimientos  que  refieren.  Los  extractos,  los 
discursos  estudiados  de  tales  materias,  si  bien  pueden  deleitar 
la  Imajinaoion,  infunden'  siempre  cierta  desconfianza,  no  pres- 
tan apoyo  B  la  razón  ni  ;i  la  buena  crítica....  Bien  conocemos 

que  la  lectura  de  estos  viajes,  por  su  estilo  anticuado,  nulo  e 

incorrecto,  aunque  senoillo  i  candoroso,  no  deleitará  tanto  como 

narraciones  modernas,  mas  ataviadas  deeleganoia  i  órdon, 

liendo  en   cuanto   a    gUBtO    lo   <|u<'  ganan  en  autenticidad. 
tnplaZOa  en  oir   hablara   Colon,    a    Mairallá- 

a  Hernán  Cortes,  en  su  propio  idioma  i  estilo;  el  que 

quiora estudiar  I  la  ilustración  i  carácter  de 

aquello  bambion  midiendo  los  grados 

ion  que  i  nado,  i  cuántos  han  sido  Los 


VI.UF.8  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  L08  ESPAÑOLES         1  I 

progresos  científicos  que  se  han  levantado  sobre  aquellos  fun- 
damentos.» 

En  seguida  se  califica  el  carácter  i  autoridad  de  los  cinco 
primitivos  historiadores  de  la  vida  i  hechos  de  Colon,  ponién- 
dose en  primer  lugar  a  Andrés  Bernaldez  o  Bernal,  cura  de 
los  Palacios,  que,  en  su  historia  manuscrita  de  los  reyes  cató- 
licos, trata  de  los  hechos  del  almirante,  a  quien  conoció  i  trató. 
Por  lo  poco  que  hemos  leído  de  ella,  no  podemos  menos  de 
lamentarnos  de  que  una  tan  interesante  producción  no  haya 
visto  aun  la  luz  pública.  Sitúense  Pedro  Mártir  de  Anglería, 
don  Hernando  Colon,  frai  Bartolomé  de  Las  Casas  i  Gonzalo 
Fernández  de  Oviedo.  Tóeanse  luego  algunos  puntos  contro- 
vertidos déla  historia  del  almirante,  como  el  de  su  patria  (que 
nos  parece  ya  resuelto,  quedando  la  ciudad  de  Jénova  en 
incontestable  posesión  de  este  honor),  i  el  del  año  en  que  na- 
ció, que  nos  inclinamos  a  creer  con  don  Juan  Bautista  Muñoz 
fué  hacia  1  146,  aunque  el  señor  Navarrete  quisiera  atrasarle 
diez  años  mas.  1  tras  esto  vienen  algunas  pajinas  de  sentida 
i  amarga  declamación  contra  los  extranjeros  que  han  ponde- 
rado las  atrocidades  de  la  conquista  de  América,  i  contra  los 
que  han  acusado  a  los  reyes  católicos  de  ingratitud  para  con 
aquel  grande  hombre 

Esta  es  la  parte  mas  flaca  de  la  introducción.  ¿A  qué  se  re- 
duce aquel  largo  i  encarecido  catálogo  de  distinciones  i  hono- 
res hechos  al  descubridor  de  América?  Léanse  sus  capitula- 
ciones de  17  de  abril  de  1492  con  los  reyes,  compárense  con 
la  historia  de  sus  últimos  años,  i  absuélvaseles,  si  se  puede, 
de  la  nota  de  injustos  i  desconocidos.  ¿Por  ventura  se  le  cum- 
plieron aquellas?  O  si  no  era  posible  cumplirlas,  ¿se  le  indem- 
nizó de  otro  modo,  que  con  palabras  amorosas  i  regaladas 
como  las  llama  Casas?  ¿Qué  tuvo  Colon  sino  el  mero  título 
del  almirantazgo,  después  del  año  de  1500,  en  que  se  le  trajo 
agobiado  de  hierros  a  España?  ¿Qué  tuvo  del  virreinato  i  go- 
bernación de  todas  las  islas  i  tierra  firme  descubiertas?  ¿No  es 
notoria  la  pobreza  en  que  murió,  carcomido  de  sinsabores  i 
humillaciones,  mientras  sus  enemigos  triunfaban  en  la  Isla 
Española  sobre  las  ruinas  de  su  honor  i  su  hacienda?  «Pero 


1¿  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

su  hijo  clon  Diego  fué  en  1503  hecho  contino  de  la  casa  real, 
i  en  1504  se  concedió  carta  de  naturaleza  de  los  reinos  de  Es- 
paña a  don  Diego  su  hermano,  i  en  1505  se  dispensó  gracia 
a  Cristóbal  Colon  para  andar  por  aquellos  reinos  en  muía  en- 
sillada i  enfrenada  a  causa  de  su  ancianidad.»  ¡Grandes  mer- 
cedes para  el  descubridor  de  un  mundo!    La  sinceridad  de 
Fernando  i  de  Isabel  en  los  consuelos  i  satisfacciones  que  de 
palabra  dieron  a  Colon   se   hace  mas  que  sospechosa,  cuando 
se  lee  en  los  despachos  i  provisiones  expedidas  a  Bobadilla: 
«A  los  que  halláredes  culpantes,  prendedles  los  cuerpos  i  se- 
cuestradles los  bienes.»   «E  otrosí  es  nuestra  merced  que  si  el 
dicho  comendador  Francisco  de  Bobadilla  entendiere  ser  cum- 
plidero a  nuestro  servicio  e  ejecución  de  la  nuestra  justicia, 
que  cualesquier  caballeros  i  otras  personas  de  los  que  agora 
están  o  de  aquí  adelante  estuvieren  en  las  dichas  islas  i  tierra 
firme,  salgan  dolías,  e  que  no  entren  ni.  estén  en  ellas,  i  que  se 
vengan  i  presenten  ante  nos,  que  lo  él  pueda  mandar  do  nues- 
tra parte,  e  los  faga  dellas  salir;  a  los  cuales  i  a  quien  lo  él 
mandare,  nos  por  la  presente  mandamos  que  luego,  sin  sobre 
ello  nos  requerir  ni  consultar,  ni  esperar  otra  nuestra  caria 
ni  mandamiento,  e  sin  interponer  dello  apelación  ni  suplica- 
ción, lo  pongan  en  obra  según  que  lo  él  dijiere  e  mandare  so 
las   penas  que  les  pusiere  de  nuestra  parte,   las  cuales  nos 
por  la  presente  les  ponemos  e  habernos  por  puestas,  e  le  da- 
mos poder  i  facultad  para  las  ejecutar  en  los  que  remisos  c 
Inobedientes  fueren,  i  en  sus  bienes.*  No  hai  en  estos  despa- 
chos  una  sola  cláusula  de  excepción  directa  o  indirecta  a  favor 
de  ninguna  persona  por  privilegiada  que  fuese;  i  todo  loque 
eftor  Navarrete  del  alto  concepto  de  virtud  e  integri- 
dad que  gozaba  el  comendador ,  sirve  mas  bien  para  descargar 
la  culpa  de  arbitrariedad  en  la  observancia  de  sus 
instrucciones  que  de  la  de  ingratitud  o  injusticia  a  los  reyes. 

roen   1501  femando    qn  .irciesen  a  Colon    i   a  sus 

barman*  ifios  i  perjuicios  quelesbabia  oauaadoél co- 

mendador Bobadilla.»   El  mayor  de  todos  ellos  fué  su  ex- 
pul  i  de  le  Española,  i  el  primer  acto  de  la 

debiera  haber  sido  restituirle  a  «día  i  al 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES  13 

goce  do  la  autoridad  i  privilegios  que  se  le  habían  capitulado. 

Ni  es  digno  del  señor  Navarrete  el  insinuar  que  el  almi- 
rante habría  dado  algún  motivo  para  que,  temporalmente  al 
menos,  se  le  privase  de  su  gobernación,  i  apoyar  esta  sospe- 
cha con  el  testimonio  de  Oviedo,  de  quien  ya  antes  deja  di- 
cho, i  harto  fundadamente,  que  en  las  cosas  de  los  primeros 
tiempos  de  la  conquista,  refiere  con  mas  candor  que  crítica 
cuanto  oyó  a  personas  que  abusaron  de  su  credulidad.  Que 
entre  éstas  las  hubo  que  maliciosamente  propagaron  hablillas 
injuriosas  contra  Colon,  es  constante  por  las  observaciones 
irrefragables  de  don  Fernando,  su  hijo,  i  de  Casas.  ¿Qué  cré- 
dito, pues,  merece  aquel  cronista  cuando  dice  que  «las  mas 
verdaderas  causas  de  la  deposición  i  prisión  quedábanse  ocul- 
tas, porque  el  rei  e  la  reina  quisieron  mas  verle  enmendado 
que  maltratado?»  De  manera  que  hasta  en  habérsele  negado 
el  juicio  que  pidió  con  instancia,  procedieron  los  reyes  con  un 
exceso  do  lenidad  i  clemencia  hacia  él.  ¿Pudo  vulnerarse  mas 
atrozmente  su  memoria?  Pero  la  conducta  misma  de  los  reyes 
refuta  esta  calumnia,  pues,  aunque  lentos  i  terjiversadores 
para  hacerle  justicia,  no  lo  fueron  para  aceptar  sus  servicios 
en  nuevos  i  mas  importantes  descubrimientos,  cebándole  con 
expresiones  cariñosas  i  promesas  que  no  pensaban  llevar  a 
efecto*. 

Hierve  en  patriótica  indignación  el  señor  Navarrete  contra 
los  escritores  que  acriminan  la  conquista,  i  lleva  mui  a  mal 
que  alguno  de  ellos  diga  que  «si  nuestras  miradas  no  encon- 
trasen a  Cristóbal  Colon  i  a  Casas,  no  se  vería  en  medio  de 
las  escenas  abominables  que  han  ensangrentado  la  América, 
nada  que  pudiese  consolar  la  humanidad.»  Era  natural  espe- 
rar que  el  ilustrado  colector  manifestase  haber  habido  (como 
de  hecho  los  hubo)  otros  hombres  justos  i  humanos  entre  los 
primeros  que  pasaron  de  España  a  la  América.  Pero  las  ex- 
cepciones le  irritan  mas  que  la  acusación  misma,  i  gasta  al- 
gunas pajinas  en  probar  que  los  extranjeros  han  andado  de- 
masiado induljentes,  i  que  ni  Colon  ni  Casas  pueden  consolar 
a  la  humanidad.  En  el  examen  de  los  documentos  publicados 
por  el  señor  Navarrete,  veremos  hasta  qué  punto  pueda  acu- 


1  i  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

sarse  a  Colon.  La  memoria  de  Casas  queda  ya  suficientemen- 
te vindicada  en  nuestro  número  precedente.* 

«¿Dónde  está  (pregunta  el  señor  Navarrete,  echando  en 
cara  a  los  portugueses,  ingleses  i  franceses  las  crueldades  que 
ellos  también  han  cometido  en  sus  conquistas),  dónde  está  la 
raza  indíjena  de  las  colonias  formadas  por  los  europeos  en  el 
nuevo  mundo?  Obsérvese  con  asombro  que  si  en  alguna  sub- 
siste todavía,  es  en  las  españolas  del  continente  americano: 
allí  donde  ademas  de  las  tribus  salvajes  no  conquistadas,  i  de 
los  indios  cimarrones  internados  en  las  posesiones  españolas, 
existen  pueblos  enteros  compuestos  de  antiguos  i  verdaderos 
indios.»  No  tenemos  la  menor  inclinación  a  vituperar  la  con- 
quista. Atroz  o  no  atroz,  a  ella  debemos  el  oríjen  de  nues- 
tros derechos  i  de  nuestra  existencia,  i  mediante  ella  vino  a 
nuestro  suelo  aquella  parte  de  la  civilización  europea  que  pu- 
do pasar  por  el  tamiz  de  las  preocupaciones  i  la  tiranía  de 
España.  Pero  no  por  eso  hemos  de  echar  a  los  extranjeros  to- 
da la  culpa  del  exterminio  de  los  indios  en  las  colonias  que 
hoi  son  suyas,  i  fueron  en  otro  tiempo  españolas.  No  hai  ya 
indios  en  las  Antillas.  Pero  ¿a  quién  se  debe  casi  totalmente 
su  desaparecimiento?  En  la  mas  populosa  de  todas,  no  queda- 
ban en  1508  arriba  de  sesenta  mil  indios:  de  éstos  perecieron 
mas  de  las  tres  cuartas  parles  en  les  diez  años  siguientes;  i 
el  último  resto  fué  borrado  de  la  faz  de  la  tierra  mucho  antes 
que  B6  estableciesen  allí  extranjeros.  Lo  mismo  sucedió  en  la 
Jamaica;  i  do  entendemos  cómo  pudioron  los  ingleses  maltra- 

B  los  naturales  de  ella,  segUD  insinúa  el  señor  Navarrete, 
habiendo  precedido  Bfl  extinción  a  la  conquista  de  la  isla  por 
la  Inglaterra.  A  qué  se  ha  hecho  la  raza  indíjena  de  Cuba  i 
Puerto  Rico?  J  cuánto  no  contribuyó  ala  despoblación  do 
las  i  nerón  ocupadas  por  1"-  españoles,  la  práctioa 

roda  p'  Incursiones  para  cautivar  a  los 

indios  i  venderlos  pi  r  lo  los  ojos  al  conti- 

prescindiendo  de   las  colonias  portuguesas,  donde 


*  sv  aluda  ículo  publl  •  Amerii 

ablo  Mondíbil 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES  15 

existe  todavía  gran  número  de  indios,  no  solo  salvajes  i  ci- 
marrones, sino  reducidos  a  vida  civil,  debe  considerarse  que 
los  extranjeros  so  han  establecido  en  países  habitados  de  tri- 
bus cazadoras  errantes,  que  apenas  les  han  disputado  el  te- 
rritorio, retirándose  al  interior,  donde  subsisten,*  i  que  a  la 
España  sola  cupieron  en  suerte  grandes  i  cultos  imperios,  cu- 
ya población  embotó  el  hacha  de  la  conquista  i  retoñó  bajo 
sus  estragos. 

Si  hai  algo  de  mal  humor  en  la  severidad  del  señor  Nava- 
rrcte  contra  Colon,  i  si  algunas  de  sus  recriminaciones  contra 
los  extranjeros  han  sido  poco  meditadas,  en  lo  que  dice  de  lo 
bien  hallados  que  estaban  los  indios  con  la  dominación  espa- 
ñola, i  de  la  desconfianza  i  repugnancia  con  que  miran  el  nuevo 
orden  de  cosas,  hai  completa  equivocación  i  error.  Dejando 
aparte  una  multitud  de  ejemplares  de  menos  bulto,  ¿es  posible 
que  no  recordase  este  señor  ministro  el  ruidoso  levantamiento 
de  Tupac  Amaru,  que  llenó  de  consternación  al  Perú?  ¿Es 
posible  que  ignorase  la  parte  que  tuvieron  los  indíjenas  en  las 
alteraciones  de  la  Paz,  la  Plata,  Quito  i  Méjico,  desde  el  año 
de  1808?  ¿Nada  sabe  de  las  repelidas  insurrecciones  de  Co- 
chabamba,  i  de  lo  que  ha  figurado  en  ellas  esta  raza,  que  tan 
contenta  supone  con  las  benéficas  i  protectoras  leyes  do  Es- 
paña? Sorprende  verdaderamente  lo  mal  informado  que  se 
halla  el  señor  Navarrete  de  las  cosas  que  han  pasado  i 
pasan  en  América.  Nuestros  compatriotas  verán  con  asom- 
bro cuan  a  ciegas  se  hallan  en  Madrid  sobre  el  carácter  i  los 
principales  sucesos  de  nuestra  revolución  aun  los  ministros 
de  los  consejos  i  los  secretarios  del  rei. 

El  candor  con  que  el  señor  Navarrete  ensalza  las  benévolas 
intenciones  de  los  reyes  i  las  sabias   i  bien  entendidas  dis- 


*  Aun  respecto  de  las  colonias  inginas,  no  es  enteramente  exacta 
la  proposición  del  señor  Navarrete.  Pueblos  indios  hai  en  el  Canadá 
que  viven  bajo  las  leyes  inglesas,  entre  otros,  los  iroqueses,  de  Cache- 
nonaga,  cerca  de  Mnnreal,  que  profesan  la  relijion  católica.  Los  hai 
también  en  el  territorio  de  los  Estados  Unidos  del  Norte.  Los  penobs- 
ootes  de  Main  son  católicos,  i  su  número  crece  bajo  la  protección  de 
las  leyes  americanas. 


lü  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

posiciones  del  código  de  Indias,  no  puede  producir  otro  efecto 
en  nosotros  que  el  de  hacernos  compadecer  a  los  que  piensan 
que  puede  ser  prácticamente  útil  i  benéfico  un  cuerpo  de  le- 
yes cuya  ejecución  tiene  por  única  garantía  la  autoridad  de 
jefes  i  jueces  absolutos.  Hayan  sido  en  hora  buena  piadosísi- 
mas las  intenciones  del  lejislador.  Pero  ¿se  han  cumplido?  ¿I 
de  qué  sirven  reglamentos  que  pueden  quebrantarse  o  eludir- 
se con  impunidad?  La  primera  cualidad  de  una  lejislacion,  i 
sin  la  cual  todas  las  otras  son  vanas,  es  la  de  hacerse  obser- 
var. La  parte  mas  sabia  i  mejor  entendida  de  estas  leyes, 
según  sus  panejiristas,  i  la  que  ha  sido  mejor  observada,  por- 
que en  ella  se  consultaron  los  intereses  de  la  metrópoli,  no 
los  nuestros,  es  la  que  tiene  por  objeto  la  protección  de  los 
indíjenas.  ¿I  a  qué  se  reduce?  A  mantenerlos  en  pupilaje  per- 
petuo. ¡Admirable  lejislacion,  que  niega  al  hombre  el  uso  de 
sus  derechos,  para  precaver  el  abuso!  Si  las  leyes  de  Indias 
merecieron  bajo  algún  respecto  elelojio,  no  de  sabias,  sino  de 
bien  entendidas,  fué  solo  en  cuanto  iban  encaminadas  a 
prolongar  la  dominación  española  en  América.  Bien  se  echa 
de  ver  que  al  establecerlas  so  tuvo  presente  aquella  antigua 
máxima  de  los  tiranos:  divide  ut  imperes.  En  cuanto  a  fo- 
mentar la  industria,  asegurar  la  recta  administración  de  justi- 
cia, mejorar  las  costumbres  i  propagar  las  luces,  no  hai  código 
mas  defectuoso,  mas  suspicaz,  mas  mezquino. 

Concluye  el  señor  Navarretc  amonestándonos  a  cerrar  los 
oídos  a  las  declamaciones  de  los  extranjeros,  i  los  ojos  a  sus 
injeniosas   invenciones,   volviéndolos  al  volean    desolador  de 

la  revolución  francesa,  i  a  sus  pasajeros  destellos  en  España, 

Ñapóles,  eiPiambntei  Portugal,  para  que  no  nos  aluoinen 

isinas  e  ilusiones  ya  desacreditadas  i  aborrecidas  en  Eu- 

ir  Navarrete  dice  bien  que  la  experiencia  os  gran 

maestra  de  desengaños;  pero  sus  lecciones  son  perdidas  para 

Lble,  si  no  tUVÍé  mtas  pruebas  do 

ello,  ([ib-  hombn  ion  juicio  esperasen  todavía  la  res- 

I  dominj  i  en  Amérioa,  desentendiéndose 

de  cuanto  se  ha  i  ta  ahora  en  la  historia  de  los  pue- 

i  luponiénd  dontadoa  por  di- 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES  17 


ficultadcs  pasajeras,  habíamos  de  confiar  nuestros  destinos  a 
un  gobierno  que  las  sufre  infinitamente  mayores,  i  que,  para 
conservar  alrededor  de  sí  una  apariencia  de  orden,  so  halla  en 
la  necesidad  de  mantener  una  guarnición  extranjera?  Nó,  no 
es,  como  algunos  piensan,  el  entusiasmo  de  teorías  exageradas 
o  mal  entendidas  lo  que  ha  producido  i  sostenido  nuestra  re- 
volución. Una  llama  de  esta  especie  no  hubiera  podido  pren- 
der en  toda  la  masa  de  un  gran  pueblo,  ni  durar  largo  tiem- 
po en  medio  de  privaciones,  horrores  i  miserias,  cuales  no  se 
han  visto  en  ninguna  otra  guerra  de  independencia.  Lo  que 
la  produjo  i  sostuvo  fué  el  deseo  inherente  a  toda  gran  socie- 
dad de  administrar  sus  propios  intereses  i  do  no  recibir  leyes 
de  otra:  deseo  que,  en  las  circunstancias  de  la  América,  habia 
llegado  a  ser  una  necesidad  imperiosa.  Siguiendo  el  impulso 
de  este  lejítimo  i  honroso  sentimiento,  lejos  de  dejenerar  de 
nuestros  mayores  cuyas  virtudes  nos  recuerda  el  señor  Nava- 
rretc,  creemos  obrar  en  el  espíritu  de  sus  antiguas  institu- 
ciones, e  imitarlos  mejor  que  los  que,  desconociéndolas,  las 
tienen  por  invenciones  de  extranjeros,  i  las  califican  de  fan- 
tasmas e  ilusiones. 

Pero  no  hai  para  qué  detenernos  en  una  materia  en  que 
todo  lo  que  podemos  decir  sería  superíluo  para  la  instrucción 
de  nuestros  compatriotas,  c  ineíipaz  para  el  convencimiento  de 
nuestros  contrarios.  Ocupémonos,  con  mas  utilidad,  en  el  exa- 
men de  los  principales  documentos  comprendidos  en  la  co- 
lección del  señor  Navarrete. 

El  primero  es  un  resumen  del  diario  que  de  su  primer 
viaje  dirijió  Colon  a  los  reyes  católicos,  hallándose  de  vuelta 
en  la  villa  do  Palos  el  15  de  marzo  de  1493.  Redactó  este  re- 
sumen el  obispo  Casas,  que  poseyó  muchos  papeles  escritos 
de  la  mano  del  almirante,  según  testifica  él  mismo  en  el  li- 
bro 1.°,  capítulo  38  de  su  Historia  Jeneral  de  las  Indias* 
donde,  con  ocasión  de  la  carta,  o  mapa,  enviada  a  Colon  por 


*  Manuscrito  del  Museo  Británico,  número'  3054  del  catálogo  do 
Ayscough.  Hai  en  la  biblioteca  del  Musco  dos  ejemplares  de  la  Hits- 
toña  Jcnoral  do  Casas,  ambos  por  desgracia  incompletos. 

orúsc.  3 


18  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


Pablo  Toscanelli,  físico  florentino,  dice  que  «la  tiene  en  su 
poder  con  otras  cosas  del  almirante  mesmo  que  descubrió  es- 
tas Indias,  i  escripturas  de  su  mesma  mano.»  Hallóse  este  re- 
s ímen,  todo  de  letra  i  con  apostillas  de  Casas,  en  el  archivo 
del  duque  del  Infantado,  junto  con  una  copia  antigua  de  di- 
ferente letra,  con  la  cual  le  confrontaron  prolijamente  el  cos- 
mógrafo mayor  do  Indias  don  Juan  Bautista  Muñoz  i  el  edi- 
tor. En  él  se  describen  los  movimientos  de  la  pequeña  flota 
dia  por  día,  i  se  da  cuenta  de  todos  los  objetos  que  se  ofrecen 
a  la  vista  del  descubridor,  i  que  alternativamente  alientan  i 
amortiguan  las  esperanzas  de  sus  compañeros.  El  apareci- 
miento de  un  ave,  de  un  celaje,  de  un  leño  o  tablilla  flotante, 
son  por  muchos  dias  los  acontecimientos  mas  notables  que  se 
rejistran  en  el  diario,  i  que,  indignos  de  atención  en  cualquier 
otro  viaje,  en  éste  se  observan  i  examinan  con  intensa  solicitud 
por  los  exploradores  de  aquel  vasto  i  solitario  océano,  surca- 
do entonces  por  la  primera  vez.  Testigos  de  todos  estos  pe- 
queños accidentes,  participamos  de  los  sentimientos  quo  produ- 
cen en  los  que  van  a  bordo  de  las  tres  carabelas,  del  rogocijo  con 
que  saludan  una  i  otra  vez  los  dudosos  lejos  de  la  tierra  de- 
seada, i  de  la  tristeza  i  desmayo  que  dejan  tras  sí  estas  ale- 
gres ilusiones.  Hacémonoa  confidentes  de  los  pensamientos  de 
Colon,  i  admiramos  la  imperturbable  magnanimidad  conque, 
imponiendo  silencio  a  los  clamores  i  amenazas  de  los  mari- 
neros conjurados,  sigue  en  demanda  de  C ¿pango  i  de  las  In- 
dias, bien  ajeno  de  pensar  en  la  gloria  que  le  estaba  guardada, 
de  plantar  la  cruz  i  el  pendón  de  Castilla  en  un  mundo  hasta 
entonces  desconocido. 

Bien  es  que  de  la  sublevación  de  los  marineros,  según  la 

pintan  los  historiadores,  solo  se  columbran  indicios  oscuros 

ta  parte  de  la  narración  compendiada  por  Casas,  de  cuyo 

tero  ''u  apuntar  las  mas  incluidas  ocurrencias,  no  es  oreible 
por  alto  una  do  este  tamaño,  <-n  que  estuvo  a  pi- 
que de  mal  1 1  objeto  del  viaje,  i  aun  corrió  peligro  ta 
vida  d<-  (  olon.  Civcnios  qur  mdc  hombre,  en  quien  la 
bondad  Ijei  l  no  eran  las  cualidades  que  menos  bri- 
llaban, no  quiso  mencionar  en  su  diario  tas  circunstancias 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES  !'J 


mas  agravantes  del  hecho,  dejándole  reducido  a  meras  expre- 
siones de  desconfianza  i  desaliento,  harto  naturales  en  una 
situación  como  aquella.  Pero  Casas  habla  de  otro  modo;  i  en 
el  mismo  espíritu  de  severa  imparcialidad  con  que  después 
nota  i  censura  los  mas  lijeros  deslices  de  Colon,  describe  ahora 
la  avilantez  e  insolencia  de  sus  compañeros,  instigadas,  se- 
gún parece,  por  los  Pinzones,  que  mandaban  las  carabelas 
Niña  i  Pinta,  tripuladas  de  vecinos,  como  lo  eran  ellos,  de 
la  villa  do  Palos.  «Las  murmuraciones  i  maldiciones  que  an- 
tes consigo  mismos  decían  i  echaban  a  su  jeneral  capitán  i  a 
quien  lo  había  enviado,  (dice  Casas,  Historia  Jeneral,  libro 
1  .u,  capítulo  37)  comenzáronlas  a  manifestar,  i  desvergonza- 
damente decirle  en  la  cara  que  los  habia  engañado  i  los  lle- 
vaba perdidos  a  matar,  i  que  juraban  a  tal  i  a  cual  que  si  no 
se  tornaba,  que  lo  habían  primero  de  echar  en  la  mar.  Cuan- 
do se  llegaban  los  otros  navios  a  hablar  con  él,  oia  hartas 
palabras  que  no  menos  le  traspasaban  el  ánima,  que  las  de 
los  que  junto  a  sus  oídos  se  lo  desmandaban.  Cristóbal  Colon, 
viéndose  cercado  de  tantas  amarguras,  extranjero  i  entre  jen- 
te  mal  domada,  suelta  de  palabras  i  de  obras  mas  que  otra, 
insolentísima,  como  es  por  la  mayor  parto  la  que  profesa  el 
arte  de  marear,  con  mui  dulces  i  amorosas  palabras,  gracioso 
i  alegre  rostro,  como  él  lo  tenia,  i  de  autoridad,  disimulando 
con  gran  paciencia  i  prudencia  sus  tomerarios  desacatos,  los 
animaba  i  esforzaba  i  rogaba  que  mirasen  lo  que  hasta  allí 
habían  trabajado,  que  era  lo  mas,  i  que  por  lo  menos  que  les 
restaba  no  quisiesen  perder  lo  pasado,  i  que  las  cosas  grandes 
no  se  habían  de  alcanzar  sino  con  trabajos  i  dificultades; 
cuánto  ganaron  los  que  sufrieron;  cuánto  vituperio  sería  de  la 
animosidad  de  los  españoles  volverse  sin  haber  visto  lo  que 
deseaban,  vacíos;  i  que  él  esperaba  en  Dios  que  mas  presto 
de  lo  que  estimaban  los  habia  a  todos  de  alegrar  i  conso- 
lar, etc. »  Que  en  los  corrillos  do  los  marineros  se  trató  de 
arrojar  a  Colon  a  la  mar,  lo  afirman  su  hijo  don  Hernando. i 
el  mismo  prelado.  «No  faltaron  algunos,  dice  el  primero,  que 
dijesen  que,  por  ahorrar  de  contiendas,  si  no  quisiese  apartar- 
se de  su  propósito,  podrían  arrojarle  disimuladamente  al  mar, 


20  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

i  publicar  después  que,  estando  él  embebido  en  contemplar  las 
estrellas,  había  caído  inadvertidamente  en  las  ondas;  que  a 
buen  seguro  que  nadie  se  pusiese  a  escudriñar  la  verdad  del 
caso;  i  que  este  era  el  mejor  modo  de  asegurar  la  vida  de 
ellos,  i  la  vuelta  a  su  patria.  Ni  dejaban  de  dar  cuidado  al 
almirante  la  inconstancia  i  las  malas  intenciones  de  aquellos 
hombres.  Así  que,  ya  con  buenas  razones,  ya  con  ánimo 
pronto  a  recibir  la  muerte,  ya  intimidándolos  con  el  castigo  a 
que  se  exponían,  si  estorbasen  aquel  viaje,  arredraba  algún 
tanto  las  maquinaciones  i  disipaba  los  temores.»  El  mismo 
almirante,  cuando  en  medio  de  la  espantosa  tormenta  que  en 
febrero  del  año  siguiente  le  hizo  arribar  a  las  Azores,  recuer- 
da los  favores  del  cielo  que  había  experimentado  en  su  viaje, 
cuenta  por  el  mas  señalado  «el  haberlo  Dios  librado  a  la  ida, 
cuando  tenia  mayor  razón  de  temer,  de  los  trabajos  que  con 
los  marineros  i  jente  llevaba,  los  cuales  todos  a  una  voz  esta- 
ban determinados  de  se  volver  i  alzarse  contra  él  haciendo 
protestaciones,  i  el  eterno  Dios  le  dio  esfuerzo  i  valor  contra 
todos:...  así  que,  dice  quo  no  debiera  temer  la  dicha  tormén* 
ta.»  (Resumen  del  Diario.) 

El  descontento  de  los  marineros  había  tomado  tanto  cuerpo 
en  los  primeros  dias  de  octubre,  que  apenas  bastaba  ya  a  con- 
tenerlos la  autoridad  del  almirante,  i  el  ascendiente  que  le 
daba  sobre  los  otros  su  propia  convicción  i  el  fuego  de  una 
imajinacion  exaltada,  cual  era  naturalmente  la  suya.  Las  aves, 
i  no  solo  ya  las  acuáticas,  sino  las  del  campo,  las  cañas,  ta- 
blillas labradas  i  yerba  fresca,  que  les  traiau  las  ondas,  como 
para  reanimar  la  esperanza,  reducida  en  los  mas  a  la  última 
extremidad;  i  los  ñires  mu  i  dulces,  dice  Colon,  como  en 
ñbril  en  Sevill&t  que  es  placer  estar  a  ellos,  tan  olorosos 
son,  le  acorrieron  oportunamente  en  aquel  conflicto.  Al  fin, 
la  carabela  Pinte,  alai  doi  (te  la  mañana  del  12  de  octubre, 

hall/)  tierra,  e  hizo  las  señas  queel  almirante  había  mandado. 

tierra  VÍdo  primero  un    marino  que  se   decía  Üodrigo  do 

o  que  el  almirante,  a  las  diez  de  la  noche,  estando 

tillo  da  popa,  vido  lumbre,  aunque  íuéooaa  tan  cerra- 
-  afirmar  que  fuete  tierra;  pero  llamó  a  Pero 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES 


21 


Gutiérrez,  repostero  de  estrados  del  rei,  e  di  jóle  que  parecía 
lumbre,  que  mirase  él;  i  así  lo  hizo,  i  vídola.  Díjolo  también  a 
Rodrigo  Sánchez  de  Segovia,  que  el  rei  e  la  reina  enviaban 
en  el  armada  por  veedor,  el  cual  no  vido  nada....  Después  que 
el  almirante  lo  dijo,  se  vido  una  vez  o  dos,  i  era  como  una 
candelilla  do  cera  que  se  alzaba  i  levantaba,  lo  cual  a  pocos 
parecía  ser  indicio  de  tierra.  Pero  el  almirante  tuvo  por  cierto 
estar  junto  a  la  tierra.  Por  lo  cual,  cuando  dijeron  la  salve, 
que  la  acostumbraban  decir  e  cantar  a  su  manera  todos  los 
marineros,  rogó  i  amonestólos  el  almirante  que  hiciesen  buena 
guardia  al  castillo  de  proa,  i  mirasen  bien  por  la  tierra,  i  que  al 
que  le  dijese  primero  que  vía  tierra,  le  daria  luego  un  jubón  de 
seda  sin  las  otras  mercedes  que  los  reyes  habían  prometido, 
que  eran  diez  mil  maravedís  de  juro  a  quien  primero  la  viese.» 
(Resumen  del  Diario.)  Los  reyes,  sin  embargo,  sentenciaron 
que  disfrutase  aquella  merced  Cristóbal  Colon  por  haber  visto 
la  lumbre,  situando  los  antedichos  maravedís  «en  cada  un 
año  para  en  toda  su  vida,»  sobre  cualquiera  parte  de  las  al- 
cabalas, tercias,  almojarifazgo  i  demás  rentas  de  la  ciudad  de 
Córdoba,  donde  quiera  que  él  quisiese  i  nombrase;  i  so  le 
situaron  de  hecho  «en  las  alcabalas  de  las  carnecerías  de  Cór- 
doba, que  es  el  partido  de  la  alóndiga  de  dicha  ciudad.»  (Al- 
bala  de  23  de  mayo  de  Í493,  Navarrete,  tomo  2.°,  paji- 
na 4G.) 

Do  la  primera  isla  descubierta,  dice  Casas  con  su  caracterís- 
tica puntualidad,  que  sollamaba  en  idioma  de  la  isla  española 
i  de  los  lucayos,  que  era  toda  una  misma  lengua,  Guanahaní , 
con  la  última  sílaba  luenga  i  aguda,  i  que  tendría  como 
quince  leguas  en  luengo,  poco  mas  o  menos,  toda  baja,  llena 
de  arboleda  verde  i  fresquísima,  con  una  laguna  de  agua  dul- 
ce en  medio,  i  poblada  de  muchísima  jente,  «porque  (añade) 
todas  estas  tierras  de  este  orbe  son  suavísimas,  i  mayormente 
todas  estas  islas  de  los  lucayos,  porque  así  se  llamaban  las 
jentes  de  estas  islas  pequeñas,  que  quiere  decir  cuasi  morado- 
res de  cayos,  porque  cayos  en  esta  lengua  son  islas. »  (Libro  1 , 
capítulo  40.) 

Describo  Colon  con  mucho  candor  i  viveza  en  el  diario  (que 


11  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

Casas  copia  a  la  letra)  todas  las  circunstancias  de  su  salida  a 
tierra  en  Guanahaní,  a  que  puso  el  nombre  de  San  Salvador, 
aludiendo  al  peligro  de  que  habia  sido  librado  con  tan  oportu- 
no descubrimiento.  Vese  allí  estampada  la  impresión  que  hi- 
cieron en  él  i  en  sus  compañeros  el  primer  suelo  del  nuevo 
mundo  pisado  por  ellos,  i  las  primeras  imperfectas  comunica- 
ciones con  los  inocentes  i  descuidados  moradores  de  aquellas 
islas.  Como  no  cabe  duda,  en  vista  de  los  pasajes  copiados  por 
is,  de  que  la  relación  enviada  por  el  almirante  a  los  reyes 
fué  un  verdadero  diario,  que  él  mismo  llevó  desde  su  salida 
de  la  villa  de  Palos,  tenemos  la  complacencia  de  ver  rejistra- 
dos  allí  menudamente  en  esta  ocasión,  como  en  todas  las  otras 
de  alguna  importancia,  los  pensamientos,  las  conjeturas,  los 
errores  i  hasta  los  desvarios  de  Colon,  en  su  mismo  lenguaje 
i  estilo,  que,  aunque  difuso,  digresivo  e  incorrecto,  es  pintores- 
co, i  abunda  de  pormenores  interesantes.   En  aquella  visita  do 
tan  diversa  importancia  para  los  pueblos  de  los  dos  mundos, 
se  preludió  en  cierto  modo  a  las  violencias  que  desolaron  el 
nuevo,  i  que  en  especial  exterminaron  a  los  mansos  i  con- 
fiados lacayos.    ¡Cuan  lejos  estaban  ellos  de  imajinarse  que  la 
aparición  de  aquellos  seres  peregrinos,  que  se  les  antojaban 
I  Lijados  del  cielo,  debía  serles  mil  veces  mas  funesta  que  las 
incursiones  do  los  caribes,  único  objeto  de  terror  que  habían 
conocido  hasta  entonces! 

Colon  determina  llevarse  cierto  número  do  aquellos  indios 
para  presentarlos  a  los  reyes,  i  que  aprendiesen  el  castellano; 
i  efectivamente  lo  puso  por  obra,  teniéndolos  a  buen  recado 
CU  las  carabelas,  pira  que  no  escapasen,  como   varias  veces  lo 

intentaron.  No  está  bien  ('¡isas  con  esta  conducta  del  almi- 
rante; ni  con  que.  hubiese  pensado  tomar  todo  el  algodón  (pie 
acontaré  en  la  isla  para  sus  altezas,  8t  hobiera  en  canfi- 

thul;  ni  con  que  se  propasase  ;i  decir  a  los  reyes,   que  «podían 

llevar  todos  lof  indios  que  oran  vecinos  i  moradores  de  aque- 

idl.i,  o  tenerlos  en  La  misma  tierra  captivos.» 

i  -l  almirante  de  acertar  ^\\  el  hito  i 

punto  del  derecho  divino  i  natural,  i  de  1"  quoj  según  esto,  los 

.  l  oran  c  i  hacer  obligados!  ■  I  'ero  i 14- 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES 


sas  era  demasiado  justo  para  no  hacer  mérito  de  los  motivos 
particulares  que  disculpaban  en  algún  modo  a  Colon.  «Como  el 
almirante   (dice)  hubiese   padecido  en  la  corte  tan  grandes  i 
tan   vehementes  contradicciones,  i  al  cabo  la  reina  contra  la 
opinión  i  parecer  de  los  de  su  consejo  i  de  toda  la  corte,  se 
determinase  a  gastar  eso  poco  que  gastó,  aunque  por  entonces 
páreselo  mucho..,,  nunca  pensaba  ni  desvelaba  ni  trabajaba 
mas  en  otra  cosa  que  en  procurar  como  saliese  provecho  i 
rentas  para  los  reyes,  temiendo  siempre  que  tan  grande  nego- 
cio se  le  btabia  al  mejor  tiempo  de  estorbar....  Por  lo  cual  se 
dio  mas  priesa  de  la  que  debiera  en  procurar  que  los  reyes  tu- 
viesen antes  de  tiempo  i  de  sazón  rentas  i  provechos  reales,  co- 
mo hombre  desfavorescido  i  extranjero,  i  que  tenia  terribles 
adversarios  junto  a  los  oídos  de  las  reales  personas,  que  siem- 
pre lo  desayudaban....  Mas  si  él  supiese  tanto  de  las  conclu- 
siones primeras  i  segundas  del  dereeho  natural  i  divino,  como 
supo  de  cosmografía  i  de  otras  doctrinas  humanas,  nunca  él 
osara  introducir  ni  principiar  cosa  que  había  de  acarrear  tan 
calamitosos  daños,   porque  nadie  podrá  negar  ser  él  hombro 
bueno  i  cristiano. »  (Historia  Jencrnl,  libro   l.°,  capítulo  41.) 
Después  de  haber  examinado  detenidamente  el  diario,  sus 
derrotas,  recaladas  i  señales,  no  es  do  sentir  el  señor  Nava- 
rrete  que  la  primera  isla  descubierta  sea,  como  jeneralmente 
se  creerla  que  las  cartas   denominan   de   San    Salvador  el 
Grande,  tendida  N.  N.  O.  a  S.  S.  E.   entre  los  paralelos  de 
24°  i  25°,  sino  la  llamada  del  Gran  Turco,  que  es  la  mas 
septentrional  de  las   Tarcas,  i  se  halla  a  los  21°  30'  de  lati- 
tud, i  al  norte  de  la  medianía  de  Haití.  El  señor  Navarrete,en 
sus  notas,  i  principalmente  en  los  dos  mapas  con  que  ha  ador- 
nado la  edición,  sigue  las  huellas  de  Colon  paso  a  paso,  tanto 
en  éste,  como  en  los  otros  viajes,  dando  los  equivalentes  mo- 
dernos de  los  nombres  que  se  encuentran  en  el  diario,  i  corri- 
jiendo  a  veces  las  apostillas  de  Casas.    La  amenidad  del  cielo, 
suavidad  de  aires  i  agasajos  de  los  habitantes,  no  fueron  parte 
para  que  Colon  se  demorase  en  estas  islas,  apretándole  el  de- 
seo do  llegar  al  término  propuesto,  que  era  la  tierra  firme,  esto 
es,  el  continente  de  Asia,  para  visitar  al  gran-e;m,  entregarle 


24  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


las  cartas  que  llevaba  de  los  reyes  católicos,  i  volver  con  res- 
puesta de  ellas.  Figurábase  tocar  ya  a  los  últimos  confines  del 
Oriente  i  del  Catai,  i  parecíale  encontrar  en  los  frondosos  bos- 
ques de  las  nuevas  islas,  indicios  de  las  preciadas  drogas  i  es- 
pecerías asiáticas,  del  ruibarbo,  la  almáciga  i  el  aloe.*   Lleno 
de  estas  ideas,  llega  el  28  de  octubre  a  Cuba,   que  por  las  se- 
ñas que  los  indios  le  habían  dado  de  su  grandeza  i  su  abun- 
dancia de  oro  i   perlas,  tenia  ya  asentado  en  su  imajinacion 
que  habia  de  ser  la  famosa  Cipango  del  veneciano  Marco  Polo, 
que  se  cree  dio  este  nombre  al  Japón.    De  este  error  vino  a 
caer  en  otro,  pues,  combinando  las  mal  entendidas  noticias  do 
los  indios  con  los  informes  de  Marco  Polo,  so  persuadió  que 
Cuba  no  era  isla,  sino  parto  do  un  gran  continente,  distante 
como  cien  leguas  de  Zaito  i  de  Jhmsai,  descritos  por  aquel 
viajero.**  Pero  no  es  nuestro  ánimo,  ni  lo  permiten  los  lími- 
tes que  nos  hemos  propuesto,  seguir  su  rastro  por  entre  aquel 
laberinto  de  idas  i  venidas,  ni  mucho  menos  por  el  de  sus 
conjeturas  i  errores,  por  interesantes  que  sean  como  una  mues- 
tra del  atraso  en  que  se  hallaba  la  cosmografía,   i  como  una 
prueba  de  lo  que  debe  esta  ciencia  a  sus  inmortales  trabajos. 
La  isla  que  produce  el  mejor  tabaco  conocido  fué  donde  se 
observó  por  la  primera  vez  el  uso  hoi  tan  jonoral  de  esta  plan- 
ta. El  dia  6  do  noviembre,  hallándose  en  un   puerto  que  el 
editor  cree  ser  el  de  las  Nuevitas  del  Principe^  volvieron  a 


*  Es  probable  que  equivocaba  con  el  alfóncigo  (do  cuyo  tronco  i  ra- 
mos se  obtiene  la  verdadera  almáciga  del  Levante)  <>tn>  árbol  quo  so 
de  Cuba  i  Haití,    i  de  que  se  saca  por  incisión  un  jugo 

condensa  al  aire.    Los  botánicos  l<%  llaman  burBorsk 
gummiferñ.  La  célebre  madera  aromática  do  la  india  Oriental, ñama- 
da .-'/".■  i  i i-jn.-iinr,  tampoco  ea  producción  de  laa  Antillas,  por  c 
docto]  Chanoai  que  acompaño  a  Colon  en  el  segundo  viaje,  escribo: 
i  Hai  también  Española)  lináloe,  aunque  no  ea  de  la  manera 

del  que  fa  ic  ha  visto  en  nui  rtes;   pero  no  es  de  du- 

de lináloes  que  nosotro  ¡  los  doctores  po- 
nemos.* 
••  /  i  Marco  P<  i  puerto  de  la  China  Meridional, i 

Ulo  .i  del  mundo. 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES 


juntarse  con  Cristóbal  Colon  dos  hombres  españoles  (Rodrigo 
de  Jerez  i  Luis  de  Torres)  que  habia  mandado  a  reconocer  la 
tierra,  i  le  informaron  de  haber  encontrado  en  el  camino  mu- 
cha jen  te  que  atravesaba  a  sus  pueblos,  hombres  i  mujeres, 
con  tizones  en  las  manos  i  yerbas  «para  tomar  los  sahumerios 
que  acostumbraban.»  Estos  sahumerios  (dice  Casas)  son  unas 
yerbas  secas,  metidas  en  una  cierta  hoja  seca  también,  a  ma- 
nera de  mosquete;....  i  encendido  poruña  parte  del,  por  la 
otra  chupan  o  sorben  o  reciben  con  el  resuello  para  adentro 
aquel  humo,  con  el  cual  se  adormecen  las  carnes  i  cuasi  em- 
borrachan, i  así  diz  que  no  sienten  el  cansancio.  Estos  mosque- 
tes, o  como  los  llamaremos,  llaman  ellos  tabacos.  Españoles 
cognoscí  yo  en  esta  Isla  Española,  que  los  acostumbraron  a  to- 
mar, que,  siendo  reprendidos  por  ello  diciéndoseles  que  aque- 
llo era  vicio,  respondían  que  no  era  en  su  mano  dejarlos  do 
tomar.  No  sé  qué  sabor  o  provecho  hallaban  en  ello.»  (Histo- 
ria Jeneml,  libro  1.°,  capítulo  4G.) 

Encontráronse,  en  esta  i  las  demás  islas,  sementeras  de 
maíz,  que  Colon  llama  panizo;  algodón  en  abundancia,  de 
que  los  naturales  se  fabricaban  hamacas,  mantillas,  faldetas, 
redes;  una  raíz  harinosa  de  agradable  sabor,  que  Colon  llama 
mame,  i  es  probablemente  la  batata  o  camote;*  la  yuca,  de 
que  amasaban  el  pan  de  cara  ce;  varias  legumbres  i  multitud 
do  frutales  diferentes  de  los  de  Europa.  A  estos  vcjetales,  i 
al  tabaco  i  ají,  se  reducía  toda  la  agricultura  de  las  Antillas, 
i  aun  es  probable  que  algunos  de  éstos  acudían  con  sus  pro- 
ductos sin  necesidad  de  cultivo.  En  cuanto  a  la  natural  her- 
mosura, fertilidad  i  dimensiones  de  las  tierras  que  descubría, 
sus  montes,  ríos,  puertos,  arboledas,  llores  i  clima,  los  enca- 
recimientos del  almirante  a  los  reyes  son  tantos  i  tales,  que 
no  pueden  explicarse  a  veces  sino  por  el  alborozo  i  exultación 
que  debió  causar  aquel  marabilloso  descubrimiento  en   una 


El  verdadero  llame  {dioscorea  nlata)  es  planta  de  Asia  i  África. 
Naturalizóse  después  de  la  conquista  en  América,  donde  es  conocida 
con  el  mismo  nombre  fíame,  que  creemos  haber  venido  con  ella  de 
tiuinea.  Allí  probablemente  la  conoció  Colon. 


>  I  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

fantasía  tan  viva.  El  14  do  noviembre,  cerca  de  un  puerto  i 
rio  no  bien  determinados  de  la  costa  de  Cuba,  «vido  tantas  is- 
las (dice  Casas  abreviándole)  que  no  las  pudo  contar  todas,  de 
buena  grandeza,  i  mui  altas  sierras,  llenas  de  diversos  árboles 
de  mil  maneras,  e  infinitas  palmas.  Marabillóse  en  gran  ma- 
nera de  ver  tantas  islas  i  tan  altas,  i  certifica  a  los  reyes  que 
las  montanas  que  desde  antier  ha  visto  por  estas  costas  i  las 
de  estas  islas,  que  le  parece  que  no  las  hai  mas  altas  en  el 
mundo,  ni  tan  hermosas  i  claras,  sin  niebla  ni  nieve,  i  al  pié 
dellas  grandísimo  fondo;  i  dice  que  cree  que  estas  islas  son 
aquellas  innumerables  que  en  los  mapamundos  en  fin  de  Orien- 
te se  ponen,  i  dijo  que  creia  que  había  grandísimas  riquezas  i 
piedras  preciosas  i  especería  en  ellas...  Dice  tantas  i  tales  co- 
sas de  la  fertilidad  i  hermosura  i  altura  destas  islas  que  halló 
en  este  puerto,  que  dice  a  los  reyes  no  se  marabillcn  de  enca- 
recellas  tanto,  porque  les  certifica  que  cree  que  no  dice  la 
centésima  parte;  algunas  de  ellas  que  parecían  quo  llegaban 
al  cielo,  i  hechas  como  puntas  do  diamantes;  otras  que,  sobre 
su  gran  altura,  tienen  encima  como  una  gran  mesa,  i  al  pié 
dellas  fondo  grandísimo  que  podrá  llegar  a  ellas  una  grandí- 
sima carraca,  todas  llenas  de  arboledas  i  sin  peñas.»  «El  27 
de  noviembre,  andando  por  otro  paraje  de  la  misma  isla,  fué 
cosa  marabillosa  ver  las  arboledas  i  frescura,  i  el  agua  clarí- 
sima, i  las  aves  i  amenidad,  que  dice  que  lo  parescia  que  00 
quisiera  salir  de  allí.  Iba  diciendo  a  los  hombres  quo  lleva- 
ba en  su  compañía,  que  para  hacer  relación  a  los  royes 
de  las  cosas  que  vian,  no  bastaran  mil  lenguas  a  referillo, 
ni  su  mano  para  lo  escribir,  que  le  pareada  que  estaba  en- 
cantado.... I  certifico  a  vuestras  altezas  (son  palabras  del  al- 
mirante qU0  debajo  del  sol  no  me  parece  ([Ue  las  puede  haber 
mejo  en  fertilidad,    en  lemperancia  de  frió   i  calor, 

en  abundancia  de   agUai   buenas  i    sanas;    i  no  como  los    ríos 
■  linea  ((iie  BOn  lodos  pesl  ileiieia,  porque,  loado  sea  nuosfro 

■  bol  de  toda  mi  jente  no  ba  habido  persona  que  le 

/a,  ni  estado  en  cama   por  dolencia,   salvo  un 

o  de  dolor  de  piedra,  de  que  él  estaba  toda  au  vida  apa- 

Esto  que  di  JO  '  i 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  L08  ESPAÑOLES 


en  todos  tres  navios »  «Este  puerto  (dice  el  20  de  diciem- 
bre, hablando  de  la  bahía  de  Acul  en  la  Española)  es  hermo- 
sísimo, i  que  cabrian  en  él  cuantas  naos  hai  en  cristianos.... 
I  puede  la  nao  estar  con  una  cuerda  cualquiera  amarrada  con- 
tra cualesquiera  vientos  que  haya.  De  aquel  puerto  se  parecía 
un  valle  grandísimo  i  todo  labrado,  que  desciende  a  él  del 
sueste,  todo  cercado  de  montañas  altísimas  que  parecen  que 
llegan  al  cielo,  i  hermosísimas,  llenas  de  árboles  verdes;  i  sin 
duda  que  hai  allí  montañas  mas  altas  que  la  isla  de  Tenerife 
en  Canaria,  que  es  tenida  por  de  las  mas  altas  que  pueden 
hallarse.»  «El  21  de  diciembre,  fué  con  las  barcas  de  los  na- 
vios a  ver  aquel  puerto,  el  cual  vido  ser  tal,  que  afirmó  que 
ninguno  se  le  iguala  de  cuantos  haya  jamas  visto;  i  escúsase 
diciendo  que  ha  loado  los  pasados  tanto,  que  no  sabe  cómo 
lo  encarecer,  i  que  teme  que  sea  juzgado  por  manificador  ex- 
cesivo mas  de  lo  que  es  la  verdad.  A  esto  satisface  diciendo 
que  él  trae  consigo  marineros  antiguos,  i  éstos  dicen  i  dirán 
lo  mismo.  Yo  he  andado  (añade  el  almirante)  veinte  i  tres 
años  en  la  mar,  sin  salir  de  ella  tiempo  que  se  haya  de  con- 
tar, i  vi  todo  el  Levante  i  Poniente  (que  dice  por  ir  al  camino 
de  septentrión  que  es  Inglaterra1,  i  he  andado  la  Guinea;  mas 
en  todas  estas  partidas,  no  se  hallará  la  perfección  de  los  puer- 
tos que  aquí.  Yo  con  buen  tiento  miraba  mi  escribir,  i  torno 
a  decir  que  afirmo  haber  bien  escrito,  i  que  agora  éste  es  so- 
bre todos,  i  cabrían  en  él  todas  las  naos  del  mundo,  i  cerrad*), 
que  con  una  cuerda  la  mas  vieja  de  la  nao  la  tuviese  ama- 
rrada.... Vido  unas  tierras  mui  labradas,  aunque  todas  son 
así,  i  mandó  salir  dos  hombres  fuera  de  las  barcas  que  fuesen 
a  un  alto  para  que  viesen  si  había  población....  Los  dos  cris- 
tianos volvieron,  i  dijeron  donde  habían  visto  una  población 
grande,*  un  poco  desviada  de  la  mar.  Mandó  el  almirante  re- 
mar acia  la  parte  donde  la  población  estaba  hasta  llegar  cerca 
do  la  tierra,  i  vio  unos  indios  que  venían  a  la  orilla  de  la  mar, 
i  parecía  que  venían  con  temor,  por  lo  cual  mandó  detener 
las  barcas,  i  que  les   hablasen  los  indios  que  traía  en  la  nao, 


El  pueblo  de  AcuL— ■ (Navarrete.) 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 

que  no  les  haría  mal  alguno.  Entonces  se  allegaron  mas  a  la 
mar,  i  el  almirante  a  tierra;  i  después  que  del  todo  perdieron 
el  miedo,  venían  tantos  hombres,  que  cobrian  la  tierra,  dando 
mil  gracias,  así  hombres,  como  mujeres  i  niños;  los  unos  co- 
rrían de  acá  i  los  otros  de  allá  a  nos  traer  pan  que  hacen  de 
?naraes,  a  que  ellos  llaman  ajes,  que  es  mui  blanco  i  bueno, 
i  nos  traían  agua  en  calabazas  i  en  cántaros  de  barro  de  la 
hechura  de  los  de  Castilla,  i  nos  traian  cuanto  en  el  mundo 
tenían  i  sabían  que  el  almiranto  quería,  i  todo  con  un  cora- 
zón tan  largo  i  tan  contento,  que  era  marabilla;  i  no  se  diga 
que,  porque  lo  que  daban  valia  poco,  por  eso  lo  daban  libe- 
ralmcnte,  dice  el  almirante,  porque  lo  mismo  hacían  i  tan  li- 
beralmente  los  que  daban  pedazos  de  oro,  como  los  que  daban 
la  calabaza  del  agua;  i  fácil  cosa  es  de  cognoscer  cuando  se 
da  una  cosa  con  mui  deseoso  corazón  de  dar.  Finalmente,  di- 
ce el  almirante,  que  no  puede  creer  que  hombre  haya  visto 
jente  de  tan  buenos  corazones  i  francos  para  dar,  i  que  ellos 
se  deshacían  todos  por  dar  a  los  cristianos  cuanto  tenían,  i  en 
llegando  los  cristianos,  luego  corrían  a  traerlo  todo....  En  to- 
da esta  comarca,  hai  montañas  altísimas  que  parecen  llegar  al 
cielo,  que  la  de  la  isla  de  Tenerife  parece  nada  en  compara- 
ción dolías  en  altura  i  en  hermosura,  i  todas  son  verdes,  lle- 
nas do  arboledas,  que  es  una  cosa  de  marabilla.» 

Lo  relativo  a  la  vuelta  de  Cristóbal  Colon  a  España  no  es 
de  lo  ménofl  interesante  de  este  documento,  ni  donde  aparecen 
con  monos  lustre  la  firmeza,  prudencia  i  presencia  de  ánimo 
de  aquel  navegador.  El  que  desee  conocerle  i  conocer  junta- 
mente a  su  si'_rlo  lea  la  relación  del  temporal  <lel  I  i  de  febrero 

i  de,  los  días  siguientes,  compendiada  por  Casas,  pero  conser- 
vando en  gran  parte  el  texto  orijinal,  según  su  costumbre.  La 

furia  (!«•]  viento  ¡  la  mar,  el  espanto  tic  la  tripulación,  los  votos 

de  romerías,  velas  i  procesiones,  el  almirante  en  medio  de 

ii  oV    horror  i  confusión    escribiendo  su  descubri- 
miento en  un  pergamino,  que  arroja  envuelto  en  un  paño 
encerado  dentro  de  un  barril  a  lasólas,  su  inquietud  por  la 
!<•  de  su  !jos  (¡ue  habían  quedado  estudiando  en 

Córdoba,  dejándolos  huérfanos  en  tierra  extraña,  sin  que  su- 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES 


29 


piesen  siquiera  los  reyes  los  servicios  que  acababa  de  hacerles: 
todo  esto  descrito  por  él  mismo  en  el  momento  del  peligro  se 
imprime  fuertemente  en  el  ánimo  i  forma  uno  de  los  pasajes 
mas  notables  del  diario  i  de  toda  la  colección.  El  sábado 
16  de  febrero,  se  dice  que  «esta  noche  reposó  algo  el  almiran- 
te, porque,  desde  el  miércoles,  no  había  dormido  ni  podido 
dormir,  i  quedaba  mui  tollido  de  las  piernas,  por  estar  siem- 
pre desabrigado,  al  frió  i  al  agua,  i  por  el  poco  comer.»  El 
lunes  18,  recalan  a  la  isla  de  Santa  María  de  las  Azores,  i  se 
refiere  a  la  larga  lo  que  pasó  con  el  gobernador  portugués 
Juan  de  Castañeda,  i  su  jente.  En  fin,  el  4  de  marzo,  arriban  a 
Lisboa;  i  el  15,  vuelven  a  entrar  en  barrera  de  Saltes,  de  donde 
habian  zarpado  ciento  diez  i  nueve  dias  antes. 

El  segundo  documento  es  una  carta  dirijida  por  Cristóbal 
Colon    a  Luis  do  Santánjel,  escribano  de  ración  de  los  reyes, 
oficio  de  la  casa  real  de  Aragón  que  equivalía  al  de  contador 
mayor  de  Castilla.  Contiene  esta  carta  una  noticia  por  mayor 
de  los  sucesos  de  este  primer  viaje,  r  se  copió  del  orijinal  que 
obra  en  el  archivo  de  Simancas.   Consta  por  ella  que  se  escri- 
bió en  el  mar  el  15  de  febrero  de  1493,  hallándose  Colon  en- 
tre las  Azores  i  las  Canarias,  i  que  se  pensó  encaminarla  a  su 
destino  el  4   de  marzo  desdo  Lisboa,   llevando  dentro  lo  quo 
llamaban  ánima  (papel  escrito,  que  se  introducía  en  la  carta 
después  do  cerrada),  en  que  solo  se  añade  la  noticia  de  la  tor- 
menta que  acababa  de  hacerle  aportar  a  aquella  ciudad.  Pero  la 
fecha  de  este  papel  es  reparable.  Dice  el  editor  que  el  orijinal 
la  tiene  en  números  romanos  mui   confusa,  i  que  parece  sig- 
nificar 14;  pero  quo  bien  examinada,  no  puede  ser  sino  del  4 
de  marzo,  fundándose  sin  duda  en  la  circunstancia  de  mencio- 
narse el  arribo  a  Lisboa  como  cosa  sucedida  hoi.  Pero  ¿no  es 
notable  que  en  la  traducción  latina  de  la  carta  de   Cristóbal 
Colon  a  Rafael  Sánchez,   tesorero  de  los  reyes  católicos,  que 
era  en  sustancia  un  duplicado  de  la  anterior,  ocurra  el  mismo 
supuesto  error  de  fecha:  ULisbonce  pridie  idus  Mar  til  y  le- 
yéndose de  este  modo,  no  solo  en  el  códice  de  la  real  biblio- 
teca, sino  en  dos  ediciones  de  dicha  traducción,  la  antigua 
poco  há  encontrada  en  Milán,  i  la  de  la  Híspanla  Illvstrata? 


30  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


Esta  es  una  coincidencia  singular,  que  solo  puede  explicarse 
suponiendo  que  la  carta  a  Luis  Santánjel  se  escribió  en  el  mar 
el  15  de  febrero;  que  el  ánima  se  escribió  el  4  de  marzo;  i 
que  ni  a  ésta  ni  a  la  carta  a  Rafael  Sánchez,  se  lea  puso  la 
fecha  hasta  el  14  de  marzo,  el  dia  siguiente  al  de  la  salida  de 
Lisboa,  expresándose  el  nombre  de  esta  ciudad,  por  hallarse 
Colon  en  el  mar,  i  no  a  mucha  distancia.  Como  quiera  que 
sea,  la  autenticidad  del  documento  es  superior  a  toda  sospe- 
cha, pues  consta  que  aquel  mismo  año  de  1493,  habiendo  lle- 
gado a  Roma  una  copia  del  ejemplar  que  se  dirijió  al  tesorero 
Sánchez,  la  tradujo  al  latin  Leandro  Cosco,  i  la  dio  a  la  es- 
tampa en  aquella  ciudad. 

El  tercer  documento  es  esta  misma  traducción  de  Cosco, 
copiada  del  citado  códice  de  la  real  biblioteca,  acompañándole 
una  versión  castellana  de  don  Francisco  Antonio  González, 
bibliotecario  mayor  del  rei. 

El  cuarto  es  una  relación  del  segundo  viaje  por  el  doctor 
Chanca,  natural  de  Sevilla,  que  fué  en  la  armada  do  Colon  en 
calidad  de  físico,  i  la  escribió  en  la  Isla  Española  en  1494, 
a  los  señores  del  cabildo  de  aquella  ciudad.  Se  copió  de  un 
códice  de  la  Academia  de  la  Historia,  i  es  de  lo  mas  apreciable 
de  la  colección. 

El  quinto  es  un  memorial  que  para  loó  reyes  católicos  es- 
cribió Colon  en  la  ciudad  Isabela  a  30  do  enero  de  I  194  sobre 
su  segundo  viaje  a  las  Indias,  interpoladas  las  respuestas  de 
los  reyes  a  las  razones  i  peticiones  del  almirante.  Se  copió 
do  un  códico  del  archivo  ¡enera!  do  Indias  de  Sevilla. 

VA  sesto  es  una  relarion  que   de  su  tercer  viaje  li;iee  Colon  a 

,  copiada  de  un  ejemplar  <[iie  (le.  [otra  de  (Visas  existe 

<  n  <1    archivo    del    duque   <|.|    Infantado.    Es    documento  cu- 

>.  EH  almirante  oomienza  recordando  las  contradicciones 
que  al  principio  había  sufrido  su  empresa,  i  el  alto  i  marabi- 

lloso  SUCOSO  de  ella,  en  que,  por  1)ÍrtUd  iUninnl,  i  ciiin¡)l¡<'ndi> 

lo  que  h&bia  tuto  dicho  por  boca  dé  Is&ím  profeta  (¡no  de 

i  migado  el  nombrada  Diosa  aquella*  rejio* 

dice  que  descubrid  tresoientas  treinta  i  tres  leguas  de 

i  firme,  Qn  de  Orien  endo  todavía  que  eraconti- 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES  31 


nente  la  isla  de  Cuba,  pues  al  de  América  aun  no  había  lle- 
gado Colon  ni  otro  alguno),  i  que  descubrió  ademas  setecien- 
tas islas  de  nombre,  allanando,  entre  ellas  la  Española,  que 
bajaba  mas  que  España  i  en  que  la  jente  era  sin  cuento,  i 
pagaba  ya  tributo  a  los  reyes.  Después  de  citarles  el  ejemplo 
de  Salomón,  que  «envió  desde  llierusalem  en  fin  de  Oriento 
a  ver  el  monte  Sopora,*  en  que  se  detuvieron  los  navios  tres 
años»,  el  cual  (dice)  tienen  vuestras  altezas  agora  en  la  Isla 
Española;  el  de  Alejandro,  «que  envió  a  ver  el  rej  i  miento  do 
la  isla  de  Trapobana  en  India;»**  el  de  «Ñero  César,  que  en- 
vió a  reconocer  las  fuentes  del  Nilo;»***  i  el  de  los  reyes  de 
Portugal,  que,  con  tanto  dispendio  de  jente  i  caudal,  habían 
hecho  descubrimientos  i  establecimientos  en  la  costa  de  Áfri- 
ca. Después  de  encarecer  cuan  digno  había  sido  de  los  reyes  do 
España  el  acometer  aquella  empresa  para  ganar  tierras  allen- 
de el  mar,  como  no  lo  habían  hecho  los  príncipes  de  Castilla 
hasta  entonces,  comienza  a  referir  su  viaje,  que  dio  principio 
zarpando  del  puerto  do  Sanlúcar  el  miércoles  30  de  mayo  de 
1498.  El  4  de  agosto,  llegó  a  la  punta  llamada  do  laicos  en  la 
isla  a  que  puso  el  nombre  do  La  Trinidad.  A  la  tierra  opues- 
ta, quo  aun  no  sabía  si  era  isla  o  continente,  puso  el  nombre 
de  Gracia;  navegando  por  el  golfo  intermedio,  reconoce  su 
boca  septentrional,  infórmase  de  que  aquella  tierra  es  lla- 
mada de  los  naturales  Paria;  diríjese  a  ella  i  visita  varios 
parajes  de  la  costa.  Reconocido  un  gran  rio,  que  debió  de  ser 
el  Guarapiche,  vuelve  al  norte,  sale  por  la  boca  del  Drago 
el  14  de  agosto,  i  reproduce  sus  observaciones  sobre  las  va- 
riaciones de  la  aguja,  fenómeno  hasta  él  desconido,  1  a  que 


*  El  Oíir  quo  visitaban  las  ilotas  do  Salomón,  i  que,  on  la  versión 
do  los  Setenta,  se  llama  Soopheira. 

**  No  sabemos  de  donde  tomó  Colon  esta  noticia,  que  no  es  de  la 
historia  auténtica  de  Alejandro.  Sabido  es  qué  multitud  de  ficciones 
i  patrañas  oscurecieron  en  la  edad  media  los  hechos  del  conquistador 
macedonio;  i  quo  los  reyes  griegos  do  Ejipto  fueron  los  primeros  quo 
enviaron  a  explorar  la  India,  i  entablaron  relaciones  do  comercio  con 
ella  i  con  la  isla  de  Trapobana  o  Ceilan. 

***  Otra  especie  que  parece  destituida  de  fundamento  histórico. 


32  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

ya  había  prestado  atención  desde  su  primer  viaje.  Sigue  a 
ellas  una  serie  de  especulaciones  cosmográficas,  en  que  el  des- 
cubridor del  nuevo  mundo  dio  rienda  suelta  a  su  imajinacion. 
Figúrase  que  el  hemisferio  que  había  descubierto  no  es  per- 
fectamente redondo  como  el  antiguo,  sino  que  en  medio  i  cabal- 
mente bajo  la  línea  equinoccial,  se  levanta  formando  un 
pezón,  como  el  de  una  pera,  i  que  la  punta  de  este  pezón  es  la 
parte  del  mundo  mas  alta  i  cercana  al  cielo,  i  está  situada  en 
el  término  de  Oriente  donde  acaba  toda  la  tierra  i  las  islas.  Creo 
que,  en  pasando  el  meridiano  que  está  cien  leguas  al  poniente 
de  las  Azores,  van  los  navios  alzándose  suavemente  hacia  el 
cielo,  i  por  eso  se  goza  entonces  de  aires  mas  templados  i  de- 
clinan las  agujas  al  oeste,  siendo  tanto  mayor  la  templanza 
del  aire  i  el  declinar  de  la  aguja,  cuanto  mas  se  anda  en  aque- 
lla dirección  hasta  llegar  a  La  Trinidad  i  la  costa  de  Paria, 
donde  dice  que  halló  «temperancia  suavísima,  i  las  tierras  i 
árboles  mui  verdes,  i  la  jente  mas  astuta  e  de  mayor  inje- 

nio  e  no  cobardes.» «I  ayuda  también  a  esto,  que  el  sol, 

cuando  nuestro  Señor  lo  hizo,  fué  en  el  primer  punto  do 
Oriente,  e  la  primera  luz  fué  aquí  en  Oriente,  donde  es  el  ex- 
tremo del  altura  de  este  mundo.»...  I  si  los  antiguos  nada  do 
esto  sospecharon,  dice  que  «no  es  marabilla  que  do  este  he- 
misferio non  so  hobiese  noticia  cierta,  salvo  mui  liviana  i  por 
argumento.»  Añade  que  en  todas  aquellas  islas  nacen  cosas 
preciosas,  «por  la  suave  temperancia  que  les  procede  del  ciclo 
por  estar  hacia  lo  mas  alto  del  mundo.»  Pasa  luego  a  conje- 
turar, haciéndose  cargo  do  lo  que  dijeron  «San  Isidoro  i  Be- 
da,  i  el  maestro  de  la  historia  escolástica,  i  San  Ambrosio  i 
SootO  i  todos  los  sanos  teólogos,'  que  oí  paraíso  terrenal  debo 
de  hallarse  en  lomas  alto  del  pezón,  i  que  uno  de  los  cuatro 
rios  en  que  se  derrama  la  fuente  que  está  en  medio  do  aquel 
lugar  bienaventurado,  os  el  que  vierto  en  el  golfo  de  Paria 
aquella  prodijiosa  cantidad  de  agua  que  lo  endulza  i  lo  quo 
produce  el  escarceo  i  movimiento  impetuoso  que  allí  se 
siento.  Poro  en  medio  de  este  injenioso  desvariar  en  quo  el 
ibridor  de  Amérioa  pagó  tributo  a  bu  siglo,  encontramos 

mentado  observador. 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES  33 

Colon  adivinó  el  Orinoco;  i  de  la  existencia  de  este  rio,  si  no 
es  que  sale  del  paraíso,  infiere  la  de  un  gran  continente.  *Mui 
conoscido  tengo  (dice)  que  las  aguas  de  la  mar  llevan  su  curso 
de  oriente  a  occidente  con  los  cielos,  i  que  allí  en  esta  comar- 
ca cuando  pasan  llevan  mas  veloce  carrera,  i  por  esto  han  co- 
mido tanta  parte  de  la  tierra,  porque  por  eso  son  acá  tantas 
islas,  i  ellas  mismas  hacen  desto  testimonio,  porque  todas  a  una 
mano  son  largas  de  poniente  a  levante,  i  noroeste  e  sueste  que 
es  un  poco  mas  bajo,  i  angostas  de  norte  a  sur  i  nordeste  sur- 
dueste,  que  son  en  contrario  de  los  otros  dichos  vientos.  Verdad 
es  que  parece  en  algunos  lugares  que  las  aguas  no  hagan  este 
curso,  mas  esto  no  es,  salvo  particularmente  en  algunos  lu- 
gares donde  alguna  tierra  les  está  al  encuentro  i  hace  parecer 
que  andan  diversos  caminos.»  Concluye  esta  carta  exhortando 
a  los  reyes  a  proseguir  la  empresa  del  descubrimiento  de  aquel 
nuevo  mundo  a  fin  de  extender  la  fe  cristiana  i  el  señorío  de 
Castilla,  i  acerca  de  las  tierras  descubiertas  vuelve  a  de- 
cir, que  «tiene  asentado  en  el  ánima  que  allí  es  el  paraíso 
terrenal.» 

Sería  de  desear  que  poseyésemos  íntegras  las  otras  cartas 
que  escribió  Colon  a  los  reyes  entre  el  descubrimiento  de  la 
costa  de  Paria  i  la  llegada  del  comendador  Bobadilla  a  la  Es- 
pañola; i  que,  si  hemos  de  juzgar  por  los  pasajes  de  ellas  que 
el  obispo  Casas  insertó  en  la  Jeneral  de  las  Indias,  aclararian 
mucho  la  historia  de  aquella  colonia  naciente,  i  contribuirían 
a  fijar  nuestro  concepto  acerca  de  las  operaciones  del  almi- 
rante en  la  época  mas  crítica  de  su  vida,  en  vísperas  de  ser 
arrebatado  del  teatro  de  sus  glorias  por  la  ingratitud  de  los 
príncipes  a  quienes  habia  hecho  servicios  tan  señalados.  Te- 
memos, empero,  que  añadirían  poco  a  su  reputación.  Las  cir- 
cunstancias en  que  se  vio  Colon  fueron  tales,  que  para  conser- 
var el  favor  precario  de  la  corte  i  mantener  una  sombra  de 
autoridad  sobre  la  tropa  de  aventureros  que  le  rodeaba,  le  fué 
menester  consentir,  i  aun  ejecutar  por  sí  mismo,  actos  (ha- 
blemos sin  rebozo)  de  la  mas  declarada  i  monstruosa  injusti- 
cia contra  los  malhadados  indíjenas.  Desfavorecíanle  en  la 
corte,  no  tanto  los  émulos  que  empezaba  ya  a  suscitar  la  ele- 
opi'sc.  5 


34  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


ración  do  un  extranjero  de  nacimiento  humilde,  cuanto  los 
hombres  que,  a  fuer  de  mercaderes,  mas  que  de  ministros  i 
consejeros  de  reyes,  desacreditaban  aquellos  nuevos  descubri- 
mientos, como  proyectos  ruinosos  de  un  visionario,  porque 
los  primeros  buques  empleados  en  ellos  no  volvieron  rebosan- 
do de  oro  i  especerías.  Deseoso  Colon  de  cubrir  los  gastos  de 
las  expediciones  dejando  ganancia  al  erario,  apeló  a  dos  arbi- 
trios o  granjerias:  la  una  lícita  i  plausible,  si  no  se  hiciera 
con  el  trabajo  forzado  de  los  indios,  que  fué  cargar  de  palo 
brasil  los  navios  que  estaban  para  volver  a  Europa;  la  otra 
esclavizar  a  los  indios  i  enviarlos  a  vender  a  Europa  i  las 
Canarias.  El  mismo  Colon  da  cuenta  a  los  reyes  de  estas 
granjerias  en  una  carta  de  que  Casas  (libro  I,  capítulo  151)  nos 
ha  conservado  este  pasaje:  a  De  acá  se  pueden,  con  el  nombre  de 
la  Santa  Trinidad,  enviar  todos  los  esclavos  que  se  pudieren 
vender,  i  brasil;  de  los  cuales  me  dicen  que  se  podrán  ven- 
der cuatro  mil,  i  que  a  poco  valer  valdrán  veinte  cuentos;  i 
cuatro  mil  quintales  de  brasil,  que  pueden  valer  otro  tanto. 
Así  que  prima  haz  buenos  serán  cuarenta  cuentos.  I  cierto  la 
razón  quo  dan  a  ello  paresce  autentica,  porque  en  Castilla,  i 
Portogal,  i  Aragón,  i  Italia,  i  Sicilia,  i  las  islas  de  Portugal,  i 
Aragón,  i  las  Canarias,  gastan  muchos  esclavos,  i  creo  que 
de  <  tornea  ya  no  vengan  tantos,  i  que  viniesen,  uno  de  estos 
vale  por  tres,  según  se  ve.  JE  yo  esos  días  que  fué*  a  las  islas 
d<-  Cabo  Verde,  de  donde  lasjentes  de  ellas  tienen  gran  tra- 
to en  los  esclavos,  i  de  continuo  envían  navios  a  los  resgatar, 
i  están  a  la  puerta,  vide  que  por  el  mas  roín  demandaban 
ocho  mil  maravedís,  i  éstos,  como  dije,  para  tener  en  ouenta, 

i  aquellos  no  para  que  B6  Vean.  Del  brasil  dicen  que  en  Cas- 
lilla  i  Aragón  i  Jénova  i  Venooia  hai  grande  suma,**  i  en 


•  Anticuado  por  fui. 

duda  quise  decir  oonsúmo.  Diese  primero  el  nombre  de 
.il  oolor  de  brasa]  a  \n\  palo  de  tinte  de  la  india 
i  .  de  que  te  biso  (grande  us.>  en  Europa  antee  del 

atro  en  esta  parte  dol 
pabre  el  vi  ooloniaado  por  los  por- 


VIAJES  I  DESDUBMMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES 


35 


Francia  i  en  Flándes  i  en  Inglaterra.  Así  que  de  estas  dos 
cosas,  según  mi  parescer,  so  pueden  sacar  estos  cuarenta 
cuentos,  si  no  hobiese  falta  do  navios  que  viniesen  por  esto. 
La  cual  creo  con  el  ayuda  de  Dios  que  no  habrá,  si  una  vez 
se  ceban  en  este  viaje....  que  aora  los  maestres  i  marineros 
de  los  cinco  navios  a  via  de  decir  van  todos  ricos  i  con  inten- 
ción de  volver  luego  i  llevar  los  esclavos  a  mil  quinientos  ma- 
ravedís la  pieza,  i  darles  de  comer,  i  la  paga  sea  de  los  pri- 
meros dineros  quo  dellos  salieren;  i  bien  que  mueran  agora 
así,  no  será  siempro  do  esta  manera,  que  así  hacían  los  ne- 
gros i  los  canarios  a  la  primera,  i  aun  aventajan  éstos,  que 
escapo,  no  lo  venderá  su  dueño  por  dinero  que  le  den.» 

«Cosa  es  de  marabillar  (dice  con  razón  Casas)  que  un  hom- 
bre, cierto  no  puedo  decir  sino  bueno  de  su  naturaleza  i  de 
buena  intención,  estuviese  tan  ciego  en  cosa  tan  clara....  po- 
niendo el  principal  fundamento  de  las  rentas  i  provechos  tem- 
porales de  los  reyes  i  suyos  i  de  los  españoles,  i  la  prospe- 
ridad de  esto  su  negocio  de  las  Indias  que  habia  descubierto, 
en  la  cargazón  do  indios  inocentes  (mejor  diría  en  la  sangre) 
malísima  i  detestablemente  hechos  esclavos,  como  si  fueran 
piezas,  como  él  los  llama,  o  cabezas  do  cabras;....  i  no  tener 
escrúpulo  de  quo  so  muriesen  al  presente  algunos  (i  es  cierto 
que  do  cada  ciento  a  cabo  do  un  año  no  escapaban  diez),  por- 
que así  morían,  dico  él,  los  negros  i  los  canarios.  ¡Qué  mayor 
i  mas  supina  insensibilidad  i  ceguedad  que  esta!  I  lo  bueno 
dello  es  que  dice  que  con  el  nombre  de  la  Santa  Trinidad,  so 
podían  enviar  todos  los  esclavos  que  se  pudiesen  vender.  Mu- 
chas veces  creí  que  aquesta  ceguedad  i  corrupción  aprendió  el 
almirante  i  se  le  pegó  de  la  quo  tuvieron  i  hoi  tienen  los  por- 
tugueses en  la  negociación,  o  por  mejor  decir  execrabilísima 
tiranía  de  Guinea.  Do  esto  paso  i  do  otros  muchos  en  esta 
materia  i  granjeria  de  esclavos  que  sé  del,  tuve  para  mí  por 


tugueses,  es  una  especio  del  mismo  jénero  (csesalpinia  echinata).  No 
es,  pues,  posterior  este  nombro  al  descubrimiento  de  América,  como 
ban  pensado  algunos,  entre  ellos,  el  célebre  joógrafo  Malte-Brun.  [Pré- 
cis  de  GéoQraphic,  tomo  1,  pajina  498.) 


36  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

averiguado  que  deseaba  que  los  tristes  inocentes  indios  deja- 
sen de  acudir  con  los  tributos  i  servicios  personales  que  les 
imponía  i  se  fuesen  i  alzasen,  como  él  i  los  demás  decían,  i 
hoi  dicen  los  españoles,  o  resistiesen  a  él  o  a  los  demás  cris- 
tianos (como  justísimamente  podían  i  debían  hacerlo  como 
sus  capitales  i  manifiestos  enemigos)  por  tener  ocasión  de  ha- 
cerlos esclavos.» 

Fueron  en  aquellos  cinco  navios  como  seiscientos  esclavos, 
i  dice  Casas  (capítulo  154)  que  «dellos  se  morían  muchos  i  los 
echaban  a  la  mar  por  este  rio  abajo  (el  de  Santo  Domingo);  lo 
uno  por  la  grande  tristeza  i  angustia  de  verse  sacar  de  sus 
tierras....;  lo  otro  por  la  falta  de  los  mantenimientos,  que  no 
les  daban  sino  un  poco  de  cazabe  seco;....  lo  otro,  porque,  co- 
mo metían  mucha  jente,  i  la  ponían  debajo  de  cubierta,  ce» 
rradas  las  escotillas....  se  ahogaban.» 

Hemos  copiado  estos  pasajes,  tanto  por  cumplir  con  el  de- 
ber sagrado  de  la  justicia  presentando  bajo  su  verdadero  as- 
pecto la  conducta  del  almirante,  cuanto  por  dar,  en  las  palabras 
mismas  del  ilustre  obispo  de  Chiapa,  una  prueba  irrefragable 
de  que  no  le  animaba  un  celo  indiscreto  i  ciego  a  favor  do  los 
americanos,  i  de  que  eran  igualmente  abominables  a  sus  ojos 
las  operaciones  de  los  portugueses  en  África  i  las  de  los  espa- 
ñoles en  América.  Ni  es  solo  en  esta  parte  de  su  historia  don- 
de habla  del  tráfico  de  esclavos  africanos  con  detestación  i 
horror.  Consecuente  a  sus  principios,  jamas  transijíó  con  la 
injusticia;  i  si  como  apoderado  del  jénero  humano,  negoció 
con  ella  para  moderar  sus  atentados  i  reducir  los  padecimien- 
tos de  los  débiles  a  lo  menos  posible,  la  culpa  no  fué  suya, 
sino  de  su  siglo.  Callen,  pues,  los  calumniadores  déoste  apos- 
tólico prelado,  digno  intérprete  do  las  nuevas  do  paz  i  caridad 
que  predicó  al  nuovo  mundo,  i  uno  de  los  mas  distinguidos 
ornamentos  de  la  Bffpftfta  que  le  produjo,  i  quo  ha  sido  la  mas 
empeñada  <a  inaueillar  su  gloria. 

Otro  punto  en  quo  no  podemos  defender  a  Colon  cuanto 

'•ramos,  es  la  especio  do  granjorías  que  también  por  osto 

tiempo  empezaban  a  introducirse  en  la  Española,  i  que  mas 

adelante  se  conocieron  con  el  nombro  de  repartimientos;  pues, 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES 


31 


aunque  en  su  carta  a  los  reyes,  que  menciona  Casas,  parece 
reprender  este  i  otros  abusos,  cuya  tolerancia  pudo  arrancar- 
le en  gran  parte  lo  precario  de  su  autoridad  sobre  los  nuevos 
pobladores,  jente  desmandada,  que  con  las  armas  en  la  mano 
le  pedia  los  sueldos  i  ventajas  capituladas,  que  Colon  no  se 
hallaba  en  estado  de  cumplirles  sin  gravar  el  erario,  desearía- 
mos, para  completa  vindicación  de  su  carácter,  que  no  apare- 
cieso  desde  los  principios  este  pernicioso  ejemplo  en  su  propia 
familia.  Sabemos  por  Casas  (capítulo  156)  que  su  hermano  el 
adelantado  tenia  lo  que  llamaríamos  hoi  una  hacienda  de  yu- 
ca de  ochenta  mil  plantas;  i  también  sabemos  quiénes  oran 
los  que  llevaban  en  estos  primeros  ensayos  de  agricultura  co- 
lonial el  peso  de  los  trabajos  que  después  cargaron  sobre  los 
esclavos  orijinarios  de  África. 

Como  quiera  que  sea,  no  podemos  menos  de  poner  a  vista 
de  nuestros  lectores  el  cuadro  que  de  la  infancia  do  aquella 
colonia  hallamos  en  la  historia  de  Casas.  En  una  carta  a  los 
reyes,  copiada  por  esto  escritor  (capítulo  155),  dice  el  almi- 
rante: «Presto  habrá  vecinos  acá,  porquo  esta  tierra  es  abun- 
dosa de  todas  las  cosas,  en  especial  de  pan  i  carne.  Aquí  hai 
tanto  pan  de  lo  de  los  indios,  que  es  marabilla,  i  la  carne  es 
que  ya  hai  infinitísimos  puercos  i  gallinas;  i  hai  unas  alima- 
ñas que  son  a  tanto  como  conejos  i  mejor  carne,  i  dellos  hai 
tantos  en  toda  la  isla,  que  un  mozo  indio  con  un  perro  trae  cada 
dia  quince  o  veinte  a  su  amo.  En  manera  que  no  falta  sino  vino 
i  vestuario.  En  lo  demás,  es  tierra  de  los  mayores  haraganes 
del  mundo,  e  nuestra  jente  en  ella  no  hai  gueno  ni  malo  que 
no  tenga  dos  o  mas  indios  que  lo  sirvan,  i  perros  que  le  ca- 
cen, i  (bien  que  no  sea  para  decir)  mujeres  a  tan  fermosas,  que 
os  marabilla,  de  la  cual  costumbre  estoi  mui  descontento,  por- 
que me  paresce  que  no  sea  servicio  de  Dios,  ni  lo  puedo  reme- 
diar.» «Los  españoles  (dice  Casas  comentando  esta  carta),  an- 
dando de  pueblo  en  pueblo,  comian  a  discreción,  tomaban  los 
indios  para  su  servicio  que  querían,  i  las  mujeres  que  bien  les 
parescian,  i  hacíanse  llevar  en  hombros  de  hombres  en  hama- 
cas;.... tenían  sus  cazadores  que  les  cazaban,  i  pescadores  quo 
les  pescaban,  i  cuantos  indios  querían  como  recuas;....  i  porque 


33  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


esa  vida  el  almirante  sabía  que  aquí  los  españoles  vivían,  i 
hallaban  en  la  tierra  para  ello  aparejo  cuanto  desear  podían,  con 
razón  juzgaba  que  érala  mejor  del  mundo  para  hombres  ocio- 
sos i  haraganes.  Entre  otras  viciosas  desórdenes  que  en  ellos 
abominaba,  era  comer  los  sábados  carne,  a  lo  cual  no  podia 
irles  a  la  mano;  por  lo  cual  suplicaba  a  los  reyes  en  muchas 
cartas  que  enviasen  acá  algunos  devotos  relijiosos,  porque 
eran  muí  necesarios,  mas  para  reformar  la  fe  en  cristianos 
que  para  a  los  indios  darla,  que  ya  sus  costumbres  (son  pa- 
labras de  Cristóbal  Colon)  nos  han  conquistado  i  les  hacemos 
ventajas. » 

Casas  refiere  la  llegada  del  comendador  Bobadilla  a  Santo 
Domingo,  i  todos  los  sucesos  que  siguieron  a  ella,  con  una  va- 
riedad de  interesantes  pormenores  que  nos  pintan  los  hom- 
bres, las  costumbres,  la  fisonomía  de  aquella  pequeña  socie- 
dad, manifestando  mucho  mas  conocimiento  del  mundo  i  del 
corazón  humano,  que  el  que  quieren  concederle  sus  detracto- 
res. Pero  lo  que  hace  mas  apreciable  su  historia  es  la  suma* 
dilijencia  con  que  el  autor  ha  investigado  los  hechos,  reco- 
jiendo  de  todas  partes  papeles  e  informes.  Él  vio  el  proceso  ori- 
jinal  formado  por  Bobadilla  contra  el  almirante  i  sus  dos  her- 
manos; él  conoció  i  trató  a  muchos  de  los  (pie  hicieron  papel 
principal  en  aquel  drama,  i  de  los  testigos  que  declararon  con- 
tra Colon.  Todas  las  particularidades  que  se  hallan  en  Anto- 
nio de  Herrera  son  copiadas  de  Casas,  i  copiadas  a  la  letra, 
como  la  mayor  i  mejor  parte  de  cuanto  se  contiene  en  Jos  pri- 
meros libros  de  sus  décadas.  Es  necesario  cotejarlos  para  for- 
mar concepto  de  todo  lo  <pie  debe  aquel  compilador  al  obispo 
de  (  hiapa. 

El  testimonio  (pie  da  Casas  e<>n  la  decente  reverencia  pro- 
pia de  su  carácter,  poro  con  una  no  menos  digna  franqueza, 
contra  la  inj  todos  los  cargos  que  se  hicieron  a 

Colon  i'  tiid  de  los  reyes,  es  en  alto  grado  ho- 

norífico i  noria  de  su  [lustre  contemporáneo.  Después 

de  dar  una  lista  de  ellos,  i  de  mostrar  l<> ;  livianos  fundamen- 
n  (¡ii-'  estribaban,  «en  la  honestidad  de  su  persona  (dioe, 
ttulo  180),  ninguno  tocó,  ni  cosa  contra  olla  dijo,  porque 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES 


39 


ninguna  cosa  que  decir  había.  Pero  poca  cuenta  tenían  los 
que  le  acusaban  de  hacer  mención  de  las  que  habían  ellos  co- 
metido, i  el  en  mandallo,  en  las  guerras  injustas  i  malos  i 
aspeen mos  tratamientos  de  los  tristes  indios,  i  esta  fué  insen- 
sibilidad i  bestialidad  jencral  do  todos  los  jueces  que  han  ve- 
nido i  tenido  cargo  de  tomar  cuenta  i  residencia  a  otros  jueces 
en  estas  Indias,  que  nunca  ponían  por  cargos  sino  de  mui  pocos 
años  atrás,  hasta  que  fueron  personas  relijiosas  que  clamaron 
en  Castilla),  muertes  ni  opresiones  ni  crueldades  cometidas  en 
los  indios,  sino  los  agravios  de  nonada  que  unos  español 
otros  se  hacían.»  I  en  el  capítulo  siguiente:  «Nunca  mientras 
vivió,  los  reyes  su  pérdida  i  deshonra  recompensaron;  antes, 
habiendo  añadido  otros  muchos  admirables  i  acerbísimos  tra- 
bajos i  peligros  en  nuevos  descubrimientos  que  después  hizo 
por  servirles,  al  fin  en  gran  necesidad,  disfavor  i  pobreza  mu- 
rió.... A  Francisco  Roldan,  autor  de  todos  los  alborotos  i  le- 
vantamientos pasados,  i  a  don  Hernando  de  Guevara,  quo 
agora  se  habia  alzado,  i  a  los  demás  que  estaban  para  ahorcar, 
no  supe  que  Bobadilla  pensase  ni  castigase  en  nada,  los  cua- 
les yo  vide  poces  días  después  de  esto,  que  yo  a  esta  isla  vine, 
sanos  i  salvos,  i  harto  mas  que  el  almirante  i  sus  hermanos, 
prosperados. » 

El  séptimo  documento  es  una  carta  del  almirante  a  doña 
Juana  de  la  Torro,  ama  que  habia  sido  del  príncipe  don  Juan 
i  mui  favorecida  de  la  reina  católica.  Se  halló  copia  de  ella 
entre  los  manuscritos  de  don  Juan  Kantista  Muñoz,  i  fué  cote- 
jada con  el  texto  de  otra  que  se  sacó  en  el  monasterio  de 
Santa  María  de  las  Cuevas  de  Sevilla,  i  se  publicó  en  el  Cú(Iic<> 
Colombo-americanúj  impreso  en  Jénova  pocos  años  há.  Vier- 
te en  ella  Colon  sus  justas  quejas  por  el  pago  inicuo  que  se 
habia  dado  a  sus  servicios  i  por  las  tropelías  que  él  i  sus  her- 
manos acababan  de  experimentar  en  la  Española.  Escribióse  a 
fines  de  1500,  probablemente  a  la  llegada  de  Colon  a  España. 
Casas  la  insertó  en  su  historia  con  apostillas  curiosas. 

El  octavóos  una  carta  de  los  reyes  a  Cristóbal  Colon,  fecha 
en  Valencia  de  la  Torre  a  1  \  de  marzo  de  1502,  enviándole  ins- 
trucciones  para  su  cuarto  i  último  viaje.  Sigue  la  relación  de 


40  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

Diego  do  Porras  (uno  de  los  cabezas  de  la  rebelión  contra  el 
almirante  en  Jamaica),  i  varios  apuntamientos  relativos  a  este 
cuarto  viaje,  todo  copiado  del  orijinal  que  obra  en  el  archivo  de 
Simancas. 

El  noveno  es  una  carta  del  almirante  a  los  reyes,  de  7  de 
julio  de  1503.  Es  documento  importantísimo  para  la  historia, 
i  en  que  Colon  dejó  estampada  la  elevación  de  su  carácter  i  el 
sentimiento  íntimo  de  su  mérito  i  de  los  grandes  servicios  que 
habia  hecho  a  los  reyes  católicos  i  a  la  nación  española:  sen- 
timiento que  no  lo  abandonó  jamas,  i  que  le  sostuvo  i  con- 
soló en  sus  desgracias.    Colon  refiero  las  que  lo  sucedieron 
en  su  cuarto  viaje,  quo  fué  una  serio  continua  do  tormentas 
i  trabajos,  hasta  naufragar   sobre  la  costa  do  Jamaica,  per- 
diendo las  dos  únicas  naves  que  le  quedaban.  En  esta  situa- 
ción desesperada,  sin  medios  de  volver  a  Europa  o  de  buscar 
asilo  en  la  Isla  Española,  i  aun  apenas  de  hacer  saber  el  tris- 
te estado  en  que  se  hallaba,  escribe  la  carta  de  que  damos 
cuenta  i  la  pono  en  manos  del  valeroso  i  leal  Diego  Méndez, 
que,  con  intento  de  pasar  a  la  Española,  so  arrojó  al  mar 
acompañado  del  jenoves  Fieschi  en  dos  miserables  canoas. 
Esta  carta  se  imprimió  primeramente  en  castellano;  i  traduci- 
da por  Constanzo  Bainera   de  Brescia,  se  dio  a  la  estampa  en 
Venecia  en  1505.   De  la  edición  castellana,  no  se  sabo  que  se 
conserve  ejemplar,  i  aun  la  traducción  italiana  llegó  a  ser  ra- 
rísima hasta  quo  la  publicó  nuevamente  el  señor  Bossi  en  su 
Vida  de  Colon.  El  texto  del  señor  Navarreto  se  copió  de  un 
códico  antiguo  do  la  biblioteca  particular  do  cámara  del  reí  do 
iña. 
Veos  por  esta  carta  que  Colon  permaneco  en  su  primor  con- 
to  de  ser  las  tierras   nuevamente  descubierta!  la   extre- 
midad do  Oriente.  Kneastillado  en  esta  idea,  añade  ahora  quo 

la  tierra  Orine  d<-  Veragua  es  la  Áurea  de  Josofo,  do  dondo  sa- 
oo*  Salomón  lai  grande*  riquezas  de  que  hablan  los  libros  do 

i  del  l':i r;ili pñiiiri mu;  qm-  Jrrusalen  i  (-1  monto  Sion 

habían  (edificados,  ■agua  profecía,  por  uno  quo  salió- 

se d  la,  etc. 

POTO  I  ni  la  OOtioia   que   al   almirante  da  de  sus 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES  41 

nuevos  descubrimientos,  lo  que  hace  mas  interesante  esta  car- 
ta. El  desorden  de  ideas  que  reina  en  ella,  ofrece  una  viva 
pintura  de  los  padecimientos  mentales  de  su  autor.  Interrum- 
piendo amenudo  su  narrativa,  habla  de  sí  mismo  i  de  las  ve- 
jaciones que  amargan  su  estado  presente;  i  lo  hace  a  veces 
con  aquella  elocuencia  de  que  solo  son  capaces  las  grandes 
pasiones,  aun  cuando  se  expresan  en  una  lengua  extraña  i 
con  un  estilo  rudo  i  descuidado.  Haciendo  mención  de  la  con- 
ducta del  gobernador  Ovando,  que  no  había  querido  dejar- 
le tomar  puerto  en  la  Española,  sin  embargo  do  amenazar 
un  furioso  huracán,  exponiéndolo  a  perecer  con  su  hijo  Fer- 
nando, i  con  don  Bartolomé  su  hermanó,  que  le  acompañaban, 
dice  así:  «Cuando  llegué  sobre  la  Española,  invié  el  envol- 
torio de  cartas  i  a  pedir  por  merced  un  navio  por  mis  dineros, 
porque  otro  que  yo  llevaba  era  innavegable  i  no  sufría  velas. 
Las  cartas  tomaron  i  sabrán  si  se  las  dieron.  La  respuesta 
para  mí  fué  mandarme  de  parto  de  ahí  que  yo  no  pasase,  ni  lle- 
gase a  tierra.  Cayó  el  corazón  a  la  jente  que  iba  conmigo 

La  tormenta  era  terrible;  i  en  aquella  noche,  me  desmembró 
los  navios;  a  cada  uno  llevó  por  su  cabo  sin  esperanza,  salvo 
de  muerte;  cada  uno  dellos  tenia  por  cierto  que  los  otros  eran 
perdidos.  ¿Quién  nació,  sin  quitara  Job,  que  no  muriera  deses- 
perado? ¡Qué  por  mi  salvación  i  de  mi  fijo,  hermano  i  amigos, 
me  fuese  en  tal  tiempo,  defendida  la  tierra  i  los  puertos,  que 
yo  por  la  voluntad  de  Dios  gané  a  la  España  sudando  san- 
gre!» Doliéndose  del  descrédito  que  iba  a  caer  sobre  sus  des- 
cubrimientos por  haberse  dado  la  gobernación  de  las  nue- 
vas tierras  a  personas  a  quienes  no  iba  nada  en  ello,  i  solo 
trataban  de  hacer  fortuna,  poniendo  la  empresa  a  peligro  de 
malograrse,  dice:  «No  es  este  hijo  para  dar  a  criara  madrastra. 
De  la  Española,  de  Paria  i  de  las  otras  tierras,  no  me  acuerdo 
dellas  que  yo  no  lloro.  Ellas  están  boca  ayuso,  bien  que  no 
mueren;  la  enfermedad  es  incurable  o  mui  larga;  quien  las 
llegó  a  esto  venga  ahora  con  el  remedio,  si  puede  o  sabe:  al 

descomponer  cada  uno  es  maestro Siete  años  estuve  yo  en 

su  real  corte,  que  a  cuantos  se  fabló  de  esta  empresa,  todos 
a,  una  dijeron  que  era  burla;  agora  fasta  los  sastres  suplican 


it  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

por  descubrir.  Es  de  creer  que  van  a  saltear,  i  se  les  otorga.» 
«Poco  me  han  aprovechado  dice  en  otra  parte)  veinte  años  de 
servicio  que  yo  he  servido,  con  tantos  trabajos  i  peligros,  que 
hoi  dia  no  tengo  en  (.'astilla  una  teja;  si  quiero  comer  o  dor- 
mir, no  tengo,  salvo  el  mesón  o  la  taberna,  i  las  mas  de  las 
veces  falta  para  pagar  el  escote....  Yo  vine  a  servir  de  treinta 
i  ocho  años,*  i  agora  no  tengo  cabello  en  mi  persona  que  no 
sea  cano,  i  el  cuerpo  enfermo,  i  gastado  cuanto  me  quedó;  i 
me  fué  tomado  i  vendido,  i  a  mis  hermanos,  fasta  el  sayo,  sin 
¡do  ni  visto,  con  gran  deshonor  mió.  Es  do  creer  que  es- 
to no  se  hizo  por  su  real  mandado....  Grandísima  virtud,  fa- 
ma con  ejemplo  será  si  hacen  esto,  (restituirle  su  honra  i 
hacienda),  i  quedará  a  la  España  gloriosa  memoria  con  la  do 
vuestras  altezas,  de  agradecidos  i  justos  príncipes.  La  inten- 
ción tan  sana  que  yo  siempre  tuve  al  servicio  do  vuestras  al- 
3,  i  la  afrenta  tan  desigual,  no  da  lugar  al  ánima  que  ca- 
lle, bien  que  yo  quiera:  suplico  a  vuestras  altezas  que  me 
perdonen.  Yo  estoi  tan  perdido  como  dije;  ya  he  llorado  fasta 
aqui  a  otros;  haya  misericordia  agora  el  cielo,  i  llore  por  mí 
la  tierra.  En  el  temporal,  no  tengo  solamente  una  blanca  para 
el  oferta;  en  el  espiritual,  he  parado  aquí  en  las  Indias  de  la 
forma  (pie  está  dicho:  aíslalo  en  esta  peña,  enfermo,  aguar- 
dando cada  dia  por  la  muerte,  i  cercado  de  un  cuento  de  sal-. 
vajes  i  llenos  do  cruel  lad  i  enemigos  nuestros,  i  tan  apartado 
de  los  santos  .sacramentos  de  la  santa  iglesia,  que  se  olvidará 
Inima,  si  se  aparta  acá  del  cuerpo.  Elore  por  mí  quien 
tiene  caridad,  verdad  i  justicia.» 

Están  I  o  en  la  costa  de  Veragua,  donde  fundó  una  población 
que  abandonar,  dice:   «En  enero,  se  babia  ce- 

rrado la  boca  del  no    de  Veragua  .    En    abril,  los  navios  esta- 
ban tod  m  comidos  de  broma,  i  no  los  podia  sostener  sobro 
nipo,  in/.o  el   rio  una  canal,  por  donde  saqué 
pena,  l -i  volvieron  aden- 


•  i.  ho.  Oolon  vi 


VIAJES  I  DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES  43 


tro  por  la  sal  i  agua.  La  mar  so   puso  alta  i  fea,  i  no  les  dejó 
salir  fuera.  Los  indios  fueron  muchos  i  juntos,  i  las  combatie- 
ron, i  en  fin  los  mataron.  Mi  hermano   i  la  otra  jente  toda 
estaban  en  un  navio  que  quedó  adentro;  yo  mui  solo  defuera 
en  tan  brava  costa,  con  fuerte  fiebre,  en  tanta  fatiga;    la  es- 
peranza de  escapar  era  muerta;  subí   así  trabajando  lo  mas 
alto,   llamando   a   voz  temerosa,    llorando  i   mui   aprisa,  los 
maestros  de  la  guerra  de  vuestras  altezas,  a  todos  cuatro  los 
vientos,  por   socorro;  mas  nunca  me  respondieron.    Cansado 
me  dormecí  jimiendo;  una  voz   mui  piadosa  oí  diciendo:  ¡O 
estulto,  i  tardo  a  creer  i  a  servir  a  tu  Dios,  Dios  de  to- 
dos! ¿Qué  hizo  él  mas  por  Moisen  o  por  David  su  siervo? 
Desque  naciste,  siempre  él  tuvo  de  ti  mui  grande  cargo. 
Cuando  te  vido  en    edad  de  que   él  fué  contento,  mara- 
biliosamente  hizo  sonar  tu  nombre  en  la  tierra.  Las  Di- 
dias,  que  son  parte  del  mundo  tan  rica,  te   las  dio  por 
tuyas:  tú  las  repartiste  adonde  te  plugo,  i  te  dio  poder  pa- 
ra ello.  De  los  atamientos  de   la  mar  océana,  que  estaban 
cerrados  con  cadenas  tan  fuertes,  te  dio  las  llaves;  i  fuis- 
te obedescido   en   tantas    tierra*,  i  de    los  cristianos   co- 
braste tan  honrada  fama.  ¿Qué  lüzo  él  mas  al  su  pueblo 
de  Israel,  cuando  le  sacó  de  Ejipto?  ¿Ni  por  David,  que 
de  }>astor  hizo  rei  en  Judo*?  Tórnate  a  él,  i  conosce  ya  tu 
yerro;  su  misericordia  es  infinita;  tu  vejez  no  impedirá  a 
toda  cosa  grande:   muchas   heredades    tiene  él  grandísi- 
mas.... Tú  llamas  por  socorro  incierto.  Responde:  ¿quién 
te  ha  aflijido  tanto  i  tantas  veces,  Dios  o  el  mundo?  Los 
prinilejios  i  promesas  que  da  Dios  no  las  quebranta,  ni 
dice  después  de  haber  recibido  el  servicio,  que  su  inten- 
ción no  era  esta,  i  que  se  entiende  de  otra  manera;  ni  da 
martirios  por  dar  color  a  la  fuerza;  él  va  al  pié  de   la 
letra;  todo  lo  que  él  promete,  cumple  con  acrescentam len- 
to.... Ahora  medio  muestra  el  galardón  de  estos  afanes  i 
peligros  que  lias  ¡Jasado  sirviendo  a  otros....  No  temas, 
confía;  todas  estas  tribulaciones  están  escritas  en  piedra- 
míirmol,  i  no  sin  causa.» 

Así  se  consolaba  Colon  con  su  gloria,  con  la  persuasión  re- 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


lijiosa  de  ser  el  instrumento  escojido  por  la  Providencia  para 
la  ejecución  de  una  obra  que  no  tenia  paralelo  en  la  historia, 
i  con  la  esperanza  de  llevarla  a  cabo  a  pesar  del  disfavor  de 
los  reyes  i  la  malicia  de  sus  émulos.  Esta  imajinacion  vigoro- 
sa que  alienta  a  Colon  en  medio  de  las  mayores  adversida- 
des i  desastres,  fué  sin  duda  su  cualidad  dominante.  Ella  fué 
la  que  le  hizo  pasar  por  visionario  en  todas  partes,  menos 
donde  halló  almas  de  su  temple,  ideas  elevadas  i  jigantescas 
que  confrontaban  con  las  suyas.  Ella  le  puso  espuelas  para 
acometer  una  empresa  jamas  oída;  le  dio  ánimo  i  perseveran- 
cia para  luchar  con  la  fria  i  calculadora  prudencia  de  las  cor- 
tes; i  tuvo  también  no  poca  parte  en  los  contrastes  i  persecu- 
ciones que  se  le  suscitaron  después,  i  a  que  contribuyeron  sin 
duda  las  brillantes  esperanzas  que  excitó,  i  que  solo  podían 
realizarse  mas  tarde.  Ella  le  hace  columbrar  las  Indias  al  otro 
lado  del  Atlántico,  le  hace  ver  a  Ofir  i  a  Cipango  en  la  Espa- 
ñola, i  le  pinta  el  paraíso  terrenal  en  la  costa  de  Paria. 

El  espíritu  caballeresco  de  Colon  se  manifiesta  desdo  los 
primeros  pasos  que  dio  en  la  carrera  de  sus  descubrimientos. 
Si  salo  a  buscar  un  camino  mas  corto  a  las  Indias,  es  para 
levantar  con  los  tesoros  del  Oriente  una  nueva  cruzada,  i  li- 
bertar, como  otro  Gofredo  de  Bullón,  el  sepulcro  de  Cristo. 
Desdo  antes  do  salir  a  su  primer  viaje,  «protesta  a  los  royos 
que  toda  la  ganancia  do  aquella  empresa  se  gaste  en  la  con» 
quista  de  Jerusalem.»  En  la  institución  do  mayorazgo  otorga- 
da en  1498,  dice  a  su  hijo  don  Diego,  «que,  al  tiempo  quo  él 
«e  mostró  para  ir  a  descubrir,  hizo  instancia  do  suplicar  al 
rci  i  a  la  nina  que  se  destinase  la  renta  que  hobieso  do  las 
Indias  a  aquella  conquista;  i  quo  si  los  royes  así  lo  complian, 
fuese 1  ii  buen  hura;  i  si  nó,  quo  encarga  al  dicho  su  hijo,  o 
la  persona  que  le  heredare,  permanecer  en  este  propósito,  i  de 
ayuntare!  mas  dinero que  pudiere  para  ir  con  el 

•  Jerusalem,  osólo  con  cuanto  poder  tuviese,  que  nuestro 
ir  !•'  dará  tal  aderezo  que  hacerlo  pueda,  i  si  no  tuviese 

•  OOnquistar  todo,  podrá  ■  lo  menos  parte.»   El  mismo   al- 

mtedioeel  ano  de  1502,  en  unaoartaal  tumo  pontífice, 
presa  *<<  habia  tomado  con  fin  de  {gastar  lo  que 


VIAJES  I  DESOUBItIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES 


della  se  hobiese,  en  presidio  de  la  casa  santa;»  i  que  habiendo 
visto  las  nuevas  tierras,  «escribió  a  los  reyes  que,  dende  a  sie- 
te años,  él  les  pagaría  cincuenta  mil  de  a  pié  i  cinco  mil  de  a 
caballo  para  la  conquista  della,  i  dende  a  otros  cinco  años, 
otros  tantos.»  A  esto  mismo  alude  en  la  relación  de  su  cuar- 
to viaje. 

Tanto  nos  han  ocupado  los  documentos  de  que  dejamos  he- 
cha mención,  que  no  podemos  hacer  justicia  a  los  demás  que 
siguen,  i  solo  citaremos  a  la  lijera  la  relación  sacada  del  tes- 
tamento de  Diego  Méndez  (tomo  1,  pajina  314);  las  cartas  fa- 
miliares del  almirante  (pajinas  331  i  siguientes);  la  instrucción 
que  dieron  los  reyes  para  el  buen  gobierno  i  mantenimiento 
de  los  nuevos  pobladores  en  Indias  (tomo  2,  pajina  203);  la 
carta  patente  para  el  repartimiento  de  tierras  a  los  vecinos  de 
la  Española,  que  trataban  de  sembrar  granos  i  plantar  «huer- 
tas e  algodones  e  viñas  e  cañaverales  de  azúcar»  (pajina  211); 
los  pertenecientes  a  la  institución  de  mayorazgo  en  la  familia 
de  Colon  (pajina  221),  i  a  la  comisión  dada  en  1499  al  co- 
mendador Bobadilla  (pajinas  231  i  siguientes);  fragmentos  de 
un  tratado  de  interpretación  de  las  profecías  del  descubrimien- 
to de  las  Indias  i  recuperación  de  Jerusalen,  obra  do  Colon 
(pajina  260);  las  primeras  ordenanzas  para  el  establecimiento 
i  gobierno  de  la  casa  do  contratación  de  las  Indias  (pajina 
285);  el  testamento  i  codicilo  de  Colon  a  19  de  mayo,  1506 
(pajina  311);  las  nuevas  ordenanzas  hechas  en  1510  parala 
casa  de  contratación  de  Sevilla  (pajina  337);  otras  ordenanzas 
de  1511  (pajina  345),  etc.,  etc. 

Las  ilustraciones  que  el  señor  Navarrete  ha  agregado  a  os- 
tos  documentos  son  casi  todas  náuticas  i  jeográficas.  Para  la 
perfecta  intelijencia  de  ellas,  se  echan  menos  algunas  otras, 
particularmente  de  historia  natural.  Convendría  también  que 
se  hubiesen  explicado  ciertas  frases  i  voces  que  pueden  emba- 
razar a  los  menos  versados  en  el  lenguaje  antiguo.  Hai  ade- 
mas pasajes  viciados,  que  no  hubiera  sido  difícil  rectificar, 
dando  aviso  de  ello  en  las  notas,  lo  que,  sin  oponerse  a  la  es- 
crupulosa fidelidad,  que  es  la  primera  obligación  de  un  editor, 
habría  hecho  mas  expedita  i  agradable  la  lectura.  Pero  estos 


4G  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

son  defectos   levísimos,  apenas  perceptibles  en  una  obra  tan 
larga,  i  ejecutada  por  lo  jeneral  con  cuidado. 

(Repertorio  Americano,  Año  de  1827.) 


r— '  «O»  ~-  j '  ^ 


HISTORIA  física  i  política 

DB    CHILE 
pon    t: l  ai:  oí  o   r,.vv 


I 
Entrega  1.a) 


El  público  está  en  posesión  de  la  primera  entrega  de  una 
obra  que,  por  el  interés  del  asunto  i  por  las  luces  i  trabajos  de 
su  autor,  ocupará  sin  duda  uno  de  los  primeros  lugares  entro 
las  que  se  han  escrito  i  se  escriban  para  dar  a  conocer  estas 
vastas  rej iones  del  nuevo  mundo,  en  su  mayor  parte  apenas 
recorridas  a  la  lijera  por  viajeros  científicos.  La  historia  délos 
nuevos  estados  erijides  en  ellas,  desde  su  ocupación  por  la  Es- 
paña hasta  la  revolución  que  les  ha  dado  una  existencia  inde- 
pendiente; la  política  del  gobierno  que  las  tuvo  tres  siglos  bajo 
su  tutela;  la  naturaleza  de  los  elementos  con  que  se  emprendió 
i  se  llevó  a  cabo  esa  revolución;  el  carácter  peculiar  de  ésta, 
injustamente  calumniado  por  la  parcialidad  o  la  ignorancia; 
sus  resultados,  su  porvenir,'  presentan  un  campo  vírjen,  lleno 
de  perspectivas  animadas  i  pintorescas,  i  un  cúmulo  de  intere- 
santes materiales  para  la  filosofía  i  la  política.  En  la  parte,  no 
la  menos  gloriosa,  que  en  este  grandioso  panorama  toca  a  Chi- 
le, i  que,  vasta  como  es,  forma  solo  una  sección  de  la  obra  de 
don  Claudio  Gay,  nos  prometíamos  de  su  pluma  algo  mas  que 
una  simple  reseña  de  los  hechos;  i  la  muestra  que  acaba  de 
darse  en  los  primeros  capítulos  nos  anuncia  que  esta  esperanza 


48  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

no  será  frustrada.  Nos  parecen  hábilmente  bosquejados  los  dos 
cuadros  del  reinado  de  Enrique  IV  i  de  los  reyes  católicos: 
dos  épocas  de  contraste:  una  monarquía  decrépita,  ultrajada 
por  las  facciones,  i  una  nación  rejuvenecida,  palpitante  de  he- 
roísmo, osada,  guerrera:  allá  las  convulsiones  de  la  feudalidad; 
acá  una  administración  central,  vigorosa,  atinada  en  sus  con- 
sejos; un  principio  de  unidad  que  vivifica  i  armoniza  los  miem- 
bros incoherentes  i  hasta  entonces  hostiles.  Pasamos  luego  a 
la  lijera  por  las  primeras  inspiraciones  de  Colon,  por  sus  ne- 
gociaciones con  las  cortes  de  Portugal  i  España.  Vérnosle,  su- 
perior a  su  siglo,  combatir  i  dominar  a  duras  penas  la  preocu- 
pación universal,  defendida  tenazmente  por  las  sutilezas  de  la 
filosofía  escolástica.  Después  de  fervorosos  actos  de  devoción , 
se  lanza  al  fin  el  intrépido  jenoves  al  inexplorado  océano  con 
una  mezquina  escuadra  de  tres  carabelas,  de  cien  toneladas  o 
poco  mas  cada  una,  i  de  ciento  veinte  hombres  de  tripulación 
entre  todas.  Tristes  adioses,  tristes  presentimientos,  contra- 
tiempos, fenómenos  desconocidos,  fragmentos  de  antiguos  nau- 
frajios,  agravan  los  temores  supersticiosos  de  los  ignorantes 
marineros;  al  descontento  i  a  la  murmuración,  sucede  el  motin. 
La  frente  serena,  la  inconmovible  fe  del  gran  navegador  desar- 
man a  los  amotinados;  las  carabelas  siguen  su  rumbo  al  oeste. 
Las  aves  de  la  tierra  prometida  saludan  ya  a  los  trabajados 
bajeles,  i  regocijan  aquel  océano  solitario.  Yerbas  flotantes 
anuncian  la  cercanía  de  la  costa;  dudosos  celajes  hacen  excla- 
mar: ¡Tierra!  tierra!  La  noche  cubre  la  falaz  perspectiva,  i 
la  aurora  descorre  el  velo  de  las  tinieblas  para  presentar  otra 
vez  a  la  engallada  expectativa   de  los  marineros  el  anchuroso 

arto.  Pero  los  indicios  de  tierra  se  repiten  i  avivan:  ramos 

cargados  de  flores  i  frutos,  maderos  labrados,  despojos  al  pa- 

•  humanos.  A  las  dos  de  la  madrugada,  un  cañonazo  déla 

caral.rla  PÍTltS  proclama  el  término  de  la  expedición,  la  pre- 
sencia di  lacosta.  El  12  do  octubre  de  1  (92,  pisa  Colon  la  pri- 
mera playa  del  nuevo  mundo,  en  la  isla  de  ( luanalianí. 

El  autor  pasa  rápidamente  por  estos  hechos,  que  no  son  mas 

que  la  introducá. m  a  BU  historia,  Su  narrativa  animada  i  con- 
cisa nos  lleva  con  el  almirantea  Cuba  i  a  la  Isla  Española.  Co- 


HISTORIA  FÍSICA  I  POLÍTICA  DE  CHILE  -19 

Ion  vuelve  a  España;  el  pueblo,  la  corte,  los  soberanos  le  reci- 
ben en  triunfo.  Segundo  viaje:  descubrimiento  de  las  Antillas; 
primeros  combates  con  los  indíjenas.  Tercer  viaje:  descubri- 
miento del  continente.  Los  enemigos  del  almirante  le  denuncian 
a  la  corte  como  un  ambicioso  i  desapiadado  tirano.  Bobadilla, 
juez  pesquisidor,  le  arresta  en  Santo  Domingo,  le  despoja  do 
sus  bienes  i  lo  envía  cargado  de  hierros  a  España.  Absuelto 
de  los  crímenes  que  se  le  imputaban,  no  por  eso  se  le  restitu- 
ye su  autoridad,  ni  se  le  cumplen  las  promesas  de  la  corte; 
Ovando  es  enviado  a  las  Indias  en  su  lugar  con  treinta  i  dos 
bajeles.  Después  de  repetidas  instancias  i  de  mortificaciones 
indecibles,  obtiene  Colon  la  licencia  real  para  el  cuarto  i  el 
mas  desgraciado  de  sus  viajes,  con  cuatro  miserables  navios, 
el  mayor  de  setenta  toneladas  escasas.  Isabel  muere;  i  con 
ella,  el  único  apoyo  de  Colon,  que  hostiga  con  inútiles  quejas 
i  demandas  al  ingrato  Fernando.  Agobiado  de  sinsabores, 
desgarradas  sus  entrañas  por  el  buitre  de  Prometeo,  por  la 
ingratitud  con  que  paga  a  sus  mas  ilustres  bienhechores  la 
humanidad  contemporánea,  expira  en  Valladolid  el  20  de  Ma- 
yo de  1506/ 

Siguen  luego  en  interesante  i  concisa  reseña  el  viaje  inmor- 
tal de  Vasco  de  Gama,  los  de  Ojeda  i  Américo  Vespucio,  el 


*  tNo  hai  concordancia  en  los  historiadores  respecto  a  la  edad  que 
Colon  tenia  a  la  hora  de  su  muerte:  cincuenta  i  nueve  años  le  señala 
Robertson,  pero  Washington  Irving  le  supone  setenta;  i  ésta  nos  parece 
en  efecto  la  verdadera,  según  documentos  de  los  cuales  se  infiere  haber 
ocurrido  el  nacimiento  del  ilustre  náutico  hacia  el  año  1437.  Asentar 
cuál  fuera  el  pueblo  de  su  naturaleza  también  ha  dado  márjen  a  mu- 
chos i  mui  sostenidos  altercados,  por  lo  mismo  que  era  de  mui  subido 
precio  la  herencia  do  un  nombretan  singular,  cuanto  glorioso;  i  si  bien 
Colonetto,  cerca  de  Jénova,  parecía  ya  en  quieta  posesión  de  tan  envi- 
diable fortuna,  por  el  descubrimiento  que  hizo  el  distinguido  arqueó- 
logo Isnardi,  hoi  viene  la  Córcega  disputándosela,  siendo  por  tanto  la 
Francia  quien  habrá  de  vindicar  la  honra  de  haber  producido  un  Colon, 
si,  como  lo  han  dicho  varios  periódicos  franceses  i  extranjeros,  llega  a 
confirmarse  la  noticia  do  que  el  señor  Guivega,  antiguo  prefecto  do 
Córcega,  ha  descubierto  en  Calvi,  una  de  las  aldeas  de  la  provincia,  la 
fe  de  bautismo  del  inmortal  mareante.»— {Nota  de  Gay.) 

OPÚ5C,  7 


50  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


gobierno  de  don  Diego  Colon,  las  conquistas  do  Cuba,  Puerto 
Rico  i  la  Florida,  el  descubrimiento  del  Yucatán  i  de  Méjico, 
el  de  Ja  mar  del  Sur,  las  tentativas  de  Pizarro  en  el  Perú,  sus 
conquistas,  la  catástrofe  de  los  incas.  Usurpa  Almagro  el  go- 
bierno del  Cuzco.  Reconciliado  con  Pizarro,  se  resuelve  el  des- 
cubrimiento i  conquista  de  Chile. 

llenos  ya  aquí  en  la  historia  política  do  nuestro  país.  El 
autor  interrumpe  la  serie  de  los  sucesos,  para  recordarnos 
brevemente  el  descubrimiento  i  conquista  de  Chile  por  el  inca 
Yupangui,  que  llevó  las  leyes  peruanas  hasta  las  orillas  del 
Maule,  si  se  ha  de  creer  a  Garcilaso  de  la  Vega,  o  solo  hasta  el 
rio  Rapel,  si  nos  merece  mas  confianza  Molina.  Los  españoles 
invaden  a  Chile  con  numerosa  tropa  de  indios  auxiliares,  i  tie- 
nen que  lidiar  ante  todo  con  los  rigores  de  la  estación,  con  las 
penalidades  de  una  marcha  lenta  i  difícil  por  senderos  frago- 
sos, por  derrumbaderos  apenas  practicables  para  la  infantería  i 
sobre  cumbres  nevadas:  el  aire  enrarecido  i  la  puna  turban  las 
funciones  vitales,  i  causan  un  abatimiento  profundo,  insopor- 
table ansiedad  i  molestia  en  los  ánimos,  i  en  las  constituciones 
menos  robustas,  la  muerte,  que  se  ceba  de.  preferencia  en  las 
lilas  peruanas.  Internado  Almagro  hasta  el  vallo  de  Coquim- 
bo, castiga  en  los  naturales  la  muerte  dada  a  tres  españoles 
incautos.  Veintisiete  personas  principales,  i  con  ellas  el  caci- 
que, de  Copiapó,  son  arrojadas  a  las  llamas.  «Estas  fueron, 
dice  el  historiador,  las  primicias  de  la  sangre,  chilena  i  españo- 
la que  regó  aquella  tierra  de  libertad,  aquel  sudo  de  probado 
Valor  i  de  exquisito  heroísmo,  i  donde,  si  durante  tres  siglos 
ha  continuado  humedeciendo  las  feraces  provincias  araucanas, 

todavía  mantienen  éstas  con  orgullo  sus  limites,  toda  su  pri- 
mitiva i  venerada  independencia. a  Almagro  penetra  hasta  RÍO 

Claro;  «los  atrevidos  promaucas,  que  Loa  peruanos  no  pudie* 

r,    B6  presentan    ante  los  españoles  con  inipertur- 

bable  continente. a  Habíanse  ya  medido  los  invasores  con  los 

[rienta  i  dudosa  refriega,  cuando  llegan  del 

perú  con  nuevas  fuerzas  Rodrigo  Ortlóñez  i  Juan  de  Rada.  .\l- 

pOj  recibida  la  real  cédula  que  le  nombraba  adelantado  de 

•  'i.»  al  sur  del  Perú,  determina  volverse,  I  'na 


HISTORIA  FÍSICA  I  POLÍTICA  DE  CHILE  51 


muerte  afrentosa  le  aguardaba  en  el  nuevo  gobierno,  donde 
su  imajinacion  le  figuraba  un  inmenso  porvenir  de  poder  i 
riqueza.  A  la  cabeza  de  los  españoles  desanimados  que  mira- 
ban la  conquista  de  Chile  como  una  empresa  de  mas  dificul- 
tad que  provecho,  regresa  al  Cuzco.  Sabido  es  que  esta  reso- 
lución de  Almagro  suscitó  en  el  Perú  la  guerra  civil,  i  que  en 
ella  le  cupo  ser  derrotado  i  conducido  al  patíbulo.  Muere  a 
fines  de  1538  a  los  sesenta  i  seis  años  de  edad.  Su  cadáver  casi 
desnudo  queda  expuesto  un  dia  entero  a  la  curiosidad  i  escarnio 
del  populacho:  un  negro  esclavo  se  llega  al  anochecer  al  ca- 
dalso, recojo  respetuoso  el  cuerpo  de  su  señor,  i  le  da  sepultura 
sagrada. 

Aquí  termina  la  primera  entrega:  rasgo  histórico  en  que 
resplandecen  el  juicio,  la  claridad,  el  puro  i  elegante  lengua- 
je, aunque  con  resabios  de  arcaísmo,  que  probablemente  no 
serán  del  gusto  de  muchos;  i  entre  éstos,  no  nos  avergonza- 
remos de  contarnos  nosotros.  El  señor  Gay  se  ha  valido  para 
la  versión  castellana  de  la  pluma  de  don  Pedro  Martínez  Ló- 
pez, a  quien  ya  conocíamos  como  autor  de  una  obra  estimable, 
que  contieno  orijinales  observaciones  sobre  la  lengua  castella- 
na, i  censuras,  a  nuestro  juicio  demasiado  severas,  de  la  gra- 
mática do  don  Vicente  Salva.  Sabemos  que  el  señor  Gay  tiene 
acopiados  preciosos  i  hasta  ahora  poco  conocidos  materiales  pa- 
ra las  partes  sucesivas  de  la  historia  política;  i  nos  felicitamos 
do  que  haya  logrado  acceso  a  la  inestimable  colecccion  del  señor 
Ternaux-Compans,  que  ha  dado  al  público  una  parto  de  ella 
on  francés.*  «Poseo,  nos  dice  el  señor  Gay,  copia  íntegra  de  la 
correspondencia  que  con  Carlos  V  siguió  aquel  caballero  (Pe- 
dro de  Valdivia),  copia  quo  fué  sacada  fielmente  de  las  cartas 
orijinales,  trasladadas  con  otros  documentos  desde  Simancas 
a  Sevilla,  donde  existen  hoi,  i  que  guardó  muchos  años  el  cé- 
lebre Muñoz.»  La  inserción  do  esta  correspondencia  en  la  obra 
le  daria  un  nuevo  precio  a  los  ojos  de  sus  lectores. 


*  Hemos  dado  años  hace  noticia  de  esta  publicación  en  el  Arauca- 
no; sabemos  que  existo  ya  en  la  rica  i  escojida  biblioteca  del  señor 
don  Mariano  de  EgaSa. 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


La  parte  en  que  estamos  seguros  de  que  aparecerán  con 
mas  brillo  los  conocimientos  del  señor  Gay,  es  la  destinada  a 
la  jeografía  i  la  historia  natural  de  Chile.  Bajo  este  punto  do 
vista,  su  obra  no  tendrá  solo  un  interés  americano  i  chileno: 
ella  aumentará  con  gran  número  de  nuevas  epecies  el  catálo- 
go de  la  naturaleza  orgánica  i  del  reino  mineral,  tan  rico  i 
variado  en  nuestro  suelo.  Se  han  insertado  en  este  periódi- 
co, algunas  memorias  del  señor  Gay,  que  nos  dan  una  idea 
mui  aventajada  de  sus  trabajos  como  naturalista  i  jeólogo,  i 
de  su  talento  descriptivo:  difícilmente  pudieran  haber  caído  en 
mejores  manos  la  zoolojía,  la  botánica,  la  minóralo jía  de  Chi- 
le. La  jeografía  chilena  podrá  en  breve  competir  con  la  do 
Venezuela,  que  debe  tanto  a  la  devoción  científica  i  a  la  labo- 
riosidad de  don  Agustín  Codazzi.  En  fin,  por  lo  que  hace  a 
la  tipografía  i  al  grabado,  nos  pareco  que  la  muestra  de  la 
primera  entrega  habrá  llenado  completamente  las  esperanzas 
de  los  suscriptores. 


II 

i 
(Entrega  2.*) 

Se  ha  recibido  al  fin  esta  segunda  entrega,  aguardada  tan 
ansiosamente  por  los  suscriptores  i  el  público.  El  capítulo  12, 
por  el  cual  principia,  da  noticia  do  la  empresa  de  la  conquista 
de  Chile,  encomendada  a  Pedro  de  Valdivia.  So  ha  tenido  ;i  la 
vista  para  esta  parto  do  la  narrativa  un  documento  histórico 
interesante:  el  pacto  firmado  en  Atacama  el  T2  de  agosto  de 
Iro  Sánchez  de  Hoz,  Juan  Bohon,  Alonso  do  Mon- 
roi,  Pedro  Gómez,  i  el  olérigo  Diego  Pérez,  ante  ol  escribano 

d<d  ejército  Luis  do  Oartajcn;i.  Pedro  Sanche/,  de  Hoz  había 

sido  nombrado  por  el  reí  para  la  reducción  de  doscientas  leguas 

do  país  al  sur  del  Perú,  donde  la  faina  anunciaba  riquezas  in- 

Pizarro  prefirió*  para  la  empresa  a  Pedro  de  Valdi- 
via por  el  valor  i  pencia  deque  habla  ya  dado  señaladas  muestras 
on  las  guerra  illa,  i  en  las  conquistas  do  Venezuela  i  del 


HIST0RÍA  FÍSICA  I  POLÍTICA   DE   CHILE 


Perú,  si  bien  asociándole  a  Sánchez  cíe  Hoz,  para  no  desobedecer 
abiertamente  a  la  voluntad  soberana.  Por  entonces  habia  de- 
caído mucho  la  nombradla  de  los  tesoros  chilenos,  al  paso  que 
se  ponderaba  el  espíritu  independiente  i  belicoso  de  los  natu- 
rales, bien  probado  en  las  tentativas  precedentes:   causas  am- 
bas   que  hacían    escasear   los  brazos   i  los   fondos  para  la 
ejecución  de  un  proyecto  que  ya  se  miraba  como  de  mui  supe- 
riores dificultades  i  de  dudosa  ganancia,  comparado  con  el  de 
la  subyugación  del  imperio  peruano.   Valdivia  logró  a  duras 
penas  reunir  hasta  ciento  cincuenta  hombres  de  armas,  i  un 
corto  número  de  indios  para  la  conducción  i  custodia  del  ba- 
gaje; i  el  19  de  enero  de  1540,  concurrió  la  tropa  de  soldados 
aventureros  a  la  plaza  del  Cuzco.  Pedro  Gómez  fué  reconoci- 
do en  el  carácter  de  maestre  de  campo;  Pedro  de  Miranda,  en 
el  de  alférez  o  portador  der  estandarte  real,  que  era  en  aquel 
tiempo  uno  de  los  cargos  mas  honrosos  de  la  milicia;  i  Alon- 
so Monroi,  en  el  de  sárjente  mayor.  Pasaron  muestra  los  capi- 
tanes de  la  caballería,   Francisco  de  Aguirre  i  Jerónimo   de 
Alderete;  el  de  los  arcabuceros  i  ballesteros,  Francisco  de  Vi- 
llagra;  i  el  de  los  piqueros  i  rodeleros,  Rodrigo  de  Quiroga;   i 
en  fin,  como  capellanes  del  pequeño  ejército  i  predicadores  de 
la  santa  fe,  los  presbíteros  Bartolomé  Rodrigo  i  Gonzalo  Mar- 
molejo,  a  quienes  se  agregó  después  el  relijioso  mercenario 
frai  Antonio  Rondón.   El  20  fué  el  día  aplazado  para  comen- 
zar la  jornada,  lo  que  se  ejecutó  con   las  acostumbradas  cere- 
monias relijiosas,  en  la  catedral  del  Cuzco,  a  presencia  del 
obispo  don  frai  Vicente  Valverde.   llízose  voto  de  dedicar  a  la 
Asunción  de  Nuestra  Señora  el  primer  templo  que  la  piedad 
de  los  conquistadores  erijiese  en  Chile,  i  de  señalar  con  el 
nombre  del  apóstol  Santiago  la  primera  ciudad  que  se  funda- 
se. Emprendióse  la  marcha  al  sur;  i  llegados  a  Atacama,  se 
celebró  el  acuerdo  de  que  dejamos  hecha  mención,  por  el  que 
Valdivia,  desembarazado  de  la  asociación  de  Sánchez  de  Hoz, 
que  era  ya  para  ól  una  carga  pesada,  quedaba  por  único  jefe 
de  la  expedición  conquistadora. 

Atravesóse  a  mediados  de  agosto  el  despoblado  de  Atacama, 
sirviendo  de  guia  el  relijioso  frai  Antonio  Rondón,  compañero 


Tú  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


de  Almagro  en  la  invasión  antecedente.  Trabajosa  debió,  sin 
duda,  de  ser  esta  marcha  por  aquel  vasto  i  árido  desierto, 
falto  de  todo  lo  necesario  para  la  subsistencia  de  los  hombres, 
de  las  mujeres  i  niños  que  en  no  pequeño  número  los  acom- 
pañaban, i  de  los  animales  domésticos  destinados  a  la  futura 
colonia;  i  aun  por  esto,  suponen  algunos  autores  que  hubo 
una  sedición  orijinada  de  la  momentánea  carencia  de  mante- 
nimientos; pero  se  opone  a  esta  especie  «el  libro  del  cabildo», 
en  que  se  dice  que  Valdivia  condujo  i  gobernó  la  expedición 
con  mucho  acierto,  sin  que  hubiesen  ocurrido  escándalos  ni 
disensiones. 

Triunfó,  en  efecto,  Valdivia  de  todas  las  penalidades  de 
aquella  larga  i  fastidiosa  travesía;  i   acampado  a  orillas  de  un 
riachuelo,  entonaron    los  sacerdotes  un  solemne  Te  Dcum, 
acompañado  de  festivas  aclamaciones,  a  que  se  mezclaban  el 
estampido  del  cañón   i  el  ruido  de   los  atabales,  que  por  pri- 
mera vez  interrumpían  el  silencio  de  aquellas  apartadas  rc- 
jiones.  En  tanto,  el  protagonista  de  aquel  drama,  tantas  veces 
repetido  por  los  conquistadores  de  América,  que  creían  lej ¡ti- 
mar con  él  la  usurpación   de  extensos  países  i  la  sujeción  de 
sus  habitantes,  con  la  espada  desnuda  en  una  mano  i  el   pen- 
dón real  en  otra,  tomó  posesión   del  país   a  nombre  del  rci;  i 
petuar  la  memoria  de  este  acto,  ordenó  que  aquel  lu- 
ie  llamase  en  adelante  Valle  de  la  Posesión.  Pero  pre- 
valeció a  pesar  de  los  deseos  de  Valdivia  el  nombre  nativo  de 
Copiapó.  El  padre  O  valle  pretende  que  esta  palabra  significa 
entera   de  turquesas:  etimolojia  dudosa  para  el  autor, 
aunque  sospecha  que  de  ella  lian  tomado  ocasión  varios  autO- 
de-.]. nes  (le  Herrera,  para   asegurar  que    abundaba  de  tur- 

iquel  valle. 

Sig  to  la  primera  entrevista  de  los  aventureros  con 

□abajadores  (huerquenés)^  con  lazos  azu- 

i  n  las  il'  Ral  de  paz  i  parlamento,  vienen  a  nombre 

renovar  la  a  que  habían  pactado  con 

Alin  que  Valdivi  tdió  reconviniéndolos  pomo 

haber  acudido  Antes  al  debido  hospodaje,  aparentando  oonce- 

•  l  perdón  ¡  exijiendo  se  le 


HISTORIA  FÍSICA  I  POLÍTICA  DE  CHILE  "'0 

trajese  un  buen  número  de  iamenes  (indios  de  carga,  llama- 
dos en  Chile  manantes)  para  el  trasporte  de  víveres  i  baga* 
jes.  Al  solemne  recibimiento  de  la  embajada,  sucedió,  como 
siempre,  la  feria  de  ehaquira  (así  se  llamó  en  el  Perú  el  aljó- 
far i  abalorio  que  llevaban  los  españoles  para  esta  especie  de 
tráfico),  canutillo,  agujas,  cuentas  de  diferentes  formas  i  co- 
lores, por  trozos  de  minerales  de  cobre,  cuyo  hermoso  color 
azul  les  daba  la  apariencia  de  turquesas,  i  oro  en  grano  i 
polvo.  El  que  recojieron  esta  vez  los  españoles  subió  hasta  la 
cantidad  de  unos  mil  i  quinientos  pesos, 

VA  ejército  es  alojado  en  Pailánas  por  el  cacique  Marcandei, 
nieto  del  que  Almagro  había  condenado  a  las  llamas.  Muda- 
dos allí  los  tamenes,  continuó  en  su  marcha  hasta  rio  de  Li- 
marí  i  rio  de  Chuapa,  sin  ver  señales  de  paz  i  hospitalidad  en 
los  indios,  que  por  el  contrario  manifestaban  disposiciones 
hostiles.  En  Aconcagua  (que  Valdivia  en  su  correspondencia 
con  el  emperador  Carlos  V  llama  Conconcagua)  fie  percibieron 
señales  positivas  de  conciertos  para  resistir  a  la  invasión  es- 
pañola; i  esto  sujirió  la  idea  de  fundar  una  ciudad  en  paraje 
conveniente  para  la  defensa.  Elijióso  al  intento  el  risueño  va- 
lle del  Mapocho;  mas  antes  de  poner  en  ejecución  este  pensa- 
miento, fué  necesario  combatir  i  vencer  a  Michimalonco,  toqui 
o  jefe  de  los  indios  chilenos,  que,  desechados  los  tratos  de  paz 
i  amistad  propuestos  por  Valdivia,  desafió  denodado  a  los  es- 
pañoles, disputándoles  el  paso  del  Aconcagua.  Los  indios  de- 
jaron libre  el  paso  del  rio,  i  cubierto  de  cadáveres  el  campo. 
De  los  prisioneros  se  reservaron  cuatrocientos  para  el  servicio 
del  ejército;  i  no  hubo  ya  obstáculo  para  la  fundación  de  la 
primera  ciudad,  punto  de  apoyo  de  las  futuras  operaciones  de 
las  conquistadores.  Explorados  cuidadosamente  los  alrededo- 
res, pareció  convenir  a  la  planta  de  la  nueva  colonia  un  terre- 
no del  cacique  Huelen-guala,  situado  a  la  ribera  del  Mapocho, 
i  dominado  por  el  cerro  de  Huelen,  hoi  Santa  Lucía. 

Valdivia]  deseoso  de  granjearse  la  buena  voluntad  de  los 
habitantes,  solicitó  amistosamente  la  concesión  de  aquel  terre- 
no. Los  caciques  vecinos  son  convidados  a  un  parlamento, 
que  se  celebra  a  principios  del  año  de  1541.   Valdivia  ostentó 


5G  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

allí  toda  la  pompa  que  le  era  posible,  rodeándose  de  sus  ofi- 
ciales, sacerdotes  i  tropa,  en  un  lugar  bastante  elevado  para 
descubrir  i  dominar  los  contornos.  «Comenzó  la  ceremonia: 
los  caciques  eran  recibidos  a  son  de  cajas  i  atabales,  notándo- 
se entre  los  concurrentes,  Huelen-guala,  dueño  del  terreno  que 
tanto  se  ambicionaba;  Guala-guala,  cacique  de  la  parte  supe- 
rior del  Mapocho;  Incajerulonen}  cacique  de  los  cerrillos  de 
Apochame;  Millacura,  cacique  de  las  playas  del  Maipú,  etc.: 
todos  ellos  con  los  adornos  de  ricas  i  vistosas  plumas  en  la  ca- 
beza, i  en  la  mano  un  ramo  de  voighe,  símbolo  de  paz;»  (el 
mismo  árbol  que  se  llama  vulgarmente  canelo,  i  que  en  la 
botánica  se  conoce  con  el  nombre  de  drymis  chilensis). 

Concluido  el  recibimiento  de  los  señores  del  país,  «tomó 
Valdivia  la  palabra,  i  recitó  de  un  cabo  al  otro  el  interminable 
discurso  que  de  orden  real  habia  formulado  de  antemano  el 
doctor  Palacios  Rubios,  para  que  los  conquistadores  supiesen 
como  habían  de  hablar  con  ocasión  de  posesionarse  de  algu- 
nos terrenos.  Allí  se  trataba  de  nuestra  jencalojía;  del  poder 
espiritual  i  temporal  de  los  papas;  de  la  concesión  que  uno  de 
ellos  habia  hecho  a  los  monarcas  españoles  de  todos  los  países 
de  la  América,  i  al  que  debían  los  indios  sumisión  i  vasallaje, 
H  DO  querían  mas  una  guerra  continua,  durante  la  cual  ve- 
rían sus  campos  talados,  sus  mujeres  e  hijos  traídos  a  la  es- 
clavitud, listas  amenazas  venían  doradas  con  palabras  de  ca- 
ridad i  de  consuelo,  que  propendían  a  encarecer  los  placeres 
de  la  vida  social,  i  el  cuadro  venturoso  do  un  porvenir  hasta 
entonces  ignorado  en  aquellas  rejiones:  beneficios  que  solo 
■Sfian  asequibles  consintiendo  el  establecimiento  de  los  espa- 
ñoles. »  Valdivia  termino'  su  arenga  pidiendo  se  le  concedie- 
sen las  lien-as  de  Huelen-guala,  i  ofreciendo  en  cambio  las  do 
del  Inca  en  el  territorio  de  Talagante.  El  cura 
Qoiejo  tomó  entonces  la  palabra  en  apoyo  de  las  preten* 
■iones  de.  Valdivia,  exponiendo  los  beneuoios  de  una  relijíon 
fundada  en  la  moral  i  la  fraternidad.  Uno  i  otro  discurso  in- 
terpretados  Dio  kno  a  lea  caciques,  que  no  esperaban 

se  1<  B  hablado  Sino   de  víveres    id»'  indios  de   carga, 

i  ijo  una  Impresión  desagradable,  que  disimularon  con  to- 


HISTORIA  FÍSICA  I  POLÍTICA  DE  CHILE  57 

do,  accediendo  con  aparente  benevolencia  a  la  demanda,  i 
contribuyendo  con  buen  número  de  indios  para  ayudar  en  el 
desmonte  del  terreno  i  en  la  construcción  do  los  edificios. 

Valdivia  tomó  posesión,  a  nombre  del  rci,  de  todo  el  terri- 
torio contiguo  al  cerro  de  Huelen;  i  plantó  por  sí  mismo  una 
cruz  en  el  punto  en  que  babia  de  alzarse  la  iglesia  parroquial, 
dedicada  a  Nuestra  Señora  de  la  Asunción,  entre  los  alegres 
vivas  do  su  jente  i  las  salvas  de  la  artillería.  Tal  fué  el  acto 
solemne  de  la  fundación  de  Santiago,  el  12  do  febrero  do  1541. 

Constituyóse  la  municipalidad  o  ayuntamiento,  clijiendo  los 
miembros  Valdivia  a  nombre  del  rei,  en  7  de  marzo  del  mis- 
mo año.  He  aquí  los  nombres  de  los  primeros  municipales  do 
Santiago:  Francisco  de  Aguirre,  i  Juan  Dávalos  Jofré,  alcaldes 
ordinarios;  Juan  Fernández  de  Alderete,  Juan  Bohon,  Francisco 
de  Villagra,  Martin  de  Solier,  Gaspar  de  Villarroel,  Jerónimo 
do  Alderete,  rejidores;  Antonio  Zapata,  mayordomo;  Antonio 
Pastrana,  procurador.  El  1 1  prestó  el  cabildo  juramento,  pro- 
metiendo desempeñar  su  cargo  en  servicio  de  Dios,  del  rci,  do 
los  pobladores  españoles  i  de  los  indios. 

Es  interesante  la  narración  que  a  esto  sigue,  de  la  impre- 
sión de  pavor  que  produjeron  en  los  españoles  las  aciagas  no- 
ticias del  Perú,  i  los  indicios  cada  dia  mas  fuertes  de  los  azares 
con  que  los  amenazaba  el  descontento  de  los  naturales;  de  la 
proposición  que  por  el  órgano  del  síndico  Pastrana  hizo  a 
Valdivia  el  cabildo,  para  que  se  declarase  independiente  del 
Perú,  i  ejerciese  la  suprema  autoridad  a  nombre  del  rei  i  del 
pueblo;  de  la  repugnancia,  probablemente  afectada,  de  Valdi- 
via; de  su  final  resolución  de  acceder  a  las  instancias  del  pue- 
blo i  gobernar  la  colonia  con  absoluta  independencia,  hasta 
la  determinación  soberana;  i  de  la  conjuración  descubierta 
poco  después  para  asesinarle,  i  que  paró  en  el  suplicio  de  cin- 
co de  los  principales  conspiradores,  partidarios  secretos  de 
Almagro.  La  correspondencia  de  Valdivia  con  el  emperador 
Carlos  V,  que,  como  dice  el  autor,  abunda  en  detalles  de  cuan- 
tos sucesos  ocurrieron  entonces,  es  la  fuente  principal  de  don- 
de se  toman  las  noticias,  corrijiéndose  al  paso  las  inexactitu- 
des i  deslices  de  otros  historiadores. 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


Los  indíjonas  rompen  al  fin.  Santiago  es  valerosamente 
combatida  por  Miehimalonco;  i  aunque  al  Qn  es  repulsado  el 
enemigo,  no  fué  insignificante  la  pérdida  de  los  colonos.  «Pe- 
learon todo  el  dia  en  peso  los  cristianos,    dice  en  una  de  sus 
cartas  Valdivia;  i  les  mataron  veinte  i   tres  caballos  i  cuatro 
cristianos;  i  quemaron  toda  la  ciudad,  i  comida,  i   la  ropa,  i 
cuanta  hacienda  teníamos,  que  no  quedamos  sino  con  los  an- 
drajos que  teníamos  para  la  guerra  i  con  las  armas  que  a  cues- 
tas traíamos,  i  dos  porquczuelas,  i  un  cochinillo,  i  una  polla, 
i  un  pollo,  i  hasta  dos  almuerzas  de  trigo.»  En  los  apuros  a  que 
se  vio  reducida  la  colonia  por  la  insurrección  casi  jcneral  del 
país,  desplegó  Valdivia   las  cualidades  sobresalientes  de  que 
estaba  dotado.  Nada  pinta  mejor  la  situación  desesperada  do 
los  colonos  que  el  mismo  Valdivia,  cuando,  acerca  de  las  con- 
tinuas refriegas  de  los  indios,  escribe  así  al  emperador:   «Ma- 
tándonos cada  dia  a  las  puertas  de  nuestras  casas  nuestros 
anaconas  (yanaconas,  indios  amigos  do  servicio),  que  eran 
nuestra  vida,  i  a  los  hijos  de  los  cristianos,  determiné  hacer 
un  cercado  de  estado  i  medio  de  alto,  de  mil  i  seiscientos  pies 
en  taladro,  que  llevó  doscientos  mil  adoves  de  a  vara  de  largo 
i  un  pal  mi)  de  alto,   que  a  ellos  i   a  él  hicieron  a  Tuerza  de 
brazos  los  vasallos  do  Vuestra  Majestad,  i  yo  con  ellos;  i  con 
nuestras  armas  a  cuestas,  trabajamos  desde    que  lo  comenza- 
mos basta  que   se   acabó  sin  descansar  hora;  i   en   habiendo 
irrita  de  indios,  seacoiian  a  él  la  jente  menuda  i  bagaje,  i  allí 
estaba  la  comida  poca  que  teníamos  guardada,   i   los  peones 
quedaban  a  la  defensa,  i  los  de  a  caballo  salíamos  a. correr  el 

dno  i  pelear  con  los  indios  i  defender  nuestras  sementeras: 
(\\u-ñ  desde  que  la  tierra  se  obró  (¿alzó?)  sin  quitar- 
Dos  una  hora  las  .armas  do  acuestas,  hasta  que  el  capitán  Mon- 
ro¡  volvió  a  ella  con  el  Booorro,  que  pasó  espacio  de  casi  tres 

i,  i  hasta  el  último  año  de  estos  tres  que  nos  sementamos 
muí  bien  i  tuvina  s  comida,  pasamos  los  dos  primeros 

con  i  '  ni,  i  lanía  que  no  lo  podría  significar,  i 

a  miiehOS  de  IOS  Ori  lo   ir    un  dia   a  cavar 

•i-  aquel    i   OtPOI  dos;    i   acabadas 
iqm  I naban  a  lo   meSIDO;  i  [e  todas  de  nuestro 


HISTORIA  FÍSICA  I  POLÍTICA  DE  CHILE  f>9 

servicio  i  hijos  con  esto  se  mantenían;  i  el  cristiano  que  al- 
canzaba cincuenta  granos  de  maíz  cada  dia'  no  se  tenia  en 
poco;  i  el  que  tenia  un  puíio  de  trigo,  no  lo  molia  para  sacar 
el  salvado.» 

El  viaje  de  Monroi  al  Perú  en  demanda  de  socorro,  su  cau- 
tividad, su  libertad,  su  vuelta  a  Chile,  forman  un  episodio 
entretenido.  Valdivia  sale  contra  los  enemigos  acantonados  en 
la  provincia  de  los  promaucáes.  Gracias  al  oportuno  auxilio 
de  Monroi,  i  al  que  después  le  trajo  el  marino  jonovcsPastene, 
logró  casi  reducir  a  los  indios;  que,  o  deponían  las  armas,  o 
abandonaban  en  masa  sus  hogares.  Pareció  aquella  una  buena 
coyuntura  para  reconocer  la  costa  de  Chile;  i  se  encomendó 
esta  empresa  a  Fastene,  que,  recorriendo  una  parte  déla  mar 
del  .Sur,  había  ya  prestado  relevantes  servicios  a  la  corona  de 
España.  El  4  de  setiembre  do  1544,  salieron  de  Valparaíso  los 
dos  bájales  mandados  por  Pastene,  que  regresó  el  30  del  mis- 
mo mes  a  Valparaíso,  sin  otro  resultado  que  el  reconocimien- 
to de  los  puertos  a  que,  en  honra  del  gobernador,  se  dieron  los 
nombres  de  San  Pedro  i  de  Valdivia,  el  de  los  rios  Tolten  i 
Canten,  el  de  la  isla  Mocha,  bahía  de  Penco  i  otros  puntos 
litorales. 

En  1515,  presentaba  ya  la  colonia  un  lisonjero  aspecto.  Val- 
divia contaba  con  unos  doscientos  españoles,  fuera  de  las 
mujeres  i  niños;  los  frutos  i  los  animales  domésticos  se  habían 
multiplicado  asombrosamente,  tanto  que  Valdivia  esperaba  ív- 
cojer  en  diciembre  de  aquel  año  de  diez  a  doce  mil  fanecas  de 
trigo,  «i  maíz  sin  número,  (dice  él  mismo^,  i  de  las  dos  por- 
quezuelas  i  cochinillo  que  salvamos  cuando  los  indios  quema- 
ron esta  ciudad,  hai  ya  ocho  a  diez  mil  cabezas,  i  de  la  polla 
i  el  polio  tantas  gallinas  como  yerbas,  que  verano  e  invier- 
no se  crian  en  abundancia.»  Se  fundó  la  Serena;  se  princi- 
piaron a  trabajar  las  minas  por  los  yanaconas;  i  se  envió  por 
nuevos  auxilios  al  Perú;  el  gobernador  ganó  una  sangrienta 
victoria  sobre  los  indios  del  otro  lado  del  Maule;  se  adelantó 
sin  nuevo  embarazo  hasta  el  P>iobío;  i  explorado  el  país,  dio  la 
vuelta  a  Santiago  en  marzo  de  1515,  después  de  solos  cuarenta 
días  de  ausencia.   Aquí  le  dejaremos  aguardando  impaciente 


W  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

los  refuerzos  pedirlos  al  Peni,  i  no  exento  de  peligro  por  el 
descontento  de  los  colonos  i  la  aversión,  cada  dia  mas  pronun- 
ciada, de  los  indios.  Ocupan  estos  sucesos  los  capítulos  12T 
13,  14  i  15;  la  entrega  contiene  hasta  el  20  i  una  pequeña  par- 
te del  2í. 

Si  la  exactitud  i  la  dilijencia  son  las  prendas  mas  esenciales 
de  la  historia,  no  podemos  negar  a  la  presente  un  mérito  dis- 
tinguido entre  las  que  se  han  dado  a  luz  sobre  nuestro  país, 
sea  que  consideremos  el  juicio  con  que  el  autor  ha  hecho  uso 
de  sus  materiales,  que  a  la  verdad  no  eran  escasos,  o  el  celo 
con  que  se  ha  procurado  documentos,  al  paso  que  raros  i  nue- 
vos, preciosos  por  su  auténtica  orijinalidad.  Con  esto  auxilio, 
vemos  ya  rectificados  o  desmentidos  algunos  hechos,  que  pasa- 
ban por  ciertos,  i  se  nos  dan  pormenores  desconocidos,  pintores- 
cosa  veces,  i  siempre  interesantes;  porque  apenas  pueden  dejar 
de  serlo  los  relativos  al  nacimiento,  a  la  infancia,  a  los  prime- 
ros pasos  de  la  sociedad  a  que  pertenecemos.  Ha  sido  sobre 
todo  un  hallazgo  de  gran  precio  la  correspondencia  de  Pedro  de 
Valdivia,  que,  a  juzgar  por  las  muestras  que  de  ella  nos  presen- 
ta el  autor,  acaso  no  desmerezca  ponerse  al  lado  de  las  de 
otros  célebres  descubridores  i  conquistadores  americanos.  Esta 
especie  do  narrativa  autógrafo  de  los  personajes  históricos  tie- 
ne para  nosotros  un  grande  atractivo;  porque,  prescindiendo 
de  la  sustancia  de  los  hechos,  en  quo  es  mui  factible  que  el 
interés  personal,  o  por  lo  menos,  el  interés  déla  reputación, 
haya  torcido  alguna  vea  la  pluma;  las  palabras  mismas,  las 
ideas,  los  sentimientos,  las  reticencias  estudiadas,  las  revela- 
ciones involuntarias,  i  hasta  la  evajeraeion  i  la  mentira,  con- 
tribuyen a  hacernos  una  exhibición  viviente  del  hombre,  i  del 
siglo  i  país  en  que  QgUr&  objeto  mas  instructivo  en  la  histo- 
ria, que  las  individualidades  de  marchas  i  batallas.  Nos  halaga, 

pues,  If  esperante  de  saborearnos  algún  dia  con  la  lectura  do 
del  fundador  de  chile  al  emperador  ('arlos  V,  i  de 

otras  piezas  curiosas  adquiridas  por  don  Claudio  Cay,  i  anun- 
ciadas entre  los  documento!  justificativo!  de  su  historia. 

Bn  cuanto  al  estilo,  no  podemos   menos  de  repetir  el   juicio 

■•i,,jtim.  ,|,.  ]:,  primera  entrega.  El  redactor caste- 


HISTORIA  FÍSICA  I  POLÍTICA  DE  CHILE  61 

llano  es  un  literato  conocido,  que  goza  de  bastante  reputación 
como  filólogo;  pero  es  innegable  que,  por  parecer  castizo,  usa 
de  ciertos  jiros  que  creemos  opuestos  a  la  sencilla  naturalidad 
de  las  composiciones  narrativas,  i  emplea  con  demasiada  fre- 
cuencia ciertos  modas  de  deoirf  que  ha  desechado  tiempo  hú 
nuestra  lengua.  Tal  es  la  impresión  que  ha  hecho  jeneralmen* 
te  su  estilo,  i,  a  nuestro  entender,  con  algún  fundamento. 

En  cuanto  a  la  falta  de  ciertas  miras  filosóficas  elevadas,  quu 
algunos  imputan  como  un  defecto  a  la  presente  obra,  estamos 
por  decir  que  para  nosotros  es  mas  bien  un  mérito.  El  prurito 
de  filosofar  es  una  cosa  que  va  perjudicando  mucho  a  la  seve- 
ridad de  la  historia;  porque  en  ciertas  materias  el  que  dice 
filosofía,  dice  sistema;  i  el  que  profesa  un  sistema,  lo  ve  todo 
al  través  do  un  vidrio  pintado,  que  da  un  falso  tinte  a  los  obje- 
tos. ¿Para  qué  añadir,  a  tantos  peligros  como  corre  la  verdad 
en  manos  del  historiador  por  las  afecciones  de  quo  le  es  impo- 
sible despojarse,  una  nueva  causa  de  ilusión  i  de  error?  ¿Se 
refieren  con  fiel  puntualidad  los  sucesos,  se  nos  dan  a  conocer 
las  personas,  se  nos  hacen  ver  las  ideas,  los  intereses,  las 
pasiones,  las  preocupaciones  de  la  época?  Estamos  satisfechos. 
Haya  en  hora  buena  historias  filosóficas  ex  profeso,  o  filosofías 
de  la  historia,  que  revisen  i  compulsen  los  testimonios  prece- 
dentes, i  los  presenten  bajo  la  forma  de  un  drama  romántico, 
o  do  una  nueva  teoría  política,  relijiosa,  humanitaria  o  fatalista. 
Don  Claudio  Gay  no  so  ha  propuesto  ese  objeto.  Se  ha  pro- 
puesto contar  con  imparcialidad  i  verdad;  i  si  lo  ha  consegui- 
do; si  las  entregas  sucesivas  nos  le  muestran  tan  dilijente  en 
sus  investigaciones,  tan  instructivo  en  sus  noticias,  tan  cir* 
cunspecto  en  sus  juicios,  como  lo  prometen  las  que  hemos 
visto  hasta  ahora,  es  indiferente  que  su  obra  se  clasifique  entre 
las  historias  o  entre  las  crónicas,  con  tal  que  se  reconozca  que 
ea  una  producción  estimable  i  un  servicio  a  que  debe  estarle 
agradecida  su  patria  adoptiva. 

III 

Con  ansia  aguardaba  Valdivia  el  regreso  de  Pastene  i  Mon- 
roi,  enviados  al  Perú  en  busca  de  auxilios.  A  la  llegada  de 


6Í  OrÚSGULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

los  comisionados,  ardia  el  Perú  en  disensiones  intestinas,  ex- 
citadas por  la  severidad  intempestiva  del  virrei  Blasco  Núñez 
Vela,  i  por  la  ambición  de  Gonzalo  Pizarro,  ya  en  armas  para 
apoderarse  del  mando  supremo.  Monroi,  atacado  de  la  fiebre 
cerebral  que  en  Chile  se  llama  chavalongo  ^  falleció  a  los 
pocos  dias.  Ulloa,  que  había  sido  encargado  de  una  misión  a 
la  corte,  se  apropió  todo  el  oro  que  con  este  fin  habia  puesto 
en  sus  manos  Valdivia;  recojió  ademas  el  que  dejaba  Monroi; 
i  aprovechándose  de  las  revueltas  del  Perú,  i  del  favor  de  Pi- 
zarro, abandonó  el  pensamiento  de  ajenciar  por  el  interés  aje- 
no, i  se  valió  de  cuantos  medios  pudo  para  seducir  a  Pastene, 
cuyo  buque  hizo  embargar.  Dueño  Ulloa  de  toda  la  confianza 
de  Pizarro  por  su  conducta  en  la  guerra  civil,  hizo  salir  los 
dos  navios  con  dirección  a  Atacama,  a  dundo  caminaba  por 
tierra.  Pastene,  entre  tanto,  se  procura  un  pequeño  bajel;  so 
embarca  con  treinta  hombres  entre  soldados  i  marineros;  pasa 
por  Atacama,  donde  no  sin  dificultad  burló  la  vijilancia  de  los 
enemigos  de  Valdivia;  i  llega  por  Vm  a  las  costas  de  Chile  en 
un  estado  verdaderamente  lastimoso.  Pocos  dias  después,  apa- 
recieron por  tierra  otros  ocho  españoles,  último  resto  de  una 
partida  que  se  habia  separado  de  la  expedición  de  Ulloa;  i 
atravesando  el  desierto  sin  armas,  dio  en  manos  de  los  indios. 
La  mayor  parte  pereció;  i  estos  ocho,  aunque  heridos,  pudie- 
ron escaparse  en  yeguas  salvajes,  que  los  llevaron  a  la  Serena, 
donde  depositaron  lo  poco  que  traían  con  unos  cuantos  nogros 
i  niños,  parB  trasladarse  a  Santiago. 

tos  contratiempos,  por  una  parte;  por  otra,  quizá  la  cs- 
.ii/.a  de  abrirse  un  campo  mas  ancho  i  provechoso  en  el 

Perú,  sacando  partido  de  las  turbulencias  que  lo  destrozaban, 

o  del  patrocinio  de  Pedro  de  la  Qasca,  comisionado  por  el 
emperador  para  pacificar  el  país,  i  junto  con  esto,  el  resentí* 
miento  contra  Pizarro,  favoreoedorde  Ulloa,  sujirieron  a  Val- 
divia la  idea  de  pasar  él  mism  i  a  <  [uel  teatro  de  ambición  i 
do  fortuna,  aoomp  ifi  ido  de  diez  d  incipalea  partidarios, 

feronimo  de  Mderete,  Juan  Jofré  i  su  escribano  o 
pero  disfraza  al  eonsejo  i  al  pue- 
blo i  lero  obji  pretextando  ••!  ínter» 


HISTORIA  FÍSICA  I  POLÍTICA  DE  CHILE  G3 


vicio  de  la  colonia.  A  Francisco  de  Villagra,  encargó  del  man- 
do interino;  recojió,  parte  suyos,  parte  ajenos  con  calidad  de 
reintegro,  valiéndose  de  la  amistad,  del  ardid,  i   según  algu- 
nos, de  la  violencia,   hasta  cien  mil  castellanos  de  oro;  i  dio 
vela  con  destino  al.  Perú  en  10  de  diciembre  de  15i7,  no  sin 
visitar  de  paso   la  Serena,  punto  importante  para  las  comuni- 
caciones  por  tierra.    Llegado  al  Callao,  corre  a  incorporarse 
con  las  tropas  del  rei  en  Andauáilas;  se  aboca  a  la  Gasea,  que 
le  confía  el  mando  de  sus  fuerzas;  atraviesa  el  Apurímae; 
avístanso  los  dos  ejércitos;  i  después  de   varios  encuentros,  es 
derrotado  el  de  Pizarro,  i  él  mismo  es  hecho  prisionero,  i  lue- 
go decapitado  en  el  Cuzco.  Sucesos  tan  brillantes  parecían 
asegurar  a  Valdivia  las  mas  honoríficas  i  lucrativas  recompen- 
sas; i  no  es  probable  que  se  creyese  sedicientemente  premiado 
con  el  gobierno  de  Chile,  que  le  confirmó  La  ( lasca.  Unióscle 
un  enjambre  de  aventureros  descontentos,  a  quienes  no  habia 
cabido  parto  en  los  empleos   i   encomiendas:    jente  acostum- 
brada al  pillaje,  a  las  violencias  i  desórdenes  de  la  conquista  i 
de  la  guerra  civil.  Asegurábase  al  virrei  que  un  gran  número 
de    descontentos   i   partidarios  de    Pizarro  conspiraban    para 
asesinarle  a  él,  al  obispo,  i  a  los  capitanes   que  le  seguian; 
que  el  plan  era,  después  de  dado  este   golpe,  apoderarse  de  la 
tesorería  real  do  Las  Charcas,  proclamar  a  Valdivia,  i  dar  por 
tierra  con  las  nuevas  ordenanzas,  orí  jen  de  tantos  disgustos  i 
discordias.   «Estaba  la  tierra  tan  vidriosa,  dice  el  mismo  Val- 
divia al  emperador,  i  la  jente  tan  endiablada  por  los  muchos 
descontentos  que  habia,  por  no  haber  paño  en  ella  para  vestir 
a  mas  de  los  que  el  presidente  vistió,  que  intentaba  mucha 
jente  de  lustre,  aunque  no  en  bondad,  de  matar  al  presidente, 
e  mariscal  c  a  los  capitanes  e  obispo  que  le  seguian,  i  muer- 
tos, salir  a  mí,  i  llevarme  por  su  capitán   por   robar  la  plata 
de  Vuestra  Majestad  que  estaba  en  Charcas,  i  alzarse  con  la 
tierra,  como  en  lo  pasado;  i  *si  no  lo  quisiese  hacer  de  grado, 
compelermo  por  la  fuerza  a  ello,  o  matarme.»  El  virrei  ordenó 
que  el  capitán  Pedro  de  Ilinojosa  con  diez  arcabuceros  saliese 
en  demanda  de  Valdivia;  i  si  le  hallaba   delincuente,  le  hicie- 
se volver  de  Arequipa,  de  donde  parece  estaba  ya  a  punto  de 


C4  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


partir  para  Chile.  Hinojosa  pareció  satisfecho  de  los  descargos 
del  acusado,  i  le  dejó  seguir  su  camino;  pero  no  así  el  virrei, 
que  creyó  no  haber  estado  mui  distante  Valdivia  de  aceptar  el 
ofrecimiento  de  los  conjurados.  Hinojosa  volvió  con  la  misma 
orden  de  emplazar  al  gobernador  de  Chile,  a  quien  ya  alcanzó 
en  Atacama.  Valdivia  le  acompañó  al  Callao;  i  en  una  entre- 
vista con  el  virrei,  logró  calmarle  i  desvanecer  sus  sospechas. 
Restituyóse  a  Chile  con  unos  doscientos  hombres;  pero  con 
mui  pocos  auxilios  de  otra  especie.  Recorramos  lo  sucedido 
durante  su  ausencia.  Pedro  de  Hoz,  de  cuyas  pretensiones 
habia  Valdivia  logrado  desembarazarse  por  el  pacto  do  Ataca- 
ma, abrigaba  siempre  una  secreta  ojeriza  al  gobernador,  por 
quien  se  creia  burlado  i  desairado;  su  ausencia  le  pareció  una 
excelente  ocasión  para  hacer  valer  su  nombramiento  real  i  apo- 
derarse del  gobierno.  A  Juan  Romero,  su  confidente,  se  le  sor- 
prendió una  carta  din j ida  a  varios  hidalgos  de  la  colonia.  Uno 
i  otro  fueron  inmediatamente  condenados  a  muerte;  Hoz  fué 
decapitado;  su  ájente,  empalado.  Del  gobierno  de  Villagra, 
datan  las  primeras  providencias  para  el  aseo  de  las  acequias 
de  Santiago,  continuadas  hasta  nuestros  dias  con  mas  cons- 
tancia que  suceso.  Es  notable  i  característica  de  la  época  otra 
providencia  de  Villagra:  la  prohibición  de  sembrar  legumbres 
en  las  huertas  contiguas  a  las  casas,  cuyo  cultivo  debia  limi- 
tarse a  lo  que  so  llama  propiamente  hortaliza,  sin  duda  con  la 
mira  de  fomentar  el  ramo  fiscal  de  alcabalas.  El  trigo  se  ma- 
chacaba a  fuerza  de  brazos  entro  piedras,  como  lo  hacían  loa 
indios  con  el  maíz;  i  el  rejidor  Rodrigo  do  Araya  tuvo  la  glo- 
ria do  haber  construido  el  primer  molino  a  la  parto  del  sur  del 
cerro  do  Santa  Lucía,  cerca  do  una  ermita  do  Nuestra  Señora 
del  Socorro.  El  comercio  consistía  en  tal  cual  barco  que  11< 
ha  del  Perú,    i  cuya  earira  solía  comprarse  en    globo  por  los 

que  badán  el  tráfico  <!<•  menudeo,  eme  la  vendían  después  con 

exorbitantes  ganancia*.    Kl    bando  eon  que  el  cabildo  procuró 

remediar  cst.  m  singular:  se  mandó*  que  los  comprado- 

res concurriesen  a  declarar  el  precio  de  los  objetos  comprados, 
■   mismo  precio  durante  los  nueve  primeros 
dias,  contados  desde  aquí  M  abría  la  venta;  pero  pasa- 


HISTORIA   FÍSICA  1  POLÍTICA  DE  CHILE  G5 

do  csc  plazo,  pudieran  apreciar  los  objetos  como  quisiesen, 
salvo  el  derecho  del  cabildo  para  intervenir  i  fijarlo,  cuando 
pareciese  conveniente. 

Sobrevino  en  esto  un  levantamiento  de  los  indios  del  norte, 
en  que  perecieron  varios  españoles  que  habitaban  las  comarcas 
de  Coquimbo,  Huasco  i  Copiapó;  la  Serena  es  incendiada; 
Villagra  marcha  a  sofocar  la  insurrección,  i  no  encuentra  mas 
que  los  vestijios  de  sus  estragos;  los  indios  se  habian  acojidoa 
los  riscos  i  breñas  de  los  Andes.  Francisco  de  Aguirre,  que  le 
sucede  en  Santiago,  sale  por  su  parte  a  perseguir  varios  cuer- 
pos do  indios  que  hacen  correrías  por  las  tierras  vecinas.  Son 
presos  de  orden  de  Villagra  los  personajes  de  mas  viso,  entre 
ellos  los  caciques  de  Lampa  i  do  San  Juan;  el  cabildo  acuerda 
que  su  alguacil  mayor  Juan  Gómez  pueda  salir  do  la  ciudad, 
siéndolo  mandado  (estas  son  sus  palabras)  «tomar  lengua  de  los 
que  hai  en  la  tierra;  i  para  ello,  pueda  tomar  cualquier  indio  do 
cualquier  repartimiento,  sea  de  paz  o  de  guerra,  i  lo  atormen- 
tar i  quemar  para  saber  lo  quo  conviene  se  sepa  en  lo  tocanto 
a  la  guerra.»  La  fermentación  cundía;  todo  anunciaba  un  alza* 
miento  en  masa. 

La  llegada  de  Valdivia  conjuró  por  algún  tiempo  la  tempes- 
tad. Hizo  su  solemne  entrada  en  Santiago,  como  gobernador 
de  Chile  a  nombre  do  Su  Majestad,  el  20  de  junio  de  1549, 
saliendo  a  recibirle  la  municipalidad,  los  empleados  civiles  i 
militares  i  la  población  toda,  de  quienes  fué  acompañado  a  la 
iglesia,  i  luego  a  su  morada,  donde,  a  presencia  del  cabildo, 
renovó  el  juramento  que  a  su  nombre  había  prestado  Alde- 
rete. 

La  hacienda  contaba  ya  tres  empleados  do  nombramiento 
del  licenciado  Pedro  de  la  Gasoa:  el  tesorero  Jerónimo  de  Al- 
dorcte,  el  contador  Estovan  de  Sosa:  i  el  veedor  Vicencio  do 
Monte.  Esto  último  habia  venido  a  Chile  con  un  cargamento 
de  provisiones  para  la  colonia,  acompañándolo  su  esposa  i  una 
hija,  con  otras  seis  señoritas,  hijas  do  otros  conquistadores, 
«para  que,  casándose  en  esta  tierra,  (dice  un  título  de  enco- 
mienda) fundasen  nobleza  con  las  personas  principales  de 
aquellos  conquistadores.»  El  año  de  1549  es  también  notable 

OPÚSC,  9 


66  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

por  la  llegada  de  Antonio  de  las  Peñas,  primer  jurisconsulto 
que  puso  los  pies  en  territorio  chileno.  Valdivia  le  nombró  en 
8  de  julio  justicia  mayor,  con  apelación  a  la  audiencia  de 
Lima;  i  dio  principio  a  sus  funciones  por  una  competencia  con 
la  municipalidad  acerca  del  lugar  en  que  debia  celebrar  su» 
acuerdos.  Acostumbraba  ella  tenerlos  en  la  igle&ia,  tres  veces- 
por  semana,  después  de  la'  misa  mayor;  i  como  determinase 
trasladarlos  a  la  casa  de  Francisco  de  Villagra,  a  la  sazón 
ausente,  Antonio  de  las  Peñas,  celoso  defensor  de  las  prerro- 
gativas de  la  judicatura,  sostuvo  que  los  municipales  debían 
venir  a  su  casa,  i  no  quiso  asistirá  la  que  éstos  habían  elejido. 
Fué  esta  también  la  aurora  de  las  ordenanzas  de  minas,  i  de 
las  que  se  publicaron  sobre  la  conservación  de  montes  i  plan- 
tíos, sin  duda  para  facilitar  el  beneficio  de  los  metales,  objeto 
de  preeminente  importancia  en  todas  las  fundaciones  españo- 
las de  América.  Sucedió  asimismo  este  año  la  reedificación  de 
San  Bartolomé  de  la  Serena,  a  orillas  del  rio  de  Coquimbo, 
aunque  mas  cerca  del  mar  que  la  antigua,  i  con  el  título  de 
ciudad,  no  obstante  la  oposición  de  Santiago,  que,  en  defensa 
de  sus  prerrogativas,  se  declaró  capital  de  todo  el  país. 

El  gobernador  apresuraba  los  preparativos  para  la  proyec- 
tada conquista  del  sur.  Los  habitantes  de  Santiago  no  quisie- 
ran que  en  el  estado  de  la  colonia,  i  con  el  menoscabo  que  su 
vecindario  había  sufrido  por  la  reedificación  de  la  Serena,  so 
empeñase  Valdivia  en  tamaña  empresa;  pero  Valdivia  tenia  en 
poco  las  reconvenciones  cuando  se  trataba  de  sus  proyectos  de 
conquista,  i  creyó  provecí-  a  todo,  ordenando  de  acuerdo  con 
el  cabildo  <pie  toilos  los  encomenderos  i  mercaderes  mantuvie* 
sen  sus  caballos  cerca  de  bí;  que  el  que  no  tuviese  caballo  lo 

comprase;    que  se  suministrasen    armas   a  los    veemos;    i  (pie 
•:  ellos,  SO  pena  de  la  vida,  se  recojiesen  de  norbe  a  la  ciu- 
dad. "Habiendo  d  lo  la  jente  cu  Santiago  mes  e  medio, 

¡be  al  emperador,  determiné  de  tomar  la  reseña  para  sa> 
ber  Lo  «pie  habia  para  la  guerra,  porque  se  adere/asen  para 

entrar  cu  la  tierra  por  el  mes  de  diciembre.  Día  de  Nuestra  Se* 
■  ubre   bendita  sea  ell  andando  es> 

imuzándo  con  la  jen:  aballo  porel  campo, cayó  el 


HISTORIA  FÍSICA  I  POLÍTICA  DE  CHILE  67 

caballo  conmigo  e  di  tal  golpe  con  el  pié  derecho  que  me  hice 
pedazos  todos  los  huesos  délos  dedos  de  él, desechando  la  cho- 
quezuela del  dedo  pulgar,  i  sacándomela  toda  a  pedazos.  El 
discurso  de  la  cura  estuve  tres  meses  en  la  cama,  porque  la 
tuve  mui  trabajosa,  e  se  me  recrecieron  los  dolores,  i  tanto 
que  todos  me  tuvieron  muchas  veces  por  muerto.»  Después  de 
dar  providencias  sobre  el  pago  del  quinto  de  los  metales  pre- 
ciosos i  de  los  diezmos,  hizo  esfuerzos  para  ponerse  en  mar- 
cha; pero  por  el  estado  de  su  salud,  no  le  fué  posible  hasta  el 
1.°  de  enero  de  1550,  i  ni  aun  entonces,  sino  haciéndose  tras- 
portar en  litera  sobre  los  hombros  de  los  indios.  Llevaba  dos- 
cientos hombres  de  ambas  armas;  i  llegado  a  las  orillas  del  rio 
Itata,  hizo  alto,  i  envió  mensaje  a  los  caciques  del  país  para  que 
de  grado  se  sometiesen  a  la  corona  de  España.  A  mediados  de 
aquel  mes,  pasó  el  rio  sin  embarazo,  expedito  ya  para  el  uso 
del  caballo;  dirijió  su  rumbo  por  entre  la  gran  cordillera  i  la 
serranía  de  la  costa,  hasta  encontrar  con  el  rio  Nivequeten 
(hoi  la  Laja)  cerca  de  su  confluencia  con  el  Biobío.  Dos  mil 
indios  le  disputan  el  tránsito,  i  son  derrotados.  El  25  de  enero, 
pisa  el  pequeño  ejército  las  riberas  del  Biobío,  mas  arriba  do 
donde  se  le  junta  el  Vergara.  Ocupábase  en  formar  balsas  de 
paja  para  atravesarlo;  nuevos  ataques  de  los  indios  i  nuevas 
derrotas.  Mientras  Valdivia  recorre  aquellos  lozanos  campos, 
habitados  por  una  población  comparativamente  numerosa,  los 
naturales,  recobrándose  del  terror  que  les  habia  inspirado  la 
superioridad  de  armas  de  sus  invasores,  conciertan  una  nueva 
acometida;  se  juntan;  el  cuyuntucun,  la  oratoria  sublimo  de 
la  guerra  i  de  las  reuniones  solemnes,  los  arrebata  i  enajena; 
se  resuelven  a  dar  el  golpe;  aclamando  por  su  toqui  al  valien- 
te Aillavilu,  se  acercan  por  la  noche  al  campamento  enemi- 
go; «acometieron  por  sola  una  parte,  dice  Valdivia,  porque  la 
laguna  nos  defendía  de  la  otra;  tres  escuadrones  bien  gran- 
des, con  tan  gran  ímpetu  i  alarido,  que  parecía  hundir  la  tie- 
rra, i  comenzaron  a  pelear  de  tal  manera,  que  prometo  mi  fe, 
que  há  treinta  años  que  sirvo  a  Vuestra  Majestad  i  he  peleado 
contra  muchas  naciones,  i  nunca  tal  tesón  de  jente  he  visto 
jamas  en  el  pelear,  como  estos  indios  tuvieron  contra  nosotros, 


68  OPÚSCL'LOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


que  en  espacio  de  tres  horas  no  podía  entrar  con  ciento  de 
caballo  al  un  escuadrón;  i  ya  que  entrábamos  algunas  veces, 
era  tanta  la  jente  de  armas  enastadas  i  mazas,  que  no  podían 
los  cristianos  arrostrar  a  los  indios,  i  de  esta  manera  peleamos 
el  tiempo  que  tengo  dicho;  e  viendo  que  los  caballos  no  se 
podían  meter  entre  los  indios,  arremetieron  la  jente  de  a  pié  a 
ellos;  i  como  fué  dentro  en  su  escuadrón,  los  comenzamos  a 
herir.  Sintiendo  entre  sí  las  espadas,  e  la  mala  obra  que  les 
hacían,  se  desbarataron.  Hiriéronme  sesenta  caballos  i  otros  tan- 
tos cristianos  de  flechazos  e  botes  de  lanza,  aunque  los  unos  e 
otros  no  podían  estar  mejor  armados;  i  no  murió  sino  solo  un 
caballo  a  cabo  de  ocho  dias,  i  un  soldado  que,  disparando  otro 
vecino  un  arcabuz,  le  mató;  i  en  lo  que  quedó  de  la  noche  i 
otro  dia,  no  se  entendió  sino  en  curar  hombres  i  caballos.» 

El  25  de  febrero  de  1550,  se  plantó  el  real  estandarte  a  ori- 
llas del  riachuelo  Penco.  Se  abrió  un  honda  foso;  se  levantó 
una  estacada  de  gruesos  i  fuertes  maderos;  al  cabo  de  ocho  dias 
se  veian  ya  los  españoles  dentro  de  un  círculo,  «tan  bueno  e 
fuerte  que  se  puede  defender  a  la  mas  escojida  nación  del 
mundo.»  Deslindóse  el  terreno  interior,  repartióso  entro  los 
compañeros  de  Valdivia,  i  cada  cual  empezó  a  edificar  en  él 
su  propia  morada.  Tal  fué  el  principio  do  la  ciudad  do  Con- 
cepción, a  3  de  marzo  de  1550;  í  no  habían  pasada  nueve  días, 
cuando  fué  asaltado  este  pueblo  nuciente,  destinado  a  tantos  i 
tan  recios  combates  de  los  hombres  i  de  los  elementos,  i  so 
veían  todos  los  cerros  i  colinas  de  los  alrededores  cubiertos 
intáneamente  de  guerreros.  Eran  mas  de  cuarenta  mil, 
mi  la  historia,  i  los  mandaba  Líncoyan,  indio  do  gran  va- 
lor i  de  aventajada  estatura.  «Venían,  dice  Valdivia,  en  ex* 
tremo  mui  d  iza  Los  ouatro  escuadrones  de  la  jente  mas 

lucida  i  bien  dispuesta  que  se  ha  visto  en  esta-  partes,  o  mui 

bi.-n  armada  de  pellejos  de  carneros  e  ovejas,  O  eneros  do  lo- 
bos i;  oruzadoi  de  Infinitas  coloros,  que  ora  en  extremo 

cosa  mui  vistosa,  i  grandes  penachos;    todos   con   celadas  tic 

aquellos  cueros  a  manera  de  bon<  tndee  de  olérigos,  que 

no  iiai  hacha  de  armas,  por  acerada  que  sea,  que  haga  daño  al 

que    '  D    mucha    flechería  i    lanzas,  a  vcinU 


HISTOniA  FÍSICA  I  POLÍTICA  DE  CHILE  G9 


veinte  i  cinco  palmas,  i  mazas  i  garrotes:  no  pelean  con  pie- 
dras.» Sobre  la  división  que  se  dirijia  sobre  la  puerta  de  la 
•entrada,  se  lanzó  Jerónimo  de  Aldcrote;  i  fue  tal  i  tan  súbita 
la  carga,  que  los  indios  no  pudieron  contenerla;  i  se  encarnizó 
en  ellos  la  caballería  con  ferocidad  extremada.  No  salieron 
mejor  paradas  las  otras  tres  divisiones.  Los  indios  espantados 
se  derramaron  en  precipitada  fuga  i  contal  desorden,  que  unos 
a  otros  se  embarazaban,  haciendo  mas  sangrienta  la  victoria. 
«Matáronse,  escribe  Valdivia,  hasta  mil  quinientos  o  dos  mil 
indios,  i  alanceáronse  otros  muchos,  i  prendiéronse  algu- 
nos, de  los  cuales  mandó  cortar  hasta  a  doscientos  las  manos 
i  narices.»  Esta  conducta,  acompañada  de  propuestas  de  paz, 
pero  bajo  la  condición  de  obediencia  a  las  leyes  de  España,  re- 
dobló la  exasperación  de  los  indíjenas;  i  mientras  se  lisonjeaba 
el  gobernador  con  su  aparente  sumisión,  dando  gracias  a 
Dios,  i  a  la  Santa  Vírjen,  i  al  apóstol  Santiago  porque  ha- 
bía logrado  reducir  la  tierra  i  pacificarla,  i  obligar  a  los  in- 
dios a  que  le  sirviesen  en  la  construcción  de  los  edificios  do  la 
nueva  ciudad,  i  mas  cuando  vio  llegar  al  capitán  Pastene,  que 
letraia  refuerzos  por  mar;  los  indios,  al  abrigo  de  sus  rústicas 
moradas  i  en  el  recinto  misino  del  fuerte  i  entre  las  protestas 
de  vasallaje  que  les  arrancaba  la  fuerza,  no  trataban  de  otra 
cosa  que  de  los  medios  de  sacudir  el  yugo  aborrecible  de  aque- 
lla jento  codiciosa  i  soberbia.  Instalóse  el  cabildo  de  Concep- 
ción el  5  de  octubre;  componíanle  las  personas  de  mas  lustre, 
entre  ellos  el  jurisconsulto  Antonio  de  las  Peñas,  que  habia 
resuelto  no  volver  a  Santiago,  teatro  de  enconadas  rencillas. 
Valdivia  dividió  los  indios  en  veinte  i  seis  encomiendas,  i  re- 
servó para  sí  la  extensa  península  entre  el  desembocadero  del 
Biobío  i  el  rio  Andalien.  Señaláronse  en  la  ciudad,  objeto  ya 
de  la  predilección  de  Valdivia  por  su  clima  apacible  i  sus  fe- 
races i  frondosos  campos,  solares  espaciosos  para  los  edificios 
públicos.  La  catedral  fué  dedicada  al  apóstol  San  Pedro  en 
memoria  del  fundador,  cuya  casa  se  edificó  en  la  plaza,  pre- 
parándola para  que  fuese  habitada  por  su  mujer  doña  Marina 
Ortiz  dcGaetc,  que,  desdo  Salamanca,  debia  trasladarse  a  Con- 
cepción.  Por  último  para  la  seguridad  de  sus  futuras  conquis- 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


tas,  no  so  descuidó  ni  en  pedir  refuerzos  al  Perú,  ni  en  mante- 
ner comunicaciones  con  la  corte  de  España.    El   principal  de 
.sus  enviados  fué  su  pariente  Alonso  de  Aguilera,   encargado 
de  entregar  al  emperador  una  larga  relación  de  sus  hechos 
(documento  precioso  que  se  halla  en  poder  do  clon  Claudio 
Gay  ,  pidiendo  por  via  de  remuneración  que  se  lo  conservase 
en  el   gobierno  de  Chile;  que  se  le  concediese   para  él  i  sus 
herederos  el  oficio  de  alguacil  mayor  i  las  escribanías  públicas 
de  todas  las  ciudades  que  fundase;  la  octava  parto  del  territo- 
rio conquistado  con  el  título  que  fuese  del  agrado  do  Su  Ma- 
jestad; el  permiso  de  introducir  dos  mil  negros  sin  pagar  de- 
rechos; la  condonación  de  ciento  diez  i  ocho  mil  pesos  fuertes 
tomados  en  las  tesorerías  de  Santiago  i  de  Lima  para  sus  ex- 
pediciones; cien  mil  pesos  mas   para  nuevas  conquistas;  el 
sueldo  de  diez  mil  pesos  anuales;  i  la  mitra  de  Santiago  para 
el  cura  don  Rodrigo  González,  que  debia  partir  con  Aguilera, 
pero  que  desistió  del  viaje,  o  por  su  avanzada  edad,  o  cediendo 
a  los  votos  de  sus  feligreses,  entre  quienes  gozaba  de  una  bien 
merecida  reputación.  Era  aquella  para  Valdivia  una  época  do 
exaltación  i  do  esperanzas;  jamas  había   presentado  tan  buen 
aspecto  la  conquista  de  Chile;  i  en  medio  de  todo  eso,  hervía, 
al  rededor  do  Concepción,  un  fermento  que  debia  traer  gran- 
des desastres  a  los  conquistador 

Involuntariamente  suspendemos  aqui  este  extracto,  lleno 
de  particularidades  que  deben  interesar  a  todo  chileno.  La 
época  que  hemos  bosquejado  a  la  lijera  abraza  el  nacimiento 
i  la  infancia  de  las  principales  ciudades  que  hoi  forman  la  re- 
pública. Restan  la  Imperial  i  Valdivia;  i  sigue  a  estas  Funda- 
ciones el  memorable  alzamiento  di- los  araucanos,  que  puso 
término  a  las  empresas  i  s  la  existencia  de  uno  de  loa  mas 
distinguidos  conquistadores  espaftol< 


(El  Araucano,  AAoi  de  1844  I  dé  t84SuJ 


INVESTIGACIONES 

SORRE  LA 

INFLUENCIA  DE  LA  CONQUISTA  I   DRL  SISTEMA  COLONIAL 
DE  LOS  ESPAÑOLES  K.\  CHILE 

MEMORIA  PRESENTADA  A  LA  UNIVERSIDAD   EN  LA  SESIÓN  SOLEMNE 
DE  22  DE  SETIETBRE    DE   1844 

POR    DON    JOSÉ    VICTORINO    LASTARIUA 


Alabar  esta  composición,  la  copia  de  ideas,  la  superiori- 
dad filosófica,  el  orden  lúcido,  el  estilo  vigoroso,  pinto- 
resco i  jeneralmente  correcto  con  que  está  escrita,  no  se- 
ría mas  que  unir  nuestra  débil  voz  a  la  del  público  ilustrado, 
que  ve  en  ella  una  muestra  brillante  de  lo  que  prometen 
los  talentos  i  luces  del  señor  Lastarria  a  su  patria  i  a  la  uni- 
versidad de  que  os  miembro.  El  señor  Lastarria  se  ha  eleva- 
do en  sus  investigaciones  a  una  altura  desde  donde  juzga,  no 
solamente  los  hechos  i  los  hombres  que  son  su  especial  obje- 
to, sino  los  varios  sistemas  que  hoi  se  disputan  el  dominio  de 
la  ciencia  histórica.  Arrostrando  arduas  cuestiones  do  metafí- 
sica, relativas  a  las  leyes  del  orden  moral,  combate  principios 
jenerales  que  fueron  por  muchos  siglos  la  fe  del  mundo,  i  que 
vemos  reproducidos  por  escritores  eminentes  de  nuestros  dias. 

«Tiene  el  hombre,  dice  el  señor  Lastarria,  una  parte  tan 
efectiva  en  su  destino,  que  ni  su  ventura  ni  su  desgracia  son 
en  la  mayor  parte  de  los  casos  otra  cosa  quo  un  resultado 
necesario  de  sus  operaciones,  es  decir,  de  su  libertad.  El  hom- 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


bre  piensa  con  independencia  i  sus  concepciones  son  siempre 
el  oríjen  i  fundamento  de  su  voluntad,  de  manera  que  sus 
actos  espontáneos  no  hacen  mas  que  promover  i  apresurar  el 
desarrollo  de  las  causas  naturales  que  han  de  producir  su  fe- 
licidad i   perfección  o  su  completa  decadencia....  La  historia 
es  el  oráculo  de  que  Dios  se  vale  para  revelar  su  sabiduría 
al  mundo,  para  aconsejar  a  los  pueblos  i  enseñarlos  a  procu- 
rarse un  porvenir  venturoso.   Si  solo  la  consideráis  como  un 
simple  testimonio  do   los  hechos  pasados,  so  comprime   el 
corazón,  i  el  escepticismo  llega  a  preocupar  la  mente,  porque 
no  so  divisa  entonces  mas  que  un  cuadro  de  miserias  i  desas- 
tres; la  libertad  i  la  justicia  mantienen  perpetua  lucha  con  el 
despotismo  i  la  iniquidad,   i  sucumben  casi  siempre  a  los  re- 
doblados golpes  de  sus  adversarios;  los  imperios  mas  podero- 
sos i  florecientes  se  conmueven  en  sus  fundamentos;  i  de  un 
instante  a  otro,  se  ven  en  el  lugar  que  ellos  ocupaban  inmen- 
sas ruinas  que  asombran  a  las  jeneraciones,   atestiguando  la 
debilidad  i  constante  movilidad  de  las  obras  del  hombre;  éste 
vaga  por  todas  partes  presidiendo  a  la  destrucción,  derramando 
a  torrentes  su  sangre  i  sus  lágrimas;  parece  que  corre  tras  un 
bien  desconocido  que  no  puede  alcanzar  sin   devorar  las  en- 
trañas de  sus  propios  hermanos,  sin  dejar  de  perecer  él  mis- 
mo bajo  el  hacha  exterminadora  que  ajila  sin  cesar  contra  lo 
que  le  rodea.  Empero,  ¡cuan  de  otra  manera  se  nos  revela  la 
historia  si  la  consideramos  como  ciencia  de  los  hechos!  En- 
tonces la  filosofía,  nos  muestra,  en  medio  de  esta  serie  inter- 
minable de  vicisitudes,  en  que  la  humanidad  marcha  hollando 
a  la  humanidad,  i  despeñándose   en  ios  abismos  que  ella 
misma  zanja  con  sus  manos,  una  sabiduría  profunda  que  la 
experiencia  de  ios  siglos  ha  ilustrado;  una  sabiduría  ouyoa 
consejos  son  infalibles,  porque  están  apoyados  en  los  sacro* 

santos    preoeptOf   de   la   lei   a    que  el    Omnipotente   ajustó   la 

inizacion  de  ose  universo  moral.  Los  pueblos  deben  pene- 
trar i    I  miliario   augusto   con   la    antorcha   de  la  filosofía 

i  aprender  en  61  la  experienoia  que  ha  de  guiarlos.  ¡Huyan 

que  dirijen  sus  destinos  de  esa  confianza 

i  el  fatali  imo,  que  le  ría  de  la  razón,  anulando 


INFLUENCIA  DE  LA  C0NQUI8TA  HE  LOS  ESPAÑOLES  73 

en  su  oríjen  las  facultades  de  que  su  naturaleza  misma  los  ha 
dotado  para  labrarse  su  dicha!  El  jénero  humano  tiene  en  su 
propia  esencia  la  capacidad  de  su  perfección,  poseo  los  ele- 
mentos de  su  ventura,  i  no  es  dado  a  otro  que  a  él  la  facultad 
de  dirijirse  i  de  promover  su  desarrollo,  porque  las  leyes  de  su 
organización  forman  una  clave,  que  él  solo  puede  pulsar  para 
hacerla  producir  sonidos  armoniosos.» 

Este  dogma  triste  i  desesperante  del  fatalismo,  contra  el 
cual  protesta  el  señor  Lastarria,  está  en  el  fondo  de  mucha 
parto  de  lo  que  hoi  se  especula  sobre  los  destinos  del  jénero 
humano  en  la  tierra.  Reconociendo  la  libertad  del  hombre,  ve 
en  la  historia  una  ciencia  do  que  podemos  sacar  saludables 
lecciones  para  que  se  dirija  por  ellas  la  marcha  do  los  gobier- 
nos i  de  los  pueblos. 

Lo  que  dice  mas  adelante  el  autor  sobre  los  motivos  que 
tuvo  para  la  elección  del  asunto,  pudiera  suscitar  dudas  sobro 
la  conveniencia  del  programa  indicado  en  la  lei  orgánica  de  la 
universidad  para  las  memorias  que  deben  pronunciarse  anto 
este  cuerpo  en  la  reunión  solemne  de  setiembre.  «Confieso, 
dice,  que  yo  habría  querido  haceros  una  descripción  de  uno  do 
aquellos  sucesos  heroicos  o  episodios  brillantes  que  nos  refiere 
nuestra  historia,  para  mover  vuestros  corazones  con  el  entu- 
siasmo de  la  gloria  o  de  la  admiración,  al  hablaros  de  la  cordura 
de  Colocólo,  de  la  prudencia  i  fortaleza  de  Caupolican,  de  la 
pericia  i  denuedo  de  Lautaro,  de  la  lijereza  i  osadía  de  Pai- 
nenancu;  pero  ¿qué  provecho  real  habríamos  sacado  do  estos 
recuerdos  halagüeños?  ¿qué  utilidad  social  reportaríamos  de 
dirijir  nuestra  atención  a  uno  de  los  miembros  separados  de 
un  gran  cuerpo,  cuyo  análisis  debe  ser  completo?  Otro  tanto, 
i  con  mas  conveniencia,  sin  duda,  podría  haber  efectuado  so- 
bre cualquiera  de  los  hechos  importantes  de  nuestra  gloriosa 
revolución;  pero  me  ha  arredrado,  os  lo  confieso,  el  temor  de 
no  ser  fiel  i  completamente  imparcial  en  mis  investigaciones. 
Veo  que,  viviendo  todavía  los  héroes  de  aquellas  acciones 
brillantes  i  los  testigos  de  sus  hazañas,  se  contestan  i  contra- 
dicen a  cada  paso  aun  los  datos  mas  sencillos  que  nos  quedan 
«obre  los  sucesos  influyentes  en  el  desenlace  de  aquella  epo- 


Ti  OPÚSCULOS  LITERARIOS  l  CRÍTICOS 

peya  sublime;  i  no  me  atrevo  a  pronunciar  un  fallo  que  con- 
dene el  testimonio  de  los  unos  i  santifique  el  de  los  otros, 
atizando  pasiones  que  se  hallan  en  sus  últimos  momentos  de 
existencia.  Mi  crítica  en  tal  caso  sería,  si  no  ofensiva,  a  lo 
menos  pesada  e  infructuosa,  por  cuanto  no  me  creo  con  la 
verdadera  instrucción  i  demás  circunstancias  de  que  carece 
un  joven  para  elevarse  a  la  altura  que  necesita  a  fin  de  juzgar 
hechos  que  no  ha  visto,  i  que  no  ha  tenido  medios  de  estudiar 
filosóficamente.  Desarrollándose  todavía  nuestra  revolución, 
no  estamos  en  el  caso  de  hacer  su  historia  filosófica,  sino  en 
el  de  discutir  i  acumular  datos  para  trasmitirlos  con  nuestra 
opinión  i  con  el  resultado  de  nuestros  estudios  críticos  a  otra 
jeneracion  que  poseerá  el  verdadero  critero  histórico  i  la  ne- 
cesaria imparcialidad  para  apreciarlos.» 

Estas  reflexiones,  expresadas  con  una  noble  modestia,  que 
pudiera  servir  de  ejemplo  a  escritores  mas  jóvenes  que  el  so- 
ñor  Lastarria,  sujiere,  como  hemos  dicho,  algunas  dudas 
sobre  la  posibilidad  de  que  los  autores  de  estas  memorias 
anuales  se  ciñan  al  programa  do  la  lei  orgánica,  sin  tropezar 
en  inconvenientes  graves.  Es  difícil  sin  duda  que  los  hechos 
i  los  personajes  de  la  revolución  sean  juzgados  con  imparcia- 
lidad por  la  jeneracion  presente;  i  mas  diremos,  es  casi  im- 
posible que,  aun  presentados  con  imparcialidad  i  verdad,  no 
susciten  reclamaciones,  no  toquen  la  alarma  a  pasiones  ador- 
mecidas, que  sería  de  desear  Be  extinguios  ii.  Pero  privados  do 
esos  asuntos,  a  que  ol  peligro  mismo  de  la  excitación  da  un 
poderoso  aliciente;  arredrados  los  autores  de  estas  memorias 
por  el  temor  de  caminar 

per  [gnéa 

suppositos  cinori  dolo 

¿en  qu<'  icos  de  ínteres  ohileno  podrían  ejer- 

citar su  pluma?  El  sefior  Lastarria  se  les  na  anticipado  en  el 
enteramente  de  ese  nes^i:  desenvolviendo  los 
déla  revolución,   aa  trazado   un  cuadro  de  di- 

mon  i    lia  coloreado  con   tanto   vigoí    sus 

difi  ,  que  p  parece  haber  dejado  a  los 


INFLUENCIA  DE  LA  CONQUISTA  DE  LOS  ESPAÑOLES 


que  quisiesen  explorar  de  nuevo  ese  campo.   La  materia,  con 
todo,  es  fecunda.  Prescindiendo  de  la  variedad  que  puedan  dar 
a  un  mismo  asunto  los  diferentes  puntos  de  vista  en  que  so 
contemple,  las  diversas  cualidades  intelectuales  i  las  opuestas 
opiniones  de  los  escritores,   hai  mil  objetos  parciales,  peque- 
ños, si  se  quiere,   comparados  con  el  tema  grandioso  de  la 
memoria  de  1844,  pero  no  poroso  indignos  de  fijar  la  atención, 
antes  por  eso  mismo  susceptibles  de  aquellos  tintes  vivos,  de 
aquella  delincación  individual,  que  resucitan  para  el  enten- 
dimiento lo  pasado,  al  mismo  tiempo  que  suministran   a  la 
imajinacion  un  placer  delicioso.   Lo  que  se  pierde  en  la  ex- 
tensión de  la  perspectiva,  so  gana  en  la  claridad  i  viveza  de 
los  pormenores.  Las  costumbres  domésticas  de  una  época  da- 
da, la  fundación  de  un  pueblo,  las  vicisitudes,  los  desastres 
de  otro,  la  historia  de  nuestra  agricultura,  de  nuestro  comer- 
cio, de  nuestras  minas,  la  justa  apreciación  do  esta  o  aquella 
parte  de  nuestro  sistema  colonial,  pudieran  dar  asunto  a  mu- 
chas e  interesantes  indagaciones.   No  faltan  para  eso  materia- 
les que  consultar,  si  se  busca  con  sagacidad  o  paciencia  en  las 
colecciones  de  los  curiosos,  en  los  archivos,   en  tradiciones 
fidedignas,  que  debemos  apresurarnos  a  consignar,  antes  quo 
acaben  de  oscurecerse  i  olvidarse.  La  guerra  sola  entre  la  co- 
lonia española  i  las  tribus  indíjenas  presentaría  muchos  cua- 
dros llenos  de  animación  e  interés.   Ni    es  solo  útil  la  his- 
toria por  las  grandes  i  comprensivas  lececiones  de  sus  resulta- 
dos sintéticos.  Las  especialidades,  las  épocas,  los  lugares,  los 
individuos  tienen  atractivos  peculiares,  i  encierran  también 
provechosas  lecciones.  Si  el  que  resumo  la  vida  entera  de  un 
pueblo  es  como  el  astrónomo  que  traza  las  leyes  seculares  a 
que  se  sujetan  en  sus  movimientos  las  grandes  masas,  el  quo 
nos  da  la  vida  de  una  ciudad,  do  un  hombre,  es  como  el  fisio- 
lojista  o  el  físico  que,  en  un  cuerpo  dado,  nos  hace  ver  el 
mecanismo   de  las    ajencias  materiales   que  determinan  sus 
formas  i  movimientos,  i  le  estampan  la  fisonomía,  las  actitu- 
des que  lo  distinguen.   No  puede  juzgarse  una  vasta  epopeya 
sin  ver  la  colocación,  la  correspondencia  de  todas  sus  partes; 
pero  no  es  esa  la  sola,  ni  talvez  la  mas  útil  ocupación  de  la  his- 


ori:scrr.os  literarios  i  críticos 


toria:  la  vida  de  un  Bolívar,  de  un  Sucre,  es  un  drama  en  que 
juegan  todas  las  pasiones,  todos  los  resortes  del  corazón  huma- 
no, i  a  cpe  la  concentración  i  la  individualidad  dan  un  interés 
superior. 

Contrayéndonos  a  la  revolución  chilena,  i  al  peligro  de  las 
parcialidades  personales,  hai  en  ella  multitud  de  sucesos  en 
que  puede  evitarse  este  escollo;  porque  no  miramos  como  dig- 
no de  tomarse  en  consideración  el  de  herir  algún  amor  propio, 
el  de  reducir  a  sus  justos  límites  alguna  pretensión  exaj  erada: 
sucesos,  como  la  ocupación  de  Rancagua,  por  ejemplo,  con  sus 
escenas  de  encarnizamiento  i  de  atrocidad,  que  la  historia  no 
debe  olvidar;  como  la  batalla  de  Chacabuco,  con  su  s  antece- 
dentes tan  curiosos,  tan  pintorescos  i  con  su  repentina  peripe- 
cia en  la  suerte  de  los  vencedores  i  de  los  vencidos;  como  la 
jornada  de  Maipo,  con  su  ansiosa  expectativa,  sus  dudosos 
lances,  i  su  regocijado  triunfo;  i  como  tantos  otros  a  que  solo 
la  jeneracion  contemporánea  puedo  dar  la  vivacidad,  el  fres- 
cor, el  movimiento  dramático,  sin  los  cuales  los  trabajos 
históricos  no  son  mas  que  jeneralizaciones  abstractas  o  apun- 
tes descoloridos.  La  historia  que  embelesa  es  la  historia  de 
los  contemporáneos,  i  mas  que  todas  la  que  ha  sido  escrita  por 
los  actores  mismos  de  los  hechos  que  en  ella  se  narran;  i  des- 
pués de  todo,  ella  es  (con  las  rebajas  que  una  crítica  severa 
prescribe,  tomando  en  cuenta  las  afecciones  del  historiador) 
la  mas  auténtica,  la  mas  digna  de  fe  ¿Puede  compararse  a 
Plutarco  con  Tucídides?  ¿A  Solía  con  Berna!  Diaz  del  Casti- 
llo? Jenofonte,  en  su  relación  déla  retirada  de  los  Diez  Mil,  ¿no 
reúne  el  interés  de  la  novela  al  mérito  de  la  historia?  Ni  BOU 
las  memorias  contemporáneas  o  autógrafas  kan  estériles  de 
provechosa  enae&anza,  como  pareoe  pensar  el  fcefior  Lastarria. 
¿No  han  sido  los  ( 'nmfninrinx  de  César  el  libro  favorito  de 
los  grandes  capitanes?  Si  las  memorias  contemporáneas  pro- 
u  reclamaciones,  tanto  mejor.  La  posteridad  podrá  sacar 
da  la  oposición  de  testimonios,  la  *  erdad,  i  reducirlo  todo  a  su 
justo  valor.  Si  no  eececribe  la  historia  por  los  oontemporá- 

.  será  necesario  que.    las  jeiieiaeiones  venideras   lo  hagan 

"liili'-r.-nl.-i    porque  nada  se  desfigura 


INFLUENCIA  DE  LA  CONQUISTA  DE  LOS  ESPAÑOLES 


i  vicia  tan  pronto  como  la  tradición  oral),  sobre  artículos  de 
gaceta,  efusiones  apasionadas  de  bandos  políticos,  producto 
de  las  primeras  impresiones,  i  sobre  documentos  oficiales, 
áridos,  i  de  veracidad  frecuentemente  sospechosa.  Vaticinare 
do  ossibus  istis,  dice  entonces  la  historia  al  escritor  que  solo 
tiene  delante  los  esqueletos  de  los  sucesos;  i  el  escritor,  si 
quiere  darnos  una  pintura,  i  no  una  relación  descarnada,  ten- 
drá que  comprometer  la  verdad,  sacando  de  su  imajinacion, 
o  de  falibles  conjeturas,  lo  que  ya  no  le  prestan  sus  desustan- 
ciados  materiales. 

Pero  volvamos  a  la  memoria  del  señor  Lastarria,  i  averi- 
güemos con  él  la  influencia  de  las  armas  i  leyes  españolas  en 
Chile.  El  capítulo  1.°  en  que  se  trata  de  la  conquista,  i  de  la 
prolongada  contienda  entre  los  colonos  chilenos  i  los  indómi- 
tos hijos  de  Arauco,  está  escrito  con  la  enerjía  rápida  que  la 
materia  exije.  Difícil  era  dar  en  rasgos  jenerales  una  idea  mas 
completa  de  aquellas  hostilidades  rencorosas  que,  legadas  por 
padres  a  hijos,  de  jeneracion  en  jeneracion,  aun  ahora  dormi- 
tan bajo  las  apariencias  de  una  paz  que  es  en  realidad  una 
tregua.  Exceptuando  alguna  frase  que  pertenece  mas  bien  a 
la  exaltación  oratoria  que  a  la  templanza  histórica,  no  vemos 
que  haya  mucho  fundamento  para  calificar  de  intempestiva  i 
apasionada  la  exposición  que  en  este  capítulo  se  nos  hace  de 
la  cruedad  de  los  conquistadores.  Es  un  deber  de  la  historia 
contarlos  hechos  como  meron,  i  no  debemos  paliarlos,  porque 
no  parezcan  honrosos  a  la  memoria  de  los  fundadores  de 
Chile.  La  injusticia,  la  atrocidad,  la  perfidia  en  la  guerra,  no 
han  sido  do  los  españoles  solos,  sino  de  todas  las  razas,  de  to- 
dos los  siglos;  i  si  aun  entre  naciones  cristianas  afines,  i  en 
tiempos  de  civilización  i  cultura,  ha  tomado  i  toma  todavía  la 
guerra  este  carácter  de  salvaje  i  desalmada  crueldad,  que  des- 
truye i  se  ensangrienta  por  el  solo  placer  de  destruir  i  de  verter 
sangre,  ¿qué  tienen  de  extraño  las  carniceras"  batallas  i  las 
duras  consecuencias  de  la  victoria  entre  pueblos  en  que  las 
costumbres,  la  relijion,  el  idioma,  la  fisonomía,  el  color,  todo 
era  diverso,  todo  repugnante  i  hostil?  Los  vasallos  de  Isabel, 
de  Carlos  I  i  de  Felipe  II,  eran  la  primera  nación  de  la  Euro- 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


pa;  su  espíritu  caballeresco,  el  esplendor  de  su  corte,  su  mag- 
nífica i  pundonorosa  nobleza,  la  pericia  de  sus  capitanes,  la 
habilidad  de  sus  embajadores  i  ministros,  el  denuedo  de  sus 
soldados,  sus  osadas  empresas,  sus  inmensos  descubrimientos 
i  conquistas,  los  hicieron  el  blanco  de  la  detracción,  porque 
eran  un  objeto  de  envidia.  Las  memorias  de  aquel  siglo  nos 
presentan  por  todas  partes  escenas  horribles.  Los  españoles 
abusaron  de  su  poder,  oprimieron,  ultrajaron  la  humanidad, 
no  con  impudencia,  como  dice  el  señor  Lastarria,  porque  no 
era  preciso  ser  impudente  para  hacer  lo  que  todos  hacían  sin 
otra  medida  que  la  de  sus  fuerzas,  sino  con  el  mismo  mira- 
miento a  la  humanidad,  con  el  mismo  respeto  al  derecho  de 
jentes,  que  los  estados  poderosos  han  manifestado  siempre  en 
sus  relaciones  con  los  débiles,  i  de  que,  aun  en  nuestros  dias 
de  moralidad  i  civilización,  hemos  visto  demasiados  ejemplos. 
Si  comparárnoslas  ideas  prácticas  de  justicia  internacional 
de  los  tiempos  modernos  con  las  do  la  edad  media  i  las  de  los 
pueblos  antiguos,  hallaremos  mucha  semejanza  en  el  fondo 
bajo  diferencias  no  muí  grandes  en  los  medios  i  las  formas. 
«Sujetar  los  estados  a  sanciones  morales,  dice  un  escritor 
ingles  de  nuestros  dias,  es  como  querer  encadenar  j  ¡gantes 
con  telarañas.  Al  temor  de  un  castigo  en  la  vida  venidera,  la 
mas  poderosa  traba  del  hombro  en  sus  actos  individuales,  son 
insensibles  las  naciones.  La  experiencia,  por  otra  parte,  no 
nos  autoriza  para  creer  que  sobre  los  crímenes  nacionales  re- 
l  siempre  ni  ordinariamente  la  merecida  pena.  Las  prin-. 
cipalea  potencias  de  la  Europa  continental,  la  Francia,  la 

i,  <-l  Austria  i  la  1 'rusia,  han  pasado  de  pequeños  estados 

indas  i  Qoreoientes  monarquías  por  siglos  de  ambición, 
injusticia,  violencia  i  fraude.  Los  delitos  a  que  debió  la  In- 
,  la  Francia  su   AIsaoia  i  Franco  Condado, 
ii  silesia,  fueron  recompensados  por  un  inoren 
menl  lerablede  riqueza)  seguridad  ¡  poder.  En  las  na- 

otoñes,  ademas,  no  obran  las  ¡deis  de  honor  en  el  sentido  en 
que  m  aplica  esta  palabra  a  los  individuos.  Nunca  ha  sido  mas 

pérfida,  mas  capaz,    mas  cruel    la   política   de   l,i  (''rancia,  que 

idodeLul    \i\     Cualquiera  de  los  aotos  que 


INFLUENCIA  DE  LA  CONQUISTA  DE  LOS  ESPAÑOLES  79 

ejecutó  aquella  potencia  con  las  otras  por  espacio  de  medio 
siglo,  ejecutado  por  un  particular,  le  hubiera  hecho  inadmi- 
sible en  la  sociedad  de  sus  iguales.  ¿I  cuándo  fué  mas  admi- 
rada i  acatada  la  Francia?  ¿Cuándo  fueron  los  franceses  mejor 
acojidos  en  todas  las  cortes  i  en  todas  las  reuniones  privadas? 
Las  que  se  llaman  injurias  al  honor  de  una  nación,  son  ofen- 
sas a  su  vanidad;  i  las  cualidades  de  que  se  envanecen  i  se  glo- 
rían mas  los  estados,  son  la  fuerza  i  la  audacia.  Saben  bien 
que,  mientras  sean  audaces  i  fuertes,  pueden  injuriar  impu- 
nemente, sin  temor  de  que  se  les  injurie.»*  Así,  en  las  grandes 
masas  de  hombres  que  llamamos  naciones,  el  estado  salvaje 
de  fuerza  brutal  no  ha  cesado.  Tribútase  un  homenaje  aparente 
a  la  justicia,  recurriendo  a  los  lugares  comunes  de  seguridad, 
dignidad,  protección  de  intereses  nacionales,  i  otros  igualmente 
vagos:  premisas  de  que,  con  mediana  destreza,  se  pueden  sacar 
todas  las  consecuencias  imajinables.  Los  horrores  de  la  guerra 
so  han  mitigado  en  parte;  pero  no  porque  se  respeta  mas  la 
humanidad,  sino  porque  se  calculan  mejor  los  interés  mate- 
riales, i  por  una  consecuencia  de  la  perfección  misma  a  que 
se  ha  llevado  el  arto  de  destruir.  Sería  demencia  esclavizar  a 
los  vencidos,  si  se  gana  mas  con  hacerlos  tributarios  i  alimen- 
tadores  forzados  de  la  industria  del  vencedor.  Los  salteadores 
so  han  convertido  en  mercaderes,  pero  mercaderes  que  tienen 
sobre  el  mostrador  la  balanza  do  Brenno:  Vse  victis.  No  se 
coloniza,  matando  a  los  pobladores  indíjenas:  ¿para  qué  ma- 
tarlos, si  basta  empujarlos  de  bosque  en  bosque,  i  do  prade- 
ría en  pradería?  La  destitución  i  el  hambre  harán  a  la  larga 
la  obra  de  la  destrucción,  sin  ruido  i  sin  escándalo.  En  el  se- 
no de  cada  familia  social,  las  costumbres  se  regularizan  i  pu- 
rifican; la  libertad  i  la  justicia,  compañeras  inseparables,  ex- 
tienden mas  i  mas  su  imperio;  pero  en  las  relaciones  de  raza  a 
raza  i  de  pueblo  a  pueblo,  dura,  bajo  exterioridades  hipócritas, 
con  toda  su  injusticia  i  su  rapacidad  primitivas,  ol  estado 
salvaje. 
No  acusamos  a  ninguna  nación,  sino  a  la  naturaleza  del 


Edinburgh  Review,  número  156,  articulo  1.° 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


hombre.  Los  débiles  invocan  la  justicia:  cíeselos  la  fuerza,  i 
serán  tan  injustos  como  sus  opresores. 


II 


La  pintura  que  nos  da  el  señor  Lastarria  de  los  vicios  í  abusos 
del  réjimen  colonial  de  España,  está  jeneralmente  apoyada  en 
documentos  de  irrefragable  autenticidad  i  veracidad:  leyes,  or- 
denanzas, historias,  las  Memorias  Secretas  de  don  Jorje 
Juan  i  don  Antonio  de  Ulloa.  Pero  en  el  cuadro  se  han  derrama* 
do  con  profusión  las  sombras:  hai  algo  que  desdice  de  aquella 
imparcialidad  que  la  lei  recomienda,  i  que  no  es  incompatible 
con  el  tono  enórjico  de  reprobación,  en  que  el  historiador,  abo- 
gado de  los  derechos  do  la  humanidad  c  intérprete  de  los  senti- 
mientos morales,  debe  pronunciar  su  fallo  sobre  las  institucio- 
nes corruptoras.  A  la  idea  dominante  de  perpetuar  el  pupilaje 
do  las  colonias,  sacrificó  no  solo  España  los  intereses  de  éstas, 
sino  los  suyos  propios;  i  para  mantenerlas  dependientes  i  su- 
misas, se  hizo  a  sí  misma  pobre  i  débil.  Los  tesoros  americanos 
inundaban  el  mundo,  mientras  el  erario  de  la  metrópoli  so 
hallaba  exhausto,  i  su  industria  en  mantillas.  Las  colonias, 
que  para  otros  países  han  sido  un  medio  de  dar  movimiento 
a  la  población  i  B  las  artes,  fueron  para  España  una  causado 
ablación  i  atraso.  No  se  percibía  ni  vida  industrial  ni  riquo* 
za,  sino  en  algunos  emporios  que  servían  de  interine  lio  para 
cambios  entre  [os  dos  hemisferios,  i  en  que  la  acumulada 
opulencia  del  monopolio  resallaba  sobre  la  miseria  joneral: 

feo  desierto.  Tero  de- 
bemos ser  justos:  no  ora  aquella  una  tiranía  feroz.  Encadenaba 
oortaba  los  vuelos  al  pensamiento,  cegaba  bástalos 
veneros  de  la  fertilidad  agríoola;  pero  su  política  era  de  trabas 
i  pn .  .  no  de  suplicios  ni  sangre.   Las  leyes  penales 

«■raii  administradas  flojamente.  En  al  escarmiento  de  las  se« 
ordinariamente  rigorosa;  era  lo  que  a] 

uijire,  i   no  mas,  a  lo  menos  respecto  do 

•la,  i  hasta  la  época  <l«i  levantamiento  (enera!, 


INFLUENCIA  DE  LA  CONQUISTA  DE  LOS  ESPAÑOLES  81 


que  terminó  en  la  emancipación  de  los  dominios  americanos. 
El  despotismo  de  los  emperadores  de  Roma  fué  el  tipo  del 
gobierno  español  en  América.  La  misma  benignidad  ineficaz 
de  la  autoridad  suprema,  la  misma  arbitrariedad  pretorial,  la 
misma  divinización  de  los  derechos  del  trono,  la  misma  indi- 
ferencia a  la  industria,  la  misma  ignorancia  de  los  grandes 
principios  que  vivifican  i  fecundan  las  asociaciones  humanas, 
la  misma  organización  judicial,  los  mismos  privilegios  fiscales; 
poro  a  vueltas  de  estas  semejanzas  odiosas,  hai  otras  de  diver- 
so carácter.  La  misión  civilizadora  que  camina,  como  el  sol, 
'do  oriente  a  occidente,  i  de  que  H  >:na  fué  el  ájente  mas  pode- 
roso en  el  mundo  antiguo,  la  España  la  ejerció  sobre  un 
mundo  occidental  mas  distante  i  mas  vasto.  Sin  duda  los 
elementos  de  esta  civilización  fueron  destinados  a  amalgamar- 
se con  otros  que  la  mejorasen,  como  la  civilización  romana 
fué  modificada  i  mejorada  en  Europa  por  influencias  extrañas. 
Talvez  nos  engañamos,  pero  ciertamente  nos  parece  que  nin- 
guna do  las  naciones  que  brotaron  de  las  ruinas  del  Imperio, 
conservó  una  estampa  mas  pronunciada  del  jenio  romano:  la 
lengua  misma  de  España  es  la  que  mejor  conservad  carácter 
de  la  que  hablaron  los  dominadores  del  orbe.  Hasta  en  las  cosas 
materiales,  presenta  algo  de  imperial  i  romano  la  administra- 
ción colonial  de  España.  Al  gobierno  español,  debe  todavía 
la  América  todo  lo  que  tiene  de  gran  le  i  espléndido  en  sus 
edificios  públicos.  Confesémoslo  con  vergüenza:  apenas  hemos 
podido  conservar  los  que  se  erijieron  bajo  los  virreyes  i  capi- 
tanes jenerales;  i  téngase  presente  que  para  su  construcción 
se  erogaron  con  liberalidad  las  rentas  de  la  corona,  i  no  se 
impusieron  los  pechos  i  los  trabajos  forzados  con  que  Roma 
agobiaba  a  los  provinciales  para  sus  caminos,  acueductos, 
anfiteatros,  termas  i  puentes. 

Tampoco  encontramos,  a  decir  verdad,  una  exactitud  com- 
pleta en  la  exposición  del  fenómeno  histórico  sobre  que  so 
lija  la  atención  del  señor  Lastarria  al  principiar  su  capítulo 
3.°:  no  creemos  que  la  historia  de  la  lejislacion  universal 
«nos  muestre  patentemente  que  las  leyes  adoptadas  por  las 
sociedades  humanas   hayan  sido  siempre  inspiradas  por  sus 

ÚPÚSC,  II 


82  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

respectivas  costumbres,  hayan  sido  una  expresión,  una  fór- 
mula verdadera  de  los  hábitos  i  sentimientos  de  los  pueblos;» 
ni  que  en  los  países  colonizados,  se  encuentre  la  única  excep- 
ción a  este  fenómeno,  i  mas  a  las  claras  en  las  colonias  es- 
pañolas de  América.  Creemos  que  entre  las  leyes  i  las  costum- 
bres, ha  habido,  i  habrá  siempre  una  acción  recíproca;  quo 
las  costumbres  influyen  en  la  leyes,  i  las  leyes  en  las  costum- 
bres. ¿Cómo  pudieran  explicarse  de  otro  modo  todas  las  in- 
fluencias de  unos  pueblos  en  otros?  La  conquista,  las  leyes 
impuestas  por  los  vencedores  a  los  vencidos,  ¿no  han  sitio 
muchas  veces  ya  un  medio  de  civilización,  ya  una  causa  do 
retroceso  i  barbarie?  Las  leyes  deben  dirijirse  precisamente  a 
la  satisfacción  de  las  necesidades,  de  los  instintos  locales, 
siempre  quo  el  lejislador  los  ha  sentido  en  sí  mismo  desde  la 
cuna;  aun  cuando  fuese  capaz  do  dominarlos,  tendrá  que 
acomodar  a  ellos  las  disposiciones  que  promulgue  para  hacer- 
las aceptables  i  eficaces.  Pero  fuerzas  extrañas  modifican 
frecuentemente  las  costumbres  i  tras  éstas  las  leyes,  o  bien 
alteran  las  leyes  i  en  consecuencia  las  costumbres.  Las  ideas 
de  un  pueblo  se  incorporan  con  las  ideas  de  otro  pueblo;  i 
perdiendo  unas  i  otras  su  pureza,  lo  quo  era  al  principio  un 
agregado  de  partes  discordantes,  llega  a  ser  poco  a  poco  un 
todo  homojéneo,  quo  se  parecerá  bajo  diversos  aspectos  a  sus 
diversos  oríjenes,  i  bajo  ciertos  puntos  de  vista  presentará  tam- 
bién formas  nuevas.  Del  choquo  de  ideas  diversas,  nacerá  una 
resultante  que  se  aoercará  mas  o  menos  a  una  de  las  fuer- 
zas motrices  en  razón  de  la  intensidad  con  que  éstas  obren, 
i  de  las  circunstancias  que  respectivamente   las    favorezcan. 

cierto  que  las  leyes  j  modificándolas  costumbres  I  asimi- 
lándolas a  sí,  SOD  a  la  larga  su  expresión  i   su    fórmula;  poro 

esa  fórmula  precede  entonóos  a  la  asimilación  en  vez  de  ser 
produoida  por  ella. 

Cuamli»  se   mezclan   dos  razas,   la  idea  d<-  la  raza  trasmi- 
grante prevalecerá  sobre  la  de  la  raza  nativa,  según  seasu 
número  comparativo,  su  rigor  moral,  i  lo  mas  o  menos  ade- 
lanta »n.  Los  bárbaros  del  Norte  dieron  un 
temple  a  los  degradados  habitantes  de  las  provincias 


INFLUENCIA  DE  LA  CONQUISTA  DE  LOS  ESPAÑOLES  83 

romanas,  i  recibieron  en  cambio  mucha  parte  de  las  formas 
sociales  de  Roma;  a  la  relijion,  la  lengua  i  las  leyes  de  ella, 
cedieron  poco  a  poco  las  de  aquellos  altaneros  i  feroces  con- 
quistadores. Pero  puede  suceder  también  que  la  discordancia 
éntrelos  elementos  que  se  acercan  sea  tal,  que  una  invencible 
repulsión  no  les  permita  penetrarse  uno  a  otro  i  producir  un 
verdadero  compuesto.  Se  mezclarán  talvez  las  razas,  i  se  re- 
chazarán entre  sí  las  ideas.  Así  los  árabes  i  los  españoles 
presentaron  en  el  occidente  de  Europa  dos  tipos  de  civilización 
antipáticos.  Prescindiendo  de  ciertas  peculiaridades  materia- 
les i  puramente  exteriores,  nada  arábigo  pudo  echar  raíz  en 
España:  la  relijion,  las  leyes,  el  jenio  del  idioma,  el  de  las 
artes,  el  do  la  literatura,  poco  o  nada  tomaron  de  los  conquis- 
tadores mahometanos.  La  cultura  arábiga  fué  siempre  una  plan- 
ta exótica  en  medio  del  triplo  compuesto  ibero-romano-gótico 
que  ocupaba  la  Península  Ibérica.  Era  necesario  que  uno  do 
los  dos  elementos  expulsase  o  sofocase  al  otro;  la  lucha  duró 
ocho  siglos;  i  el  estrecho  de  Hércules  fué  otra  vez  surcado 
por  la  vencida  i  proscrita  civilización  del  Islam,  destinada  en 
todas  partes  a  dejar  por  fin  el  campo  a  las  armas  del  Occiden- 
te i  a  la  cruz.  En  la  América,  al  contrario,  está  pronunciado 
el  fallo  de  destrucción  sobre  el  tipo  nativo.  Las  razas  indíje- 
nas  desaparecen,  i  se  perderán  a  la  larga  en  las  colonias  do 
los  pueblos  trasatlánticos,  sin  dejar  mas  vestijios  que  unas 
pocas  palabras  naturalizadas  en  los  idiomas  advenedizos,  i 
monumentos  esparcidos  a  que  los  viajeros  curiosos  pregunta- 
rán en  vano  el  nombre  i  las  señas  de  la  civilización  que  les 
dio  el  ser. 

En  las  colonias  que  so  conservan  bajo  la  dominación  de  la 
madre  patria,  en  las  poblaciones  de  la  raza  trasmigrante  fun- 
dadora, el  espíritu  metropolitano  debe  forzosamente  animar  las 
emanaciones  distantes,  i  hacerlas  recibir  con  docilidad  sus  le- 
yes aun  cuando  pugnan  con  los  intereses  locales.  Llegada  la 
época  en  que  éstos  se  sienten  bastante  fuertes  para  disputar  la 
primacía,  no  son  propiamente  dos  ideas,  dos  tipos  de  civilización 
los  que  se  lanzan  a  la  arena,  sino  dos  aspiraciones  al  imperio, 
dos  atletas  que  pelean  con  unas  mismas  armas  i  por  una 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


misma  palma.  Tal  ha  sido  el  carácter  de  la  revolución  hispano- 
americana, considerada  en  su  desenvolvimiento  espontáneo; 
porque  es  necesario  distinguir  en  ella  dos  cosas,  la  indepen- 
dencia política  i  la  libertad  civil.  En  nuestra  revolución,  la 
libertad  era  un  aliado  extranjero  que  combatía  bajo  el  estan- 
darte de  la  independencia,  i  que  aun  después  de  la  victoria  ha 
tenido  que  hacer  no  poco  para  consolidarse  i  arraigarse.  La 
obra  de  los  guerreros  está  consumada,  la  de  los  legisladores 
no  lo  estará  mientras  no  se  efectúe  una  penetración  mas  ínti- 
ma de  la  idea  imitada,  de  la  idea  advenediza,  en  los  duros  i 
tenaces  materiales  ibéricos. 

Este  es  nuestro  modo  de  concebir  la  lei  moral  en  que  so 
fija  el  señor  Lastarria.  Nuestra  exposición  parecerá  demasiado 
obvia,  demasiado  rastrera;  pero  ella  es,  a  lo  que  podemos  al- 
canzar, el  verdadero  resumen  de  los  hechos.  Las  colonias 
americanas  de  los  españoles  no  son  una  excepción,  sino  una 
confirmación  de  las  reglas  jenerales  a  que  están  sujetos  los 
fenómenos  de  esta  clase. 

Sentimos  también  mucha  repugnancia  para  convenir  en  que 
el  pueblo  do  Chile  (i  lo  mismo  decimos  de  los  otros  pueblos 
hispano-americanos)  se  hallase  tan  profundamente  envileci- 
do, reducido  a  una  tan  completa  anonadación,  tan  destitui- 
do de  toda  virtud  social,  como  supone  el  señor  Lastarria.  La 
revolución  hispano-amerioana  contradice  sus  asertos.  Jamas 
un  pueblo  profundamente  envilecido,  completamente  anona- 
dado, il  le  todo  sentimiento  virtuoso,  lia  sido  capaz  de 
ejecutar  los  que  ilustraron  las  campañas  do 
lea  patriotas,  los  actos  heroicos  de  abnegación,  los  saorifioios 
de  todo  ¡enero  con  que  Chile  i  obras  secciones  americanas 
[uistaron  su  emancipación  política.  I  el  que  observe  con 
filosóficos  la  historia  de  nuestra  lucha  oon  la  metrópoli, 
reconocerá  sin  dificultad  que  lo  que  no  i  ha  hecho  prevalecer  <'n 
abalmente  el.  elemento  ibérico.  La  nativa  constancia 
ha  estrellado  contra  si  misma  en  la  injónita  cons- 
-  lujos  de  Espafia.  Bl  instinto  de  patria  reveló  su 
americanos,  i  reprodujo  los  prodijios 
Numancifl  l  d<                 ]       apitam    i  la  lojiono   votera- 


INFLUENCIA  DE  La  CONQUISTA  DE  LOS  ESPAÑOLES        85 


ñas  de  la  Iberia  trasatlántica  fueron  vencidos  i  humillados  por 
los  caudillos  i  los  ejércitos  improvisados  de  otra  Iberia  joven, 
que,  abjurando  el  nombre,  conservaba  el  aliento  indomable 
de  la  antigua  en  la  defensa  de  sus  hogares.  Nos  parece,  pues, 
inexacto  que  el  sistema  español  sofocase  en  su  jérrnen  las 
inspiraciones  del  honor  i  de  la  patria,  de  la  emulación  i 
de  todos  los  sentimientos  jenerosos  de  que  nacen  las  vir- 
tudes cívicas.  No  existían  elementos  republicanos;  la  España 
no  habia  podido  crearlos;  sus  leyes  daban  sin  duda  a  las  al- 
mas una  dirección  enteramente  contraria.  Pero  en  el  fondo  de 
esas  almas,  habia  semillas  de  magnanimidad,  de  heroísmo,  de 
altiva  i  jonerosa  independencia;  i  si  las  costumbres  eran  sen- 
cillas i  modestas  en  Chile,  algo  mas  habia  en  esas  cualidades 
que  la  estúpida  insensatez  de  la  esclavitud.  Tan  cierto  es  eso 
que  aun  el  mismo  señor  Lastarria  ha  creído  necesario  restrin- 
jir  sus  calificaciones,  refiriéndolas,  a  lo  menos,  a  la  aparien- 
cia exterior  i  ostensible.  Pero  limitadas  así,  pierden  casi  to- 
da su  fuerza.  Un  sistema  que  solo  ha  degradado  i  envilecido 
en  la  apariencia,  no  ha  degradado  i  envilecido  en  realidad. 

Hablamos  de  los  hechos  como  son  en  sí,  i  no  pretendemos 
investigar  las  causas.  Que  el  despotismo  envilece  i  desmorali- 
za es  para  nosotros  un  dogma;  i  si  él  no  ha  bastado  ni  en 
Europa  ni  en  América  para  bastardear  la  raza,  para  aflojar 
en  tres  siglos  el  resorte  de  los  sentimientos  jenerosos  (porque 
sin  ellos  no  podrían  explicarse  los  fenómenos  morales  de  la 
España  i  do  la  América  Española  do  nuestros  dias),  preciso  es 
quo  hayan  coexistido  causas  que  contrarrestasen  aquella  per- 
niciosa influencia.  ¿Ilai  en  las  razas  una  complexión  peculiar, 
una  idiosincracia,  por  decirlo  así,  indestructible?  I  ya  que  la 
raza  española  se  ha  mezclado  con  otras  rozas  en  América,  ¿no 
sería  posible  explicar  hasta  cierto  punto  por  la  diversidad  de 
la  mezcla  las  diversidades  que  presenta  el  carácter  de  los 
hombres  i  de  la  revolución  en  las  varias  provincias  america- 
nas? lié  aquí  un  problema  que  merecería  resolverse  analítica- 
mente, i  en  que  no  nos  es  posible  detenernos,  porque  carece- 
mos de  los  datos  necesarios,  i  porque  hemos  ya  excedido  los 
límites  que  nos  habíamos  prefijado  al  principio. 


8G  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

Por  la  misma  razón,  nos  vemos  en  la  necesidad  de  pasar  por 
alto  varios  capítulos  interesantes  de  la  memoria  en  que  se  nos 
ofrecen  dudas  i  dificultades  para  aceptar  en  todas  sus  partes 
las  ideas  de  su  ilustrado  i  filosófico  autor.  Pero  no  podemos 
abstenernos  de  contemplar  un  momento  con  él,  en  su  capítu- 
lo 8.°,  el  espectáculo  do  la  revolución  chilena. 

El  señor  Lastarria  percibió  bastante,  aunque  algunas  veces 
parece  olvidarlo,  el  doble  carácter,  poco  há  indicado,  de  la  re- 
volución hispano-americana.  Para  la  emancipación  política, 
estaban  mucho  mejor  preparados  los  americanos,  que  para  la 
libertad  del  hogar  domestico.  Se  ofectuaban  dos  movimientos 
a  un  tiempo:  el  uno  espontáneo,  el  otro  imitativo  i  exótico; 
embarazáronse  amenudo  el  uno  al  otro,  en  vez  de  auxiliarse. 
El  principio  extraño  producía  progresos;  el  elemento  nativo, 
dictaduras.  Nadie  amó  mas  sinceramente  la  libertad  que  el  je- 
neral  Bolívar;  pero  la  naturaleza  de  las  cosas  le  avasalló  como 
a  todos;  para  la  libertad  era  necesaria  la  independencia,  i  el 
campeón  de  la  independencia  fué  i  debió  ser  un  dictador.  Do 
aquí  las  contradicciones  aparentes  i  necesarias  de  sus  actos, 
Bolívar  triunfó,  las  dictaduras  triunfaron  de  España;  los  go« 
biernos  i  los  congresos  hacen  todavía  la  guerra  a  las  costum- 
do  los  hijos  de  España,  a  los  hábitos  formados  bajo  el 
influjo  de  las  leyes  de  España:  guerra  de  vicisitudes  en  que 
se  gana  i  se  pierde  terreno,  guerra  sorda,  on  que  el  enemigo 
cuenta  con  auxiliares  poderosos  entre  nosotros  mismos.  Arran- 
cóse el  cetro  al  monarca,  pero  no  al  espíritu  español:  nuestros 
congresos  obedecen  sin  sentirlo  a  inspiraciones  góticas;  la  Es- 
paña B6  lia  encastillado  eil  nuestro  foro;  las  ordenanzas  admi- 
nistrativas de  los  Carlos  i  Felipes  son  leyes  patrias;  hasta 
adheridos  a  un  fuero  especial  que  está  en 
pugna  con  el  principio  de  la  igualdad  ante  la  lei,  piedra  an- 
ir  de  los  gobiernos  li!  .  ■•lan    el  dominio  do  las  ideas 

deesa  mi  banderas  hollaron.  «Cayó,  dico 

barría,  oayó  el  despotismo  de  los  reyes,  i  quedó  en 
tísmo  del  pasado,  porque  asi 

LOS  padres  de  la 

.  i  i  los  juerr  la  Independencia  obraron  en  la  esfera 


INFLUENCIA  DE  LA  CONQUISTA  DE  LOS  ESPAÑOLES         87 


do  su  poder....;  i  al  disiparse  con  el  humo  de  la  última  victo- 
ria el  imperio  del  despotismo,  el  cañón  de  Chiloé  anunció  al 
mundo  que  estaba  terminada  la  revolución  de  la  independen- 
cia política,  i  principiaba  la  guerra  contra  el  poderoso  espíritu 
que  el  sistema  colonial  inspiró  a  nuestra  sociedad.» 

El  señor  Lastarria  contesta  victoriosamente  a  los  censores 
de  la  revolución  americana,  que  la  han  tachado  de  intempes- 
tiva, echándola  en  cara  sus  inevitables  desórdenes  i  extravíos. 
Los  males  eran  la  consecuencia  necesaria  del  estado  en  que 
nos  hallábamos;  en  cualquiera  época  que  hubiese  estallado  la 
insurrección,  habrían  sido  iguales  o  mayores,  i  quizá  méno» 
seguro  el  éxito.  Estábamos  en  la  alternativa  de  aprovechar  la 
primera  oportunidad,  o  de  prolongar  nuestra  servidumbre  por 
siglos.  Si  no  habíamos  recibido  la  educación  que  predispone 
para  el  goce  de  la  libertad,  no  debíamos  ya  esperarla  de  Es- 
paña; debíamos  educarnos  a  nosotros  mismos,  por  costoso  que 
fuese  el  ensayo;  debia  ponerse  fin  a  una  tutela  do  tres  siglos, 
quo  no  habia  podido  preparar  en  tanto  tiempo  la  emancipa- 
ción do  un  gran  pueblo. 

«Toda  la  parte  servil  de  Europa,  dice  Sismondi,  citado  por 
el  señor  I^astarria,  toda  la  parte  servil  de  Europa,  que  es  to- 
davía muí  numerosa,  ha  lanzado  gritos  de  alegría,  viendo  la 
causa  do  la  libertad  deshonrada  por  los  que  se  dicen  sus  de- 
fensores. Los  escritores  retrógrados,  admitiendo  por  un  mo- 
mento nuestros  principios  a  fin  de  retorcerlos  contra  nosotros, 
i  conviniendo  en  que  deben  juzgarse  las  instituciones  políti- 
cas según  su  tendencia  a  producir  el  bien  i  perfección  de- 
todos,  han  pretendido  que  habia  mas  felicidad  i  perfección  en 
Prusia,  Dinamarca  i  aun  en  Austria,  que  la  que  han  produci- 
do las  decantadas  instituciones  de  la  América  Meridional,  de 
España  i  Portugal,  i  aun  las  de  Francia  e  Inglaterra.»  «Sis- 
mondi hace  ver  (son  palabras  del  señor  Lastarria),  que  ese- 
grito  insultante  a  la  humanidad  no  tiene  mas  que  una  falsa 
apariencia  de  verdad,  porque  no  se  debe  juzgar,  por  las  des- 
cripciones exajeradas  que  hacen  los  partidarios  del  despotis- 
mo, de  los  desastres  que  ocasionan  los  ensayos  de  la  libertad 
en  pueblos  nuevos,  sin  tomar  en  cuenta  las  desgracias  mayo- 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


res  i  mil  veces  mas  degradantes  que  causa  el  sistema  absolu- 
to.» No  podemos  terminar  mejor  este  largo  discurso,  quo 
copiando  otra  vez  con  el  señor  Lastarria  las  elocuentes  ad- 
vertencias de  aquel  esforzado  campeón  i  juicioso  consejero  do 
los  pueblos:  «Después  de  haber  repetido  a  los  serviles  que 
no  es  dado  a  ellos  triunfar  de  los  liberales;  quo  todos  los  erro- 
res, que  todas  las  desventuras  de  éstos  no  hacen  que  sus  es- 
fuerzos dejen  de  ser  justos  i  jenerosos,  ni  convencen  de  que  el 
sistema  que  se  proponen  destruir  no  sea  vergonzoso  i  culpable, 
i  que  la  esclavitud  no  sea  siempre  la  mayor  de  las  desgracias, 
la  mayor  de  todas  las  degradaciones,  convendremos  también  en 
que  los  propagadores  de  las  ideas  nuevas  han  caído  en  errores 
fundamentales;  que,  advirtiendo  el  mal  que  pretendían  des- 
truir, se  han  formado  ideas  falsas  del  bien  que  deseaban  fun- 
dar; que  han  creído  descubrir  principios  cuando  solo  poseían 
paradojas;  i  que  esa  ciencia  social  de  la  cual  dependo  la  dicha 
de  la  humanidad,  exije  estudios  nuevos,  mas  serios  i  mas  pro- 
fundos: exijo  que  la  duda  filosófica  tomo  el  lugar  do  las  aser- 
ciones i  de  los  axiomas  empíricos,  exije  quo  la  experiencia  del 
universo  sea  evocada  para  descubrir  los  vínculos  de  causas  i 
efectos,  porque  en  todas  partes  presenta  ella  dificultades  quo 
voncer  i  problemas  que  resolver.» 


(El  Araucano,  Año  de  1844.) 


MEMORIA 


SOUIIE 
LA   PRIMERA    ESCUADRA   NACIONAL 

PRESENTADA  A  LA  UNIVERSIDAD  EN  LA  SESIÓN  SOLEMNE  DE   1 1   DE  OO 
I  l.'URE  DE  18Ü 

POR    DON    ANTONIO    GARCÍA    REYES 


La  memoria  do  clon  Antonio  García  Reyes  Sobre  la  Prime' 
ra  Escuadra  Nacional,  es  un  bello  rasgo  histórico.  El  autor 
nos  parece  poseer  aven  tajada  mente  una  de  las  calidades  mas 
necesarias  para  los  trabajos  de  esta  clase,  la  soltura  i  viveza 
de  la  narración:  calidad  menos  común  de  lo  que  pudiera  pa- 
recer a  primera  vista,  i  en  que  aun  los  grandes  modelos  se 
diferencian  mucho  unos  de  otros,  ya  en  el  grado  en  que  la 
poseyeron,  ya  en  la  forma  de  su  estilo  narrativo.  El  del  autor 
de  la  memoria  es  el  que  convieno  a  la  naturaleza  do  la  obra, 
que,  tomando  casi  todas  sus  noticias  en  documentos  oficiales, 
no  se  prestaba  a  los  interesantes  pormenores  que  suelen  dar 
vida  i  calor  a  las  relaciones  de  los  que  cuentan  lo  que  vieron. 
El  señor  García  Reyes  hubiera  podido  sin  mucho  esfuerzo  ani- 
mar sus  cuadros,  imitando,  por  ejemplo,  a  Tito  Livio,  que 
adornó  los  descarnados  materiales  de  las  antiguas  tradiciones 
romanas  con  pintorescas  particularidades  en  que  no  tiene  otro 
fiador  que  su  imajinacion.  El  autor  de  la  memoria  ha  com-  7 
prendido  el  carácter  austero  de  la  historia  moderna,  que  se  ha 
separado  completamente  de  la  poesía  en  todo  lo  que  concierne 
a  los  hechos.  Su  narración  no  es  mas  individual  de  lo  que  le 


00  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

permiten  los  testimonios  que  compulsa;  i  es  a  un  mismo  tiem- 
po animada  i  escrupulosamente  verídica. 

Copiaremos  como  una  muestra  la  relación  que  nos  da  de  la 
salida  de  la  expedición  libertadora,  i  de  sus  primeras  haza- 
ñas en  los  mares  peruanos. 


Julio,  1820. • — «Los  preparativos  de  la  expedición  so  hacían 
activamente.  Parece  que  el  gran  drama  que  iba  a  ejecutarse  en 
el  Perú,  tenia  embargada  la  atención  de  los  jefes  i  oficiales;  i 
nadie  quería  renunciar  al  papel  que  le  tocaba  representar  en 
61.  El  gobierno  se  trasladó  a  Valparaíso  para  activar  el  apres- 
to; i  ya  por  el  mes  de  agosto,  los  cuerpos  expedicionarios  iban 
dejando  sus  cantones  para  aproximarse  a  aquel  puerto.  Los 
habitantes  de  la  capital  i  las  provincias  limítrofes  acudieron 
en  tropel  a  presenciar  el  espectáculo  ciertamente  imponente  i 
tierno  que  presentaba  la  bahía.  Jamas  se  habia  acometido  en 
Chile  una  empresa  do  mayor  magnitud,  ni  el  espíritu  público 
habia  recibido  una  mas  grande  i  sublime  excitación.  Veíanse 
los  cuerpos  expedicionarios  atravesar  con  todo  el  aparato  mili- 
tar la  inmensa  muchedumbro  que  so  agolpaba  en  torno  suyo, 
elevando  por  los  aires  expresiones  do  un  vivísimo  ínteres.  La 
tropa  se  embarcaba  poseída  también  de  caloroso  entusiasmo; 
i  las  voces  do  Viva  la  Patria  resonaban  en  la  ribera  con  una 
especie  do  enajenación,  cada  vez  que  las  lanchas  so  arranca- 
ban de  ella  conduciendo  a  l>ordo  una  porción  de  los  valientes 
expedicionarios.  Iguales  demostraciones  so  repetían  on  cada 
buquo  por  donde  pasaban  las  lanchas,  i  la  bahía  entera  roso- 
li.iba  a  cada  momento  con  el  estruendo  do  las  músicas  mareia- 
.  la  bulliciosa  emoción  do  que  estaban  poseídos  todos  los 
que  asistían  a  aquella  solemne  escena.  Los  amigos  i  deudos 
do  los  expedicionarios  que  los  acompañaban  hasta  el  boto, 
.tu  otro  espectáculo  tierno  al  dar  abra/os  que  ereian   ÚI-. 

imendarleí  el  honor  i  la  gloria  con  que  debían 

dfítnder  la  causa  sagrada  quo  so  confiaba  a  bu  valor.  Las  iá- 

grina  iron  eo  aquellos  dias,  las  tiernas  mués» 

de  amor  i  de  amistad,  Los  sentimientos  patrióticos  luchan- 

ID  lai  a:  privadas,    conmovieron   profundamente 


MEMORIA  SOBRE  LA  PRIMERA  ESCUADRA  NACIONAL  01 

los  corazones  de  todos,  e  hicieron  para  siempre  memorables 
esos  momentos  en  que  solo  se  dejaron  sentir  las  pasiones  que 
honran  la  especie  humana. 

«Las  fuerzas  navales  que  debían  conducir  la  expedición,  se 
componían  de  los  buques  del  estado  i  do  dieziseis  trasportes, 
que  formaban  por  todo  un  número  de  veinte  i  cuatro  velas. 
El  19  de  agosto,  a  las  nueve  de  la  mañana,  se  desplegó  el  pa- 
bellón nacional,  único  que  debia  llevar  la  expedición;  i  lo 
saludaron  con  una  salva  real  los  castillos  i  cada  uno  de  los 
buques  de  guerra.  El  jeneral  San  Martin  fué  dado  a  reconocer 
por  jefe  de  mar  i  tierra,  para  que,  en  toda  la  expedición,  no  so 
emprendiese  operación  alguna  que  no  partiese  do  su  orden,  o 
no  hubiese  obtenido  su  asentimiento.  En  fin,  el  20,  por  la  tar- 
de, los  buques  zarparon  de  Valparaíso  en  el  orden  siguiente. 
La  fragata  almirante  O'IIiggins,  montada  por  el  honorable 
lord  Cochrane,  iba  a  la  vanguardia  con  otros  dos  bajeles  do 
guerra  señalando  el  rumbo  al  convoi;  seguían  después  en  co- 
lumna los  trasportes  flanqueados  por  otros  tres  buques  de 
guerra;  i  cerraban  la  retaguardia  una  línea  de  once  lanchas 
cañoneras,  la  fragata  Independencia  i  el  navio  San  Martin, 
en  donde  el  ilustro  jeneral  que  le  dio  el  nombre  iba  embarca- 
do con  su  estado  mayor.  La  expedición  estaba  completamen- 
te equipada,  llevando  ademas  un  repuesto  de  armas  i  artículos 
de  guerra  para  habilitar  un  ejército  de  quince  mil  hombres,  ví- 
veres de  excelente  calidad  para  seis  meses,  almacén  de  ves- 
tuarios completos,  hospital,  un  cuerpo  módico-quirúrjico  i 
cuanto  se  pudiera  desear  en  la  flota  mejor  puesta. 

«Fácil  es  inferir  cuántos  sacrificios  sería  necesario  hacer 
para  llevar  a  cabo  esta  empresa  que  se  creía,  no  sin  motivo, 
fuera  de  la  esfera  de  lo  posible:  los  donativos  i  las  contribu- 
ciones se  repartían  por  semanas,  i  apenas  quedó  ciudadano  en 
toda  la  extensión  de  la  república  que  no  contribuyese  con  can- 
tidades excesivas  para  su  fortuna;  i  si  se  tiene  presente  que 
este  esfuerzo  se  hacía  en  un  país  pobre  en  jeneral,  i  devastado 
por  diez  años  de  guerra  i  de  desastres,  después  de  haber  sos- 
tenido ejército  i  escuadra  por  largo  tiempo,  se  vendrá  a  com- 
drender  el   valor  i  el  mérito  de  la  empresa.   Chile  puede 


92  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


jactarse  de  que  esta  expedición  la  debo  exclusivamente  a  sí 
misino,  que  es  hija  de  su  virtud,  de  sus  sacrificios  i  de  su  pa- 
triotismo; i  llegará  tiempo  en  que  la  América  le  tribute  ol 
homenaje  que  le  es  debido  por  un  acontecimiento  que  mas 
que  cualquier  otro  influyó  en  beneficio  común  del   continente. 

a  ¡Gloria  sea  dada  i  gratitud  eterna  a  los  ilustres  jenios,  bajo 
cuyos  auspicios  se  ejecutó  tan  gran  proyecto!  Ellos  so  labra- 
ron un  título  imperecedero  al  reconocimiento  de  la  nación.  El 
director  O'IIiggins,  en  un  manifiesto  que  dio  en  aquellos  dias, 
hablando  de  este  suceso,  consignó  estas  sentidas  palabras: 
— «Aquí  debería  hablar  de  un  mérito  queso  esconde  en  los  ar- 
canos de  la  política,  i  jamas  so  gradúa  ni  aprecia.  Solo  la  fu- 
tura suerte  de  Chile  ha  podido  sostener  mi  corazón  i  mi 
espíritu.  Yo  debí  encanecer  a  cada  instante.  El  que  no  se  lia 
visto  en  estas  circunstancias,  no  sabe  lo  que  es  mandar.  Sí, 
patria  mia!  este  es  el  mayor  sacrificio  i  el  mas  digno  que  lio 
podido  ofrecerte....!!» — 

«No  nos  detendremos  en  referir  los  incidentes  de  pequeña 
importancia  que  ocurrieron  en  la  navegación  dol  convoi.  lías- 
te  decir  que  la  O'HiggitlS  entró  al  puerto  de  Coquimbo  para 
sacar  el  Araucano  i  un  trasporte  que  se  habían  remitido  a  él 
para  tomar  el  batallón  número  2  de  Chile,  i  que  la  mayor 
parte  de  los  buques  llegó  el  7  do  setiembre  a  la  bahía  de  Pa- 
rarca,  inmediata  a  Pisco,  en  donde  desembarcó  el  ejército. 
Mientras  que  las  tropas  se  extendían  por  aquellos  valles,  i  lan- 
zaban al  corazón  dol  Perú  la  brillante  división  del  jencral  Are- 
nales, la  escuadra  salió  a  cruzar  por  la  costa  en  busca  do  las 
'as  Venganza  i  Esmeralda,  que  se  habían  presentado  en 
las  ínmediaoionc  uiendoa  algunos  de  1<>s  buques  del 

oonvoi.  El  oonstante  sistema  de  huir  do  todo  formal  encuen- 
tro, adoptado  por  los  españoles,  hizo  infructuosa  aquella  sali- 
da; i  la  escuadra  tuvo  que  volver  al  fondeadero  para  prooaver 
los  tr  de  un  ataque  que  po  lia  emprenderse  sobro  ellos 

en  su  ausencia.    El  25   de  octubre,  la  expedición  libertadora  SO 

reembarcó'  para  ir  a  establecer  sus  reales  en  el  puerto  de  Ancón. 
Al  pasar  por  el  Callao,  las  veinte  i  cuatro  velas  que  formaban 

elconvOJ  >nen   linca;    1  partiendo    lOl   trasportes  al 


MEMORIA  SOBRE  LA  PRIMERA  ESCUADRA  NACIONAL  93 


puerto  de  su  destino,  convoyados  por  el  San  Mar  Un  i  otros 
buques  menores,  quedó  el  rice-almirante  eun  la  O'Higgins, 
el  Lautaro,  la  Independencia  i  el  Araucano,  haciendo  efec- 
tivo el  bloqueo  que  el  supremo  director  de  Chile  había  decre- 
tado sobre  el  Callao  i  demás  costas  peruanas. 

«Lord  Cochrane,  cuyo  ánimo  estaba  irritado  por  los  últimos 
sucesos,  quiso  darse  gusto  haciendo  alarde  do  su  pericia  náu- 
tica i  de  su  temerario  arrojo.  Todos  saben  cpie  la  bahía  del 
C  illaO  está  cerrada  por  la  isla  de  San  Lorenzo,  que  deja  dos 
entradas  al  surjidero:  la  que  cae  a  la  parte  del  noroeste  es  ancha 
i  espaciosa,  i  por  ella  hacen  su  entrada  los  buques;  la  del  sud- 
oeste es  estrecha  i  sembrada  de  escollos,  por  lo  que  se  le  llama 
el  Boquerón.  Jamas  se  habían  visto  pasar  por  esta  boca  mas 
que  los  barquichuelos  llamados  místicos,  que  hacen  el  comer- 
cio de  la  costa,  i  cuya  dimensión  ordinaria  no  pasa  de  cien  to- 
neladas. Sin  embargo,  a  lord  Cocbrane  se  le  ocurrió  atrave- 
sar el  Boquerón  con  una  fragata  de  cincuenta  cañones.  Los 
enemigos,  viendo  hender  la  O'Higgins  por  aquellos  siempre 
respetados  escollos,  creían  a  cada  momento  verla  fracasar,  í 
alistaron  las  lanchas  cañoneras  para  atacarla  en  el  momento 
que  hubiese  dado  en  el  peligro.  Para  gozar  del  espectáculo, 
la  guarnición  de  los  castillos  se  hahia  subido  a  lo  alto  de  las 
murallas;  i  las  tripulaciones  do  los  buques,  suspendiendo  sus 
faenas,  quedaron  con  la  vista  lija  aguardando  el  resultado  de 
aquella  extraña  aventura.  Mas  con  sorpresa  de  todos,  la  O'Hig- 
gins cruzó  serena  por  en  medio  de  las  rocas,  dejando  atónitos 
a  los  espectadores,  que  no  podían  darse  razón  del  extraño  de- 
senlaco  de  aquel  audaz  capricho.  El  paso  del  Boquerón  ha  sido 
un  suceso  que  ha  quedado  grabado  en  la  imajinacion  del  pueblo 
del  Callao;  i  la  tradición  muestra  aun  asombrada  el  lugar  por 
dondo  surcó  el  almirante  Cochrane. 

«No  pasó  mucho  tiempo  el  almirante  en  la  inacción;  i  como 
si  quisiese  hacer  contraste  con  la  prudencia  que  presidia  las 
deliberaciones  de  su  rival,  el  joneral  San  Martin,  concibió  el 
designio  mas  atrevido  de  que  ofrecen  ejemplo  los  anales  de 
la  marina.  Las  dos  fragatas  españolas  Prueba  i  Venganza. 
se  hallaban  fuera  del  Callao,  habiendo  dejado  en  la  bahía  a  la 


0\  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

Esmeralda,  para  presidir  las  fuerzas  marítimas  que  estaban 
reconcentradas  en  aquel  punto.  Se  recordará  lo  que  otra  vez 
se  ha  dicho  acerca  de  la  colocación  de  estas  fuerzas,  i  sus  do- 
bles líneas  de  buques  i  de  lanchas  cañoneras  protejidas  por 
las  formidables  fortalezas  de  la  costa.  Por  este  tiempo,  la  línea 
era  formada,  ademas  de  la  Esmeralda,  por  una  corbeta,  dos 
bergantines,  dos  goletas  de  guerra,  tres  grandes  buques  mer- 
cantes armados  i  veinte  lanchas  cañoneras.  Para  mayor  segu- 
ridad, se  habia  formado,  con  gruesas  cadenas  de  hierro  i  made- 
ra, una  percha  o  especie  de  estacada  flotante  que  rodeaba  todos 
los  buques  impidiendo  la  aproximación  del  enemigo,  excep- 
tuando solo  la  pequeña  abertura  que  quedaba  hacia  la  parte  del 
norte  para  la  entrada  de  los  neutrales.  El  vice-almirante  so 
propuso  penetrar  por  esta  boca;  i  colocado  en  el  centro  de  las 
fuerzas  españolas,  apoderarse  de  la  Esmeralda  i  de  cuantos 
buques  mas  pudiese.  La  tripulación  acojió  este  proyecto  con 
aplauso;  i  lord  Cochrane  pudo  elejir  doscientos  cuarenta 
hombres  de  la  jente  mas  granada  i  bien  dispuesta  que  tenia 
a  sus  órdenes. 

«El  1.°  de  noviembre,  dirijió  a  los  comandantes  de  los  bu- 
ques la  siguiente  instrucción: 

— «Los  botes  i  chalupas  avanzarán  en  dos  líneas  paralelas  i 
separadas  una  de  otra  a  distancia  do  tres  botes. 

«La  segunda  línea  será  dirijida  por  el  capitán  Guise,  la 
primera  por  el  capitán  Orosbie.  Cada  boto,  en  cuanto  las 
circunstancias  lo  permitan,  será  comandado  por  un  oficial, 
i  todos  Irán  bajo  la  dirección  inmediata  del  vicealmirante. 

thot  oíieiaiei  i  soldados  deberán  llevar  chaqueta  blanca,  o 

ir  armados  de  pistolas,  sanies,  puñales  o  picas.    En   cada  boto, 

haber  dos  homb  los  de  cuidarlo,  sin  que,  por 

i  mo,  puedan  abandonarlo,  ni  dejar  que  se  desvie 

¡de  la  coló  e  le  dé. 

«Oada  b  >''•  debe  tener  haohas afiladas,  que  los  guardas  car- 
ia |a  ointu  ido  la  fragata  Esmeralda  el  objeto 
principal  de  la  i  (pedición,  todas  las  fuerzas  reunidas  deberán 
irla  desde  luego;  i  una  vez  tomada,  cuidar  de  su  oonser- 

•  u. 


MEMORIA  SOBRE  LA  PRIMERA  ESCUADRA  NACIONAL  97» 

«Tomándose  posesión  de  la  fragata,  los  marinos  chilenos 
no  harán  oír  las  aclamaciones  que  tienen  de  costumbre,  sino 
que,  para  engañar  al  enemigo,  deberán  exclamar:  ¡Viva  el  Rci! 

«Debiendo  ser  atacados  los  bergantines  de  guerra  por  la 
mosquetería  desde  la  Esmeralda,  los  tenientes  Esmond  i 
Morgell  tomarán  posesión  de  ellos  con  las  chalupas  que  go- 
biernan, i  los  sacarán  del  puerto  tan  pronto  como  les  fuere 
posible.  Las  chalupas  de  la  Independencia  se  ocuparán  en 
sacar  fuera  los  buques  mercantes  españoles  que  estén  a  la 
parte  exterior;  i  los  de  laO'IIujgins  i  del  Lautaro,  al  mando 
de  los  tenientes  Bell  i  Robertson,  en  poner  fuego  a  los  que 
estén  mas  adentro,  cuidando  que  no  se  vengan  sobre  los  otros. 

«Si  el  vestido  blanco  no  bastase  para  distinguir  a  los  asal- 
tadores por  la  oscuridad  deia  noche,  las  palabras  de  orden  i 
contraseña  serán  Gloria,  que  se  responderá   por  Victoria.* — 

«En  la  noche  del  4  de  noviembre,  los  botes  desatracaron  da 
la  O'IIiggins,  i  se  ejercitaron  en  la  oscuridad  para  la  fun- 
ción que  debían  emprender  en  la  siguiente  noche.  Efectiva- 
mente, el  dia  5  estaba  designado  por  el  almirante  para  dar  el 
golpe;  i  a  fin  de  hacer  que  el  enemigo  estuviese  menos  aperci- 
bido a  la  resistencia,  la  U'IIiggins,  a  cuyo  bordo  se  habia 
recojido  toda  la  jente  destinada  a  la  empresa,  hizo  señales  pa- 
ra que  el  Lautaro,  la  Independencia  i  el  Araucano  saliesen 
de  la  bahía.  Este  artificio  produjo  completo  resultado:  los  es- 
pañoles quedaron  convencidos  de  que  nada  tenían  que  temer 
por  esa  noche,  i  supusieron  que  la  escuadra  salía  a  perseguir 
alguna  vela  descubierta  en  alta  mar.  Estando  así  todo  dis- 
puesto, a  las  diez  i  media  de  la  noche,  catorce  botes  partieron 
de  la  O'IIiggins  en  las  dos  líneas  prevenidas  por  el  almiran- 
te, guardando  todos  el  mayor  silencio.  La  fragata  Macedonia 
de  los  Estados  Unidos  i  la  Ili/perion  de  Su  Majestad  Británi- 
ca estaban  ancladas  fuera  de  la  percha  que  guarnecía  los  bu- 
ques enemigos,  en  el  tránsito  por  donde  debían  pasar  los 
botes.  Los  centinelas  do  la  primera  habían  comenzado  a  dar 
la  voz  de  alarma;  pero  los  oficiales  los  hicieron  callar  i  mani- 
festaron en  voz  baja  a  nuestros  marinos  sus  deseos  de  quo 
obtuviesen  un  feliz  resultado;  no  así  los  de   la  Hyperion,  cu- 


'96  5CÜL0S  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


yos  centinelas  no  cesaron  de  dar  voces  liasta  que  pasaron  los 
botes.  A  las  doce  llegaron  éstos  a  la  línea  de  las  cañoneras 
enemigas,  una  de  las  que  dio  el  quién  vive.  Lord  Coehrane, 
que  iba  en  el  primer  bote,  contestó  silencio  o  mueres:  el  pavor 
no  dejó  al  enemigo  oro  partido  que  el  déla  obediencia,  i  a 
poco  andar  los  botes,  salvando  aquel  primer  obstáculo,  estu- 
vieron sobre  la  Esmeralda.  El  capitán  Guise,  con  los  del 
Lautaro  i  la  Independencia,  tomó  el  costado  de  babor;  lord 
Coehrane,  con  los  de  la  0' Higgins,  el  de  estribor.  Su  Señoría 
se  lanzó  por  el  pasavante,  i  mató  al  centinela  que  estaba  en 
aquel  lugar.  En  este  momento,  los  asaltadores  abordaron  la 
Esmeralda  por  todas  partes;  i  Coehrane  i  Guise,  cuya  rivalidad 
empeñaba  su  honor  en  aquel  lance,  se  dieron  la  mano  en  el 
alcázar  de  popa.  La  tripulación  de  la  Esmeralda,  a  pesar  de 
estar  prevenida  para  todo  lance,  no  alcanzó  a  hacer  oportuna 
resistencia,  i  se  reconcentró  sobre  el  castillo  de  proa.  Allí  sos- 
tuvo por  mas  de  un  cuarto  de  hora  un  vivo  fuego  de  fusil, 
haciendo  también  valer  en  el  combate  el  arma  blanca.  La  cu- 
bierta «staba  anegada  en  sangre;  i  los  muertos  i  heridos  que 
habían  caído,  impelían  el  movimiento  de  los  combatientes.  Al 
fin,  la  intrepidez  de  Los  asaltadores  quedó  dueña  de  la  fragata; 
mas,  como  varios  oficiales  i  marineros  habían  sido  heridos,  i  Co- 
chrane  mismo  bahía  corrido  igual  suerte,  no  fué  posible  conti- 
nuar el  intento  de  apoderarse  de  los  tiernas  buques,  oomple- 
i  ui  lo  el  plan  de  a  aque  que  se  había  convenido  de  antemano. 

sapitan  Guise  mandó   picar  los  cables,  i  la   Esmeralda  co- 

;  salir  del  surjidero. 

■En  estos  momentos,   la  alarma  se.  hahia  difundido  en  los 

[as  lanchas  i  las  fortalezas;   i  lodos  ellos  disparaban 

i  confusión.  La  misma  incertidumbre  del  motivo 

de  aquella  alarma,  atormentando  los  espíritus,    hacía  redoblar 

I       ifuerzos;  i  la  bahía  ofreoia  el  mío  de  un  torbellino 

de  fuego  en  que  la  muerte  cruzaba  en  i  idas  direcoiones.   Para 
aalvarse  del  peli  fro,  la  I  W&cedonia  i  la   Hyperion 

liando  la  señal  convenida  de  unos  faroles;  pe- 
d  Coehrane   tUVO    la    feliz  ocurrencia  de   echar    lambicn 

|  le  manera  que  i  no  podían  dis- 


MEMORIA  SOBRE  LA  PRIMERA  ESCUADRA  NACIONAL  97 

• 

tinguir  los  neutrales  de  los  enemigos.  A  las  dos  i  media  de  la 
mañana,  la  fragata  i  dos  lanchas  cañoneras  tomadas  al  enemi- 
go estaban  fondeadas  fuera  de  tiro  de  cañón. 

«La  Esmeralda,  se  hallaba  en  un  excelente  estado  de  defen- 
sa, i  tenia  un  equipaje  mui  bien  disciplinado.  Según  los  esta- 
dos que  se  encontraron  a  bordo,  parece  que  habia  en  ella  la 
noche  del  combate  trescientos  veinte  hombres;  mas  al  día  si- 
guiente, cuando  se  pasó  revista  de  prisioneros,  so  vio  que  su 
número  apenas  llegaba  a  ciento  setenta  i  tres,  de  manera  quo 
la  pérdida  del  enemigo  consistió  en  ciento  cincuenta  i  siete 
hombres,  sin  contar  un  gran  número  de  heridos  que  ese  mis- 
mo dia  se  mandaron  a  tierra  con  un  parlamentario.  Entre  los 
prisioneros,  estaba  el  comandante  de  la  Esmeralda  don  Luis 
Coig,  herido  por  una  bala  de  cañón,  que  disparó  al  buque  una 
lancha  española  en  los  momentos  del  combate.  Ademas  se  to- 
mó en  ella  el  estandarte  del  comandante  jeneral  del  apostadero 
don  Antonio  Vacaro.  La  fragata  montaba  cuarenta  i  cuatro 
cañones,  i  tenia  a  su  bordo  provisiones  para  tres  meses  i  un 
repuesto  de  jarcia  para  dos  años. 

«La  pérdida  de  los  chilenos  consistió  en  once  muertos  i  trein- 
ta heridos. » 


Un  juicio  maduro,  que  templa  hasta  los  arrebatos  del  pa- 
triotismo, i  pone  cada  cosa  en  el  lugar  que  le  corresponde  sin 
exajeraciones  ni  declamaciones,  es  otra  de  las  prendas  que 
distinguen  la  memoria. 

El  lenguaje  del  señor  Reyes  es  jeneralmentc  puro  i  correc- 
to. Pero  nos  permitirá  decirle  que  desearíamos  hubiese  sido 
algo  mas  castigado  i  severo  en  este  punto,  dando  así  un  buen 
ejemplo  a  nuestros  jóvenes,  que,  a  decir  verdad,  no  son  bas- 
tante cuidadosos  en  la  elección  de  sus  voces  i  frases.  No  nos 
preciamos  de  puristas;  no  condenamos  la  introducción  de  nue- 
vos vocablos,  cuando  son  necesarios  para  expresar  ideas  nue- 
vas;  ni  tampoco  estamos  reñidos  con  los  provincialismos 
cuando  no  desfiguran  el  castellano,  idioma  común  de  la  Es- 
paña i  de  los  pueblos  hispano-americanos,  que  está  destinado 
a  ser  un  activo  vehículo  de  comunicaciones  intelectuales  entre 

OPLSC.  13 


98  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

tantas  naciones.  Lo  que  reprobamos  ciertamente  es  la  afecta- 
ción de  jiros  afrancesados,  que,  empañando  la  tersura  de  la 
dicción,  perjudican  mucho  al  efecto  literario  de  producciones 
en  que  brilla  el  injenio.  El  señor  Reyes  no  escribe  así,  pero  es 
joven;  i  las  numerosas  ocupaciones  de  que  está  abrumado,  no 
le  dieron  tiempo  para  revisar  i  correjir  su  interesante  opús- 
culo. A  esto  deben  atribuirse  sin  duda  los  pocos  i  lijeros  des- 
cuidos que  notamos  en  él.  Reconocemos  en  el  señor  Reyes 
una  intelijencia  privilejiada,  enriquecida  de  cuanto  se  necesita 
para  formar  un  escritor  elocuente;  i  desearíamos  estimularle 
a  que  cultivase  con  esmero  sus  felices  disposiciones  naturales. 

{El  Araucano,  Año  de  1816.) 


BOSQUEJO  HISTÓRICO 

DE  LA 

CONSTITUCIÓN    DEL  OOIíIKUNO    DB    CHILE   DORANTE    BL   PRIMER 
PERÍODO  DE  LA  REVOLUCIÓN 

DESDE  1810  HASTA   1814 

POR    DON    JOSÉ    VICTORINO    LASTARIUA 


Esta  obra  ha  sido  premiada  en  el  concurso  universitario  de 
1847;  i  su  autores  ventajosamente  conocido  por  otras  produc- 
ciones literarias,  que  le  colocan  entre  los  mas  distinguidos  i 
laboriosos  miembros  de  la  universidad  i  del  Instituto  Nacional. 
El  presente  no  es  el  menos  interesante  de  los  trabajos  que, 
desde  la  reorganización  de  la  universidad  en  1843,  han  ilus- 
trado la  historia  do  Chile,  i  a  que  dio  principio  el  mismo  señor 
Lastarria  en  sus  Investigaciones  sobre  la  influencia  social 
de  la  conquista  i  del  sistema  colonial  de  los  esjiañoles  en 
Chile:  memoria  presentada  a  la  universidad  en  el  solemne 
aniversario  do  1844. 

Preceden  al  Bosquejo  un  discurso  destinado  a  servirle  de 
prólogo,  por  don  Jacinto  Chacón,  profesor  de  historia  en  el 
Instituto  Nacional,  i  un  informe  de  don  Antonio  Varas  i  don 
Antonio  García  Reyes,  miembros  de  la  comisión  universitaria 
encargada  de  examinar  i  calificar  la  obra.  Estas  dos  piezas 
contienen  dos  apreciaciones  harto  diversas,  i  nos  presentan  el 
Bosquejo  Histórico  bajo  dos  puntos  de  vista  opuestos;  pero 
una  i  otra  son  bastante  honoríficas  al  autor.  Por  nuestra  parte, 


100  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


adherimos  al  informe.  Si  no  descubre  la  pretensión  de  remon- 
tar el  vuelo  a  las  altas  rejiones  de  la  metafísica  histórica,  en 
recompensa  caracteriza  la  obra  del  señor  Lastarria  con  mucha 
sensatez  e  imparcialidad,  i  nos  da  al  mismo  tiempo  ideas  cla- 
ras i  exactas  del  verdadero  ministerio  de  la  historia  i  del  modo 
de  cultivarla  con  fruto. 

«La  comisión  se  siento  inclinada  a  desear  que  se  emprendan 
antes  de  todo  trabajos  destinados  principalmente  a  poner  en 
claro  los  hechos;»  ella  cree  que  «la  teoría  que  ilustre  esos  he- 
chos vendrá  en  seguida,  andando  con. paso  firme  sobro  terreno 
conocido.»  Nosotros  participamos  del  mismo  deseo,  i  lo  cree- 
mos suficientemente  justificado  por  las  consideraciones  con  que 
principia  el  prólogo.  El  señor  Chacón  ha  reconocido  que  «la 
formación  de  la  historia  constitucional,  que  no  esotra  cosa 
que  el  desenvolvimiento  progresivo  del  orden  de  principios 
sobre  que  descansa  la  sociedad,  no  debió  aparecer  sino  después 
que  la  ciencia  de  la  historia,  pasando  por  todos  sus  grados  su- 
cesivos desde  el  simple  cronista  hasta  el  filósofo  que  descubre 
las  leyes  de  rotación  de  la  humanidad,  hubo  llegado  a  su  últi- 
mo desarrollo.»  Admitiendo  estas  ideas  (bien  que  no  lo  hace- 
mos sino  con  ciertas  restricciones  que  manifestaremos  mas 
adelante),  estamos  autorizados  para  deducir  que,  en  Chile,  co- 
mo en  Europa,  los  estudios  históricos  deben  andar  el  mismo 
camino  desde  la  crónica  que  nos  da  el  inventario  do  los  suce- 
sos, hasta  la  filosofía  que  los  concentra  i  resume,  i  hasta  la 
historia  constitucional,  quo  es,  según  el  modo  de  pensar  del 
RefiOT  Chacón,  la  última  expresión  deesa  filosofía.  ¿En  qué  so 
fon  la,  pues,  <'l  desden  con  que  el  ilustrado  autor  del  prólogo 
ha  mirado  <-l  deseo  «Ir  Los  comisionados?  ¿Desean  éstos  otra  oo- 
■aque  la  realización  en  ('hile  del  desarrollo  progresivo  déla 
historia,  dibujado  en  las  primeras  lincas  del  prólogo?  llai  aquí 

i  de  inconsecuente,  <>  ;i  1<>  menos  de  oscuro;  i  la  ínoonse- 
Buendao  la  oscuridad  sube  de  punto,  comparando  aquellas 
lineas  con  otros  pasajes,  sí  era  forzoso  que  la  historia  oonsti- 
taejona]  apareciese  después  que  la  oienois  histórica  hubiese 
caminado  paso  a  paso  desde  la  crónica  hasta  la  mas  sublime 

la  historia  de  la  constitución,  que  es  el  último 


BOSQUEJO  HISTÓRICO  DE  LA  CONSTITUCIÓN  DEL  GOBIERNO  101 


término,  ¿cómo  es  posible  que  el  historiador  político  estudie 
en  la  escuela  del  historiador  constitucional,  i  aprenda  en 
ésta  a  comprender  los  hechos,  antes  de  empezar  a  contar- 
los? ¿Cómo  puodeser  primero  fijar  los  principios  i  después 
sus  consecuencias  o  los  hechos,  contra  el  parecer  de  la  co- 
misión universitaria?  Con  todo  nuestro  respeto  a  los  exten- 
sos conocimientos  del  joven  profesor,  no  podemos  disimular 
que  pensamos  de  mui  diverso  modo.  No  es  «ese  el  proceder 
do  toda  ciencia,  i  principalmente  el  déla  ciencia  histórica».  Por 
mas  que  diga  el  señor  Chacón,  el  proceder  de  toda  ciencia  de 
hechos,  confirmado  por  la  experiencia  del  mundo  científico 
desde  la  restauración  do  las  letras,  es  precisamente  inver- 
so. Primero  es  poner  en  claro  los  hechos,  luego  sondear  su 
espíritu,  manifestar  su  encadenamiento,  reducirlos  a /vastas  i 
comprensivas  jeneralizaciones.  Las  leyes  morales  no  pueden 
rastrearse  sino  como  las  leyes  de  la  naturaleza  física,  dele- 
treando, por  decirlo  así,  los  fenómenos,  las  manifestaciones 
individuales.  Aquellas  sin  duda  nos  harán  después  com- 
prender mejor  las  individualidades;  pero  solo  por  medio  do 
éstas  podemos  remontarnos  a  la  síntesis  que  las  compendia 
i  formula. 

Poner  en  claro  los  hechos  le  ha  parecido  al  señor  Chacón 
una  cosa  demasiado  humilde  i  me/.juina.  Según  él,  la  natu- 
raleza del  talento  i  do  los  estudios  del  señor  Lastarria  no   lo 
permitía  anonadar  sus  fuerzas  i  quedar  inferior  a  sí  mismo, 
reduciéndose,  como  hubiera  querido  la  comisión  informante, 
a  poner  en  claro  los  hechos,  a  ser  un  mero  cronista.   Pero 
poner  en  claro  los  hechos  es  algo  mas  que  apuntarlos  a  la 
lijera  en  sumarios  descarnados,  que  no  penetran  mas  allá  de    / 
su  parte  exterior,  tanjible.  Poner  en  claro  los  hechos  es  escri*    \ 
bir  la  historia;  i  no  merece  este  noniKre  sino  la  que  se  escribo 
a  la  luz  do  la  filosofía,  esto  es,  con  un  conocimiento  adecuado 
do  los  hombres  i  de  los  pueblos,  i  esta  filosofía  ha  existido,  ha 
centelleado  en  las  composiciones  históricas  mucho  antes  del    ¡ 
siglo  XIX.  No  so  pueden  poner  en  claro  los  hechos  como  lo    ( 
hicieron  Tucídides  i  Tácito,  sin  un  profundo  conocimiento  del 
corazón  humano;  i  permítasenos  decir  (aunque  sea  a  costa  do 


i  Oí  OPÚSCULOS  LITEHARIOS  I  CRÍTICOS 

parecer  anticuados  i  rancios)  que  se  aprende  mejor  a  conocer 
el  hombre  i  las  evoluciones  sociales  en  los  buenos  historiado- 
res políticos  de  la  antigüedad  i  do  los  tiempos  modernos,  que 
en  las  teorías  jenerales  i  abstractas  que  se  llaman  filosofía  de 
la  historia,  i  que  en  realidad  no  son  instructivas  i  provechosas, 
sino  para  aquellos  que  han  contemplado  el  drama  social  vi- 
viente en  los  pormenores  históricos.  Bernal  Diaz  del  Castillo 
es,  si  se  quiere,  un  mero  cronista.  I  con  todo  eso  nos  inclina- 
mos a  creer  que  ninguna  síntesis,  ninguna  colección  de  afo* 
rismos  históricos,  nos  hará  jamas  concebir  tan  vivamente  la 
conquista  de  América,  los  hombres  que  la  llevaron  a  cabo,  el 
espíritu  do  la  época,  las  costumbres,  el  corazón  de  la  socie- 
dad bajo  una  do  sus  fases  mas  extraordinarias,  como  aquella 
serie  de  animados  cuadros  i  de  palpitantes  retratos  que  nos 
exhibe  «el  rejidor  perpetuo  do  la  ciudad  do  Guatemala»  con 
su  sentido  común,  su  relación  candorosa,  su  estilo  rastrero, 
''■  i  sus  desaliñadas  cuanto  pintorescas  frases,  que  están  en  cons- 
tante transgresión  de  todas  las  reglas  gramaticales.  La  verda- 
dera filosofía  de  la  historia  no  es  una  cosa  tan  nueva,  como 
algunos  piensan.  Los  siglos  XVIII  i  XIX  la  lian  dado  una 
nomenclatura,  un  encadenamiento  rigoroso;  la  han  hecho  una 
ciencia  aparte;  pefO  (H0  nos  cansaremos  de  repetirlo]  pura  los 
que  no  lian  estudiado  loa  hechos,  las  individualidades,  esas 
deducciones  sintéticas  de  nada  sirven,  a  no  sor  que  se  crea 
(¡nóvalo  algo  una  memoria  poblada  do  juicios  ajenos,  cuyo 
fundamento  se  ignora,  o  solo  so  vislumbra  do  un  modo  super- 
ficial i  vago. 

YA  ilustra  lo  profesor  conocerá  acaso  mejor  que  nosotros  la 

naturaleza  del  talento  i  de  los  estudios  del  señor  Lastarria. 

» juzgando  por  algunos  trozos  del  Bosquejo  i  por  algunas 

ueltas  de  tu  elegante  pluma  en  «'1  jéneró 

narrativo,  lo  creeríamos  mui  capa/,  do  esoribir  esa  historia 
política  tan  injustamente  desdeñada  por  el  señor  ( ¡hacon,  i  do 
de  trabajos  un  nuevo  lustro  a  su  reputa** 
ekm  literaria,  I  a  Etobertson^  na  Hume,  un  Gibbon,  un  lord 
Mahnn,  un  Thicrry,  uii  Thjors,  un  Micholot,  un  Presoptt,  no 
<  do  un  rango  oscuro  .n  la  república  de  las  letras; 


UOSQUEJO  HISTÓRICO  DE  LA  CONSTITUCIÓN  DEL  GOBIERNO  103 

ni  hai  talento  tan  distinguido  que  se  anonadase  o  se  hiciese 
inferior  a  sí  mismo,  escribiendo  la  historia  como  ellos. 

Las  composiciones  históricas  mas  filosóficas  del  siglo  XIX, 
en  parte  nos  dan  a  conocer  hechos  nuevos,  i  en  parte  suponen 
el  conocimiento  de  los  que  ya  se  hallaban  consignados  en 
otros  escritos.  Por  ejemplo,  la  Historia  de  la  Civilización 
de  Guizot  es  casi  un  libro  cerrado  para  el  que  no  sepa  sufi- 
cientemente la  historia  de  Francia  i  de  Europa;  i  si  no  lo  es 
enteramente,  es  porque  el  autor  cuenta,  describe,  lo  que  hace 
muchas  veces  copiando....  ¿qué?:  las  crónicas,  las  hajiografías, 
las  escrituras  i  diplomas  do  la  edad  media.  Tan  esencial  es  el 
estudio  de  la  individualidad,  que  talvez  no  se  ha  dudo  nunca 
la  importancia  que  en  nuestros  días  a  la  adquisición  de  ma- 
nuscritos  curiosos,  de  antiguallas,  de  documentos  primitivos. 
La  erudición  desentierra,  del  fondo  de  los  archivos,  materiales 
largo  tiempo  olvidados;  i  de  ellos  es  de  donde  saca  la  historia 
política,  i  hasta  la  novela  histórica,  los  pormenores  que  dan 
interés  i  vida  a  sus  cuadros;  así  como  en  los  trabajos  del  histo- 
riador político  es  donde  el  filósofo, elabora  sus  inducciones.  El 
Bosquejo  mismo,  ¿qué  es?:  un  estudio  filosófico  de  cierta  clase 
do  hechos  que  se  suponen  conocidos  do  los  chilenos  por  la  tra- 
dición o  por  escritos  precedentes.  El  autor  no  se  desentiende 
do  los  hechos,  do  las  individualidades:  al  contrario,  las  pinta, 
en  cuanto  son  necesarias  a  su  objeto;  i  eso  es  lo  que  a  nuestro 
juicio  hace  mas  instructiva  la  obra.  Talvez  por  no  estar 
suficientemente  comprobados  los  antecedentes,  no  tendrá  bas- 
tantes garantías  la  fidelidad  de  la  pintura,  como  opina  la 
comisión;  poro  que  en  el  Bosquejo,  hai  algo  mas  que  princi- 
pios i  jeneralidados,  que  el  Bosquejo  es  una  historia  política 
propiamente  tal,  aunque  rápida  i  compendiosa,  nos  parece  in- 
cuestionable. Tal  ha  sido  el  pensamiento  del  señor  Lastarria;  el 
título  de  la  obra  lo  indica;  i  la  ejecución  corresponde  al  desig- 
nio. I  por  eso  hai  cierta  especie  de  contradicción  entre  el  ¡uró- 
logo i  el  Bosquejo,  relativamente  a  la  naturaleza  do  la  histo- 
ria constitucional  i  al  campo  que  abraza.  Según  el  prólogo, 
ella  es  el  último  resumen,  la  quinta  esencia,  por  decirlo  así, 
de  toda  la  historia  positiva.   El  señor  Lastarria,  al  contrario,. 


lUi  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 

no  la  considera  sino  como  una  historia  especial,  como  la  his- 
toria de  la  sociedad  bajo  uno  do  sus  mas  importante  aspectos. 
Oigámosle: 

«Un  escritor  distinguido  ha  dicho  que  entramos  hoi  dia  al 
siglo  de  las  constituciones;  que  los  pueblos  de  la  historia  mo- 
derna que  no  poseen  un  contrato  social  combaten  por  conquis- 
tarlo, o  al  menos  lo  desean.  Esta  verdad  que  resalta  en  el 
cuadro  de  los  hechos  que  forman  la  vida  del  presente  siglo, 
nos  induce  a  considerar  como  una  parte  esencial  de  la  his- 

!toria  de  un  pueblo  la  historia  de  su  constitución  política,  tanto 
mas  en  América,  cuyos  estados  han  nacido  en  el  rójimen 
constitucional,  han  combatido  por  él,  se  han  desgarrado  sus 
propias  entrañas  por  él,  se  desarrollan  en  él,  i  no  vivirán  ni 
-4  i)  se  consolidarán  sino  bajo  su  amparo.»  En  efecto,  la  historia 
de  la  constitución  de  un  pueblo,  es  como  la  de  su  relijion,  la 
de  su  comercio,  la  de  su  industria,  la  de  sus  letras:  un  ele- 
mento integrante  del  todo  indiviso  en  que  trabaja  la  historia 
nacional;  un  elemento  que  conviene  estudiar  separadamente, 
como  a  cada  uno  de  los  otros,  para  comprender  mejor  sus  an« 
tecedentes,  su  jenio  local,  sus  influencias  i  el  porvenir  que  lo 
aguarda. 

Obsérvese  ademas  que  el  señor  Lastarria  no  trata  sino  de 
las  constituciones  políticas  escritas,  las  cuales  no  son  amenu- 
do  verdaderas  emanaciones  del  corazón  de  la  sociedad,  por- 
que suelo  dictarlas  una  parcialidad  dominanto,  o  enjondrarlas 
en  la  soledad  del  gabineto  un  hombro  que  ni  aun  représenla 
un  partido;  un  cerebro  excepcional,  que  encarna  en  su  obra 
sus  nociónos  políticas,  sus  especulaciones  filosóficas,  sus  preo» 
OUpaciones,  sus  utopias.  De  esto  no  sería  menester  ir  mui  le- 
jos para  encontrar  ejemplos. 

Una  reflexión  nos  ocurro.  El  señor  Chacón  identifica  la 
constitución  de  uu  pueblo,  no  solo  con  sus  Instituciones,  sino 
con  sus  Ideas,  oreenoias,  costumbres.  Ahora  bien,  lasoonsti» 
tuokmes  «l  •  I  >s  híspano-amerioanos  han  sido  hedías  a 

la  ii;  emejanzads  las  constituciones  anglo-amerioanas. 

¿No  se  seguirla  deaqui  que  las  ideas,  oreenoias  i  costumbres 
alieno,  del  peruano,  de]  mejicano,  tienen  la  misma  ana- 


BOSQUEJO  HISTÓRICO  DE  LA  CONSTITUCIÓN  DEL  GOBIERNO  195 

lojía  con  las  ideas,  creencias  i  costumbres  de  los  habitantes 
de  Nueva  York  o  de  la  Pensilvania?  ¿I  no  es  cierto  que,  en  vez 
deanalojías,  hai  decididos  contrastes  entre  el  carácter,  el  jenio, 
el  corazón  de  aquellas  sociedades  i  el  de  la  nuestra? 

Taívez  las  contradicciones  e  inexactitudes  que  hemos  nota» 
do,  no  lo  serán  sino  en  la  apariencia,  i  solo  consistirán  en  que 
no  hemos  acertado  a  entender  perfectamente  el  sentido  de  al- 
gunas expresiones  del  señor  Chacón.  Lo  recelamos  tanto  mas, 
cuanto  es  mas  alto  el  concepto  que  su  capacidad  i  sus  vast03 
estudios  históricos  nos  han  merecido.  Si  así  es,  desearíamos 
que  se  rectificasen  nuestros  equivocados  juicios.  Desearíamos 
sobre  todo  que  no  se  sancionase  con  la  doctrina  del  prólogo 
el  modo  de  pensar  de  aquellos  que,  limitándose  a  los  resulta- 
dos jenerales,  pretenden  reducir  la  ciencia  histórica  a  un  esté-  f(  *  ♦, 
ril  i  superficial  empirismo.  Porque  en  nuestra  humilde  opinión, 
tan  empírico  es  el  que  solo  aprende  de  segunda  o  tercera  mano 
proposiciones  jenerales,  aforísticas,  revestidas  de  brillantes 
metáforas,  como  el  que  se  contenta  con  la  corteza  de  los  he- 
chos, sin  calar  su  espíritu,  sin  percibir  su  eslabonamiento.  Es 
preciso  en  toda  clase  de  estudios  convertir  los  juicios  ajenos 
en  convicciones  propias.  Solo  de  este  modo  se  aprende  una 
ciencia.  Solo  de  este  modo  puede  apropiarse  la  juventud  chi-  *  f 
lena  el  caudal  de  conocimientos  con  que  la  brinda  la  culta  /// 
Europa,  i  hacerse  capaz  de  contribuir  a  él  algún  dia,  de  enri- 
quecerlo i  hermosearlo.  Tenemos  por  seguro  que  el  señor 
Chacón  no  ha  dirijido  de  otro  modo  sus  estudios,  i  casi  nos 
lisonjeamos  de  que,  en  las  ideas  que  acabamos  de  emitir,  él  i 
nosotros  estamos  de  acuerdo. 

(El  .Araucano,  Año  do  1818.) 


>4  CÍO  y 

1 


MODO  DE  ESCRIBIR  LA  HISTORIA 


«No  hai  peor  guia  en  la  historia  que  aquella  filosofía  siste- 
mática, que  no  ve  las  cosas  como  son,  sino  como  concuerdan 
con  su  sistema.  ]}n  cuanto  a  los  de  esta  escuela,  exclamaré 
con  Juan  Jacobo  Rousseau:  Hechos!  Hechos!» — Carlos  du 
Rozoir. 

«Los  historiadores  formados  por  el  siglo  XVIII  se  dejaron 
preocupar  demasiado  por  la  filosofía  de  su  tiempo....  Trataron 
los  hechos  con  el  desden  del  derecho  i  de  la  razón:  cosa  mui 
buena  seguramente  para  operar  una  revolución  en  los  espíri- 
tus i  en  el  estado,  pero  que  lo  es  mucho  menos  para  escribir 
la  historia,  lloi  no  es  ya  permitido  escribir  la  historia  en  el 
ínteres  de  una  sola  idea.  Nuestro  siglo  no  lo  quiere:  exije  que 
se  le  diga  todo;  que  se  le  reproduzca  i  se  lo  explique  la  exis- 
tencia do  las  naciones  en  sus  diversas  épocas,  i  que  se  dé  a 
cada  siglo  pasado  su  verdadero  lugar,  su  color  i  su  significa- 
ción. Esto  es  lo  que  yo  he  procurado  hacer  para  el  gran  su- 
ceso cuya  historia  he  emprendido.  No  he  consultado  mas  que 
los  documentos  i  los  tcxtqs  orijinales,  sea  para  individualizar 
las  varias  circunstancias  de  la  narrativa,  sea  para  caracterizar 
las  personas  i  las  poblaciones  que  figuran  en  ella.  Tanto  es 
lo  que  he  sacado  de  esos  textos,  que  me  lisonjeo  de  haber  de- 
jado poco  que  tomar.  Las  tradiciones  nacionales  de  las  pobla- 
ciones menos  conocidas  i  las  antiguas  poesías  populares,  me 
han  suministrado  muchas  indicaciones  acerca  del  modo  do 
existencia,  los  sentimientos  e  ideas  de  los  hombres  en  los 
tiempos  i  lugares  a  que  transporto  al  lector. 


103  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


«En  cuanto  a  la  relación,  he  adherido  cuanto  me  ha  sido 
posible  al  lenguaje  de  los  historiadores  antiguos,  contemporá- 
neos de  los  hechos,  o  cercanos  a  ellos.  Cuando  me  he  visto 
precisado  a  suplir  su  insuficiencia  por  consideraciones  jenera- 
les,  he  tratado  de  autorizarlas  reproduciendo  los  rasgos  ordi- 
nales que  me  habían  conducido  a  ellas  por  inducción.  En  fin, 
he  conservado  siempre  la  forma  narrativa,  para  que  el  lector 
no  pasase  súbitamente  de  una  relación  antigua  a  un  comenta- 
rio moderno,  i  para  que  la  obra  no  presentase  las  disonancias 
que  resultarían  de  fragmentos  jdejcrónicas,  entreverados  de 
disertaciones.  Por  otra  parte,  he  creído  que,  aplicándome  mas 
a  referir  que  a  disertar,  aun  en  la  exposición  de  los  hechos  i 
resultados  jenerales,  podría  dar  una  especie  de  vida  histórica  a 
las  masas  de  hombres,  como  a  los  personajes  individuales,  i 
que  de  esta  manera  en  el  destino  político  de  las  naciones  ha- 
llaríamos algo  de  aquel  interés  humano  que  inspiran  involun- 
tariamente los  pormenores  injenuos  de  las  vicisitudes  do  for- 
tuna i  las  aventuras  de  un  solo  hombre. 

«Me  propongo,  pues,  presentar  con  la  mayor  individualidad 
la  lucha  nacional  que  se  siguió  a  la  conquista  do  la  Inglate- 
rra por  los  normandos  establecidos  enlaGalia.» — Agustín 
Thierry. 

Sismondi  anuncia  que  so  propone  escribir  la  historia  de 
Francia  hasta  Luis  XVI,  i  quo  terminará  este  trabajo  con  la 
filosofía  do  la  historia  do  Francia:  «Si  me  quedare  bastante 
vida  i  salud,  para  llevar  hasta  el  fin  la  tarca  que  he  tomado  a 
mi  cargo,  pediré  a  esos  trece  siglos  las  lecciones  que,  sobro 
las  ciencias  sociales,  nos  tienen  guardadas,  Trataré  sobre  to- 
do do  «lar  a  conocer  eso  progreso  sucesivo  de  la  condición  do 
los  pueblos,  esa  organización  interior,  ese  estado  de  bienestar 

o  do  desazón,  que  debe  mirarso  como  el  gran  resultado  do  las 
instituciones  públicas,  i  que    puede  SOÍO  ensenarnos   a  distin- 
guir con  certidumbre  lo  (pie  moroco  en  ellas  nuestra  aproba- 
ción o  nuestra  censura. 
«Debo  también  decir  aqui  algunas  palabras  sobre  el  método 

qu<-  he    adoptado    para    trabajar    sobiv   documentos  antiguos. 
Me  lisonjeo  de  quo  a  la  primen  ojeada  ningún  lector  vacilará 


MODO  DE  ESCRIBIR  LA  HISTORIA  Iü9 

en  reconocer  que  esta  historia  no  es,  como  muchas  otras,  una 
compilación  ejecutada  sobre  compilaciones.  Mi  trabajo  princi- 
pia i  acaba  en  los  orijinales,  según  el  consejo  que  me  dio  en 
otro  tiempo  el  gran  historiador  Juan  de  Muller.  He  buscado 
la  historia  en  los  contemporáneos,  i  tal  como  se  presentó  a 
ellos....  Cito  siempre  sus  autoridades  para  poner  al  lector  im- 
parcial en  estado  de  verificar  mi  trabajo,  i  de  formar  su  jui- 
cio con  los  mismos  datos  que  me  han  servido  para  el  mió. » 
— Sismondi. 

«La  historia  no  tiene  valor,  sino  por  las  lecciones  que  nos 
da  acerca  de  los  medios  du  hacer  felices  i  virtuosos  a  los  hom- 
bres; i  los  hechos  no  tienen  importancia,  sino  en  cuanto  repre- 
sentan ideas.  Pero,  por  otra  parte,  es  demasiado  cierto  que  el 
espíritu  de  sistema  los  disciplina  con  facilidad,   i  que  en  el 
caos  de  los  sucesos  se  hallarán  siempre  ejemplos  en  que  apo- 
yar las  mas  insensatas  teorías.  He  visto  mil  veces  la  verdad 
forzada  a  servirá  la  mentira;  i  esta  charlatanería,  tan  frecuen- 
te en  los  escritores  superficiales,  me  ha  hecho  sentir  mas  que 
cualquiera  otra  cosa  todo  el  valor  de  las  individualidades,  to- 
da la  importancia  de  un  examen  escrúpulos»  hasta   de  las 
menores  circunstancias.    Talvez  se  creerá  que  doi  una  aten- 
ción demasiado  minuciosa  a  hechos  comparativamente  peque- 
ños; que  refiero  muchos  que  tanto  valdría  haber   ignorado;  i 
que  si  yo  hubiese  reducido  a  cuatro  tomos  una  narración  que 
abraza  dieziseis,  hubiera  podido  encerrar  en  este  estrecho  cua- 
dro las  grandes  lecciones  de  la  historia,   i  desenvolver  sufi- 
cientemente los  principios  que  he  deseado  grabar  en  la  me- 
moria de  los  lectores.  Pero  se  olvida  que,   procediendo  así,    < 
hubiera  entresacado  los  hechos  en  vez  de  consignarlos,  i  que 
las  conclusiones  que  hubiese   presentado  entonces  habrían  de- 
pendido del  espíritu  que  hubiese  presidido  a  la  elección,  i  no   i 
de  los  hechos  mismos.  Al  contrario,  he  querido  que  la  histo-   \ 
ria  de  Italia  se  presentase  a  la  vista  del  lector  como  un  grupo 
aislado;  i  que  él  pudiese  recorrerla  en  cierto  modo,  i  contem- 
plarla bajo  todos  sus  aspectos.  No  he  ocultado  los  sentimien- 
tos de  que  me  he  sentido  animado  a  vista  de  ella,  pero  he 
querido  dejar  al  lector  la  independencia  de  sus  juicios.   Ahí 


110  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


están   los  hechos;   si  alguna  otra   interpretación  les  cuadra, 
puede  dársela. » — Sísmondi. 

Villemain  no  perdona  a  Robertson  el  haber  descartado  de 
su  Introducción  a  la  Historia  de  Carlos  V  ciertas  particu- 
laridades que  presenta  después  bajo  la  forma  do  notas  o  do- 
cumentos justificativos.  «Se  admira,  se  alaba^mucho  esa  In- 
troducción; i  cierto  que  hai  en  ella  una  serenidad  de  razón, 
una  bien  entendida  distribución  de  partes,  algo  de  regular  i 
de  progresivo,  que  agrada  al  pensamiento.  Pero  la  acompaña 
un  tomo  de  notas;  i  lo  mas  curioso  es  que  en  estas  notas  es 
donde  se  encuentran  todas  las  particularidades  orijinales.... 
Robertson  nos  dirá,  por  ejemplo,  que  cierto  pueblo  bárbaro, 
invasor  de  la  Europa  civilizada,  tenia  cu  el  mas  alto  grado  la 
pasión  i  el  fanatismo  de  la  guerra.  Eso  es  lo  que  coloca  en  el 
texto;  pero  los  rasgos,  las  facciones  de  esa  ferocidad  salvaje, 
aquella  pintura  tan  singular  del  campamento  de  los  bárbaros, 
aquella  muchedumbre  que  se  agolpa  al  rededor  de  un  bardo 
de  la  selva  que  entona  canciones  marciales,  aquellas  mujeres 
i  niños  que  lloran,  porque  no  pueden  seguir  a  sus  hijos  o  a 
sus  padres  a  los  combates,  todos  aquellos  pormenores,  en  fin, 
referidos  por  el  embajador  romano  Prisco,  poseído  todavía  del 
terror  que  sintió  al  verlos  i  que  lleva  a  la  corte  bizantina,  todo 
esto  que  relega  Robertson  a  las  notas,  hace  falta  en  su  libro.» 

«Una  cosa  es  común  a  todos  ellos  (los  historiadores  grie- 
gos i  romanos),  aun   a  aquel   Salustio  que  oculta  los   pesares 
déla  ambición  frustrada  bajo  el  velo  de  una  filosofía  desalen- 
I  i  amarga:    es  el  talento   de   la   narración.   Todos  la   han 
heeho  el  fin  o  el  medio  de  sus  composiciones,  i  la  han  presen* 
tado  con  una  injenuida  l  candorosa,  o  oon  la  inspiración  de  un 
Hentímiento  vivo  i  profundo.  Si  tienen  una  opinión  que  soste- 
ner, una  moralidad  que  realzar,  se  percibe  su  oolor  en  la  na- 
rración. Sea  que  lói  hechos  se  desarrollen  ante  filos  como  un 
espectáculo,  o  que  traten  de  profundizarlos  i  de  beberán  ellos 
el  conocimiento  del  hombre  i  de  los  pueblos,  siempre  Baben 
.1  nuestra  vista  como  so  ofrecieron  a  la  suya,  lian 
lo    h  ni  sentido,    i  el  copiarlo  es   para 

eU  obra  «le  la  [majinacion. 


MODO  DE  ESCRIBIR  LA  HISTORIA  111 


«Tácito  mismo,  que  es  do  todos  ellos  el  que  mas  ha  contri- 
buido a  elevar  i  robustecer  el  pensamiento  hufnano;  aquel, 
cuyas  palabras  conversarán  et'ern  con  las  almas  que 

marchita  el  despotismo';  que  parece  saborear  el  único  eonsue- 
l(Tquo  dejan  al  hombro  la  tiranía  i  la  bajeza,  la  satisfacción 
de  conocerlas  i  despreciarlas,  ¿de  qué  medios  se  vale?  ¿Cuál  es 
su  secreto?  ¿Cómo  persuade  sus  opiniones?  ¿Cómo  demuestra 
las  causas  jenerales  o  los  motivos  particulares?  Cuenta;  i  en 
testimonio  de  sus  juicios,  pone  a  nuestra  vista  las  escenas  i 
los  personajes.  Helos  ahí;  nuestro  espíritu  puede  recojer  i 
apropiarse  juicios  profundos,  reflexiones  profundas,  bajo  la 
forma  de  imájenes  vivientes.  ¿Es  este  un  filósofo,  que  nos  da 
desde  su  cátedra  graves  i  severas  lecciones?  ¿Es  un  político, 
quo  nos  pono  delante  los  ocultos  muelles  del  gobierno?  ¿L'n 
orador,  que  pronuncia  acusaciones  formales  contra  Tiberio  i 
Seyano?  Nó:  él  es  (valiéndonos  de  la  expresión  de  Racine]  cd 
mas  gran  pintor  do  la  antigüedad. 

"cTalvez'la  época  en  que  vivimos  está  destinadas  restablecer     I 
la  narración,  i  a  restituirle  su  antiguo  honor.  Nunca  se  ha  di- 
rijido  la  curiosidad  con  mas  ansia  noeimientos  históri- 

cos. Hemos  vivido  hace  mas  de  treinta  años  en  un  mundo 
ajitado  por  tantos  i  tan  diversos  i  tan  prodijiosos  acón 
mientos;  de  tal  manera  han  rodado  delante  de  nosotros  los 
pueblos,  las  leyes,  los  tronos;  el  cercano  porvenir  está  en- 
cargado de  la  solución  de  cuestiones  tan  grandes,  que  el  pri- 
mer empleo  del  ocio  i  de  la  reflexión  es  el  estudio  de  la  bis-  f 
toria.  Como  la  existencia  de  cada  uno,  por  grande  o  pequeño 
quo  sea,  ha  llegado  a  ligarse  inmediatamente  qqn  las  vicisi- 
tudes del  destino  común;  como  la  vida,  la  fortuna,  el  honor, 
la  vanidad,  el  empleo  de  nosotros  misinos,  las  opiniones  aca- 
so, en  una  palabra,  toda  la  situación  del  ciudadano  ha  depen- 
dido i  dependo  todavía  de  los  sucesos  jenerales  de  su  país  i  del 
mundo  entero,  la  observación  ha  debido  lijarse  casi  exclusi- 
vamente en  la  historia  de  las  naciones.  A  eso  se  ha  dirijido 
la  filosofía;  porque  tusas  i  qué  efectos  hai  mas  dignos 

de  rastrearse  hasta  sus  fuentes?  La  poesía  misma  no  nos  cau- 
tiva cuando  no  nos  habla  de  lo  que  ofrece  tantas  marabillas, 


\  12  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

de  lo  que  excita  emociones  tan  vivas.  El  drama  no  parece  ya 
destinado  sino  a  reproducir  las  escenas  de  la  historia.  La  no- 
vela, composición  antes  frivola,  a  que  la  pintura  de  las  gran- 
des pasiones  habia  dado  tanta  elocuencia,  ha  sido  absorbida 
por  el  interés  histórico.  Se  le  ha  pedido,  no  que  nos  cuente 
aventuras  de  individuos,  sino  que  nos  los  muestre  como  testi- 
monios verdaderos  i  animados  de  un  país,  de  una  época,  de 
una  opinión.  Se  ha  querido  que  nos  sirviese  para  conocer  la 
vida  privada  de  un  pueblo,  ¿i  no  forma  ésta  siempre 'las  me- 
morias secretas  de  su  vida  pública? 

«Estamos  cansados  de  ver  la  historia  trasformada  en  un 
sofista  dócil  i  asalariado  que  se  presta  a  todas  las  pruebas  que 
cada  uno  quiere  sacar  do  ella.  Lo  quejse  le  piden  son  hechos. 
Como  se  observa  en  sus  pormenores,  en  sus  movimientos,  es- 
te gran  drama  de  que  somos  actores  i  testigos,  así  se  quiero 
conocer  lo  que  era  antes  de  nosotros  la  existencia  de  los  pue- 
blos i  de  los  individuos.  Se  exije  que  la  historia  los  evoque, 
los  resucite  a  nuestra  vista.» — Barante. 

Así  nos  hablan  los  mas  distinguidos  escritores  contempo- 
ráneos; casi  todos  ellos,  juntando  el  ejemplo  a  la  doctrina, 
han  dado  al  mundo  instructivas  e  interesantes  historias,  quo 
son  talvez  los   frutos  mas  sazonados  de  la  literatura  moderna. 

¡Todos  ellos  concuerdan  en  la  importancia  do  los  hechos,  [ 
consideran  la  exposición  del  drama  social  viviente  como  la 
sustancia  i  el  alma  de  la  historia.  Nuestra  autoridad  vale  mui 
poco  (por  mas  que  haya  querido  exajerarla  para  confusión 
nuestra  el  señor  Chacón,  juez  parcial  en  esta  materia).  Por 
eso,  nos  era  necesario  autorizar  las  sanas  doctrinas  con  nom- 
bres ilustres.  En  lof  pasajes  que  hemos  elejtdo  (los  primeros 
que  nos  han  venido  a  La,  mano1,  es  táoil  ver  que  lo  que  el  señor 

Chacón  llama  camino  trillado  es  el  i'mieo  camino  de  la  his- 
toria, como  ya  «  » lo  habia  dado  a  entender  en  las  pri- 
meras líneas  de  su  pnVogo,  i  (pie  solo  por  los  hechos  de  un 
pueblo,  individualizados,  vivos,  completos,  podemos  llegar  a 
la  filosofía  do  la  historia  de  ose  pueblo. 

Porque  ea  necesario  distinguir  doaespecieade  filosofía  do 
la  nial  >ria    La  una  no  ea  otra  ooaa  que  la  ciencia  de  la  huma- 


MODO  DE  ESC1UUIH  LA  HISTORIA  113 


nidad  en  jeneral,  la  ciencia  de  las  leyes  morales  i  de  las  leyes 
sociales,  independientemente  de  las  influencias  locales  i  tem- 
porales, i  como  manifestaciones  necesarias  de  la  íntima  natu- 
raleza del  hombre.  La  otra  es,  comparativamente  hablando, 
una  ciencia  concreta,  que  de  los  hechos  de  una  raza,  de  un 
pueblo,  de  una  época,  deduce  el  espíritu  peculiar  de  esa  raza, 
do  ese  pueblo,  de  esa  época,  no  de  otro  modo  que  de  los  he- 
chos de  un  individuo  deducimos  su  jenio,  su  índole.  Ella  nos 
hace  ver  en  cada  hombre-pueblo  una  idea  que  progresiva- 
mente se  desarrolla  vistiendo  formas  diversas  que  se  estam- 
pan en  el  país  i  en  la  época:  idea  que,  llegada  a  su  final  desa- 
rrollo, agotadas  sus  formas,  cumplido  su  destino,  cede  su 
lugar  a  otra  idea,  que  pasará  por  las  mismas  fases  i  perecerá 
también  algún  día;  no  do  otro  modo  que  el  hombre-individuo 
diversifica  continuamente  sus  deseos  i  sus  aspiraciones  desde 
la  cuna  hasta  el  sepulcro,  desenvolviéndose  en  cada  edad  nue- 
vos instintos  que  le  llaman  a  objetos  nuevos. 

Ivi  filosofía  jeneral  do  la  historia,  la  ciencia  de  la  humani- 
dad, es  una  misma  en  todas  partes,  en  todos  tiempos:  los 
adelantamientos  que  hace  en  ella  un  pueblo  aprovechan  a  to- 
dos los  pueblos,  ontran  en  el  caudal  común  do  quo  todos  los 
pueblos  tienen  solidariamente  el  dominio.  Es  como  en  las 
ciencias  naturales  la  teoría  de  la  atracción  o  de  la  luz:  las  le- 
yes físicas  i  químicas  lo  mismo  obraron  antes  en  el  mundo 
antidiluviano  que  ahora  en  el  nuestro;  lo  mismo  obran  en  la 
Europa  que  en  el  Japón;  los  descubrimientos  físicos  i  quími- 
cos do  la  Inglaterra  i  de  la  Francia  entran  en  el  caudal  soli- 
dario de  todas  las  naciones  del  globo.  Pero  la  filosofía  jeneral 
de  la  historia  no  puede  conducirnos  a  la  filosofía  particular  de 
la  historia  do  un  pueblo,  en  que  concurren  con  las  leyes  esen- 
ciales de  la  humanidad  gran  número  de  ajencias  e  influencias 
diversas  que  modifican  la  fisonomía  do  los  varios  pueblos, 
cabalmente  como  las  que  concurren  con  las  leyes  de  la  natu- 
raleza material  modifican  el  aspecto  de  los  varios  países.  ¿De 
qué  hubiera  servido  toda  la  ciencia  de  los  europeos  para  dar- 
les a  conocer,  sin  la  observación  directa,  la  distribución  de 
nuestros  montes,  valles  i  aguas,  las  formas  de  la  vojetacion 

OPtsc.  15 


i  1  i  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


/ 


chilena,  las  facciones  del  araucano  o  del  pehuenche?  De  mui 
poco,  sin  duda.  Pues  otro  tanto  debemos  decir  de  las  leyes 
jenerales  de  la  humanidad.  Querer  deducir  de  ellas  la  historia 
de  un  pueblo,  sería  como  si  el  jeómetra  europeo,  con  el  solo 
auxilio  de  los  teoremas  de  Euclídes,  quisiese  formar  desde  su 
gabinete  el  mapa  de  Chile. 

Así  es  como  concibe  la  filosofía  de  la  historia  el  filósofo 
que  mejor  ha  inculcado  su  importancia,  sus  elementos  i  su 
alcance.  Ella  es,  según  él,  la  filosofía  del  espíritu  humano 
aplicada  a  la  historia;  supone,  por  tanto,  la  historia;  i  de  tal 
modo  la  supone,  que  debe  ser  comprobada,  garantida  por  ella, 
para  que  estemos  seguros  de  que  es  la  expresión  exacta  de  la 
naturaleza  humana,  i  no  un  sistema  falaz  que,  impuesto  a  la 
historia,  la  adultere.  Esta  filosofía  debe  estudiarlo  todo;  debe 
examinar  el  espíritu  de  un  pueblo  en  su  clima,  en  sus  leyes, 
en  su  relijion,  en  su  industria,  en  sus  producciones  artísticas, 
en  sus  guerras,  en  sus  letras  i  ciencias;  ¿i  cómo  pudiera  ha- 
cerlo si  la  historia  no  desplegase  ante  ella  todos  los  hechos  de 
ese  pueblo,  todas  las  formas  que  sucesivamente  ha  tomado  en 
cada  una  de  las  funciones  de  la  vida  intelectual  i  moral?  Vea- 
mos de  qué  modo  figura  Víctor  Cousin  ese  vasto  i  grandioso 
trabajo;  i  dígase  si  es  posible  comprenderlo  sin  una  exposición 
completa  de  los  hechos,  quo  es  la  materia  en  quo  trabaja  el 
filósofo.  Veámoslo,  por  ejemplo,  aplicando  sus  principios,  los 
elementos  do  la  naturaleza  humana,  a  la  guerra.  «¿Queréis 
r  lo  que  vale  un  hombre?  (dice  este  elocuente  escritor); 
vedle  obrar;  ahí  es  donde  él  pone  todo  lo  que  vale;  de  la 
misma  manera  la  virtud  de  un  pueblo  aparece  en  el  campo  de 
•!la;  ahí  está  él  todo  entero  con  todo  lo  que  lo  pertenece. 
Hasta  allí  es  preciso  CJU6    la   filosofía  de  la    historia   le  siga.... 

1. 1  organización  de  los  ejércitos,  la  estratejia  misma  importa 

a  la  hist  1  el  mod  i  de  oombatir  de  los  atenienses  i  de 

Ai''n  is  i  Laoedemonia  están  allí  todas.  ¿Os 

acordáis  de  la  organizaoion  de  aquel  pequeño  ejército  griego 

.1  hombres  <il|(')  ooaduoido  por  un  joven,  ge  internó' 

I  Oriente  hasta  la  Baotriana?  ESsa  es  le  formidable  falanje 

-  1   símbolo   de  la  ex- 


MODO  DE  ESCRIBIR  LA  HISTORIA  11» 

pansion  rápida  i  poderosa  de  la  civilización  griega,  i  repre- 
senta toda  la  impetuosidad,  la  celeridad  i  el  ardor  indomable 
del  espíritu  griego  i  del  espíritu  de  Alejandro.  La  falanje  ma- 
cedonia  estaba  organizada  para  la  conquista  rápida,  para  rom- 
per por  todo,  para  invadirlo  todo.  Tiene  un  movimiento  irre- 
sistible; pero  poca  fuerza  interna,  poco  peso  i  duración.  Volved 
ahora  los  ojos  a  la  lejion  romana;  en  ella  está  toda  Roma. 
Una  lejion  es  un  gran  todo,  una  masa  enorme,  que  sacudida 
abruma  cuanto  encuentra,  sin  peligro  de  disolverse;  tan  com- 
pacta es,  tan  vasta,  tan  llena  de  recursos  en  sí  misma.  Al  as- 
pecto de  una  lejion,  nos  sentimos  como  en  presencia  de  un 
poder  irresistible,  i  al  mismo  tiempo  durable,  que  barre  el 
enemigo  i  lo  reemplaza,  ocupa  el  suelo,  se  establece  en  él,  se 
arraiga.  La  lejion  romana  es  una  ciudad,  es  un  imperio,  un 
mundo  pequeño  que  se  basta  a  sí  mismo,  porque  en  su  orga- 
nización nada  falta....  En  una  palabra,  la  lejion  era  un  ejér- 
cito organizado,  no  solo  para  avasallar  el  mundo,  sino  para 
mantenerlo  sujeto:  su  carácter  es  la  consistencia,  el  peso,  la 
duración,  la  fijeza;  es  decir,  el  espíritu  de  Roma.»  Sj_es  nece- 
sario que  la  filosofía  de  la  industria  estudie  así  cada  uno  de 
los  elementos  de  un  pueblo,  ¿no  es  claro  que  debe  existir  de 
antemano  la  historia  de  ese  pueblo,  i  una  historia  que  lo  re- 
produzca, si  es  posible,  todo  entero,  que  lo  reproduzca  ani- 
mado i  activo?  Nos  avergonzamos  de  insistir  tanto  en  una 
verdad  tan  obvia. 

El  señor  Chacón  ha  dicho  mui  bien  que  el  mundo  científico 
es  solidario:  las  conquistas  que  cada  nación,  cada  hombre,  ha- 
ce en  él,  pertenecen  al  patrimonio  de  la  humanidad.  Pero  es 
preciso  entendernos.  Los  trabajos  filosóficos  de  la  Europa  no 
nos  dan  la  filosofía  de  la  historia  de  Chile.  Toca  a  nosotros 
formarla  por  el  único  proceder  lejítimo,  que  es  el  de  la  induc- 
ción sintética.  No  por  eso  miramos  como  inútil  el  conocimien- 
to de  lo  que  han  hecho  los  europeos  en  su  historia,  aun  cuan- 
do solo  se  trate  de  la  nuestra.  La  filosofía  de  la  historia  de 
Europa  será  siempre  para  nosotros  un  modelo,  una  guia,  un 
método;  nos  allana  el  camino;  pero  no  nos  dispensa  de  an- 
darlo. 


116  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

Nuestro  joven  amigo  nos  permitirá  decirle  que  en  las  com- 
paraciones con  que  se  empeña  en  sostener  algunas  de  las  ideas 
del   prólogo,  hai  mas  poesía  que  lójica.    «¿Qué  se  pensaría 
(son  sus   palabras),  de  un    sabio  que  dijese   que  no  debemos 
aprovecharnos  del  sistema  de  ferrocarriles  europeos,  porque  es 
necesario  que  Chile  empiece  la  carrera  do  los  descubrimientos 
desde  el  simple  camino  carretero  hasta  el  ferrocarril?  ¿Qué  so 
pensaría  de  un  sabio  que  dijese  que  Chile  no  debe  aprovechar- 
so  de  la  excelencia  del  arte  dramático  europeo,  porque  debo 
empozar  la  carrera  de  este  arte,  como  la  Europa,   desde  los 
toscos  misterios?....  ¿Qué  so  pensaría  de  un  sabio  que  dijese 
que  Chile  no  debo  aprovecharse  de  los  descubrimientos  i  pro- 
gresos de  la  maquinaria  europea,    sino  que  debe  empezar,  co- 
mo la  Europa,  por  el  grosero  tejido  de  paño  burdo  i  las  cal- 
cetas de  nuestros  abuelos?»  La  verdad  es  que   esas   mismas 
proposiciones  con  una  lijera  modificación  no  tendrían  nada  do 
absurdo.  Realmente  hai,  en  todo,  cierto  camino  que  es  nece- 
sario andar,  aunque  mas  o  menos  a  prisa.   Ningún  pueblo  ne- 
cesita ya  de  producir  un  "Watt  para  tenor  ferrocarriles;  pero  sí 
le  sería  preciso  haber  principiado,  no  decimos  por  la  carretera, 
sino  por  el  angosto  sendero,  que  comunica  de  una  choza  a 
otra.  ¿Llevaría  el  señor  Chacón  el  ferrocarril  a  nuestra  colo- 
nia del  estrecho?  ¿Pondría  una    fábrica  de  encajes  o  de  sede- 
rías en  la  Araucania?  ¿I  se  necesitaría  por  ventura  ir  muí  lejos 
para  encontrar  pueblos  a  quienes  los   misterios  do  la  edad 
media  cuadrarían  mejor  que  las  trajedias  de  Raoíne  o  los  dra- 
mas do  Víctor   Hugo?   Pero  no  os  esto  en  lo  que  consiste  el 
paralojismo.  Las  comparaciones  de  que  se  sirve  el  señor  Cha- 
cón no  son  adecuadas   a  la  materia  de  que  se  trata.    Una  má- 
quina puede  trasladarso  de  Europa  a  chile  i  producir  en  Chile 
los  mismos  efectos  que  en  Europa.   Pero  la  filosofía  de  la  his- 
toria de  Francia,  por  ejemplo,  la  explioaoiori  de  las  manifes- 
taciones individuales  del  pueblo  francos  en  las  varías  épocas 

i  hiftori  de   sentido  aplicada  a  las  individualida- 

incia  jlel  pueblo/ ohileno.  Cara  lo  úni- 
co que  puedfl  servirnos   es  para    dar  una  dirección    acertarla  a 

nuestros  trabajos,  cuando,  avista  de  ios  hechos  ohileno 


MODO  DE  ESCRIBIR  LA  HISTORIA  \  17 


todas  sus  circunstancias  i  pormenores,  queramos  desentrañar 
su  íntimo  espíritu,  las  varias  ideas,  i  las  sucesivas  metamor- 
fosis de  cada  idea,  en  las  diferentes  épocas  de  la  historia  chi- 
lena. Si  así  no  fuese,  el  señor  Lastarria,  que,  según  el  prólogo, 
ha  querido  darnos  la  filosofía  de  nuestra  historia,  se  habría 
tomado  un  trabajo  "süperfluo. 

En  otro  número  seguiremos  desenvolviendo  estas  ideas,  i 
haremos  ver  que  el  Bosquejo  Histórico  es,  como  lo  dice  su 
título,  una  obra  rigorosamente  histórica;  aunque,  por  otra 
parto,  sea  cierto  que  en  algunos  puntos  i  calificaciones  se  hace 
desear  el  testimonio  de  los  hechos.  Pero  no  podemos  soltar  la 
pluma  sin  contestar  al  grave  cargo  que  se  hace  a  la  comisión, 
acusándola  de  exclusivismo  i  do  intolerancia,  porque  ha  creí- 
do que,  en  el  estudio  i  cultivo  de  la  historia  chilena,  debe  prin- 
cipiarse por  el  esclarecimiento  de  los  hechos.  Si  este  juicio, 
expresado  bajo  la  modesta  forma  de  un  deseo,  es  un  acto  de 
intolerancia,  adiós  crítica  literaria.  Villemain  quisiera  que 
Robertson,  en  lugar  do  calificar  los  hechos  con  frases  genera- 
les, los  individualizase,  los  pintase.  Protestemos,  pues,  contra 
este  deseo  como  un  acto  de  exclusivismo.  ¿Qué  mas  hubiera 
podido  decirse  si  la  comisión,  en  vez  do  apreciar  justamente 
el  Bosquejo  Histórico,  como  el  mismo  señor  Chacón  lo  con- 
fiesa, i  de  adjudicarle  el  premio,  arrogándose  facultades  in- 
quisitoriales hubiese  prohibido  su  lectura?  La  misma  libertad 
que  tiene  un  escritor  para  dar  a  luz  cuanto  le  dictan  su  inteli- 
gencia i  su  conciencia,  tiene  otro  escritor  para  examinarle  i 
criticarle,  según  su  leal  saber  i  entender. 


(El  Araucano,  Año  de  1843.)  /  $ 


MODO  DE  ESTUDIAR  LA  HISTORIA 


Es  fuerza  decir  que,  aunque  el  señor  Chacón,  al  principio  de 
su  artículo  primero,  se  ha  propuesto  fijar  la  cuestión  (que,  a 
nuestro  juicio,  bien  clara  estaba),  nos  parece  mas  bien  haberla 
sacado  de  sus  quicios.  La  comisión,  después  do  haber  dado 
los  debidos  elojios  al  Bosquejo  Histórico,  dice  que  carece  de 
suficientes  datos  para  aceptar  el  juicio  del  autor  sobre  el  ca- 
rácter i  tendencias  de  los  partidos  que  figuraron  en  la  revolu- 
ción chilena.  Juzga,  con  sobrada  razón,  que  sin  tener  ala  vista 
un  cuadro  en  donde  aparezcan  de  bulto  los  jbuccsos-,  las  per- 
sonas i  todo  el  tren  material  de  la  historia,  el  trazar  lineamen- 
tos~jenerales  tiene  el  inconveniente  de  dar  mucha  cabida  a 
teorías  i  desfigurar  en  parte  la  verdad;  inconveniente,  añade, 
de  todas  la9~obras  que  no  suministran  todos  los  antecedentes 
de  que  el  autor  se  ha  servido  para  formar  sus  juicios.  I  se 
siente  inclinada  a  desear  que  se  emprendan  antes  de  todo  tra- 
bajos destinados  a  poner  en  claro  los  hechos;  ala  teoría  que 
ilustra  esos  hechos  vendrá  en  seguida,  andando  con  paso  fir- 
me sobre  un  terreno  conocido». 

No  se,  trata  pues,  de  saber  si  el  método  ad  probandum, 
como  lo  llama  el  señor  Chacón,  es  bueno  o  malo  en  sí  mismo; 
ni  sobre  si  el  método  ad  narrandum,  absolutamente  hablan- 
do, es  preferible  al  otro:  se  trata  solo  de  saber  si  el  métodO! 
ad  probandum,  o  mas  claro,  el  método  que  investiga  el  ínti- 
mo espíritu  de  los  hechos  de  un  pueblo,  la  idea  que  expresan, 
el  porvenir  a  que  caminan,  es  oportuno  relativamente  al  esta- 


¿  * 


120  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

do  actual  de  la  historia  de  Chile  independiente,  que  está  por 
escribir,  porque  de  ella  no  han  salido  a  lux  todavía  mas  que 
unos  pocos  ensayos,  que  distan  mucho  de  formar  un  todo 
completo;  i  ni  aun  agotan  los  objetos  parciales  a  que  se  con- 
traen. ¿Por  cuál  de  los  dos  métodos  deberá  principiarse  para 
escribir  nuestra  historia?  ¿Por  el  que  suministra  los  antece- 
dentes o  por  el  que  deduce  las  consecuencias?  ¿Por  el  que 
aclara  los  hechos,  o  por  el  que  los  comenta  i  resume?  La  co- 
misión ha  creído  que  por  el  primero.  ¿Ha  tenido  o  nó  funda- 
mento para  pensar  así?  Esta  i  no  otra  es  la  cuestión  que  ha 
debido  fijarse. 

Cada  uno  de  los  dos  métodos  tiene  su  lugar;  cada  uno  es 
bueno  a  su  tiempo;  i  también  hai  tiempos  en  que,  según  el 
juicio  o  talento  del  escritor,  puede  emplearse  el  uno  o  el  otro. 
La  cuestión  es  puramente  de  orden,  de  conveniencia  relativa. 

Sentado  esto,  es  fácil  ver  que  la  cita  de  Barante,  en  que  se 
apoya  como  decisiva  el  señor  Chacón,  no  toca  el  punto  que  se 
discute.  Barante,  a  presencia  jrandes  trabajos  históricos 

de  sus  contemporáneos,  dice  que  ninguna  dirección  es  exclu- 
siva, ningún  método  obligatorio.  Lo  mismo  decimos  nosotros, 
poniéndonos  en  el  punto  de  vista  en  que  so  coloca  Barante. 
Cuando  el  público  está  en  posesión  de  una  masa  inmensa  do 
documentos  i  do  historias,  puede  mui  bien  el  historiador  quo 
emprende  un  nuevo  trabajo  sobre  esos  documentos  e  historias, 
adoptar  o  el  método  del  encadenamiento  filosófico,  según  lo 
ha  hecho  Guizot  en  su  Historia  de  la  Civilización,  o  el  mé- 
todo de  la  narrativa  pintoresca,  como  el  de  Agustín  Thierry  en 
su  Historia  de  la  Conquista  de  Inglaterra  por  los  Norman' 

Pero,  Cuando  la   historia  dé  un  país  no  existe,  sino  en 

documentot  incompletos,  esparcidos,  en   tradiciones  vagas, 

qUC  es   preciso   compulsar  i  juzgar,   el    método   narrativo    es 

obligado.  Cito  el  que  una  sola  historia  jen  eral  o  es- 

d   quo  no  haya   principiado   así.    Toro    hai  mas:  Barante 

no  en  el    punto  de  vista  en  i  loca  no  disimula  su 

preferencia  di-  la  filosofía  que  resalía  como  espontáneamente 
de  lo  en  su  Integridad  i  con  sus  col 

nativos,  i  la  qii<  uta  con  el  carácter  de  teoría  o  si 


MODO  DE  ESTUDIAR  LA  HISTORIA  121 

ma  G^pi^ofeso;  que  siempre  induce  cierto  temor  de  ,que  invo- 
luntariamente se  violente  la  historia  para  ajustaría  a  un  tipo 
preconstituido,  que,  según  la  expresión  de  Cousin,  la  adulte- 
re. Véase  la  prefación  de  Barante  a  su  Historia  de  los  Du- 
ques de  Borgoña;  i  véase  sobre  todo  esa  historia  misma,  que 
es  un  tejido  admirable  de  testimonios  orijinales,  sin  la  menor 
pretensión  filosófica. 

No  es  nuestro  ánimo  decir  que,  entre  los  dos  métodos  que 
podemos  llamar  narrativo  i  filosófico,  haya  o  deba  haber  una 
separación  absoluta.  Lo  que  hai  es  que  la  filosofía  quo  en  el 
primero  va  envuelta  en  la  narrativa  i  rara  vez  se  presenta  de 
frente,  en  el  segundo  es  la  parte  principal  a  que  están  subor- 
dinados los  hechos,  quo  no  se  tocan  ni  se  explayan,  sino  en 
cuanto  conviene  para  manifestar  el  encadenamiento  de  causas 
i  efectos,  su  espíritu  i  tendencias.  Cabe  entre  ambos  una  infi- 
nidad de  matices  i  de  medias  tintas  de  que  no  sería  difícil  dar 
ejemplos  en  los  historiadores  modernos. 

El  juicio  de  la  comisión  no  es  exclusivo,  ni  su  preferencia 
absoluta.   No  hai  mas  que  leer  su  informe,  para  convencernos 
de  que  los  argumentos  aducidos  por  el  autor  del  prólogo  son 
inconducentes:  impugnan  lo  que  nadie  ha  dicho  ni  pensado. 
La  comisión  no  ha  emitido  fallo  alguno  sobre  cuestión  alguna 
que  tenga  divididas  las  opiniones  del  mundo  literario,  como 
so  supone.  Ha  deseado....  ni  aun  tanto...  se  ha  sentido  incli-    > 
nada  a  desear  que  se  nos  ponga  en  posesión  de  las  premisas   \ 
antes  do  sacar  las  consecuencias;  del  texto 'antes  que  délos.  J 
comentarios;  de  los  pormenores  antes  de  condensarlos  en  je- 
neralidades.   Es  imposible  enunciar  con  mas  i  i  un  jui- 

cio mas  conforme  a  la  experiencia  del  mundo  científico  i  a  la 
doctrina  de  los  autores  célebres  que  han  ese-rito  do  propósito 
sobre  la  ciencia  histórica.  I  mas  diremos:  dado  quo  el  punto 
fuese  cuestionable,  la  comisión,  declarándose  por  una  do  las 
opiniones  controvertidas,  no  hubiera  hecho  mas  que  poner  en  j 
ejercicio  un  derecho  que  los  fueros  de  la  república  literaria 
franquean  a  todos.  ¿Por  ventura  no  es  lícito  a  todo  el  que 
quiera  hacer  uso  de  su  entendimiento  elejir  entre  dos  opinio- 
nes contrarias  la  que  le  parezca  mas  razonable  i  fundada?  ¿I 


«««»*»*»•• 


128  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

es  el^ampeon  de  la  libertad  literaria  el  que  nos  impone  la 
obligación  de  suspender  riuesfro  juicio  sobre  toda  cuestión 
debatida,  i  de  no  emitir  otras  ideas  que  las  que  llevan  el  im- 
primatur  de  la  aprobación  universal? 

El  señor  Chacón  nos  da  una  reseña  del  oríjen  i  progresos 
de  la  historia  en  Europa  desde  las  cruzadas;  reseña  gratuita 
para  el  asunto  de  que  se  tratar  i  no  del  todo  exacta.  En  ella 
se  principia  por  Froissart;  i  se  le  hace  encabezar  la  serie  de 
cronistas  «que  en  los  siglos  XII  i  XIII  mezclaron  la  historia 
i  la  fábula,  los  romances  de  Carlomagno  i  de  Arturo  con  los 
hechos  de  la  caballería».  El  señor  Chacón  olvida  que  Froissart 
floreció  en  el  siglo  XIV,  i  parece  ignorar  que  los  romances  de 
Carlomagno  i  de  Arturo  habían  empezado  a  contaminar  la 
:  historia  algún  tiempo  antes  de  la  primera  cruzada.  A  juzgar 
por  esta  reseña,  pudiera  creerse  que,  en  el  primer  período  de 
la  lengua  francesa  (que  propiamente  noes  la  lengua  de  los 
trovadores)  faltaron  historiadores  verídicos,  testigos  de  vista 
de  los  sucesos  mismos  de  las  cruzadas,  como  Villehardouín  i 
Joinville.  Como  quiera  que  sea,  se  hace  desfilar  a  nuestra 
vista  una  procesión  de  cronistas,  historiadores  i  filósofos  de  la 
f  ^  historia,  que  principia  en  Froissart  i  acaba  en  Hallara.  «¿I  se 
quiere,  (se  nos  pregunta)  quo  nosotros  retrogrademos;  se 
quiero  que  cerremos  los  ojos  a  la  luz  que  nos  viene  de  Euro- 
pa; que  no  nos  aprovechemos  de  los  progresos  que  en  la  cien- 
cia histórica  lia  hecho  la  civilización  europea,  como  lo  hace- 
mos en  las  domas  artes  i  ciencias  que  se  nos  trasmiten,  sino 
que  debemos  andar  el  mismo  camino  desdo  la  crónica  hasta  la 
filosofía  de  la  historia?» 

No  es  difícil  responder  a  este  interrogatorio.  Mal  puedo  re- 
troeeder  el  que  no  ha  hecho  mas  quo  ponerlos  pies  en  el  ca- 
mino.   No  pedimos  que  s<*   escriban    otra  VOZ  las  crónicas  de 

Francia:  ¿qué  retrooeso  eabe  en  hacer  la  historia  de  Chile, 
que  M  está  hecha,  para  que,  ejecutado  este  trabajo,  venga 
la  filosofía  a  darnos  la  Idea  de  cada  personaje  i  de  cada  hecho 
histórico  (de  los  nuestros  se  entiende),  andando  con  pasc/lr* 
r  un  íerfeno  conocido?  ¿Hemos  de  ir  a  buscar  nues- 
tra historia  en  Froissart,  o  en  ('omines,  o  en  Mizeray,  o  en 


\  üo 


MODO  DE  ESTUDIAR  LA  HISTOIUA  123 


¡Sismondí?  El  verdadero  movimiento  retrógrado  consistiría  en 
principiar  por  donde  los  europeos  han  acabado. 

Suponer  que  se  quiere  que  cerremos  los  ojos  a  la  luz  que 
nos  viene  de  Europa,  es  pura  declamación.  Nadie  ha  pensado 
en  eso.  Lo  que  se  quiere  es  que  abramos  bien  los  ojos  a  ella, 
i  que  no  imajinemos  encontrar  en  ella  lo  que  no  hai  ni  puede 
haber.  Leamos,  estudiemos  las  historias  europeas;  contem- 
plemos de  hito  en  hito  el  espectáculo  particular  que  cada  una 
de  ellas  desenvuelve  i  resume;  aceptemos  los  ejemplos,  las 
lecciones  que  contienen,  que  es  talvcz  en  lo  que  menos  se 
piensa:  sírvannos  también  de  modelo  i  de  guia  para  nuestros 
trabajos  históricos.  ¿Podemos  hallar  en  ellas  a  Chile,  con  sus  ' 
accidentes,  su  fisonomía  característica?  Pues  esos  accidentes, 
esa  fisonomía  es  lo  que  debe  retratar  el  historiador  de  Chile, 
cualquiera  de  los  dos  métodos  que  adopté.  Ábranse  las  obras 
célebres  dictadas  por  la  filosofía  de  la  historia.  ¿Nosjlan  ellas 
la  filosofía  de  la  historia  de  la  humanidad?  La  nación  chilena 
no  es  la  humanidad  en  abstracto;  es  la  humanidad  bajo  cier- 
tas formas  especiales;  tan  especiales  como  los  montes,  valles 
i  rios  de  Chile,  como  sus  plantas  i  animales,  como  las  razas 
de  sus  habitantes,  como  las  circunstancias  morales  i  políticas 
en  que  nuestra  sociedad  ha  nacido  i  se  desarrolla.  ¿Nos  dan 
esas  obras  la  filosofía  déla  historia  de  un  pueblo,  de  una  épo- 
ca? ¿De  la  Ingaterra  bajo  la  conquista  de  los  normandos,  de 
la  España  bajo  la  dominación  sarracena,  de  la  Francia  bajo 
su  memorable  revolución?  Nada  mas  interesante,  ni  mas  ins- 
tructivo. Pero  no  olvidemos  que  el  hombre  chileno  de  la  in- 
dependencia, el  hombre  que  sirvo  de  asunto  a  nuestra  histo- 
ria i  nuestra  filosofía  peculiar,  no  es  el  hombro  francés,  ni  el 
anglo-sajon,  ni  el  normando,  ni  el  godo,  ni  el  árabe.  Tiene 
su  espíritu  propio,  sus  facciones  propias,  sus  instintos  pecu- 
liares. 

¡áea  en  hora  buena  culpa  nuestra  haber  encontrado  incon- 
secuencia u  oscuridad  en  ciertos  pasajes  del  prólogo.  A  la 
verdad,  no  dejó  de  ocurrimos  la  clave  con  que  en  el  artícu- 
lo 1 .°  del  señor  Chacón  se  ha  tratado  de  conciliarios.  Pero 
la  idea  nos  pareció  demasiado  repugnante  al  sentido  común 


124  OPÚSCULOS  L1TEKARIOS  I  CRÍTICOS 


(\ 


para  atribuírsela.  Ello  es  que  ni  aun  ahora  nos  atrevemos  a 
imputársela,  i  preferimos  creer  que  (por  culpa  nuestra  segu- 
ramente; no  hemos  acabadojiejintendejrle. 

Pedimos  perdón  a  nuestros  lectores.  Hemos  prolongado 
fastidiosamente  la  defensa  de  una  verdad,  de  un  principio  evi- 
dente, i  para  muchos  trivial.  Pero  deseábamos  hablar  a  los 
jóvenes.  Nuestra  juventud  ha  tomado  con  ansia  el  estudio  do 
la  historia;  acabárnosle  ver  pruebas  brillantes  de  sus  adelan- 
tamientos en  ella;  i  quisiéramos  que  se  penetrase  bien  de  la 
verdadera  misión  de  la  historia  para  estudiarla  con  fruto. 

Quisiéramos  sobre  todo  precaverla  de  una  servilidad  excesiva 
a  la  ciencia  de  la  civilizada  Europa. 

Es  una  especie  de  fatalidad  la  que  subyuga  las  naciones 
que  empiezan  a  las  que  las  han  precedido.  Grecia  avasalló  a 
Roma;  Grecia  i  Roma,  a  los  pueblos  modernos  de  Europa, 
cuando  en  ésta  se  restauraron  las  letras;  i  nosotros  somos  ahora 
arrastrados  mas  allá  de  lo  justo  por  la  influencia  de  la  Europa, 
a  quien,  al  mismo  tiempo  que  nos  aprovechamos  de  sus  luces, 
debiéramos  imitar  en  la  independencia  del  pensamiento.  Mui 
poco  tiempo  hace  que  los  poetas  de  Europa  recurrían  a  la  his- 
toria pagana  en  busca  <le  imájenes  e  invocaban  a  las  musas 
en  quienes  ellos  ni  nadie  creia;  un  amante  desdeñado  dirijia 
devotas  plegarias  a  Venus  para  que  ablandase  el  corazón  de  su 
querida.  Esta  era  una  especie  de  solidariedad  poética  semejan- 
te a  la  que  el  señor  Chacón  parece  desear  en  la  historia. 

Es  preciso  ademas  no  dar  demasiado  valor  a  nomenclaturas 
filosóficas:  jeneralizaciones  que  dicen  poco  o  nada  por  sí  mis- 
mas al  (¡no  no  ha  contemplado  la  naturaleza  viviente  en  las 
pinturas  do  la  historia,  i,  si  ser  puede,  en  los  historiadores 
primitivos  í  orijinales.  No  hablamos  aquí  (le  nuestra  historia 
Solamente,  sino  de  todas.  Jóvenes  chilenos!  aprended  a  juz- 
gar por  vosotros  mismos;  aspirad  a  la  independenoia  del. pen- 
samiento. Beb  1  en  las  fuentes;  a  lo  menos  en  los  raudales 
i  a  ellas.  El  lenguaje  mismo  de  los  historiadores 

orijinales,   |UI  ideas,   hasta  sus   preoeupaciones  i  sus  leyendas 

fabulosas,  ion  una  parte  de  la  historia,  i  no  la  menos  instruc* 

por  ejemplo,    saber  qué   cosa  fué  el 


MODO  DE  ESTUDIAR  LA  HISTORIA  12,") 


descubrimiento  i  conquista  de  América?  Leed  el  diario  do 
Colon,  las  cartas  de  Pedro  de  Valdivia,  las  de  Hernán  Cortea. 
Bernal  Diaz  os  dirá  mucho  mas  que  Solis  i  que  Robertson. 
Interrogad  a  cada  civilización  en  sus  obras;  pedid  a  cada  his- 
toriador sus  garantías.  Esa  es  la  primera  filosofía  que  debe- 
mos aprender  de  la  Europa. 

Nuestra  civilización  será  también  juzgada  por  sus  obras;  i 
si  se  la  ve  copiar  servilmente  a  la  europea  aun  en  lo  que  ésta 
no  tiene  de  aplicable,  ¿cuál  será  el  juicio  que  formará  de  no- 
sotros un  Michelet,  un  Guizot?  Dirán:  la  América  no  ha  sacu- 
dido aun  sus  cadenas;  se  arrastra  sobre  nuestras  huellas  con 
los  ojos  vendados;  no  respira  en  sus  obras  un  pensamiento 
propio,  nada  orijinal,  nada  característico;  remeda  las  formas 
de  nuestra  filosofía,  i  no  se  apropia  su  espíritu.  Su  civilización 
es  una  planta  exótica  que  no  ha  chupado  todavía  .sus  jugos  a 
la  tierra  que  la  sostiene. 

Una  observación  mas  i  concluimos.  Lo  que  se  llama  filosp- 
fía  de  la  historia,  es  una  ciencia  que  está  en  mantillas.  Si 
hemos  de  juzgaría  por  el  programa  de  Cousin,  apenas  na  da- 
do los  primeros  pasos  en  su  vasta  carrera.  Ella  es  todavía 
una  ciencia  fiuctuante;  la  fe  de  un  siglo  es  el  anatema  del  si- 
guiente; los  especuladores  del  siglo  XIX  han  desmentido  a  los 
del  siglo  XVIII;  las  ideas  del  mas  elevado  de  todos  éstos, 
Montesquieu,  no  se  aceptan  ya  sino  con  muchas  restricciones. 
¿Se  ha  llegado  al  último  término?  La  posteridad  lo  dirá.  Ella 
es  todavía  una  palestra  en  que  luchan  los  partidos:  ¿a  cuál  de 
ellos  quedará  definitivamente  el  triunfo?  La  ciencia,  como  la 
naturaleza,  se  alimenta  de  ruinas;  i  mientras  los  sistemas  na- 
cen i  crecen  i  se  marchitan  i  mueren,  ella  se  levanta  lozana  i 
flori4a  sobre  sus  despojos,  i  mantiene  una  juventud  eterna. 

(El  Araucano,  Año  de  1848.) 

cgpp 


CONSTITUCIONES 


Hemos  dicho,  i  repetimos,  que  «las  constituciones  políticas 
escrito*  nó  son  amenudo   verdaderas  emanaciones  del   cora- 
zón de  la  sociedad,  porque  suele  dictarlas  una  parcialidad  do- 
minante o  enjendrarlas  en  la  soledad  del  gabinete  un  hombre 
que  ni  aun  representa  un  partido».  En  esto  nos  hemos  limi- 
tado a  sentar  un  hecho  de  que  la  última  jeneracion  ha  sido 
repetidas  veces  testigo;  i  nos  causa  no  poca  sorpresa  que  en 
este  año  de  1848,  después  de  tantos  experimentos  constitucio- 
nales abortivos,  haya  personas  que  consideren  las  constitucio- 
nes escritas  como  esencial  i  constantemente  emanadas  del  fon- 
do de  la  sociedad.   Decimos  esencial  i  constantemente,  por- 
que esa  es  i  no  otra  la  proposición  que  negamos,   i  que  debo 
probar  el  que  se  escandaliza  de  lo  que  hemos  dicho  sobre  las 
constituciones  políticas  escritas.  ¿liemos  afirmado  acaso  que 
nunca  salgan  de  las  costumbres,   ideas,  creencias  jeneralmen- 
te  dominantes?  Ni  aun  nos  hemos  avanzado  a  indicar  que  en 
la  mayor  parte  de  los  casos   no  tengan  semejante  oríjen;  lo 
que  dijimos  i  lo  que  decimos  es  que  amenudo  no  lo  tienen; 
esto  era  lo  que  debia  refutarse;  colocar  la  cuestión  sobro  otro 
terreno  es  desorientarla,  i  atribuirnos  lo  que  no  hemos  pensa- 
do decir. 

Que  este  sea  el  siglo  de  las  constituciones,  como  dice  Gui- 
zot,  no  hace  al  caso.  Nosotros  también  lo  decimos.  Que  Sis- 
mondi  excito  al  estudio  do  los  principios  constitutivos,  nada 
prueba  contra  nosotros.  Si  nuestra  débil  voz  valiese  algo,  no- 


IM  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


sotros  también  lo  recomendaríamos  como  el  mas  importante 
de  todos  para  las  naciones  que  viven  bajo  un  rójimen  consti- 
tucional. Nosotros  no  hemos  mirado  las  leyes  civiles  de  un 
país  como  emanadas  del  movimiento  social.  ¿No  vivimos  no- 
sotros bajo  las  leyes  civiles  de  la  España,  como  cuando  éra- 
mos colonia  española?  ¿Dónde  está  el  código  civil  que  ha  ema- 
nado de  nuestro  movimiento  social?  El  movimiento  social  debe 
influir  en  las  leyes  civiles;  los  lejisladores  deben  modificarlas 
para  ponerlas  en  armonía  con  él:  pero  de  que  debiesen  hacer- 
lo no  se  sigue  quo  lo  hayan  hecho  efectivamente;  i  mientras 
la  modificación  no  se  lleve  a  efecto,  es  evidente  que  las  leyes 
civiles  no  pueden  mirarse  como  emanadas  do  un  movimiento 
social  que  no  representan,  que  no  ha  obrado  en  ellas.  Tales 
son  las  opiniones  que  constantemente  hemos  profesado  acerca 
de  las  leyes  civiles,  i  no  pensamos  de  otro  modo  acerca  de  las 
constituciones.  Deben  éstas  ser  conformes  a  los  sentimientos, 
a  las  creencias,  a  los  intereses  de  los  pueblos:  ¿so  sigue  do 
aquí  que  efectivamente  lo  sean? 

Que  las  constituciones  de  Francia,  que  la  de  Inglaterra  haya 
salido  del  corazón  de  esas  sociedades,  ¿quid  arf  ron?  ¿Po- 
drá decirse  lo  mismo  de  todas,  o  de  casi  todas,  que  es  lo  quo 
debe  demostrarse  para  refutarnos?  ¿No  podrá  decirse  lo  con- 
trario de  muchas  do  las  que  se  han  promulgado  en  nuestra 
América? 

Es  necesario  recordar  a  cada  paso  el  verdadero  punto  de  la 

•aon,  porquo  en  todo  el  artículo  5.°  del   señor  Chacón  so 
la  pi<rdc  do  vista.  «En  cada  hecho  (dicen  Duvergier  i   Guadet 

los  por  nuestro  erudito  amigo),  se  debo  notar  con  espe- 
cialidad ouá]  ha  sido  su  influencia  sobre  la  Corma  del  gobier- 
no, i  reciprocamente  en  qué  ha  influido  la  forma  del  gobierno 
tieohos:  es  necesario,  en  ana  palabra,  considerarlos 

itecimientos  históricos  i  [as  instituciones  políticas  suoesi- 
i  como  -  Admitimos  de  todo  co- 

na,  que  nada  tiene  de  nuovo;  i  SÍ  algo  prueba 

\  presente,  es  oon(ra  el  autor  del  artioulo.   De  ella 

los  heehos  son  en  parle  causa  i  en  parte  efecto 
.'•s  poiítii  i  conquista  impone  oierta  for« 


CONSTITUCIONES  129 


mude  gobierno  al  pueblo  conquistado;  i  esta  forma  de  gobierno 
influye  luego  sobre  las  costumbres  del  pueblo.  Una  constitu- 
ción política  sale  del  corazón  de  un  partido  o  de  la  cabeza  de  un 
hombre;  i  si  ella  está  construida  con  algún  acierto,  si  no  ha  sido 
inspirada  por  falsas  teorías,  si  consulta  los  intereses  de  la  co- 
munidad, podrá  influir  sobre  toda  ella,  modificar  sus  senti- 
mientos, sus  costumbres,  i  representarla  verdaderamente  algún 
dia.  «Para  apreciar  bien  las  instituciones  de  un  pueblo  (dicen 
Duvergier  i  Guadet)  es  necesario  conocer  el  oríjen  de  éstas, 
las  modificaciones  sucesivas  que  han  experimentado,  i  tener 
nociones  exactas  sobro  las  costumbres,  los  usos,  los  hábi- 
tos, i  el  carácter  nacional  de  cada  pueblo.»  Aplaudimos  la 
buena  fe  del  señor  Chacón:  otro  en  su  lugar  hubiera  omitido 
este  pasaje,  porque  nada  pudo  citarse  mas  concluyente  contra 
su  propia  opinión.  En  efecto,  si  las  constituciones  todas  ema- 
nasen del  corazón  de  la  sociedad,  excusado  trabajo  era  el 
buscar  su  oríjen,  como  lo  prescriben  los  autores  citados.  No  se 
pueda  apreciar  bien  una  constitución,  según  ellos,  sino  tenien- 
do nociones  exactas  sobre  las  costumbres,  usos,  etc.  ¿Por  qué? 
Claro  está;  porque  si  la  constitución  está  en  lucha  con  las  cos- 
tumbres, con  el  carácter  nacional,  será  viciosa;  si  por  el  con- 
trario, armoniza  con  el  estado  social,  será  buena.  Pueden  no 
estar  calcadas  las  instituciones  políticas  sobre  las  costumbres, 
las  ideas,  las  creencias  sociales;  i  es  necesario  saber  si  lo  es- 
tán, para  apreciarlas  bien.  lié  aquí,  pues,  comprobado  nues- 
tro modo  de  pensar  con  autoridades  de  escritores  contemporá- 
neos bien  superiores  a. nosotros. 

Lo  que  se  sigue  en  el  artículo  2.°  es  un  resumen  histórico 
dirijido  a  probar  que  las  sucesivas  constituciones  de  Francia 
(entre  las  cuales  se  olvidan  unas  pocas,  la  de  la  antigua  mo- 
narquía, la  del  directorio,  la  del  consulado,  la  del  imperio,  la 
de  la  restauración,  i  la  del  año  1830)  salieron  del  fondo,  del  co- 
razón de  la  sociedad  francesa.  ¿Pero  esas  constituciones  no 
mas?  ¿liemos  negado  por  ventura  que  ellas  i  acaso  muchísi- 
mas otras  no  hayan  tenido  el  oríjen  que  el  señor  Chacón  atri- 
buye a  todas?  Es  necesario,  para  impugnar  la  proposición 
nuestra  que  se  ha  puesto  al  frente  del  2.°  artículo,   que  se 

opúcc.  17 


130  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

nos  convenza  con  todas  o  casi  todas  las  constituciones  que  se 
han  promulgado  en  el  mundo,  principiando  por  los  asirios  i 
egipcios,  i  acabando  en  el  Paraguai.  De  otra  manera  nuestra 
aserción  queda  en  pió. 

Las  constituciones  escritas  tienen  su  causa,  como  todos  lo» 
hechos.  Esta  causa  puede  estar  en  el  espíritu  mismo  de  la  so- 
ciedad; i  la  constitución  será  entonces  la  expresión,  la  encar- 
nación de  ese  espíritu;  i  puede  estar  en  las  ideas,  en  las  pasio- 
nes, en  los  intereses  de  un  partido,  do  una  fracción  social;  i 
entonces  la  constitución  escrita  no  representará  otra  cosa  que 
las  ideas,  las  pasiones,  los  intereses  de  un  cierto  número  do 
hombres  que  han  emprendido  organizar  el  poder  público  según 
sus  propias  inspiraciones.  Así  sucedió  en  Chile  en  los  prime- 
ros años  de  su  revolución,  como  lo  dice  expresamente  el  señor 
Lastarria;  cuyas  ideas  en  esta  parte  son  algo  diversas  de  las 
del  prólogo:  «Ella  (la  primera  constitución  escrita  que  tuvo- 
Chile)  es  la  expresión  pura  i  verdadera  de  los  intereses  i  de 
las  ideas  que  dominaron  en  aquel  tiempo  a  los  que  nos  die- 
ron una  república  independiente,  una  patria*.  Son  pa- 
labras textuales  del  Bosquejo  Histórico. 

fca  misma  idea  la  vemos  expuesta  con  mas  evidencia,  si 
cabe,  6Q  las  líneas  siguientes:  *Nq  había  entonóos  sino  dos- 
partidos  que  elejir:  o  <¡1  qu  loptó  en  el  reglamento 
constitucional  en  la  Corma  que  se  le  dio,  o  un  despotismo 
enérjico  que  aterrorizase  a  los  enemigos  i  consolidase  el  par- 
tido revolucionario;  i  nadie  puede  poner  en  duda  que  el  pri- 
mero no  era  solo  el  mas  prudente,  sino  también  el  mas  lójico,. 
el  ni  cuente  i  laráoter,  la  educación,  los  princi- 
pios, las  preocupaciones  i  el  jénero  de  vida  de  los  patriotas 
influentes  en  pe.»  Esto  es  ver  las  cosas  como  fue» 
ron,  i  como  no  pudieron  menos  de  Ber;  no  al  través  de  teorías 
quiméricas,  Bino  I  sentido  común.  El  prólogo 
!••  la  obi           fajsif}ca. 

i  •  la  fraocion  dominante,  <»  los 
i  hombrt  icoion,  o  en  último  re- 

sultado i  ni  individuo  solo,  que  mas  hábil  o  mas  enérjioodo- 
miii  i  .ni  la  empn  i  istituir  ol  poder 


CONSTITUCIONES  131 


público  del  modo  que  les  parece  mas  a  propósito  para  hacer 
triunfar  una  causa,  que  puede  ser  conforme  a  los  votos  de  la 
sociedad  entera  o  no  serlo.  Nos  ponemos  en  el  primer  caso, 
que  ha  sido  el  de  las  repúblicas  americanas.  No  es  lo  mismo 
el  fin  que  los  medios:  la  causa  estará  en  el  corazón  de  la  so- 
ciedad; los  medios,  entre  los  cuales  es  uno  de  los  principales 
la  constitución  escrita,  habrán  salido  de  unas  pocas  cabezas, 
de  una  sola  acaso.  Pueden  estos  medios  probar  bien  o  mal; 
pueden  hacer  triunfar  una  causa  o  destruirla,  puede  ser  nece- 
sario alterarlos,  darles  hoi  una  dirección,  mañana  otra;  i  de 
estas  sucesivas  correcciones,  mediante  la  acción  recíproca  de 
las  leyes  sobre  el  estado  social  i  del  estado  social  sobre  las 
leyes,  puedo  al  cabo  resultar  entre  uno  i  otro  la  consonancia 
que  al  principio  no  había,  i  encontrarse  en  las  instituciones 
políticas  la  expresión,  la  imájen  de  las  costumbres,  del  carác- 
ter nacional.  Este  amoldamiento  de  las  constituciones  es  un 
hecho  histórico  que  no  pretendemos  negar;  pero  él  es  la  obra 
del  tiempo,  i  no  pocas  veces  se  verifica  insensiblemente,  sin 
que  el  texto  constitucional  se  altere.  Habrá  entonces  eadem 
magistratuum  vocabula,  según  la  expresión  de  Tácito;  pero 
la  constitución  no  será  ya  lo  que  era.  El  texto  no  será  entonces 
una  representación  jenuina  del  estado  social;  pero  la  consti- 
tución verdadera,  la  constitución  práctica,  la  que  los  hombres 
reconocen  en  sus  actos  i  a  que  los  gobiernos  mismos  se  ven 
en  la  necesidad  de  sujetarse,  lo  será.  Por  eso  hemos  cuida- 
dosamente ceñido  nuestra  aserción,  la  aserción  de  que  tanto 
se  escandaliza  nuestro  joven  amigo,  a  las  constituciones  es- 
critas. 

A  la  verdad,  las  constituciones  son  siempre  una  consecuen- 
cia lójica  do  las  circunstancias:  ¿cómo  pudieran  ser  otra  cosa? 
Lójico  es,  i  mui  lójico,  que  un  déspota,  en  la  constitución  que 
otorga,  sacrifique  los  intereses  de  la  libertad  a  su  engrande- 
cimiento personal  i  el  de  su  familia.  Lójico  es  que  donde  es 
corto  el  número  de  los  hombres  que  piensan,  el  pensamiento 
que  dirije  i  organiza  esté  reducido  a  una  esfera  estrechísima. 
I  lójico  es  también  que  los  que  ejercen  el  pensamiento  orga- 
nizador lo  hagan  del  modo  que  pueden  i  con  nociones  verda- 


132  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

deras  o  erróneas,  propias  o  ajenas.  Sí,  señor,  ajenas,  venidas 
de  afuera.  «Nadie  concebía  en  aquella  época  (1811)  que  la 
unidad  i  enerjía  de  acción  de  que  tanto  necesitaba  el  gobierno 
revolucionario,  no  podían  alcanzarse  en  un  directorio  com- 
puesto de  hombres  que  representaban  intereses  i  principios 
diversos;  pero  era  preciso  imitar,  i  el  único  modelo  que  se 
presentaba  era  la  copia  desfigurada  de  la  revolución  francesa 
que  se  dibujaba  en  los  procedimientos  de  la  de  Buenos  Aires»; 
así  dice  el  Bosquejo  Histórico.  Una  forma  gubernativa  chi- 
lena que  copia  la  de  Buenos  Aires,  la  cual  a  su  vez  es  una  co- 
pia de  la  revolución  francesa,  ¿do  qué  corazón  ha  salido? 
Veamos  los  hechos  como  son;  hablemos  el  lenguaje  del  sen- 
tido común.  Las  constituciones  son  amenudo  la  obra  do  unos 
pocos  artífices,  que  unas  veces  aciertan  i  otras  nó;  no  preci- 
samente porque  la  obra  no  haya  salido  del  fondo  social,  sino 
porque  carece  de  las  calidades  necesarias  para  influir  poco  a 
poco  en  la  sociedad,  i  para  recibir  sus  influencias,  de  manera 
que  esta  acción  recíproca  modificando  a  las  dos,  las  aproximo 
i  armónico. 

Oigamos  otra  vez  al  señor  Lastarria.  Hablando  do  la  ocu- 
pación de  Rancagua,  dice:  «¿Debemos  considerar  esto  pono- 
so  i  desgraciado  fin  como  un  efecto  de  accidentes  pasajeros 
que  pudieron  haberso  evitado?....  ¿Deberemos  atribuir  a  al- 
gunos o  a  todos  los  autores  do  la  revolución  esa  anarquía,  esa 
serie  de  inconsecuencias,  de  perfidias  i  debilidades  que  for- 
man el  cuadro  del  primer  período  de  la  revolución  chilena? 
Nó,  porque  si  hemos  do  juzgar  como  historiadores,  es  preciso 
que  nos  remontemos  a  las  verdaderas  oausas  que  prepararon 
aquel  desenlace;  es  preciso  quo  no  voamos  en  eso  cuadro  sino 
i  l  o  nseouencia  necesaria  de  los  antecedentes  do  nuestra  so- 
ciedad». La  constitución  escrita  pudo  haberse  formulado  de 
mil  modos,  sin  quo  los  hech  1 1  tomasen  otro  rumbo  que  el  que 
efeotíTamente  tomaron,  porqu  nadan  de  los  anteceden- 

tes i  aquella  fuá  un  accidente  pasajero.  ¿Puede  califi- 
carse do  otro  modo  una  oonstítuoion  que  so  saluda  hoi  con 
aclamaciones  i  juramentos  para  eSOUpirse  mañana?  La  des- 
graciada catástrofe  de  Rancagua  no  fué  efecto  de  la  constitución 


CONSTITUCIONES  133 


escrita,  sino  de  la  constitución  real  del  pueblo  chileno.  Así 
cuando  el  señor  Chacón  nos  dice  que  solo  el  historiador  cons- 
titucional que  penetra  a  fondo  el  modo  de  ser  de  la  sociedad, 
puede  darnos  las  verdaderas  causas  de  los  acontecimientos 
políticos,  no  dice  nada  a  que  no  estemos  dispuestos  a  suscri- 
bir; pero  el  historiador  que  así  proceda,  no  habrá  ceñido  sus 
ideas  a  la  constitución  escrita,  sino  al  fondo  de  la  sociedad,  a 
las  costumbres,  a  los  sentimientos  que  en  ella  dominan,  que 
ejercen  una  acción  irresistible  sobre  los  hombres  i  las  cosas, 
i  con  respecto  a  los  cuales  el  texto  constitucional  puede  no  ser 
mas  que  una  hoja  lijera  que  nada  a  flor  de  agua  sobre  el  to- 
rrente revolucionario,  i  al  fin  se  hundo  en  él. 


(El  Araucano,  Año  de  1848. 


^í 


M  E  M  ( )  It  I A 


KL   PIUMKK    GOBIERNO    NACIONAL 

PRESENTADA  A  LA  UNIVER8IDAD  EN  LA  SESIÓN  SOLEMNE  LE  7  LE  NO- 
VIEMBRE DE  18'l7 

POR    DON    MANUEL    ANTONIO    T  O  C  O  R  N  A  L 


Esta  interesante  memoria  histórica  tiene  por  asunto  el  pri- 
mer período  de  la  revolución  chilena;  período  memorable  en 
que  ya  so  pudieron  entrever  los  grandes  sucesos  que  después 
la  llevaron  a  cabo. 

El  señor  Tocornal  manifiesta  un  juicio  i  tino  particular  en 
su  calificación  de  aquellos  sucesos  i  de  los  hombres  que  to- 
maron sobre  sí  la  misión  arriesgada  de  dirijir  los  primeros 
movimientos  revolucionarios.  El  justifica  completamente  la 
conducta  reservada  i  cautelosa,  la  circunspección  extremada, 
la  especie  do  hipocresía  política  conque  al  principio  obraron . 
No  porque  careciesen  de  intrepidez  i  denuedo,  pues,  aun  pro- 
cediendo con  aquella  cauta  disimulación,  tuvieron  que  vencer 
dificultades  graves  i  que  exponerse  a  inminentes  peligros.  Pe- 
ro la  falta  de  preparación  en  el  pueblo  les  imponía  la  necesi- 
dad de  hacerle  entrar  gradual  e  insensiblemente  en  la  carrera 
revolucionaria.  Si,  en  aquella  época  temprana,  los  caudillos  po- 
pulares hubiesen  señalado  con  el  dedo  el  término  a  que  desde 
entonces  aspiraban,  la  gran  masa  de  la  población  habría  re- 
trocedido espantada. 


136  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

Tan  natural,  tan  forzado,  era  este  modo  de  proceder,  que 
todas  las  secciones  hispano-americanas  lo  adoptaron  con  una 
completa  uniformidad,  sin  que  el  ejemplo  de  las  unas  hubiese 
podido  influir  en  la  conducta  de  las  otras.  I  de  paso  notare- 
mos la  injusticia  con  que  algunos  escritores  europeos  han 
acriminado  a  los  corifeos  de  nuestra  independencia  el  haber 
obrado  contra  las  opiniones  i  la  voluntad  de  los  pueblos  cuyo 
nombre  tomaban.  Que  en  nada  menos  pensaban  éstos  que  en 
romper  los  lazos  que  los  unian  a  la  metrópoli,  es  un  hecho 
indisputable.  I  aun  nos  extendemos  a  mas:  algunos  de  los 
mas  esforzados  promovedores  de  los  primeros  actos  de  eman- 
cipación, no  veian  mas  lejos  que  el  pueblo.  Pero  esa  misma 
penuria  de  elementos  favorablemente  predispuestos,  esa  mis- 
ma ceguedad  de  la  gran  mayoría  de  los  habitantes,  es  para 
nosotros  lo  que  hace  mas  grande  la  empresa  que  aquellos 
hombres  acometieron,  i  mas  admirable  el  suceso  con  que  su- 
pieron coronarla.  Se  trataba  de  ganar  los  pueblos,  i  de  arran- 
carlos al  partido  realista,  quo  tenia  sobre  ellos  el  prestijio  de 
preocupaciones  profundamento  arraigadas,  consagradas,  se- 
gún se  creia,  por  la  relijion  misma.  Era  necesario  impelerlos, 
inspirándoles  ideas  i  sentimientos  del  todo  nuevos,  que  no 
podían  prender  i  desarrollarse  instantáneamente  en  las  almas. 
La  moderación  de  las  primeras  pretensiones  no  podia  menos 
de  hacer  odiosas  las  resistencias,  i  yaae  sabe  cuan  pendiente 
i  resbaladizo  es  el  sendero  en  que  una  ve/,  entra  el  pueblo 
conmovido,  i  la  facilidad  con  que,  dado  el  primer  paso,  so  le 
conduce  por  suaves  transiciones  a  un  término  lejano,  descu- 
briéndole a  cada  jornada  un  nuevo  horizonte  Este  fué  el  plan 
de  los  caudillos.  Es  verdad  quo  no  representaron  éstos  al  prin- 
cipio ios  verdaderos  sentimientos  del  pueblo;  pero  representa- 
ron tos  intereses,  obraron  como  el  tutor  «pie  defiende  los  del 
pupilo,  fatal  qm  «'-si.-  sr;i  capaz  de  conocerlos.  Ejercieron  una 
loa  sagrada  tres  la  naturaleza  impone  en  todos  tiempos  i 
en  todas  circunstancias  a  la.  mas  .-vita  jerarquía  social  en  favor 
de  las  clases  menos  favorecidas  áe  la  fortuna,  que  nunca  ne- 
cesitan tanto  do  su  tutela,  oomo,  sitando  ignorantes  i  abatidas, 
no  pueden  ni  invocarla  ni  apreciarla.  La  conducta  do  aquollos 


MEMORIA  SOBRE  EL  PRIMER  GOBIERNO  NACIONAL  137 

hombres  fué,  pues,  no  solo  calculada  i  sensata,  sino  jenerosa* 
mente  osada,  al  mismo  tiempo  que  necesaria  i  justa. 

Tal  es  el  cuadro  instructivo  que  nos  presenta  la  memoria. 
Desde  luego  vemos  en  él  provocados  a  desplegarse  i  a  resistir 
a  las  innovaciones  los  principios  conservadores  que  la  lejisla- 
cion  de  la  metrópoli  había  injerido  en  el  réjimen  colonial. 
Faltaba  a  la  verdad  en  éste  lo  que  talvez  lo  hubiera  conve- 
nido para  resistirían  recios  embates,  aquella  absoluta  i  seue- 
ra  unidad  conque  Jo  ha  caracterizado  un  escritor  elegante, 
aunque  en  esta  parte  inexacto.  El  réjimen  colonial  de  las 
Américas  consistía  en  un  artificioso  antagonismo  de  poderes 
independientes  unos  de  otros,  entre  los  cuales  estallaron  no 
pocas  veces  ruidosos  conflictos,  que  sosegaba  la  autoridad  so- 
berana distanto  por  providencias  especiales,  que  embrollaban 
mas  i  mas  una  lejislacion  de  suyo  compleja,  formada  en  va- 
rias épocas  i  bajo  diversas  inspiraciones.  Los  virreyes  o  capi- 
tanes jenerales,  colocados  al  parecer  a  la  cabeza  de  la  admi- 
nistración, no  tenían  poder  alguno  sobro  las  audiencias.  La 
dirección  do  las  rentas  estaba  confiada  en  algunas  partes  a 
una  autoridad  peculiar,  la  de  los  intendentes  jenerales,  que 
obraban  a  su  vez  con  entera  independencia  de  los  grandes  je- 
fes militares  i  de  las  audiencias.  Aun  habia  ramos  especiales 
de  rentas,  como  el  de  la  moneda  en  Chile,  i  el  del  estanco  de 
tabaco  en  Venezuela,  cuyos  directores  administraban  sus  res- 
pectivos departamentos  con  poca  o  ninguna  sujeción  a  las  otras 
autoridades  coloniales.  La  iglesia  formaba  como  un  estado  apar- 
te. Las  municipalidades  mismas  tenían  una  sombra  do  re- 
presentación popular  que  trababa  de  cuando  en  cuando  la  mar- 
cha de  los  altos  poderes.  Do  aquí  una  lucha  sorda,  i  una 
multitud  do  competencias  estrepitosas.  En  todos  estos  prime- 
ros delegados  do  la  soberanía,  predominaba  sin  duda  el  ínteres 
metropolitano  por  su  composición,  i  por  el  influjo  natural  de 
la  corona,  dispensadora  de  los  empleos  i  honores;  mas,  aunque 
todos  ellos,  cuando  se  trataba  de  la  supremacía  metropolitana, 
estuviesen  dispuestos  a  concertarse  i  auxiliarse  mutuamente, 
faltaban  a  veces  a  esta  acción  combinada  la  expedición  i  ener- 
jía    que  son  compañeras  inseparables  de  la  unidad.  Así  en 


13S  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


Chile  la  municipalidad  de  la  capital  autorizó  i  acaudilló  los 
primeros  movimientos  revolucionarios,  sin  que  pudiesen  re- 
primirlos el  capitán  jeneral  presidente  i  la  real  audiencia,  por- 
que, discordes  entre  sí,  eran  incapaces  de  resistir  a  los  patrio- 
tas, que  obraban  en  un  sentido  uniforme  i  constante,  i  sacaban 
nuevas  fuerzas  de  la  indecisión  i  fluctuaciones  de  sus  adver- 
sarios. 

Esta  lucha  desigual  está  descrita  con  bastante  individuali- 
dad en  el  capítulo  2.°  do  la  memoria.»  Copiamos  la  última 
parte,  que  nos  ha  parecido  una  buena  muestra  del  tono  i  espí- 
ritu de  la  obra. 

«Don  Juan  Antonio  Ovallc,  don  José  Antonio  Rojas  i  el 
doctor  don  Bernardo  Vera  fueron  las  primeras  víctimas  de  la 
independencia  de  Chile.  Decretada  su  prisión,  fueron  aprehen- 
didos en  sus  casas,  en  la  mitad  de  la  noche;  los  llevaron  al 
cuartel  de  San  Pablo;  i  a  las  dos  de  la  mañana  del  siguiento 
dia,  los  condujeron  a  Valparaíso  en  caballos  do  posta.  En  el 
momento  de  su  llegada,  fueron  conducidos  a  bordo  de  la  fra- 
gata de  guerra  Asfrea,  próxima  a  dar  la  vela  para  el  Callao. 
¿I  quiénes  eran  esas  ilustres  víctimas?  ¿1  labia  algo  que  justi- 
ficase tan  crudo  tratamiento?  ¿Se  les  había  enjuiciado,  habían 
comparecido  delante  del  juez,  so  había  probado  su  delito  i 
pronunciádose  la  sentencia  que  los  condenara?  Nada  hemos 
omitido  para  indagar  los  pormenores  do  esto  hecho  importan- 
te, i  nos  atrevemos  a  responder  de  la  verdad  de  lo  que  nos 
han  asegurado  algunos  testigos  oculares.  Tenemos  también  a 
la  vista  documentos  auténticos  que  confirman  los  informes  do 
p  rsonas  a  quienes  liemos  consultado. 

(Encontrábase  don  Juan  Antonio  Ovallo  en  los  baños  do 
ufes  de  decretarse  BU  prisión;  i  ha- 
blando de  La  España,  de  la  invasión  francesa,  manifestó  su 
opinión  acerca  del  partido  que  debia  adoptar  La  América  en 
aquellas  circunstancias. — Siguiendo  el  ejemplo  de  la  Pe- 
ninsula  (fueron  sus  palabra  .  debemos  constituir  un  gobier- 
no nacional.  SI  Las  provinoiasd  ía  han  depositado  el 
i-  en  las  junta  •  nombradas  por  los  pueblos,  con  igual 
derecho  nos  es  permitido  estabL           en  Chile. — Informado 


MEMORIA  SOBRE  EL  PRIMER  GOBIERNO  NACIONAL  139 


Carrasco  de  este  suceso,  cxajcrado  quizá  por  el  que  le  dio  el 
aviso,  i  recordando  la  parte  que  don  Juan  Antonio  Ovalle 
había  tomado  en  el  reclamo  del  cabildo  para  impedir  que  se 
remitieran  a  España  las  cuatro  mil  lanzas,  no  vaciló  en  su- 
ponerle autor  do  alguna  trama  revolucionaria.  En  aquel  enton- 
ces so  reunían  noche  a  noche  en  casa  de  don  José  Antonio  Ro- 
jas varias  personas  respetables,  entre  ellas,  Ovalle  i  el  doctor 
don  Bernardo  Vera.  Carrasco  trató  de  averiguar  las  opiniones 
que  emitían  los  amigos  del  señor  Rojas,  formó  secretamente 
un  sumario,  lo  presentó  a  la  audiencia,  informó  al  tribunal  de 
los  peligros  que  amenazaban  al  gobierno,  i  arrancó  por  este  me- 
dio el  decreto  do  prisión  i  destierrro  de  las  tres  personas  men- 
cionadas. I  ¿quiénes  eran,  volveremos  a  repetir,  esas  ilustres 
víctimas?  ¿Quedaria  impune  la  violación  do  las  leyes;  nadie 
alzaría  la  voz  en  defensa  de  los  reos?  En  otros  tiempos,  bajo 
el  imperio  del  terror,  se  habría  lamentado  en  secreto  la  arbi- 
trariedad e  injusticia  de  los  tiranuelos  que  gobernaban  las  co- 
lonias hispano-americanas;  pero  al  rayar  la  aurora  de  la  indo- 
pendencia,  la  víspera  del  combate,  nada  podia  amedrentar  a 
los  defensores  de  la  patria.  Para  que  fuera  mas  unánime  la 
indignación,  bastó  haber  ele j ido  a  individuos  que  contaban 
con  las  simpatías  de  los  vecinos  mas  respetables. 

«Muí  acreedor  a  ellas  era  el  procurador  de  ciudad  don  Juan 
Antonio  Ovalle.  Su  honradez,  la  austeridad  i  pureza  de  sus 
costumbres,  la  independencia,  franqueza  i  cnerjía  con  quo 
manifestaba  sus  opiniones,  le  ganaron  temprano  el  respeto  que 
inspiran  tan  eminentes  virtudes.  En  sus  relaciones  de  amistad, 
brillaba  el  candor  i  sinceridad  nunca  desmentidos,  la  lealtad 
del  hombre  en  quien  pueden  depositarse  hasta  las  confianzas 
mas  íntimas,  sin  que  jamas  consideraciones  de  ningún  jónero 
le  impusiesen  silencio  cuando  tomaba  parte  en  los  negocios 
públicos.  Dueño  de  una  fortuna  quo  le  daba  lo  bastante  para 
subvenir  a  las  necesidades  de  la  vida,  cultivó  el  estudio  de 
la  jurisprudencia  hasta  recibirse  do  abogado;  pero  no  se  con- 
sagró al  ejercicio  de  su  profesión.  Fué  una  de  las  víctimas 
relegadas  al  presidio  de  Juan  Fernández,  después  do  haber 
presidido  el  primer  congreso  nacional. 


140  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


«El  respetable  anciano  don  José  Antonio  Rojas  contaba  en 
esa  época  mas  de  setenta  años.  Siendo  joven,  visitó  la  Europa; 
i  residió  largo  tiempo  en  España,  cuando  el  espíritu  revolucio- 
nario amenazaba  conmover  hasta  en  sus  cimientos  a  las  naciones 
del  viejo  mundo.  Allí  ensanchó  sus  conocimientos;  allí  veia 
que  no  estaba  lejos  el  momento  de  restituir  al  hombre  su  pri- 
mitiva dignidad;  allí,  en  fin,  volviendo  los  ojos  a  su  patria, 
conocería  su  postración  i  el  malestar  inherentes  a  la  condición 
de  colonos.  Regresó  a  Chile  trayendo  una  biblioteca  compues- 
ta de  las  mejores  obras  de  literatura  i  de  derecho  público: 
obras  que  era  necesario  ocultar;  porque  bajo  el  imperio  de  la 
dominación  española,  a  nadie  le  era  lícito  desviarse  del  sende- 
ro trazado  a  la  intelijencia.  Blando  i  afable  por  carácter,  has- 
ta en  sus  costumbres  domésticas,  se  distinguió  el  señor  Rojas 
entre  los  hombres  de  su  tiempo;  i  próximo  a  descender  al  se- 
pulcro, en  el  último  tercio  do  su  vida,  abrazó  con  entusiasmo 
la  causa  de  la  independencia:  su  nombre  ocupará  un  lugar 
distinguido  en  los  anales  do  la  patria. 

«So  repetirán  siempre  con  entusiasmo  los  himnos  a  la  pa- 
tria que  entonó  el  doctor  Vera  en  los  primeros  dias  de  nues- 
tra existencia  política.  En  su  temprana  edad,  vino  a  estable- 
cerse en  Chile  en  compañía  do  su  tio  señor  Pino,  nombrado 
presidento  por  el  gobierno  español.  Concluyó  su  carrera  lite- 
raria en  la  universidad  do  San  Felipe,  hasta  recibirse  do 
abogado.  Elocuente,  vivo  i  animado  hasta  en  el  trato  familiar, 
fué  uno  de  los  jenios  que  honraron  nuestra  naciente  literatura. 
Aunque  habia  nacido  en  Santa  Fe,  jamas  abandonó  su  patria 
adoptiva,  que  le  contó  en  el  número  do  los  defensores  do  bu 
independencia. 

«T.ilrs  eran  los  distinguidos  ciudadanos  a  quienes  arrancó 
del  seno  de  sus  familias  el  cobarde  i  déspota  Carrasco.  Imper- 
donable habria  sido  el  disimulo  do  tan  inicuo  atontado,  tanto 
mas  injustificable  cuanto  que  so  encontraban  en  el  mismo  caso 
muchos  otros  individuos  que  habrían  corrido  la  misma  suorto. 
Si  los  hombres  do  mas  valer  no  repelían  las  ofensas  del  presi- 
dente, calmaba  la  indignación  popular  i  se  robustecía  el  poder 
del  gobierno,  ganándolo  niIOTM  prosélitos  la  flaqueza  d«  gufl 


MEMORIA  SOBRE  EL  PRIMER  GOBIERNO  NACIONAL  141 


enemigos;  pero  decididos  éstos  a  llevar  adelante  la  obra  ini- 
ciada, aplaudieron  la  conducta  del  cabildo  en  las  reclamacio- 
nes que  hizo  en  favor  de  los  expatriados,  implorando  la  pro- 
tección de  la  audiencia,  de  cuya  imparcialidad  i  rectitud  se 
prometían  un  éxito  favorable. 

«El  29  de  mayo,  es  decir,  cuatro  días  después  de  la  prisión 
de  los  señores  Ovalle,  Rojas  i  Vera,  ordenó  Carrasco  ai  cabil- 
do que  procediera  al  nombramiento  del  procurador  de  ciudad 
que  debia  subrogar  a  don  Juan  Antonio  Ovalle. — Por  justas 
causas  (decia  en  el  oficio  dirijido  con  este  objeto),  de  que  da 
idea  el  adjunto  testimonio  del  auto  expedido  con  voto  consul- 
tivo del  real  acuerdo,  ha  sido  relegado  de  este  reino  don  Juan 
Antonio  Ovalle,  procurador  jeneral  que  ora  de  esta  ciudad; 
lo  que  comunico  a  vuestra  señoría  para  que  proceda  al  nom- 
bramiento de  otra  persona  de  tuda  probidad,  confianza  i  noto- 
rio celo,  que  le  subrogue  en  este  cargo. — Reunido  el  cabildo, 
se  nombró  en  el  mismo  dia,  procurador  de  ciudad,  al  doctor  don 
José  Gregorio  Argomedo,  entonces  asesor,  confiriendo  la  aseso- 
ría a  don  José  Miguel  Infante.  Don  José  Ignacio  de  la  Cuadra, 
suegro  del  doctor  Vera,  acababa  de  elevar  una  solicitud  fir- 
mada por  cuarenta  vecinos  respetables,   siendo   de  notar  que 
el  primer  nombre  estampado  en  esa  solicitud  era  el  de  doña 
Constanza  Marin  do  Pobeda,  marquesa  de    Cañada  Hermosa. 
Pedían  al  cabildo  que  reclamara  el  cumplimiento  de  las  leyes, 
alcanzando  de  la  audiencia  i  del  presidente  la  reparación  de 
la  falta  cometida  por  el  último.  El  cabildo,  por  su  parte,  acor- 
daba en  ese  momento  las  medidas  que  debían  tomarse  a  fin  de 
impedir  la  ejecución  do  la  pena,  pues  permanecían  aun  a  bordo 
de  la  fragata  Astrea,  los  señores  Ovalle,  Rojas  i  Vera.  Al  fin, 
decidieron  ocurrir  al  presidente  i  a  la  audiencia,  acompañando 
la  representación  de  los  vecinos,  pidiendo  la  retención  de  los 
reos,  el  esclarecimiento  del  delito  que  se   les  imputaba  i  su 
comparecencia  delante  do  la  autoridad  que  debia  oír  sus  de- 
fensas, antes  de  condenarles  o  absolverles.  Ofreció  también  el 
cabildo  su  garantía,  prometiendo  restablecer  el  sosiego  pú- 
blico, en  gran  manera  comprometido  en  aquellas  circunstan- 
cias. La  audiencia  que,  como  se  ha  dicho  en  otra  parte,  fué 


142  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


sorprendida  por  Carrasco,  concibió  funestos  temores,  aconse- 
jando al  presidente  que  accediera  a  la  solicitud  del  cabildo,  i 
aceptara  la  garantía  que  se  le  habia  ofrecido.  Así  se  resolvió 
el  31  del  mismo  mes. 

«Retenidos  los  reos  en  Valparaíso,  se  comisionó  al  oidor  don 
Félix  Baso  i  Berri  para  que  pasara  a  formarles  la  correspon- 
diente causa.  El  16  de  junio,  salió  a  desempeñar  su  comisión; 
regresó  el  30  del  mismo  mes  trayendo  la  causa,  habiendo  de- 
jado a  lo-!  reos  en  libertad  para  comunicarse  entre  sí.  Esta 
circunstancia  bastaba  del  todo  para  vindicar  a  los  presuntos 
reos,  en  razón  de  que  las  leyes  no  conceden  la  excarcelación 
en  loa  delitos  que  se  castigan  con  penas  corporales  o  aflicti- 
vas. Se  les  ha  dejado  en  libertad,  decían  .entonces,  luego  son 
inocentes;  luego  se  ha  cometido  una  injusticia.  I  ¿cómo  dis- 
culpar loa  procedimientos  del  capitán  jeneral?  ¿No  fué  ilegal 
i  arbitraria  la  providencia  expedida  el  25  de  mayo? — Los  reos, 
dijo  el  cabildo,  deben  venir  a  la  capital.  Nadie  tiene  el  de- 
recho de  coartarles  los  medios  de  defensa  que  les  ha  fran- 
queado la  lei:  queremos  verlos  comparecer  delante  de  la 
autoridad  que  ha  de  pronunciar  el  fallo  definitivo. — Esta 
nueva  solicitud  importaba  un  reto  que,  aceptado  por  el  presi- 
dente, le  colocaba  en  la  posición  mas  difícil  i  azarosa.  Rehu- 
sándolo, ponía  en  claro  sus  torcidos  designios,  i  autorizaba  las 
techas  que  algunos  concebían,  temiendo  otro  atentado, 
otra  violación  de  las  leyes.  En  tan  dura  alternativa,  elijió  Ca- 
rrasco el  primer  extremo  prometiendo  que  los  reos  volverían 
pronto  a  la  capital.  Tara  dar  una  prueba  de  la  sinceridad  do 
su  promesa,  el  18  de  julio,  envió  a  Valparaíso  aun  oficial 
arando  que  llevaba  la  orden  ofrecida.  111  comisionado 
>  mismo  en  el  momento  de  su  salida. 

«Tran  [uilo  el  vencindario  de  Bantia  no  el  cabildo  con 

iunfo  q  i  ba  de  obtener,  esperaban  ver  llegar  de  un 

momento  a  otro  ai  ,  lor  de  ciudad  i  sus  dignos  com- 

pañeros don  Josó  Antonio  l '«'>j;is  i  el  dootordon  Bernardo  Ve« 

¡ue  iodos  habían 

i  amanecer  del  1 1  de  julio,  se  recibió  el 

tjuc  lar  i  mi  a  <-i  buque  mercante  Miantimo- 


MEMORIA  SOBRE  EL  PRIMER  GOBIERNO  NACIONAL  1Á3 

mo  O  valle  i  Rojas,  i  quo  al  doctor  Vera  se  le  había  dejado  en 
tierra  a  causa  del  mal  estudo  de  su  salud.  El  mismo  oficial, 
enviado  por  Carrasco  cuatro  dias  antes,  había  conducido  la 
orden  para  embarcarlos.  ¡Tan  negro  engaño  no  podía  quedar 
impune! 

«A  las  ocho  de  la  mañana  del  mismo  día,  se  encontraron 
reunidas  en  la  plaza  principal  ceroa  de  doscientas  personas, 
cuyo  número  se  aumentaba  de  momento  en  momento,  pidien- 
do todos  que  se  reuniese  el  cabildo,  i  se  les  permitiese  la  en- 
trada a  la  sala  capitular.  Congregado  el  cabildo  en  medio  do 
continuas  alarmas  i  ajitaciones,.  haciendo  completa  justicia  a 
las  quejas  de  los  vecinos,  comisionó  al  alcalde  don  Agustín 
Eizaguirre  i  al  procurador  de  ciudad  don  José  Gregorio  Ar- 
gomedo,  para  que  se  acercaran  al  presidente,  le  representaran 
la  necesidad  en  que  estaba  de  aclarar  el  suceso  referido  i  de 
oír  al  pueblo,  pues  de  lo  contrario  la  conmoción  era  inevita- 
ble, i  a  él  solo  debían  imputarse  sus  funestos  resultados.  Ca- 
rrasco rechazó  con  indignación  tan  prudente  consejo,  hasta 
decirles  que  emplearía  la  fuerza,  si  no  se  disolvía  el  cabildo  ; 
se  retiraba  el  pueblo  de  la  plaza.  Mas,  lejos  de  amedrentar  a 
la  ilustre  corporación  la  amenaza  del  presidente,  los  alcaldes 
i  rej ¡dores,  i  en  pos  de  ellos  gran  número  de  personas  respe- 
tables, se  dirijieron  a  la  audiencia,  pidieron  que  se  obligase  al 
presidente  a  comparecer  delante  del  tribunal;  i  la  actitud  im. 
ponente  i  amenazadora  revelaba  la  resolución  de  escarmentar 
al  que  con  tanta  falsía  había  quebrantado  sus  promesas.  Des- 
precia Carrasco  el  llamamiento  de  la  audiencia;  pero  como  los 
oidores  Concha  o  Irigóyen  le  hicieron  ver  el  peligro  que  corría 
si  no  pasaba  inmediatamente  a  la  sala  del  tribunal,  sobresalta- 
do i  temeroso  se  resignó  al  fin  a  presentarse  delante  de  sus 
acusadores. 

«Erijida  la  audiencia  en  juez  del  jefe  del  estado,  le  acusó,  a 
nombre  del  cabildo  i  del  pueblo,  el  procurador  de  ciudad,  pi- 
diendo la  libertad  de  los  reos,  la  declaración  do  su  inocencia, 
la  casación  del  proceso  i  la  separación  del  asesor  i  secretario 
do  gobierno.  Pinta  con  los  colores  mas  vivos  la  infracción  de 
las  leyes  en  el  modo  de  proceder  contra  los  reos,  el  vilipendio 


144  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

con  que  se  había  tratado  al  cabildo  i  a  la  nobleza  que  habían 
garantido  su  seguridad  para  que  fuesen  oídos  í  juzgados,  i  el 
negro  engaño  con  que,  a  pesar  de  las  promesas  de  detenerlo» 
en  Valparaíso,  los  había  embarcado  para  Lima;  i  concluyó  su 
discurso  con  el  siguiente,  epílogo  sentencioso: — Si  no  se  ataja 
este  engaño,  señores,  ¿cuál  será  el  ciudadano  que  no  tenga 
bu  vida  i  honra  pendientes  de  la  delación  de  an  enemigo  o 
de  un  vil  adulador  de  aquellos  que  aspiran  a  elevarse  sobre 
la  ruina  do  sus  semejantes?  Yo  mismo  seré  tal  vez  su  vícti- 
ma en  un  cadalso  público  hoi  o  mañana,  porque  defiendo  los 
derechos  de  un  pueblo  relijioso,  noble,  fiel  i  amante  a  su 
reí;  pero  moriré  lleno  de  gloria  i  satisfacción,  si  mi  muerte 
sirve  para  redimirá  la  patria  del  envilecimiento  e  infamia  a 
que  so  la  quiere  conducir;  porque  en  tanto  estimo  la  vida, 
en  cuanto  puede  ser  útil  a  la  misma  patria.* — 

a  La  conducta  enérjica  del  señor  Argomedo,  i  sus  elocuentes- 
palabras,  dejaban  traslucir  los  sentimientos  que  animaban  a 
la  ilustre  corporación,  que  le  contó  en  el  número  do  sus  esfor- 
zados colaboradores.  Ese  rasgo  noble  i  valeroso,  tan  bello- 
ejemplo  de  altivez  i  denuedo  en  la  defensa  de  sus  conciudada- 
nos, debía  franquear  el  paso  en  la  carrera  de  la  independen- 
cia i  abatir  el  orgullo  del  que  poco  antes  trató  de  imponer  al 
pueblo  i  al  cabildo.  Confundido  ahora,  despreciada  su  autori- 
dad, no  pudo  responder  a  los  justos  cargos  del  procurador  de 
ciudad.  Tocaba  a  la  audiencia  acordar  las  medidas  que  debían 
tomarse,  i  esperaron  todos  su  resolución,  lisonjeados  con  la 
ranza  do  obtener  un  resultado  favorable. 

«No  duró  largo  tiempo  el  acuerdo  del  tribunal.  El  réjente 
f  oidores  aconsejaron  a  Carrasco  que  accediera  a  la  sohoitud 

del  cabildo: — Solo  así,   decian,   se  calmará   la   irritaoion  del 

:  >j  el  L'obuTno    se   encuentra  en    este    momento  aislado  O 

indefenso;  hemos  dato  a  Lo  I  oficiales  apoyar  al  pro- 

curad'ir  de  ciudad;  los  hemos  visto  mezclados  con  las  perso- 

qup  acompañaron  a  los  alcaldes  i  rejidores.     De  grado  o 


•  '|.  HUpanO'Americ&n  \,  tomo 

i.\  pajina 


MEMORIA  SOBRE  EL  PRIMER  GOBIERNO  NACIONAL  145 


fuerza  so  conformó  Carrasco  con  la  resolución  de  la  audiencia; 
decretada  la  traslación  de  los  reos,  la  deposición  del  asesor, 
secretario  i  escribano,  se  nombró  en  reemplazo  del  primero 
al  oidor  decano  don  José  do  Santiago  Concha,  con  la  humillan- 
te condición  para  Carrasco  de  que,  sin  la  firma  del  nuevo  ase- 
sor, no  debería  llevarse  a  efecto  ninguna  deliberación  o  pro- 
videncia gubernativa. 

«Publicado  el  decreto  de  la  audiencia,  en  medio  de  acla- 
maciones de  júbilo  i  alborozo,  salió  para  Valparaíso  el  alférez 
real  don  Diego  Larrain,  acompañado  de  algunos  amigos  i 
deudos  de  los  señores  Ovalle,  Hojas  i  Vera.  En  el  momento 
de  decretarse  en  Santiago  su  libertad,  la  M ¿antimonio  daba 
la  vela  para  el  Callao.  El  señor  Larrain  se  encontró  con  esta 
noticia  al  amanecer  del  12  de  julio,  hora  en  que  llegó  a  Val- 
paraíso. Dos  meses  permanecieron  en  la  prisión  do  Casas-Ma- 
tas los  ilustres  reos;  pero  la  patria  que  los  vio  nacer,  colonia 
española  al  tiempo  de  su  partida,  no  tardó  en  rescatarlos;  co- 
ronada de  gloria,  la  encontraron  independiente  cuando  vol- 
vieron a  su  seno. 

a  Renováronse  en  Santiago  los  pasados  temores.  Desqui- 
ciado el  gobierno,  vacilante  su  autoridad,  relajada  la  obe- 
diencia, todo  presajiaba  alguna  conmoción.  Se  decia  que  los 
alcaldes  Cerda  i  Eizaguirre,  el  procurador  de  ciudad  Argome- 
do,  el  asesor  Infante,  i  otros  miembros  del  cabildo  correrían 
la  suerte  de  Ovalle,  Rojas  i  Vera.  Verdaderos  o  falsos  esos 
rumores,  derramaron  grande  alarma.  Los  revolucionarios 
censuraban  amargamente  la  conducta  de  Carrasco;  lejos  de 
disimular  sus  opiniones,  se  complacían  en  manifestarlas  sin 
embozo,  decididas  a  llevar  adelante  la  noble  empresa  quo  con 
tanto  denuedo  habían  acometido. 

«El  15  de  julio,  reunidos  los  oidores  en  casa  del  rejente, 
acordaron  aconsejar  al  capitán  jcneral  que  renunciase  la  pre- 
sidencia. Carrasco  so  negó  a  dar  un  paso  tan  vergonzoso  i 
humillante;  pero  colocado  en  la  posición  mas  difícil,  sin  amigos, 
en  entredicho  con  las  demás  autoridades,  su  poder  era  efímero, 
i  hasta  su  oxistencia  estaba  ya  comprometida.  Alimentando  aun 
la  remota  esperanza  do  encontrar  apoyo  en  la  fuerza  de  línea 
opúsc.  19 


146  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


que  guarnecía  la  capital,  llamó  a  los  jefes  para  consultarles  el 
partido  quedebia  abrazar  en  tan  críticas  circunstancias.  Todos 
le  aconsejaron  que  renunciara  la  presidencia. 

«La  casualidad  había  colocado  en  manos  del  brigadier  Ca- 
rrasco el  gobierno  de  Chile  en  el  momento  que  comenzaba  a 
desgajarse  el  carcomido  trono  de  los  Borbones.  Renunció  la 
presidencia,  al  cabo  de  dos  años;  i  después  do  siete  meses  do 
una  vida  oscura,  dio  la  vela  para  el  Callao,  abandonando  el 
país  que  zanjaba  ya  los  cimientos  do  su  independencia.» 

Otros  varios  trozos  pudiéramos  citar  i  aun  do  superior  mé- 
rito que  el  anterior;  pero  nos  limitaremos  a  uno  solo  quo  nos 
parece  tan  recomendable  por  lo  juicioso  de  los  principios  i  por 
la  imparcialidad  de  las  calificaciones,  como  por  lo  claro,  co- 
rrecto i  eleganto  de  la  narración.  Está  al  fin  del  capítulo  3.°, 
uno  de  los  mas  notables  do  la  obra.  Después  de  referir  con 
bastante  viveza  la  lucha  entro  el  cabildo  i  la  audiencia,  que 
termina  en  la  formación  de  la  junta  gubernativa,  i  en  el  18 
do  setiembre,  concluye  así: 

«A  fuerza  do  inmensos  sacrificios,  se  logró  superar  las  difi- 
cultades quo  habrían  arredrado  a  los  hombres  mas  audaces, 
si  el  sentimiento  do  la  libertad  no  hubiera  desarrollado  las 
virtudes  cívicas,  e  inspirado  desde  temprano  la  confianza  quo 
robustece  las  aspiraciones,  aunque  so  vea  en  lontananza  el 
triunfo  que  se  desea  alcanzar.  Bge  amor  a  la  libertad  inflamó 
también  los  corazones  de  algunas  chilenas  distinguindas  cu- 
yos nombres  deben  ocupar  un  lugar  6Q  las  pajinas  do  la  his- 
toria. Doña  Mercedes  Guznian  de  Toro  i  doña  Luisa  Flecaba? 
rren  do  Marín,  puede  decirse  que  figuraron  al  lado  uV  los 
béroesde  la  independencia.   Vive  aun  la  primera,  i  nos  es 

graf  l  'V   la  parte   que  le  OUDO   en   los  trabajos  de  aquel 

tiempo.  Otro  tanto  debemos  decir  de  doña  Luisa  ftéoabárren, 

que  ha  dejado  a  loi  li  irederos  de  su  nombro,  no  solo  los  ro- 

del    patriotismo,    sino    también    los    de  la  intelijencia 
que  OUltivÓ  en  todas  las  épocas  de  BU  vida. 

i  !as  (le  Beguridad,   preparada  la 

opinión,   fallaba  solo   que  »rd aran    entre   sí  las  personas 

que  debían  elejir  el  nuevo  gobierno;  i  aunque  il^u-  un  prin- 


MEMORIA  SOBRE  EL  PRIMER  GOBIERNO  NACIONAL  147 

cipio  se  decidieron  por  una  junta,  nada  se  habia  resuelto 
acerca  del  número  ni  de  las  personas  que  debían  componerla. 
Con  este  objeto  se  reunieron  en  casa  de  don  Domingo  Toro, 
en  la  noche  del  17,  cerca  de  ciento  cincuenta  individuos,  com- 
prendiéndose en  este  número  los  miembros  del  cabildo  i  los 
vecinos  mas  respetables.  En  aquella  reunión  solemne,  en 
aquella  asamblea  popular,  se  echaron  los  cimientos  de  la  li- 
bertad e  independencia  de  Chile.  El  pueblo  empezó  a  ejercer 
su  soberanía,  a  proclamar  sus  derechos  i  constituir  él  mismo 
la  autoridad  a  quien  iba  a  confiar  el  timón  del  estado.  Ini- 
ciada la  discusión,  se  fijaron  primero  en  el  número  de  per- 
sonas que  debían  componer  la  junta  gubernativa,  i  hubo 
alguna  variedad  en  las  opiniones,  aunque  la  mayoría  se  de- 
cidió solo  por  cinco  individuos,  imitando  en  esta  parte  el 
ejemplo  dado  en  España  en  la  instalación  del  consejo  de  rejen- 
cia.  Pasaron  en  seguida  a  designar  las  personas;  i  fueron 
proclamados,  casi  unánimemente,  cinco  ciudadanos  respeta- 
bles, acordando  también  que,  en  el  cabildo  abierto,  so  decidiría 
si  debia  o  nó  componerse  la  junta  de  mayor  número,  clijien- 
do  allí  mismo  a  los  individuos  que  faltaban. 

«Aquí  terminaron  las  diestras  i  acertadas  combinaciones 
que  colocaron  a  nuestra  patria  en  el  rango  de  los  pueblos 
libres.  El  cabildo  de  Santiago  fué,  como  hemos  dicho  tantas 
veces  i  nos  complacemos  en  repetirlo,  el  que  acometió  tan 
noblo  i  valerosa  empresa,  trabajando  con  una  constancia  he- 
roica para  preparar  la  opinión  pública  i  difundir  las  ideas  que 
el  tiempo  debia  madurar,  a  medida  que  pudieran  apreciarse 
las  ventajas  del  cambio  político,  tart  diestramente  desarrolla- 
do. Inmensa  es  la  deuda  de  gratitud  que  pesa  sobre  nosotros. 
Do  las  personas  que  componían  esa  ilustre  corporación  solo 
existo  el  señor  don  Juan  Agustin  Alcalde,  hoi  senador  i  con- 
sejero de  estado.  En  su  temprana  edad  (pues  era  el  mas  joven 
de  los  miembros  del  cabildo),  ni  el  título  de  conde,  ni  la  pose- 
sión de  un  rico  mayorazgo  le  retrajeron  de  tomar  parte  en 
los  sucesos  de  aquel  tiempo.  La  jeneracion  presente  i  las  que 
nos  sucedan  repetirán  siempre  con  entusiasmo  los  nombres 
do  los  padres  do  la  república.   Infante  i   Eizaguirre,  el    pri- 


US  oimjsculos  literarios  i  críticos 


mero  procurador  de  ciudad  i  el  segundo  alcalde,  fueron  los 
jefes,  o  por  mejor  decir,  los  que  dieron  mas  impulso  a 
las  reclamaciones  del  cabildo,  desde  el  momento  de  su  incor- 
poración. ¿I  podríamos  dispensarnos  del  deber  de  consagrar 
algunas  líneas  a  la  memoria  de  tan  distinguidos  patriotas? 

«Don  José  Miguel  Infante,  que  falleció  en  el  año  de  1814, 
se  vio  envuelto  en  las  convulsiones  que  ajitaronal  país,  cuan- 
do la  anarquía  rompió  los  lazos  de  unión  i  fraternidad,  cuando 
la  opinionos  no  pudieron  uniformarse,  cuando  los  partidos 
luchaban  a  mano  armada,  proclamando  los  principios  que  un 
bando  llamaba  liberales,  mientras  que  el  otro  daba  el  mismo 
nombre  a  los  que  proclamaba  por  su  parto.  En  las  luchas 
fratricidas,  todos  combaten  por  la  libertad,  a  todos  anima  el 
amor  patrio,  i  los  nombres  fascinan  a  la  muchedumbre,  quo 
no  alcanza  a  penetrar  los  verdaderos  designios,  ni  a  hacer  una 
justa  apreciación  de  lo  que  valen  las  palabras,  cuando  faltan 
los  hechos.  La  libertad,  ha  dicho  un  filósofo,  es  un  alimento 
de  dijestion  difícil.  ¡Desgraciado  del  pueblo  quo  quiera  apu- 
rar hasta  las  heces  la  copa  do  oro  en  quo  so  contiene  esa  liber- 
tad, porque  en  el  fondo  hai  un  tósigo  do  muerte  para  las 
organizaciones  débiles,  para  la  naturaleza  flaca,  que  no  ha 
salido  de  la  crisis  quo  amenaza  la  existencia  en  el  período  do 
las  transiciones,  al  pasar  do  un  estado  a  otro!  La  vida  del 
hombre  público  no  ocupa  solo  unu  pajina  de  la  historia:  olla 
juzga  sus  acciones,  siguiendo  la  marcha  de  los  acontecimien- 
tos en  quo  fué  llamado  a  tomar  parto,  i  pronuncia  ol  fallo  des- 
pués de  haber  tomado  en  cuenta  los  heobos  que  ilustraron  su 
nombre,  la  conduela  que  observó*  en  todas  las  épocas  de  su 
vida.  Don  José  Miguel  luíanlo  contaba  treinta  i  dos  o  treinta 
i  tres  años,  cuando  entró  a  servir  el  empleo  de  procurador  do 

ciudad.  Consagrado  en  su  juventud  a  la  can-era  del  foro, 
cultivó  su  intelijenoia  en  el  ejeroicio  de  bu  profesión,  sin  des- 

cuidar  el  estudio  d<-  la-¡  ei.nei.n  políticas  del  modo  que  lo 
permitían    Uu  eircunstancias,    porque  raras  eran  las  obras  do 

derecho  públioo,  que  podían  leerse,  i  ara  necesario  rodearse. 

4o  jénero  d<-  precauciones  para  burlar  la  vijilanoia  «le 

las  autoridades.  Abrazo*  con  ontuí  [asmo  la  causa  de  la  indepen- 


MEMORIA  SOBRE  EL  PRIMER   GOBIERNO  NACIONAL  M9 

dcncia  desde  el  primer  momento  revolucionario,  i  fué  sin 
duda  uno  de  los  que  concibieron  mas  temprano  el  pensamien- 
to de  proclamar  la  emancipación,  uno  de  los  que  revelaron 
sus  aspiraciones  do  la  manera  mas  franca  i  esplícita.  Dio 
pruebas  inequívocas  de  desprendimiento;  las  dio  también  de 
intrepidez,  sin  desmentir  la  probidad  que  tanto  realzó  su  con- 
ducta pública  i  privada.  Sus  tendencias  fueron  desde  un  prin- 
cipio republicanas,  pero  no  radicales,  como  podría  creerse,  si 
lo  juzgáramos  lejos  del  teatro  de  los  sucesos,  en  otras  épocas 
de  su  vida.  Le  cupo  la  gloria  de  tomar  casi  siempre  la  inicia- 
tiva en  todas  las  operaciones  del  cabildo.  A  veces  no  podia 
conformarse  con  la  marcha  lenta;  quería  rasgar  el  velo  miste- 
rioso i  abandonar  el  disfraz  i  disimulo;  pero  no  menos  previ- 
sor que  sus  ilustres  colegas,  no  se  desvió  del  sendero  que  le 
trazaba  la  situación  del  país.  En  otra  parte  le  saludamos  con 
el  nombre  de  padre  de  la  república,  i  lo  haremos  también 
ahora,  reconociendo  i  apreciando  dignamente  sus  importantes 
servicios. 

«El  alcalde  don  Agustín  Eizaguirre  gozaba  entonces  de  la 
bien  merecida  reputación  quo  le  ganó  desde  temprano  un  lu- 
gar distinguido  en  la  sociedad.  Hombre  de  luces,  dotado  de 
un  entendimiento  claro,  dechado  de  probidad,  franco  e  inje- 
nuo  en  la  manifestación  de  sus  opiniones,  no  traicionó  jamas 
sus  principios  políticos,  ni  le  dominó  el  interés  ni  las  mez- 
quinas aspiraciones  quo  empañan  el  brillo  de  los  hombres 
públicos,  cuando  quieren  elevarse  a  toda  costa,  haciéndose 
esclavos  de  las  pasiones  revolucionarias.  Recomendábale  la 
firmeza  de  su  carácter,  la  lealtad  del  ciudadano  para  quien 
los  deberes  tienen  el  sello  de  la  conciencia,  i  qué  no  puede 
cambiar  sin  hacerse  reo  de  un  delito,  sin  relajar  las  obli- 
gaciones mas  sagradas.  Si  en  1810  se  hubiera  proclamado 
abiertamente  la  libertad  e  independencia  do  Chile,  si  se  hu- 
biera constituido  el  gobierno  que  nos  rije,  i  dividídose  la 
república  en  dos  bandos,  Eizaguirre  habría  sido  el  jefe  del 
partido  conservador:  61  quería  que  las  reformas  fueran  lentas, 
que  no  se  rompiera  en  un  día  con  el  pasado. 

«Todos  los  miembros  del  cabildo  participaban  de  la  opinión 


150  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

do  Eizaguirre  cuando  sin  áncora,  sin  elementos  comenzaron 
a  disolver  los  vínculos  del  coloniaje.  Entre  las  causas  quo 
justifican  su  reserva,  debemos  contar  los  temores  que  les  ins- 
piraba el  visir  del  Perú,  el  virrei  Abascal,  quo  recibió  con 
indignación  la  renuncia  de  Carrasco,  i  que  parecía  amenazar 
á  los  chilenos,  si  continuaban  obrando  en  el  mismo  sentido. 
El  Perú  tenia  entonces  un  ejército  numeroso,  inmensos  recur- 
sos; era  el  punto  que  inspiraba  mas  confianza  a  los  españoles, 
i  donde  mas  imperaba  el  sentimiento  monárquico.  Las  pre- 
cauciones fueron  tan  necesarias  i  tan  acertada  la  marcha  del 
cabildo,  que  bastaría  recordar  los  hechos  posteriores,  para  ha- 
cer completa  justicia  a  los  quo  con  tino  i  acierto  zanjaron  los 
cimientos  de  la  libertad.» 

No  podemos  menos  de  felicitar  a  la  literatura  del  país  por 
haber  producido  una  obra  histórica  de  tanto  mérito.  El  señor 
Tocornal  ha  sabido  juntar,  a  la  paciencia  laboriosa  que  so 
necesitaba  para  recojer  noticias  i  documentos,  el  talento  de 
animar  estos  materiales,  de  coordinarlos,  i  do  formar  con  ellos 
una  narrativa  que  se  distingue  por  el  juicio,  la  imparcialidad, 
i  una  noble  sencillez.  Talvez  hemos  recorrido  la  obra  con  de- 
liada  precipitación  para  juzgarla,  pero  el  ansia  misma  con 
que  la  hemos  leído  es  una  prueba  del  interés  quo  inspira,  i  del 
acierto  con  quo  el  historiador  ha  sabido  tratar  la  materia. 

[El  Araucano,  Año  do  18i«S.) 





MEMORIA 

SOBRE 

EL  SERVICIO  PERSONAL  DE  LOS  INDÍJK.VAS    I  SU  ABOLICIÓN 

PRESENTADA 
A  LA  UNIVERSIDAD    EN  LA  SESIÓN   SOLEMNE    DE  29  DE  OCTUBRE  DE  1848 

POR  EL  PRESBÍTERO  DON  JOSÉ  HIPÓLITO  SALAS 


Hemos  leído  con  mucha  atención  i  placer  la  memoria  pre- 
sentada por  el. presbítero  don  José  Hipólito  Salas  en  la  sesión 
solemne  de  la  universidad  el  29  de  octubre  último.  El  asun- 
to es  de  un  alto  interés  histórico  para  nosotros:  el  servicio 
personal  de  los  indíjenns  i  su  abolición;  i  el  modo  de 
tratarlo  ha  correspondido  a  la  reputación  del  autor,  cuyo  sa- 
ber, talento  i  elocuencia  son  jeneralmente  conocidos. 

El  señor  Salas  desenvuelve  en  la  introducción  a  su  obra 
una  idea,  que  nos  ha  parecido  algo  nueva.  En  los  tres  siglos 
que  precedieron  a  la  emancipación  política  de  Chile,  nadie, 
que  sepamos,  habia  divisado  hasta  ahora  elemento  alguno  de 
la  libertad,  que  después,  a  costa  de  no  pequeños  esfuerzos  i 
por  entro  no  pocas  vacilaciones,  hemos  logrado  establecer.  La 
opinión  jeneral  no  veia  en  las  instituciones  republicanas  ensa- 
yadas do  un  modo  mas  o  menos  equívoco,  mas  o  menos  deci- 
sivo, desdo  1810,  i  asentadas  en  fin  sobre  seguras  bases  desde 
1828,  mas  que.  una  importación  extranjera,  una  planta  exóti- 
ca que  se  habia  tratado  de  aclimatar  en  un  suelo  destituido  de 
to  la  preparación;  un  producto  de  la  civilización  de  otros  pue- 
blos., quo  no  habia  llegado  a  ser  nuestro,  sino  por  una  lenta  i 


152  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

trabajosa  elaboración.  Pero,  según  el  señor  Salas,  «el  grito  do 
independencia  que  lanzaron  con  denodado  valor  los  padres  de 
la  patria  en  1810,  fué  precedido  de  mas  de  dos  centurias  de 
una  porfiada  lucha  en  que  combatían  las  preocupaciones  con 
la  razón,  la  fuerza  con  el  derecho,  el  sórdido  interés  con  la 
humanidad,  la  espada  con  la  conciencia,  la  hipocresía  con  la 
jenerosidad  i  el  poder  opresor  con  su  inocente  víctima.  El  in- 
díjena  era  un  ente  degradado  a  los  ojos  de  aquellos  que  se 
atribuían  la  misión  de  civilizarlo,  sin  que  éstos  se  avergon- 
zasen de  proclamar  que  la  violencia  i  el  látigo  eran  los  ins- 
trumentos de  su  propaganda  civilizadora.  Solo  a  costa  de  sa- 
crificios penosos,  de  trabajos  combinados  con  sagacidad  i 
acierto,  i  do  prolongadas  tentativas  sostenidas  con  invencible 
constancia,  pudo  arrancarse  al  indio  oprimido  i  degradado  de 
las  manos  de  su  adusto. i  desnaturalizado  amo.  El  triunfo  do 
la  libertad  social  fué  el  precursor  del  que  después  obtuvo  la 
política;  i  los  defensores  de  aquella,  con  las  luces  que  difun- 
dieron i  los  hábitos  que  reformaron,  allanaron  los  obstáculos  i 
abrieron  la  senda  que  en  tiempos  mas  propicios  debía  elevar 
la  colonia  al  rango  de  nación  independiente.» 

«Se  halla  tan  marcada  (dice  mas  adelante)  la  influencia  que 
ejercieron  las  contiendas   sobre   las  encomiendas,    qué  no  es 

■-ario  un  grande  estudio  para  conocerla.  Se  estrecharon 
los  vínculos  que  debían  unir  a  entrambas  razas;  identificáron- 
le sus  intereses;  borráronse  las  señales  que  regularmente 
marcan  las  diferencias  de  castas.  Uno  fué  el  idioma  i  unos 
fueron  los  usos  en  todos  los  puntos  donde  la  antorcha  déla 
civilización  había  llegado  a  ■•.  Todo  oontribuyó  a  ha- 

cer de  los  chilenos  un  solo  pueblo,  Los  escritores  mismos 
tueron  cambiando  de  tono.  En  nada  •  el  lenguaje  de 

Molina  al  que  usaban  los  primeros  historiadores  «le  la  con« 

ka.  Kl  cabildo  d<  mo  de  lis  opiniones  del 

antes  acérrimo  defensor  <l  is   opresivo,  lie 

ejercer  cierta  influenoia  moderadora  del  poder,  i  al  fin  prepa- 
!  u m - '.  1. 1  i  m  raoipaoion  política  del  estado.  La,  filiación 

ite  grande  acontecimiento  11<  i  l";  primeros  reola- 

q  i  nira  la  esclavitud  de  los  indíjenas. 


SERVICIO  PERSONAL  DE  LOS  IXDÍJEXAS  I  SU  ABOLICIÓN  153 


Ellos  fueron  los  rayos  de  luz  que  alborearon  la  aurora  de  la 
libertad. 

«En  Chile,  el  movimiento  popular  de  1810  no  tuvo  la  mas 
leve  apariencia  de  una  asonada.  Lejos  do  excitar  las  masas 
irreflexivas  a  sublevarse  contra  la  autoridad,  los  hombres 
pensadores  e  influyentes  con  prudente  cautela  fueron  impul- 
sando a  la  autoridad  misma  a  que  rompiese  los  lazos  que 
la  ataban  a  la  metrópoli;  i  para  mí,  las  causas  de  este  fenó- 
meno, que  quizá  ha  contribuido  en  gran  parte  a  cimentar  tan 
pronto  entre  nosotros  el  orden  i  la  tranquilidad,  se  encuentran 
en  la  controversia  que  suscitaron  las  encomiendas  i  el  servi- 
cio personal.  Las  discusiones  a  que  dio  lugar,  dispusieron  los 
espíritus  i  atemperaron  los  hábitos,  preparando  lentamente  el 
terreno  de  la  patria,  para  que  después  arraigase  como  planta 
espontánea  el  árbol  de  la  libertad.* 

Este  modo  de  pensar  no  carece  de  fundamento;  pero  es  in- 
dudable que,  en  la  constitución  de  las  municipalidades  ameri- 
canas, en  la  especie  do  representación  que  se  atribuían,  i  que 
las  leyes  mismas  reconocían  hasta  cierto  punto  en  ellas,  aun 
on  medio  de  las  trabas  que  casi  paralizaban  su  acción,  i  de  la 
suspicacia  con  que  se  invijilaban  sus  actos,  habia  ya  una  se- 
milla de  espíritu  popular  i  republicano,  que,  favorecida  por  las 
circunstancias,  habia  de  desenvolverse  i  lozanear.  Así  os  quo 
en  las  primeras  revoluciones  de  los  pueblos  hispano-amcrica- 
nos,  hicieron  siempre  un  papel  principal  las  municipalidades, 
aun  en  aquellas  secciones  donde  las  encomiendas  se  habían 
extinguido  poco  a  poco,  sin  contiendas,  sin  providencias  vio- 
lentas, sin  ruidosas  reclamaciones,  por  el  solo  efecto  de  las 
circunstancias,  que  hacían  ya  mas  gravoso  que  útil  el  servi- 
cio de  los  indíjenas,  ventajosamente  reemplazado  por  el  de  los 
esclavos  africanos.  En  Venezuela,  por  ejemplo,  (i  acaso  suce- 
dería lo  mismo  en  algunas  otras  de  las  colonias  americanas), 
las  encomiendas  murieron,  por  decirlo  así,  de  muerte  natural; 
i  allí  con  todo,  a  despecho  de  las  medidas  tomadas  por  la  cor- 
te para  disminuir  la  importancia  i  coartar  las  facultades  do 
los  cabildos,  defendieron  éstos  en  muchas  ocasiones  con  alien- 
to i  denuedo  los  intereses  de  las  comunidades,  i  contribuye- 


454  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

ron  del  modo  mas  eficaz  al  establecimiento  de  la  independen- 
cia bajo  formas  republicanas. 

Curioso  sería  seguir  paso  a  paso,  a  la  luz  de  documentos 
históricos,  la  vida  del  espíritu  municipal  en  las  colonias  espa- 
ñolas, adonde  lo  llevaron  los  conquistadores,  cuando  conser- 
vaba en  el  suelo  natal  mucha  parte  de  la  antigua  enerjía.  En 
el  siglo  de  la  conquista,  las  municipalidades  americanas  des- 
plegaban todavía  no  poca  actividad  i  celo  en  la  defensa  de  los 
derechos  del  pueblo;  i  si  en  ocasiones  ordinarias  so  plegaban 
con  docilidad  a  las  órdenes  e  insinuaciones  de  la  corte,  osaban 
a  veces  alzar  el  grito  i  aun  apelar  a  las  armas  contra  las  de- 
masías. De  los  ayuntamientos  que  capitanearon  a  los  pueblos 
de  la  Península  en  la  guerra  de  las  comunidades,  eran  hijos  los 
que  presidieron  a  la  infancia  de  las  colonias,  donde,  por  la 
distancia  de  la  metrópoli,  ejercieron  de  hecho  gran  parto  del 
poder  soberano,  hasta  poniendo  i  quitando  jefes,  dando  regla- 
mentos que  eran  acatados  como  leyes,  influyendo  en  la  paz  i 
la  guerra,  i  luchando  a  veces  denodadamente  con  los  virreyes, 
capitanes  jenerales  i  audiencias.  A  pesar  de  la  prepotencia  do 
la  corona  que  lo  absorbió  todo,  no  se  extinguió  enteramente 
en  el  seno  de  las  municipalidades  aquel  aliento  popular  i  pa- 
triótico: tradición  preciosa,  quo  sobrevivió  a  la  pérdida  do  su3 
mas  importantes  funciones.  Asi  es  que,  invadida  la  Península 
por  los  ejércitos  fran  le  las  ve  proclamar  a  Fernando 

VII,  arrastrando  a  los  mandatarios  coloniales  que  en  aquellos 
primeros  momentos  vacilaban,  atentos  solo  a  mantener  la 
supremacía  de  la  metrópoli,  cualquiera  que  i'\ir:^.  la  dinastía 
quo  ocupase  el  trono;  ellas  exijeQ  a  los  gobiernos  garantías  do 

nadad,  i  aspiran  ;l  la  participación  del  poder,  que  última- 
mente les  arrancan.  Pero  volvamos  a  la  obra  del  ilustrado  i 
elocuente  presbítero. 
En  el  capítulo  I."  se  nos  muestra  el  orí  jen  del  servicio 
mal  de  Los  indíjenas,  «pie  naoió  de  la  repartición  de  tio- 
Loia  Co  sosa  del  derecho  de  oonquis- 
1 1.  ESaeneü   ',,:         &ft  feudal el  que  debía  ocurrir  natural* 

don  l  •  no  había  rentas 
públicas,  ni  Ind  .  que  constituirlas,  ni 


SERVICIO  PERSONAL  DE  LOS  INDÍJENAS  1  SU  ABOLICIÓN'  153 

empleos  lucrativos  que  conceder;  donde  todo  el  prez  de  la  vic- 
toria era  la  tierra  subyugada  i  el  trabajo  dé  los  vencidos. 
«Costumbre  fué  en  toda  la  América,  dice  un  historiador  cita- 
do por  el  señor  Salas,  remunerar  los  servicios  de  los  militares 
beneméritos  con  las  encomiendas  de  indios,  distribuidas  según 
la  voluntad  i  el  capricho  de  las  audiencias  i  gobernadores.» 
Decimos  que  este  era  un  pensamiento  naturalmente  inspirado 
por  el  espíritu  de  conquista,  porque  la  mera  colonización  de 
un  país  despoblado  puede  efectuarse  de  diferente  modo,  por  la 
aplicación  do  las  fuerzas  propias  al  cultivo  del  suelo,  al  ejer- 
cicio do  las  artes,  i  a  la  formación  de  una  sociedad  entera- 
monto  nueva,  pura  do  toda  mezcla  con  otras  razas,  i  no  ame- 
nazada de  fuerzas  externas  que  le  resistan  i  la  hostilicen.  Tal 
fué  la  base  do  la  colonización  antigua  i  do  los  establecimien- 
tos ingleses  en  el  nuevo  mundo:  diferencia  primordial  de  alta 
importancia,  i  que  ha  influido  poderosamente  en  los  varios 
destinos  de  las  posesiones  de  España  i  de  la  Inglaterra. 

Los  brazos  de  los  indios  fueron  destinados  especialmente  al 
que  se  consideraba  como  el  mas  provechoso  empleo  de  las 
fuerzas  humanas,  el  laborío  do  minas.  En  vano  habia  dicho 
el  emperador  Carlos  V:  «Pareció  que  nos,  con  buena  con- 
ciencia, pues  Dios  nuestro  señor  crió  los  indios  libres  i  no  su- 
jetos, no  podemos  mandarlos  encomendar  ni  hacer  reparti- 
miento de  ellos  entre  cristianos;  i  así  es  nuestra  voluntad  quo 
so  cumpla.»  Las  encomiendas  se  sancionaron  en  Chile  i  en 
toda  la  América,  con  el  especioso  protesto  do  amparar  i  pro- 
tejer  a  los  indios.  Nació  la  mita;  fueron  reducidos  a  verda- 
dera servidumbre  los  indios,  sin  distinción  de  edad  ni  sexo;  i 
los  encomenderos  se  convirtieron  bien  pronto  en  desapiadados 
amos  do  sus  indefensos  protejidos.  Llegó  el  caso  de  hacerse 
expediciones  al  archipiélago  de  Chiloé  para  esclavizar  sus 
pacíficos  moradores  i  conducirlos  en  gruesas  partidas  a  la 
plaza  do  Santiago,  donde  eran  vendiebs  en  pública  almoneda. 
¿Do  qué  sirvieron  las  providencias  dictadas  con  tanta  repeti- 
ción i  encarecimiento  por  los  reyes  de  España  para  aliviar  la 
opresión  do  los  indios?  De  nada  absolutamente.  I  sin  embargo 
se  ha  ensalzado  i  se  ensalza  el  código  de  las  leyes  de  Indias, 


150  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

como  una  muestra  de  la  sabiduría  i  humanidad  del  gobierno 
que  las  promulgó,  i  como  una  prueba  de  la  superior  liberali- 
dad de  la  lojislacion  colonial  española  sobre  la  de  otras  nacio- 
nes. Humano  i  piadoso  es  en  alto  grado  el  lenguaje  de  las 
leyes  de  Indias;  pero  sus  providencias  eran  ineficaces;  i  aten- 
dida la  constitución  de  las  colonias,  no  podían  dejar  de  serlo. 
En  España  misma,  hubo  que  cerrar  Los  ojos  a  la  miserable 
condición  de  la  raza  india.  Llegó,  dice  nuestro  autor,  a  dis- 
cutirse e maduramente  en  Madrid  por  el  consejo  de  Indias 
presidido  por  Felipe  IV  la  célebre  competencia  suscitada  entre 
la  audiencia  i  el  presidente  do  Chile  sobre  si  convenia  mas 
herrar  a  los  indios  en  la  mano  o  en  la  cara,  como  antes 
se  acostumbraba;  i  conforme  a  la  gravedad  del  caso  se  expi- 
dieron las  dos  reales  cédulas  de  5  i  de  7  de  mayo  de  1635. 
Léanse  con  imparcialidad  esas  dos  piezas,  únicas  talvez  en  su 
jénero,  i  calcúlese  hasta  qué  punto  habla  llegado  en  Chile  la 
crueldad  con  los  indios  reducidos  i  de  encomienda,  cuando 
bastaba  el  simple  temor  de  su  fuga  para  adoptar  un  signo  de 
reconocimiento  desconocido  en  la  historia  de  los  antiguos 
déspotas  i  tiranos.  ¡Un  consejo  de  hombres  llamados  a  dirijir 
con  sus  luces  la  marcha  del  gabinete  español  so  ocupa  con 
seriedad  en  discutir  un  proyecto,  cuya  enunciación  sola  era 
mas  que  suficiente  título  para  condenarlo  a  las  llamas  por  la 
mano  del  vordugo!  ¡I  se  expiden  reales  cédulas  para  que  en 
Chile  con  los  antecedentes  a  la  vista  so  ejecute  lo  que  pare- 
ciere mas  conveniente!  O  témpora!» 

«Nada  importa,  (observa  con  razón  nuestro  autor),  que  se 
hubi  tableoido  ¡tmlectores  de  indtOBj  rque  aquí  i  allá 

fio  encarezca  i  recomiende  la  defensa,  amparo  i  buen  trata- 
miento je  loa  ¡ndíjenas;  el  oríjen  del  mal  estaba,  lo  repito,  en 

el  sistema  de  eivili/.aeion  adoptado  por  ios  peninsulares;  i  on 

iimi'sto  escullo,  i  >ii  los   bunios  (írseos  que  abriga- 

ron en  favor  dfl  lot  indios  algunos  de  los  monarcas  conquis- 
tadores.» 

i :   Instructivo  i  animado  el  cuadro  que  el  autor  nos  preson- 

•  <  funes'  emonoias  del  sistema  de  encomiendas 

sobre  La  ra$a  india,  i  es  incontestable  que  la  fuente  del  mal 


SERVICIO  PERSONAL  DE  LOS  INDÍJENAS  I  SU  AííOLlCION  1"j7 


estaba  en  el  plan  do  civilización  adoptado  por  los  conquista- 
dores; pero  es  justo  repetir  que  en  aquel  siglo  la  feudalizacion 
era  un  efecto  casi  necesario  de  la  conquista,  sobre  todo  cu  paí- 
ses que  absolutamente  no  podían  ofrecer  a  sus  nuevos  señores 
mas  que  tierra  i  brazos. 

En  el  capítulo  2.°,  expone  el  autor  los  obstáculos  que  se 
oponían  a  la  abolición  del  servicio  personal  de  los  indíjenas, 
i  señala  cuatro:  el  interés  de  los  encomenderos,  el  de  la  coro- 
na, las  ideas  dominantes  de  la  época  i  el  sistema  de  conquista. 

Pudiera  decirse  que  el  cuarto  miembro  de  esta  enumeración 
comprende  en  cierto  modo  los  otros.  No  se  trataba  de  colonizar 
un  país  desierto;  esto  es,  de  establecer  en  él  una  sociedad  en 
que  los  españoles  cultivasen  por  sí  mismos  el  suelo  ocupado, 
ejercitasen  las  artes,  fuesen  a  un  tiempo  los  gobernantes  i  los 
gobernados,  i  formasen  un  todo  homojéneo,  que  sacase  de  sí 
mismo  su  vitalidad  e  incremento,  como  lo  hicieron  los  colonos 
británicos  en  la  América  Septentrional.  Ni  trataban  tampoco 
los  españoles  de  incorporar  en  su  seno  los  indíjenas,  admi- 
tiéndolos a  una  completa  igualdad  de  derechos  civiles:  siste- 
ma de  que  no  sé  si  se  ofrece  ejemplo  alguno  en  la  historia 
del  mundo.  Tratábase  de  subyugar  a  los  naturales,  i  de  man- 
tenerlos en  un  estado  de  dependencia,  para  emplearlos  en  la 
agricultura,  en  el  laborío  de  minas,  en  toda  especie  de  traba- 
jo mecánico,  a  beneficio  de  los  dominadores.  Tratábase  de 
verdadera  conquista,  i  de  fundar,  por  consecuencia  de  ella, 
una  verdadera  feudalidad;  i  es  preciso  confesar  que  este  sistema 
nacia  de  las  circunstancias  tan  naturalmente,  como  nació  la 
feudalidad  en  el  mediodía  de  Europa,  cuando  las  belicosas 
hordas  del  Norte  se  enseñorearon  de  las  provincias  del  impo- 
rio  romano  do  Occidente.  I  aun  puede  decirse  que  para  los 
conquistadores  de  Chile  esta  manera  de  establecimiento  era 
un  efecto  inevitable  de  la  situación;  porque  los  bárbaros  del 
Norte  encontraron  en  la  Europa  Meridional  naciones  adelan- 
tadas, industriosas,  opulentas,  de  cuya  riqueza  podían  apro- 
piarse una  buena  parto,  dejándolas  exentas  de  la  servidumbre 
personal,  a  la  manera  que  lo  habían  hecho  los  romanos  en 
los  países  que  sometieron  a  su  dominación,  al  paso  que  los 


158  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

conquistadores  de  Chile,  no  mas  dados  a  la  industria  i  a  las 
artes  pacificas  que  los  godos,  francos  i  lombardos,  no  encon- 
traban en  el  territorio  de  que  se  apoderaron,  nada  que  pudie- 
ran repartirse,  en  recompensa  de  sus  peligros  i  trabajos,  sino 
el  suelo  mismo  i  los  brazos  de  sus  habitantes.  De  aquí  el  in- 
terés de  los  encomenderos;  de  aquí  el  de  la  corona,  cuyos  do- 
minios acrecentaban,  de  aquí  las  ideas  de  la  época. 

Nuestro  autor  describo  con  fidelidad  i  con  bastante  viveza 
do  colorido  los  efectos  de  aquel  funesto  sistema.  Copiaremos 
uno  de  sus  rasgos. 

«Llamo  yo  aquí  la  atención  de  los  hombres  pensadores  so- 
bre un  hecho  notable  de  la  historia  do  nuestro  país:  la  cons- 
tante oposición  del  cabildo  de  Santiago  a  la  abolición  del  ser- 
vicio personal.  La  influencia  de  esta  corporación  en  los  nego- 
cios públicos  del  reino  no  tenia  competidores;  i  sus  acuerdos 
a  la  vez  eran  estatutos  a  que  so  sometían  los  mismos  gober- 
nadores. Las  relaciones  i  riquezas  de  los  capitulares  los  revea* 
tian  ademas  do  ese  poder  facticio,  pero  formidable,  quo  da  a 
los  ojos  de  un  pueblo,  en  la  infancia  de  su  civilización,  el 
prestijiode  exterioridades  deslumbradoras.  Con  estos  elemen- 
tos, el  cabildo  de  Santiago,  durante  un  largo  espacio  de  tiem- 
po, desplegó  en  diversos  sentidos  toda  SU  actividad  para  pro- 
tejer  la  causa  do  los  encomenderas,  i  la  continuación  del  ser- 
vicio personal  de  los  indios.  Servia  en  esto,  es  verdad,  a  las 
intenciones  de  los  monarcas,  puesto  que  les  allanaba  el  cami- 
no para  eternizar  el  indebido  vasallaje  de  las  tribus  indíjenas, 
i,  por  una  coincidencia  natural  de  inte]  PVia  en   ello 

también  a  su  propia  causa.  Habla,  no  es  posiblo  dudarlo,  en- 
tre las  conveniencias  del  cabildo  i  l^s  proyectos  de  la  enrona 
solidaridad  de  intereses,  i  sus  fuerzas  combinadas  tendían  a 
perpetuar  la  ominosa  coyunda  de  la  servidumbre  de  los  indios. 
La  pujanza  de  la  primera  corporación  del  país  la  condecoraba 
con  un  ase  -n  líente  irresistible  en  todos  los  asuntos  '1''  público 
ínteres;  h  ;  >  es  repetirlo,  a  su  influjo  oedian  loa  planes 

mejor  cal  para  la  extinción  d<>  la  p  dadora  de  la 

colonia  establecida  en  Chile.  Bus  acuerdos  formulaban  el  pro- 
grama d  Iiizacion,   i   «Tan   acatados  con  un   respeto  i 


SERVICIO  PERSONAL  DE  LOS  INDÍJENAS  I  SU  ABOLICIÓN  liO 


veneración  cual  nunca  so  habían  visto.  Empeñados  el  honor  i 
las  relaciones  de  los  concejales  en  sostener  la  causa  de  los  en- 
comenderos, ¿qué  podían  esperar  los  que  alimentaban  en  sus 
corazones  el  fuego  sagrado  de  la  libertad,  i  no  perdonaban 
sacrificio  para  .reconquistarla  en  favor  di;  loa  indios?  ¿Cómo 
luchar  con  el  Hércules  del  poder  español  en  el  reino  de  Chile 
sin  contar  de  seguro  con  una  vergonzosa  derrota?  ¿Cómo  con- 
trastar el  influjo  del  cabildo,  cuando  la  real  audiencia  do  San- 
tiago, a  pesar  de  su  prepotente,  autorida*  l,  tuvo  que  ceder  a  los 
acuerdos  do  los  capitulares  en  la  cuestión  de  la  abolición  del 
servicio  personal?* 

«Sin  embargo,  ¡quién  lo  creyera!  en  tiempos  mas  felices, 
cuando  se  había  desmoronado  el  coloso  do  la  servidumbre 
de  los  indíjenas,  eso  mismo  cabil  lo  de  Santiago,  tan  interesa- 
do un  dia  en  sofocar  la  simiente  de  la  libertad,  alza  el  prime- 
ro el  grito  do  la  independencia,  i  sus  miembros  so  abren  paso 
por  entre  obstáculos  i  dificultades,  para  adquirirse  títulos  a  la 
gratitud  nacional,  i  colocar  sus  nombres  en  los  fastos  do  los 
exclarecidos  Pudres  de  la  Patria:  ¡contraste  singular!  El  ca- 
bildo de  Santiago,  constituido  por  mas  do  un  siglo  defensor 
nato  de  los  derechos  de  la  conquista,  i  de  la  servidumbre  do 
los  indíjenas,  fué  en  1810  la  primera  corporación  que  alzó  el 
guante  en  la  arena  del  combate....  Olvidándolo  todo,  sin  cu- 
rarse do  los  peligros,  dio  el  primer  ejemplo  i  encabezó  el  mo- 
vimiento revolucionario».**  Si  el  eco  de  libertad  que  resonó 
en  1810,  hubiera  hallado  en  los  concejales  de  1606  hombres 
del  mismo  espíritu,  el  movimiento  revolucionario  se  habría 
acelerado,  i  a  la  libertad  de  los  indios  so  hubiera  seguido  la 
dichosa  era  de  la  emancipación  do  todos  los  colonos  de  Chile. 
Pero  seamos  justos:  las  circunstancias  i  los  interesos  eran  dis- 
tintos, i  por  ello,  concejales,  conquistadores  i  encomenderos 
conspiraron  de  consuno  al  mantenimiento  del  orden  estable- 
cido por  el  sistema  de  la  metrópoli.  Fieles  servidores  de  los 
monarcas,  opusieron  una  resistencia  tenaz  a  las  primeras  ten- 


M.  Gay.  Historia  de  Chile,  tomo  2.°,  capítulo  41. 
'  Memoria  do  don  Manuel  Antonio  Tocornal,  capítulo  2.  pajina  30. 


160  OPÚSCULOS   LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

tativas  ejecutadas  en  favor  de  la  libertad,  cubrieron  con  tu- 
pido velo  las  siniestras  miras  de  los  opresores  de  las  desgra- 
ciadas tribus;  i  como  ninguno  tal  vez,  contribuyeron  al  desarro- 
llo i  aplicaciones  del  funesto  sistema  de  la  esclavitud  i  enco- 
miendas.» 

Los  capítulos  3.°  i  4.°  nos  dan  la  interesante  historia  de  la 
abolición  de  este  sistema,  en  la  cual  se  distinguieron  por  sus 
jenerosos  esfuerzos  el  hidalgo  portugués  don  Juan  de  Salazar, 
i  los  dos  jesuítas  Diego  de  Torres  i  Luis  de  Valdivia.  El  ter- 
cero de  estos  héroes  de  la  humanidad  es  el  que  excita  princi- 
palmente, i  a  nuestro  juicio,  con  mucha  razón,  el  entusiasmo 
del  autor.  «Este  ornamento  ilustre  de  nuestra  relijion,  nos 
dice,  fué  uno  de  los  esclarecidos  varones  que  en  1593  zanja- 
ron los  fundamentos  do  la  Compañía  do  Jesús  en  la  capital 
de  este  reino.  En  la  primavera  de  la  vida,  obtuvo  los  cargos 
mas  difíciles  do  la  corporación  a  que  pertenecía.  Maestro  do 
novicios  i  catedrático  de  teolojía  en  Lima,  rector  de  su  colé- 
ji  i  cu  Chile  i  misionero  apostólico  en  la  Araucania,  jamas 
desmintió  el  alto  concepto  que  por  su  sabiduría  i  virtudes 
merecía.  Concepción,  la  Imperial,  Valdivia  i  Osorno,  fueron  el 
teatro  do  sus  primeras  correrías  apostólicas,  operando  en  to- 
das parles  saludables  conversiones,  i  dándole  a  conocer  a  los 
indios  por  i  ínjel  de  caridad  i  un  apóstol  de  verdad.* 
Autor  de  la  empresa  mas  ardua  que  concebirse  pudiera,  la  pa« 
I  reino  de  Chile,  quería,  manifestar  ¡  i  lo  probó, 
(pie  las  inspiraciones  del  jenio  superaban  las  tentativas  del  po- 
der opresor  en  la  civilización  araucana.  Denodado  campeón  do 
la  libertad  de  los  naturales,  la  procuró,  a  despecho  del  interés  i 
la  fuerza  brutal,  con  un  ardor  increíble;  i  a  él  solo  se  debo  la 
gloria  inm  irtal  de  haber  sido  el  primero  quo  proclamó  en  Chi- 
1<-  la  Independencia  del  territorio  araucano.  Pocos  hombres  prc- 
tenta  de  un  arrojo  tan  frío  i  reflexionado 

rniiio  i-I  (¡iic    tuvo  Valdivia  en   la  atrevida  empresa  (pie  aco- 
metió. -La  mas  lejana  posteridad,  dioeM.  Gay,  admirará  al 
idivia:  i  su  noble  i  elevada  intelijenoia,  i  la  magna- 

•   II,  <oy. 


SERVICIO  PERSONAL  DE  LOS  IXDÍJENAS  1  SU  ABOLICIÓN  1G 1 


nimidad  de  su  anchuroso  corazón,  puestas  en  evidencia  por 
los  sucesos  posteriores  i  por  la  interminable  resistencia  de  los 
bizarros  araucanos, — probarán  al  mundo  entero  .que  la  memo- 
ria de  los  béroes  del  cristianismo  queda  siempre  grabada  con 
buril  indeleble  en  la  gratitud  de  los  pueblos.  Trabajó  en  nues- 
tra patria,  como  ninguno,  por  el  bien  de  los  indios,  i  no  acep- 
tó otra  recompensa  de  sus  servicios  que  la  libertad  de  ter- 
minar su  carrera  lejos  del  bullicio  del  mundo,  en  una  pobre 
celda  de  su  convento  de  Valladolid.*  Los  recuerdos  de  Chile, 
de  esta  tierra  de  su  predilección,  inflamaron  siempre  su  celo; 
i  aunque  trabajado  por  la  ingratitud,  la  calumnia  i  los  años, 
aunque  acosado  por  una  cruel  i  terrible  enfermedad  que  le 
tenia  sin  movimiento  ni  acción,  el  venerable  anciano,  en  el  úl- 
timo período  de  su  vida,  había  hecho  un  voto  solemne  de  volver 
al  campo  de  sus  antiguos  i  esclarecidos  combates  por  la  fe,  por 
la  libertad  i  por  la  independencia  de  los  araucanos.  Pedia  con 
instancias  al  padre  Alonso  de  Ovalle,  como  este  escritor  lo 
asegura,**  que  lo  condujese  al  lugar  de  sus  gloriosas  hazañas; 
i  ya  le  parecía  estar  entre  los  indios  de  Chile,  abogando  por 
su  libertad,  combatiendo  el  servicio  personal,  i  dándoles  a 
gustar  las  dulzuras  i  los  encantos  de  la  fe  i  de  la  civilización. 
No  hai  talvez  un  personaje  que  figuro  en  los  fastos  de  nuestra 
historia,  cuyos  hechos  estén  mas  al  abrigo  de  la  incertidum- 
brei  de  la  duda,  que  los  del  padre  Luis  de  Valdivia.  Olivares, 
Ovalle,  Lozano  i  M.  Gay  parece  se  hubieran  convenido  al  for- 
mular el  elojio  del  héroe  de  la  libertad  indíjena.  Pago  yo  con 
ellos  un  tributo  de  admiración  a  la  esclarecida  memoria  de 
este  varón  eminente.''** 

«La  empresa  del  padre  Luis  de  Valdivia  no  terminó  con  su 

*  No  aceptó  la  mitra  del  obispado  do  Santiago,  ni  el  cargo  de  con- 
sejero de  Indias  que  el  rei  lo  ofrecía. — Olivares  i  Gny. 

**  Breve  Relación  del  Reino  de  Chile,  libro  7.°,  capítulo  24. 

***  El  padro  Luis  de  Valdivia  nació  el  año  1561;  abrazó  el  instituto 
de  la  Compañía  en  abril  de  1581;  i  murió  en  5  de  noviembre  do  Ifi'r?. 
Escribió  la  primera  gramática  i  vocabulario  de  la  lengua  araucana, 
que  se  conserva  en  la  Biblioteca  Nacional,  un  tratado  con  este  título 
Mysterium  fidei,  i  algunas  otras  obritas  deque  hace  mención  Satuel. 

OPÚM3.  "21 


1G2  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

separación  del  reino  de  Chile.  Sus  virtudes  i  ejemplos  encon- 
traron dignos  imitadores.  El  padre  Gaspar  Sobrino  siguió  coi) 
ardor  el  propio  sistema  en  Concepción  i  la  Araueanía,  mien- 
tras que,  en  Santiago  i  las  demás  provincias  de  su  depen- 
dencia, se  hacían  prolongados  i  sostenidos  esfuerzos  para 
perseguir  en  sus  últimos  atrincheramientos  al  monstruo  del 
servicio  personal.  Los  superiores  i  subditos  de  la  Compañía; 
animados  de  un  mismo  espíritu  e  impulsados  por  su  jeneral 
Aquaviva,  perpetuaban  la  grande  obra  de  Torres  i  flo  Valdi- 
via, hasta  que  llegaron  a  convenir  en  negar  la  absolución 
sacramental  a  los  encomenderos,  ínterin  continuasen  el  inso- 
portable abuso  del  servicio  personal  de  los  indios  de  enco- 
mienda. Cruzaron  de  uno  i  otro  partido  fuertes  i  acal  iradas 
discusiones;  pero  con  ellas  el  terreno  se  preparó,  i  expertos 
agricultores  de  todas  clases  i  condiciones  entraron  a  cultivar- 
lo; las  reales  cédulas  i  leyes  favorables  a  la  libertad  de  los 
indíjenas  hallaron  ejecutores  en  la  decidida  voluntad  de  los 
hombres  de  bien,  que,  desengañados  ya  de  sus  añejos  errores, 
promovían  con  empeño  su  ejecución  i  observancia.  Antes  la 
autoridad  civil  de  este  reino  por  interés  i  cobardía  protestaba 
embarazos  a  la  supresión  del  servicio  personal,  i  de  intento 
criaba  las  dificultades  que  se  oponían  al  cumplimiento  de  las 
rejias  disposiciones  arrancadas  de  los  monarcas  por  ios  amigos 
délos  indios  oprimidos.  Mas  una  vez  jeneralizados  los  principios 
de  los  sagrados  derechos  <!<•  la  libertad  individual  que  se  despre- 
ciaban, i  pronunciada  la  opinión  de  un  gran  número  de  hom- 
bres de  talento  i  probidad  en  favor  de.  las  ventajas  del  nuevo 
>raa,  las  cosas  fueron  cambiando  de  aspooto;  i  ya  cu  1633/ 
se  prohib  \  absolutamente  en  Chil  \  personal,  ¡mas 

i  1662,  se  mandó  poner  en  libertad  a  tod  adiós 

..o, obrando  para  i  intereses 

una  comisión  compuesta  de  I  le  Santiago  í  de  Con- 

i!  >  D  >ming  »,  San  Fran 
lia  Co  "  I."    \  Irr  j  »  del  Perü  condes  do  tíantisl       i 

•  i  la  do  1 1  de  abril  d 

••  i  ■  •  de  abril  de  I 

•••    i  le  mar/o  dti   10 


SEIt VICIO  PERSONAL  DE  LOS  INLlÍJENAS  I  SU  ABOLICIÓN  163 


i  Lómus  se  opusieron  por  todos  los  medios  imaj ¡hables  a  que 
se  formasen  pueblos  de  indios,  con  lo  que  se  creia  asegu- 
rar su  libertad;  i  el  obispo  de  Santiago  trabajó  con  tesón  para 
que  esta  saludable  medida  se  plantease  en  el  país.*  I  se  llegó 
a  conseguir  que  se  decretase  pena  de  muerte  contra  los  que 
oprimían  i  vejaban  a  los  desgraciados  indios.  Así  el  atrevido 
proyecto  que  comenzaron  en  nuestra  patria  los  denodados 
campeones  de  la  libertad,  salvando  contradicciones  i  obstácu- 
los, fué  al  fin  coronado  de  un  éxito  feliz.  El  coloso  fué  demo- 
lido; la  infausta  época  del  servicio  personal  concluyó;  i  por 
la  fuerza  misma  de  las  cosas,  las  encomiendas  también  vinieron 
a  tierra,  i  sobre  sus  melancólicas  ruinas  rayaron  para  Chile  los 
primeros  albores  de  la  libertad.  ¡Honor  i  prez  sean  dados  a  los 
preclaros  varones  que  promovieron  i  ejecutaron  tan  grandiosa 
empresa!» 

Los  estractos  anteriores  darán  a  conocer  el  carácter  i  méri- 
to de  esta  interesante  memoria.  Compruébanse  en  ella  los 
hechos  con  autoridades  fidedignas;  i  el  autor  sabe  calificarlos 
con  justicia,  aun  cuando  deja  la  templada  severidad  de  la  his- 
toria, i  toma  el  tono  apasionado  del  panejíríco,  acertando  siem- 
pre a  exponerlos  en  un  estilo  claro  i  animado,  que  nos  los 
hace  ver  i  apreciar  como  él  mismo  los  ve  i  aprecia.  La  obra 
termina  en  una  serie  de  documentos  justificativos,  entra  los 
cuales  nos  parece  muí  digna  de  leerse  la  carta  de  2  de  junio 
de  1612,  escrita  por  el  padre  Luis  de  Valdivia  al  provincial 
Diego  de  Torres,  dando  cuenta  de  las  paces  ajustadas  con  la 
provincia  de  Catirai,  donde  (según  las  expresiones  del  autor), 
presentándose  aquel  venerable  apóstol  sin  otra  arma  que  un 
crucifijo  en  medio  de  parcialidades  guerreras,  sus  dulces  pa- 
labras de  paz  i  caridad  fueron  escuchadas  como  las  de  un 
mensajero  del  gran  reí  de  los  ciclos  i  cumplió  su  promesa 
do,  pacificar  a  la  mas  belicosa  nación  del  unioorso,  sin  ti- 
rar un  tiro,  ni  tocar  las  arcas  del  real  erarlo. 

(El  Araucano,  Año  do  1848.) 

*  Cito  esto  hecho  refiriéndome  a  un  apunte  estractado  de  la  His- 
toria Eclesiástica  del  país  que  trabaja  el  actual  señor  decano  de  la 
facultad  do  toolojia,  don  Ignacio  Víctor  Eizaguirre, 


MEMORIA  HISTORICO-CRITICA 

DEL 

DERECHO  PÚBLICO  CHILENO 

DESDE   1810  HASTA   1833, 

PRESENTADA  A  LA  UNIVERSIDAD  EN  LA  SESIÓN  SOLEMNE  DE  14  DE  OCTU- 
BRE DE  1849  POR  DON  RAMÓN  BR1SEÑO 


Hace  tiempo  que  pesa  sobre  nosotros  la  obligaeion  de  ha- 
cer justicia  a  un  trabajo  tan  interesante  i  meritorio  como  el 
de  la  Memoria  Histórico-Crítica  del  Derecho  Público  Chi- 
leno desde  1810  hasta  nuestros  d¿as,  presentado  a  la  uni- 
versidad de  Chile  en  la  sesión  solemne  del  14  de  octubre  del 
año  pasado,  por  don  Ramón  Briseño,  miembro  de  la  facultad 
de  filosofía  i  humanidades.  Si  hasta  ahora  no  hemos  llenado 
esta  obligación,  no  es  ciertamente  porque  esta  obra  nos  haya 
parecido  desmerecer  nuestro  insignificante  homenaje.  Al  con- 
trario nos  contamos  en  el  número  de  los  que  mas  han  estima- 
do las  producciones  literarias  del  autor,  i  de  los  que  mas  han 
aplaudido  su  laboriosidad  i  talento:  prendas  ambas  que  dan 
mucho  precio  a  la  presente  memoria. 

La  obra  es  demasiado  larga  para  que  hubiera  podido  leerse 
toda  en  aquella  sesión:  accidente  que  ha  ocurrido  en  las  de- 
mas  ocasiones  de  la  misma  especie,  i  de  que  no  hemos  tenido 
motivo  de  quejarnos  ni  en  aquellas  ni  en  ésta,  porque,  reduci- 
do el  trabajo  a  las  diminutas  dimensiones  indicadas  en  la  lei 
orgánica  do  la  universidad,  careceríamos  de  las  excelentes 
composiciones  históricas  que  con  este  motivo  se  han  dado  al 


16G  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

público.  ¿Valdría  mas  una  disertación,  por  elegante  que  fue- 
se, que  el  extenso  cuadro  de  una  época,  de  un  grande  aconte- 
cimiento desenvuelto  en  sus  pormenores  esenciales,  ilustrado 
i  coloreado  por  una  crítica  sagaz  i  juiciosa,  a  la  luz  de  docu- 
mentos no  siempre  accesibles  a  los  curiosos?  Aunque  la  tarea 
se  haya  hecho  difícil,  es  justo  decir  que  ninguno  de  los  ele- 
jidos  para  su  desempeño  ha  dejado  de  aceptarla  gustoso.  Pero 
imponiendo  ella  una  esmerada  investigación  i  examen  de  li- 
bros i  manuscritos  que  no  están  al  alcance  de  todos,  i  una 
solícita  dilijencia  en  consultar  testimonios  i  tradiciones  ora- 
les, seria  de  temer  que  alguna  persona  ele  las  mas  idóneas, 
apremiada  por  atenciones  de  otro  orden,  no  pudiese  conciliar 
con  ellas  un  encargo  que,  cualquiera  que  sea  su  importancia, 
no  podrá  menos  de  ceder  su  lugar  a  los  deberos  del  majistra- 
do  i  del  hombro  público. 

La  introducción  de  la  obra  del  señor  Enseño  fué  todo  lo 
que  pudo  recitarse  de  ella  en  la  sesión  universitaria.  Los  que 
concurrieron  a  aquel  acto  recordarán  el  interés  con  que  fué 
oída.  No  sabemos  si  la  coincidencia  de  nuestras  ideas  con  las 
del  autor  influya  en  nuestro  juicio;  pero  leemos  todavía  el 
■)  en  que  termina  la  introducción,  i  todavía  sentimos  la 
impresión  profunda  que  produjo  en  nosotros,  como  en  toda  la 
concurrencia,  al  oírlo. 

«Si  los  chilenos  (dice  el  autor),  si  los  chilenos  en  cuyo 
oorazon  arle  la  llama  pura  de  la  liberta!,  comparan  su  lei 
fundamental,  no  solo  con  las  do  las  repúblicas  Bud«ameri« 
ciñas,  sino  con  las  de  otros  pueblos  tenidos  por  sabios  i  ex- 
perimentados en    la  ciencia  do   la   democracia,    hallarán    mil 

motivos  para  vivir  muí  satisfechos  de  bu  suerte,  i  deque  no 
bu  <n  la  América  Española,  i  quizá  en  ''1  inundo,  una  nación 

tan  libre  como  Chile,  si  acierta  a  observar  sabia  i  rolijiosa- 
mente  su  oonstitucion  actual.  Qu  constitución  ha  sido 

la  in  imente  Calculada,  que  es  el  00*  ligo  americano  mas 

perfecto  en  política,  •  «mi  la  aplicación  de  los  principios 

tntooedentei  del  pais,  ahi  estala  experiencia 

que  i,,  A  i,  diciéndonoi  eii  alia  voz:  aolainente  <'<m 

,•/</'«  ///-i '/ ' <•  iH-r  una    pvocioftü   i  psvpctun 


MEMORIA  SOBRE  EL  DERECHO  PÚBLICO  CHILENO  iG7 


paz  de  veinte  años,  después  que  incesantemente  habíais 
consumido  otros  veinte  anteriores  en  repetidos  ensayos' 
constitucionales.  Empero,  todos  estos  años  llenos  de  angus- 
tia no  han  pasado  en  vano  a  los  ojos  de  la  nación.  Ellos  han 
modificado  profundamente  nuestras  ideas,  lian  cambiado  en 
gran  parte  nuestros  hábitos  coloniales,  i  han  halagado  nues- 
tras expectativas  de  progreso  i  de  futuro  engrandecimiento  en 
todas  direcciones.  La  educación  política  es  hoi  'mas  completa; 
los  representantes  del  pueblo  comprenden  todo  lo  que  exije  de 
patriotismo  i  moderación  el  ejercicio  de  la  autoridad  suprema 
en  sus  principales  ramos;  la:  soberanía,  asegurada  por  sí  mis- 
ma en  la  mayor  moralidad  del  pueblo,  no  se  desborda  hoi  en 
olas  impetuosas;  ella  tiene  la  calma  i  la  dignidad  del  poder;  i 
en  apoyo  do  semejante  aserto,  podemos  invocar  con  noble  or- 
gullo el  testimonio  flagrante  de  todas  las  naciones  civilizadas 
que  nos  observan,  tanto  del  viejo,  como  del  nuevo  mundo. 
Delante  de  ellas,  la  nación  chilena  es  dueño  absoluto  de  su  si- 
tuación, i  puede  llegar  sin  tropiezo  al  mas  alto  grado  de  en- 
grandecimiento social  i  político.  Habiendo  estado  colocada 
bajo  la  impresión  de  las  mas  peligrosas  influencias  i  de  las 
eircunstancias  mas  críticas,  ha  salido  triunfante  de  ellas;  ha 
sabido  dar  a  todas  las  repúblicas  americanas  un  noble  ejem- 
plo de  moralidad,  i  a  los  partidarios  de  la  opresión,  una  exce- 
lente lección  de  Libertad,  justicia  i  jmtriotismo. 

«El  mundo  todo  ofrece  en  la  actualidad  un  espectáculo  serio, 
grave  e  interesante;  i  Chile,  que  es  una  pequeña  fracción  de 
ese  mundo,  pero  una  fracción  especialmente  favorecida  por  la 
Providencia  Divina,  debe  secundar  tan  benéfica  influencia, 
debe  presentarse  también  a  la  altura  de  la  época  i  caminar 
directamente  a  su  destino.  Abiertas  tiene  para  ello  de  par  en 
par  las  puertas  de  su  felicidad.  Pues  bien:  ¡que  reconozca  sus 
verdaderos  intereses,  i  siga  marchando  por  la  hermosa  senda 
que  jenerosamente  le  trazaron  nuestros  padres,  los  ilustres  i 
denodados  campeones  de  la  independencia  i  de  las  institucio- 
nes chilenas,  a  fin  de  que,  realizando  ampliamente  nosotros 
lo  que  ellos  tantas  veces  desearon,  el  gobierno  de  todos  por 
la  razón  i  voluntad  de  todos,  gecomos  del  fruto  de  sus  heroi- 


108  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

eos  sacrificios!  La  república  democrática  es  el  gobierno  que 
mas  necesita  de  la  inspiración  i  de  la  bendición  continua  de 
Dios.  Elevemos,  pues,  señores,  nuestros  pensamientos  hasta 
él,  para  que,  como  autor  i  supremo  lcjislador  de  las  socieda- 
des humanas,  quiera  arraigar  cada  vez  mas  en  la  nuestra  el 
respeto  a  la  relijion  i  a  la  moral,  sin  las  cuales  no  puede  vivir 
la  democracia;  a  la  verdadera  i  justa  libertad,  a  las  leyes,  las 
ciencias  i  la  inclustria,  a  la  fe  pública  empeñada  en  los  contra- 
tos nacionales;  iluminar  los  consejos  del  gobierno  i  de  nues- 
tros representantes  para  que  se  completen  i  perfeccionen  las 
instituciones  que  nos  rijen;  i  no  permitir  que  la  anarquía  ni 
la  tiranía  sacudan  jamas  su  funesta  tea  sobre  nuestros  hoga- 
res. ¡Que  el  país  de  los  Lautaros,  Rengos,  Colocólos,  Tucape- 
les  i  demás  héroes  que  han  seguido  su  jencrosa  huella,  sea 
para  siempre  la  patria  venturosa  de  una  sola  familia,  que,  ani- 
niada,  como  al  presente,  de  unas  mismas  ideas  i  sentimientos, 
niga  viendo  las  fértiles  campiñas  de  Chile  regadas  por  las 
risueñas  corrientes  de  sus  puras  i  cristalinas  aguas,  en  vez  do 
serlo  por  la  sangre  fratricida  que  desgraciadamente  inunda  el 
territorio  de  nuestros  vecinos!  ¡Que  inspire  i  bendiga  cada  vez 
mas  i  mas  a  este  pueblo  sensato  i  virtuoso;  que,  antes  de  todo, 
scender  sobre  su  cabeza  el  bautismo  de  la  instrucción, 
a  torrentes  como  la  luz,  como  todo  lo  que  viene;  de  lo  alto; 
i  111  Qn  que  nos  conserve  la  plenitud  del  orden  político  i  so- 
cial, así  como  ha  dado  el  orden  material  a  los  astros  del  fir- 
'•)!» 
El  sefior  Briscño  principia  echando  una  ojeada  rápida  sobre 
constituciones  de  la  Península  desde  el  rójimon  teocrático 
que  ilió  leyes  ;i  La  España  i  bajo  ouya  funesta  influen- 

cia dejeneró  la  nativa  enerjía  de  los  conquistadores,  i  deseen- 

.'■orí    pocO  la    l'.   ,.111.1  al    ■  r.il>    increíble   de  abatimiento 

que  la  hizo  fáoil  presa  <!<•  un  puftado  <!<•  sarracenos,  basta  la 

'¡hiri.>n  libera]  d<  monumento  curioso  do  precipita- 

1,  <1ms  veces  abjurado,  derrocado,  pisoteado  por 

<1  misino  pueblo,  cuyas  bliei  iii;i  destinado  a  afianzar. 

Dibúj  ibierno  colonial  de  las  América*:  materia 

1  elucidación  no  entraba  en  el  marco  du  la  me- 


MEMORIA  SOBRE  EL  DERECHO  PÚBLICO  CHILENO  IG'J 

moría,  i  en  que  solo  ha  podido  emplearse  una  atención  lijera. 
Materia  es  esta,  con  todo,  que  bien  mereceria  tratarse  aparte. 
Ni  todo  lo  que  de  ella  dice  el  señor  Briseño  nos  parece  funda- 
do. Nosotros  alcanzamos  a  ver  ese  vasto  edificio  todavía  en 
pié,  todavía,  al  parecer,  bien  asentado  sobre  sus  cimientos. 
Vimos  desde  adentro  su  construcción  artificiosa,  en  que  lu- 
chaban sordamente  fuerzas  antagonistas,  a  veces  en  abierto 
choque.  En  ninguna  parte,  i  en  las  capitanías  jenerales  mu- 
cho menos  que  en  los  virreinatos,  tenia  el  jefe  superior  atri- 
buciones omnímodas  como  delegado  de  un  monarca  absoluto. 
Ninguna  autoridad  americana  representaba  completamente  al 
soberano.  La  esfera  en  quo  obraba  cada  una  estaba  demarca- 
da cuidadosamente  por  las  leyes.  Así  la  administración  colo- 
nial, calcada  sobre  el  modelo  de  la  metrópoli,  era  mui  dife- 
rente en  su  espíritu.  En  la  Península,  el  monarca,  desplegando 
una  acción  inmediata,  se  hacía  sentir  a  cada  instante,  i  ab- 
sorbía los  poderes  todos,  armonizándolos,  dirijiéndolos  i 
coartándolos,  al  paso  que  en  las  colonias  los  jefes  de  los  di- 
versos ramos  administrativos,  independientes  entro  sí  i  ame- 
nudo  opuestos,  podían  obrar  con  tanta  mas  libertad,  cuanto 
era  mayor  la  distancia  de  la  fuente  común.  La  acción  mode- 
radora del  poder  supremo  no  intervenía  sino  de  tardo  en 
tardo.  Dos  pensamientos  presidieron  a  esta  vasta  fábrica  de 
gobierno.  Por  una  parte,  era  preciso  asegurar  la  dominación 
española  sobro  sus  dilatadas  provincias,  mantener  numerosos 
pueblos  bajo  una  tutela  eterna,  esconderlos  en  cierto  modo  al 
mundo,  defenderlos  contra  la  codicia  de  naciones  emprende- 
dedoras,  que  envidiaban  a  la  España  sus  extensas  i  opulentas 
posesiones;  por  otra,  establecer  garantías  contra  la  deslealtad 
de  los  inmediatos  ajentes  do  la  corona,  limitar  el  campo  a  su 
ambición,  i  contener  sus  aspiraciones  dentro  de  la  órbita  le- 
gal. Esta  suspicacia  de  la  corte  amargó  los  últimos  dias  de 
Colon,  como  precipitó  después  al  sepulcro  al  jeneroso  i  mag- 
nánimo don  Juan  de  Austria  pn  los  Países  Bajos.  Las  victo- 
rias do  Gonzalo  de  Córdoba  la  inquietaron;  i  mas  de  una  vez 
le  dieron  serios  cuidados  los  virreyes  de  Ñapóles.  De  aquí  la 
multiplicidad  de  resortes  del  réjimen  colonial.  Ninguna  auto- 


170  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

rielad  sin  trabas;  ningún  poder  que  no  viese  al  rededor  poderes 
rivales,  celosos,  en  perpetuo  acecho  para  moderarse  i  repri- 
mirse recíprocamente.  Los  virreyes  mismos  eran  impotentes 
contra  las  audiencias,  que  tenían  por  su  instituto  la  suprema 
administración  de  justicia,  i  como  oráculos  de  la  lei,  interve- 
nían en  la  alta  dirección  política  i  administrativa.  Ni  es  exac- 
to que  los  capitanes  jencrales  resumiesen  todas  las  funciones 
de  los  virreyes,  o  estuviesen  a  la  cabeza  de  todos  los  departa- 
mentos del  estado.  En  Venezuela,  por  ejemplo,  no  era  suya 
la  superintendencia  de  la  hacienda  real.  Un  intendente  jene- 
ral  la  ejercía  bajo  la  sola  dependencia  del  ministerio  de  ha- 
cienda de  la  corte,  con  exclusión  del  estanco,  sometido  a  un 
director,  que  se  entendía  también  directamente  con  la  misma 
secretaría  de  estado,  i  del  ramo  de  correos,  subordinado  al 
capitán  jcncal.  I  aunque  este  jefe  era  presidente  nato  do  la 
audiencia,  su  intervención  en  los  actos  judiciales  de  ese  cuer- 
po estaba  reducida  a  presenciarlos;  i  no  solo  no  se  requería  su 
sanción  para  cualquiera  sentencia,  pero  ni  aun  se  le  permitía 
deliberar  o  votar  en  ella.  ¿Cómo  hubiera  podido  hacerlo  un 
juez  logo  en  materias  de  derecho?  A  tomar  el  primer  asiento, 
a  ser  recibido  por  los  ministros  a  la  puerta  de  la  sala,  i  acom- 
pañado por  el  cuerpo  todo  hasta  SU  palacio,  cuando  se  retira- 
ba, era  a  lo  que  se  reducía  la  intervención  del  presidente: 
simulacro  mudo  de  la  soberanía,  como  el  estrato  del  monarca. 
Solo  cuando  la  audiencia  con  él  presidente  constituían  lo  quo 
se  llamaba  real  acuerdo  para  discutir  alguna  Cuestión  impor- 
tante de  política  o  de  interés  real  o  provincial,  tenia  voto  el 
capitán  joneral,  que  la  oonvooaba  i  presidia. 
Tampoco  vemos  señalada  oon  precisión  en  el  bosquejo  del 
i-  Brisefio  la  acción  lejislativa  del  consejo  de  ludias.  Las 
manaban  por  lo  regular  de  esta  oorporaoion 
■ni. i:  pero  las  reales  órdenes  se  despachaban  por  Ib  vi& 

por  una  de  las    secretarias    de  estado;  i  en 

i  \ia  reservada  habia  llegado  a  absor- 

berlo po,  en  su  respectivo  ramo  de  des- 

j      10,  diotaba,  .-i  nombre  del  soberano,  disposiciones  jencrales, 


MEMORIA  SOBRE  EL  DERECHO  rÚULICO  CHILENO  171 


De  todas  las  instituciones  coloniales,  la  que  presenta  un 
fenómeno  singular  es  la  municipalidad,  ayuntamiento  o  ca- 
bildo. La  desconfianza  metropolitana  habia  puesto  particular 
esmero  en  deprimir  estos  cuerpos  i  despojarlos  de  toda  impor- 
tancia efectiva;  i  a  pesar  de  este  prolongado  empeño,  que  vino 
a  reducirlos  a  una  sombra  pálida  de  lo  que  fueron  en  el  pri- 
mer siglo  de  la  conquista,  compuestos  de  miembros  en  cuya 
elección  no  tenia  ninguna  parte  el  vecindario,  tratados  dura- 
mente por  las  primeras  autoridades,  i  a  veces  vejados  i  vilipen- 
diados, no  abdicaron  jamas  el  carácter  de  representantes  del 
pueblo,  i  se  les  vio  defender  con  denuedo  en  repetidas  ocasiones 
los  intereses  de  las  comunidades.  Así  el  primer  grito  de  inde- 
pendencia i  libertad  resonó  en  el  sonó  de  estas  envilecidas 
municipalidades. 

Pero  entremos  con  nuestro  autor  en  Chile,  i  en  aquella  épo- 
ca de  crisis,  en  que  bramaba  a  lo  lejos  el  trueno  de  revolu- 
ciones i  conquistas  que  daban  una  forma  nueva  al  mundo 
europeo,  i  llegaba  ya  a  nosotros  el  eco  de  principios  que  sa- 
cudían los  tronos,  los  altares,  i  conmovían  íntimamente  las 
masas,  poco  antes  inertes  i  pasivas,  de  las  sociedades  civiliza- 
das. Raya  el  18  de  setiembre,  era  gloriosa  de  la  independen- 
cia chilena.  Una  acta  solemne  le  consagra. 

El  autor  dirijo  su  atención  a  una  pieza  interesante.  No  es, 
según  aparece,  un  documento  oficial,  pero  debe  talvez  consi- 
derarse como  la  expresión  do  las  ideas  que  circulaban  en  una 
clase  poco  numerosa,  bien  que  Ja  de  mas  influjo  en  la  sociedad 
chilena.  Hablamos  del  Proyecto  de  una  dec'aracion  de  los 
derechos  del  -pueblo  de  Cliilc,  consultado  en  1810  por 
el  supreyno  gobierno,  i  modificado  según  el  dictamen 
que  por  orden  del  mismo  i  del  alto  congreso  se  pidió 
a  su  autor  en  1811.  En  este  proyecto,  se  reconoce  como 
primera  base  que  en  cualquier  estado,  mudanza  i  cir- 
cunstancias de  la  nación  española,  ya  exista  en  Euro- 
pa, ya  en  América,  el  pueb'o  de  Chile  forma  i  dirijo 
'perpetuamente  su  gobierno  interior  bajo  de  una  cons- 
titiicion  justa,  liberal  i  permanente.  Por  el  2.°  artículo, 
retiene  Chile  el  ejercicio  de  todas  sus   relaciones  exteriores 


17?  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

con  las  demás  secciones  de  la  monarquía  española  i  con  el 
resto  del  mundo,  hasta  la  formación  de  un  congreso  jeneral 
de  toda  la  nación,  o  de  la  mayor  parte  de  ella,  o  de  la  América 
del  Sur  a  lo  menos,  en  el  cual  se  establezca  el  sistema  jene- 
ral de  unión.  Este  congreso  constituirá  la  autoridad  supre- 
ma, en  una  palabra,  constituirá  la  forma  federal  de  gobier- 
no de  los  pueblos  representados  en  el,  todos  los  cuales  for- 
marán un  solo  cuerpo  social,  una  sola  nación.  Por  el  artí- 
culo 5.°,  debe  invitarse  inmediatamente  a  las  otras  secciones 
de  la  monarquía  para  que  acuerden  el  modo,  tiempo  i  lugar 
en  que  "deba  instalarse  el  congreso.  En  fin,  según  el  artículo 
7.°,  todo  ciudadano  de  cualquiera  de  los  pueblos  representa- 
dos en  la  asamblea  federal,  será  reputado  chileno,  i  podrá  ser 
elejido  para  todos  los  empleos  i  cargos  del  estado  que  no 
exijan  otros  requisitos. 

Esta  fué  la  primera  idea  do  un  congreso  jeneral  americano; 
pues,  aunque  son  invitadas  a  él  todas  las  provincias  españolas, 
se  trasluco  en  el  proyecto  mismo  la  improbabilidad  de  obte- 
ner su  universal  concurrencia,  i  es  de  creer  que  solo  se  con- 
sideraba realizable  la  incorporación  de  los  pueblos  españolea 
del  continente  sur-americano  bajo  un  gobierno  federativo, 
como  el  de  los  Estados  Unidos  de  América.  Pero,  aun  cir- 
cunscrita a  estos  límites,  ¿no  era  esta  una  concepción  mas 
brillante  que  sólida?  Prescindiendo  de  las  circunstancias  en 
que  se  hallaban  los  pueblos  sur-americanos  en  1811  i  después, 
i  quo  hacían  enteramente  impracticable  hasta  el  paso  preli- 
minar de  la  invitación,  ¿habría  sido  posible  dar  una  aparien- 
cia siquiera  de  unión  a  sociedades  diseminadas,  como  los  oasis 
de  un  desierto,  sobre  Ull  espacio  inmenso,  con  pocos  puntos 
de  contacto  entre  sí,  sin  medios  expeditos  de  comunicación, 
en  un  objeto  que  lo  resumía  todo:  la  resistencia  a 
las  i  isiones  de  la  metrópoli,  la  guerra?  El  señor 

I  oree  ver  consumado  en  todas  sus  partes  el  programa 

del  p  ¡uto,  en    nuestra  humilde  opinión,  ha  sido  todo 

■  ntrario.     Id     proyecto    aspiraba  a    nada    iik'dos    que  a  la 

ion  «le  un  gobierno  federal  que,  dejando  a  cada  uno  de 
I  su  administración  interior,  lo  b   todos, 


MEMORIA  SOBRE  EL  DERECHO  PÚBLICO  CHILENO  173 


reglase  sus  intereses  comunes  i  tomase  su  voz  para  con  el 
resto  del  mundo.  ¿I  qué  es  lo  que  hoi  existe  de  hecho  i  de 
derecho  en  las  repúblicas  hispano-americanas?  Naciones  va- 
rias, idénticas  sin  duda  en  oríjen,  relijion,  lengua  i  cos- 
tumbres, i  que,  con  todo  eso,  no  tienen  lazos  mas  estrechos 
entre  sí  que  los  estados  de  la  península  italiana  antes  de  la 
revolución  francesa;  que  Ñapóles,  Roma,  Toscana,  Módena  i 
Cerdeña  en  el  dia.  Cada  una  de  ellas  dirije  a  su  arbitrio,  no 
solo  sus  negocios  interiores,  sino  sus  relaciones  ext<  rnas.  I  ya 
se  ven  brotar  en  ellas  intereses  peculiares  i  opuestos,  aspira- 
ciones i  controversias  que  probablemente  no  hallaran  una 
solución  final  sino  en  el  campo  do  batalla.  Pero  qué!  ¿No  hizo 
Colombia  la  guerra  al  Perú?  ¿Buenos  Aires  al  Paraguai?  ¿El 
Perú  a  Bolivia?  ¿Chile  a  la  Confederación  Perú-Boliviana?  ¿No 
hierve  todavía  la  larga  querella  do  la  federación  arjontina 
con  la  República  Oriental?  La  completa  separación  de  las  re- 
públicas hispano-americanas  es  el  hecho  indisputablemente 
consumado. 

Aquella  alma  ardiente  de  Bolívar,  para  quien  lo  grandioso, 
lo  colosal,  ton  i  aun^ Jj£gsti]|o  i  rr es  j  s,t  i  \}}  o-,  quiso  en  vano  resu- 
citar la  idea  de  don  Juan  Egaña.  El  congreso  de  Panamá,  uno 
do  sus  pensamientos  do  predilección,  abortó.  La  república 
misma  de  Colombia,  su  obra  peculiar,  fué  una  creación  efíme- 
ra; al  cabo  de  pocos  años  de  una  existencia  débil  i  achacosa, 
sus  principios  interiores  de  repulsión  prevalecieron;  los  tres 
vastos  cuerpos  unidos  en  ella  se  desprendieron  espontánea- 
mente; i  sin  convulsión,  sin  estrépito,  volvieron  al  estado  na- 
tural de  disociación,  que  las  glorias  militares  adquiridas  de 
consuno,  i  el  triunfo  común,  i  el  prestijio  del  héroe,  no  pu- 
dieron violentar  largo  tiempo. 

Revivió  otra  vez  la  idea  de  una  especie  de  congreso  j ene- 
ral,  consignada  por  la  república  mejicana  en  su  tratado  con 
Chile.  Pero  no  con  mejores  auspicios.  El  gobierno  chileno 
tuvo  desde  muí  temprano  bastante  previsión  para  anunciar 
que  el  programa  de  Méjico  no  era  susceptible  de  llevarse  a 
efecto.  Empeñado,  sin  embargo,  por  una  estipulación  solem- 
ne, trabajó  en  su  ejecución  con  el  celo  posible.  ¿Cuáles  podían 


17  1  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

ser  el  carácter  i  atribuciones  de  este  congreso?  ¿Debía  ser  una 
mera  asamblea  de  plenipotenciarios  como  las  de  Viena  i  Ve- 
rona,  o  como  la  conferencia  de  Londres?  Eu  tal  caso,  sus  acuer- 
dos, según  las  constituciones  políticas  de  las  potencias  asocia- 
das, carecían  de  to  lo  valor,  mientras  no  fuesen  aprobados  para 
cada  una  por  la  respectiva  legislatura  nacional,  i  ratificados  por 
el  respectivo  gobierno.  Cada  acuerdo  de  los  plenipotenciarios 
no  habría  hecho  mas  que  presentar  un  tema  de  cansadas  de- 
liberaciones i  debates  a  los  gobiernos  i  congresos  particula- 
res. Ca  la  acuerdo  no  hubiera  sido  mas  que  un  proyecto  for- 
mulado' por  la  asamblea,  i  a  que  solo  la  discusión  i  aceptación 
dé  los  representados  podía  dar  la  fuerza  de  convención  solem- 
ne. Cualquiera  conocerá  cuan  difícil  era,  por  no  decir  imposi- 
ble, llegar  de  este  modo  a  un  resultado  unánime.  El  congre- 
so, como  mora  asamblea  de  plenipotenciarios,  era  un  trámite 
inútil,  i  no  era  quizá  la  inutilidad  su  menor  defecto.  ¿Se  tra- 
taba de  un  congreso  federal,  como  necesariamente  debía  serlo, 
para  que  los  representados  debiesen  aceptar  sus  resoluciones 
sin  resistencia  i  sin  reclamación,  como  verdaderas  leyes  pro- 
mulgadas por  una  autoridad  suprema?  Esto  sería  nada  menos 
que  constituir  un  poder  soberano  externo;  un  poder  extranje- 
ro,  depositario  de  atribuciones  i  facultades  adjudicadas  a  cada 
estado  por  su  propia  constitución,  inenajonables,  imprescrip- 
tibles. I  tal  era  el  poder  que  debía  necesariamente  constituirse 
para  que  pudiese  imponer  continjen  tes  i  contribuciones,  para 
fallaren  materias  de  ínteres  común,  para  dirimir  cuestiones 
entredós  o  mas  de  los  asociados,  para  tratar  válidamenl 
nombre  de  todos  con  las  potencias  exl  anjeras.  si  el  establecí* 
miento  de  una  federaoion  hispano-americana  era  en  tiempo  de 
don  íuan  Bgafta  una  utopia  irrealizable,  para  <•!  gobierno  de 
('hile,  ligado  poruña  corta  constitucional,  hubiera  sido  mía 
abdicación  de  la  independencia  i  lía  de  chile:  abdica- 

ción que  no  oreem  i  hubiera  ni  aun  en  las  facultades 

ilimitados  de  un  i  i  constituyente,  sin  una  especial  au« 

t  trizaoion  del  pueblo  ohileno. 

de  Suntingo,  Año  de  1850.) 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA 

DEL     P K  B  I ' 

l'OIi    W.     H.     PRE8COTT 


I 

Mr.  W.  II.  Prescott,  ciudadano  de  los  Estados  Unidos  de 
América,  ha  dado  a  luz  tres  obras  históricas  que  gozan  de 
una  alta  celebridad,  i  le  han  colocado  en  el  número  de  los 
historiadores  mas  distinguidos  de  la  época  presente,  en  que  el 
cultivo  de  la  historia  ha  dado  ocupación  a  tantas  inteligencias 
de  primer  urden.  El  asunto  de  la  primera  de  sus  obras,  quo4 
por  lo  acabado  de  la  ejecución,  nos  parece  superior4  a  las  otras, 
es  el  reinado  de  los  reyes  católicos,  Fernando  e  Isabel.  La  se- 
gunda trata  de  la  conquista  de'  Méjico,  principiando  por  una 
c:isi  completa  exposición  del  antiguo  gobierno  i  civilización  do 
los  mejicanos,  según  las  noticias  mas  auténticas  i  fidedignas. 
I  en  la  tercera,  después  de  describirse  con  la  posible  indivi- 
dualidad las  instituciones  i  civilización  peruanas,  bajo  la  di- 
nastía de  los  incas,  se  refiere  la  conquista  de  aquel  imperio  i 
las  revueltas  civiles  que  lo  ensangrentaron,  hasta  que  se  es- 
tableció en  él  definitivamente  la  autoridad  de  la  corona  de 
( ¡astilla. 

En  ninguna  do  estas  t-es  obras,  se  limita  el  autor  a  recopi- 
lar o  reproducir  bajo  una  nueva  forma  los  trabajos  de  que  ya 
estaba  en  posesión  el  público.  Mr.  Prescott  ha  tenido  la  for- 
tuna de  consultar  gran  número  de  documentos  inéditos;  i  aun 
cuando  trabaja  sobre  materiales  conocidos,  ha  sabido  ordenar- 


17G  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

los  de  un  modo  luminoso,  i  apreciar  las  personas  i  los  hechos 
con  mucha  imparcialidad  i  filosofía.  Aunque  el  tipo  de  Oibbon 
es  el  que  nos  parece  prevalecer  en  su  manera  histórica,  posee 
en  un  grado  superior  el  arte  de  dar  individualidad  a  los  ca- 
racteres i  viveza  a  las  descripciones.  No  es  menos  puntual 
que  el  historiador  ingles  en  acotar  las  obras  de  que  se  ha  ser- 
vido; i  cuan  lo  los  testimonios  son  oscuros  o  contradictorios, 
indica  en  breves  notas  las  razones  que  han  motivado  su  elec- 
ción o  su  interpretación.  En  esta  parte,  ha  cumplido  con  reli- 
jiosa  puntuali.lad  los  deberes  del  historiador.  «He  dejado,  dice, 
que  quedase  el  andamio,  después  do  acabado  el  edificio;  en 
otros  términos,  he  manifestado  al  lector  los  trámites  del  pro- 
cedimiento que  me  ha  conducido  a  mis  conclusiones.  En  vez 
de  pedirle  que  me  crea  sobre  mi  palabra,  he  procurado  darle 
la  razón  de  mi  fe.  Por  medio  de  copiosas  citas  de  las  autori- 
dades orijinales,  i  por  noticias  críticas  que  lo  expliquen  las 
influencias  que  obraron  en  ellas,  me  he  propuesto  ponerle  en 
estalo  de  juzgar  por  sí  mismo,  de  revisar,  i,  si  necesario  fue- 
re, de  revocar  los  juicios  del  historiador.  De  esta  manera  podrá 
a  Lo  menos  apreciar  lo  difícil  que  es  obtener  la  verdad  en  el 
conflicto  do  los  testimonios  i  aprenderá  a  desconfiar  de  aque- 
llos escritores  que  fallan  sobre  los  misterios  de  lo  pasado  COJI 
una  certidumbre  >¡ue  espanta  (según  la  expresión  de  Fon- 
tenelle):  espíritu  sumamente  opuesto  al  de  la  verdadera  filo- 
sofía de  la  historia.» 

La  importancia  do  este  modo  de  proceder  es  incontestable, 
i  el  omitirlo  no  puode  menos  do  influir  de  un  modo  desven- 
tajoso en  la  fe  del  lector.  Citaremos  un  ejemplo.  Don  José  An- 
tónio  Conde  compuso  una  historia  de  la  dominación  de  los 
árabes  en  España,  compilada  de  memorias  i  escritos  arábigos, 
do   manera   que   pudiese    leerse   como  ellos   la   escribieron,    i 

so  viese  el  moflo  on  quo  refieren   los  acontecimientos.  «Diré 
linoeridad,   ion  palabras  de  «'onde1,  que  he  puesto  en  es- 
te mi  trabajo  tolo   el  0StudÍ0  i   (lilíjenoia   de  que  SOÍ   capa/,  no 

nan  I  i  ningún  jénero  de  fatigas,  tratando  de  superar  las 
dificultados  en  cnanto  he  podl  lo,  i  aprovechándome  «le  todas 

me  han  proporcionado.  1  bien 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DEL  PLIU"  177 

ha  sido  necesaria  toda  la  constancia  que  he  puesto  al  intento; 
porque  no  es  negocio  fácil  el  haber  de  indagar  i  referir  con 
sencillez  i  sin  afectación,  i  siguiendo  el  orden  de  los  tiempos  i 
do  los  sucesos,  así  los  oríjenes  do  una  nación  célebre,  como 
su  incremento,  sus  conquistas  i  acciones  famosas,  las  costum- 
bres con  que  se  distinguía,  su  cultura,  i  los  acaecimientos  i 
vicisitudes  do  su  poder  en  la  dilatada  serie  de  ochocientos  años. 
El  haber  de  coordinar  cosas  tantas  i  tan  varias,  recojiéndolas 
de  diferentes  escritores,  el  comparar  sus  referencias  i  el  tomar 
partido  en  la  incertidumbre  de  sus  relatos,  es  sin  duda  un 
trabajo  ímprobo  i  arduo,  al  que  se  allega  el  de  traducir  todo 
esto  do  la  lengua  de  los  árabes  a  la  nuestra  castellana,  i  no  de 
libros  impresos  i  correctos,  sino  de  antiguos  i  maltratados  ma- 
nuscritos. Mas  sin  esta  fatiga,  no  podrían  rectificarse  los  he- 
chos, ni  aclararse  las  cosas  como  fueron,  sino  a  la  luz  de  las 
memorias  arábigas. »  Conde  logró  de  esta  manera  ponernos  a 
la  vista  una  larga  época  de  la  historia  de  España  bajo  un 
aspecto  tan  nuevo  como  interesante;  i  aunque  su  narración  es 
por  lo  jeneral  descarnada  i  seca  (lo  que  probablemente  debo 
imputarse  a  los  materiales  que  tuvo  a  la  mano),  son  amenudo 
do  mucha  importancia  las  noticias  que  contiene,  i  de  cuando 
en  cuando  hallamos  en  ella  pormenores  deliciosos  por  su  na- 
turalidad i  por  su  fisonomía  característica.  Pero  se  hace  desear 
algo  mas.  Aunque  Conde  nos  da  en  el  prólogo  una  lista  de  los 
autores  árabes  que  traduce,  autores  de  diferentes  edades,  i  que 
no  todos  tendrían  probablemente  iguales  títulos  a  nuestra 
confianza,  no  sabemos  a  cuál  do  ellos  se  deba  la  relación  de 
cada  suceso  en  particular;  lo  que  parecía  tanto  mas  necesario, 
cuanto  mas  largo  puede  haber  sido  el  intervalo  de  tiempo  en- 
tro los  hechos  i  los  diversos  historiadores  que  los  refieren. 
Del  trabajo  crítico  de  que  habla  Prcscott  para  la  apreciación 
de  los  testimonios,  no  se  descubro  vestí jio.  Conde  (valiéndo- 
nos de  la  expresión  del  escritor  norte-americano)  derribó  el 
andamio  después  de  levantado  el  edificio,  i  pone  al  lector  en 
la  necesidad  de  dar  una  fo  implícita  a  sus  juicios.  Esto  ha 
perjudicado  no  poco  a  la  obra  bajo  el  punto  de  vista  de  la 
crítica  histórica.  «El  no  llena,  dicen  dos  escritores  contemporá- 

OPÍSC,  23 


173  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


neos  (los  señores  Paquis  i  Dochez,  que  han  dado  a  luz  una 
nueva  historia  jeneral  de  España),  las  exijencias  actuales  de 
la  ciencia  histórica.  No  hace  ninguna  comparación  entre  las 
crónicas  contemporáneas,  no  ha  sometido  a  examen  la  exac- 
titud de  las  fuentes,  i  no  ha  pensado  sino  en  suministrar  ma- 
teriales a  la  historia.  Talvez  la  muerte  no  le  permitiría  dar  la 
última  mano  a  su  trabajo.» 

Volvamos  al  asunto  de  este  artículo,  que  es  la  Historia  líe 
la  Conquista,  del  Perú  por  Mr.  Prescott. 

El  autor  ha  tenido  a  la  vista  gran  número  de  documentos 
inéditos,  sacados,  por  la  mayor  parte,  del  archivo  de  la  acade- 
mia matritense  de  la  historia,  enriquecido  con  los  papeles  del 
célebre  historiógrafo  de  las  Indias  don  Juan  Bautista  Muño/.r 
que  empicó  cincuenta  años  de  su  vida  en  recojer  materiales 
para  una  historia  de  los  descubrimientos  i  conquistas  de  los 
españoles  en  América,  pero  que  solo  tuvo  tiempo  para  publicar 
la  primera  parte  de  este  vasto  trabajo,  relativa  a  los  viajes  de 
(Jolón.  Otros  documentos  pertenecieron  a  don  Martin  Fernán- 
de/,  de  Navarrete,  director  de  la  misma  academia,  i  fueron 
exhibidos  a  Prescott,  que  los  copió  de  su  mano.  Igual  auxilio 
proporcionaron  a  nuestro  autor  Mr.  Ternaux-Compans,  que  ba 
traducido  al  francés  algunos  do  los  manuscritos  de  Muñoz,  i 
don  Pascual  Qayángos,  que,  bajo  el  modesto  traje  de  traduc- 
tor (dice  Prescott)  ha  suministrado  un  injenioso  i  erudito  co- 
mentario dé  la  historia  hispano-arábiga.  Le  han  servido  tam- 
bién algunos  OÓdióeS  importantes  de  la  biblioteca  del  Escorial, 

que  formaban  una  parte  de  la  espléndida  colección  de  lord 
Kingsborough.  De  todas  estas  fuentes,  se  ha  valido  para  acu- 
mular una  multitud  de  manuscritos,  de  earáeler  vario,  i  de 
la  mayor  autenticidad:   'concesiones  i  ordenanzas  reales,  ¡ns« 

trUCCiones  de    la  corto,    diarios   i    memorias  personales,  i  una 

i  de  correspondencia  privada  de  1<>^  principales  adores  en 
aquel  turbulento  drama,  de  mariera  que  el  autor  ba  tenido  a 

i  que  sufrir  el  embarazo  de  /a  riqueza t  porque,  en  la 
multiplicidad  <!»•    testimonios  contradictorios,  no  es  Biempre 

columbrar  I  mera  que  la  muUipliciduíl  do 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DEL  PERÚ  170 

luces  encontradas  suele  a  veces  deslumhrar  i  confundir  al  es- 
pectador. » 

Lo  que  da  a  Mr.  Prescott  un  título  particular  a  la  gratitud 
de  sus  lectores  es  el  valor  i  constancia  con  (pie  ha  luchado 
contra  una  dificultad  al  parecer  insuperable.  Un  historiador 
privado  de  la  vista  es  un  fenómeno  raro,  de  que  tenemos  dos 
ejemplos  contemporáneos,  uno  de  ellos  Mr.  Prescott.  «Cuan- 
do estaba  en  la  universidad,  dice,  sufrí  una  lesión  en  un  ojo, 
que  quedó  desdo  entonces  ciego.  Poco  después  padecí  en  el 
otro  una  irritación  tan  fuerte,  que  por  algún  tiempo  no  pude 
tampoco  ver  con  él;  i  aunque  después  recohró  la  vista,  quedó 
el  órgano  desordenado  i  permanentemente  debilitado,  de  ma- 
nera que,  dos  veces  en  mi  vida,  me  he  visto  destituido  de  to- 
da visión  para  cuanto  era  leer  i  escribir,  i  eso  durante  años 
enteros.  En  una  de  estas  épocas,  recihí  de  Madrid  los  materia. 
les  para  la  Historia  do  Fernando  6  Isabel.  En  aquel  estado 
de  inhabilidad,  rodeado  de  mis  tesoros  trasatlánticos,  era 
como  el  que  se  muere  de  hambre  en  medio  de  la  abundancia. 
En  semejante  situación,  resolví  que  el  oído,  en  lo  posible,  hi. 
ciese  el  oficio  de  la  vista.  Me  procuré  un  secretario  que  me 
leyese  las  varias  autoridades,  i  al  caho  me  familiaricé  con  los 
sonidos  de  los  diferentes  idiomas  (a  algunos  de  los  cuales  me 
hahia  ya  acostumbrado  residiendo  en  país  extranjero)  lo  bás- 
tanle para  comprender  sin  mucha  dificultad  lo  que  se  me  leia. 
Al  mismo  tiempo,  iba  dictando  copiosas  notas;  i  cuando  éstas 
llegaron  a  ser  voluminosas,  me  las  hacía  leer  repetidas  veces, 
hasta  que,  bien  impuesto  de  su  contenido,  pudo  emprender  la 
composición.  Estas  mismas  notas  me  suministraban  medios 
de  referencia  con  que  apoyar  el  texto. 

«Otra  dificultad  ocurrió  en  el  trabajo  mecánico  de  escribir, 
que  era  una  terrible  prueba  para  el  ojo  enfermo.  Pude  ven- 
cerla por  medio  del  aparato  inventado  para  los  ciegos,  el  cual 
me  hizo  capaz  de  encomendar  mis  pensamientos  al  papel  sin 
ol  auxilio  de  la  vista,  i  con  la  ventaja  de  emplearlo  igualmen- 
te en  la  oscuridad  i  a  la  luz.  Los  caracteres  que  se  forman 
por  este  medio  se  asemejan  a  los  jeroglíficos:  pero  mi  secre- 
tario se  hizo  bastante  experto  en  el  arte  de  descifrarlos;  i  para 


!S0  OPÚSCT'LOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 


el  uso  del  impresor,  se  sacó  una  copia  en  limpio,  que  llevaba 
un  número  moderado  de  inevitables  equivocaciones,  según  un 
cómputo  liberal.  He  descrito,  con  esta  menudencia  el  procedi- 
miento, por  la  curiosidad  que  se  ha  manifestado  relativamen- 
te a  mi  moclus  operandi  entro  tantas  privaciones,  i  para  que 
su  conocimiento  anime  i  conforte  a  otros  en  circunstancias 
semejantes. 

«Aunque  el  progreso  do  mi  obra  me  alentaba,  era  por  fuer- 
za lento.  Pero  con  el  tiempo,  se  mitigó  la  tendencia  a  la  infla- 
mación, i  se  fortificó  mas  i  mas  el  ojo.  Al  fin  se  restableció  de 
manera,  que  pude  leer  algunas  horas  en  el  dia,  terminando 
siempre  mis  trabajos  al  ponerse  el  sol.  Ni  piule  nunca  dispen- 
sarme de  los  servicios  de  un  secretario,  o  del  aparato  antedi- 
cho. Por  el  contrario,  al  reves  de  lo  que  comunmente  sucede, 
me  ha  sido  mas  difícil  i  penoso  el  escribir  que  el  leer,  lo  que, 
sin  embargo,  no  se  extiendo  a  la  lectura  do  manuscritos,  do 
modo  que  para  poder  revisar  mi  composición  mas  cuidadosa- 
mente, hice  que  se  me  imprimiera  un  ejemplar  de  la  Historia 
de  Fernando  e  Isabel,  antes  de  darla  a  la  prensa  para  su 
publicación.  Tal  era  el  estado  de  mi  salud  durante  la  prepara- 
ción de  la  Conquista  de  Mrjico.  Ufano  de  haberme  acercado 
tanto  al  nivel  de  los  domas  de  mi  especie,  apenas  envidiaba 
la  buena  fortuna  do  aquellos  que  podían  prolongar  sus  estu- 
dios después  del  dia  i  basta  la  postrera  mitad  de  la  noche, 

«Pero  en  o-  -,  ha  ocurrido  otro  cambio.  La  vista 

de  mi  ojo  si-  lia  ido  empanando  gradualmente,  i  tanto  se  ha 

irritado  la  sensibilidad  del    nervio,  que,  en  varias  semanas  del 

alio  pasado,  no  he  abierto  un  libro,  ¡  por  un  término  medio 
no  he  podido  servirme  del  ojo  mas  de  una  hora  al  dia.  Ni  me 
ido  lisonjean  ta  osperanza  de  quo  lisiado, 

como  no  puede  monos  do  estar  <  1  órgano,  por  haberle  yo  forza- 
dos tareas  probablemente  superiores  a  sus  fuerzas,  logre  ja- 
mas rejuvenecer  <•,  ni  pueda  §er\  irme  de  mucho  en  mis  futuras 

íes  literarias.  S¡  tendré  valor  para  entrar  con  (ales 

Impedimento  o  nuevo  i  mi  i  campo  de  estudios 

.  sabré  decirlo.  Quiz !  la  l  ir  fa  costumbre,  i  el  na- 
tural adelanto  i  n  la  carrera  quo  por  tanto  tiempo 


HISTORIA  DE  LA.  CONQUISTA  DEL  PERÚ  l8l 

he  seguido,  me  lo  harán  en  algún  modo  necesario,  así  como  por 
mi  pasada  experiencia  lio  conocido  que  no  es  impracticable. 

«Por  esta  exposición,  demasiado  larga  talvez  para  su  pa- 
ciencia, el  lector  que  tenga  alguna  curiosidad  en  esta  materia, 
apreciará  en  su  justo  valor  los  embarazos  con  que  he  luchado. 
Que  no  han  sido  leves,  se  admitirá  sin  dificultad  cuando  se 
considere  que  no  he  tenido  mas  que  un  uso  limitado  de  mi 
ojo,  en  su  mejor  estado,  i  que,  en  mucha  parte  del  tiempo,  no 
me  ha  prestado  servicio  alguno.  Sin  embargo,  estos  inconve- 
nientes no  pueden  compararse  con  los  de  un  hombre  entera- 
mente ciego.  Ni  sé  de  ningún  historiador  vivo  que  pueda  glo- 
riarse de  haberlos  superado,  excepto  el  autor  de  la  Conquista 
de  Inglaterra  por  los  Normandos,  el  cual  (valiéndome  de 
•su  bella  i  patética  expresión)  se  lia  ¡techo  el  amigo  de  las  ti- 
nieblas; i  a  una  filosofía  profunda  que  solo  ha  menester  la  luz 
interior,  junta  una  capacidad  de  extensas  i  variadas  investiga- 
ciones que  pedirían  a  cualquiera  que  las  emprendiese  la  mas 
paciente  i  laboriosa  contracción....  Boston,  abril  2,  1847.» 

1  Vicos  habrán  leído  loque  precede,  que  no  se  hayan  sentido 
penetrados  de  admiración  i  respeto  hacia  un  hombre  que,  por 
amor  a  la  ciencia,  ha  sido  capaz  de  tan  fervorosa  dedicación  en 
medio  de  tamaños  obstáculos.  Era  preciso,  para  perseverar 
•mi  ella,  un  talento  superior  sostenido  por  la  conciencia  de  sí 
mismo,  i  por  la  perspectiva  del  espléndido  resultado  que  iba  a 
coronar  sus  esfuerzos. 

La  Historia  de  la  Conquista  del  Perú  principia,  como 
hemos  dicho,  por  un  cuadro  de  la  civilización  de  los  incas, 
que  ocupa  algo  mas  de  la  tercera  parte  de  uno  de  los  dos 
tomos  que  comprende  la  obra.  Quisiéramos  ofrecer  a  nues- 
tros lectores  un  resumen  algo  mas  completo  do  esta  magnífica 
introducción;  pero  ni  aun  eso  nos  permiten  los  límites  a  que 
estamos  reducidos.  Nos  ceñiremos  a  ciertas  particularidades, 
elijiendo  las  que  nos  han  parecido  menos  conocidas  o  mas  im- 
portantes. 

«El  aspecto  del  país  parece  desde  luego  nada  favorable  a  la 
agricultura  i  la  comunicación  interior.  La  faja  arenosa  de  la 
costa,  jamas  humedecida  por  la  lluvia,  no  recibe  otro  alinien- 


182  OPÚSCULOS  LITERARIOS  1  CRÍTICOS 


to  que  el  de  unas  pocas  mezquinas  vertientes,  que  hacen  un 
notable  contraste  con  las  caudalosas  aguas  que  descienden  por 
los  costados  orientales  de  la  cordillera  al  Atlántico.  Las  es- 
carpadas pendientes  de  la  sierra,  con  sus  destrozadas  cuestas 
de  pórfido  i  granito,  i  has  altas  rej  iones  arropa  las  de  nieves 
que  bajo  el  ardiente  sol  ecuatorial  no  se  derriten  nunca,  a  no 
ser  por  la  acción  desoladora  de  los  fuegos  volcánicos,  podrían 
mirarse  como  igualmente  impropicias  a  los  trabajos  del  labra- 
dor. I  en  cuanto  a  la  comunicación  entre  las  partes  de  tan 
prolongado  territorio,  parecerían  haberla  rehusado  la  aspere- 
za i  fragosidad  del  país,  cortado  por  precipicios,  torrentes  fu- 
riosos i  quebradas  intransitables:  hendeduras  terríficas  de  la 
sierra,  cuyos  abismos  en  vano  intenta  calar  con  la  vista  el 
medroso  viajero,  que  sigue  la  línea  tortuosa  de  los  bordes  en 
su  aérea  senda.  Con  todo  eso,  la  industria,  i  casi  pudiéramos 
decir,  el  injenio  de  los  indios,  logró  sobreponerse  a  estos  im- 
pedimentos de  la  naturaleza. 

"Mediante  un  sistema  bien  entendido  de  acueductos  subte- 
rráneos i  canales,  los  parajes  áridos  de  la  costa  fueron    refri- 
gerados  por  copiosas   acequias,   i  se  vistieron  de  fertilidad  i 
hermosura.  Levantáronse  terraplenes  sobre    las  pendientes  de 
•  rdillera;    i  como  allí   la  diferente   elevación   produce   los 
mismos  efectos  que  la  diferente  latitud,  se  veían  en  ellos  en 
una  escala  regular  todas   las    variedades   do   formas  veje  tales, 
desde   '        ti  mulada  lozanía  de  los  trópicos  hasta  lostem- 
plados  productos  de  un  clima  septentrional,  mientras  que 
rebaños  de  [famas   (laa  ovejas   peruanas]   vagaban  con  sus 
lobre  nevados  páramos,  mas  allá  de  los  límites  do 
«cultivo.  Una  raaa  industriosa  habitaba  las  elevadas  me- 

;    ciudades    i    aldeas,    apiñadas    en   medio  de    huertas  i  de 

anchurosos  jardines,  parecían  suspensas  en  <'l  aire  sobre  la 

ej'on    ordinaria  de   las   nubes.*    I    c.nnuniealtan    unas  con 

otra  »bl aciones,  por  grandes  oaminoa  que, 


•    iLai  llanura*  de  Quito  m  bailan  entra  nueva  i  dios  mil  plóa 
(1i  ios  valles  da  i  i  grupo  da  montos 

Itura  todaí  ia  mayor.  • 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DEL  PERÍ  183 


atravesando  los  portillos  de  la  sierra,  corrían  desdo  la  capital 

hasta  los  mas  remotos  ángulos  del  imperio 

«cKsta  civilización  trae  su  oríjen  del  valle  del  Cuzco,  rejion 
central  del  Perú,  como  lo  expresa  su  nombre.*  Seguu  la  tra- 
dición peruana  mas  conocida  de  los  europeos,  hubo  un  tiemp  t 
en  que  las  antiguas  razas  del  continente  estaban  sumidas  en 
deplorable  barbarie,  adorando  casi  todos  los  objetos  que  les 
presentaba  la  naturaleza;  la  guerra  era  su  pasatiempo;  rega- 
lábanse en  los  festines  con  la  sangre  de  los  cautivos.  El  sol, 
el  gran  luminar  del  mundo  i  padre  del  jénero  humnno,  apia- 
dad) de  su  abatida  condición,  les  envió  dos  de  sus  hijos: 
Maneo  Cápac  i  Mama  Oello  I Iuaco,  para  que  congregasen  a 
los  naturales  en  comunidades,  i  les  enseñasen  las  artes  de  la 
vida.  Estos  celestiales  esposos,  que  eran  al  mismo  tiempo 
hermanos,  caminaron  por  las  anchas  llanuras  cercanas  al 
higo  de  Titicaca,  hacia  los  10  grados  sur,  hasta  llegar  al  valle 
del  ('uzeo,  donde  estableeieron  su  residencia,  i  cumplieron  su 
benéfica  misión  enseñando  Manco  Cápac  a  los  hombres  la 
agricultura,  i  Mama  Oello  a  las  mujeres  las  artes  de  tejeré 
hilar.  Tal  es  la  bella  pintura  del  nacimiento  de  la  monarquía 
peruana,  según  el  inca  Oarcilaso  de  la  Vega,  que  es  quien  la 
ha  dado  a  conocer  a  los  europeos. 

«Pero  esta  tradición  es  una  de  muchas  que  corren  entre  los 
indios  peruanos,  i  no  la  mas  jeneralmente  recibida.  Otra  le- 
yenda habla  de  ciertos  hombres  blancos  i  barbados,  que,  salien- 
do de  las  orillas  del  Titicaca,  dominaron  i  civilizaron  a  los 
naturales,  lo  que  nos  trae  a  la  memoria  otra  leyenda  semejante 
de  los  aztecas;  la  del  buen  Dios  Quetzalcoalt,  que  vino  do 
oriente  a  la  gran  meseta  mejicana,  donde  se  presentó  con 
igual  aspecto  i  con  la  misma  benévola  misión:  analojía  tanto 
mas  digna  de  notarse,  cuanto  que  no  se  ha  descubierto  el  me- 
nor indicio  de  que  comunicasen  entre  sí  las  dos  naciones.,  o  to 
conociesen  siquiera  de  oídas. 

«Pero  por  poética  i  popular  que  parezca  la  leyenda  de  Man- 


Cuzco,  según  Garcilaso,  significa  ombligo  en  el  dialecto  de  los 
incas. » 


1si  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

co  Cápac,  basta  una  lijera  reflexión  para  conocer  su  improba- 
bilidad, aun  prescindiendo  de  lo  que  tiene  de  sobrenatural. 
A  las  orillas  del  Titicaca,  se  conservan  hasta  el  dia  de  hoi  ex- 
tensas ruinas  que  los  peruanos  mismos  reconocen  como  de 
fecha  anterior  al  advenimiento  de  los  incas,  i  aun  creen  que 
ellas  les  dieron  los  primeros  modelos  de  arquitectura.* 

«Podemos  razonablemente  concluir  que  hubo  en  el  país  una 
raza  de  adelantada  civilización  antes  del  tiempo  de  los  incas; 
i  que  esta  raza  procedía  de  las  cercanías  del  lago  de  Titicaca: 
conclusión  confirmada  poderosamente  por  las  admirables  re- 
liquias arquitecturales  que  subsisten  todavía  a  sus  orillas 
después  del  trascurso  de  tantos  años.  Qué  raza  era  esta,  i  de 
dónde  vino, es  asunto  que  puede  provocar  las  indagaciones  del 
anticuario  especulativo;  pero  esta  es  una  rejion  de  tinieblas, 
situada  mas  allá  de  los  confines  de  la  historia. 

«La  misma  niebla  que  cubre  el  orijen  de  los  incas,  oscure- 
ce sus  anales  subsiguientes.  Tan  imperfectas  eran  las  memo- 
rias históricas  de  los  peruanos,  tan  confusas  i  contradictorias 
sus  tradiciones,  que  no  se  encuentra  terreno  firme  en  que  sen- 
tar el  pié  hasta  cerca  de  un  siglo  antes  de  la  conquista  espa- 
ñola.** Al  principio  el  progreso  de  los  peruanos  parece  haber 


*  «Otras  cosas  hai  mas  que  decir  de  esto  Tiaguanaoo,  que  paso  por 
no  detenerme,  concluyendo  que  yo  para  mi  tengo  esta  antigualla  por 
J.i  mai  antigua  de  todo  el  Perú,  i  así  se  Ueno  quo  antes  que  los  Ingas 

reinasen,  con  muchos  tiempos  estaban  hechos  algunos  odilicios  dcstos; 

porque  yo  be  oído  afirmara  Indios  que  los  Ingas  lucieron  los  grandes 

edilicios  del  CUZCO  pOP  la  forma  <pie   viorOD  tener   la  muralla  o   pared 

te  pueblo.»  (Crónica  de  üieza  de  León.) 
**  iQaroilaw  i  Sarmiento)  por  ejemplo,  que  son  las  dos  autoridados 
uas  de  mas  crédito,  tienen  apenas  un  punto  de  contacto  en  la 

relación  que  nos  dan  do  los    príncipes    peruanos   anteriores.  BegUn  el 
prtmi  loamente  de   mano  en  mano  por  toda  una 

I  el  último  relien-   tanto  número  de  eonspi- 

|  -lias,  001  las  socio1 

.  \\,\-  fortun  '.  e  t.-i  Inoortidumbro  no 

so  extiemh'  i  i  0  In  ititu  i"  existían  a  la 

.  I 

,      ool 


HISTORIA  DL  LA  CONQUISTA  DEL  PERÚ  Í85 


sido  lento  i  casi  imperceptible.  Por  su  cuerda  i  moderada  po- 
lítica, se  enseñorearon  gradualmente  de  las  tribus  vecinas.  Ex- 
tendiendo luego  sus  pretcnsiones  bajo  los  mismos  plausibles 
pretextos  que  sus  predecesores,  proclamaron  paz  i  civilización 
a  fuego  i  sangre.  Los  pueblos  salvajes,  que  carecían  de  todo 
principio  de  unión,  cayeron  unos  tras  otros  ante  la  espada  vic- 
toriosa de  los  incas;  i  no  fué  hasta  mediados  del  siglo  XV, 
cuando  el  famoso  Tupac  Inca  Yupanqui,  abuelo  del  monarca 
que  ocupaba  el  trono  a  la  llegada  do  los  españoles,  atravesó 
con  su  ejército  el  terrible  despoblado  de  Atacama;  i  penetrando 
hasta  la  re j ion  austral  de  Chile,  fijó  el  límite  de  sus  dominios 
en  el  Maule.  Su  hijo  Huaina  Cápac,  de  no  menor  ambición  i 
talento  que  el  padre,  marchó  por  la  cordillera  la  vuelta  del 
norte,  i  llevando  sus  conquistas  al  otro  lado  de  la  equinoccial, 
añadió  el  poderoso  reino  de  Quito  al  imperio  peruano. 

el  Perú  a  mediados  del  siglo  XVI,  vio  sus  monumentos,  consultó  las 
memorias  mas  auténticas;  i  de  la  boca  misma  do  los  indios  mas  ins- 
truidos i  de  los  incas,  aprendió  la  historia  de  esta  dinastía,  i  de  las 
instituciones  peruanas.  El  manuscrito  misino  es  el  que  contiene,  se- 
gún Prescott,  todo  lo  que  se  sabe  del  autor;  i  por  su  estilo  claro  i 
desnudo  do  pretensiones,  i  la  imparcialidad  de  sus  juicios  en  que  ha- 
ce amplia  justicia  al  mérito  i  capacidad  do  los  vencidos  i  a  la  cruel- 
dad de  los  conquistadores,  se  ve  que  fué  un  hombre  nada  común  para 
aquellos  tiempos.  Su  obra  es  ciertamente  una  de  las  fuentes  mas  res- 
petables de  [la  historia  peruana.  Seria  mui  de  desear  que  se  diese  a  la 
prensa  en  su  nativa  lengua  española.  Yace  todavía  con  otros  manus- 
critos inéditos,  en  los  aposentos  secretos  del  Escorial. 

Entre  estas  noticias  de  Mr.  Prescott,  hai,  por  desgracia,  una  dudosa 
u  oscura,  que  es  la  del  nombro  i  persona  del  autor.  El  título  del  có- 
dice es:  Relación  de  la  sucesión  i  gobierno  de  los  incas,  señores  na- 
turales que  fueron  de  las  provincias  del  Perú,  i  otras  cosas  tocantes 
a  aquel  reino,  para  el  ilustrisimo  señor  don  Juan  Sarmiento,  presi- 
dente del  consejo  real  de  Indias.  Según  eso,  no  se  compuso  la  obra 
por  sino  para  el  presidente  Sarmiento;  i  como  Mr.  Prescott  sabe  dema- 
siado bien  el  castellano  para  confundir  estas  dos  palabras,  quedamos 
en  la  duda  de  si  en  el  orijina)  dooia  ¡tara,  i  se  dio  a  esta  palabra  un 
sentido  erróneo,  o  porque  la  pronunciase  mal  el  secretario,  o  porque 
no  la  leyese  bien  el  autor  (lo  que  en  el  estado  habitual  de  su  vista  no 
hubiera  sido  extraño);  o  si  decía  efectivamente  por,  como  leyó  sin 
duda   Prescott;  i  el  para  es  errata  de  copia  o  de  imprenta. 


IPfi  .     OPÚSCULOS  LrTEftAlUDS  1  CRÍTICOS 

Entre  tanto,  la  ciudad  del  Cuzco  había  crecido  en  población 
i  riqueza  hasta  hacerse  la  digna  metrópoli  de  una  grande  i 
floreciente  monarquía.  Descollaba  en  un  hermoso  valle,  que 
en  los  Alpes  habría  estado  sepultado  bajo  nieves  eternas,  pero 
(pie  dentro  de  los  trópicos  gozaba  de  una  temperatura  salubre 
i  fecunda.  Defendíala  por  el  norte  una  empinada  montaña, 
espolón  de  la  gran  cordillera,  i  la  atravesaba  un  rio,  o  mas 
bien,  arroyo,  cuyos  puentes  de  madera,  cubiertos  de  pesadas 
losas,  daban  fáciles  medios  de  comunicación  a  las  dos  opuestas 
orillas.  Las  calles  eran  largas  i  angostas,  las  casas  bajas,  las 
de  los  pobres  construidas  de  barro  i  cañas.  Pero  el  Cuzco, 
residencia  real,  contenia  las  espaciosas  habitaciones  de  la  prin- 
cipal nobleza;  i  los  abultados  fragmentos  que  se  conservan  en 
los  edificios  modernos,  atestiguan  la  magnitud  i  solidez  de  los 
antiguos. 

«Contribuía  a  la  salubridad  de  la  corte  lo  espacioso  de  los 
caminos  abiertos  i  plazas,  donde  se  juntaba  un  numeroso  jen- 
tío  de  la  capital  i  las  provincias  en  las  festividades  relijiosas. 
Porque  el  Cuzco  era  la  ciudad  santa;  i  el  gran  templo  del 
sol,  al  cual  acudían  peregrinos  desde  los  últimos  confines  del 
imperio,  ha  sido  la  mas  magnífica  estructura  del  nuevo  mun- 
do, i  en  lo  costoso  de  las  decoraciones  no  le  ha  excedido  tal- 
v< •/.  ninguna  del  antiguo. 

"Hacia  el  norte,  en  la  fragosa  sierra  de  que  hemos  hablado, 
•se  levantaba  una  gran  fortaleza,  cuyas  reliquia»  asombran  hoi 
dia  al  viajero  por  bu  enorme  tamaño.  Defendíala  una  sola 
muralla  de  mucho  espesor,  i  de  mil  doscientos  pies  de  largo 
pOT  el  lado  que  miraba  a  la  ciudad,  don  le  lo  pendiente  del 
iba  por  sí  solo  para  su  defensa.  Por  el  Otro  lado, en 
<[uc  el  acceso  era  menos  difícil,  la  protojian  otras  dos  murallas 
semicirculares  de  igual  lonjitud  que  la  precedente.  Estaban  a 
Ederable  distancia  una  de  otra  i  de  la  fortaleza;  i  se  había 

levantado  el  terreno  intermedio  ^-  manera  que  podía  servir  de 

peto  b  las  tropa   1 1 1  guarnición  en  un  asalto.  La  fortaloza 

imponía  de  tres  torres  separadas,  Una  de  ellas, 

;  nada  de  decoraciones  suntuosas, 

o. m  prop  i  que  de  un  puesto  militar.  En 


11  BTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DEL  PEItÚ  18" 


las  otras  dos,  se  alojaba  la  guarnición,  sacada  de  la  nobleza 
peruana,  i  mandada  por  un  oílcial  de  sangro  real;  porque  la 
posición  era  demasiado  importante  para  confiarse  a  personas 
de  inferior  jerarquía.  Debajo  de  las  torres,  había  galerías  sub- 
terráneas que  comunicaban  con  la  ciudad  i  con  los  palacios 
del  inca.* 

«La  fortaleza,  las  murallas  i  las  galerías  eran  todas  de  pie- 
dra, cuyas  enormes  piezas  no  estaban  asentadas  en  líneas  re- 
gulares, sino  dispuestas  de  modo  que  las  pequeñas  llenaban 
los  intersticios  de  las  grandes,  conservando  su  natural  aspe- 
reza, menos  en  los  filos,  finamente  labrados.  Sin  embargo  de 
que  no  se  empleaba  mezcla  alguna,  era  tan  exacto  el  ajuste, 
i  tan  estrechamente  se  juntaban,  que  ni  aun  una  boja  de  cu- 
chillo podia  meterse  entre  ellas.  Muchas  eran  de  dimensiones 
enormes;  algunas  hasta  de  treinta  i  ocho  pies  de  largo,  diez  i 
ocho  de  ancho  i  seis  de  grueso. 

«Asombra  considerar  que  tan  grandes  masas  se  hubiesen 
extraído  de  la  tierra  i  labrado  sin  el  uso  del  hierro;  que  hu- 
biesen sido  trasportadas  de  las  canteras  a  distancias  de  cua- 
tro hasta  quince  leguas,  atravesando  riofl  i  quebradas,  sin 
bestias  de  carga;  i  en  fin,  que  hubiesen  sido  levantadas  a  lu- 
gares elevados  de  la  sierra,  sin  el  conocimiento  de  las  máqui- 
nas e  instrumentos  que  son  familiares  a  los  europeos.  Se  dice 
haberse  empleado  veinte  mil  hombres  en  el  espacio  de  cin- 
cuenta años  en  esta  gran  fábrica.  Vemos  en  ella  la  ajencia  de 
un  despotismo  que  disponía  con  absoluto  poder  de  las  vidas  i 
fortunas  de  sus  vasallos,  i  que,  por  suave  que  fuese  en  jeneral, 
no  hacía  mas  cuenta  de  los  hombres  que  de  los  brutos  cuya 
falta  suplían.  La  fortaleza  del  Cuzco  no  era  mas  que  una  par- 
te del  sistema  de  fortificaciones  establecido  en  todos  los  domi- 
nios del  inca.» 

Nuestro  autor  pasa  a  tratar  de  la  familia  real.  El  heredero 


*  «La  demolición  de  la  fortaleza,  principiada  inmediatamente  des- 
pués do  la  conquista,  provocó  la  censura  de  mas  de  un  ilustrado 
español,  cuya  voz.  sin  embargo,  fué  impotente  contra  el  espíritu  de 
codicia  i  violencia.» 


1SS  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

del  reino  era  el  prümojénito  de  la  coya  o  lejítima  esposa  i 
reina,  llamada  así  para  distinguirla  de  la  hueste  de  concubi- 
nas en  quienes  estaba  repartido  el  afecto  del  soberano.  A 
falta  de  hijo  varón,  sucedía  el  hermano.  Según  Garcilaso,  el 
príncipe  real  o  heredero  aparente  se  casaba  siempre  con  una 
hermana,  en  lo  que  conviene  Sarmiento;  pero,  según  Onde- 
gardo,*  esta  costumbre  no  se  introdujo  hasta  fines  del  siglo 
XV.  El  príncipe  era  confiado,  desde  su  mas  tierna  edad,  a  los 
amautas  o  doctores,  que  le  enseñaban  lo  que  ellos  sabían,  i 
en  especial  el  complicado  ceremonial  relijioso,  en  que  había 
de  hacer  una  figura  importante.  Cuidábase  también  de  su 
educación  militar,  en  que  le  acompañaban  los  incas  nobles  de 
SU  edad;  porque  el  sagrado  nombre  de  ¿nca  se  daba  a  todos 
los  descendientes  del  fundador  de  la  monarquía  por  línea  rec- 
ta de  varón.  A  la  edad  de  diez  i  seis  años,  so  examinaba  a  los 
pupilos  para  su  admisión  en  una  especie  de  orden  de  caballe- 
ría, i  los  examinadores  eran  los  mas  ancianos  c  ilustres  incas, 
ante  quienes  se  hacían  pruebas  de  ejercicios  atléticos,  como  la 
lucha  i  el  pujilismo,  largas  carreras  (pie  manifestasen  ajilidad 
i  destroza,  ayunos  de  varios  dias,  i  combates  mímicos,  en  los 
cuales,  aunque  se  lidiaba  con  armas  embotadas,  se  recibían 
frecuentemente  heridas,  i  a  veces  la  muerte.  Esta  prueba  du- 
raba treinta  dias;  i  entre  tanto,  el  real  doncel  era  tratado  como 
sus  camaradas;  dormía  sobre  el  duro  sudo,  andaba   desoalzo  i 

i  ropas  humildes.  Los  donceles  que  se  habían  distinguido 
en  olla,  eran  presentados  al  soberano;  i  éste,  después  de  un 
breve  discurso  de  felicitación,  les  recordaba  la  rosponsabili- 
I  el  aneja  a  su  nacimiento  i  rango;  i  dan  loles  afectuosamente 
el  sobrenombre (Ig  hijos  tl<-l  sol,  los  exhortaba  a  imitara  su 
projenitor  en  su  gloriosa  carrera  do  benoíioenoia.  Trasesto, 
venian  las  madrea  i  hermanas,  i  Lea  calzaban  usutas  de  esparto 
crudo;  veiía  luego  el  rei  con  bu  <■<':•!<•;  i  arrodillándose  ellos 


Uoanoiado  Pablo  do  Onde  ardo  i  en  lu  historia  dol  Porú. 

imondablo  i, 
.  .  los  med      que  tuvo 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DEL  PERÚ  189 


uno  a  uno  dolante  del  inca,  ésto,  por  su  propia  mano,  les  tala- 
draba las  orejas  con  un  punzón  de  oro,  que  quedaba  en  ellas 
hasta  que  el  agujero  se  ensanchaba  lo  bastante  para  que  cu- 
piese la  insignia  de  la  orden;  es  a  saber,  una  rodaja  de  oro  o 
plata,  según  la  calidad  do  las  personas.  Esta  insignia  no  col- 
gaba, sino  que  so  metía  toda  en  la  ternilla  de  la  oreja,  que, 
estirada  con  el  peso,  llegaba  casi  a  tocar  el  hombro,  de  donde 
provino  que  los  castellanos  llamasen  a  estos  caballeros  los 
orejones.  Cnanto  mas  grande  el  agujero  (dice  uno  de  los  vie- 
jos conquistadores,  manuscrito),  mas  caballería.  Lo  que  a  los 
ojos  de  los  europeos  era  una  deformidad  monsíruosa,  bajo  la 
májica  influencia  de  la  moda,  lo  miraban  los  naturales  como 
una  belleza. 

Taladradas  las  orejas,  se  les  calzaban  las  sandalias  de  la 
orden,  i  so  les  permitía  tomar  el  ceñidor,  que  era  propio  de  la 
edad  viril.  Poníanscles  en  la  cabeza  guirnaldas  de  flores  olo- 
rosas de  varios  colores,  enlazadas  am  las  hojas  de  una  planta 
llamada,  según  Garcilaso,  vlñai  liunina,  que  quiere  decir 
siempre  jóuen,  porque  conserva  su  verdor  aun  después  de 
seca.  Al  príncipe  lo  ponían  ademas  una  borla  o  franja  sobre 
la  frente,  do  sien  a  sien,  i  en  la  mano  una  hacha  do  armas, 
diciéndole  nucucunnpnc,  esto  es,  para  los  traidores,  después 
de  lo  cual  era  reconocido  i  adorado  como  primojénito  del  inca, 
i  se  dirijian  todos  a  la  gran  plaza,  donde  se  acababa  de  solem- 
nizar con  cantos,  danzas  i  otros  regocijos  esta  importante 
ceremonia. 

El  gobierno  era  absolutamente  despótico,  aunque  humano  i 
suave  en  la  práctica.  El  inca  estaba  a  la  cabeza  del  sacerdo- 
cio, promulgaba  las  leyes,  establecía  los  impuestos,  nombraba 
recaudadores  i  jueces,  i  los  ponia  i  quitaba  a  su  arbitrio.  De 
él  emanaban  toda  dignidad,  poder  i  emolumento.  Vestíase  de 
la  mas  fina  lana  de  vicuña,  de  riquísimo  tinte,  i  profusamen- 
te adornada  de  oro  i  piedras  preciosas.  Llevaba  en  la  cabeza 
un  turbante  con  pliegues  de  varios  colores  (el  llantu),  i  una 
franja  como  la  del  príncipe  real,  pero  de  color  escarlata,  i  con 
dos  plumas  de  una  ave  rara  i  curiosa  llamada  coraquenque. 
Las  plumas  eran  blancas  i  negras  a  trechos,  del  tamaño  de  las 


i'Jí)  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


do  un  halcón  bahori,  i  debían  ser  una  de  una  ala  i  otra  de  otra. 
Añade  Garcilaso  que  la  eoraquenque  no  se  halla  sino  en  el  des- 
poblado de  Villcanuta,  a  treinta  i  dos  leguas  del  Cuzco,  en  una 
pequeña  laguna  al  pió  de  la  inaccesible  sierra  novada;  «los  que 
las  han  visto  afirman  que  no  se  ven  mas  de  dos,  macho  i 
hembra;  quó  sean  siempre  unas,  ni  de  dónde  vengan  o  dónde 
crien,  no  se  sabe —  Parece  que  semeja  en  esto  a. lo  del  Ave 
fénix,  aunque  no  sé  quién  la  haya  visto,  como  han  visto  esto- 
tras.» Era  delito  de  muerte  cojer  o  matar  una  de  estas  aves, 
porque  estaban  reservadas  para  la  diadema  del  inca,  i  cada 
nuevo  monarca  se  proveía  de  un  nuevo  par  de  plumas. 

Los  incas  de  tiempo  en  tiempo  recorrían  su  imperio  con 
gran  pompa  i  magnificencia,  en  una  silla  o  litera  que  relum- 
braba de  oro  i  esmeraldas,  en  me. lio  de  una  numerosa  escolta. 
A  dos  ciudades  particulares,  estaba  reservada  la  gloria  de  su- 
ministrar cargadores  para  las  reales  andas,  gloria  peligrosa, 
pues  el  menor  tropezón  se  castigaba  inmediatamente  con  la 
muerte:  et  inter  bfijulos  quicumque  rd  lev iter  pede  offen- 
so  hresitaret^  e  vestigio  ¡nlorjiccrcul ,  dice  una  historia  lati- 
na impresa  en  Ambéres  en  1567.  (  animaban  con  bastante  ex- 
pedición, i  hacían  alto  en  los  tamb  >s  o  posadas  erijidas  por  el 
gobierno,  i  de  cuando  en  cuando  en  los  palacios  reales,  que 
en  las  grandes  ciudades  daban  cómodo  alojamiento  a  toda  la 
comitiva  del  monarca.  Los  caminos,  por  uno  i  otro  lado,  esta- 
ban ll'-nos  de  espectadores,  que  los  barrian,  esparcían  oloro- 
sas flores,    se  disputaban    el   honor  de  trasportar  el  bagaje  de 

un  pueblo  'i  otro;  i  cuando  se  suspondia  la  marcha  i  el  sobe- 
rano se  dignaba  al/.ar  Lis  cortinas  para  oír  las  quejas  i  dirimir 
los  btijios,  I.-  aclamaban  i  bendecían,  levantando  (dice  Sar- 
miento tan  grande  alarido,  que  hacian  caer  las  aves  de  lo  alto 
donde  iban  volando,  i  oran  tomadas  a  mano. 

01  magníficos  los  palacios  reales;  i  los  había  en  todas  las 
provii  aquel  extendido  imperio.  Aunque  bajos,  tenían 

.-.oí  número  de  aposenten,  algunos  de  «'líos  ospaoio 

que  no  comunicaban  entre  m,  sino  o  >n  una  plaza  <>  patio 
interior.  I .  i  eran  de  I  aateriales  i  construc- 

qnc  1 1  i  arribe  dot  crita;  los  tochos  de  madera  o 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DEL  PERÚ 


cuñas,  que  el  tiempo  ha  destruido.  El  interior  resplandecía 
con  ornamentos  de  oro  i  plata;  la  ropa  de  cama  era  toda,  dice 
Garcilaso,  «de  mantas  i  frezadas  de  lana  de  vicuña,  tan  fina  i 
tan  regalada,  que,  entre  otras  cosas  preciadas  de  aquellas  tie- 
rras, se  las  han  traído  para  la  cama  al  rei  clon  Felipe  II.»  De 
oro  o  plata  era  también  tod  >  el  ajuar  doméstico,  sin  exceptuar 
los  utensilios  destinados  a  los  mas  humildes  menesteres. 

Pero  la  residencia  favorita  de  los  incas  era  en  Yucai,  a  cua- 
tro leguas  de  la  capital.  En  este  valle  delicioso,  protejido  por 
la  sierra  contra  las  destempladas   brisas  del  este,  i  contra  los 
calores  por   multitud   do  fuentes  i   canales  de  frescas  aguas, 
edificaron  el  mas  hermoso  de  sus  palacios,  adonde,  fatigadas 
del  polvo   i  tráfago  de   la  ciudad,   iban  a  solazarse  en  compa- 
ñía de  sus  concubinas  favoritas,  paseándose  por  verjeles  i  jar- 
dines, que  esparcían  la  mas  suave  fragancia,   i   embriagaban 
los  sentidos  en  una  languidez  voluptuosa.     Allí  gozaban  tam- 
bién del  baña  en  aguas  cristalinas  conducidas  par  cañerías  de 
plata  a  estanques  de  oro.  Entre  los  espaciosos  huertos,  pobla- 
dos de  toda  la  variedad  de  plantas  i  llores  que  se  producen  a 
poca  costa  en  las   rej  iones  templadas  de  los   trópicos,  había 
una  especio  mas  extraordinaria  de  jardines,  cubiertos  de  todas 
las  formas   vejetales,  imitadas  en  oro  i  plata,  i  entre  ellas  se 
hace  particular  mención  del   maíz,  la  mas  bella  de  las  gramí- 
neas americanas,  cuyas  mazorcas  de  oro,  terminadas  en  una 
delicada  franja  de  plata,  asomaban  entre  anchas  hojas  del  mis- 
mo metal.  Esta  deslumbradora  descripción,  de  que  son  garan- 
tes Garcilaso,  Sarmiento  i  Cieza,  no  debe  parecer  increíble;  los 
montes  peruanos  están  cuajados  de  oro;  los   naturales  enten- 
dían bastante  bien  el  laborío  de  las  minas;  el  metal  no  se  acu- 
ñaba i  se  destinaba  exclusivamente  al  soberano.    «Ningún  he- 
cho ha  sido  mejor  atestiguado  por  los  conquistadores  mismos. 
Los  poetas  italianos  en  sus   fastuosas  pinturas  de  los  jardines 
de  Alcina  i  Morgana,  se  acercaron  a  la  realidad  algo  mas  de 
lo  que  ellos  pensaban.»  # 

«Cuando  un  inca  moría,  o  según  el  lenguaje  oficial,  cuando 
era  llamado  a  las  mansiones  del  sol,  su  padre,  se  celebraban 
sus  exequias  con  mucha  solemnidad  i  pompa.    Extraídas  sus 


192  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

entrañas,  se  depositaban  en  el  templo  de  Tampu,  a  cinco  le- 
guas de  la  capital.  Una  porción  do  su  vajilla  i  joyas  se  enterra* 
ba  con  él;  i  solían  inmolarse  sobre  su  tumba  muchos  do  sus  fa- 
miliares i  de  sus  concubinas,  a  veces  hasta  el  número  de  mil, 
según  se  dice.  Algunos  de  ellos  manifestaban  la  repugnancia 
que  era  natural,  como  las  víctimas  de  otra  superstición  seme- 
jante en  la  India;  pero  es  problablc  que  solo  eran  culpables  de 
esta  flaqueza  los  sirvientes  de  mas  humilde  esfera;  pues  se  vio 
mas  de  una  vez  a  las  mujeres  darse  ellas  mismas  la  muerte, 
cuando  se  les  impedia  testificar  su  fidelidad  con  esto  martirio 
conyugal.  A  esta  triste  ceremonia,  se  seguía  un  luto  jeneral  en 
todo  el  imperio.  Durante  el  año,  se  reunía  de  tiempo  en  tiem- 
po el  pueblo  a  renovar  la  expresión  de  su  dolor;  hacíanse  pro- 
cesiones en  que  se  tremolaba  la  bandera  del  finado  monarca; 
se  nombraban  poetas  i  cantores  que  recordaran  sus  hechos;  i 
estos  cánticos  se  repetían  en  las  grandes  solemnidades  a  pre- 
sencia del  soberano  reinante.  Embalsamado  el  cadáver,  se 
trasportaba  al  gran  templo  del  sol  en  el  Cuzco;  i  el  inca,  al  en-  • 
trar  en  este  lúgubre  santuario,  podía  contemplar  las  efijies  do 
sus  antecesores  en  opuestas  hileras,  los  varones  a  la  derecha, 
las  mujeres  a  la  izquierda  del  gran  luminar,  que  reverberaba 
en  resplandecientes  láminas  do  oro  sobro  las  paredes  del 
templo.  1*08  cuerpos  con  las  vestiduras  reales  que  habían  usa- 
do cuando  vivos,  aparecían  sentados  en  tronos  do  oro,  con  la 
za  inclinada  i  las  minos  cruzadas  sobre  el  pecho,  conser- 
lo su  natural  color  moreno  í  su  cabellera  negra  o  plateada 
por  los  años,  Bejrun  la  edad  en  que  habían  fallecido.  Los  pe- 
ruano M mejor  que  los  ejipcios  a  perpetuar  la  exis- 
tia corpórea  mas  allá  dr  1  ts  límites  prescritos  por  la  natu- 
■ 

•  [, , :  ponían  'le  l"s  Incas  dospuos  do  ln 

■do,  oorrojídor  <l>'l  •  brió  oinoo,  tros  de 

hombí  do  tnnjei  1 11  do  Viraoooha,  el  g;ran  Túpao  Inon 

Yupanqui,  i  su  hijo  llualna  '  >  en  [560.  Conser- 

que  el  llnnlu.    Estaban,  <!iee, 
•  dloo  A.00  ita,  que  también 
1  Me  una  telilla  de  oro,  tan  bion 
I  ie  no  nación  (alta  ' 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DEL  PEKÚ  l'J3 

«Una  ilusión  todavía  mas  extraña  fomentaban  con  el  cuida- 
do incesante  que  consagraban  a  estas  insensibles  reliquias, 
como  si  las  animase  la  vida.  Manteníase  abierta,  ocupada  por 
su  guardia  i  comitiva,  una  de  las  casas  de  cada  inca  difunto, 
con  todo  el  aparato  correspondiente  a  la  majestad  real;  i  en 
Ciertas  festividades,  se  llevaban  los  cadáveres  en  procesión  a  la 
plaza  pública.*  El  capitán  de  la  guardia  del  respectivo  Inca, 
cuando  le  llegaba  su  vez,  convidaba  a  los  nobles  i  cortesanos; 
i  a  nombre  de  su  amo,  los  regalaba  en  un  suntuoso  banquete, 
a  presencia  do  la  real  fantasma,  a  que  los  convidados  guarda- 
ban todas  las  ceremonias  do  la  etiqueta  palaciega,  como  si 
estuviese  vivo. — Tenemos  por  muí  cierto,  dice  Sarmiento,  que 
ni  en  Jerusalen,  ni  en  Roma,  ni  en  Persia,  ni  en  ninguna 
parte  del  mundo,  por  ninguna  república  ni  rei,  se  juntaba  en 
un  lugar  tanta  riqueza  de  metales  de  oro  i  plata  i  pedrería, 
como  en  esta  plaza  de  Cuzco,  cuando  estas  Cestas  semejantes 
i  otras  se  bacian. — » 

Algunos  otros  extractos  de  lo  que  juzgáremos  mas  impor- 
tante en  la  obra  de  que  damos  noticia,  ofreceremos  a  nuestros 
lectores  en  los  números  siguientes  de  la  Revista.  Felicitémo- 
nos do  que  una  materia  de  tanto  interés  para  nosotros  baya 
caído  en  manos  tan  hábiles,  ya  que  la  España,  poseedora  de 
nuestros  documentos  históricos,  no  aspira  a  la  gloria  de  bene- 
ficiar este  rico  venero,  i  se  contenta  con  ponerlo  a  disposición 
tío  los  extranjeros.  Parece  que  una  fatalidad  singular  la  con- 
denase a  acumular  tesoros  de  que  solo  hayan  de  aprovecharse 
naciones  extrañas.  Su  propia  historia  no  excita  hoi  en  ella 
el  celo  con   que  una   multitud  de  plumas  extranjeras  se  han 

*  «Acuerdóme,  dice  Garcilaso,  que  llegué  a  tocar  un  dedo  de  la 
mano  de  Huaina  Cápac;  parecía  que  era  de  una  estatua  de  palo,  según 
estaba  duro  i  fuerte.  Los  cuerpos  pesaban  tan  poco  que  cualquier  in- 
dio los  llevaba  en  brazos  o  en  los  hombros,  de  casa  en  casa  de  los 
caballeros  que  los  pedían  para  verlos.  Llevábanlos  cubiertos  con  sá- 
banas blancas.  Por  las  calles  i  plazas,  se  arrodillaban  los  indios,  ha- 
ciéndoles reverencias  con  lágrimas  i  ¡émidos,  i  muchos  españoles  les 
quitaban  la  gorra,  de  lo  cual  quedaban  los  indios  tan  agradecidas 
que  np  sabían  cómo  decirlo.» 

OPÚSC.  Vi 


OPÚSCULOS  LITEUAIUOS  1  CRÍTICOS 


dedicado  i  so  dedican  actual  monto  a  explicarla,  a  escudriñar 
sus  secretos,  a  desenvolver  su  espíritu,  disfrutando  colecciones 
de  materiales  inéditos,  o  valiéndose  do  los  trabajos  preparato- 
rios de  Florez,  Risco,  Masdeu,  Capmany,  Noguera,  Conde, 
Clemencin,  i  otros  distinguidos  españoles,  que  no  parecen 
haber  dejado  sucesores.  Pudiera  formarse  un  largo  catalogo 
de  los  escritores  que,  desde  el  escoces  Robertson  hasta  el 
norte-americano  Prcscott,  han  recorrido  los  anales  de  la  Espa- 
ña, principiando  por  los  tiempos  mas  remotos,  o  han  ilustrado 
algunas  do  sus  épocas  memorables;  pero  este  es  un  asunto 
que  no  debemos  tocar  do  paso.  Lo  reservamos  para  otro  nú- 
mero. 


II 


La  nobleza  del  Perú  se  componía  de  dos  clases.  La  mas 
distinguida  era  la  de  los  incoa,  que  so  gloriaban  de  tenor  el 
mismo  oríjen  que  el  soberano,  por  línea  recta  do  varón,  i  no 
dejaban  di-  ser  bastante  numerosos,  porque,  en  virtud  do  la 
poligamia  de  que  gozaban  ¡limita  lamente,  sucedía  que  un 
padre  dejaba  a  veces  mas  de  trescientos  hijos.  Usaban  un 
trajo  peculiar;  hablaban  un  dialecto  diferente,  que  se  olvidó 
poco  después  de  la  conquista;  i  fenian  asignada  para  su  ma- 
nutención la  mejor  parte  de  los  dominios  públicos.  Vivían  por 
lo  regular  en  la  corte,  a!  la  lo  de!  soberano;  formaban  su  con- 
sejo; i    se  alimentaban  de  sil   mesa.     S    lo    ellos  eran  elejibles  a 

1«»m  principal  tocios,   Mandaban  los  ejércitos  i  las  guar- 

niciones distantes.  Ocupaban  todos  Los  empleos  de  confianza  i 

Molimientos. 

La       I      'lll  la    el  i  adíenles  (le 

los  príncipes    0  Caciques    délas    naciones    conquistadas.    Solía 

dárSl  .bienio  de   ellas,    aunque  C0U  la  obligación  de  \i- 

de    OUSndO   en    cuando    la  corte,    donde  se   educaban    sus 

La  autoridad  litia  de  padres  a  hijos,  aunque  a 

el  pueblo     i ■'.  itaban  subordinados  a 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DEL  PERÚ  195 


los  grandes  gobernadores  provinciales,  que  se  sacaban  siem- 
pre tic  los  incas. 

Estos,  pues,  formaban  la  alta  nobleza.  En  los  cráneos  de  la 

raza  inca,  ha  observado  ol  doctor  Morton  señales  de  una  inteli- 
gencia superior  a  la  de  los  otros  peruanos.  El  ángulo  facial  en 
aquella,  aunque  no  grande,  lo  era  mucho  mas  que  el  de  los 
oíros,  que  se  ha  encentra  lo  siempre  mui  chato  i  destituido  do 
carácter  intelectual.   (Crania  Americana,  Filadellia,  1829.) 

Si  bajamos  a  las  clases  inferiores,  encontraremos  institucio- 
nes tan  artificiales  como  las  de  Esparta;  i  aunque  de  opuesto 
jenio,  no  menos  repugnantes  a  la  naturaleza  humana.  El  pue- 
blo en  jcneral  se  llamaba  Tavantinsinjn,  que  quiere  decir  las 
cuatro  partes  del  mundo,  porque  el  reino  estaba  dividido  en 
cuatro  partes,  a  cada  una  de  las  cuales  bq  dirijia  uno  de  los 
cuatro  grandes  caminos,  cuyo  centro  común  era  el  Cuzco.  La 
ciudad  estaba  también  dividida  en  cuatro  barrios;  i  las  varias 
razas  residían  cada  una  en  el  mas  cercano  a  su  respectiva  pro- 
vincia, conservando  su  primitivo  traje,  i  sus  costumbres  pecu- 
liares; la  capital  era  una  miniatura  del  imperio. 

Dividíase  la  nación  toda  en  decurias  o  pequeñas  corporacio- 
nes de  diez  hombres,  a  que  presidia  un  decurión,  encargado 
de  vijilar  sobre  la  conservación  de  sus  derecb  >s  e  inmunida- 
des, i  de  aprehender  los  delincuentes  para  someterlos  a  la  jus- 
ticia, so  pena  de  incurrir  por  su  neglijencia  en  la  pena  que 
contra  éstos  pronunciaba  la  leí.  Otras  corporaciones  había  de 
cincuenta,  de  ciento,  de  quinientos  i  de  mil,  cuyos* jefes  supe- 
riores velaban  sobre  la  conducta  de  los  inferiores,  i  ejercían 
autoridad  en  materia  de  policía.  La  mas  alta  división  era  en 
departamentos  de  diez  mil  habitantes,  gobernados  por  un  in- 
ca, que  ejercía  jurisdicción  sobre  los  curacas  i  ciernas  emplea- 
dos territoriales.  En  todas  las  ciudades  i  poblaciones,  había 
tribunales  o  mijistraturas  que  formaban  una  escala  jerárquica 
terminada  en  la  corona.  Debían  dirimir  todo  litijio  en  el 
espacio  de  cinco  días,  i  no  era  dado  apelar  de  uno  a  otro; 
pero  se  enviaban  de  tiempo  en  tiempo  visitadores  judiciales 
cpie  investigasen  el  carácter  i  conducta  de  los  magistrados, 
cuyos  descuidos  o  injusticias  se  castigaban  con  penas  ejem- 


49G  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


piares;  i  los  juzgados  inferiores  debían  dar  cuenta  de  sus 
operacionos  a  las  altas  cortes,  cada  mes,  como  éstas  a  los 
virreyes. 

Lis  leyes  eran  pocas,  pero  sumamente  rigurosas,  i  casi  todas 
criminales.  El  hurto,  el  homicidio,  el  adulterio,  i  toda  comu- 
nicación de  los  sexos  no  autorizada  por  el  matrimonio,  la 
blasfemia  contra  el  sol  o  contra  el  inca,  i  el  incendio  de  un 
puente,  eran  vindicados  con  la  muerte.  Castigábanse  también 
con  severidad  la  remoción  de  los  linderos,  el  incendio  de  una 
casa,  el  uso  indebido  de  las  aguas  de  riego.  Una  ciudad  o  pro- 
vincia rebelde  era  arrasada  i  sus  habitantes  exterminados.  Eri 
la  inflicción  de  la  pena  de  muerte,  se  evitaba  todo  tormento. 

Relativamente  a  las  rentas,  estaba  el  territorio  dividido  en 
tres  partes,  una  para  el  sol,  otra  para  el  inca  i  la  restante 
para  el  pueblo.  Esta  se  dividía  por  cabezas.  Todo  peruano,  en 
llegando  a  cierta  edad,  debia  casarse;  i  entonces  se  le  asignaba 
una  casa  i  una  pequeña  porción  de  tierra,  que  se  aumentaba 
a  medida  que  la  familia  crecía,  a  cuyo  efecto  se  renovaba 
anualmente  la  división  del  territorio.  Los  poseedores  no  po- 
dían enajenar  sus  porciones. 

Todo  el  territorio  era  cultivado  por  el  pueblo,  que  debia 
principiar  sus  trabajos  por  las  tierras  del  sol,  i  cultivar  en 
seguida  las  de  los  ancianos,  enfermos,  viudas  i  huérfanos;  las 
de  los  empleados  en  actual  servicio;  luego  las  suyas  propias, 
con  la  obligación  de  ayudar  a  sus  vecinos  cuando  estaban  de- 
masiado cargados  de  familia;  i  en  fin,  las  del  inca.  Esto  último 
se  ejecutaba  en  gran  ceremonia  i  por  la  población  en  masa. 
Al  amanecer,  se  les  llamaba  desde  una  torre  o  eminencia  ve- 
cina; i  todos  los  individuos  del  distrito,  hombres,  mujeres  i 
niños,    vestidos  de  sus  mejores   ropas  i  ornamentos,  compare- 

clan  i  desempeñaban  sus  respectivas  labores,  entonando  can* 
ciónos  populares  en  coro,  en  las  que  celebraban  los  grandes 
hechos  de  los  Incas.  Estas  tonadas  nacionales  parecieron  bas- 
tante agradables  a  los  espadólos,  que  pusieron  muchas  de  ellas 
en  música;  i  no  es  Improbable  que  algunas  se  conserven  to- 
,  en  el  i  vi  Vi  o  so  hayan  trasmitido  a  otras  partes  de  Amé* 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DEL  PERÚ  197 


Los¡  rebaños  de  llamas  estaban  exclusivamente  apropiados 
al  sol  i  al  inca.  Era  inmenso  su  número.  Hallábanse  espar- 
cidos por  todas  las  provincias,  i  principalmente  por  las  de  oír- 
nos elevada  temperatura,  al  cuidado  de  pastores  expertos,  que- 
los  hacían  trashumar  de  unos  pastos  a  otros,  según  las  dife- 
rentes estaciones  del  año.  Enviábase  gran  número  de  reses  a 
la  capital  para  el  consumo  de  la  corte  i:  para  las  festividades  i 
sacrificios  relijiosos;  pero  solo  los  machos,  porque  era  prohi- 
bido matar  las  hembras.  Los  roglamentos  para  su  conservación 
i  multiplicación  entraban  en  los  mas  pequeños  pormenores,  i 
con  una  sagacidad  que  excito  la  admiración  de  los  españoles 
mismos,  familiarizados  con  el  manejo  de  los  rebaños  trashu- 
mantes de  merinos  en  su  propio  país. 

La  lana  se  depositaba  en  almacenes  públicos,  donde  so  dalwi 
a  cada  familia  lo  necesario  para  sus  menesteres  domésticos» 
las  mujeres  la  hilaban  i  tejían.  Acabada  esta  tarea  (que  en  las 
rej  iones  ardientes  era  reemplazada  hasta  cierto*  punto  por  las 
de  hilar  i  tejer  el  algodón,  suministrado  del  mismo  modo  por 
la  corona),  se  trabajaba  para  el  inca.  La  distribución  o  ins- 
pección de  la  obra  en  las  provincias  i  distritos,  estaban  a  cargo 
de  un  número  competente  de  empleados,  cuya  superintenden- 
cia se  extendía  al  recto  usa  hasta  de  los  materiales  que  se  su- 
ministraban para  el  consumo  del  pueblo.  Nadie  habia  que  no 
se  ocupase  en  estas  labores,  desde  el  niño  de  cinco  años  hasta 
la  anciana  matrona.  El  pan  de  la  ociosidad  no  lo  comían  en 
el  Perú  sino  los  decrépitos  o  los  enfermos.  La  holgazanería 
era  un  crimen,  i  como  tal  se  castigaba,  al  paso  que  so  estimu- 
laban con  elojios  i  recompensas  el  trabajo  i  la  industria. 

Las-  minas  pertenecian  al  estado,  para  el  cual  se  beneficia- 
ban exclusivamente.  Era  pequeño  el  número  de  habitantes 
que  se  empleaba  en  las  artes  mecánicas:  no  así  en  las  grandes 
obras  públicas,  de  que  estaba  cubierto  el  país;  ellas  ocupaban 
a  una  parte  considerable  de  la  población. 

La  distribución  de  estas  varias  labores  se  fijaba  en  el  Cuzco 
por  comisionados  que  conocían  perfectamente  los  recursos  del 
país,  i  el  jeníode  los  habitantes  dé  cada  provincia.  Llevábase 
un  rejistrode  todos  los  nacimientos  i  muertes.  De  tiempo  en 


108  OPÚSCULOS  LITER ARTOS  I  CRÍTICOS 

tiempo,  so  acostumbraba  hacer  un  censo  jeneral  del  país,  cuyo 
resultado  presentaba  un  cuadro  completo  de  la  calidad  del 
suelo,  de  su  fertilidad,  de  la  naturaleza  de  sus  productos,  en 
suma,  de  todos  los  recursos  físicos  del  imperio.  Repartíase 
después  el  trabajo  equitativamente  por  las  autoridades  locales. 
Los  varios  oficios  pasaban,  por  lo  regular,  de  padres  a  hijos. 
A  nadie  se  exijia  que  dedicase  mas  que  una  determinada  por- 
ción de  tiempo  al  servicio  público.  Era  imposible,  según  el 
juicio  de  uno  de  los  mas  ilustrados  españoles  de  los  tiempos 
inmediatos  a  la  conquista  (Ondegardo),  mejorar  el  sistema  de 
distribución  i  recaudación.  Ni  se  desatendía  en  medio  de  todo 
esto  el  bienestar  de  las  clases  laboriosas;  los  trabajos  mas  pe- 
sados e  insalubres,  como  el  de  las  minas,  no  causaban  detri- 
mento a  la  salud.  ¡Qué  contraste  con  la  conducta  subsiguiento 
de  los  conquistadores! 

Una  porción  de  los  productos  do  la  agricultura  i  artes  me- 
cánicas se  llevaba  al  Cuzco  para  satisfacer  las  inmediatas 
demandas  del  inca  i  su  corte;  la  mayor  parte  se  depositaba 
en  almacenes  públicos,  esparcidos  por  las  varias  provincias: 
edificios  espaciosos  de  piedra  que  pertenecían  unos  al  sol,  los 
otros  al  inca.  El  sobrante  de  los  depósitos  imperiales,  que  era 
considerable,  se  trasportaba  a  otra  clase  de  almacenes,  para 
socorrer  al  pueblo  en  estaciones  de  escasez,  i  a  veces  a  los  in- 
dividuos que,  por  enfermedad  o  accidentes  de  fortuna,  se  halla* 
l.üi  reducidos  a  la  miseria.  Los  españoles  encontraron  estos 
almacenos  provistos  do  todos  los  varios  productos  del  suelo  i 
de  las  manufacturas:  maiz,  coca,  quinua,  tejidos  do  algodón  i 

(1  •  luía  do  la  mas  lina  calidad,  VaSOS  i  Utensilios  do  oro,  plata, 

cobre;  todos  los  artículos,  de  utilidad  i  lujo  que  abrazaba  la 
industria  peruana.  Los  almacenes  de  granos,  en  particular, 
habrían  bastad  i  para  el  consumo  de  los  respectivos  distritos 
pora  anos.  De  todo  ello  se  formaba  un  inventario  anunl* 

tte,  del  cual  se  tomaba  razón  por  los  quipvcnm&yus  con 
singular  regularidad  I  precisión,  i  los  rejistroa  se  trasmitían  a 
l.t  capital  para  el  servicio  del  gobierno. 

hecho  mas  que  extractar  .1  la  tijera  la  relación 
que  hace  Mr.  Presootl  de  esta  singular  administración  econó* 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DEL  l'EIil' 


mica,  «delineada,  según  él  dice,  por  escritores  que  so  con- 
tradicen, a  la  verdad,  en  los  pormenores,  pero  conformándose 
en  la  sustancia  del  bosquejo:  instituciones  tan  notables  que 
apenas  puede  creerse  hayan  podido  mantenerse  en  observan- 
cia en  tan  grande  imperio  i  por  una  larga  serie  de  años.  Pero 
tenemos  el  mas  inequívoco  testimonio  de  su  existencia,  tras- 
mitido por  los  españoles  que  pasaron  al  Perú  cuando  todavía 
estaban  en  planta,  hombres,  algunos  de  ellos,  que  ejercían 
altos  empleos  judiciales,  i  habían  sido  comisionados  por  el  go- 
bierno español  para  darle  informes  sobre  la  organización  del. 
país  bajo  sus  antiguos  señores.» 

Los  impuestos  eran  gravosos.  La  familia  real,  la  grandeza, 
los  sacerdotes  i  los  empleados  estaban  exentos  de  ellos.  «Esta 
misma  era  la  condición  de  la  mayor  parte  de  Europa  por  aquel 
tiempo;  pero  lo  que  había  de  duro  para  el  peruano  era  la  im- 
posibilidad de  mejorar  su  condición.  Trabajaba  para  otros  mas 
que  para  sí  mismo.  Por  industrioso  que  fuese,  no  le  era  dado- 
aumentar  un  palmo  a  su  heredad,  ni  ascender  una  línea  en  la 
escala  social.  No  era  para  él  la  gran  leí  del  progreso.  Como 
habia  nacido,  moria.  Esto,  con  todo,  no  es  mas  que  el  lado- 
ascuro  del  cuadro.  Si  a  nadie  era  lícito  enriquecer,  nadie  tam- 
poco podía  ser  miserable.  No  habia  pródigos  que  disipasen  su 
hacienda  en  desatentado  lujo,  ni  especuladores  atrevidos  que 
empobreciesen  su  familia  con  ruinosos  proyectos.  La  lei  pro- 
porcionaba una  industria  segura,  i  ordenaba  una  prudente 
economía.  No  se  toleraban  mendigos.  Los  destituidos  encon- 
traban pronto  socorro,  que  no  se  les  administraba  por  la  mez- 
quina caridad  privada,  ni  gota  a  gota,  por  decirlo  así,  de  lo» 
helados  estanques  de  un  establecimiento  municipal,  sino  con 
jencrosa  largueza,  sin  humillar  al  quo  lo  recibia,  i  poniéndole 
al  nivel  de  los  domas  do  su  clase.  Nadie  podia  sor  rico  ni. po- 
bre: todos  podían  tener,  i  do  bocho  tenían,  lo  necesario  para  la 
vida.  La  ambición,  la  avaricia,  el  amor  alo  nuevo,  el  enfer- 
mizo espíritu  de  descontento,  quo  son  las  pasiones  que  mas 
ajitan  el  alma  humana,  no  tenían  cabida  en  el  corazón  del  pe- 
ruano. Su  condición  misma  estaba  en  contradicción  con  toda 
especie  do  mudanza.  Movíase  en  el  mismo  círculo  en  que  se 


2  10  OPÚSCULOS  LITKP.ARIOS  I  CRÍTICOS 


habían  movido  sus  padres,  i  que  habían  de  recorrer  sus  hijos. 
aEl  que  dude  do  las  noticias  que  se  nos  lian  trasmitido  de 
la  industria  peruana,  visite  el  país,   i  hallará,  especialmente 
en  las  rejiones  centrales,  monumentos  de  lo  pasado,  reliquias 
de  templos,  palacios,  fortalezas,  terraplenes  de  grandes  cami- 
nos militares  i  de  otras  obras  públicas,  que  le  asombrarán  por 
su  número,  por  lo  macizo  de  los  materiales,  por  la  grandeza 
del  plan.  Los  mas  notables  son  acaso  los  grandes  caminos, 
cuyos  rotos  pedazos  testifican  todavía  su  antigua  magnificen- 
cia. Muchos  de  ellos  atravesaban  diferentes  partes  del  imperio; 
pero  los  mas  considerables  eran  los  dos  que  so  extendían  de 
Quito  al  Cuzco,  i  continuaban,  en  la  dirección  del  sur,  hacia 
Chile.  Uno  de  ellos  pasaba  por  la  gran  meseta,  i  el  otro  por 
las  sierras  bajas  contiguas  al  océano.  El  primero  habia  sido  do 
mucho  mas  difícil  ejecución,  construido  por  entre  sierras  in- 
transitables sepultadas  en  la  nievo,  cortado  en  la  roca  viva, 
con  puentes  suspensos  en  el  aire  para  salvar  los  rios,  con  gra- 
das esculpidas  en  los  precipicios,  con  sólidos  terraplenes  que 
cegaban  quebradas  de  espantosa  profundidad:  en  suma,  todas 
1  is  dificultades  do  un  país  salvaje  i  fragoso,  dificultades  capa- 
ces de  asustar  al  mas  animoso  injeniero  de  los  tiempos  mo- 
dernos, habían  sido  arrostradas  i  vencidas.   La  lonjitud  del 
camino  era  como  do  mil  quinientas  a  dos  mil  millas;  i  de  trecho 
»a  trecho,  so  veían  por  todo  él  pilares  de  piedra.  Su  anchura 
ba  apenas  de  veinte  pies.  Estaba  cubierto  de  lajas,  i  en 
mas  partes,  de  una  mezcla  bituminosa,  a  que  el  tiempo  ha 
d  ido  una  dureza  superior  a  la  de  la  piedra.  En  algunos  puntos, 
ü  i.i  le.se  habían  terraplenado  las  quebradas,  los  torrentes  ule  la 

Miera,  socavando  Lentamente  la  base,  se  han  abierto  cami- 
na, dejando  arriba  la  mole  superinoumbente  que  abraza  como 
un  arco  el  valle:  tal  ora  la  consistencia  de  los  materiales...  Los 

puentes    de  ion   tenían  a  veces    mas  do  doscientos  pies 

de    !  usérvanse    muchos    todavía Las  aguas  de 

rríente   te   atravesaban  en   balsas,    a  las  cuales  solían 
poner.,.-  vela,;    único  V6StíjÍ0  de   na\  .  '/ación  en  el   l'erÚ. 

Lac  instrucción  del  otro  camino  era  diversa,  como  lo  pedia 
lo  bajo  i  arenóte  del  terreno.  Constaba  de  una  alta  calzada, 


HISTORIA  DE  LA  CONQUISTA  DEL  PKIU  201 

defendida  de  ambas  partes  por  un  parapeto  de  tierra,  con  árbo- 
les i  arbustos  odoríferos  a  un  lado  i  otro.  Donde  el  suelo  era 
demasiado  flojo,  se  habían  hundido  en  la  tierra  enormes  ma- 
deros para  sostener  la  calzada. » 

En  todos  los  principales  caminos,  a  trechos  de  diez  a  doce 
millas,  habia  tambos,  espacio  de  caravanserrallos  para  la  co- 
modidad del  inca  i  su  corte,  i  de  los  que  viajaban  en  servicio 
público,  porque  pocos  otros  viajeros  habia.  Algunos  de  estos 
edificios  eran  de  considerable  extensión. 

Las  despedazadas  porciones  de  estos  caminos  que  han  sobre- 
vivido acá  i  allá,  han  excitado  la  admiración  de  los  europeos. 
«Esta  calzada,  dice  Humboldt,  hablando  de  una  de  ellas, 
puede  compararse  con  lo  mejor  de  las  reliquias  romanas  de 
la  misma  clase,  que  yo  he  visto  en  Italia,  Francia  i  España... 
El  gran  camino  del  inca  es  una  de  las  obras  mas  útiles,  i  al 
mismo  tiempo  masjig-antescas  que  han  ejecutado  los  hombres.» 

(Revista  de  Santiago,  Año  de  1848.) 


EL  CORONEL 

DON  JORJE  BMtJCHEF 


Desaparecen  uno  tras  otro  los  fundadores  i  campeones  de 
la  independencia  chilena;  pero  nos  quedan  la  memoria  de  sus 
hechos  i  el  ejemplo  de  sus  virtudes:  herencia  gloriosa,  sobre 
la  cual  nada  puede  la  muerte.  Recordarlos  es  a  un  mismo 
tiempo  una  lección  instructiva  para  la  posteridad,  i  un  tributo 
de  gratitud  que  debe  la  patria  a  sus  venerables  cenizas. 

El  coronel  don  Jorje  Beauchof,  cuya  pérdida  lamentamos 
hoi,  nació  el  año  de  1785,  en  el  departamento  del  Ardechc,  en 
Francia.  La  naturaleza  le  habia  dotado  de  las  cualidades  se" 
Raladas  que  constituyen  al  soldado;  de  aquel  fuego  que  pro- 
duce las  acciones  heroicas.  Principió  a  servir  bajo  el  empera- 
dor Napoleón  en  las  guerras  de  Alemania,  Prusia  i  España, 
don  le  se  hizo  notar  mu  i  temprano  por  su  extraordinario  va- 
lor. Daspues  do  la  caída  de  Napoleón  en  1815,  emigró  con 
oíros  muchos  valientes  de  aquel  grande  ejército,  que  habia 
asombrado  con  sus  hazañas  al  mundo,  i  pasó  a  los  Estados 
Unidos  de  Norte  América,  donde  no  tardaron  en  despertar 
sus  ideas  de  gloria  al  ruido  de  los  esfuerzos  que  hacían  los 
americanos  del  Sur  para  conquistar  su  libertad.  Habiendo 
elojido  con  otros  oficiales  franceses  el  servicio  de  la  República 
Arjentina,  llegó  a  Dueños  Aires  en  el  mes  de  enero  de  1817, 
i  fué  destinado  en  clase  de  teniente  de  caballería  al  ejército  de 
los  Andes,  mandado  por  el  jcneral  San  Martin.  El  17  de  fe- 
brero del  mismo  año,  llegó  a  Santiago,  i  poco  después  fué  co- 
misionado para  la  formación  de  una  academia  militar,  primer 


204  OPÚSCULOS  LITEIIAIUOS  I  CRÍTICOS 

establecimiento  de  esta  especie  en  Chile.  Su  celo  i  conoci- 
mientos Humaron  la  atención  del  jeneral  Braycr,  que  le  llevó 
al  ejército  del  Sur,  ocupado  entonces  en  el  sitio  de  Talcahua- 
no,  bajo  las  órdenes  del  director  supremo  don  Bernardo 
O'Higgins.  A  su  llegada  a  Concepción,  fué  nombrado  capitán, 
c  incorporado  en  el  batallón  número  1;  i  el  5  de  diciembre  do 
1817,  recibió  el  grado  de  sarjento  mayor  para  tomar  el  mando 
de  la  columna  de  cazadores  destinada  al  asalto  de  Talcahuano. 
El  dia  6,  se  acometió  esta  empresa  importante.  El  mayor  Beau- 
chef,  c  ¡n  sus  valientes  compañeros,  salvó  los  fosos  .i  trinche- 
ras que  defendían  con  una  numerosa  artillería  las  avenidas  de 
la  plaza,  i  se  apo  leró  a  viva  fuerza  de  las  baterías  del  Morro r 
posición  guarnecida  de  catorce  piezas  de  grueso  calibre,  i  pro  te- 
jida a  lemas  por  la  escuadra  española.  Todo  parecía  ceder  a  su 
impetuoso  denuedo,  cuando  desgraciadamente  fué  herido  en 
el  hombro  izquierdo,  al  momento  mismo  en  que  con  sus  pro- 
pias manos  arrancaba  las  palizadas  para  penetrar  en  los  últi- 
mos atrincheramientos.  La  bizarra  conducta  de  Beauchef  fué 
umversalmente  aplaudida. 

Obligado  a  seguir  en  una  litera  la  retirada  del  ejercito  del 
Sur,  se  agravó  considerablemente  la  herida  con  las  fatigas  do 
la  marcha  i  los  calores  de  la  'estación.  Hallábase  casi  mori- 
bundo en  Santiago  al  tiempo  do  la  batalla  de  Maípo;  i  apenas 
recobrado,  volvió  al  Sur,  que  era  otra  vez  el  teatro  principal 
de  la  guerra.  Él  mandó  en  jefe  la  expedición  contra  Valdivia; 
i  a  la  cabeza  de  doscientos  cincuenta  hombres,  atacó  i  tomó 
con  indecible  celeridad  las  fortalezas,  Seguidamente  pacificó 
a  Osorno,  arrojando  al  enemigo  de  todos  los  puntos  guarne- 
lo  a  1 1  oíase  de  teniente  coronel  en  abril  de  1820a, 
mandó  en  jefe  la  aooion  de  Toro,  en  que,  con  ciento  cuarenta 
bombrot,  derrotó  e  hizo  pedazos  una  fuerza  española  de  tres- 
cientos cincuenta,  juramentados  a  vencer  o  morir,  tomándole 
i  sus  armas  i   bagajes,   i  ciento  seis   prisioneros,  entre 

«dios   doce    OÍloialeC.    Sirvió    después   en    la  expedición  contra 

.  i  les  i    los    indios  de  la   cosía,    a   las  órdenes   del    jeneral 

don  Joaquín  Mi  aduado  de  coronel  en  marzo  do  1822, 

confió*  el  gobierno  polítioo  I  militar  de  Valdivia. 


EL  CORONEL  DON  JOIUE  BEAUCHEF  205 

Aquella  plaza  era  entonces  un  objeto  de  inquietud  i  alarma 
para  toda  la  república.  La  guarnición  do  Valdivia,  instigada 
por  el  jefe  de  las  fuerzas  enemigas  que  ocupaban  el  archipié- 
lago de  Chiloó,  se  habia  sublevado  i  pasado  a  cuchillo  a  todus 
los  oficiales,  comprendido  el  gobernador  de  la  plaza.  Esto 
acontecimiento,  que  repentinamente  puso  a  discreción  del 
enemigo  todo  el  sur  de  la  república,  causaba  lauto  mayor  cui- 
dado, cuanto  mas  desmayada  se  hallaba  la  opinión  entre  aque- 
llos habitantes,  según  lo  acreditan  las  comunicaciones  dirijidas 
entonces  al  gobierno.  Para  los  autores  de  aquel  horrible  aten- 
tado, no  habia  mas  medio  de  salvación  que  entregarse  al  ene- 
migo, i  pelear  por  él  a  todo  trance. 

En  estas  circunstancias,  se  presenta  Beauchef.  Llega  al 
puerto;  i  dejada  allí  la  tropa,  entra  solo  en  la  plaza,  sin  contar 
con  mas  defensa  que  la  del  respeto  que  inspiraban  su  autori- 
dad i  su  valor,  líodéanle  los  caudillos  del  motín,  adornados 
con  los  vestidos  o  insignias  de  los  oficiales  que  habían  pere- 
cido a  sus  manos.  Pero  los  soldados  al  verlo,  al  contemplar 
aquel  ejemplo  extraordinario  de  intrepidez  i  abnegación,  le  sa- 
ludan con  repetidas  aclamaciones,  le  llaman  su  padre,  le  ju- 
ran morir  a  su  lado.  Esta  demostración  llenó  de  espanto  a  los 
amotinadores.  Finjiendo  respeto  a  la  persona  del  nuevo  gober- 
nador, tratan  secretamente  de  darle  la  muerte.  Mas,  aconse- 
jándose a  un  tiempo  con  sus  deberes  i  su  prudencia,  tomó 
medidas  tan  atinadas  i  eficaces,  que  frustró  las  asechanzas 
de  los  asesinos,  i  se  apoderó  de  todos  ellos  en  el  sitio,  en  el 
momento  mismo  que  habían  prefijado  para  darle  el  golpe 
mortal,  con  lo  que  fué  recuperada  Valdivia,  i  restablecido  en 
el  Sur  el  imperio  del  orden; 

Coronel  efectivo  desde  setiembre  do  1823,  tomó  parte  en  la 
expedición  auxiliadora  enviada  al  Perú,  i  después  en  la  que  so 
dirijió  contra  Chiloó.  Allí  fué  donde  con  su  batallón  tomó  el 
castillo  de  Chacao;  i  nombrado  jefe  de  la  división  de  opera- 
ciones sobre  San  Carlos,  compuesta  de  los  batallones  7  i  8,  i 
de  la  compañía  de  granaderos  del  número  1,  mandó  la  memo- 
rable acción  de  Mocopulli,  el  1.°  do  abril  de  1824.  Por  moti- 
vos que  no  es  del  caso  especificar,  pero  en  que  fué  inculpable 


200  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 

Beauchef,  aquella  división  experimentó  una  pérdida  conside- 
rable. Reducida  a  la  mitad  de  su  fuerza,  contuvo,  con  un  solo 
batallón,  casi  hundido  en  el  fango,  las  tropas  de  Quintanilla, 
que  constaban  de  mil  hombros  de  todas  armas,  auxiliadas 
por  un  numeroso  paisanaje.  Beauchef  logró  rechazarlas,  to- 
mándoles una  pieza  de  artillería.  Pero  habiendo  perdido  mas 
de  un  tercio  de  la  división,  i  nueve  oficiales  entre  heridos  i 
muertos,  tuvo  que  retirarse,  dejando  escarmentado  al  enemigo, 
i  bien  puesto  el  honor  de  las  armas  chilenas. 

No  se  distinguió  menos   el  coronel  Beauchef  en  la  segunda 

lición  a  Cliiloé,  el  año  do  1825,  i  particularmente  como 
comandante  de  la  primera  división,  compuesta  de  los  bata- 
llones 4  i  8,  en  la  gloriosa  jornada  de  Bellavista,  que,  en  14 
de  enero  de  1826,  hizo  tremolar  triunfante  la  bandera  chilena, 
i  dio  la  libertad  a  todo  el  archipiélago.  Servicios  igualmente 
recomendables  prestó  a  la  república  en  la  campaña  de  1826 
contra  Los  bandidos,  a  los  que  derrotó  completamente,  pene- 
tran lo  en  la  cordillera,  i  recobrando  las  familias  i  ganados 
que,  tenían  reco julos  en  su  campamento  a  las  orillas  del  rio 
Naoiquen.  Para  decirlo  en  bree,  él  figuró  en  casi  todos  los 
glori  >S03  hechos  de  armas  de  aquella  época  memorable,  i  sos- 
tuvo en    lo  las    partes  con  el    mayor   entusiasmo    i   denuedo  la 

i  sagrada  de  la  independencia  de  bu  patria  adoptiva.  El 
batallón  número  8,  a  que  se  dio  mas  tarde  el  nombre  de  Pú- 
dote, podía  llamarse  un  monumento  viviente  de  las  hazañas 
del  coronel  Beauchef,  que  le  condujo  siempre  por  el  (sendero 
del  honor,  i  le  inspiró  la  intrepi  le/,  i  constancia  con  que  tanto 

•ñ-aló  <'ii  los  combates. 

De  la  brillante  oomportaoion  dedonJorjo  fteauchefen  va- 
le que  dejamos  hecha  mención,  hicieron  justos 
elojios el  jeneral  don  Bernardo  O'Higgins,  en  su  parte  de  10 
de  diciembre  de  1817;  el  almirante  lord  Coohrane,  en  los  su* 
vos  <1<-  i  i  25  de  febrero  de  1820;  el  gobernador  de  Valdivia, 
que,  en  20  de  marzo  del  mismo  año,  le  recomiende  como  sal- 
vador de  le  provincia,  l  ensalza  la   moderación  l  humanidad 

-i   en  jefe  del  ejército  del  8ur,  en  la 

¡    i  le     1 ,1  urchívodel  ministerio 


EL  CORONEL  DON  JORJE  BEAUCHEF  2ü7 

de  la  guerra  contiene  oficios  i  representaciones  del  misino 
Beauchef,  que  ofrecen  pruebas  incontestables  de  su  capacidad 
militar  i  política. 

En  Beauchef;  el  hombre  no  era  menos  diurno  de  estimación 
que  el  soldado.  Cuando,  perdida  la  salud,  obtuvo  su  retiro  en 
1828,  se  dedicó  exclusivamente  al  cuidado  i  educación  de  sus 
hijos,  a  quienes  amaba  con  indecible  ternura.  El  escaso  pro- 
ducto de  su  reforma  era  lo  único  con  que  contaba  entonces 
para  sostener  a  su  familia;  i  uno  de  los  rasgos  que  mas  le 
honran  es  la  resignación  con  que  se  dedicó  al  manejo  de  ne- 
gocios tan  ajenos  de  su  profesión,  como  repugnantes  a  sus 
inclinaciones  naturales  i  a  los  hábitos  de  una  larga  vida.  Pe- 
ro ¡amaba  a  sus  hijos!  Beauchef  era  un  dechado  do  virtudes 
domésticas. 

Si  hubiésemos  de  señalar  en  aquel  hombre  estimable  una 
facción  prominente  i  característica,  la  encontraríamos  en  su 
amor,  en  su  adoración  sincera  a  la  verdad.  Nada  aborrecía 
mas  su  corazón  que  la  falta  de  sinceridad  i  de  b'iona  fe.  Br  - 
liaba  en  su  lenguaje  i  en  sus  acciones  un  juicio  i m parcial  i 
recto,  que  le  granjeaba  la  deferencia  de  cuantos  le  trataban, 
contribuyendo  no  poco  a  ello  su  virtud  sencilla,  induljente, 
sin  pretensión  ni  aparato.  Jamas  se  arredró  de  levantar  su 
voz  a  favor  de  la  justicia  i  de  la  inocencia.  Pronunciada  con 
demasiada  precipitación  la  sentencia  de  un  consejo  de  guerra, 
de  que  él  era  miembro,  contra  un  jefe  benemérito,  acusado 
de  conspiración,  se  presentó  al  supremo  director,  i  le  expuso 
con  tal  entereza  el  error  del  consejo,  i  lo  que  importaba  a  la 
dignidad  del  gobierno  enmendarlo,  que  consiguió  no  se  lleva- 
se a  efecto  aquel  fallo. 

En  el  retiro  de  la  vida  privada,  sus  dolencias  no  pudieron 
entibiar  el  ardor  con  que  amó  hasta  el  último  momento  a  su 
patria  adoptiva,  por  quien  había  derramado  su  sangre,  i  a  la 
que  le  ligaban  su  esposa,  sus  hijos,  numerosos  amigos,  i  re- 
cuerdos gloriosos.  Complacíase  particularmente  en  referir 
ejemplos  de  la  intrepi  lez  del  soldado  chileno,  de  su  serenidad 
en  el  peligro,  de  su  fidelidad  a  sus  banderas  i  a  sus  jefes. 
Nuestra  patria,  {como  él  la  llamaba)  fué  casi  la  última  frase 


20S  opúsculos  literarios  i  ciúticos 

que  articularon  sus  labios  moribundos.  Sentía  (como  lo  ex- 
presó varias  veces  a  sus  amigos)  no  haber  vivido  algunos  me- 
ses mas  para  concluir  una  relación  sencilla  de  las  campañas 
en  que  se  halló,  a  la  que  daba  el  título  modesto  de  Apuntes,  i 
de  que  tenia  ya  escritos  muchos  pliegos.  Por  lo  demás,  mos- 
tró hasta  el  postrer  instante  la  serena  tranquilidad  con  que 
habia  arrostrado  tantas  veces  la  muerte;  i  después  de  recibi- 
dos devotamente  loa  auxilios  de  la  relijion,  i  de  haber  pronun- 
ciado un  tierno  adiós  a  su  esposa,  i  manifestado  su  gratitud  a 
las  personas  que  lo  asistían,  falleció  el  10  del  corriente  (junio 
de  1840)  a  las  doce  de  la  mañana. 

{El  Araucano.  Año  de  18Í0.) 


EL  HISTORIADOR  GUZMAN 


En  medio  del  dolor  que  justamente  nos  causa  la  pérdida  de 
un  majistrado  recto  i  celoso,  o  de  un  ciudadano  distinguido 
por  su  mérito  i  virtudes,  nos  consuela  el  recuerdo  de  éstas  i 
de  las  buenas  acciones  que  ejercitó  en  vida,  a  beneficio  de  sus 
semejantes;  i  la  justicia,  unida  a  la  gratitud,  nos  impone  el 
deber  de  honrar  su  memoria.  Tal  es  el  que  nos  proponemos 
llenar  (aunque  lijera  o  imperfectamente,  porque  carecemos  de 
todos  los  datos  precisos)  al  tratar  del  reverendo  padre  de  la  or- 
den seráfica,  doctor  frai  José  Javier  de  Guzman,  que  falleció 
el  dia  0  del  corriente  (agosto  de  1840),  a  los  ochenta  i  un 
años  tres  meses  de  su  edad;  de  este  hombre  singular,  ele  este 
relijioso  perfecto,  de  este  patriota  antiguo,  digno  de  nuestro 
respeto,  i  do  la  admiración  i  ejemplo  de  la  posteridad. 

El  reverendo  Guzman  nació  en  esta  capital;  fueron  sus 
padres  el  doctor  don  Alonso  Guzman,  asesor  durante  muchos 
años  de  la  capitanía  jeneral  de  Chile,  i  la  señora  doña  Ni- 
colasa  Lecáros,  familias  de  la  primera  clase  del  país,  como 
es  notorio.  Dotado  de  un  buen  talento  i  do  una  bella  índo- 
le, fué  destinado  a  la  carrera  de  las  letras,  en  la  que,  habiendo 
hecho  progresos  notables,  adquirió  la  ciencia  i  las  aptitudes  no 
comunes  con  que  todos  le  conocieron;  i  adornado  su  espíritu 
de  una  sólida  virtud,  que  no  desmintió  jamas,  abrazó  el  esta- 
do relijioso  en  la  recolección  franciscana  de  esta  capital,  esta- 
do en  que  dio  ensanche  al  ejercicio  de  todas  las  virtudes,  i  en 
el  que  se  hizo  amar  i  distinguir  en  todas  ocasiones,  de  sus 
prelados,  de   sus  hermanos  relijiosos,  i  aun  del  público.    l*]ste 


!I0  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 


reportó  grandes  utilidades  con  su  enseñanza  i  sana  doctrina 
en  la  universidad  de  San  Felipe,  en  la  que  recibió  el  grado  de 
doctor,  i  en  las  cátedras  que  desempeñó  por  muchos  años.  Ya 
se  deja  ver  que  este  bien  lo  logró  especialmente  su  orden,  en  la 
que  tuvo  la  satisfacción  de  ver  de  prelado  provincial  a  su  dis- 
cípulo el  distinguido  padre  frai  Buenaventura  Aránguiz. 

El  reverendo  Guzman  obtuvo  en  su  relijion  honrosos  e  in- 
teresantes cargos,  que  desempeñó  siempre  a  satisfacción  de 
toda  ella  i  del  público,  habiendo  sido  provincial  hasta  cuarta 
vez.  No  es  posible  enumerar  los  grandes  servicios  que  en  este 
empleo,  i  en  todos  los  demás,  hizo  a  su  orden,  con  un  despren- 
dimiento propio  de  su  instituto.  Baste  decir  que  la  orden  fran- 
ciscana en  Chile  debe  al  reverendo  Guzman  su  conservación, 
su  lustre  i  cuanto  tiene  de  apreciable  i  benéfico  para  el  bien 
espiritual  de  la  sociedad. 

No  menos  deudora  le  es  ésta  de  servicios  importantísimos, 
dignos  de  recordarse  mientras  exista.  El  reverendo  Guzman, 
decidido  abiertamente  por  la  causa  política  de  su  país,  desde 
que  se  dio  en  él  el  primer  grito  de  independencia,  obtuvo  del 
gobierno  (que  estaba  bien  penetrado  de  sus  talentos  i  capaci- 
dad) comisiones  mui  honrosas  e  interesantes  al  establecimien- 
to de  las  instituciones  patrias,  las  que  el  reverendo  Guzman 
desempeñó  mui  a  satisfacción  de  las  autoridades,  a  quienes  (en 
aquellos  momentos  en  que  era  tan  desconocida  la  ciencia  po- 
lítica) presentó  proyectos  i  reglamentos,  que  fueron  apreciados, 
i  aprovechados  en  beneficio  público. 

Al  reverendo  Guzman,  se  deben  los  primeros  pasos  para 
rmacion  del  hermoso  paseo  con  quo  hoi  cuenta  la  capital, 
habiendo  hecho  terraplenar  i  emparejar  a  su  costa  el  piso  de 
n'iada,  plantar  los  primeros  árboles  que  hubo  en  ella,  i 
■  ruir  también  a  su  costa  puentes  en  la  misma  ("añada,  que 
ya  lian  borrado  el  tiempo,  i  los  nuevos  trabajos  que  se  han  em- 
prendido en  ella.  A  él  se  debí-  la  formación  de  la  villa  del 
Monte,  en  cuy»  rio  hizo  trabajar  un  baño  para  el  público, 

i  mi  propio  oonvento  que  allí  exis- 
te. A  él,  la  introducción  de  la  planta  del  álamo,  que,  desde 
■  1   mío  de   i,n|ii  h;i  iieein,  i.!  i ffl  mi,  itro  país, 


EL  UI8T0RIADCR  GUZMAN  211 


hermoseando  sus  poblaciones,  sus  chácaras  i  haciendas,  pro- 
porcionando tan  benéficas  sombras  a  todos,  i  utilidades  a 
los  que  la  cultivan.  A  él  se  debe  la  venta  a  censo  de  los  si- 
tios que  se  formaron  de  algunos  claustros,  i  de  la  huerta  del 
convento  grande  franciscano,  sitios  en  que  se  han  trabajado 
hermosas  casas  en  el  frente  de  la  Cañada,  en  la  calle  denomi- 
nada Angosta  (a  que  este  trabajo  ha  dado  el  ser),  i  en  la  quo 
media  entre  la  Angosta  i  la  de  San  Francisco,  haciendo  así  un 
gran  beneficio  a  varias  familias  que  se  han  establecido  en  di- 
chos sitios,  i  a  la  población.  Igual  providencia  adoptó  en  una 
parte  de  la  huerta  de  la  recoleta  franciscana,  i  en  la  de  algu- 
nos conventos  de  la  orden  en  los  pueblos  de  fuera.  Al  reve- 
rendo Guzman,  en  fin,  se  debe  el  ensayo  de  la  historia  de 
nuestra  revolución  política,  obra  que  escribió  con  el  título  del 
Chileno  Instruido  en  la  historia  do  su  país,  obra  tanto 
mas  apreciable  e  interesante,  cuanto  que  ella  es  la  única  en 
su  especie  que  so  ha  trabajado  hasta  el  dia,  i  cuanto  que  su 
autor  la  compuso  en  los  últimos  años  de  su  vida,  en  este  pe- 
ríodo en  que  tanto  escasean  las  facultades  físicas  i  morales. 
Así,  pues,  son  disculpables  los  defectos  que  se  notan  a  su 
obra;  pero  él  tuvo  la  gloria  de  dejar  trazado  el  camino  a  los 
literatos  patriotas  que  quieran  perfeccionarla. 

Este  ínclito  chileno  deliraba  (permítasenos  decirlo)  con  el 
bien  del  país.  El  se  hallaba  a  los  bordes  del  sepulcro,  i  estaba, 
no  solo  pensando  en  ese  bien,  sino  obrándolo;  pues  el  año  pa- 
sado concibió  el  proyecto  de  la  formación  de  una  nueva  villa 
en  el  curato  del  Rosario,  provincia  de  Colchagua;  hizo  levantar 
planos,  redactó  un  proyecto,  i  lo  pasó  todo  al  gobierno,  ha- 
biendo alcanzado  a  dar  principio  a  la  construcción  de  una 
iglesia,  obra  útilísima  a  aquellos  habitantes  por  la  distancia  a 
que  se  hallan  de  los  recursos  espirituales.  I  a  principios  del 
año  prosente,  concibió  también,  e  hizo  ejecutar  a  su  costa,  el 
proyecto  do  edificar  pirámides  en  cada  una  de  las  leguas  que 
cuenta  el  camino  de  esta  capital  al  rio  de  Maipo,  a  imitación 
de  las  que  existen  en  las  grandes  ciudades. 

Para  cerrar  este  artículo,  diremos  que  el  loable  patriotismo 
del  reverendo  Guzman    fué  castigado  por  el  gobierno  real  con 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


persecuciones  i  destierros,  i  premiado  por  el  patrio  con  oficios 
satisfactorios  i  honoríficos,  i  con  el  distintivo  do  oficial  de  la 
lejion  de  mérito  que  hubo  en  Chile;  i  según  estamos  bien 
informados,  lo  habría  sido  con  una  mitra,  si  sus  achaques,  i 
sobre  todo  sus  años,  no  lo  hubieran  impedido.  Fué  nombrado 
socio  protector  de  la  sociedad  chilena  de  agricultura. 

Últimamente,  el  excelentísimo  señor  presidente  de  la  repú- 
blica so  ha  dignado  hacer  manifestación  del  sentimiento  que 
lo  ha  causado  el  fallecimiento  del  reverendo  Guzman,  en  una 
nota  de  pésame  dirijida  por  el  ministerio  del  interior  al  reve- 
rendo padre  provincial,  en  la  que  al  mismo  tiempo  se  recono- 
cen los  grandes  servicios  de  aquel  a  la  relijion  i  al  estado,  i 
se  tributa  a  su  memoria  el  homenaje  mas  honroso  i  satisfac- 
torio. 

[El  Araucano,  Año  de  18  íO.) 


DON  MARIANO  DE  EGANA 


El  público  está  instruido  del  lamentable  acontecimiento 
({iie  tenemos  el  dolor  do  consignar  en  nuestras  columnas.  El 
señor  don  Mariano  de  Egaña,  fiscal  de  la  excelentísima  suprema 
corte  de  justicia,  consejero  de  estado,  decano  de  la  facultad 
de  leyes  i  ciencias  políticas  de  esta  universidad,  falleció  el 
miércoles  24  del  corriente  (junio  de  1846)  a  las  once  de  la  no- 
che, asaltado  de  un  accidente  súbito  que  lo  privó  de  la  vida  en 
mui  pocos  momentos,  a  corta  distancia  de  su  casa,  hacia  don- 
de apresuraba  sus  pasos  en  medio  de  las  agonías  de  la  muerte. 

No  puede  describirse  fácilmente  la  impresión  que  produjo 
tan  imprevisto  i  triste  suceso  en  todo  el  vecindario  de  Santia- 
go. Sentíase  profundamente  el  fin  desgraciado  de  un  hombre 
lleno  de  méritos  i  de  cualidades  brillantes,  arrebatado  a  la  pa- 
tria en  todo  el  vigor  de  sus  facultades  mentales;  i  se  deplo- 
raba la  pérdida  irreparable  que  hacían  en  él  la  república,  el 
gobierno  i  sus  numerosos  amigos. 

I  en  efecto,  recorriendo  los  distinguidos  puestos  que  ha 
ocupado,  ¿hai  alguno  en  que  no  haya  hecho  señalados  servi- 
cios, en  que  no  haya  dado  muestras  de  inflexible  rectitud,  de 
verdadero  patriotismo,  de  fervoroso  celo  por  el  bien  público; 
en  quo  no  haya  dejado  monumentos  de  su  sabiduría,  de  sus 
elevadas  ideas?  ¿A  quién,  como  lejislador,  puede  estar  mas 
reconocida  nuestra  patria?  La  lei  fundamental  del  estado  ha 
sido  en  casi  todas  sus  partes  obra  suya.  I  si  a  la  sombra  do 
esa  lei,    bajo  las  instituciones  creadas   o  mejoradas  por  ella. 


214     '  OPÚSCULOS  LITERAFUOS  I  CIÚTICOS 

hemos  visto  fortalecerse  el  orden,  i  pudimos  esperar  que  no 
añadiese  Chile  otro  nombre  mas  a  la  lista  de  los  pueblos  que 
han  hecho  vanos  esfuerzos  para  consolidar  ese  orden  precioso, 
sin  el  cual  la  libertad  es  licencia,  el  gobierno  anarquía,  i  el 
estado  presa  de  facciones  que  lo  desgarran  i  se  disputan  sus 
ensangrentados  fragmentos;  si  a  la  sombra  de  esas  institucio- 
nes i  de  esa  lei  fundamental,  hemos  recobrado  el  aprecio  dé- 
las naciones  civilizadas,  hemos  sido  citados  como  un  modelo  a 
secciones  menos  felices  de  nuestra  América,  ¿olvidaremos  lo 
que  debe  aquella  obra  inmortal  a  las  vijilias  del  ilustre  finado, 
a  sus  profundas  meditaciones  sobre  nuestros  antecedentes, 
nuestras  costumbres,  nuestras  necesidades,  nuestros  medios? 
¿Desconoceremos  el  tino  admirable  con  que  todo  en  ella  ha 
sido  regíalo,  calculado,  previsto,  en  cuanto  era  dado  a  la  pru- 
dencia humana?  La  época  de  su  ministerio  de  justicia  fué  se- 
ñalada por  leyes  orgánicas  de  las  mas  importantes  que  se  han 
promulgado  en  eso  departamento.  Sus  conocimientos,  la  in- 
dependencia do  sus  opiniones,  le  habían  granjeado  en  el  cuer- 
po lejislativo  un  crédito,  un  respeto,  en  que  no  ha  tenido  ri- 
val. Él  ha  sido  el  alma  de  las  discusiones  del  senado  por  una 
larga  serie  de  años,  reuniendo  al  ascendiente  de  su  poderosa 
razón  el  prestijio  de  una  improvisación  fácil,  oorrecta,  lumi- 

.  animada,  i  muchas  veces  elocuente.  Como  lejislador 
todavía,  ¡cuan  interesante  su  cooperación  a  los  trabajos  de  la 

ision  del  congreso,  encargada  de  la  formación  de.  un  pro- 
ligo  civil!  Nula  se  escapaba  a  la  mirada  pene- 
trante con  que  en  el  examen  de  un  problema  de  lejislacíon 
calaba  los  defectos  de  La  regla,  señalaba  sus  vacíos,  preveía 
sus  inconvenientes,  i  sometía  lo  abstracto  al  criterio  de  lo 

i  práoti<  nenuzando  sus  influencias  en  el  hombre 

'.  siempre  una  grande  aten- 
ción OH  el  i  d  •  estado.  \'i  era  solo  la  materia  legal  de- 
I             [a  en  IOS  CÓdigOS   í  •'  »S,    la    ciencia   accesible  a 

lo  que  hacía    sus   conlri- 

iriquecida  bu  memoria  con  la  multi- 
tud de  dispu  i  dispersas,  que  existen  sobre  todos  los 
,  pultadas  muchas  de  ellas  i  olvi- 


DON  MARIANO  DE  IííiANA.  2í.'> 


dadas  en  el  polvo  do  lo.s  archivos,  presentaba  reunidos  los 
antecedentes  de  cada  negocio,  i  la  historia  abreviada  de  las 
leyes  relativas  al  caso.  Esta  copia  de  conocimientos,  de  que 
sabía  hacer  uso  oportuno  sin  ostentación,  daba  un  gran  mé- 
rito a  sus  vistas  íiscalcs,  i  algunas  de  ellas  pudieran  citarse 
como  obras  maestras  de  erudición  legal  i  de  fina  lójica,  en 
las  que  rayos  inesperados  dé  luz  aclaran  cuestiones  delicadas 
de  administración  i  de  judicatura.  I  no  le  son  menos  deudo- 
ras, cada  una  en  su  línea,  la  universidad,  en  cuyo  consejo  era 
constante  su  asistencia,  la  facultad  de  leyes,  que  le  reelijió 
para  el  presente  bienio,  i  la  academia  de  práctica  forense,  de 
que  era  director,  i  a  que  dedicaba  una  atención  particular  i 
provechosa. 

Muí  joven   todavía  cuando  rayó   para  el   pueblo  chileno  el 
primer  albor  de  independencia,  se   consagró  desde  entonces  a 
la  defensa  de   sus   derechos.  Sus  servicios  han  sido  de  todos 
los  dias;    la   esfera  de  su  influencia,  todos  los  departamentos 
del  estado;  el  objeto  invariable  de  sus  conatos,  el  bien;  la  nor- 
ma de  sus  actos,  la  leí  i  la  voz  de  una  conciencia  sin  mancha. 
Si  de  la  vida  pública,  pasamos  a  las  relaciones    sociales  i 
a  la  vida  doméstica,    ¡cuántos  títulos  a  nuestra  estimación,  a 
nuestra  imitación,  a  nuestro  respeto!   El   sentimiento  relijioso 
era  en  él  un  principio  enérjioo  de  acción;  el  ejercicio  de  la  ca- 
ridad i  beneficencia,   continuo:   beneficencia  liberal,  al  mismo 
tiempo  ({lie  activa  i  secreta.  No  es  pequeño  el  número  de  per- 
sonas honradas  i  menesterosas  que  lloran  su  muerte.  Corazón 
jeneroso,  al  que  fueron  siempre  extranjeros  el  rencor,  la  ven- 
ganza, esos  frutos  amargos  que  produce  con  tanta  frecuencia 
la  exaltación  do  los  partidos  civiles.  Alma  sensible,  para  quien 
la  piedad  filial  era  una  especie  de  idolatría:   el  retiro  de  Peña- 
lolen,  hermoseado  con  tanto  esmero,  teatro  de  sus  inocentes  i 
filosóficos  placeres  campestres,  era  como  un  templo  crijido  a 
la  memoria  de  su  padre.   Entendimiento  ansioso  de  saber,  a 
que  servia  de  pábulo  diario  la  sabiduría  de  los   tiempos,  en 
una  de  las  mas  ricas  i  mejor   escojidas  colecciones  de  libros 
que  tiene  acaso  la  América,  muchas  de  ellas  costosas,   i  las 
únicas  de  su  especie  entre    nosotros.  Carácter  independiente, 


¿I»i  OPÚSCULOS  LITEItARIOS  I  CIÚTICOS 


que  ni  en  las  funciones  públicas,  ni  en  los  actos  de  la  vida 
privada,  lisonjeó  al  poder,  o  se  desvió  un  solo  paso  del  sende- 
ro que  le  señalaban  sus  principios  para  captarse  aquella  po- 
pularidad efímera,  que  es  el  ídolo  i  el  escollo  de  las  ambicio- 
nes vulgares. 

¿Para  qué  detenernos  a  probar  lo  que  apenas  habrá  chileno 
que  no  repita  en  estos  dias  de  aflicción  i  de  luto:  que  Chile  ha 
perdido  en  el  señor  Egaña  uno  de  sus  mejores  hijos?  Pero  el 
deber  de  expresar  de  algún  modo  este  sentimiento  público  por 
el  órgano  de  la  prensa,  de  pronunciar  esta  solemne  despedida 
al  ilustre  finado,  parecía  tocar  especialmente  al  que  traza  es- 
tas líneas,  que  gozó  de  su  amistad  i  confianza  largo  tiempo; 
que  sirvió  a  sus  órdenes  en  el  ministerio  diplomático  de  que 
fué  encargado  por  esta  república  cerca  del  gobierno  británico; 
que  fué  su  colega  en  el  senado,  en  la  comisión  de  lejislacion, 
i  en  el  consejo  de  la  universidad;  i  que  en  todas  estas  situa- 
ciones, pudo  ver  de  mui  cerca  el  cúmulo  de  prendas  que  ador- 
naban aquella  alma  elevada  i  recta.  Otros  presentarán  a  la 
memoria  de  don  Mariano  de  EÜgaña  un  tributo  mas  digno,  pero 
no  mas  sentido,  ni  mas  injenuo.  Conservémosla  celosamente 
como  una  de  las  que  mas  honran  a  Chile.  ¡I  ojalá  que  ella 
sirva  de  mo  lelo  a  la  juventud  chilena,  euya  educación  moral 
i  literaria  le  ocupaba  tan  profundamente] 

[El  A  rfiucftno,  Año  «lo  1846  ) 


ANTONIO  PÉREZ 


SECRETARIO   DE  ESTADO   DE  FELIPE  II 


Dos  plumas  se  han  ocupado,  como  a  competencia,  en  la  his- 
toria de  Antonio  Pérez,  el  célehre  ministro  de  Felipe  II:  la 
de  don  Salvador  Bermúdez  de  Castro,  que,  con  el  título  de  E<« 
ludios  Históricos,  publicó  en  el  Iris  varios  artículos,  reuni- 
dos después,  correjidos  i  aumentados  en  la  edición  de  1841, 
de  que  damos  noticia,  i  la  de  Mr.  Mignet,  miembro  de  la  aca- 
demia francesa,  conocido  ya  ventajosamente  por  otras  produc- 
ciones históricas,  i  que  también  dio  a  luz  la  presente  bajo  la 
forma  de  artículos  sueltos  en  el  Journ&l  des  Sarans  desde 
agosto  do  1844  hasta  junio  de  1845,  reproducidos  con  reformas 
i  mejoras  en  la  edición  de  1846.  Antonio  Pérez  fué  uno  de  los 
personajes  mas  señalados  do  la  corte  de  Felipe  II;  i  los  va- 
riados sucesos  de  su  vida  dan  mucha  luz  sobre  el  carácter  de 
aquel  príncipe,  i  sobre  los  misterios  de  su  gabinete  i  su  pala- 
cio en  aquella  época  ominosa  que  vio  descender  rápidamente 
el  poder  de  la  monarquía,  i  oyó  el  último  suspiro  de  las  liber- 
tades españolas. 

«Las  aventuras  de  Antonio  Pérez,  dice  el  historiador  fran- 
cos, presentan  un  cuadro  de  vicisitudes  tan  interesante  como 
instructivo.  Sus  primeros  años  vieron  el  reinado  i  la  corte  de 
Carlos  V,  a  quien  Gonzalo  Pérez,  su  padre,  había  servido  en 
el  destino  de  secretario  de  estado.  Era  todavía  bastante  joven 
cuando  llegó  a  ser  ministro  de  Felipe  II,  que  le  concedió  por 
algún  tiempo  todo  su  favor  i  privanza,  hasta  el  punto  de  em- 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 


picarle  como  instrumento  para  quitar  del  medio,  por  un  ase- 
sinato, al  secretario  i  ájente  confidencial  de  don  Juan  de 
Austria,  su  hermano.  Concitóse  el  odio  de  su  terrible  amo, 
atreviéndose  a  rivalizar  con  él  en  sus  amores.  Arrojado  a  una 
fortaleza,  encausado  ante  la  justicia  secreta  do  Castilla,  puesto 
a  tormento  después  de  una  larga  prisión,  pasó  por  una  serie 
de  accidentes  diversos;  se  escapó  de  la  muerte  por  la  fu  ya; 
buscó  refujio  en  Aragón;  el  lamoso  tribunal  del  justicia 
mayor  le  amparó;  el  santo  oficio  se  apoderó  de  su  persona; 
salvóse  de  las  hogueras  de  la  inquisición  por  el  levantamiento 
del  pueblo  de  Zaragoza,  que  perdió  por  ello  sus  fueros;  acojido 
en  Inglaterra  i  Francia,  obtuvo  do  Enrique  IV  una  pensión; 
fué  amigo  del  conde  de  Essex;  tomó  parte  en  todas  las  nego- 
ciaciones contra  Felipe  II  hasta  la  paz  de  Vervins;  i  murió  al 
fin  en  París,  desterrado  i  abandonado  de  todos,  cuando  ya 
habian  desaparecido  de  la  escena  los  grandes  personajes  a 
cuyo  lado  habia  hecho  tan  diversos  papeles  por  mas  de  cua- 
renta años.» 

De  los  dos  historiadores  de  Antonio  Pérez,  Mr.  Mignet  es  el 
que  ha  tenido  a  la  vista  mas  copia  de  materiales  auténticos, 
entre  los  cuales  merecen  citarse:  1.°,  un  manuscrito  del 
ministerio  de  negocios  extranjeros  de  Francia,  en  que  se  co- 
pian todas  las  piezas  del  proceso  de  Pérez  desde  su  primera 
prisión  basta  su  fuga,  i  las  principales  de  la  causa  seguida  al 
ex-ministro  en  Zaragoza;  i  2.°  la  colección  de  manuscritos 
en  diezisiete  volúmenes,  cedida  por  Llórente  a  la  biblioteca 
París,   sobre   los   actos  de   la   inquisición  en   España. 

s  volúmenes  contienen  multitud  do  documentos 
orijinales,  interrogatorios,  declaraciones,  mandamientos,  fo- 
lleto ones,  sentencias,  que  dan  a  conocer  con  la 
titud  i  con  un  ínteres  extremado  el  con- 
flicto de  jurisdicción  entro  el  santo  oficio  i  el  tribunal  supre- 
mo del  Los  dos  levantamientos  de  Zaragoza 
en  24  d<                         i  Üembre  de  1591,  el  escape  de  Pérez, 

por  los  castellanos,  i  la  ruina  de 
•  ii.  Consultó  tambion  Miguel  la 
tjadorcfl  i  ipaftolcs,  ingleses  i  fran- 


ANTONIO  PÉREZ  219 


ceses,  guardadas  en  el  archivo  de  Simancas,  en  el  Museo  Bri- 
tánico i  la  oficina  de  papeles  de  estado  (Slalc-Papcr  Office) 
de  Londres  i  en  la  biblioteca  real  de  París,  las  cartas  inéditas 
de  Pérez  que  se  conservan  en  este  último  depósito,  un  manus- 
crito déla  Haya,  que  comprende  copias  auténticas  de  la  corres- 
pondencia de  don  Juan  de  Austria  i  su  secretario  Escobcdo 
con  Pérez  i  Felipe  II,  i,  lo  mas  curioso  de  todo,  una  copia 
perfectamente  auténtica  de  la  correspondencia  secreta  entre 
Pérez  i  Felipe  II,  en  que  los  pasajes  mas  significativos  están 
subrayados  con  tinta  roja,  i  las  observaciones  i  respuestas  de 
Felipe  II  escritas  al  márjen  con  el  esmero  prolijo  que  acos- 
tumbraba aquel  príncipe  cauteloso.  «Este  manuscrito  es  sin 
duda,  dice  Mignefc,  un  traslado  de  los  documentos  que  Pérez 
tuvo  la  previsión  do  substraer  a  las  pesquisas  del  monarca,  i 

presentó  después  al  tribunal  del  justicia  mayor  de  Aragón 

Se  trasluce  en  estas  correspondencias  el  carácter  de  las  diver- 
sas personas  que  contribuyeron  a  ellas;  están  llenas  de  hechos 
curiosos,  movimientos  naturales,  efusiones  íntimas;  revelan 
secretos  que  es  imposible  inventar.  Allí  se  ve  el  alma  ardiente 
de  don  Juan  de  Austria,  su  imaj  ¡nación  inquieta,  sus  aven- 
turados proyectos,  sus  sentimientos  magnánimos  i  candorosos; 
la  aspereza  de  Juan  de  Kscobedo,  sus  arrebatos,  su  desespe- 
ración; a  Felipe  II  con  su  mortificante  lentitud,  su  indecisión 
perpetua,  su  jenio  suspicaz  i  asustadizo,  sus  peligrosas  pro- 
mesas i  su  profundo  disimulo;  i  en  lin,  a  Pérez  con  su  lijereza, 
su  talento,  su  habilidad,  su  perfidia,  sus  merecidos  reveses  i 
sus  elocuentes  agonías.» 

Por  estos  antecedentes,  podrá  formarse  juicio  del  interés  con 
(¡ue  se  lee  la  biografía  de  Pérez  en  las  dos  obras  que  revisa- 
mos, i  especialmente  en  la  francesa.  Bien  es  verdad  que  Ber- 
múdez  de  Castro  no  ha  tenido  cuidado  de  señalar  las  fuentes 
en  que  ha  bebido,  lo  que  perjudica  no  poco  al  crédito  de  sus 
Estudios  Históricos^  i  al  placer  con  que  se  leen,  pues  en  el 
que  produce  la  historia  no  influye  tanto  el  carácter  de  los  he- 
chos, como  la  fe  que  inspiran.  Mignet  lamenta  esta  falta,  i 
articula  otro  cargo  mas  grave,  el  de  encontrarse  en  la  obra 
española  pormenores  de  pura  invención.  No  se  puede  negar 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

que  hai  en  ella  pasajes  descriptivos  que  tienen  mas  aire  de 
novela  o  de  folletín,  que  de  una  relación  seria,  ajustada  a 
testimonios  verídicos.  Mignet  ha  procedido  de  diverso  modo. 
Cita  constantemente  sus  autoridades,  i  acota  amenudo  los  pa- 
sajes notables  en  los  idiomas  orijinales,  sobre  todo  cuando  se 
trata  de  comprobar  particularidades  nuevas  o  menos  confor- 
mes a  las  opiniones  recibidas.  Severo,  a  la  par  que  animado, 
desdeña  frivolos  atavíos  i  no  empaña  jamas  la  pureza  de 
gusto  que  le  distingue,  como  a  los  mejores  modelos  históri- 
cos. Pocas  obras  de  este  jénero  dejan  una  impresión  mas 
satisfactoria. 

Antonio  Pérez  nació  en  Madrid.   Hijo  natural  de  Gonzalo 
Pérez,  secretario  de  estado  de  Carlos  V  i  de  Felipe  II,  fué 
lej  i  limado   por  un   diploma  del  emperador  en  14   de  abril  de 
1542.   Recibió  su  primera  educación  en  la  universidad  de  Al- 
calá, de  donde,  por  consejo  de  su  padre,   salió  a  recorrer  la 
Europa.  La  organización  política  de  los  estados  i  las  intrigas 
do  los  gabinetes,  llamaron  su  atención.   Admiró  los  gobiernos 
de   Yenccia  i   Florencia.  Provisto  de  buenas  cartas  de  reco- 
mendación, tuvo  entrada  en  la  mejor  sociedad  de  las  esplén- 
didas cortos  de    Italia,  donde  aprendió  los  finos  modales  que 
hicieron  tan    atractiva  su  conversación,  i  contrajo  su  amor  a 
las  artes  i  su  desenfrenada  pasión  al  lujo  i  la  magnificencia. 
A  la  muerte  de  su  padre,   se  encontró  sin  mas  patrimonio  que 
>moria  de  los  largos  servicios  i  la  intachable  probidad  de 
1  ministro.  Cargado  de  deudas,  tuvo  que  apurar  todos  los 
de  bu  cultiva  lo  talento  para  abrirse  una  carrera  hon- 
.  Rui  Gómez  de  silva,  príncipe  de  Éboli,  le  tomó  bajo 
su  ¡i:  ü,  i  !«■  recomendó  a  Felipe  II,  que  no  tardó  en 

apreciar  las  cualidades  eminentes  de  Pérez,  i  gustó  mucho  de 
mi  eleg  uito  cortesanía.  A  la  edad  de  veintioinco  años,  le  con- 
liú  una  de  I  tado,  i  le  colmó  de  favores. 

A  l.i  n  el  ooohe,  en  el  paseo,  le  acompañaba  el  joven 

min 

trO  '/'•  ror/e.s/iuo.s-,  como  le  llamaba 

ique  de  Alba,  habia  debido  a  su  habilidad  palaciega  so 


ANTONIO    PÉREZ  221 


los  V  i  Felipe  II.  Su  esposa,  doña  Ana  de  Mendoza  i  la  Cerda, 
era  una  dama  de  la  mas  alta  jerarquía.  Amábala  apasiona- 
damente Felipe  II,  que  la  easó  contra  su  voluntad  con  el 
príncipe  de  Eboli.  Juntaba  a  los  atractivos  de  la  persona  (pues 
aunque  tuerta,  era  hermosa),  las  gracias  de  una  imajinaeion 
viva,  i  cierta  independencia  de  carácter,  que  la  hacía  mirar 
con  desprecio  la  servil idad  palaciega,  i  aun  cediendo  a  los  de- 
seos del  reí,  se  granjeó  su  consideración.  Joya  engastada  en 
tantos  i  tales  esmaltes  de  la  naturaleza  i  de  la  fortuna 
(según  la  expresión  de  Antonio  Pérez),  es  menos  extraño  que 
hubiese  avasallado  largo  tiempo  el  corazón  duro  i  terco,  pero 
concentrado  i  vehemente,  de  Felipe  II.  Era  soberbia,  venga- 
tiva, fogosa,  i  por  eso  menos  circunspecta  de  lo  que  convenía 
en  una  posición  tan  resbaladiza  como  la  suya,  i  en  una  corte 
que  hacía  tanto  caso  de  la  etiqueta  i  la  compostura  exterior. 
En  el  corazón  de  esta  mujer,  fué  en  el  que  Antonio  Pén 
atrevió  a  competir  con  suv  soberano.  Contaba  ella  entonces 
treinta  i  ocho  años;  pero  la  edad  no  había  marchitado  su  her- 
mosura. Era  madre  del  duque  de  Pastrana,  que  pasaba  por 
hijo  de  Felipe  II. 

Mignet  principia  su  historia  por  el  cuadro  de  la  corte  de 
Madrid  en  1571.  Felipe  no  daba  una  entera  confianza  a  nin- 
gún ministro:  en  medio  do  las  apariencias  mas  lisonjeras,  nadie 
tenia  la  seguridad  de  poseerla.  La  mudanza  de  sus  afectos  no 
se  traslucía  por  la  mas  leve  señal  de  su  semblante.  Dejaba 
de  un  dia  para  otro  la  demostración  de  su  disfavor,  como  to- 
das las  otras  cosas.  Carecía  de  talento  inventivo,  i  vacilaba 
mucho  tiempo  antes  de  resolverse,  dirijiéndose  al  fin  por  las 
opiniones  ajenas,  aunque  tan  imperioso  i  exijente.  Rodeábase 
de  hombres  de  diversos  i  aun  contrarios  principios;  oíalos  a 
todos  para  instruirse  mejor;  i  no  había  cosa  pequeña  ni  gran- 
de que  no  quisiese  examinar  por  sí  mismo.  Los  negocios 
pasaban  por  los  numerosos  consejos  que  su  padre  i  él  habían 
establecido;  i  sobre  las  consultas  de  los  consejos,  recaían  luego 
los  dictámenes  do  sus  ministros,  que  debían  presentársele  por 
escrito.  Unida  a  su  natural  lentitud  i  prolijidad  esta  compli- 
cada tramitación,  es  fácil  eolejir  los  retardos  i  embarazos  que 


'l¿  OPÚSCULOS  UTERAMOS  I  CRÍTICOS 


se  experimentarían  en  el  gobierno  i  administración  de  tantos 
i  barí  vastos  dominios. 

Disputábanse  la  confianza  del  rei  dos  partidos,  cuyos  jefes 
eran  el  duque  de  Alba  i  Rui  Gómez  de  Silva,  tan  altivo  i  re- 
suelto el  primerOj  como  el  segundo  obsecuente  i  sagaz.  Este 
era,  en  realidad,  el  que  gozaba  de  la  predilección  del  monarca, 
a  quien  Rui  Gómez  servia  como  él  quería  que  sus  ministros 
le  sirviesen,  con  absoluta  i  discreta  abnegación,  insinuándole 
su  modo  de  pensar,  de  manera  que  creyese  obrar  por  sí  mas 
bien  que  por  inspiraciones  ajenas.  El  mal  suceso  del  duque  de 
Alba  en  los  Países  Bajos  eclipsó  un  momento  su  estrella,  i 
Rui  Gómez  murió  en  1573,  dejando  mas  poderoso  que  nunca 
su  partido,  a  que  adherían  Antonio  Pérez  i  Juan  de  Escobedo, 
ambas  criaturas  de  Rui  Gómez,  mientras  que  fuera  del  país 
lo  ilustraban  las  brillantes    victorias  de  don  Juan  de  Austria. 

Por  este  tiempo,  fué  enviado  a  los  Países  Bajos  don  Juan, 
que  como  hijo  de  Carlos  V,  cuyo  nombre  despertaba  todavía 
gratos  recuerdos  en  aquellos  pueblos,  parecía,  de  todos  los 
-pañoles  de  la  época,  el  mas  a  propósito  para  ins- 
pirarles confianza  i  pacificarlos.  Juntábase  la  fama  de  sus 
proezas  militares.  1  labia  domado  en  las  montañas  de  Granada 
a  los  moriscos  rebeldes,  alcanzado  en  1572  la  batalla  naval  de 
Lrpanto,  i  apoderádose  do  Túnez  en  el  año  siguiente.  La  me- 
moria de  su  jiadre,  la  educación  varonil  que  habia  recibido  do 
su  preceptor  Quijada,  los  destinos  importantes  a  que  habia 
sido  llamado  desde   su    mas  temprana   juventud,  ¡  los  hábitos 

de  la  milicia,  habían  encendido,  en  aquella  alma  ardiente  i  je- 
nerosa,  sentimientos  magnánimos,  deseos  impetuosos,  algo  de 

amable  i  Je  heroico,  en  (pie  la  iinajhiaeion  no  estaba  reñida 
,-,,n  el  jUiciO,  ni  la  lealtad  con  l;i  ambición.  Sil  pretensión  (le 
erijirse  un  trono    independiente  en  .Úrica  había  sido  recoinen- 

dada  a  Felipe  II   por  el  papa  Pió  V;   pero  Felipe  quería  ser- 
de  don  Juan  para  su  propio  engrandecimiento}  i  desde 
entói  propuso  tener  a  reya  las  aspiraciones  del  joven 

rodeándole  de  personas  <!<•  bu  confianza  que  le  eontu- 
:,  i  ob#  retarlo  Juan  de  Boto  fué  reempla- 

zo, que  |  lar  mai  garantías  de  fidelidad 


ANTONIO   PÉREZ 


i  prudencia.  Pero  Escobcdo  no  pudo  resistir  al  ascendiente  de 
aquella  alma  intrépida  i  noble.  Lejos  de  contrariarlas,  entró 
en  sus  ideas,  que,  sin  variar  de  naturaleza,  se  dirijian  ahora 
a  otro  objeto,  la  Inglaterra,  gobernada  por  una  princesa  que 
la  Europa  católica  detestaba.  Habíase  pensado  algún  tiempo 
antes  en  el  matrimonio  de  don  Juan  con  María  Estuardo,  que 
era  mirada  como  lejítima  heredera  de  la  corona  por  el  partido 
católico,  todavía  poderoso  en  aquel  reino.  Don  Juan,  sojuz- 
gada la  Flándes,  podia  desembarcar  con  un  ejército  en  las 
costas  británicas,  i  unido  a  los  católicos,  libertar  a  María,  pri- 
sionera entonces,  i  subir  con  ella  al  trono.  El  proyecto  hala- 
gaba a  la  corto  de  Roma,  que  ofreció  al  secretario  Escobcdo 
apoyarlo,  i  ordenó  a  su  nuncio  en  España  que  lo  recomendase 
a  Felipe.  El  nuncio  se  dirijió  desde  luego  a  Pérez;  i  éste  dio 
cuenta  al  rei  de  lo  que  pasaba.  Felipe,  altamente  ofendido, 
disimuló  su  enojo. 

No  hai  para  qué  referir  las  dificulta  les  que  cruzaron  las 
miras  do  don  Juan  en  los  Países  Bajos.  Contrariado  por  el 
desafecto  del  pueblo  a  la  dominación  española,  por  los  auxilios 
que  prestaban  a  la  insurrección  las  potencias  enemigas  de  Es- 
paña, i  mas  que  todo  por  la  política  tortuosa  i  dilatoria  de 
Felipe,  que  le  tenia  en  la  mayor  escasez  de  dinero  i  de  otros 
elementos  de  guerra;  rodeado  de  atenciones,  a  que  no  basta- 
ban las  fuerzas  de  un  hombre,  veia  don  Juan  eclipsarse  su 
gloria;  ir  de  mal  en  peor  los  intereses  del  catolicismo  i  de  la 
España;  comprometido  su  honor;  desvanecidas  sus  esperanzas. 
Escobedo,  que  había  quedado  en  Madrid,  instaba  a  su  nombre 
con  un  celo  inconsiderado,  que  empezaba  ya  a  labrar  en  el 
ánimo  suspicaz  del  monarca.  Tuvo  al  fin  permiso  para  tras- 
ladarse a  los  Países  Bajos,  donde  era  aguardado  con  impa- 
ciencia, por  el  mal  estado  de  la  salud  de  don  Juan,  i  por  la 
situación  de  las  cosas,  que  era  sumamente  complicada  i  difí- 
cil. Como  Felipe  no  quería  la  guerra  i  los  Estados  la  temían, 
se  convino  en  que  las  tropas  españolas  evacuarían  el  país  i  se 
dirijirian  por  tierra  a  Italia,  prometiendo  los  Estados  el  dinero 
necesario  para  facilitar  la  partida,  a  condición  de  que  se  les 
guardarían  sus  fueros,  i  se  toleraría  con  ciertas  restricciones 


"22 i  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


el  culto  público  de  lo  que  llamaban  relijion  reformada.  El  12 
de  febrero  de  1577,  firmó  don  Juan  de  Austria  este  acuerdo, 
que  se  tituló  Edicto  Perpetuo,  quedando  por  el  mismo  hecho 
frustrado  su  proyecto  favorito  de  pasar  a  Inglaterra,  e  inhabi- 
litado él  mismo  para  hacer  cosa  alguna  de  importancia  en 
aquel  destino.  El  16  de  febrero,  escribe  a  Pérez  en  el  tono  de 
exasperación  que  era  natural  a  un  joven  de  tan  elevados  pen- 
samientos. Antes  que  permanecer  allí  mas  que  el  tiempo 
preciso  para  la  elección  del  que  le  suceda,  no  habrá,  dice, 
resolución  que  no  tome,  hasta,  dejarlo  todo,  i  presentarme 
en  la  corte  cuando  monos  se  caten,  aunque  piense  ser  cas- 
tigado  a  sangre,  juntando  la  destrucción  en  el  servicio 
del  rei  con  la  mia.  Quería  don  Juan  salir  de  los  Países  Ba- 
jos a  la  cabeza  de  las  tropas  españolas,  para  auxiliar  a  Enri- 
que III  de  Francia  contra  los  hugonotes.  Si  esto  no  era 
aceptable,  limitaba  sus  miras  a  los  honores  de  infante  de 
España,  i  a  un  puesto  preeminente  en  la  administración  jenc- 
ral.  Entrando  su  alteza  en  los  consejos  del  gobierno  (escribe 
Escobodo  a  Pérez),  iba  a  fortificar  el  partido  del  marques  de 
los  Vclez,  del  cardenal  Quiroga,  de  Pérez  i  a  conducir  los  ne- 
gocios de  la  monarquía.  «Vuestra  merced  nos  puede  hacer 
cortesanos.  Sepa  que  hemos  llegado  a  conocer  que  esto  es  lo 
que  hace  al  caso....  Vuestra  merced,  por  lo  que  le  va,  so 
desvelo  en  encaminarlo;  que  estando  ahí  su  alteza,  i  el  do  los 
Velez,  i  Besa  (el  duque  de  este  título),  i  por  acólitos  Antonio  i 
Juan    IV-rcz  i  Ivscobedo  ,  valdrá  nuestro  parecer  en  el  consejo.» 

!»cdo  esforzaba  esta  Idea  con  las  graves  atenciones  del  rei, 
con  la  tierna  edad  del  principe  heredoro,  i  con  la  delicada  sa- 
lud de  don  Juan,  i  las  ajitaoiones  i  padecimientos  que  le  oau- 

'•1  amargo  desengaño  de  sus  mas  caras  esperanzas.  «Qué 

(lo  temo     ha  de  dejarnos  a  buenas    QOOheS,  O  por  mejor  decir, 

a  malas-  ¡  si  Quostra  desventura  fuese  tal,  adiós  corte,  adiós 
mundo.  Ayudémonos,  pues;  conservemos  al  que  nos  conserva,  a 

!  ribia   don    Juan  a  Pérez,  para  que  lo 

■  i  marques,  insistiendo  principalmente  «ai  que  íe 
i  malhad  tierno,  dondo  peligraban  su  \  ¡da, 

'nía 


ANTONIO    rÉUEZ 


¿Cuál  es  en  estas  circunstancias  la  conducta  de  Pérez?  No 
oculta  nada  al  rei;  le  descubre  los  íntimos  pensamientos  de 
sus  amigos;  respondiendo  a  don  Juan  i  Escobedo,  aparenta 
entrar  en  sus  miras  i  favorecerlas;  se  expresa  con  toda  liber- 
tad acerca  del  rei  para  inspirarles  una  confianza  ciega,  i  trai- 
cionarla luego.  De  esta  odiosa  maniobra,  se  jacta  él  mismo 
con  descarada  injenuidad:  «Señor,  dice  al  rei,  es  necesario 
escribir  i  oír  así  para  su  servicio,  porque  así  se  meten  por  la 
espada,  i  se  encamina  mejor  lo  (pie  conviene.  Pero  vn< 
majestad  mire  cómo  lee  esos  papeles,  que  si  se  me  descubre 
el  artificio,  no  le  podré  servir,  i  habré  menester  alzar  el  jue- 
go, que,  por  lo  demás,  bien  sé  que  para  mi  conciencia  hago 
lo  que  debo,  i  me  basta  mi  teolojía  para  comprenderlo  así.» 
El  rei  responde:  «Traigo  buen  recado  en  todo;  i  según  mi 
teolojía,  yo  entiendo  lo  mismo  que  vos,  que  no  solamente  ha- 
lo que  debéis,  sino  que  no  lo  haríades  para  con  Dios  i 
para  con  el  mundo,  si  así  no  lo  hiciésedes.»  Pérez,  de  acuerdo 
con  el  rei,  pondera  a  sus  amigos  su  actividad  i  celo  en  promo- 
ver lo  que  desean,  i  lo  infructuoso  de  todo  nuevo  empeño 
contra  la  declarada  resolución  de  su  majestad,  porque  con  ello 
no  lograría  mas  que  hacerse  sospechoso,  i  deshabilitarse  para 
servir  a  su  alteza  en  mejor  oportunidad.  «Es  materia  ¡jara 
mas  de  una  vez,  i  en  que  se  debe  ir  labrando  poco  a  poco.... 
Placorá  a  Dios  que  algún  dia  sea  (lo  de  fortificar  el  pártalo  i 
dominar  en  el  consejo),  pero  no  lo  mostremos  a  este  hombre, 
porque  nunca  lo  veremos.  El  camino  para  vencerle  ha  do  ser 
que  entienda  que  sucede  como  él  desea,  i  nó  como  quiere  su 
alteza...  Señor  Escobedo,  de  venir  vuestra  merced  acá  nos 
guarde  Dios,  que  seremos  perdidos...  El  estado  del  hermano 
(don  Juan,  sin  duda,  no  el  rei,  como  lo  entiende  Mr.  Miguel), 
sin  dar  ocasión,  es  peligroso,  i  mucho,  i  la  daría  notable  su 
venida.»  Al  márjen  de  esta  parte  de  la  minuta  de  la  carta  de 
Pérez,  escribe  el  rei:  «Este  capítulo  va  muí  bien  así.»  Don 
Juan  se  sometió  con  docilidad  a  los  deseos  de  Felipe  II,  i  tuvo 
la  mortificación  de  ejecutar  en  todas  sus  partes  el  edicto  per- 
•petuo,  entregando  a  los  señores  ílamencos  las  plazas  evacua- 
das por  la  tropa  española.  Aunque  no  creía  en  la  duración  de 
üpcsc,  29 


Í26  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTIC05 


la  paz,  se  puso  en  manos  de  los  Estados  con  mas  resolución 
que  confianza. 

Sin  ejército,  sin  autoridad,  sin  influencia,  sospechoso  a  los 
flamencos,  con  mas  motivos  de  recelarse  de  ellos  coda  dia,  se 
vio  impelido  por  tratamientos  indignos  a  medidas  extremas. 
Se  publicaban  libelos  contra  él;  sus  criados  i  su  guardia  eran 
insultados;  se  fraguaban  conspiraciones  contra  su  persona. 
Creyó  necesario  retirarse  a  una  plaza  fuerte,  prepararse  a  la 
guerra,  apoderarse  inopinadamente  de  Namur.  Al  dar  este 
golpe,  le  pareció  conveniente  enviar  a  Escobcdo  a  España, 
para  explicarlo,  manifestando  el  peligro  en  que  se  veia  i  las 
necesidades  urjentes  que  le  apremiaban.  Pero  todo  el  fruto 
del  viaje  de  Eseobedo  fué  encolerizar  al  reí,  que  desaprobó  la 
ocupación  de  Namur,  rehusó  restituir  la  tropa  española  a  don 
Juan,  i  se  opuso  a  un  nuevo  rompimiento  con  los  Estados. 
Aunque  no  solo  en  Namur,  sino  en  Charlemont,  Luxemburgo 
i  varias  otras  plazas,  flameaba  ya  el  pabellón  español,  don 
Juan,  sabedor  de  las  intenciones  del  soberano,  quiso  abrir  ne- 
gociaciones con  los  Estados,  pero  ya  era  tarde.  Los  flamencos 
no  so  mostraban  menos  enconados  que  los  holandeses;  don 
Juan  fué  declarado  enemigo  público;  los  Estados  llamaron  a  un 
hijo  del  emperador,  el  archiduque  Matías,  para  que  tomase1  el 
gobierno  de  los  Países  Ha  jos,  sirviéndole  de  lugar-teniente 
jencral  el  principo  de  Oranje,  i  contrajeron  una  alianza  de- 
fensiva con  la  reina  Isabel,  que  les  prometió  dinero  i  tropas. 
Cedió  entonces  Felipe  i  autorizó  la  guerra.  Don  Juan  salió  a 
campaña.  En  .'51  de  enero  de  1578,  ganó  la  batalla  de  Gem- 
bloura,  que  llenó  de  consternación  a  Bruselas.  Todo,  sin  em- 
bargo, debía  malograrse  de  nuevo  por  la  irresolución  (le 
l\li¡  i  >r,  escribía  <h>u  Juan  a  Pórea,  por  amor  de  Dios, 

que  o  i  coraje,  i  se  dé  leña  al  fuego;  0  perdida 

esta  ocasión,  no  pretenda  mas  su  majestad  ser  si-ñ.-r  de  Flan- 
des,  ni  m  ¡ruridad  enlos  demás  reinos,  pues  ni  en  Dios 

ni  en  la    {entes  hallará  mas  asistencias,  antes  muí  olaras  de- 
<l.-  lo  contrarío;  i  esta  es  la  verdad,  no  lo  que  lo 
n  tantea  como  le  mienten  i  le  engañan*  Yo  se  loa 
,    digo  qui/  de  1"  que  él  querría  que  dijese;  pero 


ANTONIO    VEHEZ 


2v!7 


nunca  ha  de  dar  pena  a  los  hombres  honrados  todo  lo  que  es 
cumplir  con  sus  obligaciones,  antes  la  deben  tener  con  el  en- 
cubrir lo  que  entienden,  por  andar  al  aplauso.  Yo,  cuanto  a 
mí,  por  traición  lo  tendría.» 

(FA  Araucano,  Año  de  1843.) 


JUICIO 


SOlillE  L\ñ  OUllAS  POÉTICAS  DE  DON  NICASIO  ALVAREZ 
DE  CIENFUÉGOS 


Los  antiguos  poetas  castellanos  (si  así  podemos  llamar  a 
los  que  florecieron  en  los  siglos  XVI  i  XVII)  son  en  el  dia  po- 
co leídos,  i  mucho  menos  admirados;  quizá  porque  sus  de- 
fectos son  de  una  especie  que  debe  repugnar  particularmente 
al  espíritu  de  filosofía  i  de  regularidad  que  hoi  reina,  i  porque 
el  estudio  de  la  literatura  de  otras  naciones,  i  particularmente 
do  la  francesa,  hace  a  nuestros  contemporáneos  menos  sensi- 
bles a  bellezas  de  otro  orden.  Nosotros  estamos  mui  lejos  de 
mirar  como  modelos  de  perfección  la  mayor  parte  de  las  obras 
de  los  Quevedos,  Lopes,  Calderones,  Góngoras,  i  aun  de  los 
Garcilasos,  Riojas  i  Herreras.  No  temeremos  decir,  con  todo, 
que,  aun  en  aquellas  que  abren  ancho  campo  a  la  censura  (las 
dramáticas,  por  ejemplo),  se  descubre  mas  talento  poético  que 
en  cuanto  se  ha  escrito  en  España  después  acá.  Quizá  pasare- 
mos por  críticos  de  un  gusto  rancio,  o  se  nos  acusará  de  en- 
cubrir la  detracción  de  los  vivos  bajo  la  capa  de  admiración 
a  los  muertos: 

Ingeniis  non  ille  favet,  plauditque  sepultis; 
Nostra  sed  impugnat,  nos  nostraquelividus  odit. 

Horacio. 

Pero,  juzgando  por  la  impresión  que  hace  en  nosotros  la 
lectura,  diríamos  que  en  los  antiguos  hai  mas  naturaleza,  i  en 


230  OPÚSCULOS  LITE1URI0S  I  CIÚTICOS 


los  modernos  mas  arte.  En  aquellos,  encontramos  solturn, 
gracia,  fuego,  fecundidad,  lozanía,  frecuentemente  irregular  i 
aun  desenfrenada,  poro  que  en  sus  mismos  extravíos  lleva  un 
carácter  de  grandeza  i  de  atrevimiento  que  impone  respeto. 
No  así,  por  lo  jeneral,  en  los  poetas  que  han  florecido  desde 
Luzan.  Unos,  a  cuya  cabeza  está  el  mismo  Luzan,  son  cor.  or- 
tos, pero  sin  nervio;  otros,  entre  quienes  descuella  Meléndéz, 
tienen  un  estilo  rico,  florido,  animado,  pero  con  cierto  aire  do 
estudio  i  esfuerzo,  i  con  bastantes  resabios  de  afectación.  Nos 
finiremos  particularmente  a  los  de  esta  segunda  escuela,  que 
es  a  la  que  pertenece  Cienfuógos.  Hai  en  ellos  copia  de  ¡ma- 
jónos, moralidades  bellamente  amplificadas,  i  sensibilidad  a 
la  francesa,  que  consiste  mas  bien  en  analizar  filosóficamente 
los  afectos,  q  io  en  hacerles  hablar  el  lenguaje  de  la  naturale- 
za; pero  no  hai  aquel  vigor  nativo,  aquella  tácita  m&jestñd 
que  un  escritor  latino  aplica  a  la  elocuencia  de  Homero,  i  quo 
es  propia,  si  no  nos  engañamos,  de  la  verdadera  inspiración 
poética:  al  contrario,  se  percibe  que  están  forcejando  continua- 
mente por  elevarse;  el  tono  es  ponderativo,  la  expresión  enfá- 
tica. El  lenguaje  tampoco  ostá  exento  de  graves  defectos;  hai 
ciortas  terminaciones,  ciertos  vocablos  favoritos  que  lo  dan 
una  no  lejana  afinidad  con  el  culteranismo  de  los  sectarios  do 
Oóngora;  hai  un  prurito  de  emplear  modos  de  decir  anticua- 
dos, quo  hacen  mui  mal  efecto  al  lado  do  los  galicismos  quo 
no  pocas  veces  los  acompañan;  en  fin,  por  ennoblecer  el  esti- 
lo, so  han  destorrado  una  multitud  de  locuciones  naturales  j 
expresivas,  i  se  ha  empobrecido  la  lengua  poética. 

No  por  oso  dejamos  de  haoer  justicia  al  mérito  de  algunas 
producciones  en  que  el  injenio  moderno  se  eleva  con  facilidad, 
o  juega  oon  graoia  i  lijereza,  calidades  que  recomiendan  par 
ticularmente  a  Meléndez,  Pero  estas  son  mas  bien  excepciones: 
el  gu  .  el  de  la  noble  simplicidad;  el  estilo 

no  es  natural. 

Pon   N<  Uvaroa  de  Cienfi  i  uno  di'  los  poetas 

modernos  que  han  logrado  mas  celebridad.  Sus  obras  poéticas 

referimos   B  la  Segunda  *•«  1  miOi»    publicada  en    Madrid,  «mi 

la  imprenta  real,  el  ano  de  1816   suministran  bastantes  éjem- 


JUICIO  SOBRE  LAS  POESÍAS  DE  ÁLVAREZ  DE  CIENFUÉGOS  231 

píos  de  las  bellezas  i  defectos  que  caracterizan  a  la  época  pre- 
sente del  arte  en  España.  Principiaremos  por  sus  anacreónti- 
cas, que  no  nos  parecen  tan  agradables  como  las  de  Meléndez. 
La  primera,  sobre  todo,  es  desmayada,  contribuyendo  quizá  al 
poco  gusto  con  que  se  lee,  las  alabanzas  que  el  poeta  se  da  a 
sí  mismo,  i  lo  que  en  esta,  como  en  otras  partes  de  sus  obras, 
nos  pondera  su  sensibilidad  i  ternura.  Pero  la  segunda,  inti- 
tulada Mis  Tras  formaciones,  tiene  mérito.  La  copiaremos 
aquí  en  obsequio  de  nuestros  lectores  americanos. 

¡Oh!  si  a  elejir  los  cielos 
me  diesen  una  gracia! 
Ni  honores  pediría, 
ni  montes  do  oro  i  plata. 
Ni  ver  el  orbe  entero 
postrado  ante  mis  plantas 
después  de  cien  victorias 
sangrientas  e  inhumanas. 
Ni  de  laurel  ceñido 
al  templo  de  la  fama, 
con  una  estéril  ciencia 
orgulloso,  me  alzara. 
Gocon  en  tales  dones 
los  que  infelices  aman 
comprar  con  su  reposo 
los  sueños  de  esporanzas. 
Yo,  que  mis  dias  cuento 
por  mis  amantes  ansias, 
a  mi  placer  pidiera 
que  mi  ser  se  mudara. 
Cuando  mi  bien  al  valle 
desciende  en  la  alborada, 
allí  al  pa¿ar  me  viera 
rosita  aljofarada: 
rosita,  que  modesta 
con  suave  fragancia 
atrayendo,  a  sus  manos 

me  diera  sin  picarla 

Después,  después  ¿qué  hiciera? 


"23 2  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

Sombra  fugaz  i  vana 
un  sol  no  mas  sería 
mi  gloria  i  mi  esperanza. 
Tan  pasajeros  gozos 
no,  rosas,  no  me  agradan. 
Adiós,  que  al  aire  tiendo 
mis  rozagantes  alas. 
Mariposilla  alegre, 
imájen  de  la  infancia, 
en  inquietud  eterna 
iré  j  irán  do  vaga. 
Bien  como  el  iris  bella, 
fíente  a  mi  dulce  Laura 
en  un  botón  de  rosa 
me  quedaré  posada. 
Ella  querrá  cojerme; 
i  con  ciliada  planta 
vendrá,  i  bniró,  i  traviesa 
la  dejaré  burlada. 
¿1  si  el  rocío  moja 
mis  tiernecitas  alas? 
Me  sigue,  soi  perdida, 
me  prende  i  me  maltrata. 
¡Si  al  menos  expirando 
con  trémulas  palabras 
pudloso  venturoso 
decirla:  yo  le  amaba' 
Nó;  cefirillo  suelto 
volaré  a  refrescarla 
cuando  el  ardiente  agosto 
las  praderas  abrasa. 

Ya  enredaré  jugando 
sus  trenzas  ondeadas; 
ya  besaré  al  desouido 
.  mejillas* de  naca 
en  eternos  jiros 
cercando  su 

u  i  hibleos  labios 
empaparé  m 
ü  bien,  si  allá  en  la  siesta 


JUICIO  SOBRE  LAS  POESÍAS  DE  ÁLVAttEZ  DE  GIENFUÉGOS  233 


dormida  en  paz  descansa, 
yo  soplaré  en  su  fíenle 
mis  mas  suaves  auras. 
I  cuando  mas  se  pierda 
su  fantasía  vaga, 
umbrátil  sueñecito 
me  iré  a  ofrecer  a  su  alma. 
¡Oh!  cuánta  dulce  ¡majen, 
cuántas  tiernas  palabras 
allí  diré,  que  el  labio 
quiere  decirla,  i  calla! 
Mas  favorable  acaso 
que  pienso  yo,  a  mis  ansias 
sonreirá;  ¿quién  sabe 
si  mis  cariños  paga? 
¡Oh!  si  a  mi  amor  eterno 
correspondieses,  Laura! 
Por  todo  el  universo 
mi  dicha  no  trocara, 
ídolo  de  mis  ojos, 
diosa  de  toda  mi  alma, 
¡pagárasme!  i  al  punto 
cesaran  mis  mudanzas. 

No  sabemos  si  la  lengua  castellana  per.nite  el  uso  intran- 
sitivo de  gozar  en  la  significación  de  gozarse,  cual  se  ve  en 
esta  anacreóntica,  i  en  otros  pasajes  de  Cienfuógos;  pero  si  ha 
existido  jamas,  no  vale  la  pena  de  resucitarlo.  Una  crítica  se- 
vera reprobará  que  el  poeta  se  trasforme  en  rosita,  i  que  nos 
diga  tan  almibaradamente  en  un  romance  (pajina  28): 

La  vi,  resistí,  no  pude.... 
¡Es  tan  tiemecita  mi  alma! 

i  que  use  tantos  diminutivos  en  ito,  que  dan  al  estilo  una 
blandura  afectada  i  empalagosa.  Cienfuégos  tiene  también  su 
buena  provisión  de  sudoroso,  ardoroso,  candoroso,  perenal, 
a  ¿me,  doquier,  i  otros  vocablos  que  esta  escuela  ha  tomado 
bajo  su  protección.  Pero  nuestro  autor  usa  a  veces  doquier 
en  el  sentido  de  doquiera    que,  elipsis  dura,  de  que  no  re- 


234  OPÚSCULO»  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

cordamos  haber  visto  ejemplo  en  los  escritores  que  fijaron  la 
lengua: 

Mudanzas  tristes  re;  aro 
doquier  la  vista  se  torna. — (pajina  37.) 

Doquier  envió 
los  mustios  ojos,  do  tu  antorcha  ardiente 
me  cerca  el  resplandor.  —  (pajina  79.) 

Otras  novedades  hallamos  en  su  lenguaje  que  nos  disuenan. 
Tales  son  noche  deslunada  por  nodi3  sin  luna,  desoír  por 
?io  oír,  despremiada  por  no  premiada:  vocablos  impropia- 
mente formados,  pjrque  des  no  significa  carencia,  sino  priva- 
ción o  despojo  de  lo  que  se  goza  o  se  tiene.  Tal  es  yazca,  sub- 
juntivo de  yacer,  que  no  se  hallará  en  ningún  autor  castellano 
do  loa  buenos  tiempos,  pues  se  dijo  yago  i  yaga,  como  hoi 
B  i  dice  hago  i  haga..  Tal  es  a  par  en  el  sentido  de  a  o  /lacia, 
siendo  así  que  solo  significa  igualdad  o  proximidad: 

¡Ai,  que  valieron  mis  victorias  bellas! 
Recojiéndolas  hoi  marché  con  ellas 
a  par  del  sesgo  rio, 
i  do  una  en  una  las  eché  en  sus  ondas. — (pajina  158.) 

Tul  <\s  la  locución  optativa  ojalá  quien,  no  solo  inautoriza- 
da,  pero  absurda: 

¡Ojalá  quien  me  diera 
que  en  el  lugar  de  Alfonso  padeciera! 

Tales  son  los  adjetivos  calmo  [favonio,  empampanado poí 
pampanoso,  aridecer :  palidecer,  roscar,  intomable  t  pri- 
■ral,  abismosOi  i  otras  voces  quo  no  enumeramos  por 
•  prolijidad,  ai  bien  algunas  de  éstas,  aunque  no  recono- 
-  por  la  academia,    pudieran  admitirse  por  sor  do  suyo 
porque  excusan  oirounlocuoiones  incómodas.  Entra- 
mos en  estas  mi  inudeneias,  no  porque  tengamos  gusto  en  sa* 
i  plaza  i-  i  errore  iso  lo  son  de  uu  es- 

critor respetable,   sino  porque  tales  innovaciones,  lejos  do 

enriquecer  el   idioma,  confunden   las    acepciones   recibidas,  i 


JUICIO  SOBRE  LAS  POESÍAS    DE  ÁLVAÜKZ  DE  CIEM  l  ¿(JOS  233 

darían  a  la  claridad,  prenda  la  mas  esencial  del  lenguaje,  i, 
por  una  fatalidad  del  castellano,  la  mas  descuidada  en  todas 
las  épocas  de  su  literatura. 

Cienfuégos  tradujo  algunas  odas  de  Anacreonfe;  pero,  aun- 
que mas  fiel,  no  fué  tan  feliz  como  Villegas,  que  representa, 
p,»r  lo  común,  bastante  bien  el  espíritu  de  su  orijinal,  i  acaso 
no  nos  dejara  que  desear,  si  a  lo  lijero  i  festivo  del  lírico  grie- 
go no  sustituyera  algunas  veces  lo  burlesco,  o  lo  conceptuo- 
so. Cienfuégos,  que  no  incurre  en  estos  defectos,  adolece  do 
otro  peor,  que  es  la  falta  de  movimiento  i  de  gracia.  Sus  ro- 
mances tienen  mucho  mas  mérito:  el  del  Túmulo,  sobre  todo, 
nos  parece  lindísimo.  Por  esto,  i  por  ser  uno  de  los  mas  cor- 
tos, lo  insertaremos  todo: 

¿No  ves,  mi  amor,  entre  el  monte 
i  aquella  sonora  fuente 
un  solitario  sepulcro 
sombreado  de  cipreses? 
¿I  no  ves  que  en  torno  vuelan 
desarmados  i  dolientes 
mil  amorcitos,  guiados 
por  el  hijo  de  Ci teres? 
Pues  en  paz  allí  cerradas 
descansan  ya  para  siempre 
las  silenciosas  cenizas 
de  dos  que  se  amaron  fieles. 
Eramos  niños  nosotros, 
cuando  Palemón  i  Asterie 
llenaron  estas  comarcas 
de  sus  cariños  ardientes. 
No  hai  olmo  que  en  su  corteza 
pruebas  de  su  amor  no  muestre: 
Palemón  los  unos  dicen, 
los  otros  claman  Asterie. 
Sus  amorosas  canciones 
todo  zagal  las  aprende; 
no  hai  valle  do  no  se  canten, 
ni  monte  do  no  resuenen. 
Llegó  su  vejez,  i  hallólos 


236  OPÚSCULOS  LITERARIOS»!  CRÍTICOS 


en  paz,  i  amándose  siempre: 
i  amáronse,  i  expiraron; 
pero  su  amor  permanece. 
¿Te  acuerdas,  Filis,  que  un  dia, 
simplecillos  e  inocentes, 
los  oímos  requebrarse 
detras  de  aquellos  laureles? 
¡Cuántas  caricias  manaban 
sus  labios!  cuántos  placeres! 
¡Cuánta  eternidad  do  amores 
juraba  su  pecho  ardiente! 
Al  verlos,  ¿le  acuerdas,  Filis, 
o  tan  preciosas  niñeces 
volaron,  que  me  dijiste, 
deshojando  unos  claveles: 
—  Yo  quiero  amar;  en  creciendo 
serás  Palemón,  yo  Asterie, 
i  juraremos  cual  ellos 
amarnos  hasta  la  muerte? — 
Mi  Filis,  mi  bien,  ¿qué  esperas? 
El  tiempo  de  amar  es  este; 
los  dias  rápidos  huyen, 
i  la  juventud  no  vuelvo. 
No  tardes;  ven  al  sepulcro 
donde  los  pastores  duermen, 
i,  a  su  ejemplo,  en  él  juremos 
amarnos  eternamente. 

Pcn>  los  sujetos  mas  predilectos  de  esta  esouela  son  los  mo* 
ralos  i  filosóficos.  Los  p  «túllanos  de  los  siglos  XVI  i 

XVII  Los  manejaron  también,  ya  bajo  la  forma  de  la  epístola; 
►mo  Luis  de  León,  en  odas  a  la  manera  de  Horacio,  don« 
do  el   poeta  se  ciñe  a  la  efusión  rápida  i   animada  de  algún 
afreto,  sin  expía]  raciocinios  i  meditaciones;  ya  en  oan« 

román  .  Nunca,  sin  embargo,  han  sido 

tos  asuntos,  oomo  de  algunos  años  a  esta  par- 
te,  i  ados  oon  las  pompas  del  lenguaje 
Úrico,  i  principalmente  en  silvas,  romances  endecasílabos,  o 
o  luelto,  forman  una  paite  mui  considerable  de  los  frutos 


JUICIO  SOBRE  LAS  POESÍAS  DE   ÁLVAIIEZ  DE  CIENFLLGOS  "37 


del  Parnaso  castellano  moderno.  Varias  causas  lian  contri- 
buido a  ponerlos  en  boga.  El  hábito  de  discusión  i  análisis 
que  se  ha  apoderado  de  los  entendimientos,  el  anhelo  de  re- 
formas que  ha  ajitado  todas  las  sociedades  i  llamado  la  aten- 
ción jeneral  a  temas  morales  i  políticos,  el  ejemplo  de  los 
extranjeros,  la  imposibilidad  de  escribir  epopeyas,  lo  cansa  lis 
que  han  llegado  a  sernos  las  pastorales,  i  lo  exhaustos  que  se 
hallan  casi  todos  los  ramos  de  poesía  en  que  se  ejercitaron  los 
antiguos,  eran  razones  poderosas  a  favor  de  un  jénero,  que 
ofrece  abundante  pábulo  al  espíritu  raciocinador,  al  mismo 
tiempo  que  abre  nuevas  i  opulentas  vetas  al  injenio.  Muchos 
censuran  esta  que  llaman  manía  de  filosofar  poéticamente  i 
de  escribir  sermones  en  verso.  Pero  nosotros  estamos  por  la 
regla  de  que 

Tous  les  genres  sont  bons,  hors  le  genré  ennuyeux, 

i  por  tanto  pensamos  que  la  cuestión  se  reduce  a  saber  si 
este  jénero  es,  o  nó,  capaz  de  interesarnos  i  divertirnos.  Las 
obras  de  Lucrecio,  Pope,  Thomson,  Gray,  Goldsmith,  Del  i  lie, 
nos  hacen  creer  que  sí;  i  en  nuestra  lengua,  aun  dejando 
aparte  los  divinos  rasgos  con  que  la  enriquecieron  loa  Manri- 
ques, los  Riojas,  los  Lopes,  i  juzgando  por  las  mejores  obras 
de  Quintana,  Cienfuégos,  Arria/a,  i  sobre  todo  Meléndez,  nos 
sentiríamos  inclinados  a  decidir  por  la  afirmativa. 

Cienfuégos  halló  aquí  un  gran  campo  en  que  dar  rienda 
a  su  jenio  naturalmente  propenso  a  lo  serio  i  sublime.  Sus 
obras  de  esta  especie  están  sembradas  de  bellas  imájenes  i  de 
pasajes  afectuosos.  Citaremos  en  prueba  de  ello  La  Escuela, 
del  Sepulcro,  a  la  marquesa  de  Fuertehijar,  con  motivo  de  la 
muerte  de  su  amiga  la  marquesa  de  las  Mercedes,  i  en  parti- 
cular los  versos  siguientes: 

El  bronco  son  que  tus  oídos  hiere 
es  la  trompeta  de  la  muerte,  el  doble 
de  la  campana  que  terrible  dice: 
fué,  fué  tu  amiga.  La  que  tantas  veces 
te  vio,  i  te  habló,  i  en  sus  amantes  brazos 
tan  tina  te  estrechó,  i  en  tus  mejillas 


OPÚSCULOS  L1TEHAR10S  I  CRÍTICOS 

su  cariño  estampó  con  dulces  besos; 

la  que  en  su  mente  consagró  tu  i  majen, 

i  en  cuyo  corazón  un  templo  hermoso 

t?  crijió  l;i  amistad,  do  siempre  ardia 

t  mto  i  tan  puro  amor,  ya  por  las  olas 

fué  de  la  eternidad  arrebatada: 

ahora  mismo  a  su  cadáver  yerto, 

en  estrecho  ataúd  aprisionado, 

alambrarán  con  dolorosa  llama 

tristes  antorchas  del  color  que  ostentan 

las  mustias  hojas,  que  al  morir  otoño 

del  árbol  paterna]  ya  se  despiden. 

Ahora  mismo  yacerá  en  la  cima 

do  la  tumba  infeliz,  hollando  lutos 

negros,  mas  negros  que  nublada  noche 

en  lis  hondas  cavernas  de  los  Alpes. 

En  torno  de  ella,  i  apartando  el  rostro 

de  su  espantable  palidez,  sentados 

compañía  la  harán  los  que  otro  tiempo, 

l. ti  vez  colgados  de  su  voz,  pendientes 

de  un  jiro  de  sus  ojos,  estudiaban 

bu  voluntad  para  servirla  humildes. 

Esta  será  ¡ai  dolor!  la  vez  postrera 

que  la  visiten  los  mortales,  esta 

k  i  tertulia  linal,  i  último  obsequio 

que  el  mundo  la  ha  de  hacer.  Si;  que  esoá  canto», 

con  que  del  templo  la  anchurosa  molo 

i  blando  toda  en  rededor  retumba, 
ftu  despedida  son,  son  sus  adioses, 
el  largo  adiós  final.   ¡Oh  tú  Lorenza, 
ven  por  la  última  vez,  ven,  ven  conmigo, 
l  a  tu  amiga  veráa,  verás  al  menos 

el  cuerpo  que  animó,  verás  reliquias 
(lo  Una  nada  que  fin'-!    Mira  que  tardas, 

i  nunca,  nunca  volverá!  a  verla, 

nuii    |  ¡ama»;  qu  •  Va  sobre  sus  hombro* 

n  ios  minjetrof  del  eepulcro 
el  ataúd',  i  marchan,  i  deaoienden 
■  é]  i  i.i  morada  folitaria 

del  'Mi  en  los  muros 


JUICIO  SOBRE  LAS  POESÍAS  DE    ALVAR EZ  DE  CIENFLÉtiOS  23'J 

cien  bocas  abre  la  insaciable  muerte 
por  donde  traga  sin  cesar  la  vida: 
i  a  ti,  ¡oh  Quero  infeliz!  ¡oh  malograda! 
¡oh  atropellada  juventud!  Caíste, 
bien  como  flor  que  en  su  lozana  pompa 
hollada  fué  por  la  ignorante  planta 
de  un  pasajero  sin  piedad.  Caíste, 
i  ya  otro  rastro  de  tu  ser  no  queda 
que  las  memorias  que  de  ti  conserven 
los  que  te  amaron.   Pasarán  los  dias, 
i  Lis  memorias  pasarán  con  ellos; 
i  entonces  ¿qué  serás?  El  nombre  vano, 
el  no:nbre  s  >lo  en  tu  sepulcro  escrito, 
•con  que  han  querido  eternizar  tu  nada. 
Tirano  el  tiempo  insultará  tu  tumba, 
con  diente  agudo  roerá  sus  letras, 
borrará  la  Inscripción,  i  nada,  nada 
serás  por  fin.   ¡Oh  muerte  impía!  * 
¡Oh  sepulcro  voraz!  en  ti  los  seres 
desechos  caen;  en  ti  jeneraciones 
sobre  jeneraciones  se  amontonan, 
en  ti  la  vida  sin  cesar  se  estrella; 
i  de  tu  abismo  en  la  espantosa  márjen 
el  tiempo  destructor  está  sañudo 
arrojando  los  siglos  despeñados. 

Hallamos  verdadera  ternura  en  este  otro  pasaje  sacado  del 
poema  consolatorio. — A  un  amigo  en  la  muerte  de  un 
hermano: 

¿Por  qué  lloramos, 

Fernández  mió,  si  la  tumba  rompe 
tanta  infelicidad?  Enjuga,  enjuga 
tus  dolorosas  lágrimas;  tu  hermano 
empezó  a  ser  feliz;  sí,  cese,  cese 
tu  pesadumbre  ya.  Mira  que  aflije 
a  tus  amigos  tu  doliente  rostro, 
i  a  tu  querida  esposa  i  a  tus  hijos. 

*  Asi  está. 


210  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


El  pequeñuelo  Hipólito,  suspenso, 

el  dedo  puesto  entre  sus  frescos  labios, 

observa  tu  tristeza,  i  se  entristece; 

i,  marchando  hacia  atrás,  llega  a  su  madre 

i  la  aprieta  una  mano,  i  en  su  pecho 

la  delicada  cabecita  posa, 

siempre  los  ojos  en  su  padre  fijos. 

Lloras,  i  llora;  i  en  su  amable  llanto 

¿qué  piensas  que  dirá? — Padre,  te  dice, 

¿será  eterno  el  dolor?  ¿no  hai  en  la  tierra 

otros  cariños  que  el  vacío  llenen, 

que  tu  hermano  dojó?  Mi  tierna  madre 

vive,  i  mi  hermana,  i  para  amarte  viven, 

i  yo  con  ellas  te  amaré.  Algún  dia 

verás  mis  años  juveniles  llenos 

de  ricos  frutos,  que  oficioso  ahora 

con  mil  afanes  en  mi  pecho  siembras. 

Honrado,  injonuo,  laborioso,  humano, 

esclavo  del  deber,  amigo  ardiente, 

esposo  tierno,  enamorado  padre, 

yo  seré  lo  que  tú.  ¡Cuántas  delicias 

en  mí  te  esperan!  Lo  verás:  mil  veces 

llorarás  de  placer,  i  yo  contigo. 

Mas  vive,  vivo,  que  si  tú  me  faltas, 

¡oh  pobrecito  Hipólito!  sin  sombra 

¡ai!  ¿qué  será  de  ti  huérfano  i  solo? 

Nó,  mi  dulce  papá;  tu  vida  es  mía. 

no  me  la  abrovies  traspasando  tu  alma 

con  las  espinas  do  la  cruel  triste/a. 

Vive,  sí,  vive;  que  si  ol  halo  impío 

pudo  romper  tus  fraternales  lazos, 

hermanoi  mil  encontrarás  doquiera; 

que  amor  es  hermandad,  i  todos  te  aman. 

De  olen  amigos  que  te  ríen  tiernos, 

adopta  a  alguno;  i  al  por  mi  te  gulaa, 

en  el  amor  seiá  tu  hermano. 

Los  prinoipálea  deferios  de  esi loritor  son:  on  el  estilo  su- 
blime, un  entusiasmo  forzado;  en  el  patético,  una  oomo  - 

lindrosa  i  femenil  ternura    EE  te  último  »■*,  en  nuestra  opinión, 


.ir ICIO  SOBRE  LAS  POESÍAS   DE  ÁLVAItEZ  DE  CIENFUÉFOS  '241 

el  mas  grave,  i  ha  plagado  hasta  su  prosa.  Lo  poco  natural, 
ya  de  los  pensamientos,  ya  del  lenguaje,  perjudica  mucho  al 
efecto  de  las  bellezas,  a  veces  grandes,  eme  encontramos  en 
sus  obras.  Mas  en  medio  de  esta  misma  afectación  se  descubre 
un  fondo  de  candor  i  bondad,  un  amor  a  la  virtud  i  a  las  gra- 
cias de  la  naturaleza  campestre,  que  acaban  granjeándole  la 
estimación  del  lector.  Su  moral  es  induljcnte,  i  exceptuando 
ciertos  arrebatos  eróticos,  pura.  Sus  opiniones  políticas  pa- 
recerán poco  ortodojas  para  un  oficial  de  la  primera  secreta- 
ría de  estado,  i  ciertamente  causará  admiración  que  la  censu- 
ra no  pasase  la  esponja  sobre  las  alabanzas  de  la  Suiza  [pajina 
83),  i  sobre  estos  versos  de  una  oda  postuma  (pajina  162 

¿Del  palacio  en  la  molo  ponderosa 
que  anhelantes  dos  mundos  levantaron 
sobre  la  destrucción  de  un  siglo  entero 
morará  la  virtud?  ¡Oh  congojosa 
choza  del  infeliz!  a  ti  volaron 
la  justicia  i  razón,  desde  que  fiero 
ayugando  al  humano, 
de  la  igualdad  triunfó  el  primer  tirano! 

Dejando  las  trajedtas  para  ocasión  mas  oportuna,  nos  des- 
pediremos de  Cienfuégos  con  su  //osa  del  desierto,  que  es, 
en  nuestro  sentir,  dolo  mejor  que  hizo.  Suprimimos  el  princi- 
pio, i  algunos  pasajes  que  pecan  por  los  defectos  que  dejamos 
notados.  Él  lector  verá  que  no  hemos  sido  demasiado  severos: 

¡Oh  flor  amable!  en  tus  sencillas  chalas 
¿qué  tienes,  di.  que  el  ánimo  enajenas 

i  de  agradable  suspensión  le  llenas? 

Sola  en  este  lugar,  ¿cuándo,  (pié  mano 

pudo  plantarte  en  él? ¿Fué  algún  amante 

que,  abandonado  ya  de  una  inconstante, 

huyó  a  esta  soledad,  queriendo  triste 

olvidar  a  su  bella, 

i  este  rosal  plantó  pensando  en  ella? 

Era  un  hombre  de  bien,  del  hombre  amigo, 

quien  un  yermo  infeliz  pobló  contigo; 

OPÍSC.  ;1 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

que,  en  medio  a  la  aridez,  así  pareces 

cual  la  virtud  sagrada 

de  un  mundo  de  maldades  rodeada. 

¡Ah!  rosa  es  la  virtud;  i  bien  cual  rosa, 

dondequiera  es  hermosa, 

espinas  la  rodean  dondequiera., 

i  vive  un  solo  instante, 

como  tú  vivirás.  ¡Ai!  tus  hermanas 

fueron  rosas  también,  también  galanas 

las  pintó  ese  arroyuelo,  cual  retraía 

en  ti  de  tu  familia  la  postrera. 

Del  tiempo  fujitivo  ¡majen  triste, 

el  corre,  correrá,  i  en  su  carrera 

te  buscará  mañana  con  la  aurora, 

i  no  te  encontrará,  que  ya  esparcidas 

tus  mustias  hojas  sin  honor  caídas 

sobre  la  tierra  dura 

el  fin  le  contarán  de  tu  hermosura.* 

¿I  qué,  sola,  olvidada, 

sin  que  su  labio  i  su  pasión  imprima 

en  ti  ninguna  amante 

en  fin  perecerás  sin  ser  llorada? 

¿No  volará  en  tu  muerte** 

ningún  ai  de  tristeza 

de  la  fresca  belleza 

que  en  ti  contemple  su  futura  suortc? 

¡Oh  Clori,  Clori!  para  ti  esta  rosa, 

bella  cual  mi  cariño, 

aijuí  nació;  la  cortará  mi  mano, 

i  allá  en  tu  pecho  morirá  gloriosa. 

( .ii.nda,  tente,  no  cortes,  i  perdono 

Cloi  /.;  que  por  ventura  Injusto 

bajará  a  este  lugar  algún  coloso, 

neditando  allá  en  la  mentó 
de  una  triste  inoconto 
que  amarle  hasta  morir  <mi  tanto  jura 
Al  mirar  esta  rosa,  de  repente 


n,  .pie  ei  errata. 
"  No  tu  muerte,  que  también 


JUICIO  SOISRE  LAS  POESÍAS  DE  ALVAR EZ  DE  CIENFUEGOS 

se  calmarán  sus  celos,  i  bañado 

en  llanto  de  ternura, 

maldecirá  su  error,  i  arrepentido 

irá  a  abjurarle  ante  su  bien  postrado: 

o  la  verá  talvez  algún  esposo 

ya  en  sus  cariños  frío; 

i,  la  edad  de  sus  flores  recordando, 

fija  la  mente  en  su  marchita  esposa, 

clamará  en  su  interior,  también  fue  rosa: 

i  con  este  recuerdo  dispertando 

el  fuego  que  en  su  pecbo  ya  dormía, 

la  volverá  un  amor  que  de  ella  buia. 

¿I  quién  sabe  si  acaso,  maquinando 

la  primera  maldad,  con  torvo  ceño 

vendrá  algún  infeliz  solo,  perdido, 

de  pasiones  terribles  combatido? 

Al  llegar  donde  estoi,  verá  esta  rosa, 

la  mirará,  se  sentará  a  su  lado, 

e,  ignorando  por  qué,  su  pecbo  herido 

de  una  dulce  terneza  9 

amará,  de  mi  flor  estimulado, 

la  belleza  moral  en  su  belleza. 

¡Ai!  que  del  crimen  al  cadalso  infame 

talvez  eso  infeliz  se  despeñara 

si  esta  rosa  escondida 

la  virtud  en  su  olor  no  le  inspirara. 

Queda;  sí,  queda  en  tu  rosal  prendida. 

¡oh  rosa  del  desierto! 

para  escuela  de  amor  i  de  virtudes. 

Queda;  i  el  pasajero 

al  mirarte  se  pare  i  te  bendiga. 

i  sienta  i  llore  como  yo,  i  prosiga 

mas  contento  su  próspero  camino 

sin  que  te  arranque  de  tus  patrios  lares. 

¿Es  tan  larga  tu  edad  para  que  quiera 

cortarte,  acelerando  tu  carrera? 

Xj;  queda,  vive,  i  el  piadoso  cielo 
dos  soles  mas  prolongue  tu  bermosura. 
¡Puedas  lozana  i  pura 
no  probar  los  rigores 


OPÚSCULOS  LITEUAIilOS  I  CRÍTICOS 


del  bárbaro  granizo, 

ni  los  crudos  ardores 

de  un  sol  de  muerte;  ni  jamas  tirano 

tus  galas  rompa  el  roedor  gusano! 

Nó;  dura,  i  sé  feliz  cuanto  desea 

mi  amistad  oficiosa; 

i  feliz  a  la  par  contigo  sea 

la  abejilla  piadosa 

que  en  tu  cáliz  posada 

bacc  a  tus  soledades  compañía 

Adiós,  mi  flor  amada, 

adiós,  i  eterno  adiós.  La  tumba  fría 

me  abismará  también;  mas  si  en  mi  musa 

llego  a  triunfar  del  tiempo  i  de  la  muerte, 

inseparable  de  tu  dulce  amigo 

eternamente  vivirás  conmigo. 

La  última  edición  de  estas  poesías  nos  da  algunas  noticias 
biográficas  de  su  autor.  Cienfuégos  se  hallaba  de  covachuelis- 
ta en  Madrid,  cuando  entraron  4os  franceses;  i  en  esta  delica- 
da coyuntura,  manifestó  sentimientos  de  patriotismo  que  le 
acarrearon  el  odio  de  los  usurpadores,  sobre  todo  con  oca- 
sión de  un  artículo,  publicado  en  la  Gacela  de  Madrid,  que 
iba  Cienfuégos.  Llamado  i  reconvenido  por  Murat,  le 
contestó  con  dignidad  i  entereza;  i  llevado  el  ano  siguiente  a 
Francia,  murió,  bastante  joven,  de  resultas  de  las  molestias  i 
vejaciones  que  padeció  en  el  viaje.  Su  fallecimiento  fué  en 
Ortez,  enjillió  de  1809.  Mr.  Ulaquierc,  en  su  Revista  Jlislúri- 
■  l;i  Revolución  de  E8p&ña,  le  hace  sobrino  de  Jovo- 
llános;  pero  se  nos  asegura  que  en  esto  hai  equivocación,  i 
que  los  Cienfuégos  sobrinos  de  este  ilustre  ministro,  son  de 
distinta  familia. 

/  a  Bibliol         I  \ü<>  do  18-23.) 


13.* 


LA  VICTORIA  DE  JUNIN 

CANTO  A  BOLÍVAR 
fOH     JOSÉ     JOAQUÍN     OLMKUO 


Debemos  a  la  Victoria  de  Junin,  poema  lírico  por  el  señor 
José  Joaquín  Olmedo,  un  lugar  distinguido  entre  las  obras 
americanas  de  que  nos  proponemos  hacer  reseña  en  este  perió- 
dico (El  Repertorio  Americano),  lo  primero  por  su  mérito, 
i  lo  segundo  por  la  importancia  del  asunto,  que  abraza  dos  de 
los  acontecimientos  mas  grandes  i  memorables  que  figurarán 
en  los  fastos  de  América.  Las  dos  batallas  de  Junin  i  Ayacucho 
aseguraron  la  independencia  del  nuevo  mundo.  Sin  la  deno- 
dada resolución  de  Colombia  do  auxiliar  al  Perú  con  lo  mejor 
de  sus  tropas  mandadas  por  el  ilustre  Bolívar,  i  sin  los  glo- 
riosos sucesos  de  este  jenio  tutelar  de  la  independencia  ameri- 
cana, el  horizonte  político  de  aquellas  rej  iones  hubiera  presen- 
tado nubes  i  borrascas,  quién  sabe  cuánto  tiempo;  i  la  libertad, 
aun  de  las  partes  mas  retiradas  del  campo  en  que  se  verificó 
la  lucha,  hubiera  estado  a  la  merced  de  mil  continjencias 
acarreadas  por  la  fortuna  de  las  armas. 

El  título  de  este  poema  pudiera  hacer  formar  un  concepto 
equivocado  de  su  asunto,  que  no  es  en  realidad  la  victoria  de 
Junift,  sino  la  libertad  del  Perú.  Bolívar  es  el  héroe  a  cuy 
honor  se  consagra  este  himno  patriótico;  i  el  poeta  hubiera 
dado  una  idea  harto  mezquina  de  la  gloria  de  su  campaña  pe- 
ruana, si  se  hubiese  contentado  con  ceñir  a  sus  sienes  el  lau- 
rel de  aquella  jornada  inmortal , 


24t>  OPÚSCULOS  LITEÜAIÜOS  I  CIÚTICOS 


Mas  concebida  así  la  materia,  presentaba  un  grave  incon- 
veniente, porque,  constando  de  dos  grandes  sucesos,  era  difícil 
reducirla  a  la  unidad  de  sujeto,  que  exijen  con  mas  o  menos 
rigor  todas  las  producciones  poéticas.  El  medio  de  que  se  va- 
lió el  señor  Olmedo  para  vencer  esta  dificultad,  es  injenioso. 
Todo  pasa  en  Junin,  todo  está  enlazado  con  esta  primera  fun- 
ción, todo  forma  en  realidad  parte  de  ella.  Mediante  la  apari- 
ción i  profecía  del  inca  Huaina  Cápac,  Ayacucho  se  trasporta 
a  Junin,  i  las  dos  jornadas  se  eslabonan  en  una.  Este  plan 
vse  trazó  a  nuestro  parecer  con  mucho  juicio  i  tino.  La  batalla 
de  Junin  sola,  como  hemos  observado,  no  era  la  libertad  del 
Perú.  La  batalla  de  Ayacucho  la  aseguro;  pero  en  ella  no 
mandó  personalmente  el  jeneral  Bolívar.  Ninguna  de  las  dos 
por  sí  sola  proporcionaba  presentar  dignamente  la  figura  del 
.  en  Junin  no  le  hubiéramos  visto  todo;  en  Ayacucho  le 
hubiéramos  visto  a  demasiada  distancia.  Era,  pues,  indispen- 
nable  acercar  estos  dos  puntos  e  identificarlos;  i  el  poeta  ha 
sabido  sacar  de  esta  necesidad  misma  grandes  bellezas,  puea 
la  parte  mas  espléndida  i  animada  de  su  canto  es  incontesta- 
blemente la  aparición  del  inca. 

Algunos  han  acusado  este  incidente  do  importuno,  porque, 

preocupados  por  el  título,  no   han  concebido  el  verdadero  plan 

<le  la  obra.    Lo  que  se  introduce  como   incidente,  es  en  reali- 

d  ti    uní   de  las  partes    mas    esenciales   de   la   composición,    i 

quizá  la    mas  esencial.  Es  característico  de  la  poesia  lírica 

u  )  caminar  directamente  a  su  objeto.  Todo  cu  ella  debe  paro* 

ecto  de  una  inspiración  instantánea:  el  poeta  obedece  a 

npulsoí  del  numen  (|u.  le  ajüa  sin  la  menor  apariencia 

uo,  i  frecuentemente  le  vemos  abandonar  una  senda 

i    t  un  ir   Otra,  llámalo  de   objetos    que  arrastran    irrosistiblc- 

e  su  atención.  Horacio  dirijé  plegarias  al  cielo  por  la 
feliz  navegación  de  Virjilio;  la  idea  de  las  tempestades  lo  so- 

i!l  i,    i     lofl   peligros    del    mar    le    traen  a    la  memoria    la 

audacia  del  nombre,  que,  arrostra  demonios,  ha 

i  »  de  ellos  nuevos  jóneroa  de  muerte  i  mieví  i  de 

lívido  que    lia  lomado 

r\  pie»  tro  pai  tiallamo  i,  ; 


LA   VICTOIHA  DE  JUNIN 


de  reprensible  en  el  plan  del  Canto  a  Bolívar;  pero  no  sabe- 
mos si  hubiera  sido  conveniente  reducir  las  dimensiones  de 
este  bello  edificio  a  menor  escala,  porque  no  es  natural  a  los 
movimientos  vehementes  del  alma,  que  solos  autorizan  las 
libertades  de  la  oda,  el  durar  largo  tiempo. 

El  estilo  es  elegante,  animado,  i  manifiesta  una  gran  fa- 
miliaridad con  el  lenguaje  castellano  poético.  El  colorido  es 
tan  brillante,  como  la  versificación  armoniosa;  i  reina  en  toda 
la  obra  una  variedad  que  la  naturaleza  del  asunto  apenas 
permitió  esperar,  alternando  con  las  escenas  horribles  de  la 
guerra  cuadros  risueños  i  blandos,  en  que  se  hace  un  uso 
oportunísimo  de  la  localidad  i  de  las  tradiciones  peruanas. 

Entre  muchos  pasajes  igualmente  dignos  de  trascribirse, 
clej irnos  el  siguiente,  que  nos  parece  notable,  no  solo  por  el  ca- 
lor con  que  está  escrito,  sino  por  la  corrección  i  tersura  del 
ttstilo.  Píntase  en  él  a  Bolívar  en  los  momentos  que  precedie- 
ron a  la  batalla  de  Junin. 

¿Quien  es  aquel  que  el  paso  lento  mueve 
sobre  el  collado  que  a  Junin  domina? 
¿que  el  campo  desde  allí  mido,  i  el  sitio 
del  combatí r  i  del  vencer  designa? 
¿<pio  la  hueste  contraria  observa,  cuenta, 
i  en  su  mente  la  rompe  i  desordena, 
i  a  los  mas  bravos  a  morir  condena, 
cual  águila  caudal,  que  se  complace 
del  alto  eielo  en  divisar  su  presa 
que  entre  el  rebaño  mal  segura  pace? 
¿quién  el  que  ya  desciende 
pronto  i  apercibido  a  la  pelea? 
Preñada  en  tempestades  le  rodea 
nube  tremenda;  el  brillo  de  su  espada 
es  el  vivo  reflejo  de  la  gloria; 
su  voz,  un  trueno;  su  mirada,  un  rayo. 
¿Quién,  aquel  que,  al  trabársela  batalla, 
ufano  como  nuncio  de  victoria, 
un  corcel  impetuoso  fatigando, 
discurre  sin  cesar  por  toda  parte...? 
¿Quién,  sino  el  hijo  de  Colombia  i  Marte? 


Ü3  OPÚSCULOS  LITERAIUOS  I  CIÚTICOS 


Sonó  su  voz: — Peruanos, 
mirad  allí  los  duros  opresores 
de  vuestra  patria.  Bravos  colombianos, 
en  cien  crudas  batallas  vencedores, 
mirad  allí  los  enemigos  fieros 
que  buscando  venis  desde  Orinoco; 
suya  es  la  fuerza,  i  el  valor  es  vuestro; 
vuestra  será  la  gloria; 
pues  lidiar  con  valor  i  por  la  patria 
es  el  mejor  presajio  de  victoria. 
Acometed;  que  siempre 
de  quien  se  atreve  mas,  el  triunfo  ha  sido. 
Quien  no  espera  vencer,  ya  está  vencido. — 
Dice;  i  al  punto,  cual  fugaces  carros, 
que,  dada  la  señal,  parten,  i  en  densos 
de  arena  i  polvo  torbellinos  ruedan; 
arden  los  ejes;  se  estremece  el  suelo; 
estrepito  confuso  asorda  el  cielo; 
i,  en  medio  del  afán,  cada  cual  teme 
que  los  demás  adelantarse  puedan: 
así  los  ordenados  escuadrones 
que  del  iris  reflejan  los  colores,* 
o  la  imájen  del  sol  en  sus  pendones, 
se  avanzan  a  la  lid 

La  noche  sobrevino  en  el  momento  de  la  victoria,  i  no  dejó 
acabar  con  los  restos  amedrentados  i  dispersos  del  enemigo. 
El  autor  alude  a  estas  circunstancias  en  los  versos  siguientes, 

que  pintan  con  gran  felicidad  el  breve  crepúsculo  de  la  zona 

l'adro  del  universo,  sol  radioso, 
dios  del  Perú,  modera  omnipotente 
ol  ardor  de  tu  carro  impetuoso, 

i  no  escondas  lu  lu/.  Indeficiente 

Una  hora  mas  de  l  u/..  ..  Pero  eeta  hora 
no  fué  la  del  destino.  El  dios  ola 


¡  pabellón  át  Colombia  n>'\a  los  prinoipaleí  coloreo  de]  Iriaj  *.'i 
«icj  Perú  lleva  un  sol  ni  el 


LA  VICTORIA  DE  Jl'.VIN  M9 


el  voto  de  su  pueblo;  i  de  la  frente 
el  cerco  de  diamantes  desceñía. 
En  fugaz  rayo,  el  horizonte  dora; 
en  mayor  disco,  menos  luz  ofrece, 
i  veloz  tras  los  Andes  se  oscurece. 

Pasamos  por  alto  toda  la  profecía  del  inca,  aunque  esmal- 
tada de  bellísimos  rasgos,  porque  nos  llama  el  coro  de  las 
vírjones  del  sol,  que  forma  un  suave  contraste  con  la  relación 
de  combates,  muertes  i  horrores  que  precede: 

Alma  eterna  del  mundo, 
dios  santo  del  Perú,  padre  del  inca, 
en  tu  jiro  fecundo 
gózate  sin  cesar,  luz  bienhechora, 
viendo  ya  libre  el  pueblo  que  te  adora 
La  tinicbla  de  sangre  i  servidumbre 
que  ofuscaba  la  lumbre 
de  tu  radiante  faz  pura  i  serena, 
se  disipó;  i  en  cantos  se  convierte 
la  querella  de  muerte 
i  el  ruido  antiguo  de  servil  cadena. 
Aquí  la  Libertad  buscó  un  asilo, 
amable  peregrina, 

i  ya  lo  encuentra  plácido  i  tranquilo. 
I  uquí  poner  la  diosa 
quiere  su  templo  i  ara  milagrosa. 
Aquí,  olvidada  de  su  cara  Helvecia, 
se  viene  a  consolar  de  la  ruina 
de  los  altares  que  le  alzó  la  Grecia, 
i  en  todos  sus  oráculos  proclama 
que  al  Madalen  i  al  Rímac  bullicioso  * 
ya  sobre  el  Tíber  i  el  Eurótas  ama. 
Oh  Padre,  oh  claro  sol,  no  desampares 
este  suelo  jamas,  ni  estos  altares. 


*  El  rio  Magdalena  corre  al  mar  por  las  cercanías  de  Bogotá,  como 
el  Eurótas  por  las  cercanías  de  Esparla.  El  Rímac  atraviesa  a  Lima 
como  el  Tíber  a  Roma. 


SCOLOS  LlTEHAllIOS  I  CRÍTICOS 


Tu  vivifico  ardor  todos  los  seres 
anima,  i  reproduce;  por  li  viven 
i  acción,  salud,  placer,  beldad  reciben. 
Tú  al  labrador  despiertas, 
i  a  las  aves  canoras 
en  tus  primeras  horas; 
i  son  tuyos  sus  cantos  matinales. 
Por  ti  siente  el  guerrero 
en  amor  patrio  enardecida  el  alma, 
i  al  pié  de  tu  ara  rinde  placentero 
su  laurel  i  su  palma; 
i  tuyos  son  sus  cánticos  marciales. 
Fecunda,  oh  sol,  tu  tierra; 
i  los  males  repara  de  la  guerra. 
Da  a  nuestros  campos  frutos  abundosos, 
aunque  niegues  el  brillo  a  los  metales. 
Da  naves  a  los  puertos; 
pueblos,  a  los  desiertos; 
a  las  armas,  victoria; 
alas,  al  jenio  i  a  las  musas,  gloria. 
Dios  del  Perú,  sosten,  salva,  conforta 
el  brazo  que  te  venga, 
no  para  nuevas  lides  sanguinosas, 
que  miran  con  horror  madres  i  esposas, 
sino  para  poner  a  olas  civilos 
limites  ciertos,  i  que  en  paz  florezcan 
do  la  alma  paz  los  donos  soberanos, 
i  arredre  a  sediciosos  i  a  tiranos. 
Brilla  con  nueva  luz,  rci  do  los  ciólos, 
brilla  con  nueva  luz  en  aquel  dia 
•i  triunfo  que  magnífico  prepara 
i  libertador  La  patria  mia. 

•   coro  de    las  vestales  peruanas    es   una 

hermosa  descripción  de  la  entrada  triunfal  de  Bolívar  en  Li- 
ma; per  •  no  d  >•  parece  conservar  el  carácter  do  himno  que  se 
•  o  tas  primeras  estro! 
Enl  lo,   variedad  i  hermosura  de  cuadros, 

.  en  ninguna  de  cuantas  poe 


LA  VICTORIA  DE  JUN1X  £01 


picanas  conocemos,  armonía  perpetua,  diestras  imitaciones  en 
quo  se  descubre  una  memoria  enriquecida  con  la  lectura  do 
los  autores  latinos,  i  particularmente  de  Horacio,  sentencias 
esparcidas  con  economía  i  dignas  de  n  uciudadano  que  ha 
servido  con  honor  a  la  libertad  antes  de  cantarla,  tales  son 
las  dotes  que  en  nuestro  concepto  elevan  el  Canto  a  ¡¡olivar 
al  primer  lugar  entre  todas  las  obras  poéticas  inspiradas  por 
la  gloria  del  libertador. 

(Jteperto/ío      n  encano,  Año  de  1826.) 


JUICIO 


SOBRE    LAS    POESÍAS    DE   JOSÉ    MARÍA    HEREDIA 


Sentimos,  no  solo  satisfacción,  sino  orgullo,  en  repetir  los 
aplausos  con  que  se  han  recibido  en  Europa  i  América  las 
obras  poéticas  de  don  José  María  Heredia,  llenas  de  rasgos 
excelentes  de  imajinaeion  i  sensibilidad;  en  una  palabra,  escri- 
tas con  verdadera  inspiración.  No  son  comunes  los  ejemplos 
de  una  precocidad  intelectual  como  la  de  este  joven.  Por  las  fe- 
chas de  sus  composiciones,  i  la  noticia  que  nos  da  de  sí  mis- 
mo en  una  de  ellas,  parece  contar  ahora  veinte  i  tres  años,  i 
las  hai  que  se  imprimieron  en  1821,  i  aun  alguna  suena  es- 
crita desdo  1818:  circunstancia  que  aumenta  muchos  grados 
nuestra  admiración  a  las  bellezas  de  injenio  i  estilo  de  que 
abundan,  i  que  debe  hacernos  mirar  con  suma  induljencia  los 
leves  defectos  que  de  cuando  en  cuando  advertimos  en  ellas. 
Entre  las  prendas  que  sobresalen  en  los  opúsculos  del  señor 
Heredia,  se  nota  un  juicio  en  la  distribución  de  las  partes, 
una  conexión  de  ideas,  i  a  veces  una  pureza  de  gusto,  que  no 
hubiéramos  esperado  de  un  poeta  de  tan  pocos  años.  Aunque 
imita  amenudo,  hai,  por  lo  común,  bastante  orijinalidad  en  sus 
fantasías  i  conceptos;  i  le  vemos  trasladar  a  sus  versos  con 
felicidad  las  impresiones  de  aquella  naturaleza  majestuosa 
del  ecuador,  tan  digna  de  ser  contemplada,  estudiada  i  can- 
tada. Encontramos  particularmente  este  mérito  en  las  compo- 
siciones intituladas: — A  mi  caballo, — Al  sol, — A  la  no- 
che, i — Versos    escritos  en  una  tempestad;  pero  casi  todas 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


descubren  una  vena  rica.  Sus  cuadros  llevan,  por  lo  regular, 
un  tinte  sombrío;  i  domina  en  sus  sentimientos  una  melanco- 
lía, que  de  cuando  en  cuando  raya  en  misantrópica,  i  en  que 
nos  parece  percibir  cierto  sabor  al  jenio  i  estilo  de  lord  Byron. 
Sigue  también  las  huellas  de  Meléndez,  i  de  otros  celebres 
poetas  castellanos  de  estos  últimos  tiempos,  aunque  no  siem- 
pre (ni  era  de  esperarse)  con  aquella  madurez  de  juicio  tan 
necesaria  en  la  lectura  i  la  imitación  de  los  modernos,  toman- 
do de  ellos  por  desgracia  la  afectación  de  arcaísmos,  la  vio- 
lencia de  construcciones,  i  a  veces  aquella  pompa  hueca,  pró- 
diga de  epítetos,  de  terminaciones  peregrinas  i  retumbantes. 
Desearíamos  que,  si  el  señor  Heredia  da  una  nueva  edición  de 
sus  obras,  las  purgase  de  estos  defectos,  i  de  ciertas  voces  i 
frases  impropias,  i  volviese  al  yunque  algunos  de  sus  versos, 
cuya  prosodia  no  es  enteramente  exacta. 

Tenemos  en  esta  colección  poesías  de  diferentes  caracteres  i 
estilos;  pero  bailamos  mas  novedad  i  belleza  en  las  que  tra- 
tan asuntos  americanos,  o  se  compusieron  para  desahogar  sen- 
timientos producidos  por  escenas  i  ocurrencias  reales.  La  úl- 
tima de  las  que  acabamos  de  citar  es  de  este  número;  i  como 
una  muestra  de  las  excelencias  de  nuestro  joven  poeta,  i  de 
los  defectos  o  yerros  en  que  algunas  veces  incurre,  la  copia- 
mos aquí  toda. 

VERSOS    ESCRITOS   i:\    UNA    TEMPESTAD 

Huracán,  huracán,  venir  le  Btento; 

¡  en  lil  soplo  abrasado, 

piro  entusiasmado 

«Id  Señor  ,1c  |,>s  aires  el  alíenlo. 

ün  .ila-,  de  i « 1 1  vientos  suspendida, 

He  rodar  por  el  espacio  inmenso, 

silencia  ndo,  irresistible, 

1  i  !    i .  i  t  Ierra  en  óalma 
funesta,  ahí 

r   ii  Caz  terrible. 

Al  toro  eoni  li.in 

teridos; 


tBRE  LAS  POESÍAS  DE  IIEREMA 


la  armada  frente  al  ciclo  levantando. 
i  en  la  hinchada  nariz  fuego  aspirando, 
llama  la  tempestad  con  sus  bramidos. 

¡Qué  nubes!  ¡qué  furor! El  sol  temblando 

vela  en  triste  vapor  su  faz  gloriosa, 

i  entre  sus  negras  sombras  solo  vierte 

luz  fúnebre  i  sombría, 

que  ni  es  noche  ni  dia, 

i  al  mundo  tiñe  de  color  de  muerte. 

Los  paj arillos  callan  i  so  esconden, 

mientra  el  fiero  huracán  viene  volando; 

i  en  los  lejanos  montes  retumbando, 

le  oyen  los  bosques,  i  a  su  voz  responden. 

Ya  llega....  ¿no  le  veis? ¡Cuál  desenvuelve 

su  manto  aterrador  i  majestuoso!... 

Jígante  de  los  aires,  te  saludo!.... 

Ved  cómo  en  confusión  vuelan  en  torno 

las  orlas  de  su  parda  vestidura. 

¡Cómo  en  el  horizonte 

sus  brazos  furibundos  ya  se  enarcan, 

i  tendidos  abarcan 

cuanto  alcanzo  a  mirar  de  monte  a  monte! 

¡Oscuridad  universal!  su  soplo 

levanta  en  torbellinos 

el  polvo  de  los  campos  ajilado. 

Oíd....!  Retumba  en  las  nubes  despeñado 

el  carro  del  Señor;  i  de  sus  ruedas 

brota  el  rayo  veloz,  se  precipita, 

hiere,  i  aterra  al  delincuente  suelo, 

i  en  su  lívida  luz  inunda  el  cielo. 

¡Qué  rumor!....  ¡Es  la  lluvia!....  Enfurecida 

cae  a  torrentes,  i  oscurece  el  mundo; 

i  todo  es  confusión  i  horror  profundo. 

Cielos,  colinas,  nubes,  caro  bosque, 

¿dónde  estáis?  ¿dónde  estáis?  os  busco  en  vano: 

desparecisteis  ...  La  tormenta  umbría 

en  los  aires  revuelve  un  océano 

que  todo  lo  sepulta.... 

Al  Un,  mundo  fatal,  nos  separamos; 

o]  huracán  i  yo  solos  oslamos. 


256  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


¡■Sublime  tempestad!  ¡cómo  en  tu  seno, 
de  tu  solemne  inspiración  henchido, 
al  mundo  vil  i  miserable  olvido, 
i  alzo  la  frente  de  delicia  lleno! 
¿Dó  está  el  alma  cobarde 

que  teme  tu  rujir? Yo  en  ti  me  elevo 

al  trono  del  Señor;  oigo  en  las  nubes 
el  eco  de  su  voz;  siento  a  la  tierra 
escucharle  i  temblar;  ardiente  lloro 
desciende  por  mis  pálidas  mejillas; 
i  a  su  alta  majestad  tiemblo,  i  le  adoro. 

Ilai  en  estos  versos  pinceladas  valientes;  i  para  que  nos 
den  puro  el  placer  de  la  mas  bella  poesía,  solo  se  echa  menos 
aquella  severidad  que  es  fruto  de  los  años  i  del  estudio. 

La  siguiente  es  otra  de  la  obras  del  señor  lleredia  en  que 
encontramos  mas  nobleza  i  elevación. 

FRAGMENTOS    DESCRIPTIVOS  DE    UN    POEMA    MEJICANO 

¡Oh!  ¡cuan  bella  es  la  tierra  que  habitaban 
los  aztecas  valientes!  En  su  seno, 
en  una  estrecha  zona  concentrados, 
con  asombro  veréis  todos  los  climas 
que  hai  desdo  el  polo  al  ecuador.  Sus  campos 
cubren,  ;i  par  de  las  doradas  mieses, 
las  cañas  deliciosas.  Kl  naranjo, 
i  la  pifia,  i  el  plátano  sonante, 
hijos  del  suelo  equinoccial,  so  mezclan 
a  la  frondosa  vid,  al  pino  agre 
i  di-  Minerva  al  árbol  majesluí 
Nievo  eterna!  corona  las  cabezas 

[ztaccfhual  purísimo,  Orizaba 
i  Popo<  atepet;  pero  el  Invierno 
nunca  aplicó  su  destructora  mano 
a  le  npos,  donde  ledo 

mira  <•!  Indio  en  púrpura  lljera 
i  oro  tefiir  ■  •.  ■>  i 

del  s-»i  en  oocidente,  que  al  alzai 
rdura  i  i-  rna 


JUICIO  SOBRE  LAS  POESÍAS  DE  HEKELilA 


257 


a  torrentes  vertió  su  luz  dorada, 
i  vio  a  naturaleza  conmovida 
a  su  dulce  calor  hervir  en  vida. 

Era  la  tarde.  La  lijera  brisa 
sus  alas  en  silencio  ya  plegaba, 
i  entre  la  yerba  i  árboles  dormía, 
mientras  el  ancho  sol  su  disco  hundía 
detras  de  Iztaccihual.  La  nieve  eterna, 
cual  disuelta  en  mar  de  oro,  semejaba 
temblar  en  torno  del;  un  arco  inmenso 
que  del  empíreo  en  el  cénit  finaba, 
como  el  pórtico  espléndido  del  cielo, 
de  luz  vestido  i  centellante  gloria, 
de  sus  últimos  rayos  recibía 
los  colorea  riquísimos;  su  brillo 
desfalleciendo  fué;  la  blanca  luna 
i  dos  o  tres  estrellas  solitarias 
en  el  cielo  desierto  se  veían. 
¡Crepúsculo  feliz!   llora  ma;  bella 
que  la  alma  noche  o  el  brillante  día, 
¡cuánto  es  dulce  tu  paz  al  alma  mia! 
Hallábame  sentado  de  Cholula 
on  la  antigua  pirámide.  Tendido 
el  llano  inmenso  que  a  mis  pies  vacia, 
mis  ojos  a  espaciarse  convidaba. 
¡Qué  silencio!  ¡qué  paz!  ¡Oh!  ¿quién  diría 
que,  en  medio  de  estos  campos,  reina  alzada 
la  bárbara  opresión,  i  que  esta  tierra 
brota  mieses  tan  ricas,  abonada 
con  sangre  do  hombres....? 
Bajó  la  noche  en  tanto.  De  la  esfera 
el  leve  azul,  oscuro  i  mas  oscuro 
se  fué  tornando.  La  lijera  sombra 
de  las  nubes  serenas,  que  volaban 
por  el  espacio  en  alas  de  la  brisa, 
fué  ya  visible  en  el  tendido  llano. 
Iztaccihual  purísimo  volvía 
de  los  trémulos  rayos  de  la  luna 
el  plateado  fulgor,  mientra  en  oriento. 
opús*:.  •  33 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


bien  como  chispas  de  oro,  retemblaban 

mil  estrellas  i  mil 

Al  paso  que  la  luna  declinaba, 

i  al  ocaso  por  grados  descendía, 

poco  a  poco  la  sombra  se  extendía 

do\  Popocatepet,  que  semejaba 

un  nocturno  fantasma.   El  arco  oscuro 

a  mí  llegó,  cubrióme,  i  avanzando 

fué  mayor,  i  mayor,  hasta  que  al  cabo 

en  sombra  universal  veló  la  tierra. 

Volví  los  ojos  al  volcan  sublime, 

que,  velado  en  vapores  trasparentes, 

sus  inmensos  contornos  dibujaba 

de  occidente  en  el  cielo. 

¡Jigante  de  Anahuáo!  ¡oh!  ¿cómo  el  vuelo 

de  las  edades  rápidas  no  imprime 

ninguna  huella  en  tu  nevada  frente? 

Corre  el  tiempo  feroz,  arrebatando 

años  i  siglos,  como  el  norte  fiero 

precipita  ante  sí  la  muchedumbre 

de  las  olas  del  mar.   Pueblos  i  reyes 

viste  hervir  a  tus  pies,  que  combatían 

cual  hora  combatimos,  i  llamaban 

eternas  sus  ciudades,  i  creían 

fatigar  a  la  tierra  con  su  gloria. 

Fueron:  de  ellos  no  resta  ni  memoria. 

¿1  tú  oterno  serás?  Tal  ve/  un  día 

do  tus  bases  profundas  desquiciado 

ÜS,  i  al  Anahuac  tus  va-tas  ruinas 

abrumarán;  levantaránse  cu  ellas 
¡eneraclones,  i  orgull 

que  liiiste  negarán 

¿Quién  afirmarme 
po  Irá  que  aqueste  mundo  que  habitamos 
no  es  el  cadáver  pálido  i  deforme 
otro  mundo  <[u<-  fu  '■' 


r.l  romance  qu<  exprime  con  udinirable  sencillez  la 

ternura  del  cariño  Rliul. 


IUICIO  SOBKE  f  as  PO&SÍAS  DB  HKREDIA 


A    MI    PADRE,    EN    SIS    DÍAS 

Ya  tu  familia  gozosa 
so  prepara,  amado  padre, 
a  solemnizar  la  fiesta 
de  tus  felices  natales. 
Yo,  el  primero  de  tus  hijos, 
también  primero  en  lo  ¡únanle. 
hoi  lo  mucho  que  te  deb<» 
con  algo  quiero  pagarte. 
¡Oh!  ¡cuan  gozoso  confieso 
que  tú  de  todos  los  pa>' 
has  sido  para  conmigo 
el  modelo  inimitable! 
Tomastes  a  cargo  tuyo 
el  cuidado  de  educarme, 
i  nunca  a  manos  ajenas 
mi  tierna  infancia  fiaste. 
Amor  a  todos  los  hombres. 
temor  a  Dios  me  inspiraste, 
odio  a  la  atroz  tiranía 
i  a  las  intrigas  infames. 
Oye,  pues,  los  tiernos  votos 
que  por  ti  Fileno  lnu 
i  que  de  su  labio  humildo 
basta  el  Eterno  so  parten. 
Por  largos  años,  el  cielo 
para  la  dicha  te  guarde 
de  la  esposa  que  te  adora 
i  de  tus  hijos  amantes. 
Puedas  mirar  tus  bisnietos- 
poco  a  poco  levantarse, 
como  los  bellos  retoños 
on  que  un  viejo  árbol  renace, 
cuando  al  impulso  del  tiempo 
la  frente  orgullosa  abate. 
Que  en  torno  tuyo  los  veas 
triscar  i  regocijarse, 
i  que,  entre  amor  i  respeto 
dudosos  i  vacilantes. 


260  OPÚSCL'CUS  LITEKAHIOS  I  CIÚTICOS 

halaguen  con  labio  tierno 
t'.i  cabeza  respetable. 
Deja  ([iio  los  opresores 

osen  faccioso  llamarlo. 

que  el  odio  de  los  perver 

ila  a  la  virtud  mas  rea 

En  vano  blanco  le  hicieran 

de  sus  intrigas  cobardes 

unos  reptiles  oscuros. 

sedientos  do  oro  i  de  sangre. 

Hombres  odiosos!....  Empero 

tu  alta  virtud  depuraste, 

cual  oro  al  crisol  descubro 

sus  finísimos  quilates. 

A  mis  ojos  te  engrandecen 

esos  honrosos  pesares; 

i  si  fueras  mas  dichoso, 

me  fueras  menos  amable. 

De  la  mísera  Caracas 

oye  al  pueblo  cual  te  aplaude, 

llamándote  con  ternura 

su  defensor  i  su  padre. 

Vive,  pues,  en  paz  .serena; 

jamas  la  calumnia  infame 

con  hálito  pestilente 

de  tu  honor  el  brillo  empañe 

Déte,  en  medio  de  tus  hijos, 

salud  BU  bálsamo  suave; 

i  bríndete  amor  risueño 

lai  caricias  conyugales. 

imp  Nucion  Qoa  hace  ostimar  tanto  la  virtuosa  sensibi- 
lidad del  sefior  Heredia,  oomo  admirar  bu  tálenlo,  [guales 
alabanza!  debemos  dar  a  loa  cuartetos  intitulados  Carácter 
di-  mí  padre,  Paréoeños  también  justo,  aunque  sea  a  posta 
de  una  'i.  esta  oportunidad  para  tributar  a 

lana  leí  difunto  señor   Heredia  el  respeto  i  agradeci- 

miento que  le  de]  imericano  por  su  oonduotaen  circuns- 

i  difícil"      i    '<  ilustre  majistrado  porto- 


JUICIO  SOBRE   ¡.AS  POESÍAS  DE  IIEREDÍA  261 

necio  a  una  do  las  primeras  familias  de  la  isla  de  Santo 
Domingo,  ele  donde  emigró,  según  entendemos,  al  tiempo  de 
la  cesión  de  aquella  colonia  a  la  Francia,  para  establecerse  en 
la  isla  de  Cuba,  donde  nació  nuestro  joven  poeta.  Elevado  a 
la  magistratura,  sirvió  la  rsjoncia  de  la  real  audiencia  de  Ca- 
racas durante  el  mando  de  Monte  verde  i  Bóves;  i  en  el  desem- 
peño do  sus  obligaciones,  no  sabemos  qué  resplandeció  mas,  si 
el  honor  i  la  fidelidad  al  gobierno,  cuya  causa  cometió  el  ye- 
rro de  seguir;  o  la  integridad  i  firmeza  con  que  hizo  oír 
(aunque  sin  fruto)  la  voz  de  la  lei;  o  su  humanidad  para  con 
los  habitantes  de  Venezuela,  tratados  por  aquellos  tiranos  i 
por  sus  desalmados  satélites  con  una  crueldad,  rapacidad  e 
insulto  inauditos.  El  rejente  íieredia  hizo  grandes  i  constan- 
isfuerzós,  ya  por  amansar  la  furia  de  una  soldadesca  bru- 
tal que  hollaba  escandalosamente  las  leyes  i  pactos,  ya  por 
infundir  a  los  americanos  las  esperanzas,  que  él  sin  duda  te- 
nia, de  que  la  nueva  constitución  española  pusiese  fin  a  un 
estado  de  cosas  tan  horroroso.  Desairado,  vilipendiado,  i  a 
fuerza  de  sinsabores  i  amarguras  arrastrado  al  sepulcro,  no 
logró  otra  cosa  que  dar  a  los  americanos  una  prueba  mas  de 
lo  ilusorio  de  aquellas  esperanzas. 

Volviendo  al  joven  Heredia,  desearíamos  que  hubiese  escri- 
to algo  mas  en  esto  estilo  sencillo  i  natural,  a  que  sabe  dar 
tanta  dulzura,  i  que  fuesen  en  mayor  número  las  composicio- 
nes destinadas  a  los  afectos  domésticos  e  inocentes,  i  menos 
las  del  ¡enero  erótico,  de  que  tenemos  ya  en  nuestra  lengua 
una  perniciosa  superabundancia. 

De  los  defectos  que  hemos  notado,  algunos  eran  de  la  edad 
del  poeta;  pero  otros  (i  en  esto  número  comprendemos  princi- 
palmente ciertas  faltas  de  prosodia)  son  del  país  en  que  nació 
i  se  educó;  i  otra  tercera  clase  pueden  atribuirse  al  contajio 
del  mal  ejemplo.  De  esta  clase  son  las  voces  i  terminaciones 
anticuadas,  con  que  algunos  creen  ennoblecer  el  estilo,  pero 
que  en  realidad  (si  no  se  emplean  mui  económica  i  oportuna- 
mente) le  hacen  afectado  i  pedantesco.  Los  arcaísmos  podrán 
tolerarse  alguna  vez,  i  aun  producirán  buen  efecto,  cuando  se 
trate  de  asuntos  de  mas  que  ordinaria  gravedad.  Pero   soltar- 


OPÚSCULO!)  LITERARIOS  1  CIÚTICOS 

los  a  cada  paso,  i  dejar  sin  necesidad  alguna  los  modos  de  de- 
cir que  llevan  el  cuño  del  uso  corriente,  únicos  que  nuestra 
alma  ha  podido  asociar  con  sus  afecciones,  i  los  mas  apropó- 
sito,  por  consiguiente,  para  despertarlas  de  nuevo,  es  un  abuso 
reprensible;  i  aunque  lo  veamos  autorizado  de  nombres  tan 
ilustres  como  los  de  Jovellános  i  Meléndez,  quisiéramos  se  lo 
destarrase  de  la  poesía,  i  se  le  declarase  comprendido  en  el 
anatema  que  ha  pronunciado  tiempo  há  el  buen  gusto  contra 
los  afeites  del  gongorismo  moderno.  En  los  versos  de  Uioja, 
de  L  >pe  tle  Vega,  de  los  Arjénsolas,  no  vemos  las  voces  anti- 
cuadas que  tanto  deleitaron  a  Meléndez  i  a  Cienfuégos.  Agré- 
gase a  esto  lo  mal  que  parecen  semejantes  remedos  de  anti- 
güedad en  ultras  que  por  otra  parte  distan  mucho  de  la  frase 
castiza  de  nuestra  lengua. 

Uno  de  los   arcaísmos  de  que  mas  se  ha  abusado,  es  la  in- 
flexión verbal  /Itera,  amara,  temiera,  en  el  sentido  de  plus- 
euamperfecto  indicativo.  Bastaría  para  condenarle  la  oscuridad 
que  puede  producir,  i  de  hecho  produce  no   pocas  veces,   por 
•  íicios  que  la  conjugación  castellana  tiene  ya  asig- 
nados a  esta  forma  del  verbo.   Pero  los    modernos,  i  en   espe- 
cial Meléndez.  no   contentos  con  el  uso  antiguo,   la  han  cm- 
1  i  «o    acepciones   que  creemos   no  ha   tenido  jamas.   Los 
antiguos  en  el  indicativo  no  la  hicieron  mas  que   plusouam- 
¡léndez,   i  a  su  ej enripio  el  señor  Heredia,  le  dan 
i  imbien  la  fuerza  de  1  »s  demás  pretéritos,  de  manera  que,  se- 
práotica,  e!   tiempo  .■////.■//■,•/,  ademas  de  sus  acopoio- 
;  i':.. i  i  condicional,  significa  amé,  amato  i  h&bia 

[  esto  no  es  una    verdadera  corrupción,    no  sabemos 

i  |  ■  i  '•  n 

i  que  el  estilo  de   la  poesía  moderna  nos  parece 

i  de   la  i  ito  severo,  es  el  oaracte. 

Mes  con  epitotos  sacados  de  la  metafísica 

de  l.i  debe  decir  que  un  talle  es  <■!<■- 

•,  que  n,  idrftic/a,  que  una  perspectiva  es 

pinlovescüf  que  un  volcan  o  una  catarata  es  sublime.  Estas 

ver  l.i  leros  barba  pn  el  idioma  de  las   mu- 

fica  las  imprc  ¡o- 


JUICIO  SOBRE  LAS  POE8ÍA8  DE  HE  HEDÍA  203 


nos  producidas  por  la  contemplación  de  los  objetos,  no  al  poe- 
ta, cuyo  oficio  es  pintarlos. 

Como  preservativo  de  estos  i  otros  vicios,  mucho  mas  dis- 
culpables en  el  señor  Ileredia  que  en  los  escritores  que  imita, 
le  recomendamos  el  estudio  (demasiado  desatendido  entre 
nosotros)  de  los  clásicos  castellanos  i  de  los  grandes  modelos 
de  la  antigüedad.  Los  unos  castigarán  su  dicción,  i  le  harán 
desdeñarse  del  oropel  de  voces  desusadas;  los  otros  acrisolarán 
su  gusto,  i  le  enseñarán  a  conservar,  aun  entre  los  arrebatos 
del  estro,  la  templanza  de  imajinácion,  que  no  pierde  jamas 
de  vista  a  la  naturaleza,  i  jamas  la  exajera,  ni  l.i  violenta. 

Nos  lisonjeamos  de  que  el  señor  Ileredia  atribuirá  la  liber- 
tad de  esta  censura  únicamente  a  nuestro  deseo  de  verle  dar 
a  luz  obras  acabadas,  dignas  de  un  talento  tan  sobresaliente 
como  el  suyo.  En  cuanto  a  la  resolución  manifestada  en  una 
nota  a  Los  placeres  de  la  melancolía  de  no  hacer  mas  versos, 
i  ni  aun  correjir  los  ya  hechos,  protestaríamos  altamente  con- 
tra este  suicidio  poético,  si  creyésemos  que  el  señor  Ileredia 
fuese  capaz  de  llevarlo  a  cabo.  Pero  las  musas  no  se  dejan 
desalojar  tan  fácilmente  del  corazón  que  una  vez  cautivaron, 
i  que  la  naturaleza  formó  para  sentir  i  expresar  sus  gracias. 

(Repertorio  Americano,  Año  de  1H-27.) 


JUICIO  CRITICO 

DE    DON    JOSÉ    GÓMEZ    HERMOSILLA 


SONETOS   DE  MORA  TIN 

Han  llegado  recientemente  a  Santiago  algunos  ejemplares 
del  Juicio  Critico  de  ¡os  principales  podas  españoles  de  la 
■ultima,  era,  obra  postuma  de  don  José  Gómez  llcrmosilla, 
publicada  en  París  el  año  pasado  por  don  Vicente  Salva.  Los 
aficionados  a  la  literatura  bailarán  en  esta  obra  mili  atinadas  i 
juiciosas  observaciones  sobre  el  uso  propio  de  varias  voces  i 
frases  castellanas,  i  algunas  también  que  tocan  al  buen  gusto 
en  las  formas  i  estilo  de  las  composiciones  poéticas,  si  bien 
es  preciso  confesar  que  el  Juicio  Critico  está  empapado,  no 
menos  que  el  Arte  de  hablar,  en  el  rigorismo  clásico  de  la 
escuela  a  que  perteneció  llcrmosilla,  como  ya  lo  reconoce  su 
ilustrado  editor. 

Eli  literatura,  bis  clásicos  i  románticos  tienen  cierta  seme- 
janza no  lejana  con  lo  que  son  en  la  política  los  lejitimislas  i 
los  liberales.  Mientras  que  para  los  primeros  es  inapelable  la 
autoridad  de  las  doctrinas  i  prácticas  que  llevan  el  sello  de  la 
antigüedad,  i  el  dar  un  paso  fuera  de  aquellos  trillados  sende- 
ros es  rebelarse  contra  los  sanos  principios,  los  segundos,  en 
su  conato  a  emancipar  el  injenio  de  trabas  inútiles,  i  por  lo 
mismo  perniciosas,  confunden  a  veces  la  libertad  con  lamas 
desenfrenada  licencia.  La  escuela  clásica  divide  i  separa  los 
jéneros  con  el  mismo  cuidado  que  la  secta   lejitfmista  las  va- 


,¡  neos 


rías  jerarquías  sociales;  la  gravedad  aristocrática  de  su  traje- 
día  i  su  oda  no  consiente  el  mas  lijero  roce  de  lo  plebeyo,  fa- 
miliar o  doméstico.  La  escuela  romántica,  por  el  contrario, 
hace  gala  de  acercar  i  confundir  las  condiciones;  lo  cómico  i 
lo  trájico  se  tocan,  o  mas  bien,  se  penetran  íntimamente  en 
sus  heterojéíieas  dramas;  el  interés  de  los  espectadores  se  re- 
parte cutre  el  bufón  i  el  monarca,  entre  la  prostituta  i  la  prin- 
cesa; i  el  esplendor  de  las  cortes  contrasta  con  el  sórdido  egoís- 
mo de  los  sentimientos  que  encubre,  i  que  so  hace  estudio  de 
poner  a  la  vista  con  recargados  colores.  Pudiera  llevarse  mu- 
cho mas  allá  este  paralelo,  i  acaso  nos  presentaría  afinidades 
i  analojías  curiosas.  Pero  lo  mas  notable  es  la  natural  alianza 
del  lejitiinismo  literario  con  el  político.  La  poesía  romántica 
es  de  alcurnia  inglesa,  como  el  gobierno  representativo  i  el 
juicio  por  jurados.  Sus  irrupciones  han  sido  simultáneas  con 
las  de  la  democracia  en  los  pueblos  del  mediodía  de  Europa.  I 
lns  mismos  escritores  (pie  han  lidiado  contra  el  progreso  en 
materias  de   lojislacion   i  gobierno,  han    sustentado    no  pocas 

-  la  lucha  contra  la  nueva  revolución   literaria,  defendien- 
do a  tolo  trance  las  antiguallas  autorizadas   por  el  respeto  su- 
le  nuestros  mayores:  Ios-códigos  poéticos  de  Até- 

.  1;  i  u  i.  i  de  la  Francia  de  Luis  XIV.    I>e  lo  cual  tenemos 
una  muestra  en  don  José  Gómez  llermosilla,  ultra-inonarquis- 

i)  política,  i  ultra-clásico  en  literatura. 
Mas  aun    fuera    de  los   puntos  de    diverjeneia  entre    las  dos 
escuelas,  son  muchas  las  opiniones  de  este  célebre   literato,  de 

que  ii  timos  inclinados  a  disentir.  Si  se  presta  alguna 

ateno  /aciones  que  vamos  a  someter  al  juicio  do 

•  hallará    que  las  aluviones  de   ller- 

.  da  son  a  veces  precipitadas,  i  sus  fallos  erróneos;  que  su 

rada  como  mi   alabanza;  que  tiene  una 

vend  para  p  ircibir  los  defectos  de  su  autor  favori* 

i  tiempo  que  escudriña  con   una  perspicacia  mi- 

mperfecciones  i  deslices  de   los  "tros,  si  asi 

mtes  qu  ios  a  la  lijera  «ai 

|i  .  lido  hurlar  a  OOUpaoioneS  nías  80- 

ian  del  lodo  i  que  cultivan 


JUICIO  CIÚTICO  DE  DON  JOSÉ  GÓMEZ  UERMOSILLA  267 

la  literatura,  cuyo  número  (como  lo  hemos  dicho  otras  veces, 
i  nos  felicitamos  de  ver  cada  dia  nuevos  motivos  do  repetirlo  , 
se  aumenta  rápidamente  entre  nosotros.  La  materia  es  larga; 
i  esto  nos  impone  la  obligación  de  ceñirnos  a  la  menor  exten- 
sión posible. 

El  autor  principia  por  don  Leandro  Fernández  deMoratin, 
uno  de  los  escritores  mas  puros  i  castigados  que  tenemos  en 
nuestra  lengua  castellana.  No  convenimos  ni  con  los  que  nie- 
gan a  Moratin  las  dotes  del  injenio  poético,  ni  con  los  que  le 
consideran  exclusiva  o  principalmente  como  poeta  dramático. 
Algunas  ilü  sus  composiciones  líricas  nos  parecen  de  un  orden 
muí  elevado,  a  que  no  llegan  sus  mejores  comedias.  Mas  no 
por  eso  estamos  dispuestos  a  suscribir  a  los  entusiásticos  clo- 
jios  de  Hermosilla,  que  le  mira  como  un  modelo  acabado  de. 
todas  las  perfecciones  en  todos  los  j eneros.  En  la  primera  línea 
del  primer.»  de  sus  s  >nct  >s,  nos  encontramos  ya  con  aquella 
trasposición  favorita,  que  da  cierto  resabio  de  amaneramiento 
a  bu  estilo: 

lisios  que  levantó  de  mármol  duro 
sacros  altares  la  ciudad  famosa,  ele. 

Los  que  huyeron  aprisa 
crespos  cabellos  que  en  mi  frente  vi. 

Los  que  al  mundo 

Naturaleza  dio,  males  crueles. 

listos  (pie  formo,  de  primor  desnudos. 
no  castigados  de  tu  docta  ama, 
fáciles  versos. 

Ese  que  duermes  en  ebúrnea  cuna 
pequeño  infante. 

Esta  que  me  inspiró  i'á il  Tulla 

moral  lección 

Esta  que  ves  llegar  máquina  lenta. 

La  do  cisnes  candidos  tirada 

concha  de  Venus 

etc.  etc. 


OPÚSCULOS  LITEH ARIOS  I  CIÚTICOS 


le  esta  trasposición  no  solo  es  permitida,  sino  elegante, 
es  indisputable.  Mioja  principia  con  ella  su  incomparable  can- 
ción .1  fas  I  urinas  de  Itálica: 

Estos,  Fabio,  ¡ai  dolor!  que  ves  abora 
campos  de  soledad 

Pero  es  necesario  economizarla.  En  su  frecuente  uso  (como 
en  otras  cosas),  imitó  Moratin  el  estilo,  quiza  demasiado  artifi- 
cial, de  los  líricos  italianos,  cuya  lengua,  por  otra  parte,  se 
presta  masque  la  nuestra  a  las  inversiones,  aun  en  prosa.  Se 
cree  que  con  semejantes  artificios  se  ennoblece  el  estilo;  lo 
que  se  logra  las  mas  veces  es  alejarlo  del  idioma  natural  i  sen- 
cillo en  que  los  hombres  expresan  ordinariamente  sus  pensa- 
mientos i  afectos. 

( )tra  cosa  que  notamos  en  las  obras  líricas  de  Moratin  i  de 
los  demás  clasiquistas,  es  el  prurito  continuo  de  emplear  las 
imájenes  de  la  mitolojía  jentílica,  de  que  no  se  lian  abstenido 
ni  aun  en  sus  composiciones  sagradas.  Nos  choca  la  palabra 
Averno  en  asuntos  tan  eminentemente  cristianos  como  el  del 
soneto  .1  /.•(  Capilla  del  Pilar  de  Zaragoza,  i  el  del  cántico 
de  los  Padres  del  Limito.  Lo  mismo  decimos  tlel  Olimpo  en 
laodaOm  motivode  la  fiesta  secular  de  Lendinara.  En  el 
soneto  .\  //o//  ,Jn;i)i  Bautista  ('mili, — F<>bo,  desde  la  tierna 
infancia  de  Moratin^  quiso  que  ¡misara  el  plectro  de 
marfil  i  go¡  \rdes  bosques  i  la  [nenie  fria   del 

ilélicona.  Mas  adelante,  el  coro  de  las  musan  oye  suspen- 
so el  canto  de  Moratin.  En  el  soneto  \  Flérida  poetisa^ — 
ninfa  del  rio  Turia  pulsa  en  el  castalio  coro  la  <■/- 
tara  i  latina.  Mas  ¿para  qué  oitar  ejemplos?  Rarísimo 

el  b  meto,  oda,  cántico,  silva,  romaneo,  en  que  no  haya 
de  esta  tanta  jioa.  Da  lástima 

i  tan  hermosos  unas 
I  marchit 
también,  i i  peculiar  del  estilo  clásico,  el  abu- 

i,    la  inania    de   sustituir  a    \\\\    nombro 

del  objeto.  8e  buscan  la  sublimi- 
tu  li  icU    i  ambiciosas 


JUICIO  CRÍTICO  DE  DON  JOSÉ  GÓMEZ  HEIIMOSILLA  «-'-I 

perífrasis;  i  se  disfraza  no  pocas  veces  con  estos  artificiales 
atavíos  la  pobreza  real  de  los  pensamientos  e  imájenes.  Ni 
aun  la  voz  Pilar  se  encuentra  en  el  primero  de  los  sonetos  de 
Moratin  poco  há  eita'dos,  que  si  no  fuera  por  el  epígrafe,  sería 
quizas  un  verdadero  enigma  para  el  mayor  número  de  los 
lectores. 

Soneto  Las  Masas.  Sus  oficios  no  nos  parecen  tan  bien 
deelarados,  como  dice  llermosilla.  Polimnia  (la  de  mucho* 
himnos,  quo  eso  significa  su  nombre)  era,  según  algunos, 
la  diosa  del  canto  i  de  la  retórica.  \o  sabemos  con  qué  fun- 
damento la  haga  presidir  Moratin  a  la  poesía  didáctica: 

Sabia  Polimnia,  en  razonar  sonoro, 
verdades  dicta,  disipando  errores. 
De  Irania  dice  que 

Mide  ....  los  cercos  superiores 
de  los  planetas  i  el  luciente  coro: 

expresión  que  no  nos  parece  ni  exacta,  ni  clara.  Los  cercos 
superiores  de  los  planetas  no  pueden  ser  otra  cosa  quo  las 
órbitas  del  Sol,  Marte,  Júpiter  i  Saturno,  de  manera  que  la 
Luna,  Mercurio  i  Venus  quedan  excluidos,  sin  motivo  alguno, 
déla  jurisdicción  de  esta  musa.  Ni  acertamos  a  determinar  la 
idea  precisa  significada  por  el  luciente  coro.  Si  lo  forman 
todos  los  astros,  como  debiera  ser,  la  mención  especial  de  los 
planetas  superiores  es  una  redundancia.  Si  solamente  las  es- 
trellas fijas,  no  vemos  razón  para  que  no  concurran  a  él  las 
mas  móviles  i  espléndidas  de  las  antorchas  celestes,  como  lo 
son  a  nuestra  vista  los  planetas. 

Mudanzas  de  la  suerte  i  sus  rigores 
Melpómene  feroz  bañada  en  llanto. 

Rigores  después  do  mudanzas  de  la  suerte  es  ripio.  Fe- 
roz i  bañada  en  llanto  son  dos  epítetos  que  no  pueden 
convenir  simultáneamente  a  una  misma  persona. 

Pinta  vicios  ridículos  Taba 
en  fábulas  que  anima  deleitosas, 
i  ésta  le  inspira  al  español  I  natío. 


'¿70  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

Este  !<•  pleonástico,  introducido  solamente  para  llenar  el 
verso,  liaee  floja  i  desgraciada  la  conclusión.  El  soneto  no  es 
digno  de  -Moratin. 

Junio  Bruto.  Notan  perfecto  -como  juzga  Ilermosilla.  El 
senado  no  tenia  que  hacer  en  los  juicios;  ni  se  quemaba  in- 
cienso a  los  dioses  en  las  ejecuciones  sangrientas;  ni  los  a//a- 
res  de  oro  convienen  a  la  sencillez  i  pobreza  de  la  infancia 
de  Roma  republicana,  que  bien  merecía  alguna  pincelada  en  el 
cuadro:  Famam  sequere. 

Valerio  alza  la  diestra;  en  ese  instante, 
al  uno  i  otro  joven  i n felice 
hiere  el  lictor,  i  las  cabezas  toma. 

Obsérveselo  que  una  frase  superfina,  introducida  únicamen- 
te para  proporcionar  una  rima,  puede  perjudicar  a  la  exactitud 
de  las  ideas  i  a  la  verdad  de  la  descripción.  La  inútil  inser- 
ción de  en  ese  instante  nos  obliga  a  mirar  como  simultáneos 
los  dos  golpes  sucesivos  del  hacha  sobre  los  cuellos  de  los  dos 
jóvenes,  i  lo  que  OS  mas,  como  simultáneo   con    ambos  golpes 
el  .1  íto  de  tomar  las  cabezas,  loquedaal  ministerio  terrible  del 
verdugo  la  celeridad  intempestiva  i   algo  ridicula  de  un  juego 
is.   A  lemas  no  se  alcanza  para  qué  toma  el  lictor  las 
-i  n  i  es  para  dar  un  o  ensoñante  a  Roma.  Si  se  di- 
ntelas alza  o  levanta,  entenderíamos  que  las  muestra 
al  pueblo;  pero  tomar  no  sujiere  esa  idea. 

Gracias,  Jóve  inmortal:  \a  es  libre  Roma. 

Conclusión  sublime  i  verdaderamente  romana;  pero  es  justo 

observar  que  Moratin  la  sacó  totidem  verbis  del  final  de  una 
lia  francesa,  que  tiene  el  mismo  asunto  que  bu  soneto: 

I;. >me  est  libre,  il  sufrí  I :  rendí  i   aux  dieux. 

Pcrmfl  letenernos  en  una  cuestión  puramente  gra- 

ratin  lia  dicho  en  este  sonrio  las  haces,  oonfor- 
n  du  1 1  con  ol  l>i<-r¡<m;iri<>  de  la  [endemia  Espa- 

Ve  ¡de  mi  petO  B    la  autoridad  de  QSte  sabio 

.  i  n  el  ¡énoro  femonino  de  //,< 


JUICIO  CIÚTICO  DIS  DON  JOSÉ  GÓMEZ  ÍJL'UMCSfLLA 


Estas  linces  eran  irnos  Jiaces  de  varas:  la  palabra  no  significa 
otra  cosa.  Esa  misma  era  la  significación  del  latino  fasces^ 
masculino.  Esa  misma  es  la  del  francés  faisceaux,  masculi- 
no. Valbuena,  en  su  diccionario  latino-español  (cuarta  edi- 
ción), exponiendo  la  palabra  FASCIS,  dice:  «Fascis,  haz,  mano- 
jo. Fasces,  los  haces  de  varas,  atados  con  una  hacha  en  me- 
dio, que  llevaban  delante  los  lictores  por  insignia  de  los  pre- 
tores provinciales,  procónsules,  pretores  urbanos,  cónsules  i 
dictadores.  Suva  mil  tere  fasces,  bajar  los  haces:  cortesía  que 
usaban  los  majistrados  menores  cuando  so  encontraban  con 
los  mayores.»  Casi  otro  tanto  repite  en  su  diccionario  español- 
latino  v.  haz.  El  punto,  en  nuestro  concepto,  no  admite  duda. 

Otra  cuestión:  ¿es  anticuado  haces  en  el  sentido  de  que 
trata,  como  enseña  la  Academia?  (Nos  referimos  a  la  séptima 
edición  del  Diccionario.)  Pero  si  /taces,  significando  manojos, 
no  es  anticuado,  ¿por  qué  ha  de  serlo  significando  los  manojos 
de  varas  de  que  iban  armados  los  lictores?  Sobre  todo,  ahí 
está  Moratin,  que,  pudiendo  haber  preferido  la  forma  reco- 
mendada por  la  Academia,  se  abstuvo  de  hacerlo;  i  no  era  él 
hombre  que  anduviese  a  caza  de  palabritas  anticuadas  para 
embutirlas  en  sus  versos. 

Tercera  cuestión:  ¿es  fasces  femenino,  como  pretende  la 
Academia?  La  voz  es  enteramente  latina,  i  esto  basta  para  de- 
cidir la  cuestión.  Si  el  Diccionario  Latino  de  Valbuena  le 
da  ese  jénero,  ha  sido  probablemente  descuido  del  impresor; 
i  no  está  de  mas  notarlo,  porque  lo  vemos  copiado  inadvertida- 
mente en  la  edición  de  don  Vicente  Salva. 

Rodrigo:  excelente  soneto. — Sin  embargo  de  lo  que  dice 
llermosilla,  no  nos  parece  que  sean  dignos  de  señalarse  como 
particularmente  felices  los  epítetos  ronco  estruendo,  ignora- 
da xenda,  estrago  horrendo,  sombra  fria,  herido  i  débil ,  i 
raudal  ondoso,  que  se  encuentran  en  los  mas  adocenados 
poetas,  aplicados  a  los  mismos  objetos  en  circunstancias  aná- 
logas.— En  cuanto  a  militar  porfía,  que,  según  llermosilla, 
no  es  una  buena  perífrasis  para  significar  un  combate  obstina- 
do, porque  porfía  es  contienda  o  disputa  de  palabras,  nos 
apartamos   también  de  su  dictamen,   i  lo  hacemos  ahora  con 


OPL'SCl.'LOS  LiTEKAIUOS  I  CIÚTICOS 


mas  confianza,  porque  tenemos  a  nuestro  favor  el  sufrajio  de 
la  Academia,  que  da  a  porfía,  secundariamente  la  acepción  je- 
neral  de  «continuación  o  repetición  de  una  cosa  muchas  veces 
con  ahínco  i  tesón.»  Moratin  ha  dicho  sangrienta  militar 
por  fía  y  i  ese  epíteto  hace  todavía  mas  clara  i  determinada  la 
frase. — El  segundo  terceto,  en  que  se  pinta  la  muerte  de  Ro- 
drigo en  el  Guadalete,  es  bellísimo: 

Surca  las  aguas;  cede  al  poderoso 
ímpetu;  espira  el  infeliz;  i  entrega 
el  cuerpo,  al  fondo;  a  la  corriente,  el  manto. 

(  "  'utas  de  Eliodora  Saltatriz.  En  las 

hechuras  i  puntadas 

de  madama  Bnrlet  i  del  platero,    • 

Hermosilla  nota,  con  alguna  razón,  que,  tal  como  está  la  pala- 
bra, parece  que  el  platero  se  hace  pagar,  no  solo  sus  hechuras, 
sino  sus  puntadas,  como  si  fuera  sastre  o  modista.  Ademas, 
puntadas  se  incluye  en  hechur&8i  i  es  ripio. 

La  Noche  de  Montiel.  El  rei  de  Castilla  don  Pedro  el 
Cruel,  estrechamente  bloqueado  en  Montiel  por  su  hermano  el 
infante  don  Enrique  de  Trastamara,  trató  de  corromper  la  fi- 
delidad del  condestable  Beltran  Duguesclin,  que  con  una  com- 
pañía tic  franceses  ayudaba  al  infante.  Beltran  no  hizo  escrú- 
pulo de  engañar  al  rei,  i  le  convidó  a  una  entrevista  nocturna, 
en  que  don  Pedro  so  encontró  inopinadamente  con  su  rival. 
Trabada  entre  ellos  la  lucha,  como  la  desoribe  Moratin,  Beltran 
intervino,  favoreciendo  al  infante,  que  se  hallaba  ya  a  punto 
de  perder  la  vida.  Eli  Cata]  efecl  i  de  esta  alevosa  intervención 
i  que  se  indica  en  1"-  versos: 

Beltran  [aunque  sus  glorias  amancilla) 
tni  temido  Instante. 

Pero  la  exp  «ira  <•  Impropia,  Lo  que  trueca  Bol- 

instante  de  la   muerte,   sino   la  ví.ti- 
El  epíteto  de  lucha  o&cil&nte  merecía  notarse  como  mas 

•  leí  soneto  de  Rodrigo. 


JUICIO  CRÍTICO  DE  DON  JOSÉ  GÓMEZ  HERMOSILLA 


A  Clori  histrionisa.  Viejo  cuadro  de  mitolojía  griega,  pero 
bien  barnizado.  El  vinoso  auriga  es  del  vocabulario  culterano 
de  los  discípulos  de  Góngora. 

No  va  menos  dichosa  i  opulenta, 
que  la  de  cisnes  candidos  tirada 
concha  de  Venus,  cuando  en  la  morada 
celeste  al  padre  ufana  se  presenta. 

El  tercer  verso  de  este  cuarteto  es  lánguido.  Pero  el  epíteto 
opulenta,  con  perdón  del  señor  Ilermosiila,  es  propio  i  opor- 
tuno. Decir  que  el  coche  simón  que  conduce  a  la  bella  come- 
dianta,  no  va  menos  dichoso  i  rico,  que  la  concha  en  que  Ve- 
nus se  presenta  ufana  a  su  padre,  no  es  decir  que  el  coche 
simón  sea  rico  do  suyo.  El  carruaje  mas  desastrado  puede  ir 
opulento  por  la  carga  que  lleva. 

A  Clori  declamando  en  fábula  trújica. 

¿Qué  acento  de  dolor  el  alma  vino 
a  herir?  ¿Qué  funeral  adorno  es  este/ 
¿Qué  hai  en  el  orbe  que  a  tas  luces  cueste 
el  llanto  que  las  turba  cristalino? 

¿Pudo  esfuerzo  mortal,  pudo  el  destino 
así  ofender  SU  espíritu  celeste? 
¿O  es  todo  engaño,  i  quiere  Amor  qu3  preste 
a  sa  labio  i  SU  acción  poder  divino? 

Algo  violenta  es  esta  transición  do  la  segunda  persona  a  la 
tercera  en  el  sexto  verso.  Lo  mismo  decimos  de  la  de  un  su- 
jeto a  otro  en  el  undécimo.  El  amor,  dice  el  poeta,  quiere  que 
Clori,  exenta  de  los  sentimientos  que  ella  inspira, 

silencio  imponga  al  vulgo  clamoroso, 
i  dócil  a  su  vo/.  se  angustie  i  llore. 

La  construcción  pide  que  el  se  angustie  i  llore  se  refiera  a 
Clori,  i  la  intención  del  poeta  es  que  se  refiera  al  culgo. 

Para  el  retrato  de  Felipe  Blanco.  Uno  de  los  mejores  so- 
netos de  Moratin  i  de  la  lengua  castellana. 

OPÚSC,  35 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICO? 


A  ¡a  memoria  de  clon  Juan  Meléndez  Valdcz.  Bellísimo, 
no  obstante  los  resabios  de  mitolojía. 

El  de  La  Despedida  es  también  de  un  mérito  sobresaliente. 

A  la  exposición  de  los  jyroductos  de  las  artes  en  el  Lou- 
vre.  Tenemos  el  mientra  por  errata.  Moratin  no  gustaba  de 
arcaísmos;  i  nunca  los  empleó,  sino  cuando  le  fueron  absoluta- 
mente necesarios  para  el  ritmo;  i  auu  eso  con  suma  modera- 
ción. 

A  la  Muerte  de  Máiquez.  Excelente. 

A  un  cuadro  de  Guerin.  Llorar  Héctor  sin  vida  i  Ilécuba 
doliente,  siendo  Héctor  i  Ilécuba  los  objetos  llorados,  no  lo 
consiente  nuestra  lengua.  El  acusativo  de  nombre  propio  sin 
artículo  debe  ir  precedido  de  la  preposición  a.  Ilermosilla  no 
suele  ser  el  delicado  i  severo  Ilermosilla,  cuando  toma  a  Mo- 
ratin en  la  mano. 

Al  autor  de  las  Jeórjicas  Portuguesas.  La  levísima  dureza 
de  inextinguible  gloria  solo  consiste,  si  no  nos  engañamos, 
en  la  proximidad  de  ble,  glo,  articulaciones  heridas  ambas  por 
la  líquida  l.  La  sustitución  del  epíteto  interminable,  o  ¿n- 
mar cesible,  sujerida  por  Ilermosilla,  dejaría  subsistir  el  de- 
fecto . 

A  una  bailarina  de  Burdeos. 

O  on  bre^o  sueño  su  inquietud  reposa, 

0  el  aire  hiende,  la  prisión  burlada, 
dulces  afectos  inspirar  la  agrada. 

El  sentido  es  «ya  repose  dormida,  ya  hienda  el  aire.»  El 
ojo  de  los  indicativos,  reposa,  hiende ¡  es  un  solecismo,  en 

que  Moratin  no  habría  incurrido,  sino  por  la  violencia  que  ha- 

1  runa,  a  lofl  nías  esmerados  poetas. 

II 
CJÜ  I    ODAS   DE   MonvriN 

La  Anunciación.  Bastante  bueno;  pero  no  tanto 
que  justifique  los  inmoderados  elojios  de  rlermosilla,  que  ¡ 
aquí  I  le  una  ilidad    •  Nótese  todo  ái . 


IB  DON  JOSÉ  GÓMEZ  HEKMOSILLA 

dice,    porque   todo  os  lo   mejor   que   pudo   hacerse,   dado    el 
asunto.» 

Cántico  A  nombre  de  unas  niñas  ('¿¡uniólas  de  una  /'mut- 
ua, refujiada  en  Francia.  El  coro  es  de  lo  mas  débil  que 
lió  de  la  pluma  de  Moratin: 

Si  la  ([no  liel  se  ajut 
a  tu  lei  soberana, 
en  leve  sombra  i  vana 
se  debe  disipar; 

Antes  la  Parea  adusta. 
que  le  amenaza  liera. 
de  crímenes  pudiera 
la  tierra  libertar. 

Todo  esto  se  reduce  a  decirnos  que,  debiendo  morir  un;!  tan 
buena  señora,  la  muerte  pudiera  acabar  primero  con  los  mal- 
vados: pensamiento  que  seguramente  no  tiene  nada  que  lo 
recomiende.  El  segundo  verso  carece  de  la  cadencia  rítmica 
necesaria  para  el  canto.  Parca  es  una  dios  i  jentílica,  cuyo 
nombre  no  suena  bien  en  una  poesía  devota.  Adusta  i  fiera  son 
dos  epítetos  ((ue  ofrecen  aquí  süstancialmente  una  misma  idea, 
en  una  misma  oración;  que  califican  a  un  mismo  objeto,  i  ri- 
man i  llenan  el  verso,  i  nada  mas:  con  uno  de  ellos,  «obraba. 
Pero  lo  peor  de  todo,  en  nuestro  juicio,  es  la  i  lea  expresada 
por  los  versos  tercero  i  cuarto.  ¿Cómo  podían  figurarse  unas 
niñas  cristianas  que  todo  lo  que  halda  de  quedar  de  su  bienhe- 
chora después  de  la  muerte  era  una  sombraleve  i  rana'.'  ¿Po- 
dían olvidar  la  recompensa  prometida  a  la  virtud  en  una  exis- 
tencia muí  diferente  de  la  de  las  sombras  o  manes  jenlílicos? 
Algunas  de  estas  faltas  pasarán  por  pecadillos  veniales;  pero 
tantas,  acumuladas  en  ocho  rengloncitos  heptasílabos,  hubie- 
ran parecido  a  Ilermosilla  mas  que  lo  bastante  para  llamarlos 
¡'(ojillos,  si  los  hubiera  encontrado  en  Noroña  o  Cienfuégos. 

Oda  Con  motivo  de  la  ¡i<>s!;i  ¿ocular  de  Lendinara.  Dul- 
císima. Ella  sola  sería  suficiente  para  dar  a  Moratin  un  lugar 
elevado  entre  los  líricos  españoles.  El  juicio  de  Hermosilla 
está  en  todo  conforme  con  el  nuestro  en  cuanto  a  la  sobresa- 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


liento  belleza  i  elegancia  de  esta  oda,  que  es  una  de  las  mejo- 
res que  se  han  compuesto  en  español. 
Oda  A  Joceilános. 

Id,  en  las  alas  del  raudo  céfiro, 
humildes  versos,  de  las  floridas 
vegas  quo  diáfano  fecunda  el  Arlas, 
a  donde  lento  mi  patrio  rio 
ve  los  alcázares  de  Mantua  excelsa. 

Ilermosilla  dice  que  esto  metro  era  desconocido  en  el  Par- 
naso castellano  untes  de  Mora  ti  ti.  Pero  propiamente  el  verso 
es  pentasílabo,  conocido  i  usado  de  largo  tiempo  atrás: 

Id  en  las  alas 
del  raudo  céfiro, 
humildes  versos, 
do  las  floridas 
vegas  que  diáfano,  etc. 

No  consiste  la  unidad  del  verso  en  que  el  autor  haya  querido 
escribirlo  en  una  sola  linca,  sino  en  no  poderse  dividir  cons- 
tantemente en  dos  o  mas  miembros  de  determinado  número 
de.  sílabas,  i  separados  uno  do  otro  de  manera  que,  entre  la 
sílaba  final  del  primero  i  la  inicial  de]  segundo,  no  haya  nunca 
sinalefa,  i  en  que  cualquiera  de  los  miembros  tenga  una  sílaba 
menos,  si  i  lo,  i  una  mas,  si  os  esdrújulo.  Ahora  bien,  la 

|  Jovellános  no  tiene  sinalefa  alguna  en  el  paraje  indica- 
do, i  presenta  el  aumento  de  silaba  en  iodos  los  finales  esdrú- 
julos, a  cualquiera  miembro  que  pertenezcan. 

Od  i  la.  l/i  idea  principal  i  muchos  de  los  pormenores 

sm  de  l  i  livo,  cuerdas  do  úrot  plectro^  la 

madre  do  lo  i,  i  arasen  nirto  iflores,  ¿A 

qué  boml  aderamente  enamorado  bq  le  oourren  jamas 

amante  se  encomienda  hoi  a  Venus  para  qué 

ablande  el  cora/mi  de  BU  amada.''  Hioi  n'est  beau  qUO  le  nv//. 

ilermosilla  no  nubil  ra  talvez  perdonado  a  otro  poeta  el  penúl- 
timo verso,  quo,  sobre  no  bot  muí  decente,  i  prosaico. 

te  do  i '"//'/".  Muí  bolla;  i  mejor  i  no 


JUICIO  CRÍTICO  US  DON  JOSÉ  GÓMEZ  IIERMOSILLA  ti  > 

se  encontrasen  en  ella,  como  de  costumbre,  las  nuevo  áellc- 
licono,  con  su  lira  de  marfil,  i  el  Pindó,  i  la  caña  -pastoril 
de  Tcócrito,  i  la  Parca,  i  Febo.  ¡Qué  prurito  de  jentilizar! — 
No  nos  agrada  el  Numen  para  significar  el  verdadero  Dios: 

I  el  cántico  festivo 
que  en  bélica  armonía 
el  pueblo  fujitivo 
al  Numen  dirijía, 
cuando  el  feroz  ejército 
hundió  en  su  centro  el  mar. 

Parece  que  se  tratara  de  una  divinidad  mitolójica.  Bélica  no 
era  ciertamente  la  armonía  délos  cantares  que  entonaban  los 
israelitas  celebrando  el  poder  de  Jehová,  que  había  destruido 
a  su  enemigo.  Ni  el  ejército  de  Faraón  fué  hundido  en  el 
centro  del  mar,  sino  en  una  de  su  extremidades.  A  pesar  de 
estos  pequeños  lunares,  que  resaltan  mas  en  un  estilo  tan  ha- 
bitualmente  esmerado  i  correcto,  convendremos  en  que  la 
composición,  aunque  no  corresponda  a  todas  las  alabanzas  de 
Ilermosilla,  es  una  de  las  mejores  de  Iiwco  Celenio. 

Oda  A  Rosinda  histrión  isa.  No  sabemos  por  qué  razón  el 
el  ojio  extendido  de  una  actriz  debiese  escribirse,  como  preten- 
de Ilermosilla,  en  un  romance  octosilábico,  i  no  en  versos 
anacreónticos.  Los  de  esta  poesía  no  lo  son  realmente,  sino 
estrofas  heptasílabas  de  cuatro  versos,  que  es  cosa  diversa, 
(■omo  mas  adelante  veremos.  Ella  es  una  verdadera  i  hermosa 
oda  en  el  tono  de  la  Quis  multa  gracilis  te  puer  in  rosa  de 
Horacio.  Notaremos  (ademas  del  abuso  perpetuo  de  la  mitolo- 
gía) el  le  pleonástico  de 

El  tiro  que  destinas 
al  flechero  le  vuelves; 

el  opiteto  de  cítara  en  la  estrofa: 

Por  mí  sus  alabanzas 
serán  cantadas  siempre 
en  acentos  suaves 
de  citara 'doliente 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

¿Por  qué  había  de  ser  doliente  una  cítara  que  se  empleaba  en 
cantar  alabanzas?  Solo  porque  era  necesario  para  el  asonante. 
Oda  Los  Dias.  Cuestión  entre  Hermosilla  i  Tinco  sobre  si 
tacreóntica  o  no  es  anacreóntica.  ¿Qué  importa  el  nombre? 
[ue  se  podría  dudar  es  si  el  metro  es  o  no  adecuado  a  la 
materia,  i  si  el  poeta  ha  sabido  desempeñarla.  En  realidad  de 
verdad,  la  composición  es  una  sátira,  i  tan  sátira  como  cual- 
quiera  de   las   de   Horacio;    la  Ibum   forte  via  sacra,   por 
ejemplo. 

O  la  A  la  memoria  de  don  Nicolás  Fernández  de  Mo- 
ral in.    Diga   lo  que   quiera  Hermosilla,  no  es  anacreóntica, 
sino  verdadera  oda  elejíaca,  como  la  Quis  desiderio  sil  pu- 
dor nnt  modus  de  Horacio.  Ni  podemos  tampoco  persuadir- 
nos a  que,  siendo  elejíaca,  no  debió  componerse  en  el  roman- 
cillo heptasílabo.  ¿Por  qué  hemos  de  creer  que  este  verso  no 
sirva  mas  que  para  retozos  i  brindis?   Nuestro  crítico  olvidó 
(jue  las  odas  i  endechas  heptasüabas  so  componían  siempre  en 
cstrofilias  de  a  cuatro,  como  las  de  esta  composición,  lo  que 
I   ;.■  hacerse  en  la  verdadera  anacreóntica,   que  es  Ubre    i 
desembarazada  en  su  marcha.  En  la  métrica  castellana,  se  lla- 
maron endechan  las  estrofas  de  esa  clase,  i  endechas  reales 
onstaban  de  tres  heptasüabos  i  un  endecasílabo;  i  es 
Sabido   que  a  lis  canciones  lúgubres   36  daba    el  nombre 
de  end  ■•■h;is)  lo  que  indica  que  se  miraba  la  estrofa  heptásí- 
1  aba  como  apropiada  a  lo  triste  i  lamentable:  la  denominación 
i  materia  se  '<  a  la  forma.  Pero  no  disputemos  so- 

is o  no  a  propósito  el  romanee    heptasílabo  en 
regulares  para   los   asuntos   suaves,    tiernos  i  tristes? 
ii  la  \'-r  ladera  cuestión;  i  para  deoidirla  «mi  el  sentido  de 
iu  i  el  nuestro,  basta  citar  Las  Barquillas  de  Lope. 
\'o  se  puede  negar  que  liai  muoha  suavidad  i  elegancia  en 
tposicion  de  Moratin.  Diremos  con  todo  (¡ue  la  corva 
,  impropio;  ¿cómo  pudieran   guardarse 

la*  fl  'erO  lo  peor  de  lodo  es  (pie  no 

perarse,  un  hijo  que 
su  padre,  sino  un  pastor 

[1 1  que  1!  del  Tcrmodonte,  cuya  alma 


JUICIO  CRÍTICO  DE  DON"  JOSÉ  GÓMEZ  HERMOSILLA  2Í9 

habita,  por  supuesto,  no  el  cielo  de  los  cristianos,  sino  los 
campos  elisios,  i  sobro  cuya  tumba  se  reclina  Erato,  mientras 
que  Cupido  huye  del  seno  de  su  madre,  se  esconde,  rompe  el 
arco  i  la  venda,  quema  la  aljaba,  etc.  I  tras  tóelo  esto,  la  Par- 
ca, las  ninfas,  Oione,  el  Aqueronte,  Clio,  i  las  aves  de 
Venus. 

Si  se  quiere  oír  el  jenuino  lenguaje  del  amor  filial  i  de  la 
verdadera  ternura,  léase  el  siguiente  romance  del  habanero 
Iíeredia,  arrebatado  demasiado  temprano  a  la  poesía  i  a  la 
América. 

A    MI    PADRE    EN    SUS   DÍAS 

Ya  tu  familia  gozosa 
se  prepara,  amado  padre, 
a  solemnizar  la  fiesta 
de  tus  felices  natales. 
Yo,  el  primero  de  tus  hijos, 
también  primero  en  lo  amante, 
hoi  lo  mucho  que  te  debo 
con  algo  quiero  pagarte. 
Oh!  ¡cuan  gozoso  confieso 
ciuo  tú  de  todos  los  padres 
has  sido  para  conmigo 
el  modelo  inimitable! 
Tomástcs  a  cargo  tuyo 
el  cuidado  de  educarme, 
i  nunca  a  manos  ajenas 
mi  tierna  infancia  fiaste. 
Amor  a  todos  los  hombres, 
temor  a  Dios  me  inspiraste, 
odio  a  la  atroz  tiranía, 
i  a  las  intrigas  infames. 
Oye,  pues,  los  tiernos  votos 
que  por  tí  Fileno  hace, 
i  que  de  su  labio  humilde 
hasta  el  Eterno  se  parten. 
Por  largos  años,  el  cielo 
para  la  dicha  te  guarde 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

de  la  esposa  que  te  adora 
i  de  tus  hijos  amantes. 
Puedas  mirar  tus  bisnietos 
poco  a  poco  levantarse, 
como  los  verdes  retoños 
en  que  un  viejo  árbol  renace, 
cuando  al  impulso  del  tiempo 
la  frente  orgullosa  abate. 
Que  en  torno  tuyo  los  veas 
triscar  i  regocijarse, 
i  que  enlreaamor  i  respeto 
dudosos  i  vacilantes, 
halaguen  con  labio  tierno 
tu  cabeza  respetable. 
Deja  que  los  opresores 
osen  faccioso  llamarlo, 
que  el  odio  do  los  perversos 
da  a  la  virtud  mas  realce. 
En  vano  blanco  te  hicieran 
de  sus  intrigas  cobardes 
unos  reptiles  oscuros, 
sedientos  de  oro  i  de  sangre. 
Hombres  odiosos!....  Empero 
tu  alta  virtud  depuraste, 
cual  oro  al  crisol  descubre 
sus  finísimos  quilates. 
A  mis  ojos  te  engrandecen 

OS  honrosos  pesares; 
i  si  fueras  mas  dieln 

mo  fueri  amable. 

l  le  la  misera  <  laráoas 

al  pueblo  cual  te  aplaude, 
llamándote  con  ternura 

su  defensor  i  su  padre. 
Vive,  pus  I,  en  i 

jai  ilumina  infame 

oon  hálito  i' 

<i<«  tu  honor  el  brillo  empañe. 

i >.'!•■  en  de  tus  hijos 


JUICIO  CRÍTICO   DE  BON  JOSÉ  GÓMEZ  HERMOSILLA  281 

i  bríndete  amor  risueño 
las  caricias  conyugales. 

Hermosilla  censuraría  justamente  algunas  repeticiones,  re- 
chazaría algunas  palabras  i  frases  menos  castizas,  i  diría  que 
este  o  aquel  verso  es  prosaico  i  ílojillo.  I  nosotros  le  responde- 
ríamos con  el  Alcéstes  de  Moliere: 

Mais  ne  voyez  vous  pas  que  cela  vaut  bien  mieux, 
que  ees  colifichets  dont  le  bon  sens  murmure, 
el  que  la  passion  parle  la  toute  puré? 


III 

TRADUCCIONES,   CUENTO,  SILVAS,  I  OTRAS  POESÍAS  DE  MORATTN 

Sobro  las  traducciones  de  Horacio,  no  podemos  pasar  tan  de 
lijero  como  lo  hace  Hermosilla,  ni  conformarnos  cun  su  dic- 
tamen do  que  el  texto  latino  ha  sido  perfectamente  entendido 
i  expresado. 

La  que  principia  Deja  la  Chipre  amada,  tomo  3.°,  pajina 
284,  de  la  edición  do  París,  no  es  gran  cosa.  Invocar  con  hu- 
mos  no  es  invocar  con  incienso,  vocantis  thure  te  multo. 

La  que  principia  No  pretendas  saber,  pajina  289,  pudo 
también  haberse  omitido  en  la  colección  de  las  obras  do  Mora- 
jtin,  sin  el  menor  detrimento  de  la  fama  de  este  gran  poeta.' — El 
verso  suelto  no  es  a  propósito  para  la  oda,   que  pide  estrofas: 

....  nó,  que  en  dulce  paz  cualquiera 
suerte  podrás  sufrir 

¿I  quién  gozando  de  una  dulce  paz,  se  quejará  de  la  fortu- 
na? Lo  que  dice  Horacio  es  que  no  debemos  afanarnos  para 
adivinar  lo  futuro,  i  que  es  mucho  mejor  gozar  lo  presente,  i 
resignarnos  a  lo  que  ha  de  venir,  sea  lo  que  fuere. 

La  edad  nuestra 

mientras  hablamos,  envidiosa  corre. 

El  fugar  i  t  retas  de  Horacio  es  optativo  en  el  sentido  de  con- 
cesión: huya,  desaparezca  enhorabuena  la  edad  envidiosa. 


OPÚSCULOS  i  CIÚTICOS 


La  que  empieza  Que  al  fin  las  riquezas,  pajina  302,  es  ele- 
gante i  poética,  aunque  algo  descolorida,  por  la  faltado  rimas 
i  de  estrofas. 

¿Cuál  en  rejio  alcázar 
llenará  tus  copas, 
unjido  el  cabello 
de  aromas  suaves, 
mancebo  ministro? 

rejio  alcázar  desfigura  el  orljlnal  ex  mita..  No  es  la  ha- 
bitación futura  de  Iccio  la  que  se  designa  con  esta  expresión. 
Iccio  parte  a  la  guerra;  i  Horacio  se  figura  que  un  mancebo  de 
n«»ble  estirpe,  educado  en  un  palacio,  hecho  prisionero  i  escla- 
vo por  las  armas  romanas,  será  algún  dia  su  copero. 
Rumbo  mejor ,  ¡Ácino,  pajina  339. 

I  si  el  viento  tu  nave 
sopla  serenamente, 
la  hinchada  vela  cojeras  prudente. 

imente  no  esel  nimium  secundus  de  Horacio,  ni 
hai  para  qué  cojer  la  vela  si  el  viento  no  hace  mas  que  soplar 
sereno.  Sopla,  fu    m  Oíala  sintaxis,  acaso   hai  errata,  i 

deberá  leerse  a  tu  nave. — Nótese  también  el  to  tu,  que  es  de 
cacofonías  que  Hermosilla  no  consiente  a  otros  poetas, 
aunque  en  realidad  sea  poco  menos  que  imposible  evitarlas 
absolutamente,  sin  el  sacrificio  de  consideraciones  mas  impor- 
i  melindrosa  delicadeza  del  oído. 

o  semidiós ¡  pajina  134.  Hermosilla  no  está 
bien  p  ni  la  silva  para  la  oda,  i  oreemos  que  tiene  razón. 

de  Tarqui  n< 

de  Horacio:  debia  decir  crueles^  tiránl 

irquini  /asi  ilvez  Moratin  con  algunos 

hablaba  del  primero  de  los  Tarquinos, 

ii  un  himno  on  que  so  celebraban 

de  Roma,  se  hiciese  memoria  do 

rbio,  Pero         .■'"'  i  determina  con  la  maj  oí 


'JUICIO  CIÚTICO  DE  Don  JOSÉ  GÓMEZ  HERMOSILLA  283 

individualidad  al  segundo;  i  recordando  su  tiránico  imperio, 
alude  el  poeta  indirectamente  a  los  que  le  destronaron,  i  fun- 
daron la  república  romana:  hecho  demasiado  importante  i 
glorioso  para  que  se  pasase  en  silencio.  Un  cortesano  de  Au- 
gusto podia  tener  sus  razones  para  no  hacer  una  mención 
expresa  de  Bruto. 

O  si  de  Emilio  cante, 
pródigo  de  la  vida, 
la  palma  sobre  Aníbal  obtenida. 

Esto  es  aun  mas  abiertamente  contrario  al  texto  orijinal, 
superante  poeno,  i  a  la  voz  irrefragable  de  la  historia,  que 
testifica  la  victoria  de  Aníbal  sobre  el  cónsul  Emilio  Paulo  en 
la  batalla  do  C amias,  una  de  las  mas  desastrosas  que  eclipsa- 
ron la  gloria  de  las  armas  romanas.  ¿Cómo  pudo  Moratin  des- 
figurar de  esta  manera  un  pasaje  tan  claro  i  un  suceso  tan 
umversalmente  conocido? 

Crece  frondoso 

:i  una  i  otra  edad  árbol  robusto: 
así  la  fama  crece  de  Marcelo. 

Sobre  estar  algo  descosidas  las  dos  frases,  no  exprimen  la 
idea  de  Horacio.  Crece  la  fama  de  Marcelo,  dice  Horacio,  co- 
mo se  desarrolla  el  árbol  animado  de  una  oculta  vida,  esto  es, 
de  una  vida  nativa,  propia,  que  no  se  debe  al  cultivo. 

Llevando  por  el  mar  el  fementido:  pajina  444.  Id  alias 
//ares  no  significa  naves  fabricadas  con  la  madera  del  monte 
Ida,  <[iie  es  el  sentido  de  Horacio.  Idalio  es  lo  que  pertenece 
al  monte  Idalo  di1,  la  isla  de  Chipre,  que  jamas  estuvo  com- 
prendido en  los  dominios  de  los  reyes  de  Troya,  como  lo  estu- 
vieron las  faldas  del  Ida. — £7/  éjida  sonante:  ¿por  qué  no  la? 
El  hiato  no  tendría  aquí  nada  de  ofensivo  al  oído,  i  sobre 
todo,  no  es  licito  sacrificar  la  gramática  a  la  armonía. — Acor- 
de  lira  no  exprime  el  imbellis  citara  del  orijinal,  tan  opor- 
tuno, hablando  de  Páris:  la  idea  sujerida  por  imbellis  es: 
blanda,  muelle,  mal  avenida  con  la  guerra. 

El  í'\>cho  oí  venta,  es  un  cuento,  i  bastante  gracioso.  Si  a 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


posar  de  los  cuentos  de  Lafontaine  i  de  otros  se  opone  que  en 
el  mapa  de  la  poesía  clásica,  no  hai  ningún  país  do  este  nom- 
bre, decimos  que  el  Cocho  en  venta,  es  una  sátira  por  el  esti- 
lo de  la  ya  citada  Ibum  forte  de  Horacio,  a  la  que  se  asemeja 
también  por  el  asunto;  i  si  todavía  se  objeta  el  verso,  pregun- 
taremos cuál  lei,  en  el  código  de  la  razón  i  del  buen  gusto,  o 
si  se  quiere,  en  los  de  Aristóteles,  Horacio  i  Boileau,  prohibe 
escribir  sátiras  en  verso  pentasílabo.  De  epístola,  como  lo 
llamó  el  autor,  no  tiene  mas  que  el  epígrafe;  i  de  letrilla, 
como  lo  bautizó  el  anotador,  nada  tiene.  La  letrilla  se  distin- 
gue de  todas  las  otras  composiciones  por  sus  estrofas  i  su  es- 
tribillo. 

Silvas   A  Goya,  Sobre  el  nueüo  plantío  de   Valencia,  i 
A  la  marquesa  de  Villafranca. 

A  la  muerte  quitándola  trofeos. 

El  la  encliticu  es  puro  ripio. 

La  mansión  del  Olimpo  i  sus  centellas. 

lista  lias  están  aquí  solamente  para  rimar  con  bella*. 

La  última  de  estas  silvas  es  magnifica;  i  nos  parecería  por- 
i,  si  no  fuese  por  la  inoportunidad  de  la  perdurable  mitolo- 
5  hace  el  Olimpo  en  el  helio  cuadro  déla  gloria  celes- 
tial, conque  termina  esta  composición?  ¿No  era   mucho  mas 
propio,  i  no  es  igualmente  pbétíoo  el  Empíreo? 

Ro  i  epigramas.  Huenos,  aunque  [en  nuestra  hu- 

milde opinión  no  lanío,  ni  con  mucho,  como  pondera Hermo- 
.  en  el  de  El  niño  sollozando,  el  mismo  uehe- 
monte  trisílabo,  reprobado  por   Hermosilla  en  aquel  verso 

lélldrZ, 

Ora  Iruenen. 

Diálogo  traducido  del  it&li&no.  Lleno  de  ternura  i  de  gra- 
:  m.  i,   p  ti  i  ca  la  linea  consta  de  dos 
mnea  li  il  i,  i  porcon- 

haber  ciato,  como  lo  hai  efectivamente  oh 


JUICIO    CRÍTICO  DE  DON  JOSÉ  GÓMEZ  IIERJI0S1LLA 


También  con  ella 
iba  un  pastor. 

Idilio  La  Ausencia.  Bellísimo;  pero  (con  perdón  del  señor 
Ilormosilla)  no  mejor  que  cuanto  se  lia  escrito  de  este  jénero 
en  nuestra  lengua;  porque,  prescindiendo  déla  primera  égloga 
deGarcilaso,  jamas  excedida  ni  igualada  en  castellano,  nos  pa- 
rece superior  el  Tírsis  de  Figueroa,  que,  por  estar  en  el  mis- 
mo metro,  puede  mas  fácilmente  compararse  con  el  presente 
idilio. 

En  la  poesía  bucólica  de  los  castellanos,  ha  sido  siempre 
obligada,  por  decirlo  así,  la  mitolojía,  como  si  se  tratase,  no 
de  imitar  la  naturaleza,  sino  de  traducir  a  Virjilio,  o  como  si 
las  églogas  o  idilios  de  un  siglo  i  pueblo  debieran  ser  otra  cosa 
que  cuadros  i  escenas  de  la  vida  campestre  en  el  mismo  siglo  i 
pueblo,  bermoseada  enhorabuena,  pero  animada  siempre  de 
pasiones  c  ideas  que  no  desdigan  de  los  actuales  habitantes 
del  campo.  Ni  aun  a  fines  del  siglo  XVIII,  ha  podido  escribirse 
una  égloga,  sin  forzar  a  los  lectores,  no  a  que  se  trasladen  a 
la  edad  del  paganismo  (como  es  necesario  hacerlo,  cuando 
leemos  las  obras  de  la  antigüedad  pagana),  sino  a  que  trasla- 
den el  paganismo  a  la  suya.  ¡Pastores  de  nuestros  días  hablan- 
do de  ías  Hamadríadcs  i  de  la  alma  Citércs! 

La  ondosa  trenza  deslazada  al  viento. 

«No  hai  bastante  propiedad.  Ondoso  o  undoso  se  dice  del 
mar  i  del  viento,  i  significa  que  ambos  fluidos  están  ajitados  i 
forman  lo  que  llamamos  ondas;  pero  a  la  culebra,  que  es  un 
cuerpo  sólido,  no  puedo  convenir  aquel  epíteto,  sino  por  una 
mui  estudiada  i  aun  alambicada  metáfora,  para  dar  a  entender 
que  levantando,  al  moverse,  una  parte  de  su  cuerpo  i  bajando 
otra,  forma  una  como  sinuosidad  parecida  a  la  que  forman 
las  ondas  do  los  cuerpos  fluidos.  Pero  en  este  caso  ¡cuan  débil 
i  traída  de  lejos  sería  la  semejanza!»  Todo  esto  es  de  Ilermo- 
silla,  censurando,  no  a  Moratin,  sino  al  pobre  Mcléndez.  Si 
no  se  puede  decir  que  una  culebra  es  ondosa,  tampoco  se  pue- 
de decir  que  lo  es  una  trenza  do  pelo,  porque  entre   las  dos 


?,s6  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICO* 


cosas  la  semejanza,  en  cuanto  a  las  como. sinuosidades,  es 
perfecta  i  completa.  Pero  la  observación  en  sí  misma  nos  parece 
infundada.  La  Academia,  verbo  ondear,  dice:  «formar  ondas 
los  el  ¡  en  alguna  cosa  como  el  pelo,  vesti- 

do, r  í   des  le  '[ue  el  pelo  rizo  hace  ondas,  i  puede 

¡nte  llamarse  ondoso,  ¿por  qué  no  la  culebra? 
Lo  que  hallamos  de  alambicado  en  esta  materia  es  la  censura 
del  señor  Hermosilla. 

Epístola  Moral  a  Don  Simón  Rodríguez  Laso.  Modelo 
de  epístolas  morales  i  de  la  elegante  facilidad  con  que  debe 
escribirse  el  verso  suelto.  ¿Quién  al  leer  tan  admirable  poesía 
echa  menos  la  rima?  El  asunto  a  la  verdad  es  algo  común; 
pero  la  ejecución  es  acabada,  i  el  pincel  virjiliano. 

Epístola  Moral  a  Don  Gaspar  da  Jovellános.  ('asi  tan 
buena  como  la  anterior.  Estas  dos  epístolas  i  el  Cántico  de 
Lendinara  bastarían  para  probar  que  la  corona  dramática  no 
es  la  mas  brillante  de  las  que  ciñen  la  frente  de  Inarco  Ce- 
lcnio. 

I  la  que  osada  desdo  el  NÜO  al  Bétis 
sus  águilas  llevó: 

no  dk'.o  bastante.  Las  águilas  romanas  dilataron  su  vuelo 
mucho  mas  allá,  por  el  oriente  i  occidente. 

\  a  <(  ministro  sobre  l;>  utilidad  de  la  historia.  Mag- 
nífica amplificación  de  lugares  comunes. — El  epíteto  de  nu- 
men dado  a  un  rei  nos  parece  algo  semejante  a  la  apoteosis 
de  los  emperadores  romanos. 

Dedicatoria  de  La   M<>ji<j:da  al   principe  de  la  Paz.   Las 

-    ordinarias    de    Moratin:    eleganoia    sostenida  i  armonía 

peri'  bailamos  fundamento  para  los  encarecimientos 

de  la  fecundidad  poética  con  que  dice  Hermosilla  que  su  poeta 
favorito  ha  hermoseado  un  asunto  estéril:  mutatis  mutandis 
ai  la   ida  de  Horacio  Scvibetis  \  ;iri<>. 


10  CRÍTICO  ÜE  DON  JOSÉ  GÓMEZ  HEKMOSILLA 

IV 

CON' 

No  seguiremos  discutiendo  los  fallos  do  don  José  Gómez 
Bermosilla  sobre  las  obras  de  Moratin  i  sobre  los  rasgos  par- 
ticulares a  que  contrae  su  atención  en  ellas.  Su  juicio  acerca 
de  la  Epístola,  a  Andrés*  nos  dará  ocasión  para  examinar 
algunas  de  sus  reglas  jencrales  relativas  a  ciertas  modificacio- 
nes del  pensamiento  i  de  la  expresión  poética. 

A  los  epue  juzguen  solo  por  autoridades,  pareceremos,  sin 
duda,  presuntuosos,  oponiendo  nuestro  modo  de  pensar  al  de 
UQ  literato  tan  respetable  por  sus  conocimientos  lilolójicos,  i 
que  juntaba  a  este  mérito  el  de  manejar  la  lengua  castellana 
con  incomparable  maestría.  Pero  los  que  sean  capaces  de  juz- 
gar por  sí,  digan,  después  de  leído  este  artículo,  si  es  injusti- 
cia o  temeridad  afirmar  que  Ilermosilla  sentó  algunas  veces, 
como  inconcusos,  hechos  falsísimos,  que,  rectificados,  dejan 
a  descubierto  la  falacia  do  las  doctrinas  que  pretendió  apoyar 
en  ellos. 

Con  motivo  de  la  Epístola  a  Andrés,  se  propone  probar 
que  el  estilo  poético  no  consta  de  otros  elementos  que  el  de  los 
escritores  en  prosa;  i  alega  en  primer  lugar  el  ejemplo  de  los 
griegos  i  latinos.  Sus  aserciones  nos  parecen  en  parte  dudo- 
sas, en  parte  erróneas.  «Homero,  dice,  jamas  se  permitió 
quebrantar  las  reglas  gramaticales  que  el  uso  tenia  ya  sancio- 
nadas.» ¿Cómo  puede  nadie  saberlo  en  el  dia?  ¿Tenemos  medios 
pira  comparar  el  lenguaje  de  Homero  con  el  de  la  edad  i  el 
país  en  que  salieron  a  luz  sus  poemas?  Todo  lo  que  sabemos 
de  la  lengua  en  que  Homero  poetizó,  se  reduce  a  las  observa- 
ciones que  filólogos  de  tiempos  muí  posteriores  han  hecho  so- 
bre las  mismas  obras  quo  se  1©  atribuyen.  Se  da  por  supuesto 
que  en  él  es  todo  correcto  i  perfecto;  se  juzga  de  lo  que  pudo 
i  debió  decir  por  lo  que  dijo;  i  aplicando  a  las  voces  i  frases 

*  Obras  de  Moratin,  tomo  3,  pajina  |08j  edición  de  Paris. 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


do  la  Illa  Ja.  i  la  Odisea  los  cánones  gramaticales  deducidos 
del  lenguaje  de  la  Ilíada  i  de  la  Odisea,  es  imposible  que  no 
lis  hallemos  gramaticalmente  correctas.  Pero  prescindiendo 
de  la  oscuridad  en  que  so  hallan  envueltas  muchas  cuestiones 
relativas  a  la  edad  de  Homero,  a  su  patria,  a  lo  jenuino  de 
sus  obras,  i  aun  a  su  misma  personalidad;  admitiendo  que 
este  personaje,  quizá  no  menos  mitolójico  que  Anfión  i  Orfeo, 
haya  realmente  existido,  i  no  sea  la  personificación  de  toda 
una  escuela  poética;  admitiendo,  en  fin,  que  Homero  no  haya 
empleado  en  sus  cantos  un  lenguaje  particular,  sino  el  mismo 
que  se  hablaba  cu  la  Jonia  en  su  tiempo,  ¿podrá  decirse  de  los 
otros  poetas  de  la  Grecia  lo  que  al  señor  Hermosilla  le  plugo 
decir  de  Homero?  ¿Han  escrito  todos  ellos  en  el  idioma  que 
bebieron  con  la  leche,  sin  mezclarlo  con  ciertas  fórmulas,  sin 
darle  ciertas  desinencias  que  constituían  una  especie  de  dialec- 
to exclusivamente  rapsódico  o  poético?  ¿No  es  sabido  (limitán- 
donos a  un  solo  ejemp'o)  que  en  los  coros  de  las  trajedias 
atenienses,  se  hace  uso  de  voces,  frases  i  terminaciones  que  no 
eran  del  pueblo  ateniense,  ni  se  empleaban  jamas  en  el  diálogo 
do  aquellas  mismas  traje  lias?  No  nos  pasa  por  el  pensamiento 
nendar  esta  práctica;  pero  sea  buena  o  mala,  el  señor 
Hermosilla,  alegando  el  ejemplo  délos  griegos  para  fundar  su 
doctrina,  se  acoje  a  una  autoridad  qué  mas  bien  podría  citarse 
para  defender  la  fraseolojía  de  Meléndez  i  CienfuégOS,  a  lo 
menos  en  parte. 

Pasemos  a  los  latinos.  Los  arcaísmos  de  Virjilio  i  Horaoio 
son  algunos  mas   délos    que   indica  el  señor  Hermosilla.  No 

-  en  si  oontribuyen  o  nó  a  la  belleza  i   majestad 

del  estilo:  (píelos  latinos  lo  creían  asi,  no  admite  duda.  «La 

ffiedad,  dice  Quintiliano,  da  cierta  dignidad  a  las  pa- 

•  'pias;  las  vOCCS  qm-  no  smi  del  uso  común  hacen  mas 

on;  i  Virjilio,  poeta  de  sove- 

empled  oon  mucho  primor  esl  i  espeoie  de  orna" 

I  »cucii >'e  dice  algo  mas  adelante, 


libro  8.  onpitulo  -; 


JUICIO  CRÍTICO  DE  DON  JOSÉ  GÓMEZ  IILItMOSILLA 

por  su  misma  ancianidad  nos  agradan.»  lié  aquí,  pues,  quo 
los  latinos  empleaban  los  arcaísmos  para  adornar  sus  versos, 
i  que  el  mismo  Quintiliano,  uno  de  los  oráculos  de  la  escuela 
clásica,  recomienda  su  uso.  Lo  que  hai  de  reprensible  en  esta 
materia,  según  los  latinos,  es  la  inoportunidad  i  la  afectación: 
vicios  de  que  ciertamente  no  puede  disculparse  a  Meléndez  i  a 
sus  deslumhrados  imitadores. 

Palabra?  rigorosamente  nuevas.  «No  hai  una  en  los  dos 
poetas  (Horacio  i  Virjilio)  que  no  se  usase  en  su  siglo.»  Pe- 
ro sobre  esta  materia  no  puede  haber  mejor  autoridad  que  la 
del  mismo  Horacio: 

I  si  expresar  acaso  te  es  forzoso 
cosas  antes  tul  vez  no  conocú! 
con  prudente  mesura  invenía  voces 
del  rudo  antiguo  Lacio  no  escuchadas.... 
¡Pues  qué!  ¿a  Virjilio  negará  i  a  Vario 
lo  que  a  Cecilio  i  Plauto  otorgó  Roma? 
¿O  mirará  con  ceño  que  yo  propio 
con  mi  humilde  caudal,  si  alguno  junto, 
aumente  el  común  fondo?  ¿I  no  lo  hicieron 
Ennio  i  Catón  con  peregrinas  voces 
la  patria  lengua  enriqueciendo  un  ti  ¡a? 
Siempre  licito  fué,  lo  será  siempre, 
c  m  el  sello  corriente  acuñar  voces. 
Como,  al  jirar  el  circulo  del  año, 
sacude  el  bosque  sus  antiguas  hojas, 
i  con  suave  verdura  se  engalana; 
así  por  su  vejez  mueren  las  voces, 
i  nacen  otras,  viven  i  campean 
con  vigor  juvenil. 

(Traducción  de  Mmiinc:  de  la  Ros¡ 

Asi  se  defiende  Horacio  a  sí  mismo  i  a  Virjilio  contra  los 
Hermosillas  de  su  tiempo,  que  les  echaban  en  cara  el  uso  de 
voces  i  frases  nuevas.  Don  José  Gómez  Hermosilla  censura  con 
merecí  la  severidad  las  extravagancias  del  estilo  galo-salman- 
tino; pero,  si  su  crítica  es  casi  siempre  justa,  los  principios  en 
(pie  la  funda  son  exajerados,  i  aun  falsos;  i  sobre  todo,  no  ha- 

OPÚSC,  37 


290  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

llamos  que  señalen  de  un  modo  preciso  los  límites  entre  lo  lí- 
cito i  lo  que  no  lo  es  en  materia  de  innovaciones  de  lenguaje. 
Entre  éstas,  da  Ilermosilla  un  grado  especial  de  criminalidad 
a  la  conversión  délos  verbos  neutros  o  intransitivos  en  activos, 
como  si  no  fuera  esa  una  tendencia  natural  de  las  lenguas,  i 
como  si  no  se  encontrasen  esas  conversiones  en  los  escrito- 
res mas  correctos,  o  no  fuesen  mas  bien  un  mérito  las  osadías 
de  esa  clase,  cuando  son  suaves,  cuando  están  preparadas, 
cuando  no  hai  el  prurito  de  emplearlas  a  cada  paso.  Virjilio  i 
todos  los  buenos  poetas  las  usaron.  Ahí  está,  sin  pasar  de  la 
égloga  segunda,  el  ardebat  Alexim.  Ahí  está  el  insanit  amo- 
res de  Propercio,  que  es  como  si  dijéramos  loquear  amores. 
Ahí  está  el  verso  de  Juvenal 

Qui  Curios  simulant  et  bacchanalia  vivunt, 

verso,  que  peca  dos  veces  mortalmente  contra  los  mandamien- 
tos de  Ilermosiíla,  dando  a  simulant  un  acusativo  de  persona, 
como  si  dijésemos  simular  Catones,  en  vez  de  simular  las 
virtudes  de  los  Catones,  i  haciendo  a  vivunt  transitivo, 
como  si  en  castellano  se  dijese  vivir  bacanales.  Ahí  está  el 
surcos  et  viñeta  crepa  mera  de  Horacio,  el  garriré  libellos 
del  mismo,  etc.,  etc.  El  curioso  puedo  consultar  el  capítulo 
sobre  los  verbos  neutros  o  falsamente  1 1  mundos  asi  do  la 
M  inerva  del  Brócense,  en  que  este  injenioso  i  erudito  filólo- 
go aglomera  innumerables  ejemplos  de  la  misma  especio,  no 
■alo  ti-  poetas,  sino  de  oradores  e  historiadores;  i  saca  por 
oonolusion  que  qq  existe  verbo  alguno  do  los  llamados  neutros 
que  no  sea  Busoeptible  de  usarse  como  transitivo;  i  que,  en 
realidad,  no  hai  una  diferencia  esencial  éntrelo  uno  i  lo  otro. 
Es  inconcebible  la  precipitación  conque  Hermosilla  afirma 
que  -no  se  bailarán  ciertamente  en  ninguno  do  1< >s  dos  poetas 
(Virjilio  i  Horacio),  ni  en  ningún  otro  olásico  latino,  oon  acu- 
sativo de  persona  que  padece,   eomo  dieen  los  gramáticos,  IOS 

npuestos»,  sin  acordarse  del 

i  -íiomin ¡.un  p]  uperbl 

\ie!  >fl  0 "  /// 


JUICIO  CRÍTICO  DE  DON  JOSÉ  GÓMEZ  HERMOSILLA  2fJi 


ni  del 

Nunc  Amyci  casum  gemit,  et  crudelia  secum 
Fata  Lyci,  fortemque  Gyam,  fortemque  Cloanthum. 

(¿Eneida,  I,  221); 

ni  del  ingemuisse  leones  interitum,  de  la  égloga  quinta;  ni 
del  Ityn  flebiliter  gemens  de  Horacio;  ni  de  varios  pasajes 
de  Ovidio,  en  que  gemo  se  usa  con  el  acusativo  de  que  habla 
Hermosilla,  o  en  que  tenemos  la  forma  pasiva  vitagemenda, 
fortuna  gemenda,  que  lo  supone.  Verdaderamente  anduvo 
desgraciado  nuestro  crítico  en  tomar  para  muestra  de  su  aser- 
ción un  verbo  de  cuyo  uso  transitivo  hai  tantos  ejemplos  aun 
en  la  prosa  latina. 

De  que  un  verbo  se  haya  usado  hasta  ahora  como  intransi- 
tivo no  se  sigue  que  haya  en  su  significado  algo  que  rechace 
absolutamente  el  uso  contrario,  de  manera  que  no  sea  capaz 
de  acomodarse  a  él  en  situación  alguna,  líejístrese  el  Diccio- 
nario de  la  Academia;  i  se  encontrará  multitud  de  verbos, 
que  pasaban  antes  por  neutros,  i  se  emplean  ya  corrientemen- 
te como  activos.  Quebrar,  por  ejemplo,  significaba  estallar, 
romperse,  i  en  este  sentido  se  dice  todavía,  «La  verdad  adel- 
gaza, pero  no  quiebra.»  Tan  neutro  era  llorar  como  j emir; 
i  si  el  primero  pudo  dejar  do  serlo,  ¿por  qué  nó  el  segundo? 
Anhelar  es  respirar  con  dificultad;  i  como  corriendo  ansiosos 
tras  un  objeto,  se  hace  difícil  la  respiración,  anhelo  vino  a 
ser  deseo  veliemente,  i  se  dijo  anhelar  honores,  empleos, 
riquezas.  Suspirar  es  dar  suspiros,  acepción  naturalmente 
intransitiva;  i  nadie  por  eso  se  atreverá  a  reprobar  aquella 
lindísima  cuarteta  de  Lope  de  Vega: 

Pasaron  ya  los  tiempos 
en  que,  lamiendo  rosas, 
el  céfiro  bullía 
i  suspiraba  aromas. 

La  conversión  del  neutro  en  activo  puede  ser  viciosa,  i  pue- 
de ser,  no  solo  permitida,  sino  elegante  i  enérjica:  todo  de- 
pende de  la  oportunidad,  de  la  preparación,  de  los  adjuntos;  i 
en  la  destreza  i  tino  para  sacar  partido  de  estos  adminículos, 


292  OPÚSCULOS  LITERAKIOS  I  CIÚTICOS 


es  en  lo  que  consiste  el  primor  del  es.tilo.  Sucede  con  esta  clase 
de  expresiones  figuradas  lo  que  con  todas  las  galas  de  la  elocu- 
ción: la  oportunidad  les  da  esplendor;  la  afectación  las  aja. 

Otro  grave  delito,  según  nuestro  crítico,  es  el  uso  del  nom- 
bre abstracto  por  el  concreto. — «No  so  verá  que  Virjilio  i  Ho- 
racio dijesen  silvosam  solihidinem  por  silvam  solitariam, 
como  lo  hizo  en  castellano  Cienfuégos.» — A  nosotros  no  nos 
parece  mui  oportuno  este  ejemplo.  Soledad  tiene,  entre  otras 
acepciones,  la  de  lugar  desierto,  i  selvoso  es  lo  que  abunda 
de  selva,  con  que  no  hai  que  hacerse  mucha  violencia  para 
concebir  que  las  dos  palabras  unidas  signifiquen  un  lugar  so- 
litario cubierto  de  selvas.  No  hai  aquí  en  rigor  una  conversión 
de  lo  concreto  en  abstracto;  no  hai  tropo  ni  ligara  alguna;  las 
palabras  están  tomadas  en  sentido  propio. 

Contraigámonos  al  caso  en  que  hai  una  verdadera  conver- 
sión de  lo  concreto  en  abstracto.  Esta  es  una  manera  de  locu- 
ción que,  como  todas  las  otras,  puede  ser  buena  i  puede  ser 
mala,  según  su  oportunidad,  i  los  adjuntos  que  la  acompañen. 
Virjilio  i  Horacio  i  todos  los  poetas  del  mundo  la  han  emplea- 
do, porque  esa  trasformacion  es  uno  de  los  recursos  del  arte 
para  ennoblecer  las  frases  vulgares,  agrandar  i  hermosear  los 
objetos.  Pudiéramos  comprobarlo  con  muchos  ejemplos;  mas, 
para  md  cansar  a  núes  i  ros  lectores,  nos  limitaremos  a  aquel 
admirado  pasaje  del  libro  segundo  de  la  Eneida }  en  que  Vir- 
jilio describe  la  marcha  <lr  las  falanjes  griegas  per  árnica  si* 
lentia  lunse,  por  entre  el  propicio  silencio  de  la  luna,  como 
si  fuesen  atravesando,  n<>  un  espacio  silencioso,  iluminado 
tro  de  la  noche,  sino  el  silencio  mismo.  ESsta  conven 
de  lo  al  ii  concreto  es,  oomo  la  de  lo  neutro  en 

activo,  un  instinto  natural  de  las  lenguas:  especie  de  tropo 
[>tado  por  <•!  uso,  llega  por  fin  a  omplearse  oorriente- 
orlo.  A-í  la  Divinidades  Dios;  i  una  beU 
il.-i'l  es  una  mujei  bella;  i  un  guardia  en  un  soldado;  i  uani- 

i  de  pábulo  a  la 
lad.  Áb:  dquior  diccionario,  i  se  verán  mil  ejem- 

r  Hcrmosilia 

hube  'inca   en  lo  mas  mínimo 


JUICIO  CRÍTICO  DE  DON  JOSÉ  GÓMEZ  HKKMOSILLA  293 


el  significado  de  las  expresiones  recibidas,  cuando  cabalmente, 
en  esas  transiciones,  en  esc  empleo  de  una  idea  como  signo 
de  otra,  es  en  lo  que  se  lucen  la  ímajinacion  i  el  injenio  de 
los  mas  favorecidos  escritores.  No  vemos  tanta  severidad  de 
principios  ni  en  los  modelos  que  reverencia,  ni  en  sus  propios 
escritos,  ni  en  la  doctrina  de  los  antiguos.  Atideiidum  cst, 
diremos  nosotros  a  los  jóvenes  con  Quintiliano;  pero  les  re- 
petiremos con  este  mismo  lejislador  do  la  escuela  clásica:  sed 
it&demum,  ti  non  app&re&t  affectatio. 

(El  Araucano,  Año  do  [84!  i  de  IS42 


TRIUNFO  DE  ITUZAINGO 

CANTO  LÍRICO 
POR     JUAN     CRUZ     VÁRELA 


Entro  la  multitud  de  obras  poéticas  quo  se  han  publicado  en 
América  durante  los  últimos  años,  se  distingue  mucho  la  pre- 
sente por  la  armonía  del  verso,  por  alguna  mas  corrección  de 
lenguaje  de  la  que  aparece  ordinariamente  en  la  prosa  i  verso 
americanos,  i  por  la  belleza  i  enerjía  de  no  pocos  pasajes. 
Citaremos,  como  uno  de  los  mejores,  estos  diez  versos  de  la  in- 
troducción, en  que  el  poeta  se  trasporta  a  las  edades  venide- 
ras para  presenciar  en  ellas  la  gloria  de  su  patria  i  su  héroe. 

Las  barreras  del  tiempo 
rompió  al  cabo  proféüca  la  mente; 
i  atónita  se  lanza  en  lo  futuro, 
i  a  la  posteridad  mira  presente. 
¡Oh  porvenir  impenetrable,  oscuro! 
rasgóse  al  fin  el  tenebroso  velo 
que  oeultó  tus  misterios  a  mi  anhelo. 
Partióse  al  fin  el  diamantino  muro 
con  que  do  mi  existencia  dividías 
tus  hombres,  tus  sucesos  i  tus  dias. 

El  ponsamiento  que  sigue   no   tiene  ciertamente   nada  de 


OPÚSCULOS  LITElíAUIUS  I  CIÚTICOS 


orijina!;  pero  sería  difícil  hallarle  expresado  con  mayor  suavi- 
dad i  hermosura: 

Mi  verso  irá  por  cuanto  Febo  dora 
del  au  tro  a  los  triónos; 
i  leído  en  las  playas  de  occidente, 
llevado  por  la  fama  voladora, 
admirará  después  a  las  naciones 
cpue  reciben  la  lumbre  refu'jcnte 
del  rosado  palacio  de  la  Aurora. 

lié  aquí  otro  pasaje  que  nos  parece  de  gran  mérito:  el  poeta 
apostrofa  a  las  huestes  brasileras  i  alemanas,  que,  ocupando 
los  montes,  no  osan  bajar  a  la  defensa  de  los  campos  i  pue- 
blos invadidos  por  el  enemigo: 

¿Qué  hacéis,  qué  hacéis,  soldados, 
que  ya  no  descendéis  del  alta  cumbre, 
i  por  estas  llanuras  derramados 
ostentáis  vuestra  inmensa  muchedumbre? 
¿Todo  ol  tesoro  que  Valles  encierra 
abandonáis  asi?  ¿No  sois  testigos 
de  que  recojon  ya  los  enemigos 
las  ansiadas  primicias  de  la  guerra? 
I  están  entre  vosotros  los  valientes 
quo  allá  en  el  Volga  i  en  el  Rin  bebieron, 
i  a  la  ambición  i  al  despotismo  fieles, 
a  playas  remotísimas  vinieron 
en  demanda  de  gloria  i  de  laureles? 

jQuó!  ¿No  nal  audacia  en  el  teros  jermano, 
para  bajar  al  llano 
con  ímpetu  guerrero, 

i  (pie  triunfe  el  valor,   i  no  la  snei  le, 

en  toa  campos  horribl   -  <\<  la  muerte? 

.i  en  la  enrisoada  altura 
se  croon.  nía 

izador  tímida  fin  va, 
•  enmarafta  en  la  espesura, 
onserva, 

ura 


TRIUNFO  DE  lTL'ZAlNGü 


La  descripción  del  choque  de  las  tropas  arjentinas  con  las 
brasileras  después  déla  muerte  del  intrépido  Brandzen,  cuan- 
do Alvear,  tomando  el  lugar  de  su  amigo  i  jurando  vengarle, 

hondo  en  el  pecho  el  sentimiento  esconde, 
i  se  lanza,  cual  rayo,  al  enemigo, 

es  acaso  lo  mas  animado  de  todo  el  poema;  pero  es  demasiado 
larga  para  copiarse  aquí. 

Pasando  ahora  a  los  defecto?  que  son  pocos  i  de  poca  mag- 
nitud comparados  con  las  bellezas,  i  es  probable  que,  por  la 
mayor  parte,  se  deban  al  limitado  tiempo  que  tuvo  el  poeta 
para  limar  sus  versos),  notaremos  en  primer  lugar  la  falta  de 
propiedad  o  de  conexión  de  algunas  ideas,  verbi  gracia: 

De  Alvear  empero  la  razón  serena- 
el  valor  ardoroso  dirijia, 
sin  ceder  al  furor  que  la  enajena. 

¿Cómo  puede  estar  serena  la  razón  cuando  la  enajena  el 
furor?  Describiéndose  al  ilustre  vencedor  de  Ituzaingó  en  la 
nocho  que  precedió  a  la  acción,  se  dice  que  lo  ordena  i  prevé 
todo  con  la  misma  serenidad  i  presencia  de  ánimo 

que,  si  en  lugar  de  la  batalla  fiera, 
la  fiesta  de  su  triunfo  dispusiera. 

Extrañamos  que  el  señor  Várela  no  hubiese  percibido  que  la 
idea  sola  de  dedicar  un  héroe  su  atención  a  los  preparativos  do 
su  fiesta  triunfal,  le  degrada. 

La  versificación,  por  lo  jeneral  armoniosa,  peca  a  veces  por 
un  defecto  comunísimo  en  los  americanos:  que  es  el  de  unir 
en  una  sílaba  dos  vocales  que  naturalmente  no  forman  dip- 
tongo, licencia  permitida  de  cuando  en  cuando  (aunque  no  en 
toda  combinación  de  vocales);  pero  que,  si  se  usa  inmoderada- 
mente, ofende,  i  es  indicio  de  hábitos  de  pronunciación  vicio- 
sa. Ah'Ccir,  por  ejemplo,  debe  ser  ordinariamente  de  tres  síla- 
bas, como  desear,  jielcar.  Encontramos  también  descuido  de 
lenguaje,  como  ^oprimirla  madre  el  tierno  infante  contra  el 


-98  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

pecho,»  «recien  abandona,»  «recien  empezara,»  «-hundir  1c- 
jiones,*  «filoso,»  «inapiadable,»  etc. 

El  señor  Várela  nos  parece  imitar  la  manera  de  uno  de  los 
mejores  poetas  españoles  de  esta  última  época  (uno  cuyo  nom- 
bre será  siempre  caro  a  los  americanos,  por  el  desinteresado  i 
temprano  amor  que  profesó  a  su  libertad,  el  virtuoso  i  desgra- 
ciado Quintana);  pero  dejándose  quizá  arrastrar  de  su  admira- 
ción a  este  elocuente  cantor  do  los  derechos  de  la  humanidad, 
toma  a  veces  un  tono  enfático,  que  no  está  enteramente  libre 
de  hinchazón:  desliz  de  que,  en  medio  de  grandes  bellezas  i 
de  sublimes  pensamientos,  tampoco  supo  libertarse  el  Tirteo 
español.  Últimamente  nos  vemos  en  la  necesidad  de  decir 
que  nos  desagradan  las  hipérboles  orientales  que  el  señor  Va- 
rola,  como  otros  poetas  americanos,  se  creen  permitidas  cuan- 
do cantan  a  sus  ciudades  o  héroes  favoritos,  i  de  que  ojalá  no 
viésemos  llena  también  demasiadas  veces  hasta  la  prosa  de 
los  documentos  oficiales.  Según  el  señor  Várela,  la  gloria  do 
la  República  Arjentina  será  la  única  que  se  salvará  de  la  in- 
mensa ruina  de  los  tiempos: 

Veo  que  no  ha  quedado  ni  memoria 
do  griegos  i  romanos;  otra  historia 
de  admiración  embarga  al  universo.  .  .  . 
No  suenan  las  Termopilas,  los  llanos 
de  Maratón  no  suenan: 
Platea  i  Balamlna, 

cual  si  no  fueran,  son;  i  ya  no  llenan 
Leónidas  i  Tomístoclos  el  orbo, 
quo  otra  gloria  mas  ínclita  domina 
i  la  ambición  del  univorso  absorbo. 

Eso  e  lado.  ¿Qué  héroe,  por  grande  que  sea,  so  aver- 

gonzará do  comparecer  ante  la  posteridad  al  lado  de  un  Catón 
o  un  Leonidac?  Bl  atrevimiento  mismo  (\c  la  poesía  debe  ros- 
límiteí,  í  no  perder  mucho  <le  vista  la  verdad,  i 
[a. 
Pero  no  i  al  tomo»  a  ella,  deientendiéndonoi  do  la  exaltación 
bió*  hervir  todo  corazón  arjentino  a  laa 


TRIUNFO  DK  ITUZAINGÓ  29(J 


nuevas  de  la  inmortal  jornada  de  Ituzaingó;  i  esperemos  mu- 
cho del  joven  poeta  qne  escribe  bajo  la  inspiración  de  estos 
sentimientos,  i  sabe  expresarlos  con  tanta  dignidad  i  nobleza. 


(Repertorio  Americano,  Año  de  1827. 


LEYENDAS  ESPAÑOLAS 


POR  JOSÉ  JOAQUÍN  DE  MORA 


Esta  es  una  colección  de  poesías,  digna  de  la  fecunda  i  bien 
cortada  pluma  de  su  autor,  que  ha  ensayado  en  ellas  un  jéne- 
ro  de  composiciones  narrativas  que  nos  parece  nuevo  en  cas- 
tellano, i  cuyo  tipo  presenta  bastante  afinidad  con  el  del  Boppo 
i  el  Don  Juan  de;  Byron,  por  el  estilo  alternativamente  vigo- 
roso i  festivo,  por  las  largas  digresiones,  que  interrumpen  a 
cada  paso  la  narración,  (i  no  es  la  parte  en  que  brilla  menos 
la  viva/,  fantasía  del  poeta),  i  por  el  desenfado  i  soltura  de  la 
versificación,  que  parece  jugar  con  las  dificultades.  En  las 
Leyendas^  Huye  casi  siempre,  como  de  una  vena  copiosa,  una 
bella  poesía,  que  se  desliza  mansa  i  trasparente,  sin  estruendo 
i  sin  tropiezo,  sin  aquellos,  de  puro  artificiosos,  violentos  cor- 
tes del  metro,  que  anuncian  pretensión  i  esfuerzo;  i  al  mismo 
tiempo,  sin  aquella  perpetua  simetría  do  ritmo,  que  empalaga 
por  su  monotonía;  todo  es  gracia,  facilidad  i  lijereza.  I  no  se 
crea  que  es  pequeño  el  caudal  de  galas  poéticas  que  cabe  en 
este  modo  de  decir  natural,  sosegado  i  llano,  que  esquiva  todo 
lo  que  huele  a  la  elevación  épica,  i  desciende,  sin  degradarse, 
hasta  el  tono  de  la  conversación  familiar.  Sus  bellezas  son  de 
otro  orden;  pero  no  menos  a  propósito  que  las  de  un  jénero 
mas  grave,  para  poner  en  agradable  movimiento  la  fantasía. 
Antes,  si  hemos  de  juzgar  por  el  efecto  que  en  nosotros  pro- 
ducen, tiene  este  estilo  un  atractivo  peculiar,  que  no  hallamos 


:;i)-2  OPÚSCULOS  LITERARIOS  i  críticos 

en  la  majestad  enfática,   que  algunos  han  creído  inseparable 
de  la  epopeya. 

Las  descripciones  (que  abundan  en  estas  Leyendas),  son  par- 
ticularmente felices;  por  ejemplo,  la  siguiente,  con  que  prin- 
cipia La  Judía: 

Solo  está  el  bosque.  Sin  testigo  muevo 
sus  linfas  el  raudal,  de  espuma  leve 
salpicando  las  flores  de  su  orilla, 
i  el  techo  que  le  forma  la  varilla 
del  mimbre  i  del  aromo. 

Sola  en  la  cumbre  del  celeste  domo 
plácidamente  el  arjenteo  disco 
la  luna  ostenta;  i  el  pelado  risco 
con  varios  tintes  sus  vislumbres  quiebra, 
ora  en  blanquizca  masa  o  sutil  hebra, 
ora  en  grupos  de  nácar.  El  reflejo 
celestial,  en  su  copa,  el  roble  añejo 
de  forma  extraña  viste; 
i  con  pendiente  rama,  el  sauce  triste, 
en  móviles  figuras  la  convierto. 

Con  esplendor  mas  fuerte, 
la  luminosa  inundación  dilata 
sus  anchas  olas  do  bruñida  plata 
por  el  llano  vecino,  desdo  donde, 
bajo  florida  rama  que  la  escondo, 
susurra  i  juega  80  armoniosa  risa, 
cargada  de  placer  i  olor  la  brisa; 
1  al  mover  de  sus  alas,  so  difundo 
laexquitita  fragancia,  i  leve  cundo 
por  la  callada  atiera.  En  téjanle 
vaporosa,  levanta  oteara  frento, 
noble  oaatillo,  Injente 
mata  de  enonñea  piedras,  que  algún  dfa, 
día  <ic  un  s  tito,  aunque  remoto, 

retumbó  con  el  bélico  alboroto, 

re  íletta  el  alto  grito; 
to  lado,  cual  laftudo 


LEYENDAS  ESPAÑOLAS  303 


jigante,  sus  colosos  de  granito 
levanta  el  monte,  cuyo  aspecto  rudo 
disfrazan  con  diáfana  cortina 
la  luna  i  la  neblina. 

Las  composiciones  en  metro  octosílabo  no  salen  casi  nunca 
del  tono  de  nuestros  buenos  romances;  i  en  pocos  de  ellos,  se 
hallarán  versos  mas  fáciles,  blandos  i  graciosos,  que  los  de 
estas  coplas  de  Podro  Niño: 

Cuando  don  Juan,  el  infante 
de  Portugal,  en  quien  brilla 
grande  valor,  fe  constante, 
nombre  i  honor  sin  mancilla, 
con  escuadrón  arroganto 
vino  de  paz  a  Castilla, 
donde  con  pompa  esmerada 
don  Enrique  le  dio  entrada; 

Consigo  trajo  una  estrella 
quo  eclipsaba  a  la  mas  pura: 
doña  Beatriz,  su  hija  bella, 
tlor  de  gracia  i  de  hermosura; 
mas  tan  rebelde  doncella, 
que  el  padre  en  vano  procura 
darle  un  ilustre  marido, 
de  los  mil  que  la  han  pedido; 

Porque  de  Aragón  i  Francia. 
Navarra  i  otras  naciones, 
a  jurarle  fe  i  constancia 
vienen  potentes  barones; 
mas  ella,  con  arrogancia, 
contesta  en  breves  razones, 
insensible  i  altanera, 
que  en  vano  espera  el  que  espera. 

En  Valladolid  convoca 
don  Enrique  a  la  grandeza, 
a  quien  el  empeño  toca 
de  lucir  eala  i  riqueza. 


304  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


i  la  emulación  provoca 
su  vanidad,  cuando  empieza 
a  ostentarse  en  galanteos, 
i  en  saraos,  i  en  torneos. 

Pasan  alegres  los  dias; 
gastan  profusos  tesoros 
en  ruidosas  cacerías, 
bailes  i  fiestas  de  toros, 
i  en  valientes  correrías 
de  cristianos  i  de  moros, 
copiando  al  vivo  los  lances 
de  historias  i  de  romances. 

Llega  en  tanto  un  caballero 
portugués,  a  quien  la  fama, 
como  invencible  guerrero, 
sin  par  en  la  lid  proclama. 
Fatal  es  siempre  su  acero 
al  que  en  combate  lo  llama, 
i  por  brioso  i  robusto 
a  un  jiganle  diera  susto. 

I  el  renombre  de  Castilla 
su  vanidad  tanto  hiere, 
que  i'un  toda  la  cuadrilla 
justar  a  caballo  quiere. 
Sin  mal  odio  i  sin  rencilla, 
.1  al  campo  el  ([ue  saliere, 

a  los  mas  fuertes  i  altivos 
hará  perder  los  estribos. 

Admiten  loa  castellanos, 
con  venia  de  Enrique,  el  reto 

[ben  ulanos 

itr  .!.•  aquel  aprieto 
i  reciben  de  albas  man 

uniólas  COH  rrxpHe, 

bandna  d  i  vario  i  i  oloi 
prend 


LEYENDAS  ESPAÑOLAS  305 


Siéntase  en  la  galería, 
que  ornan  ricos  tafetanes, 
la  vistosa  compañía 
de  damas  i  de  galanes. 
Al  resonar  la  armonía 
del  clarín,  los  alazanes 
tascan  briosos  los  frenos, 
de  ardor  jeneroso  llenos. 

En  las  justas  que  siguen,  Pedro  Niño  tuvo  la  gloria  de  des- 
cabalgar al  campeón  portugués.  La  infanta  se  aficiona  a  Pedro 
Niño,  que  enamorado  lo  escribe  este  billete: 

— Lo  que  al  alma  aprisionada 
(le  dice)  ofreceros  toca, 
lo  sostendrá  con  la  espada, 
con  la  pluma  i  con  la  boca, 
buena  fama  bien  ganada, 
pecho  firme  como  roca, 
i  honra  pura  como  armiño: 
vuestro  esclavo — Pedro  Niño. — 


Pasó  la  noche  dispierta. 
pensando  que  fuera  ultraje, 
tan  inesperada  oferta, 
de  su  nombre  i  su  linaje. 
Por  la  mañana  a  la  puerta 
viendo  de  servicio  al  paje, 
lo  diz: — Menino  discreto, 
cúmpleme  hablarte  en  secreto. — 

La  infanta  pregunta   quién  es  Pedro  Niño,  i  el  menino  res- 
ponde así: 

Pedro  Niño  es  el  guerrero 
mas  audaz  que  vio  Castilla, 
pues  nunca  emprendió  su  acero 
contienda  sin  decidilla. 

OPLS-C. 


3('G  OI'l  SCUL0S  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


A  Enrique  en  combate  fiero 
ganó  su  fuerte  cuchilla 
gloria  que  hoi  al  mundo  espanta- 
— Prosigue,  dijo  la  infanta. — 

— Delante  de  Pontevedra, 
a  un  jayán  que  allí  vivia, 
fuerte  i  duro  como  piedra, 
temerario  desafía. 
Mas  nada  su  pedio  arredra: 
i  aunque  doncel  todavía, 
con  nunca  vista  fiereza 
le  partió  en  dos  la  cabeza. 

En  las  ilustres  arenas 
donde  floreció  Cartago, 
por  las  huestes  agarenas 
sembró  el  terror  i  el  estrago. 
Las  empinadas  almenas 
se  rendían  al  amago 
de  su  espada;  i  la  fortuna 
postró  de  la  media-luna. 

Cuando  las  anchas  riberas 
del  Guadalquivir  maltrata, 
i  villas  i  sementeras 
el  atrevido  pirata, 
Niño  con  fuertes  galeras 
lo  acometo  i  desbarata, 
i  el  imperio  do  las  olas 
dio  a  las  armas  españolas. 


La  VOS  en  Francia  extendida 
dfl  lia/añas  tan  superiores, 
el  rei  francos  lo  convida, 

i  bienes  te  da  I  honores. — 
— Buen  menino,  por  tu  \  ida 

refiéreme  sus  amores, 


LEYENDAS  ESPAÑOLAS  30^ 


(así  interrumpe  la  infanta 
con  la  señora  almiranta. — 


- — I  después  de  ese  mensaje, 
¿vio  a  quien  tanto  lo  enamora?— 
pregunta  Beatriz;  i  el  paje 
le  contesta: — Sí,  señora. 
Ilízole  tierno  homenaje» 
pero  lo  demás  se  ignora.— 
La  infanta,  con  ceño  oscuro, 
dijo: — Ya  me  lo  figuro. — 

— Mas  ayer  con  gran  respeto, 
(pronto  el  paje  le  replica  . 
en  un  mensaje  secreto 
su  intención  le  significa; 
que  a  mas  elevado  objeto 
sus  afectos  sacrifica, 
i  que  perdono  Janela. 
.si  por  otra  se  desvela. — 

Entre  risueña  i  airada, 
diz  la  infanta: — Buen  menino, 
tu  plática  bien  fraguada 
muestra  tu  injenio  ladino: 
mas  te  aprovecha  de  nada: 
que  he  de  ser  do  acero,  fin  o 
contra  amorosos  extremos. — 
I  el  paje  dice: — Veremos. — 

Asi  está  escrita  toda  esta  leyenda,  que  es  una  de  las  mejores 
do  la  colección. 

Uaa  do  las  cosas  que  nuestros  lectores  habrán  notado  sin 
duda,  es  la  felicidad  con  que  el  poeta  embute  en  su  lenguaje 
ciertas  locaciones,  que,  cabalmente,  porque  pertenecen  al  tono 
mas  familiar,  tienen  una  expresión  característica.  Pero  donde 
estos  modos  do  decir  ocurren  mas  amenudo  (como  era  de  espe- 
rar) es  en  los  pasajes  sarcásticos  i  burlones  de  la  leyendas  |que. 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

no  son  pocos).  Entre  muchos  ejemplos  que  pudiéramos  citar 
del  Don  Opas,  nos  limitaremos  a  los  dos  o  tres  que  siguen. 
Desvelábase  este  perverso  prelado  en  tramar  una  rebelión  para 
precipitar  del  trono  a  Rodrigo,  i  colocar  en  él  la  raza  de 
Witiza. 

Viendo  cuan  vanos  eran  sus  conatos, 

dijo  don  Opas  entre  sí: — Paciencia; 

ya  que  lo  quieren  estos  insensatos, 

consúmanse  en  brutal  indiferencia. 

Cubran  mi  mesa  suculentos  platos; 

brillen  en  casa  el  lujo  i  la  opulencia; 

manténganse  los  sacos  de  oro  llenos, 

i  baya  buena  salud;  del  mal  el  menos. — 

El  conde  don  Julián,  su  sobrino,  le  hace  sabedor  de  ciertos 
tratos  con  los  moros,  i  le  consulta  sobre  si  podría  tuta  cons- 
cicntia  unirse  a  los  infieles  para  vengar  la  injuria  mortal  que 
habia  recibido  del  monarca: 

— Solo  falta  que  ilustres  mi  ignorancia, 
i  calmes  los  escrúpulos  que  abrigo. 
¿Es  lícito  tratar  sin  repugnancia 
al  enemigo  do  la  fe,  de  amigo? 
¿Habrá  quién  luego  absuelva  mi  arrogancia, 
si,  porque  se  lo  antoja  a  don  Rodrigo 
dar  rienda  a  su  apetito  con  la  Cava, 
en  sangro  goda  mi  baldón  so  lava? — 

— ¡Qu  '  tonga  yo  un  sobrino  tan  salvaje! — 
clamó  don  Opas,  dando  un  golpo  recio. 


Toma  la  pluma  i  fragua  una  respuesta, 
digna  de  aquella  singular  consulta. 

— ¿Qué  ignominia,  deois  al  emule,  es  esta 
riue  tu  Imajl  nación  crea  I  abulta? 


1 1  h.i  i  orona  le  seduce!  Tonto, 

.  i ;         |  ]  I  v  i  a  n  < 


LEYENDAS  ESPAÑOLAS  30'J 


que  el  aliento  deslustra:  no  mas  pronto 
disipa  airado  viento  el  humo  vano. 
Yo  mas  arriba  mi  ambición  remonto. 
¿Qué  sirve  un  cetro  en  impotente  mano, 
si  vive  el  que  lo  empuña  en  ansia  eterna? 
Mejor  es  gobernar  al  que  gobierna. 

Con  ese  moro  amable  que  te  estrecha, 
toda  dificultad  la  astucia  zanje. 
Sus  ofertas  benignas  aprovecha; 
liga  tu  agudo  acero  al  corvo  alfanje. 
Renuncio  a  tu  amistad,  si  en  esta  fecha, 
puesto  al  frente  de  intrépida  falanje, 
con  ella  a  nuestra  España  no  galopas. 
Toledo  i  Mayo  veintitrés — Dun  opas. — 

Las  octavas  que  ponemos  a  continuación  nos  ofrecen  una 
buena  muestra  de  esta  felicidad  idiomática,  al  mismo  tiempo 
que  de  las  digresiones  a  la  manera  de  Byron.  El  poeta  compa- 
ra la  edad  media  con  los  siglos  modernos. 

No  había  protocolos  ni  gacetas, 
máquinas  de  sofisma  i  de  patraña, 
que-,  con  frases  pomposas  i  discretas, 
convierten  en  blandura  lo  que  es  saña; 
ni  en  narcóticas  rimas  los  poetas 
daban  a  la  política  artimaña, 
barniz  do  convulsiva  fraseolojia, 
que  desde  media  legua  huele  a  lojia. 

El  crimen  era  crimen,  pero  franco, 
i  decía  a  las  claras: — Esto  quiero. — 
No  aspiraba  a  tornar  lo  negro  en  blanco, 
ni  quitaba  a  su  víctima  el  sombrero, 
ni  al  amarrar  a  un  mísero  en  el  banco, 
lo  halagaba  con  tono  lisonjero; 
ni  decia  el  poder  al  sacerdocio: 
— Partiremos  el  lucro  del  negocio. — 

Juzgábase  una  causa  en  la  palestra, 
cuerpo  a  cuerpo:  sistema  aborrecido, 


310  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


en  que  el  fallo  pendía  de  la  diestra, 

i  pagaba  las  cestas  el  vencido. 

Mas  hoi  la  ilustración  ¿cómo  se  muestra? 

¿En  esto  hemos  ganado,  o  bien  perdido? 

El  indujo,  cual  antes  la  pelea, 

¿no  dicta  los  oráculos  de  Astrea? 

Llámese  fuerza,  o  bien  llámese  influjo, 
¿qué  importa  lo  que  diga  el  diccionario, 
si  bajo  el  grave  peso  yo  me  estrujo, 
cuando  estrujar  debiera  al  adversario? 
Que  ganen  la  belleza,  el  oro,  el  lujo, 
al  favor  de  vascuence  formulario, 

0  el  tajo  i  el  revés  do  estoque  i  daga, 
al  íia  ¿no  es  la  justicia  quien  la  paga? 

I  a  propósito,  ¡qué  ruin  pobreza 
la  del  célebre  idioma  castellano! 
Justicia  es  la  verdad  i  la  pureza, 
i  justicia  es  un  juez  i  un  escribano. 

1  así  cuando  me  oprima  con  fiereza 
fallo  vendido  por  proterva  mano, 
diré  correctamente  i  sin  malicia: 
¡qu  '•  eos  i  tan  injusta  es  la  justicia! 

I  para  ser  justicia  en  el  sentido 
")iico,  absurdo,  de  que  trato, 

pe  [Uiere  talvez  ser  buen  marido, 
Ciuda  lan  to,  hombre  sensato? 

ir;   inda    I  ■  lia  pedido. 

■/.,  o  Hiéralo, 

en  quien  profunde  estudio  deje  impreso 

lo  que  08  injusto  o  justo?     \ada  de  eso. 

del  juez  cumplida  ciencia 
:•  mental?  ¿del  hondo  mecanismo, 

ii  mo  tilica  la 
i  la  conviei  t«-  e.i  '  en  abismo? 

¡Q  i ''  , \o  ha  de  conocer  la  Intima  esenols 

.  :i  lud.  pu 


LEYENDAS  ESPAÑOLAS  311 


no  quede  entre  los  límites  suspenso 
de  );i  virtud  i  el  vicio?— Xi  por  pienso. 

Pues  ¿quión  me  va  a  juzgar?  Un  mozalvetc, 
que  en  seis  años  de  oscura  algarabía, 
logró  cubrirse  el  cráneo  de  un  bonete, 
símbolo  de  precoz  sabiduría. 
Con  esta  iniciación,  i  algún  libreto, 
que  mas  le  ofusca  el  seso  todavía, 
no  ha  menester  mas  tiempo  ni  trabajo: 
bien  puede  echar  sentencias  a  destajo. 


A,  i  la  espada  de  Damócles  pende,         • 
i  amenaza  invisible  fama,  vida, 
familia  i  bienestar;  así  se  extiende 
doquiora  la  asechanza,  apercibida 
por  incógnita  mano,  que  sorprende 
en  su  sueño  al  honrado;  i  do  la  herida 
siente  el  dolor,  i  atormentado  muere, 
sin  ver  el  tilo  agudo  que  lo  hiere. 

Lejos  del  conde  i  de  Tarif  estamos, 
i  dando  sin  querer  enorme  brinco, 
del  año  setecientos  diez,  pasamos 
al  de  mil  ochocientos  treinta  i  cinco. 
Con  andar  mas  de  prisa  ¿que  logramos? 
¿qu¿  vamos  a  ganar  si  con  ahínco 
perseguimos  la  historia  paso  a  paso, 
para  hallarnos  al  ñn  con  un  fracaso? 

[El  Araucano,  Año  do  1840.] 


^ 


ROMANCES  HISTÓRICOS 


POR   DON    AXJKL     SAAVKDKA 
duque  de  Rívas. 


Don  Ánjel  Saavcdra  ha  tomado  sobre  sí  la  empresa  do  res- 
taurar un  jénerode  composición  que  había  caído  en  áeauetud. 
El  romance  octosílabo  histórico,  proscrito  de  la  poesía  culta, 
se  habia  hecho  propiedad  del  vulgo,  i  solo  se  oia  ya,  con  mui 
pocas  excepciones,  en  los  cantares  de  los  ciegos,  en  las  coplas 
chavacanas  destinadas  a  celebrar  fechurías  de  salteadores  i 
contrabandistas,  héroes  predilectos  de  la  época  en  que  el  des- 
potismo habia  envilecido  las  leyes  i  daba  cierto  aire  de  virtud 
i  nobleza  a  los  atentados  que  insultaban  a  la  autoridad  cara  a 
cara.  Contaminado  por  esta  asociación,  aquel  metro  en  que  se 
habían  oído  quizas  las  únicas  producciones  castellanas  que 
pueden  rivalizar  con  las  de  la  Grecia  en  orijinalidad,  fecundidad 
i  pureza  de  gusto,  se  creyó  imposible,  no  obstante  uno  que 
otro  ensayo,  restituirlo  a  las  breves  composiciones  narrativas 
de  un  tono  serio,  a  los  recuerdos  históricos  o  tradicionales, 
en  una  palabra,  a  las  leyendas,  que  no  se  componían  antes 
en  otro;  i  llegó  la  preocupación  a  tal  punto,  que  el  autor  del 
Arte  de  hablar  no  dudó  decir,  que  «aunque  el  mismo  Apolo 
viniese  a  escribirle,  no  le  podria  quitar  ni  la  medida,  ni  el 
corte,  ni  el  ritmo,  ni  el  aire,  ni  el  sonsonete  de  jácara,  ni  ex- 
tender en  él,  ni  variar  los  períodos,  cuanto  piden  alguna  vez 
las  epopeyas  i  las  odas  heroicas;»   desterrándolo  así  no  solo 


314  OPÚSCULOS  LITERARIOS  1  CRÍTICOS 

de  los  poemas  narrativos,  sino  de  toda  clase  de  poesía  seria. 
Don  Anjel  Saavedra  ha  reclamado  contra  esta  proscripción 
en  el  prólogo  que  precede  a  los  Romances  Históricos;  ha 
refutado  allí  la  aserción  de  Hermosilla  con  razones  irrefraga- 
bles; i  lo  que  vale  mas,  la  ha  desmentido  con  estos  mismos 
Romances,  donde  la  leyenda,  aparece  otra  vez  en  su  primer 
traje,  i  el  octosílabo  asonantado  vuelve  a  campear  con  su  an- 
tigua riqueza,  naturalidad  i  vigor. 

Ni  es  esta  la  primera  vez  que  el  duque  de  Rívas  ha  demos- 
trado prácticamente  que  el  fallo  del  Arte  de  Hablar  contra 
el  metro  favorito  de  los  españoles  carecía  de  sólidos  funda- 
mentos. Habiendo  en  el  Moro  Expósito  vindicado  al  endeca- 
sílabo asonante  del  menosprecio  con  que  le  trataron  los  poetas 
i  críticos  de  la  era  de  Jovellános  i  Meléndez,  en  los  lindos  ro- 
mances publicados  a  continuación  de  aquel  poema  dio  a  cono- 
cer,  con  no  menos  feliz  éxito,   que  no  habian  prescrito  los 
derechos  del  octosílabo  asonante  a  las  composiciones  de  corta 
extensión,  en  que  so  contaba  algún  suceso  ficticio,  o  se  con- 
signaban i  hermoseaban  las  tradiciones  históricas.    Posterior- 
mente probó  también  sus  fuorzas  en  este  jénero  el  celebrado 
Zorrilla;  i  sus  romances  ocupan  un  lugar  distinguido  éntrelas 
producciones  mas  apreciables  de  su  fértil  i  vigorosa  pluma. 
Las  afortunadas  tentativas  de  la  misma  especie,  que  oom- 
,  le  la  presente  publicación,  disiparían   toda  duda  sobro  la 
ría,  sí  alguna  quedase.  Verá  en  ella  el  lector  una  serie 
de  cuadros  jierfcctaniente  dibujados  i  coloreados;  con  aquellos 
iS  peculiares  que  ponen  a  la   vista   las  costumbres,   la  li- 
ona moral  i  física    de  los  siglos  i  países  a  que  nos  quiere 

'a;  con  aquella  naturalidad  amable,  que  pa- 

taurar  a  la   poesía   seria  castellana    i 

airada  con  desden  por  algu- 
nos de  los  que  i  '!o  han  formado  su  gusto  en  las  obras  de  la 

i  i  Moratin;  i  todo  ello  sostenido  por 

ICÍOn    qué,  si    no  llega  B  la    soltura  i    melodía  del 

lo  XVII,  es  jeneralmente  suave  i 

lo  que  bajo  e  ito  b  ipeoto  se  eche 

iperior  ínteres  del  asunto,  que  casi  siempre 


ROMANCES  HISTÓRICOS  315 


es  una  acción  grande,   apasionada,   progresiva,  i  adaptada  al 
espíritu  filosófico  de  los  lectores  del  siglo  XIX. 

El  talento  descriptivo  de  don  Anjel  Saavcdra,  bastante  co- 
nocido por  sus  escritos  anteriores,  es  lo  que  constituye,  a 
nuestro  juicio,  la  principal  dote  de  sus  Romances  Históricos. 
Pero,  resucitando  la  antigua  leyenda,  le  ha  dado  facciones  que 
en  castellano  son  enteramente  nuevas.  Hai  una  gran  diferen- 
cia entre  el  gusto  descriptivo  de  los  antiguos,  i  el  moderno, 
adoptado  por  el  duque  de  Itívas.  Breves  rasgos,  esparcidos 
acá  i  allá,  pero  oportunos  i  valientes,  es  todo  lo  que  en  la 
poesía  griega  i  romana,  i  en  la  de  los  castellanos  de  los  siglos 
anteriores  al  nuestro.,  cupo  regularmente  a  los  objetos  mate- 
riales inanimados;  el  poeta  no  deja  nunca  a  los  personajes; 
absorbido  en  los  afectos  que  pinta,  se  fija  poco  en  la  escena; 
parece  mirar  las  perspectivas  i  decoraciones  con  los  mismos 
ojos  que  su  protagonista,  no  prestando  atención  a  ellos,  sino 
en  cuanto  dicen  algo  de  importante  a  la  acción,  al  interés 
vital  que  anima  el  drama.  Tal  es,  si  no  nos  engañamos,  el 
verdadero  carácter  del  estilo  descriptivo  de  aquellas  edades; 
su  pintura  es  toda  de  movimiento  i  pasión.  Nuestros  contem- 
poráneos, al  contrario,  presentan  vastos  cuadros  en  que  una 
análisis,  algo  minuciosa,  dibuja  formas,  matiza  colores,  mez- 
cla luces  i  sombras;  i  en  esta  parte  pictórica,  ocupa  a  veces  la 
acción  tan  poco  espacio,  como  las  figuras  humanas  en  la  pin- 
tura de  paisaje;  de  lo  que  tenemos  un  ejemplo  notable  en  el 
Jocelín  de  Lamartine.  I  no  pinta  solamente  el  poeta,  sino 
explica,  interpreta,  comenta;  da  un  significado  misterioso  a 
cuanto  impresiona  los  sentidos;  desenvuelve  el  agradable  de- 
vaneo que  las  percepciones  físicas  despiertan  en  un  espíritu 
pensador  i  contemplativo.  La  poesía  de  nuestros  contemporá- 
neos está  impregnada  de  aspiraciones  i  presentimientos,  de 
teorías  i  delirios,  de  filosofía  i  misticismo;  es  el  eco  fiel  de  una 
edad  esencialmente  especuladora. 

Aun  en  los  cuadros  de  estos  romances,  no  obstante  sus  re- 
ducidas dimensiones,  aparece  este  espíritu  meditabundo  i  filo- 
sófico. Sus  descripciones  no  son  solamente  menudas  e  indivi- 
duales, sino  sentidas  i  reflexivas.   Daríamos,   pues,    una  idea 


316  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


mezquina  de  su  mérito,  si  los  designásemos  como  una  mera 
resurrección  de  la  antigua  leyenda  española.  Don  Anjel  Saa- 
vedra  la  ha  modificado  ventajosamente,  dándole  el  carácter  i 
formas  peculiares  de  la  edad  en  que  vivimos,  como  lo  hubie- 
ran hecho,  sin  duda,  los  romanceros  de  los  siglos  pasados,  si 
hubiesen  florecido  en  el  nuestro. 

{El  Araucano,  Año  de  1842.) 


' r-"  "O        .  - 


CURSO  DE  FILOSOFÍA 


POR  N.   O.   R.  E.  A. 


I 

Se  ha  publicado  por  la  imprenta  del  Mercurio  un  Curso  de 
Filosofía  Moderna  para  el  uso  de  los  colejios  hispano-ameri- 
canos  i  particularmente  para  el  de  los  de  Chile,  extractado  de  las 
obras  de  filosofía  que  gozan  actualmente  de  mas  celebridad. 
Ignoramos  absolutamente  quién  sea  su  autor,  designado  por 
las  iniciales  N.  O.  R.  E.  A.*,  que  cada  uno  interpreta  a  su  modo. 
Pero  sea  quien  fuere,  miramos  su  trabajo  como  muí  aprecia- 
ble,  i  la  publicación  de  la  obra  como  honrosa  al  estado  de  la 
ilustración  de  Chile.  De  los  textos  filosóficos  que  conocemos 
entre  los  que  sirven  para  la  enseñanza  de  la  juventud  en  nues- 
tros establecimientos  literarios,  éste  es  el  que  nos  parece  mas 
instructivo  i  mas  adaptado  a  su  objeto.  Su  lenguaje  es  claro  i 
correcto,  i  bastante  puro:  cualidad  que,  a  nuestro  juicio,  lo  dis- 
tingue del  de  casi  todas  las  producciones  contemporáneas.  Su 
autor,  aunque  manifiesta  mucha  versación  en  las  obras  ex- 
tranjeras que  tratan  de  la  misma  materia,  no  adolece  de  la 
manía  d£jplagar  nuestra  lengua  con   locuciones  extranjerasy 


*  El  Curso  de  Filosofía  de  que  se  trata,  fué  escrito  por  don  Ramón 
Briseño,  quo  lo  publicó  ocultando  su  nombra  b;ijo  las  letras  N.  O.  R. 
E.  A.,  correspondientes  a  las  últimas  letras  de  las  palabras  un  anti- 
guo profesor  de  filosofía. 


313  OPÚSCULOS  LITERARIOS  1  CRÍTICOS 

cuya  fuerza  no  puede  ser  sentida  sino  por  los  que  están  fa- 
miliarizados con  los  idiomas  a  que  pertenecen,  i  que  ponen, 
por  consiguiente^  al  lector  en  la  necesidad  de  saber  el  francés 
i  el  ingles  para  entender  completamente  lo  que  so  dice  estar 
escrito  en  castellano.  Esta  especie  de  traje  exótico  sería  sobre 
todo  inoportuno  en  los  libros  que  so  destinan  a  la  educación 
de  la  juventud;  i  el  autor  del  Curso  de  Filosofía,  Moderna  ha 
procedido  con  mucho  juicio  en  evitarlo.  No  somos  puristas;  no 
pretendemos  que  vayan  a  buscarse  en  Cervantes  i  frai  Luis 
de  Granada  las  palabras  necesarias  para  verter  a  nuestra  len- 
gua las  ideas  de  Laromiguiére,  Kant  o  Cousin.  Pero  creemos 
que,  exceptuando  un  pequeño  número  de  nombres  técnicos 
cuyo  sentido  se  fija  por  medio  de  acertadas  definiciones  dedu- 
cidas de  la  jeneracion  de  esas  mismas  ideas,  nuestra  lengua 
no  carece  de  medios  para  expresar  los  pensameintos  mas  abs- 
tractos i  para  amenizarlos  i  pintarlos.  Véase  cuál  es  en  esta 
parte  la  conducta  de  los  escritores  franceses,  c  imitémosla; 
difícilmente  pudiéramos  tomar  mejor  modelo.  ¿Empican  ellos 
anglicismos  o  jermanismos  para  exhibir  en  su  lengua  las  teorías 
de  la  escuela  escocesa  o  el  misticismo  de  la  filosofía  alemana? 
I 'iics  ¿por  qué  nosotros,  explicando  a  los  niños  o  a  los  jóvenes 
lo  (pie  se  ba  pensado  en  l'aris  o  en  Edimburgo  sobre  las  fa- 
cultades i  las  operaciones  del  alma  humana,  que  son  en  Chile 
lo  mismo  que  en  Escocia  i  en  Francia,  hemos  do  hablarles  ww 
idioma  que  necesite  todavía  de  traducirse? 

Dando  estas   merecidas  alabanzas  al  Curso  de  Filosofía, 
Moderna,,  reconociendo  la  excelencia  de  no  pocos  capítulos, 

lobro  todo  en  la  segunda  parte  de  la  obra,  se  nos  permitirá 
indicar  uno  de  los  (pie  nOH  par  .ven  mas  graves  defectos,  i  (pie, 

sí  par  I  lindado  nuestro  juicio,  podría  hacerse  desaparecer 

Ofl  las   futuras   ediciones.    ( "uaudo  se   combinan  las    ideas   de 

diferentes  autores,  que  no  solo  di  Aeren  entre  si  en  la  sustan- 
cia de  i,.s  pensamientos  i  en  la  estructura  do  los  sistemas,  sino 
en  la  n nelatura,  se  corre  el  peligro  do  juntar  cosas  incon- 

i  de  hablar  un  lenguaje  e  [uivOCO.    LO  que  uno  llama 

i  otro  lo  denomina  sensación;  lo  que  es  abstracción 
en  un  sistema,  no  lo  i  •  on  otro;  i  algunas  de  las  mas  re- 


CURSO  DE  FILOS 


fiidaa  controversias  filosóficas  no  han  tenido  mas  fundamento 
que  la  varia  acepción  de  tal  o  cual  palabra,  i  hubieran  podido 
componerse  amigablemente  con  mui  lije  ras  concesiones  entre 
las  escuelas  antagonistas.  El  que  se  propone  extraer  de  estas 
varias  fuentes  un  cuerpo  de  doctrina  (que  para  merecer  este 
nombre  debe  ser  consecuente  i  armonioso  en  todas  sus  partes), 
es  menester  que  pontea  mucho  cuidado  en  la  elección  de  los 
materiales;  i  al  colocarlos  en  su  obra,  le  será  forzoso  nimbas 
veces  alterar  la  nomenclatura  técnica  de  los  orijinales,  para 
uniformar,  como  debe  hacerlo,  la  suya.  El  autor  del  Curso  de 
Filosofía  Moderna  no  ha  tenido  siempre  este  cuidado;  así  es 
que,  leyendo  la  primera  parte  (i  lo  hemos  hecho  con  bastante 
atención),  no  liemos  podido  formar  un  concepto  claro  de  su  teo- 
ría psicológica,  déla  composición  i  dependencia  de  las  faculta- 
des intelectuales  entre  sí,  i  déla  jeneracion  de  las  ideas.  Bajo 
estos  respectos,  estamos  mui  lejos  de  convenir  en  mucha  parte 
de  la  doctrina  del  autor;  ñero  no  es  la  diferencia  entre  su 
modo  de  pensar  i  el  nuestro  lo  que  notamos  como  un  delecto 
(esa  sería  de  nuestra  parte  una  presunción  injustificable),  sino 
la  incoherencia  de  ciertos  principios  i  la  falta  de  precisión  en  el 
uso  de  los  términos  científicos. 

Talvez  en  otra  ocasión  nos  tomaremos  la  libertad  de  discu- 
tir algunos  puntos  con  el  autor,  particularmente  en  lo  relativo 
a  la  lójica,  a  la  dirección  de  nuestras  facultades  intelectuales, 
parte  la  mas  interesante  de  la  filosofía,  después  de  la  que  ana- 
liza nuestros  sentimientos  morales  i  dirijo  nuestros  aetos  vo- 
luntarios. Creemos  que  a  esa  parte  no  se  da  actualmente  en 
nuestros  colejios  toda  la  atención  necesaria,  cuando  ella  es  en 
realidad  una  de  las  pocas  en  que  se  puede  decir  que  el  pensa- 
miento filosófico  ha  hecho  conquistas  durables,  i  ha  trazado 
reglas  útiles,  necesarias,  destinadas  a  durar  lo  que  la  misma 
razón  humana.  Mientras  que  cada  dia  ve  aparecer  una  nue- 
va teoría  psicolójica,  la  lójica  avanza  progresivamente;  i  es 
estudiada,  a  beneficio  do  la  sociedad  i  de  las  ciencias,  en  sus 
diversos  departamentos,  en  sus  varias  aplicaciones:  la  lójica 
de  las  ciencias  físicas,  la  lójica  de  la  historia,  la  lójica  de  las 
ciencias  morales,  la  lójica  del  foro.  De  Aristóteles  acá,  en  este 


320  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


solo  ramo  de  filosofía,  ha  sido  constante  el  progreso,  i  mani- 
fiesta la  influencia  de  las  especulaciones  filosóficas  en  la  cultu- 
ra social  i  en  los  descubrimientos  científicos.  Quisiéramos  por 
eso  que  en  la  educación  de  la  juventud  se  diese  a  la  disciplina 
del  entendimiento  el  lugar  que  merece;  i  con  este  objeto  nos 
proponemos  examinar  mas  detenidamente  la  segunda  parte 
del  Curso  de  Filosofía,  Moderna,  i  someter  a  su  ilustrado 
autor  i  al  público  el  resultado  de  nuestro  estudio. 


II 


Hallamos  mucho  de  bueno,  de  excelente,  en  la  segunda 
parte  de  este  curso,  que  trata  de  la  lójioa;  pero  no  debemos 
disimular  que  encontramos  también  lunares  i  vacíos  notables. 

a  El  medio  que  tenemos  (dice  el  autor)  de  conocer  o  ad- 
quirir las  verdades  deducidas  es  el  raciocinio;  operación  cuyo 
oficio  es  descubrir  la  verdad  i  manifestarla  a  los  demás.»  Esta 
última  frase  no  nos  parece  ni  exacta,  ni  consecuente  con  la  pri- 
mera. Si  el  raciocinio  tuviese  por  oficio  descubrir  la  verdad, 
no  debería  mirarse  como  el  medio  de  conocer  las  verdades  de- 
ducidas solo,  sino  todas  las  verdades  posibles,  proposición  que 
iramehtG  no  admitirá  el  ilustrado  autor  del  Curso.  Ademas, 
el  manifestar  a  los  demás  hombres  la  verdad  no  tiene  que  ver 
con  la  operación  interna  del  raciocinio.  Puede  ser  útil,  i  lo  es 
sin  duda,  observar  cierto  método  en  la  trasmisión  de  nuestros 

conocimientos;  pero  es  evidente  quo,  cuando  tratamos  de  tras- 
mitirlos, i  completas  i  perfectas  en  el  alma   las  opera-' 
ciones  con  que  los  adquirimos.   Tal  vez  el  autor  hadado  esa 
extensión  a  la  palabra  raciocinio  para  introducir  su  teoría  del 
silojismo.  Pero  mo  es  el  silojismo  un  verdadero  raciocinio  que 
existe  en  el  entendimiento  antes  deexpn  >n  palabras? 
convicción  producida   por  un  silojismo  lejítimo  depende 
i  de  la  forma  verbal  que  se  emplea?  ¿Ko  tiene  su  verda- 
íuii  i  imento  en  I            iones  de  las  ideas,  i  su  verdadero 

i  la  meii' 

Por  otra  p  i  quo  con  ideremo  -  el  silojismo  como 


CURSO  DE  FILOSOFÍA  321 


una  oporacion  interna  o  externa  con  respecto  a  el  alma,  es 
demostrable,  o  por  mejor  decir,  está  demostrado  que,  ni  todo 
raciocinio,  ni  todo  argumento,  puede  reducirse  al  silojismo, 
K  no  ser  por  medió  do  ciertos  artificios  escolásticos,  que  apa- 
rentemente hurtan  el  cuerpo  a  la  dificultad,  i  la  dejan  en  pió. 
Ilai,  a  nuestro  juicio,  diferentes  jéneros  i  especies  de  racio- 
cinios; i  el  silojismo  (entendiendo  por  tal  el  que  se  define  i 
explica  en  las  Lecciones  IV  i  V),  no  es  mas  que  una  especie 
entre  muchas  de  que  esencialmente  difiere.  Para  convencernos 
de  ello,  basta  observar  que  el  silojismo  es  un  raciocinio  de- 
mostrativo; un  raciocinio  en  que,  de  premisas  verdaderas,  se 
deduce  necesariamente  una  consecuencia  que  también  ¡o  es. 
Concedido,  por  ejemplo,  que  lo  que  carece  do  parles  es  indiso- 
luble, i  que  el  alma  carece  de  partes,  es  necesario  tener  tras- 
tornada la  cabeza  para  no  conocer  que  el  alma  es  indisoluble. 
Ahora  bien,  hai  modos  de  raciocinar,  modos  lejítimos,  modos 
que  han  conducido  a  algunos  de  los  mas  pasmosos  descubri- 
mientos de  que  se  gloría  la  razón  humana,  en  que,  de  premisas 
indudables,  no  deducimos  mas  que  consecuencias  probables, 
consecuencias  falibles,  consecuencias  que  necesitan  todavía  do 
confirmarse  i  reforzarse  para  que  estén  exentas  de  todo  peligro 
de  error. 

Por  ejemplo:  todas  las  análisis  que  la  química  habia  podido 
hacer  de  los  ácidos,  manifestaban  la  existencia  del  oxíjeno  en 
ellos,  como  uno  de  sus  elementos  constitutivos.  El  oxíjeno, 
se  dijo  entonces,  es  un  elemento  necesario  de  los  ácidos;  es  el 
principio  acidificante.  La  conclusión  no  era  mas  que  probable 
hasta  cierto  punto,  aunque  se  deducía  de  premisas  incontesta- 
bles. Así  fué  que,  habiendo  pasado  algún  tiempo  como  una  lei 
de  la  naturaleza,  fué  después  desmentida  por  mas  extensas 
observaciones  i  mejor  entendidos  experimentos.  Si  en  lugar  de 
veinte  o  treinta  ácidos  en  que  la  análisis  hiciese  ver  la  exis- 
tencia del  oxíjeno,  hubiese  habido  doscientos  o  trescientos,  la 
probabilidad  (suponiendo  que  no  hubiese  ejemplo  en  contrario) 
habría  sido  inmensa;  pero  la  certidumbre  no  habría  sido  toda- 
vía completa;  i  sobre  todo,  no  se  habría  debido  al  proceder 
silojístico,  sino  al  proceder  analójico;  a  menos  que  todos  los 

OPLXJ.  i  l 


OPÚSCULOS  UTBRAIUQ9  I  CRÍTICOS 


ácidos  posibles  hubiesen  sido  descompuestos  analíticamente, 
i  en  todos  ellos  hubiese  aparecido  el  oxíjeno, 

Ilai  una  inducción  que  se  reduce  al  silojismo;  la  que  pre- 
sentaba el  oxíjeno  como  elemento  indefectible  de  los  ácidos, 
no  era  una  inducción  de  esa  especie.  En  la  inducción  silogísti- 
ca, de  la  enumeración  de  todos  los  particulares,  se  deduce 
una  consecuencia  jeneral  infalible,  suponiendo  que  las  premi- 
sas lo  sean.  La  inducción  analójica  es  una  enumeración  incom- 
pleta: de  varios  casos  particulares  observados,  deduce  una  pro- 
posición jeneral  que  comprende  aun  los  casos  particulares  no 
observados;  por  lo  que,  mientras  la  enumeración  no  se  agota, 
no  puede  concluir  demostrativa,  ni  silogísticamente.  Es  un  ra- 
ciocinio lejítimo;  pero  que  no  está  exento  de  todo  peligro  de 
error.  I  cabalmente  esta  especie  de  raciocinios,  conjeturales 
al  principio,  plausibles  luego,  probables  después,  i  cuya  pro- 
babilidad crece  por  grados  hasta  que  el  peligro  de  error  llega 
a  ser,  por  decirlo  así,  una  cantidad  evanecente,  es  a  la  que 
se  deben  los  grandes  descubrimientos  en  el  estudio  de  la  na- 
turaleza; la  demostración  silogística  es  comparativamente  in- 
fecunda. 

Pero  no  solo  es  cierto  que  no  todo  raciocinio  es  silojismo, 
porque  el  silojismo  demuestra,  i  no  todo  raciocinio  lo  hace, 
sino  porque  hai  varias  especies  de  raciocinios  rigorosamente 
demostrativos  (pie  no  son  si  loj  ¡sinos,  como  lo  había  dicho  ántos 
que  todos  el  mismo  Aristóteles. 

Por  ejemplo:  este  modo  de  raciocinar  tan  frecuente  en  las 
matemáticas  i  en  la  vida.   *A  es  igual  a  C,  />'  es  igual  a  C, 

luego  A  68  i.urual  a  />,»  no  puede,  reducirse  al  silojismo.  Ep 
ninguno  de  1  MB    modos  i  Bguras  del  silojismo,   siendo  ambas 

premisa!  afirmativas,  puede  el  término  medio  sor  predicado 
de  una  i  otra.  A  la  verdad,  no  ha  faltado  quien  se  empeñase 
en  dar  b  <-¡nio  demostrativo  (a  estruotura  silojística; 

de  que  si>  ba  hecho  uso  es  presentarlo  bajo  la 
forma  del   lilojismo  condicional:  «s¡  .\  es  igual  a  C,  i  Bes 

:  que    \  es  igual   a  (  ',    i  ll  es 

ial  b  /'.  •    Efujio  verdaderamente  ri- 
dículo  i  tquí  el  mismísimo  raciocinio  que  se  trata 


CURSO  ÜE  FILOSOFÍA  323 


de  reducir  al  silogismo.  Otro  tanto  sucedería  si  expresásemos 
como  premisa  el  axioma:  «Dos  cantidades  iguales  a  una  ter- 
cera, son  iguales  entre  sí.»  Expresar  la  idea  bajo  la  forma  de 
Un  axioma,  o  expresarla  por  medio  de  una  proposición  condi- 
cional, o  desenvolverla  en  las  tres  proposiciones  de  la  demos- 
tración matemática,  es  para  el  entendimiento  una  misma  cosa; 
como  cualquiera  que  interrogue  su  conciencia,  1  >  percibirá 
intuitivamente.  T.>> las  esas  formas  representan  un  mismo  acto 
intelectual,  en  que  percibimos  con  toda  evidencia  que  la  rela- 
ción de  igualdad  do  dos  cantidades  con  una  tercera,  compren- 
de la  relación  de  igualdad  de  las  dos  cantidades  entre  sí,  de 
manera  que  ambas  relaciones  coexistan  necesariamente. 

Creemos  haber  probado  que  el  silojismo  es  una  sola  especie 
do  raciocinio  entre  muchas  que  ejercita  la  inteligencia  huma- 
na, porque,  siendo  el  silojismo  un  raciocinio  demostrativo, 
hai  raciocinios  que  no  son  demostrativos,  i  raciocinios  demos- 
trativos que  no  son  silojismos.  Demos  un  paso  mas.  Deter- 
minemos la  estructura  característica  del  silojismo,  la  que  lo 
diferencia  de  los  otros  raciocinios  que  concluyen  demostrati- 
vamente. 

Que  los  axiomas  no  son  premisas  de  los  raciocinios  demos- 
trativos, es  una  verdad  que  ha  sido  ya  completamente  probada 
por  los  filósofos  de  la  escuela  escocesa.  Pero,  si  no  sirven  de 
premisas  al  raciocinio,  ¿de  qué  le  sirven?  Le  sirven  de  tipos 
o  fórmulas.  A  todo  raciocinio  demostrativo  lejítimo,  corres- 
ponde un  axioma,  que  representa  o  formula  en  términos  je- 
nerales  el  proceder  del  entendimiento;  de  manera  que  para 
«aber  si  un  raciocinio  demostrativo- es  bueno  o  malo,  basta 
ver  si  el  proceder  deductivo  que  en  él  ha  observado  el  enten- 
dimiento es  o  no  conforme  a  un  axioma,  a  una  proposición 
evidente. 

Como  los  hombres  han  subido  siempre,  en  la  formación  de 
sus  ideas,  de  lo  particular  a  lo  jcneral,  es  claro  que  han  ejer- 
citado largo  tiempo  la  raciocinación  demostrativa,  i  la  han 
ejercitado  bien  'pues  la  conducta  ordinaria  de  la  vida  lo  su- 
pone), antes  que  el  proceder  deductivo  de  que  se  valían  se 
hubiese   presentado  a  su  espíritu  en  la   abstracta  desnudez  de 


324  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICO? 

un  axioma.  I  esto  confirma  que  los  axiomas  no  son  premisas 
del  raciocinio  demostrativo,  sino  meros  tipos  i  fórmulas; 
porque,  sin  el  conocimiento  de  las  premisas,  no  es  posible  que 
lleguemos  por  medio  del  raciocinio  a  la  verdad  que  se  deduce 
de  ellas.  Así  mucho  antes  que  un  hombre  haya  pronunciado 
el  axioma:  «dos  cantidades  que  son  iguales  a  una  tercera,  son 
iguales  entre  sí,»  ya  ha  formado  infinito  número  de  racioci- 
nios ajustados  a  él.  lia  visto,  por  ejemplo,  que  dos  cuerpos 
colocados  en  un  platillo  de  la  balanza  pesan  cada  uno  lo  mis- 
mo que  otro  cuerpo  colocado  en  el  otro  platillo;  i  no  necesita 
mas  para  saber  que  los  dos  primeros  cuerpos  pesan  tanto  el 
uno  como  el  otro.  De  lo  cual  se  colije  que  la  reducción  del 
raciocinio  demostrativo  a  un  axioma,  no  es  necesaria  para 
conducir  bien  la  inteligencia  en  esa  especie  de  raciocinación; 
es  solo  útil,  en  cuanto  pone  a  la  vista,  por  decirlo  así,  que  el 
proceder  deductivo  de  que  nos  hemos  servido  es  lejítimo,  i 
dando  al  raciocinio  la  precisión  i  rigor  del  lenguaje  aljcbraieo, 
deja  completamente  satisfecho  el  entendimiento. 

El  proceder  de  la  razón  en  el  raciocinio  demostrativo  es,  i  no 
puede  menos  de  ser,  vario,  según  la  naturaleza  de  las  relacio- 
nes sobre  que  versa.  ¿Se  trata  do  relaciones  de  identidad?  En- 
tonces el  tipo  «si  A  es  C,  i  B  es  C,  A  es  i?,»  concluye  rigoro- 
samente. ¿Se  trata  de  las  rolacioncs  de  individuo  a  especio, 
de  especie  a  jénero?  Esc  mismo  tipo  es  absurdo.  Si  el  reptil  es 
animal,  i  si  el  ave  es  animal,  no  poroso  el  reptil  es  avo.  Esto 
nos  conduce  al  verdadero  tipo  del  silojismo. 

Nuestros  juicios  versan  ordinariamente  sobro  la  relación 

tlr  COntÍnenCÍ&  del  individuo  a  la  especio  o  <le  la  especie  al 
iéoerO.  Cnaiido  decimos  que  el  alma  humana  08  inmaterial  o 
(jne  el  hombre  discurre,  no  suponemos  quo  todo  lo  inmaterial 

Ima  humana,  o  todo  lo  que  discurro  os  hombre.  Lo  quo 
haoa  el  entendimiento,  ea  yer  contenida  [a  oíase  alma  huma- 
na en  1*  oíase  do  loa  ini:ilrr¡;il<-s,   o  la  clase  lri>l)ihf<> 

en  lacla  fita  discurren.  El  raciocinio  llamado 

silojismo  SO  ejercita  en  esa  especie  de  juicios;  i  el  axioma  que 

lo  formo'  contenido  en  /-',  i  Beaoontenido 

uifeiiido  en  ('.■    VA  alma  humana  piensa;  [o  qu< 


CURSO  DE  FILOSOFÍA  J25 


piensa  es  inmaterial;  luego  el  alma  humana  es  inmaterial. 
Es  como  si  dijéramos:  el  alma  humana  está  contenida  en  la 
clase  de  los  sores  que  piesan;  la  clase  délos  seres  que  piensan 
está  contenida  en  la  clase  de  los  seres  inmateriales;  luego  el 
alma  humana  está  contenida  en  la  clase  de  los  seres  inmate- 
riales. Permítasenos  esta  prolijidad,  porque  deseamos  ser  cla- 
ros; deseamos  ser  entendidos  de  todos;  i  de  los  dos  inconvenien- 
tes, nos  parece  mucho  mas  tolerable  ser  prolijos  que  oscuros. 

Represéntase  ordinariamente  elsilojismo  bajo  el  tipo  «B  es 
C;  A  es  B;  luego  A  es  C»;  pero  es  necesario  tener  presente 
que,  cuando  así  se  hace,  ol  verbo  ser  no  significa  la  identidad 
do  todo  B  con  todo  C,  i  de  todo  A  con  to  lo  /i,  sino  de  todo  B 
con  una  parte  de  C,  i  de  todo  A  con  una  parto  de  B;  que  es 
en  otros  términos  lo  mismo  que  hemos  querido' expresar  con 
la  palabra  continenci&.  Ser  significa  en  el  silojismo  esíar 
contenido  en;  i  por  consiguiente  es  forzoso  que  todo  silojis- 
mo, so  pena  de  ser  desechado  por  absurdo,  se  ajuste  al  axioma 
o  fórmula  anterior;  que  en  sustancia  es  aquella  misma  tan 
conocida  en  las  escuelas,  a  el  medio  debe  contener  a  uno  de  los 
extremos  i  estar  contenido  en  el  otro.»  Pero  cualquiera  de  las 
dos  que  se  adopte  (que  para  nosotros  es  indiferente),  es  preciso 
fijar  con  todo  rigor  la  idea  que  correspondo  a  la  palabra  con- 
tinencia o  contener,  porque  sobre  esa  idea  descansa  la  teoría 
del  silojismo,  i  ella  en  realidad  la  comprende  toda. 

Miran  algunos,  de  un  modo  al  parecer  diferente  del  nuestro, 
la  continencia  de  los  dos  términos  de  la  proposición,  o  de  las 
ideas  que  se  comparan  en  el  juicio;  i  cuando  se  dice,  verbi  gracia, 
que  «lo  visible  es  material,»  les  parece  mas  sencillo  concebir 
lo  material  como  contenido  que  como  conteniente  de  lo  visi- 
ble. La  continencia  es  entonces  la  inclusión  de  un  ser  o  cualidad 
abstracta  en  otra,  no  de  una  clase  en  otra  clase.  Pero  estas 
dos  continencias,  no  tanto  son  relaciones  distintas,  como  ex- 
presiones inversas  de  una  relación  idéntica.  En  efecto,  el  con- 
tenerse una  clase  de  seres  en  otra  supone  que  la  primera  está 
dotada  de  todos  los  atributos  constantes  i  necesarios  de  la  se- 
gunda, lo  cual  no  excluye  el  poseer  muchos  otros.  Si  la  clase 
de  los  seres  materiales  contiene  la  clase  do  los  seres  visibles, 


326  OPÚSCULOS  L1TERAUI0S  I  CIÚTICOS» 


es  forzoso  que  haya  en  éstos  todo  lo  que  se  encuentra  constan- 
te i  necesariamente  en  aquellos.  En  este  sentido,  lo  visible 
contiene  a  lo  material,  como  en  el  otro  lo  material  contiene  a 
lo  visible.  Los  escolásticos  distinguieron  bien  esas  dos  especies 
de  continencia,  llamando  a  la  primera  (la  de  la  especie  en  el 
jénero)  extensión,  i  a  la  segunda  (la  del  jénero  en  la  especie) 
comprensión.  Así,  según  ellos,  el  predicado  contiene  extensi- 
vamente al  sujeto,  i  el  sujeto  comprensivamente  al  predicado, 
disputaremos  con  los  que  prefieran  este  segundo  modo 
de  considerar  la  continencia  de  los  términos  en  el  silojismo, 
porque  lo  mismo  se  aplica  nuestro  axioma  a  la  comprensión 
que  a  la  extensión.  Si  la  cualidad  de  uno  i  simple  comprende 
la  cualidad  de  indisoluble,  i  si  el  ser  o  naturaleza  del  alma  hu- 
mana comprende  la  cualidad  de  una  i  simple,  el  ser  o  la  natu- 
raleza del  alma  humana  comprende  la  cualidad  de  indisoluble. 
S¡  /;  contiene  a  C,  i  A  contiene  a  I),  A  contiene  a  C. 

De  cualquiera  de  estos  modos  (pie  el  ilustrado  autor  del 
"doso fío,  Moderna  hubiese  querido   formular  el 

sino,  habría  hecho,  a  nuestro  juicio,    mucho  mejor,  que 
explicando  la  forma  silojíslica  como  la  explica,  i  dando  acerca 

lia  las  reglas  que  da.    Nos  parece   tan  difícil  entenderlas, 
10  embarazoso  aplicarlas.  Los  medios  de  que  se  vale  para 

lar  los  \ieios  del  silojismo,  son  oscuros,  i  expresando  fran- 

inte  nuestro  juicio,  inexactos  e  inadecuados.    ¿Por  (pié  es 

i  aquel  silojismo: 

El  hombre  tiene  OJOS} 
el   caballo  tiene  ojos; 
lllego  el  hombre  es  caballo? 

debería  ser,  porque  no  es  silojismo  ni  raciocinio 

•le  ninguna  clase.  i;i  tipo  a  que  parece  ajustarse  es  propio  de 

ni  sobre  relaciones  de  identidad,  de  que  no  se  tra« 

jemplo    Trátase  de  relaciones  de  continencia,  ya 

nsiva  o  comprensivamente.  8i  exten* 

-  |  medio    lo  (¡o.'  tiene  ojos)  contiene  los  dos  e\lre- 

ho; ubre  i  caballo);  si  oomprensn  amento,  los  dos  extremos 

r-boiiibje  i  •  ontionen  precii  amenté  el  me- 


CURSO  DE  filosofía  S27 


dio  (el  tener  ojos);  i  se  necesita  que  estén  mui  cerrados  los 
del  entendimiento  para  colejir  que  de  contenerse  dos  cosas  en 
una  tercera  o  de  contenerlas  ésta,  pueda  deducirse  que  la  una 
de  las  dos  contenga  a  la  otra.  ¿Xo  pone  esto  de  bulto  lo  vicio- 
so de  la  deducción?  ¿1  podrán  parecer  a  nadie  satisfactorias  las 
explicaciones  que  con  este  objeto  so  nos  dan  en  el  Curso? 


111 


El  raciocinio  demostrativo,  dijimos,  i  por  consiguiente  el 
silojismo,  de  premisas  ciertas  deduce  consecuencias  que  no 
pueden  menos  de  ser  ciertas  también,  Pero  no  consiste  la  na- 
turaleza especial  de  esta  clase  de  raciocinio  en  la  verdad  o 
certidumbre  de  las  premisas,  sino  en  el  proceder  deductivo 
que  es  propio  de  ellos.  Si  supuestas  las  premisas  (verdaderas 
o  falsas;  ciertas,  probables  o  meramente  imajinarias),  la  con- 
secuencia es  necesaria,  de  necesidad  absoluta,  el  raciocinio  es 
demostrativo;  si  no  es  necesaria  la  consecuencia,  debemos  re- 
ducirlo a  otra  clase.  En  la  mecánica,  por  ejemplo,  como  las 
premisas  son  puras  hipótesis,  que  no  representan  mas  que 
aproximativa  e  imperfectamente  los  datos  físicos,  las  conse- 
cuencias exhiben  también  aproximativa  e  imperfectamente  los 
fenómenos  de  la  naturaleza  física;  i  sin  embargo,  el  proceder 
deductivo  que  conduce  a  ellas  es  tan  exacto  i  rigoroso,  como 
el  de  la  jeometría  de  Euclídes.  El  raciocinio,  pues,  de  que  se 
hace  uso  en  la  mecánica,  es  tan  demostrativo  como  el  de  la 
jeometría  pura,  no  obstante  lo  inexacto  de  las  consecuencias 
referidas  a  los  hecbos  reales. 

La  pretensión  de  dar  un  solo  tipo,  una  regla  universal,  no 
ya  a  todo  jénero  de  raciocinios,  sino  aun  a  los  demostrativos, 
prescindiendo  de  los  otros,  ha  sido  perjudicial  en  la  lójica, 
porque  no  os  posible  realizarla  sino  aparentemente,  o  por 
medio  de  frases  vagas,  que  bien  analizadas  dejan  el  problema 
por  resolver.  ¿Qué  significa,  por  ejemplo,  la  unión  de  las 
ideas?  ¿Cómo  se  une  la  idea  de  hombre  con  la  idea  de  racio- 
.'  ¿Será  identificándose?  ¿Será  comprendiéndose  la  una  en 


328  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

la  otra,  de  manera  que  racional  constituya  un  atributo  nece- 
sario de  hombre?  Estas  dos  relaciones  exijen  diferentes  pro- 
cederes deductivos,  i  confundirlas  bajo  la  palabra  anión,  no 
es  determinar  la  marcha  precisa  que  debe  observar  el  enten- 
dimiento cuando  raciocina  sobre  una  de  ellas,  que  es  mui 
diversa  de  la  que  debe  observar  en  otros  casos. 

Esta  nos  parece  una  consideración  esencial  en  toda  buena 
lójica;  i  por  lo  mismo,  antes  de  pasar  adelante  en  el  examen 
del  Curso  de  Filosofía  Moderna,  se  nos  permitirá  ilustrarla 
con  algunas  observaciones. 

Condillac  cree  que  todo  raciocinio  se  reduce  a  una  sola 
operación  intelectual,  a  sacar  de  un  juicio  otro  juicio  incluido 
en  el  primero;  pero  no  nos  dice  qué  especie  de  inclusión  es 
esta;  i  siendo  ella  diversa,  según  la  naturaleza  de  las  relacio- 
nes sobre  que  versa  el  raciocinio,  la  fórmula  o  tipo  universal 
que  da  al  raciocinio,  no  sirve  de  nada,  porque  lo  que  significa 
es  (pie  «el  consiguiente  debe  estar  incluido  en  su  antecedente 
de  aquel  modo  particular  que  convenga  a  la  materia  del  ra- 
imo»; i  esto  en  sustancia  ¿qué  es,  sino  decirnos  que  en  el 
raciocinio  la  consecuencia  debe  deducirse  legítimamente  de  las 
premisas,  sin  manifestarnos  en  qué  consiste  la  legitimidad? 

Condillac  nos  da  por  ejemplo  de  su  doctrina  un  raciocinio 
matemático.  Yo  tengo,  dice,  cierto  número  de  monedasen  la 
mano  derecha,  i  cierto  número  en  la  izquierda.  Si  yo  pasase 
una  moneda  de  la  derecha  a  la  izquierda,  habría  igual  núme- 
ro en  ambas  manos.  Si  por  el  contrario  pasase  una  moneda 
de  la  izquierda  a  la  derecha,  habría  doble  número  en  la  dore» 
cha  qtu-  en  la  izquierda.  ¿Cuántas tengo,  pues,  <'n  cada  mano? 
■  problema,  llamo  x  el  número  de  la  derecha, 
¡i  el  de  la  izquierda.  L  expresados  algebraicamente 

je— -itssy  \  I. 

C — 1=7/  -f  1  infiero, 

l.'.v-  u   2 

/  -2,  ¡nl¡. 

-2— 1=2//— 3, 


CURSO  DE  FILOSOFÍA  329 


Supuestos  los  consiguientes  1.°  i  2.°,  infiero, 

3.°  2?/ — 3=jy    2. 
I  de  esta  proposición  deduzco, 

4.°  y=2+3=5. 
Conocido  y,  o  el  número  de  monedas  que  tengo  en  la  izquier- 
da, deduzco  del  primero  de  los  datos,  que  es 

x — \=y  ■+•  1, 
5.°;c— 1=5  +  1=6. 
I  de  aquí  saco 

G.°  x=7. 
Tengo,  pues,  siete  monedas  en  la  mano  derecha  i  cinco  en  la 
izquierda. 

El  incluirse  la  consecuencia  en  las  premisas  no  es  aquí  otra 
cosa  que  deducirse  de  ellas  con  arreglo  a  ciertos  axiomas. 
En  los  consiguientes  1.°  i  2.°,  el  axioma  regulador  es  que  «si 
a  cantidades  iguales  se  añaden  o  quitan  cantidades  iguales, 
las  sumas  o  residuos  serán  iguales.»  En  el  3.°,  el  axioma  re- 
gulador es  que  «dos  cantidades  que  separadamente  son  igua- 
les a  una  tercera,  son  iguales  entre  sí.»  En  el  4.°,  la  fórmula 
reguladora  es  la  misma  que  en  el  1 .°  i  2.°.  En  el  5.°,  la  fór- 
mula es  que  «los  términos  que  denotan  cantidades  iguales 
pueden  siempre  sustituirse  uno  a  otro.»  Finalmente,  en  el 
G.°,  la  deducción  es  conforme  al  mismo  axioma  que  en  el 
1.°  i  2.° 

De  aquí  so  deduce  que  lo  que  llama  Condillac  incluirse  un 
juicio  en  otro,  o  según  el  lenguaje  común,  incluirse  la  conclu- 
sión en  las  premisas,  no  es  otra  cosa  que  adaptar  el  raciocinio 
a  cierta  norma  reguladora,  adecuada  a  la  relación  particular 
que  se  contempla,  i  que  no  es  siempre  una  misma,  aun  cuan- 
do la  relación  es  constante,  como  lo  es  la  relación  de  igualdad 
en  la  serie  de  raciocinios  con  que  se  resuelve  el  problema 
anterior. 

Si  de  la  relación  de  igualdad  pasamos  a  otras,  encontrare- 
mos de  la  misma  manera  que  el  incluirse  la  conclusión  en  las 
premisas  no  es  mas  ni  menos  que  deducirse  de  ellas  conforme 
a  un  axioma  o  tipo  especial,  adecuado  a  la  relación  sobre  que 


330  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

i  el  raciocinio,  en  una  palabra,  que  el  incluirse  la  con- 
clusión en  las  premisas  no  es  mas  ni  menos  que  deducirse  le- 
gítimamente de  ellas.  Si  Condillac  ha  querido  darnos  una  regla 
que  pueda  servirnos  de  guia  para  dirijir  el  pensamiento  en 
todo  jénero  de  raciocinios,  nada  ha  hecho;  ha  dejado  las  cosas 
como  estaban;  lo  que  el  llama  inclusión  no  significa  otra 
cosa  que  deducción  lejítima.  El  no  ha  hecho,  en  sustancia, 
otra  cosa  que  fundar  la  legitimidad  del  proceder  deductivo  en 
que  el  raciocinio  se  conforme  a  la  lei  que  debe  rejirlo,  sin  de- 
terminar esa  lei. 

La  explicación  que  da  el  doctor  Brown  del  raciocinio,  no 
nos  parece  mas  aceptable  que  la  precedente  de  Condillac.  Se- 
gún él,  la  legitimidad  de  la  consecuencia  consiste  en  sacar  de 
una  idea,  otra  que  está  incluida  o  envuelta  en  la  primera;  pe- 
ro es  fácil  ver  que  si  esta  especie  de  involución  es  un  término 
jencrico,  que  abrace  todas  las  relaciones  posibles,  la  evolu- 
ción o  desarrollo  que  se  ejecuta  por  medio  del  proceder  deduc- 
tivo, no  puede  ser  siempre  una  misma.  Para  probarlo,  no  hai 
mas  que  analizar  el  mismo  ejemplo  de  que  se  sirvo  Brown. 

Sí  yo  digo  que  el  hombre  es  falible,  i  añado  que  él  puede 
'por  consiguiente  errar,  aun  cuando  se  eren  monos  éx- 
ito a  error,  no  hago  mas  que  desenvolverlo  que  estaba 
envuelto  en  la  noción  de  su  falibilidad.  Si  a  esto  añado,  él 
un  d<>hi>,  pues,  pretender  que  los  demos  hombres  piensen 
como  él,  aun  en  materias  que  le  'parecen  no  tener  oscurU 
<I;i  I  ;i /;/////;/,  afirmo  lo  que  va  envuelto  en  la  posibilidad  de 

que  él  i  ellos  yerren  ¿un  en  las  materias  mas  claras.  Cuan- 
do añado,  no  debe  ¡  pues,  castigar  a  los  que  no  han  hecho  otra 
que  no  pensar  como  él,  ique  pueden  talvez  tenerra* 
'de  'dm  modo,  desenvuelvo  1*»  que  ya  estaba 
contenido  en  lo  irracional  de  la  pretcnsión  de  que  todos  los 
hombres  piensen  como  él  piensa.  I  ouando  infiero  de  este 
ate  que  una  lei  'pie  castiga  como  delito  tal  o  cual 
opinión  es  contraria  n  la  justicia^  no  hago  mas  que  Baoar 
una  ínju  injusticia  jeneral  de  querer  wn 

hom  de  pensar  di" 

1  i  suyo. 


CURSO  DE  FILOSOFÍA  33t 


Tal  es  la  exposición  del  raciocinio  que  nos  da  el  doctor 
Brown.  La  lejitimidad  de  la  deducción  consiste,  según  él,  en 
desenvolver  la  comprensión  de  un  término.  De  que  el  hom- 
bre es  racional  infiero  que  el  hombre  es  capaz  de  conocer  la 
verdad,  porque  esa  capacidad  me  parece  comprendida  en  el 
8ér-racional.  Esto,  como  se  ve,  es  reducir  todos  los  racioci- 
nios posibles  al  entimoma,  es  decir,  al  silojismo  en  que  se 
calla  una  de  las  premisas  porque  se  supone  concedida,  apli- 
cando, en  sustancia,  a  toda  raciocinación  posible  el  axioma  «si 
A  comprende  a  lí,  i  B  a  C,  A  comprende  necesariamente  a 
/?;»  fórmula  de  que  no  necesita  la  demostración  matemática 
para  producir  una  convicción  inmediata,  i  que,  por  otra  parte, 
es  inaplicable  a  las  deducciones  empíricas  o  analójicas.  Yo 
veo  en  cierto  número  de  casos  que  la  frotación  de  un  pedazo 
de  paño  con  una  barra  de  lacre  produce  fenómenos  eléctricos, 
i  de  aquí  infiero  que  en  lodos  los  casos  en  que  se  verifique 
del  mismo  modo  la  frotación  de  estas  dos  sustancias,  se 
producirán  fenómenos  eléctricos.  ¿Puede  concebirse  que  esta 
proposición  universal  esté  envuelta  de  algún  modo  en  las 
proposiciones  particulares  que  representan  los  experimentos? 
La  fórmula  de  Brown  es  demostrativa;  i  en  las  jeneralizacio- 
nes  que  hacemos  después  de  cierto  número  de  experiencias 
conformes,  no  hai  ni  puede  haber  demostración.  De  aquí  es 
que  los  escolásticos,  reduciendo  a  la  verdad  demostrativa  toda 
verdad  deductiva,  i  deduciendo  siempre  lo  particular  de  lo 
universal  (como  era  preciso  para  concluir  demostrativamente), 
no  pudieron  dar  un  paso  en  las  ciencias  experimentales,  en 
que  el  proceder  deductivo  es  inverso. 

Pero  hai  mas:  la  fórmula  de  Brown  no  puede  aplicarse  a 
todos  los  raciocinios  demostrativos.  Según  él,  es  preciso  para 
raciocinar  bien,  atender  a  la  comprensión  de  los  términos. 
Pero  él  mismo  pasa,  sin  sentirlo,  de  la  comprensión  a  la 
extensión,  cuando  deduce  de  la  injusticia  del  liombre  en 
querer  castigar  a  otros  porque  no  piensan  como  él,  la  injusti- 
cia del  lejislndor  en  el  mismo  caso.  La  deducción  es  lejítima; 
pero  se  hace  por  un  principio  inverso  del  suyo,  i  no  puede  ha- 
cerse de  otro  modo. 


332  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 

Brown,  en  su  horror  al  silojismo,  quisiera  siempre  que  se 
sustituyese  a  él  el  entimema,  i  determinadamente  el  entimema 
en  que  se  ealla  la  mayor.  Este  raciocinio:  «el  hombre  es  fali- 
ble; luego  el  hombre  puede  errar  aun  en  las  materias  que  le 
parecen  mas  claras  o  menos  expuestas  a  error,»  es  un  silojis- 
mo en  que  (según  la  doctrina  escolástica,  que  no  por  ser  esco- 
lástica deja  do  ser  aquí  verdadera)  se  calla,  porque  se  supone 
concedida,  la  proposición  llamada  mayor,  cuyo  predicado  es 
el  mismo  de  la  consecuencia;  a  saber:  «todo  ser  falible  está 
expuesto  a  errar  aun  en  las  cosas  que  le  parecen  mas  claras.» 
Pero  la  verdad  es  que,  tanto  en  el  entimema,  como  en  el  silo- 
jismo expreso,  se  toman  en  consideración  una  i  otra  premisa; 
la  circunstancia  de  callarse  una  de  ellas,  porque  se  supone  in- 
contestable, no  altera  en  manera  alguna  el  proceder  interno 
del  alma.  De  aquí  es  que  puede  suceder  muchas  veces  que,  por 
un  falso  concepto,  omitamos  en  el  entimema  la  mas  esencial 
i  la  mas  disputable  de  las  preniisas;  i  esto  es  cabalmente  lo 
que  ha  hecho  Brown  en  el  primero  de  los  suyos.  De  las  dos 
premisas  en  que  funda  la  consecuencia,  la  única  que  puede 
suscitar  dudas,  o  que  por  lo  menos  necesitado  elucidarse,  es 
la  que  Brown  ha  pasado  en  silencio.  Nadie  duda  que  «elhom- 
i  falible;  •>  esta  era,  por  consiguiente,  la  premisa  que  pudo 
callarse.  VA  entimema  debiera,  pues,  haberse  presentado  de  es- 
te modo:  (todo  ser  falible  puede  errar  aun  en  las  cosas  que  le 
peo  menos  expuestas  a  error;  luego  el  hombre  puede 
errar.»  Ba  Claro  que  los  defensores  de  la  intolerancia  no  dis- 
putarán que  «el  hombre  es  falible;»  sino  que  «un  ser,  porque 
'lible,  puede  errar  aun  en  las  cosas  mas  claras;.»  aserción 

realmente  inadmisible  en  la  jeneralidad  con  que  la  sienta 
Brown,   porque  nos  prescribiría  que  dudásemos  hasta  déla 

i-ioa  ni  i  i  de  la  peroepcion  intuitiva,  i  redu- 

i  la  razón  humana  a  un  absoluto  eseeptieis.no.  Las  leyes 

a  un  hombre,  porque  pionsa  de  diferente   modo 

•  1  1  •  •  j j s i . i :|or,  son  ciertamente  injustas;  pero  la  cadena  de 

.i  no  lo  prueba. 

>s  ahora  nu  cámen  de  la  íójioa  de  N.  O. 

\ 


CURSO  DE  FILOSOFÍA  333 


La  división  del  silojismo  en  afirmativo  i  negativo  es  del  to- 
do innecesaria.  Las  reglas,  o  mejor,  la  única  regla  del  silojis- 
mo se  aplica  a  todos  los  raciocinios  de  esta  especie,  consten 
o  nó,  de  proposiciones  negativas.  En  esta  parte,  el  ilustrado 
autor  del  Curso  nos  parece  haberse  dejado  llevar,  sin  el  debi- 
do examen,  de  la  corriente  rutinera  de  las  escuelas,  que  no 
supieron  elevarse  a  consideraciones  bastante  jenerales  i  com- 
prensivas. 

No  debemos  ver  la  negación  como  algo  distinto  del  término 
en  que  se  encuentra,  sino  como  un  elemento  que  concurre  con 
los  otros  a  expresar  ese  término.  Tan  cierto  es  esto,  que  pode- 
mos omitir  muchas  veces  la  negación  expresa,  i  presentar  la 
proposición  que  niega  como  una  proposición  que  afirma;  por 
ejemplo:  «el  alma  es  inmaterial,»  «la  luz  es  un  fluido  impon- 
derable,» «la  materia  es  incapaz  de  pensar.»  ¿Es  afirmativa 
esta  proposición,  «los  elementos  de  que  consta  el  aire  son 
heterojéneos?»  Pues  ella  significa  exactamente  lo  mismo  que 
esta  otra:  «los  elementos  do  que  consta  el  aire  son  homojéneos.» 
¿Es  afirmativa  esta  proposición,  «el  alma  es  simple?»  Ella  se 
traduce  rigorosamente  en  ésta:  «el  alma  no  tiene  partes.» 
Si  la  lengua  no  nos  da  siempre  palabras  que  envuelvan  la  ne- 
gación sin  expresarla,  podremos  siempre  suplir  esta  falta, 
juntando  la  negación  al  término,  i  considerándola  como  parte 
de  éste:  arbitrio  sencillísimo  que  reduce  todos  los  silojismos 
posibles  al  silojismo  afirmativo. 

I  no  se  crea  que  es  este  un  proceder  artificial;  porque,  en 
realidad,  tiene  su  fundamento  en  las  relaciones  de  las  ideas, 
i  en  el  significado  natural  de  las  palabras.  Un  término  positi- 
vo, verbi  gracia  árbol,  i  el  mismo  término  precedido  de  nega- 
ción, no-árbol,  dividen  todos  los  seres  posibles  en  dos  clases, 
do  las  cuales  la  una  excluye  totalmente  a  la  otra,  siendo  en 
realidad  tan  positivos  los  seres  que  la  segunda  contiene,  como 
los  que  contiene  la  primera.  La  encina,  el  olmo,  el  naranjo, 
el  peral  son  árboles;  i  el  león,  el  caballo,  el  ave,  el  insecto, 
la  piedra  son  no-árboles;  son  seres  que  difieren  de  los  árboles. 
No  hai,  pues,  razón  alguna  para  establecer  diferencias  que  solo 
estriban  en  una  forma  puramente   verbal,  que  puede  hacerse 


334  OPÚSCULOS  L1TKIIAIUOS  I  CIÚTICOS 


desaparecer,  sin  alterar  en  lo  mas  mínimo  las  relaciones  de 
las  ideas. 

Tomemos,  por  ejemplo,  este  silojismo:  «En  lo  que  piensa,  no 
pueden  concebirse  partes;  el  alma  humana  piensa;  luego  en  el 
alma  humana  no  pueden  concebirse  partes.»  Es  como  si  dijé- 
ramos, «lo  pensante  comprende  la  cualidad  de  no  tener  partes; 
el  alma  humana  es  un  ser  pensante;  luego  el  alma  humana 
comprende  la  cualidad  de  no  tener  partes.»  El  medio  es  pen- 
sante, que  contiene  comprensivamente  el  no-tener-partes; 
i  se  contiene  de  ¡a  misma  manera  en  alma  humana.  En 
términos  jenerales,  «/i  contiene  a  C;  A  contiene  a  B;  luego  A 
contiene  a  C.» 

En  el  Curso  se  da  por  vicioso  este  silojismo: 

El  hombre  no  es  caballo; 
el  caballo  no  es  racional; 
luego  el  hombre  no  es  racional. 

¿Por  qué  es  malo  este  silojismo?  La  respuesta  que  el  Curso 
suministra  es  para  nosotros  nada  menos  que  clara  i  satisfac- 
toria. La  nuestra  es  ésta:  «hai  dos  medios,  caballo  i  no-caoa« 
//o,  i  cualquiera  de  ellos  que  se  elija,  no  puede  verificarse 
que  el  medio  esté  comprendido  en  uno  de  los  extremos,  i  com- 
prenda al  otro.»  En  efecto,  si  ele j irnos  el  primero,  es  pre 
para  que  hombre  comprenda  a  no-r&ciqnalt  no  solo  (pie  ca- 
bailo  comprenda  a  no-racionalj  como  se  ve  en  la  segunda 

premisa,  sino  que  hombtú  comprenda  a  C&baUo;  que  es  ca- 
balmente lo  contrario  de  lo  que  ap  trece  en  la  primera.  Si  ele- 

j irnos  por  medio  el  no-caballo,  sale  lo  mismo.  En  la  primera 
hombre  comprendo  a  nO'Caballo;  pero  en  la  según- 

•  que  in>-r;ih:illu  compren  la  a  no-ration&l ,  sino 

lo  contrarío  i  hai,  pues,  dos  medios  distintos,  sino 

doa  medios  que  no  pueden  absolutamente  reducirse  a  la  uni- 
dad que  id  silojismo  requiere. 

mismo  puede  aplicarse  al  Begund  i  de  los  ejemplos  del 
'       o   En  [a  explicación  del  tercero,  hallamos  un  error  grave. 
' ,  p  »r  ejemplo  de  un  buei  10  i  I  siguiente: 


CURSO  LE  FILOSOFÍA  335 


Lo  que  discurro  es  hombre; 

el  caballo  no  discurre; 

luego  el  caballo  no  es  hombre. 

Prescindiendo  de  las  premisas,  i  contrayéndonos  al  proceder 
deductivo,  ¿podemos  mirarlo  como  lejítimo?  Sería  preciso 
aprobar  también  el  siguiente,  que  tiene  absolutamente  la  mis- 
ma estructura: 

La  materia  existe; 

la  divinidad  no  es  materia; 

luego  la  divinidad  no  existe. 

¿En  qué  se  diferencia  este  silojismo  del  otro,  relativamente  a 
la  estructura?  En  nada.  Las  premisas  son  indubitables,  i  la 
consecuencia  es  absurda;  luego  el  proceder  deductivo  es  vicio- 
so. En  efecto,  adolece  del  mismo  vicio  que  en  el  primero  do 
los  ejemplos  anteriores;  hai  dos  medios,  materia  i  no-mate- 
na,  a  los  cuales  no  se  puede  dar  la  unidad  necesaria. 

El  autor  dice  que  es  bueno  el  silojismo  de  su  ejemplo,  por- 
que las  ideas  de  hombre  i  do  lo  que  discurre  se  unen  tan 
estrechamente,  que  donde  existe  aquella,  existe  también  ésta, 
i  tnce-uersa.  Concedámoslo,  aunque  no  faltaría  fundamento 
para  disputarlo.  Suponiendo  esa  reciprocidad  de  ideas,  ella  no 
sería  mas  (pie  un  accidente  casual  en  el  silojismo,  i  con  el 
que  no  debe  contarse  cuando  se  trata  de  someterlo  a  reglas 
jenerales. 

Muchos  habrá  que  tengan  por  demasiado  sutiles  o  frivolas 
estas  observaciones;  pero  ellas  prueban,  a  lo  menos,  que  esta 
parte  del  (.'taso  no  puede  tener  lugar  en  una  buena  lójica. 
Por  otra  parte,  ¿no  es  la  análisis  en  que  hemos  entrado,  la 
misma  de  que  se  hace  uso  con  tan  buenos  efectos  en  las  mate- 
máticas? ¿Qué  son  las  reglas  de  las  ecuaciones,  sino  axiomas, 
fórmulas,  relativas  a  la  relación  de  igualdad?  ¿Qué  hacen  ellas 
sino  trazar  de  un  modo  palpable,  de  un  modo  casi  mecánico, 
la  norma  del  proceder  deductivo?  Pues  lo  que  se  hace  en  aquel 
jéncro  de  demostración  con  tan  buen  suceso,  no  puede  menos 
de  tener  alguna  utilidad,  aplicado,  mutatis  mutandis,  a  los 
raciocinios  demostrativos  que  versan  sobre  relaciones  de  otra 


336  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

especie.  Este  es  el  mismo  objeto  que  se  propusieron  Condillac 
i  Brown;  i  si  no  lo  realizaron  (como  nosotros  creemos),  fué  por- 
que no  analizaron  bastante,  porque  se  contentaron  con  expre- 
siones vagas,  con  fórmulas  oscuras,  que  no  sirven  de  nada. 
Aristóteles,  con  el  ejemplo  de  las  matemáticas  a  la  vista,  se 
propuso  el  mismo  objeto;  i  su  teoría  del  silojismo  (de  que  no 
puede  juzgarse  por  el  trasunto  adulterado  de  las  escuelas  do 
la  edad  media),  aunque  defectuosa  por  no  estribar  en  jenerali- 
zaciones  mas  comprensivas,  que  hubieran  podido  simplificar- 
la, es  una  obra  que  hace  honor  a  su  vigoroso  entendimiento; 
i  después  de  la  jeometría  griega,  es  el  mas  admirable  estudio 
analítico  que  nos  ha  dejado  la  antigüedad. 

(El  Araucano,  Año  de  l£45.) 


APUNTES 


SOBRlá  LA  TEORÍA  DE  LOS  SENTIMIENTOS  MORALES 
DE  MR.    J  DITERO  Y 


I 


Toda  i  lea  do  moralidad,  toda  noción  de  lo  justo  o  lo  injus- 
to, de  virtud  i  vicio,  de  heroísmo  i  crimen,  envuelve  la  idea 
de  obligación  o  deber;  i  la  jeneracion  de  esta  idea,  su  verda- 
dero significado,  deducido  de  una  análisis  rigorosa,  ha  sido  i 
es  materia  de  reñidos  debates  entre  las  diferentes  escuelas  filo- 
sóficas. Unos,  negando  la  libertad  humana,  i  considerando  los 
fenómenos  del  mundo  moral  como  sujetos  a  una  Ici  fatal,  a 
una  necesidad  incontrastable,  no  admiten  verdadera  morali- 
dad en  las  acciones  de  los  hombres,  ni  distinguen  la  virtud 
del  vicio,  lo  justo  de  lo  injusto,  sino  por  sus  efectos  benéficos 
o  perniciosos;  el  hombre,  según  ellos,  es  bueno  o  malo  en  el 
mismo  sentido  que  la  planta  o  la  piedra;  no  hai  en  él  mas  mé- 
rito o  demérito  porque  beneficie  a  la  sociedad  o  la  dañe,  por- 
que la  salve  o  la  destruya,  que  en  el  vejetal  porque  produzca 
alimentos  o  tósigos.  Para  los  otros,  la  idea  de  que  se  trata  es 
elemental  e  indefinible,  objeto  de  una  facultad  perceptiva  es- 
pecial, de  un  sentido  creado  solo  para  ella,  i  que,  a  diferencia 
de  los  otros  sentidos,  se  desarrolla  en  la  edad  adulta;  según 
ellos,  definir  el  deber  es  una  pretensión  tan  absurda,  como  de- 
finir lo  blanco  o  lo  negro.  Otros,  en  fin,  reconociendo  una  lei 
opúsc.  43 


338  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 

moral,  rastrean  su  orí  jen,  exponen  su  historia,  explican  su 
naturaleza;  pero  cada  cual  la  entiende  a  su  modo;  cada  cual 
la  deriva  do  un  hecho  psicológico  diferente;  lo  que  es  evidencia 
para  los  unos,  es  ilusión  i  quimera  para  los  otros.  Mientras  que 
en  las  ciencias  físicas,  la  guerra  de  las  diversas  escuelas  no 
pasa,  por  decirlo  así,  de  las  fronteras,  en  la  ética  la  discordia 
está  en  el  centro  mismo,  en  los  principios;  i  sin  embargo,  no 
por  eso  deja  de  haber  bastante  uniformidad  en  las  conse- 
cuencias. 

Todo  el  curso  de  Derecho  Natural  de  Mr.  Jouffroy,  toda» 
las  lecciones  pronunciadas  por  este  ilustre  profesor  en  la  fa- 
cultad de  letras  de  Paris  el  año  clásico  de  1833  a  J  834,  i  pu- 
blicadas mas  tarde  con  el  título  de  Prolegómenos,  se  puede 
decir  que  no  tratan  de  otra  cosa  que  de  esta  cuestión  funda- 
mental de  la  ética:  el  oríjen  del  deber,  la  análisis  de  las  ideas 
morales.  Mr.  Jouffroy,  después  de  establecer  su  sistema,  juzga 
los  otros,  combatiendo  vigorosamente  los  que  se  oponen  al 
suyo;  i  en  esta  polémica,  figuran  dos  bandos  principales:  el 
de  los  racionalistas,  que  fundan  la  idea  del  deber  sobre  cier- 
tas relaciones  fundamentales  que  llaman  orden  (sistema  de 
Mr.  Jouffroy),  i  el  de  los  utilitarios,  que  resuelven  aquella 
idea  en  la  do  utilidad,  i  ulteriormente  en  la  de  felicidad  i  placer. 
A  esta  parte  de  la  discusión,  es  a  la  que  nos  proponemos  ce- 
ñirnos. La  teoría  de  Mr.  Jouffroy  no  es  nueva;  los  argumentos 
con  que  impugna  la  doctrina  de  sus  antagonistas  tampoco  lo 
son;  pero,  en  su  exposición  de  los  fenómenos  morales,  en  su 
modo  de  olasiQoarlos  i  explicarlos,  hai  un  orden  lúcido,  que 
facilita  mucho  el  cotejo  de  sus  ideas  con  las  del  corifeo  de  los 
utilitarios,  Jeremías  Bentham.  Ni  a  las  unas  ni  a  las  otras 
adherimos  enteramente;  lo  que  nos  proponemos  en  estos 
apuntes,  i  lar  un  rumbo  medio,  que  nos  parece  mas  sa- 

tetorio  i  seguro. 

Antes  de  pa  [ante,  fijemos  el  sentido  de  una  palabra, 

que,  mal  entendida,  daria  motivo  para  que  se  nos  imputasen 
opinl  i  erróneas,  sino  subversivas  de  todo  principio 

moral.  Por  pl&a  Bntienden  vulgarmente  los  del  cuerpo; 

l  en  i  tido,  nada  mas  justo  que  la  desconfianza  que  nos 


APUNTES  SOBIlE  LA  TEORÍA  DE  M.  JÜUITROY  339 

predican  los  moralistas  contra  sus  halagos.*  Pero  es  mui  otro 
el  significado  que  damos  nosotros  a  esta  palabra,  cuando  sen- 
tamos, como  no  podemos  dejar  de  hacerla  sin  desmentir  nues- 
tras mas  arraigadas  convicciones,  que  el  placer,  la  felicidad, 
es  el  bien  a  que  aspira  por  un  instinto  irresistible  la  natu- 
raleza humana.  Claro  es  que,  sin  eehar  por  tierra  toda  idea 
de  moralidad,  no  podemos  tomar  estos  términos  en  la  acep- 
ción mezquina  de  que  hablamos,  i  con  que  algunos  discípulos 
do  Epicuro  calumniaron  la  doctrina  de  su  maestro.  Compren- 
demos, pues,  bajo  la  denominación  de  placeres,  no  solamente 
los  goces  materiales,  que  consisten  en  meras  sensaciones,  sino 
también,  i  principalmente,  los  del  espíritu,  los  del  entendimien- 
to, los  de  la  imaj ¡nación,  los  de  la  beneficencia,  los  que  acom- 
pañan al  testimonio  que  la  conciencia  da  al  hombre  justo  de 
la  rectitud  de  sus  actos,  los  que  produce  en  los  espíritus  reli- 
giosos la  idea  de  un  Ser  Supremo,  a  cuya  vista  nada  esconden 
los  mas  íntimos  pliegues  del  corazón,  i  que  se  complace  en  el 
homenaje  de  un  alma  pura,  sumisa  i  resignada.  Que  de  todas 
estas  fuentes  emanan  satisfacciones  i  goces,  i  de  los  mas  in- 
tensos i  exquisitos,  i  do  aquellos  cuya  falta  emponzoñaría 
nuestra  existencia,  es  un  hecho  indudable.  Ellos  forman,  pues, 
una  parte  esencialísima  de  la  felicidad,  del  bien  a  que  aspira 
la  naturaleza  del  hombre. 

Correlativa  a  la  idea  de  felicidad  es  la  de  utilidad,  envileci- 
da también  en  la  acepción  vulgar,  que  la  limita  a  los  medios 
de  procurarnos  goces  corpóreos  i  un  bienestar  material.  Útil, 
como  nosotros  lo  entendemos,  es  todo  aquello  que,,  sin  ser  en 
sí  mismo  un  bien,  es  un  medio  de  procurarnos  bienes,  place- 
res, en  el  sentido  extenso  i  jeneral  que  damos  a  esta  palabra. 
Los  que  resuelven  la  bondad  moral  en  la  utilidad,  i  solo  lla- 
man útiles  las  cosas  que  nos  proporcionan  goces  materiales, 


*  Iu  voluptatis  regno,  virtua  non  potest  consistere —  Voluptas 
illecebra  turpitudinis — Imitatrix  boni  voluptas,  malorum  autem  mater 
omnium — Ornáis  voluptas  honestati  est  contraria — Voluptates,  blan- 
dissima?  dominas,   sa^pc  majores  partos  animi  a  virtute  detorquiMii; 

etc.,  etc. — (Cicerón./ 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


establecen  un  principio  funesto  a  los  mas  altos  intereses  de  la 
sociedad,  i  degradan  la  naturaleza  humana. — Pero  ya  es  tiem- 
po de  entrar  en  materia;  i  lo  haremos  adoptando  una  parte  de 
la  exposición  preliminar  do  Mr.  Jouffroy. 

Considerar  al  hombre  bajo  el  triple  aspecto  del  destino  del 
individuo,  el  de  las  sociedades  i  el  de  las  especies,,  era  el  objeto 
que  Mr.  JouíYroy  se  había  propuesto;  i  la  cuestión  que  una  aná- 
lisis rigorosa  le  presentaba  en  primer  lugar,  era  la  de  saber 
cuál  es  el  fin  o  el  destino  del  hombre  en  la  tierra.  La  natura- 
leza del  hombre  le  indicaba  su  fin  absoluto.  Pero  las  circuns- 
tancias en  que  nuestra  naturaleza  está  colocada  sobre  la  tierra, 
hace  inasequible  la  completa  realización  do  este  fin.  Era,  pues, 
necesario  tomar  en  consideración  dos  hechos:  la  naturaleza 
del  hombre,  i  las  condiciones  de  la  vida  terrena.  Un  año  en- 
tero, el  primero  de  la  enseñanza  de  Mr.  Jouffroy,  fué  consa- 
grado a  la  solución  de  este  problema. 

La  segunda  cuestión,  en  el  orden  analítico,  era  esta:  ¿cúm- 
plese en  la  vida  presente  el  destino  entero  del  hombre?  ¿O  bien, 
antes  de  la  hora  que  da  principio  a  la  vida,  i  después  de  la 
hora  que  la  termina,  tiene  este  destino  un  antecedente  i  un 
consiguiente  que  se  nos  ocultan?  Para  resolver  esta  cuestión, 
hai  un  solo  medio;  i  es  ver  si  el  destino  del  hombre  tiene  un 
verdadero  principio  i  un  verdadero  fin  en  este  mundo,  o  si  es 
como  un  drama  a  quo  falten  la  exposición  i  el  desenlace.  El 
profesor,  examinando  en  sí  mismos  los  destinos  torrónos  del 
hombre,  reconoció  quo  permanecían  ininteligibles  sin  una 
continu aeion  mas  allá  del  sepulcro,  i  comparándolos  con  los 
que  resultan  íntimamente  de  su  naturaleza,  so  convenció  do 
que,  lójo  arla,  exijian  imperiosamente  un  estado  futu- 

ro qn  nnpletaso  i  los  justificase.  E¡]  mismo  método,  apli- 

al  problema  de  una  vida  anterior,  dio  resultados  contra- 
rios. Quedaba,  pues,  determinado  que,  por  una  parte,  los 
úitim  dol  drama  de  loa  destinos  humanos  no  se  repre- 

i  el  teatro  del  intuido,  i   por  otra,   que  este  drama  ha 

principiado  verdaderamente  en  él,  i  que  nada  supone  antea  de 
la  primera  hora  de  la  exiatenoia  terrena  un  prólogo  a  la  vida 

fianza  de  Mr.  Jouffroy  se  emplea* 


APUNTES  SOBRE  LA  TEORÍA  DE  M.  JOL'FFROY  Vi  l 

ron  en  osta  indagación  importante,  que  pertenece  a  la  relijion 
natural. 

La  cuestión  que  iba  a  resolverse  en  el  Curso  a  que  se  refie- 
ren nuestros  apuntes  es  esta:  conocido  el  fin  del  hombre, 
¿cuál  debe  ser  su  conducta  en  todas  las  circunstancias  posibles? 
¿cuáles  son  las  reglas  de  las  acciones  humanas?  Tal  es  la  ma- 
teria del  derecho  natural  en  su  significación  mas  amplia. 
El  paso  preciso  para  resolver  este  problema,  es  la  exposición 
de  los  hechos  morales  de  la  naturaleza  humana. 

El  primero  de  estos  hechos  lo  forman  aquellas  tendencias 
primitivas,  instintivas,  indeliberadas,  que,  en  el  hombre,  como 
en  las  otras  criaturas  vivientes,  se  desenvuelven  desde  el  pri- 
mer momento  de  la  existencia.  Estas  tendencias  se  difijen  ha- 
cia el  fin  para  que  el  hombre  ha  sido  organizado,  i  cuya  rea- 
lización es  su  bien.  Detengámonos  aquí  un  momento. 

¿Qué  es  el  bien?   So   nos  dice  que   el  hombre  tiene  un  fin 
correlativo  a  su  naturaleza;  que  alcanzar  o  cumplir  este  fin,  os 
su  bien.  Pero  ¿qué  fin  es  este"?  lié  aquí  una  idea  que  no  halla- 
mos suficientemente  definida,   i  que  debiera  serlo  con  tanta 
mas  precisión,  cuanto  ella  es  la  base,  el   punto  de  partida  de 
la  teoría.  Lo  que  no  podrá  disputársenos,  a  lo  menos  con  res- 
pecto a  esta  época  de  las   tendencias  primitivas,   maquinales, 
que  se  desarrollan  sin  el  concurso  de  la  inlclijencia,  es  que, 
cualquiera  que  haya  sido  el  fin  de  la  organización  humana,  el 
bien  a  que  ellas  conspiran  i  que  producen  todas  las  acciones  i 
movimientos  del  pequeño  viviente,  es  evidentemente  la  ausen- 
cia del  dolor,    el  bienestar,  el  placer,  la  felicidad.    En  el  plan 
de  la  naturaleza,  la  primera  tendencia  de  la  criatura  animada 
es  a  recibir  alimento,  a  conservarse,  a  desarrollarse.   El  ali- 
mento, la  conservación,  el  desenvolvimiento  de  los  miembros 
i  de  las  facultades,  es  un  bien  en  la  teoría  de  Mr.  JouíTroy. 
Mas,  para  el  niño,  ¿en  qué  consiste  este  bien?  En  satisfacer 
una  necesidad,  en  sustraerse  a  un  dolor,   en  experimentar  un 
placer.    La  naturaleza,  para  que  se  logre  su  fin,  ha  unido  el 
placer  a  todos  los  medios  de  obtenerlo,  i  el  dolor  a  todas  las 
cosas  que  lo  estorban  o  lo  contrarían.  El  niño,  buscando  a  su 
modo  las  sensaciones  agradables,  i  evitando  las  que  le  causan 


3i2  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

pena,  se  conforma  a  los  designios  de  la  naturaleza;  no  conoce 
su  fin;  conoce  solo  el  placer  i  el  dolor,  que  son  todo  el  bien  i 
todo  el  mal  que  existen  para  él  en  el  mundo. 

«El   placer  i  el  dolor,  dice  Mr.  JouíTroy,  nacen  en  nosotros 

porque  somos,  no  solo  activos,    sino  sensibles Pudiéramos 

concebir  una  naturaleza  que  fuese  activa  sin  ser  sensible. 
Para  ella  babria  siempre  un  fin,  un  bien,  tendencias  que  la 
conducirían  a  esc  bien,  i  facultades  que  la  harían  capaz  de  al- 
canzarlo, i  que  tendrían  bueno  o  mal  éxito,  según  las  circuns- 
tancias; pero  sin  la  sensibilidad,  loque  se  llama  placer  i  dolor, 
esto  es,  el  eco,  la  reverberación  sensible  del  bien  i  del  mal,  no 
tendrían  cabida  en  ella.  Estos  dos  fenómenos  están,  pues,  su- 
bordinados al  bien  i  al  mal.  Se  lia  confundido  muchas  ve.ccs 
el  bien  con  el  placer  i  el  mal  con  el  dolor;  pero  son  cosas  pro- 
fundamente distintas.  El  bien  i  el  mal  son  el  bueno  o  mal 
éxito  en  la  persecución  de  los  fines  a  que  nuestra  naturaleza 
aspira;  podríamos  obtener  el  uno  i  experimentar  el  otro  sin 
placer  ni  dolor;  para  ello  bastaría  que  careciésemos  de  sensi- 
bilidad. Pero,  como  somos  sensibles,  no  puede  ser  que  nuest  a 
naturaleza  deje  do  gozar  cuando  consigue  lo  que  para  ella  es 
un  bien,  o  que  deje  de  padecer  cuando  no  puede  alcanzarlo; 
tal  es  la  lci  de  nuestra  organización.  El  placer  es  la  conse- 
cuencia i  como  el  signo  de  la  realización  del  bien  en  nosotros; 
el  dolor,  la  consecuencia  i  el  signo  de  la  privación  del  bien; 
poro  ni  aquel  es  un  bien,  ni  éste  un  mal.» 

Algo  nos  parece   haber  aquí  de  inexacto  <>  de  oscuro.   El 

supremo  autor  del  universo  ha  dado  sin  duda  un  (in  peculiar 

¡il  hombr  le  fin  es  un  bien,  no  puede  ser  otro  oosa  que 

la  felicid  id  del  hombre.  Llámasele  desarrollo,  elevación,  puri- 

ion  <1«'  las  facultades  humanas;  todo  esto,  si  no  es  una  feli- 

[uisita,  mas  elevada,  mas  pura,  es  un  medio  para 

obtenerla;  ¡  si  tampoco  es  esto,  no  podemos  concebir  para  qué 

i,  ni  qué  valor  tenga.  Pero,  sea  cual  fuere  el  íln  del  hom- 

para  el  nifio,  que  na  la  sabe,  que  no  hace  mas  (pie  sentir, 

ilizacion  dol  bion,  el  bien  mismo,  no  puede  existir  sino 

en  el  placer,  que  es  su  oonsoouoncia  i  su  signo.   Niel  mal 

:    para  él  Otra  [ue  el  dolor,   lina    naturaleza  que 


APUNTES  SOBRE  LA  TEORÍA  DE  M.  JOUFFROY  343 

fuese  activa  sin  ser  sensible,  no  probaria  nada  para  el  hombre, 
que,  organizado  de  diferente  modo,  .se  movería,  según  los  prin- 
cipios mismos  de  Mr.  JouíTroy,  hacia  un  fin,  un  bien  proporcio- 
nado i  correspondiente  a  la  suya.  Un  ser  activo,  pero  no  sen- 
sible, tendría  motivos  peculiares  que  determinasen  su  activi- 
dad, i  de  que  no  podemos  ni  siquiera  formar  idea.  Los  motivos 
que  determinan  la  actividad  humana,  son  el  placer  i  el  dolor. 
¿Qué  son  el  bien  i  el  mal  separados  de  ellos  i  profundamente 
distintos,  como  dice  Mr.  Jouffroy?  No  pueden  ser  sino  los  objetos 
que  el  autor  de  la  naturaleza  se  propuso  en  el  plan  de  los  des- 
tinos humanos.  Pero  ¿cómo  se  revelan  al  hombre  estos  objetos? 
Por  el  placer  i  el  dolor.  El  signo  es  para  él  la  cosa  misma. 

«Por  el  hecho  de  aspirar  toda  criatura  a  su  bien,  de  gozar 
cuando  lo  obtiene,  de  padecer  cuando  está  privada  de  él,  es 
necesario  que  toda  criatura  ame  i  busque  todo  aquello  que  sin 
ser  su  bien  contribuye  a  procurárselo,  i  aborrezca  todo  aquello 
que  le  embaraza  su  logro.  Desenvolviéndose  nuestras  faculta- 
des, i  encontrando  objetos  que  favorecen  o  contrarían  sus  es- 
fuerzos,   experimentamos  sentimientos  de  afecto  i  amor  hacia 
los  unos,  de   aversión  i  odio  hacia  los  otros.  I  de  aquí  resulta 
que  nuestras  tendencias,  es  decir,  las  grandes,  las  verdaderas 
tendencias  de  la  naturaleza  humana,  se  ramifican,  por  decirlo 
así,  caminando  al  logro  de  sus   fines,  i  se  subdividen  en  una 
multitud  de  tendencias  particulares,   que  se  llaman  pasiones, 
como  las  otras,  pero  que  deben  distinguirse  de  nuestras  pa- 
siones primitivas,  las  cuales  se  desenvuelven  en  nosotros  por 
sí  mismas  e  independientemente  do  todo  objeto  exterior  por 
el  hecho  solo  de  nuestra  existencia,  i  aspiran  a  su  fin  antes 
que  la  razón  nos  dé  a  conocer  qué  fin  es  este.   Por  el  contra- 
rio, las  pasiones  secun Jarías  nacen  con  ocasión  de  los  objetos 
externos,  los  cíñales,  favoreciendo  o  contrariando  el  desarrollo 
de  nuestras  pasiones  primitivas,  excitan  las  secundarias.  Cali- 
ficamos de  útiles  los  objetos  que  favorecen  a  nuestras  tenden- 
cias primitivas,   i  de  dañosos  los  que  las  contrarían.   Tal  es 
el  oríjen  de  las  pasiones  secundarias,  i  de  las  ideas  de  lo  útil 
i  lo  dañoso. » 

Estas  ideas  serian  perfectamente  claras  c  intclijibles,   sin 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


necesidad  de  la  distinción  entre  el  bien  i  el  placer,  entre  el 
mal  i  el  dolor.  Toda  criatura  sensible  aspira  al  placer:  es  ne- 
cesario, por  consiguiente,  que  ame  i  busque  las  cosas  útiles, 
esto  es,  las  que  contribuyen  a  procurárselo;  i  que  aborrezca  i 
las  cosas  dañinas,  eslo  es,  las  que  le  embarazan  su  lo- 
gro. No  se  requiere,  para  hacer  esta  clasificación,  que  nos 
elevemos  a  la  contemplación  de  un  fin,  que  la  gran  mayoría 
del  jénero  humano  es  incapaz  de  comprender  en  aquella  épo- 
ca de  la  vida  en  que  formamos  ya  las  nociones  de  lo  útil  i  lo 
dañoso. 

La  aspiración  de  las  tendencias  a  su  fin,  es   una  expresión 
equívoca,  que  falsea  toda  la  teoría  de  Mr.  Jouffroy.  Ellas  aspi- 
ran ciertamente  a  un  fin  designado  por  el  autor  de  la  natura- 
leza; pero  de  que  el  niño  i  la  mayor  parte  de  los  hombres  no 
tienen   idea;  aspiran  a  ese  fin  en  el  mismo  sentido  que  los 
graves  a  su  centro,  i  los  líquidos  al  equilibrio:  aspiración  que 
no  es  conocida  ni  sentida,  ni  puede  ser,   por  consiguiente,  un 
principio  de   acción   en   el  viviente  que  pone  en  movimiento 
fuerzas,    La  sola  aspiración  que  él  siente  i  que   determina 
sus  esfuerzos,  es  hacia  las  sensaciones  i  las  emociones  en  que 
implace  i  deleita;  porque  este  es  el  solo  fin  a  su  alcance. 
.  i  la  infancia,  i  antes  que  la  razón  haya  venido  a  revelar- 
nos   nuestra   propia  naturaleza,    todas  nuestras   tendencias  se 
irrollan   sin  que  pensemos   en  nosotros  mismos,  es  decir, 
sin  egoísmo.* 
Aunque  en  el  pensamiento  del  niño  no  haya  una  idea  del 
ni  por  consiguiente,  un  egoísmo  de,  que  pueda  tener  con- 
lo  liai  ciertamente  en  sus  esfuerzos,  en  sus  oonatos 
■  alcanzar  el  placer  o  sustraerse  al  dolor.  Tiene  hambre,  i 
l!..ra;  el  llanto  es  en  él  la  expresión  de  una  tendencia  suya, 
►cir,  individual  i  egoísta.  Se  ajila  en  todos  sentidos;  su 
ajit  i  i  i  i     terzo,   un  conato,  sin  dirección,  es  verdad, 

l  ¿a  qué  aspiran  estos  esfuerzos? 
A  un  bien,  en  que  el  niño  no  piensa  todavía,  pero  cuya  falta 

Individual,  loo.  No  se  pasan 

i  en  él  una  luz,  que  liga 

Llora  oomo  antes, 


APUNTES  SOBRE  LA  TEQUIA  DE  M.  JOUFFJtOY  34.'> 

no  solo  porque  padece,  sino  porque  ha  experimentado  que 
llorando  trae  a  sus  labios  el  seno  de  su  nodriza;  i  aun  llega  a 
llorar  sin  padecer;  la  idea  de  aquel  goce  forma  en  él  una  ne- 
cesidad facticia;  pone  adrede  en  acción  el  medio  eficaz  que  lo 
ha  dado  la  naturaleza  para  procurárselo.  Desde  entonces  las 
tendencias  primitivas  son  egoístas  en  toda  la  latitud  de  la  pa- 
labra; egoístas  en  los  sentimientos;  i  egoístas  en  las  ideas. 
Hasta  allí  la  criatura  humana  no  se  diferenciaba  del  pequeño 
viviente  de  las  especies  mas  brutas;  desde  entonces  asoma  la 
intelijencia. 

«De  nuestras  tendencias  primitivas,  las  unas  son  benévolas 
hacia  los  otros,  como  la  simpatía;  las  otras  no  lo  son,  como 
la  curiosidad  o  el  deseo  de  saber,  la  ambición  o  el  deseo  del 
poder.  Ciertas  tendencias  tienen,  pues,  por  único  resultado 
nuestra  propia  satisfacción,  nuestro  propio  bien;  mientras  que 
la  simpatía  tiene  por  resultado,  no  solo  nuestro  bien,  sino  el 
bien  ajeno.  Si  mas  tarde,  cuando  interviene  la  razón,  somos 
benévolos  hacia  los  otros  hombres,  no  es  solo  en  virtud  de  la 
razón,  sino  en  virtud  do  nuestras  tendencias,  en  virtud  de  la 
simpatía,  que,  sin  necesidad  de  ninguna  idea  de  obligación  o 
deber,  ni  de  un  cálculo  de  interés,  nos  empuja  al  bien  ajeno, 
como  a  su  fin  propio  i  último.  El  principio  es  personal,  pero 
el  blanco  a  que  aspira  espontáneamente  es  el  bien  ajeno.  Asi, 
aun  cuando  en  el  hombre  no  hai  todavía  mas  que  movimien- 
tos de  instinto,  hai  ya  benevolencia  hacia  sus  semejantes.» 

Enjugamos  las  lágrimas  del  dolor  ajeno,  porque  natural- 
mente nos  compadecemos  de  él,  esto  es,  porque  padecemos 
con  el  que  pa  lece;  porque  la  naturaleza  ha  hecho  nuestro  su 
dolor;  i  porque,  para  curar  nuestro  dolor,  nos  es  necesario  cu- 
rar el  ajeno.  La  naturaleza,  que  hizo  sociable  al  hombre,  i  que 
para  hacerle  sociable,  ha  debido  hacerle  benévolo,  no  quiso 
liar  esta  obra  ni  a  cálculos  de  interés,  ni  a  nociones  abstractas 
de  fines  i  bienes;  quiso  poner  la  semilla  do  la  benevolencia 
en  el  corazón  mismo;  quiso  que  nos  condoliésemos;  quiso 
apoyar  la  benevolencia  en  el  egoísmo.  La  filosofía  declamado- 
ra rechaza  este  apoyo;  lo  llama  ignoble  i  degradante,  como 
si  pudiese  haber  un  sentimiento  mas  elevado  i  jeneroso  qr.e 


3\6  OPÚSCULOS  LITEHARIOS  I  CRÍTICOS 

el  que  hace  consistir  la  felicidad  propia  en  la  ajena.  Se  dirá 
.que  la  benevolencia,  la  simpatía,  no  piensa  en  el  bien  indivi- 
dual cuando  solicita  el  de  los  otros.  Pero  ¿no  nos  duele  ver- 
daderamente el  dolor  ajeno?  ¿No  esperamos  complacernos, 
no  nos  comp1  aceraos  anticipadamente  en  el  bienestar,  en  la 
felicidad  que  nos  empeñamos  en  proporcionar  a  un  amigo,  a 
un  compañero,  a  un  hombre?  I  ¿no  es  esta  sociedad  de  placer 
i  dolor,  sentida  primero,  i  después  conocida,  apreciada,  afian- 
zada, estrechada  por  la  razón,  por  el  cultivo  de  los  hábitos 
sociales,  por  el  imperio  de  las  ideas  relijiosas,  lo  que  nos  ha- 
ce socorrer  al  menesteroso,  amparar  al  desvalido,  consolar  al 
que  llora?  Si  esto  no  es  pensar  directamente  en  nuestra  felici- 
dad cuando  trabajamos  por  la  ajena,  es  algo  aun  mas  perso- 
nal, es  sentir  la  felicidad  propia  en  la  ajena. 

La  simpatía  obra  con  mas  poder  en  nosotros,  no  en  razón 
de  lo  intenso  de  los  padecimientos  ajenos,  sino  en  razón  de  la 
intensidad  con  que  participamos  de  ellos.  Volaremos  a  soco- 
rrer a  un  hermano,  a  un  amigo,  aun  con  grave  incomodidad 
i  peligro  nuestro;  i  no  haremos  sin  duda  otro  tanto  por  una 
persona  extraña.  ¿Por  qué?  Porque  nos  hieren  mas  honda- 
mente los  infortunios  de  las  personas  que  amamos,  porque 
nos  dude  mas  su  dolor.  Lo  que  nos  impele  a  obrar  no  es, 
pues,  lo  que  otros  padecen,  sino  lo  que  padecemos  nosotros;  i 
por  consiguiente,  es  nuestra  propia  satisfacción  la  que  busca- 
mos procurando  la  ajena. 

II 

El  ilustre  profesor  resume,  antes  de  pasar  adelante,  los  ele- 
mentos constitutivos  de  aquel  estado  de  las  tendonoias  natu- 
rales, orijinales,  indeliberadas,  que  llama  estado  primitivo 
del  hombre,  estado  del  nifto.  «Desde  el  principio  mismo  de  la 
nvuelven  ciertas  tendencias  en  el  hombre,  i  mani- 
el  lin  para  el  cual  ha  lido  creado;  despiértanse  al  mis- 
tiempo  i  dar  satisfacción  a  estas 
rollo  de  las  facultades  es  al  principio  irre- 
indetorminado;  pero  los  obstáculos  en  que  tropiezan, 


APUNTES  SOBRE  LA  TEORÍA  DE  M.  JOUFFROY  3'iT 

las  excitan  a  una  concentración  que  es  la  primera  manifestación 
o  el  primor  grado  del  desarrollo  voluntario.  La  naturaleza 
humana,  como  sensible  que  es,  experimenta  placer,  cuando 
se  satisfacen  sus  tendencias,  i  dolor,  cuando  no  están  satisfe- 
chas. Ella,  en  fin,  ama  lo  que  la  ayuda  a  desenvolver  sus 
tendencias,  i  odia  lo  que  las  contraría;  i  de  aquí  la  ramifica- 
ción de  nuestras  pasiones  primitivas  en  una  multitud  de  pa- 
siones secundarias.  Tales  son  los  elementos  del  estado  primi- 
tivo. Lo  que  lo  caracteriza  i  distingue  eminentemente  de  los 
otros,  es  el  dominio  exclusivo  de  la  pasión.  Sin  duda  hai  en  el 
hecho  de  la  concentración  un  principio  de  imperio  sobre  noso- 
tros mismos  i  un  principio  de  direcion  de  nuestras  facultades 
por  el  poder  personal;  pero  este  poder  obra  todavía  a  ciegas, 
i  obedece  servilmente  a  la  pasión,  que  determina  de  un  modo 
necesario  i  fatal  la  acción  i  dirección  de  las  facultades.  Al 
fin  la  razón  amanece,  i  sustrae  el  poder  o  la  voluntad  del 
hombre  al  imperio  exclusivo  de  las  pasiones.  Hasta  que  ella 
despierta,  la  pasión  del  momento,  i  entre  las  pasiones  del  mo- 
mento, la  mas  fuerte,  arrastra  a  la  voluntad,  porque  todavía  no 
puede  haber  previsión  del  mal  futuro.  El  triunfo  de  la  pasión 
presente  sobre  la  pasión  futura,  i  entre  las  pasiones  presentes, 
el  triunfo  de  la  pasión  mas  fuerte,  lié  ahí,  en  aquel  primer  es- 
tado, la  lei  de  las  determinaciones  humanas.  La  voluntad  exis- 
te ya,  pero  no  la  libertad.  Tenemos  poder  sobre  nuestras  facul- 
tades; pero  no  lo  ejercitamos  libremente.  Veamos  ahora  cómo 
es  que  apareciendo  la  razón  transforma  aquel  estado  primitivo 
que  es  el  del  niño.» 

Recordemos  que  para  el  niño  no  hai  otro  bien  o  mal,  que 
el  placer  o  el  dolor.  ¿Cuál  es  el  fin  que  las  tendencias  mani- 
fiestan al  niño?  El  placer  en  su  satisfacción,  el  dolor  en  el  ca- 
so contrario.  No  diríamos,  pues,  que  ellas  desde  el  estado  pri- 
mitivo manifiestan  el  ñ\i  para  que  hemos  sido  creados;  lo 
manifestarán,  si  se  quiere,  al  filósofo;  i  ni  aun  al  filósofo  de- 
ben de  manifestárselo  mui  a  las  claras,  pues  vemos  tantas  i  tan 
diversas  teorías  filosóficas  sobre  el  sentido  de  estas  tendencias 
primitivas.  Pero  al  niño  ¿qué  manifiestan?  Placer,  si  las  satis- 
face; dolor,  si  son  contrariadas.   Insistimos  sobre  este  punto, 


3'i3  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

porque  es  fundamental  en  la  teoría    de  los  sentimientos  mo- 
rales. 

«La  razón  penetra  en  seguida  el  sentido  del  espectáculo  que 
se  ofrece  a  su  vista.  Comprende  desde  luego  (d'sibord)  que 
tolas  esas  tendencias,  que  todas  esas  facultades  aspiran  a  un 
solo  i  mismo  objeto,  a  un  objeto  total,  por  decirlo  así,  que  es 
la  satisfacción  de  la  naturaleza  humana.  Esta  satisfacción  de 
nuestra  naturaleza,  que  es  la  suma,  i  como  la  resultante,  de 
todas  sus  tendencias,  es,  pues,  su  verdadero  fin,  su  verdadero 
bien.  A  este  bien  aspira  por  todas  las  pasiones  que  la  compo- 
nen; este  bien  solicita  alcanzar  por  todas  las  facultades  que 
desplega.  De  este  modo  forma  la  razón  en  nosotros  la  idea 
jeneral  del  bien;  i  aunque  este  bien,  concebido  así,  no  es  to- 
davía masque  n'iestro  bien  particular,  no  por  eso  deja  de  ser 
este  un  progreso  inmenso  sobre  el  estado  primitivo  en  que  no 
existe  tal  idea. 

«La  observación  i  la  experiencia  de  lo  que  pasa  perpetua- 
mente en  nosotros,  hace  también  que  la  razón  comprenda  (pie 
la  satisfacción  completa  de  la  naturaleza  humana  es  un  im- 
posible; que  es  una  ilusión  Contar  con  ella;  que  no  podemos 
ni  debemos  aspirar  sino  al  mayor  bien  posible,  es  decir,  a  la 
mayor  satisfacción  posible  de  nuestra  naturaleza.  Elévase, 
pues,  de  la  idea  de  nuestro  bien  a  la  idea  de  nuestro  mayor 
bien  posible. 

La  razón  no  tarda  en  concebir  (pie  lodo  lo  que  puede  con- 

mayor  bien,    es    bueno  pOP  eso,  i  que  tolo  lo 

tvía  de  su  consecución,  es  malo;  pero  no  confundo 
doble  propiedad  que  encuentra  en  ciertos  objetos  con  id 

o  el  nal  ni  decir,  con   la  satisfacción   o  no  satis- 

iii  de.  nuestra  naturaleza.  Distingue,  pues,  profundamente 

el  bien  i  d    i  misino  de  las  cosas  <pie  muí  a  propósito  para  pro- 
Leralizando  la  pr  ipioda  1  común  de  estas  cosas,  se 

eleva  a   la  id'\t  j<  ikt.iI  de  lo  ú  I  i  I . 

1 1  isfaocion    i  <-s(a  no    satisfac- 

i  natural. '/.a,  de  las  modiliea- 

ie  la  acompañan  en  nuos- 

para  -'lia  >^r.\  cosa  <pic  el  bien  o 


APUNUK8  S03RE  LA  TEORÍA  DE  íf.  JOUFFItOY  ¿\'i 


que  lo  útil,  el  mal  otra  cosa  que  el  dolor  o  que  lo  dañoso;  í 
así  como  ha  creado  la  idea  jcncral  del  bien,  i  la  idea  jeneraí 
de  lo  útil,  resumiendo  lo  que  hai  de  común  en  todas  las  sen- 
saciones agradables,  crea  la  idea  jeneral  de  la  felicidad. 

«El  bien,  lo  útil,  la  felicidad,  hé  ahí  tres  ¡deas  que  la  razón 
no  tarda  en  extraer  del  espectáculo  de  nuestra  naturaleza,  i 
que  son  enteramente  distintas  en  tolas  las  lenguas,  porque 
todas  las  lenguas  han  sido  construidas  por  el  sentido  común, 
que  es  la  expresión  mas  verdadera  de  la  razón.  Desde  enton- 
ces posee  el  hombre  el  secreto  de  lo  que  pasa  en  él.  Hasta  aquí 
había  vivido  sin  comprenderlo;  ahora  lo  entiende.  Ahora  ve 
de  dónde  vienen  esas  pasiones  i  lo  que  quieren;  ahora  sabe 
cómo  son  determinadas  esas  facultades,  para  qué  sirven,  qué 
hacen;  si  ama  o  aborrece,  sabe  a  (pié  título  aborrece  o  ama; 
si  experimenta  plaeer  o  pena,  sabe  por  qué  goza  o  por  qué 
padece;  todo  es  ahora  claroen  él;  i  la  razón  es  quien  le  da 
esta  luz.» 

Ahora  bien,  nosotros  no  vemos  que  la  razón  comprenda 
desde  luego  que  todas  esas  facultades  aspiran  a  un  solo  i 
mismo  objeto,  i  que  ese  objeto  sea  la  satisfacción  de  la  natu- 
raleza humana,  como  lo  concibe  Mr.  Jouffroy.  Apenas  un  hom- 
bre entre  mil  será  capa/,  de  elevarse  a  esas  ideas  jeneralcs. 
Apelamos  al  sentido  común  de  nuestros  lectores;  digan  ellos 
si  la  satisfacción  de  la  naturaleza  humana  en  abstracto,  (por- 
que la  suma,  la  resultante  de  todas  las  tendencias  no  puede 
ser  otra  cosa  que  una  idea  de  las  mas  jenerales  i  abstractas), 
es  o  puede  ser  el  fin  que  se  proponen  los  hombres  en  su  con- 
ducta, no  después  de  prolongadas  i  profundas  meditaciones 
sobre  lo  que  pasa  en  ellos,  sino  desde  luego  (d'abord),  en  la 
primera  mañana  de  la  razón.  Si  el  hombre  aspira  a  esa  suma, 
a  esa  resultante,  a  ese  bien,  distinto  del  que  la  sensibilidad  le 
muestra,  o  por  mejor  decir,  estampa  en  él  con  todas  las  im- 
presiones de  placer  i  de  pena  que  le  halagan  i  le  punzan  en 
todos  los  momentos  de  la  vida,  si  el  hombre  aspira  a  ese  bien, 
si  se  dirijo  a  él,  es  con  los  ojos  cerrados,  porque  no  lo  conoce; 
loque  conoce  es  su  reverberación,  su  signo,  sus  efectos  sensi- 
bles. 


3.->Ü  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

La  razón  comprende  que  la  satisfacción  completa  de  la 
naturaleza  humana  es  una  ilusión;  que  solo  podemos  as- 
jjirar  al  mayor  bien  posible,  esto  es,  a[la  mayor  satisfac- 
ción posible  de  nuestra  naturaleza.  Elévase  entonces  a  la 
idea  del  mayor  bien  ¡cosible.  ¿Por  qué  no  hablar  un  lengua- 
je mas  claro?  ¿Por  qué  no  presentar  los  hechos  como  pasan 
en  todos  los  hombres?  Los  hechos  son  estos:  a  pocos  pasos 
que  damos  en  la  vida,  echamos  de  ver  que  la  satisfacción  de 
todas  nuestras  tendencias,  de  todos  nuestros  apetitos  o  pasio- 
nes, es  imposible;  que  no  nos  es  dado  evitar  todas  las  impre- 
siones que  lastiman;  que  el  triunfo  de  una  pasión  i  el  goce 
con  que  lo  celebra  el  alma,  son  seguidos  amenudo  de  tormen- 
tos acerbos  de  una  intensidad  o  de  una  duración  superior;  que, 
por  el  contrario,  la  no  satisfacción  de  una  tendencia,  el  resistir 
a  una  pasión  presente,  i  el  dolor  de  que  es  acompañada  esa 
resistencia,  son  muchas  veces  medios  eficaces  de  satisfacer 
otras  tendencias  mas  importantes,  de  gozar  placeres  mas  va- 
riados, mas  intensos,  mas  durables.  El  hombre  concibe  en- 
tonces que  si  la  naturaleza  le  ha  negado  vivir  en  una  serie  no 
interrumpida  de  placeres,  gozar  un  bien  sin  mezcla  i  sin  vici- 
situdes, puede  a  lo  menos,  contrariando  ciertas  tendencias, 
arrostrando  voluntariamente  ciertas  penalidades,  obtener  el 
mayor  bien  posible,  el  mayor  número  posible  de  goces,  i  do 
is  los  mas  puros,  es  deoir,  los  menos  degradados  por  la 
Liga  del  dolor,  ingrediente  inevitable,  i  fatal  de  nuestra  exis- 
ta sobro  la  tierra.  Tenemos  ya  a  la  razón  conduciendo  al 
hombre  por  cálculos  mas  o  menos  seguros,  mas  o  monos  erró- 
.  de  placeres  i  penas;  tenemos  al  hombre  solicitando  el 

aumento  d<-  [OS  unos  i  la  disminuoion  de  las  olí-as;  i  aspirando 

I  ráotioamente  a  la  consecución  del  mayor  bien  posible,  de 

la    iu.iy.tr   suma   de  felicidad,  según   lia   podido  todavía  eom- 

n  lerla. 

La  rende  quo  ciertas  cosas  el  trabajo,  porejem- 

.  a  prono*  iduoirnos  al  mayor  bien  posible. 

I    |  n      >  confunde  a  sus  ojos  con  el  placer  mismo, 

1  ii-  o  la  felicidad,  que  podemos  procurarnos  con 

ella.  Tito,  como  medio  de  alcanzar  un  bien  de  grande  íntensi- 


APUNTES  SOBRE  LA  TEORÍA  DE  M.  JOÜEFROT  3j\ 

dad  o  duración,  cada  una  de  estas  cosas  so  convierte,  por  de- 
cirlo así,  en  un  bien  representativo,  i  como  tal  la  buscan  i 
abrazan  los  hombres,  por  el  mismo  proceder  intelectual  que 
hace  preciosa  a  nuestros  ojos  una  tira  de  papel  que  podemos 
convertir  en  dinero.  Estas  cosas,  que  son  como  letras  de  cam- 
bio convertibles  en  bienestar,  felicidad,  placer,  constituyen 
los  objetos  que  llamamos  útiles.  I  tan  poderosa  es  la  asocia- 
ción de  la  idea  de  utilidad  con  la  idea  del  bien,  que  llegamos 
a  amar  estos  objetos  por  ellos  mismos,  olvidando  su  carácter 
representativo,  i  los  buscamos  i  acumulamos,  no  como  medios, 
sino  como  fines.  Así  atesora  el  avaro  su  dinero. 

Es  fácil  colejir  que  no   reconocemos  como  distintas  las  tres 
ideas  del  bien,  lo  útil  i  la  felicidad.  La  primera  comprende, 
según  nuestro  modo  de  ver,  las  otras  dos.  Mr.  JoulTroy  recurre, 
para  confirmar  el  suyo,  a  las  lenguas,  en  todas  las  cuales,  se- 
gún dice,  se  designan  estas  ideas  con  diferentes  palabras.  Las 
lenguas  son  para  nosotros   la  autoridad  del  jénero  humano,  i 
la  aceptamos  con  toda  confianza  en  una  cuestión  de  hecho  so- 
bre sentimientos  que,  si  es  fundada  la  teoría  del  sabio  profesor, 
deben  ser  universales  en  nuestra  especie.  Ahora  bien,  las  len- 
guas nos  dan  un  testimonio  diverso  del  que  se  alega.   El  bien, 
en  el  sentido  de  Mr.  Jouffroy,  no  es  una  voz  popular,  sino  técnica 
de  la  filosofía,  donde  cada  escuela  la  entiende  de  diverso  modo. 
En  el  lenguaje  popular,  un  bien  es  un  objeto  eminentemente 
útil.  La  paz  es  un  bien,  porque  a  su  sombra  florecen  las  na- 
ciones, esto  es,  acrecientan  sus  medios  de  bienestar  i  felicidad, 
acumulan  objetos  útiles.   La  libertad  es  un  bien,  porque  hace 
dulce  la  existencia,  porque  anima  todas  las  facultades  creadoras 
do  objetos  útiles.  Dios  es  el  samo   bien,  porque  en  él  hallan 
las  criaturas  la  mas  alta  felicidad  que  les  es  dado  gozar  aun 
en  esta  morada  de  peregrinación  i  de  prueba.  Por  último,  lla- 
mamos bienes  las  colecciones  de  valores  permutables,  las  cosas 
que  nos  dan  poder  sobre  los  objetos  útiles,  producidos  por  el 
ajeno  trabajo,    i   nos   habilitan  para  adquirirlos  i  gozarlos, 
cuando  queremos.  Llamamos  a  los  objetos  útiles,  buenos;  i  si 
queremos  encarecer  su  bondad,  los  designamos  con  un  sustan- 
tivo, los  llamamos  bienes.  Esta  es  la  propia  significación  de 


3j2  OPÚSCULOS  LITEBARIOS  i  ciúticos 


la  palabra  en  el  idioma  del  pueblo.  De  manera  que,  en  rigor, 
la  felicidad  es  un  fin,  deque  los  bienes  son  medios.  Pero, 
por  una  extensión  que  tampoco  es  desconocida  en  las  lenguas 
(entendemos  las  que  habla  el  común  de  los  hombres,  no  las 
lenguas  filosóficas,  en  que  hai  mucho  de  hipotético  i  de  arbi- 
trario), la  felicidad  misma  es  un  bien,  o  mejor  dicho,  es  el 
bien  por  excelencia,  porque  es  el  resultado  de  todos  los  bienes, 
i  porque  es  lo  que  les  da  el  valor  de  tales,  i  lo  que  ellos  signi- 
fican i  representan. 

III 

«Mientras  (fue  nuestras  facultades  están  abandonadas  al  im- 
pulso de  las  pasiones,  dice  Mr.  Jouffroy,  obedece  siempre  a  la 
pasión  que  actualmente  domina;  lo  que  produce  un  doble  incon- 
veniente. En  primer  lugar,  como  nada  es  mas  variable  que  la 
pasión,  el  dominio  de  una  pasión  es  luego  reemplazado  por  el 
dominio  de  otra,  de  modo  que  bajo  el  imperio  de  las  pasiones,  es 
imposible  que  haya  regularidad  i  consecuencia  en  ol  ejercicio  de 
nuestras  facultades;  lo/jue  no  puede  menos  de  esterilizarlas.  En 
BOgundo  lugar,  el  bien  que  resulta  de  contentar  la  pasión  que 
actualmente  domina  es  amenudo  la  causa  de  un  gran  mal, 
i  el  mal  que  resultaría  de  no  contentarla  sería  amenudo  la  causa 
de  un  gran  bien;  así  que  nada  es  menos  a  propósito  para  con- 
ducirnos a  nuestro  mayor  bien,  que.  la  dirección  de  nuestras 
facultades   por  las  pasión.  i  es  1<>  que  la  razón  no  larda 

cu  descubrir;  i  de  ello  deduce  que  para  llegar  a  nuestro  ma- 
ye- bien  posible,  es  conveniente  que  la  fuerza  humana  no  se 

mueva  como  una  veleta  al  impulso  mecánico  de  las  pasiones, 
i  que,  r\\  vez  de  dejarse  arrastrar  a  satisface!-  a  cada  momento  la 
pasión  dominante,  se  sustraiga  a  su  impulso,  i  SO  dirija  exclu- 
sivamente a  la  realización  del  ínteres  calculado  i  bien  enten- 
dido del  conjunto  de  to  la  i  es!  is  pasiones,  •  a  la  realiza- 
ción del  mayor  bim  que  esté  a  el  alcance  de  nuestra  naturaleza. 

de  nosotros  oaloular  este  mayor  bien,  empleando  en 

ello  nuestra  razón;  i  depende  también  de  nosotros  enseñorear- 
nos de  nu  i  someterla  tío       Nace, 


APUNTES  SOBRE  LA  TEOiiÍA  DE  M.  JOlTTV.m  353 


pues,  un  nuevo  principio  de  acción:  principio  que  no  es  ya  una 
pasión,  sino  una  idea;  que  no  sale  ciego  do  los  instintos  de 
nuestra  naturaleza,  sino  que  emana  intelijible  de  las  convic- 
ciones de  nuestra  razón;  que  no  es  ya  un  móvil,  sino  un  mo- 
tivo. Encontrando  un  punto  de  apoyo  en  este  motivo,  el  poder 
natural  que  tenemos  sobre  nuestras  facultades,  empieza  a  ha- 
cerse independiente  de  las  pasiones,  a  desenvolverse  i  afir- 
marse. La  fuerza  humana  queda  desde  entonces  exenta  del 
imperio  inconsecuente  i  borrascoso  de  las  pasiones,  i  sujeta  a 
la  leí  de  la  razón,  que  calcula  la  mayor  satisfacción  posible  de 
nuestras  tendencias,  esto  es,  nuestro  mayor  bien  posible,  o  en 
otros  términos,  el  interés  bien  entendido  de  nuestra  natura- 
leza. » 

Principio  que  no  es  ya  una  pasión,  sino  una  idea.  <  in- 
sultemos los  hechos.  Ilai  una  época  en  que  los  esfuerzos  pro- 
dueidos  por  las  tendencias,  los  apetitos,  los  instintos,  son 
indeterminados;  los  movimientos  no  son  dirijidos  a  sus  objetos 
por  el  conocimiento  que  tenemos  de  ellos  i  de  su  aptitud  a 
satisfacer  nuestras  tendencias;  son  ajitaciones  vagas  en  (pie  el 
recién  nacido  obedece  ciegamente  a  fuerzas  interiores  predis- 
puestas por  la  naturaleza  para  suplir  la  intelijencia.  Esta  épo- 
ca dura  mui  poco;  los  primeros  destellos  de  la  racionalidad 
apuntan;  el  niño  conoce  las  cosas  que  ha  menester  i  las  busca. 
La  idea  del  bien,  concebida  a  su  modo,  circunscrito  a  sus 
primeras  necesidades,  es  ya  en  él  un  principio  de  acción.  So- 
mos, pues,  movidos  por  ideas  en  el  estado  que  Mr.  Joul'froy 
llama  primitivo,  por  ideas  que  nos  representan  bienes  algo 
distantes  para  cuyo  logro  nos  sometemos  de  buena  gana  a 
molestias  presentes,  porque  el  conato,  el  trabajo,  es  en  sí 
mismo  un  mal.  Excepto  aquel  brevísimo  crepúsculo  que  pre- 
cede al  primer  desarrollo  de  la  intelijencia,  el  imperio  de  las 
pasiones,  ya  actuales,  ya  previstas  por  el  entendimiento  i  an- 
ticipadas por  la  imajinacion,  se  ejerce  siempre  por  medio  de 
las  ideas.  La  voluntad  ve  ya,  si  es  lícito  decirlo  así;  i  a  no  ser 
en  algunos  momentáneos  intervalos  en  que  la  aguijonean  ins- 
tintos nuevos  que  producen  ajitaciones  vagas,  ni  la  determina 
jamas  la  idea  sin  la  pasión,  ni  la  pasión  sin  la  idea. 

on  so,  45 


3J4  OPÚSCULOS  L1TEHARIOS 


¿Cuál  es,  pues,  bajo  este  respecto,  la  diferencia  entre  los  tíos 
primeros  estados  morales?  Una  diferencia  de  pura  extensión. 
Acumulados  los  conocimientos  por  la  experiencia,  dirijo  el 
hombre  su  conducta  por  comparaciones,  por  un  cálculo  mas 
i  mas  complicado;  la  vista  del  alma  abraza  cada  dia  un  cam- 
po mas  vasto.  La  razón  distingue  los  objetos  como  buenos  o 
malos,  como  útiles  o  dañosos,  porque  va  conociendo  nuevas  i 
nuevas  conexiones  de  causas  i  efectos  de  las  cpie  rijen  el  mun- 
do físico  i  moral.  I  dirigiéndose  por  la  idea  de  su  interés,  por 
la  idea  del  mayor  bien,  de  la  mayor  felicidad  posible,  es  ma- 
nifiesto que  ahora,  como  antes,  lo  que  determina  la  elección  de 
la  voluntad  es  la  idea  de  placeres  i  goces,  de  penas  i  padeci- 
mientos. Ya  no  es  solo  el  goce  inmediato  o  poco  distante  lo 
que  la  excita,  sino  el  goce  lejano,  el  bien  representativo,  un 
interés  calculado.  La  pasión  obra  en  ella  por  la  idea,  i  la  idea 
no  tendría  poder  en  ella  sin  la  pasión. 

Un  niño  ve  una  golosina  que  le  tienta.  Si  alarga  la  mano 
a  tomarla,  es  la  idea  de  su  sabor,  la  idea  del  placer  que  ella 
va  a  producirle,  lo  que  determina  su  voluntad,  Mas  tarde, 
cuando  sabe  que  le  es  prohibido  tomarla,  i  que  si  la  toma  va 
a  sufrir  reprensiones  amargas,  privaciones  sensibles,  azotes, 
se  hace  superior  a  la  tentación  por  la  idea  de  los  disgustos, 
de  l<>s  dolores,  del  nuil,  que  sería  la  consecuencia  de  la  fla- 
queza. El  niño  en  estas  dos  situaciones  es  el  hombro  en  los  dos 
primeros  estados  morales. 

Un  hombro  ama  la  gloria  sobre  todas  las  cosas.  Trabaja,  so 
afana,  se  expone  a  peligros  inminentes  por  «'lia,  por  un  obje- 
to lejano.  ¿No  es  la  pasión  de  la  gloria  lo  que  le  mueve?  Otro 
hombre  cifra  mi  felicidad  en  contemplar  su  tesoro.  ¿No  es  una 
ion  que  le  domina  cuando  encierra  su  dinero  en 
el  arca,  que  cuando  1"  saca  esperando  restituirlo  a  ella  oon 
acumuladas  usur 

La  fuerza  directriz,  bú  el  segundo  estado  moral,  no  sale  cié- 

ge  de  loé  instintos  di-  nuestra  naturaleza,  dice  .Mi-.  Joufíroy, 

y.inn  que  etnsvne  intelijible  de  les  convicciones  di'  nuestre 

i.ii  1 1  primero,  la  voluntad  es  movida  de  un  modo  ríe- 

I   por    I..    pasión    'l'"'    actualmente  domina;  en  el 


APUNTE8  SOBRE  LA  TEORÍA  DE  M.  J0UFFR0Y  555 

segundo,  hai  libertad  i  elección.  Bajo  este  respecto,  la  diferen- 
cia entre  los  dos  estados  es  esencial.  Pero  no  se  crea  que  la 
elección  i  la  libertad  principian  en  la  edad  adulta.  La  época 
e.i  que  la  voluntad  se  determina  por  lo  útil,  ha  comenzado  mu- 
cho antes.  Los  dos  estados  alternan  largo  tiempo;  i  son  pucos 
los  hombres  que  durante  toda  su  vida  no  vuelvan  mas  o  me- 
nos amenudo,  aunque  por  breves  intervalos,  al  reinado  tirá- 
nico de  las  pasiones,  en  que  la  razón  vendada  deja  caer  de  las 
manos  la  balanza  de  bienes  i  males. 

Para  mejor  lijar  nuestras  nociones,  podríamos  dividir  en 
tíos  el  primero  de  los  estados  morales,  designados  por  Mr. 
JouiTroy.  La  primera  edad  moral  sería  entonces  aquella  época 
brevísima  -en  que  las  tendencias  ejercen  su  imperio  sin  la 
menor  intervención  de  la  inteligencia;  el  niño  se  dirijo  ciega- 
monte  hacia  los  objetos  de  sus  necesidades  sin  conocerlos,  .sin 
prever  el  resultado  de  sus  esfuerzos.  En  la  segunda  edad 
moral,  el  niño  sabe  por  experiencia  qué  objetos  le  hacen  falta, 
i  qué  medios  puede  poner  en  acción  para  obtenerlos;  pero  se 
mueve  servilmente  por  la  pasión  que  a  cada  momento  le  do- 
mina. Sigúese  a  estas  dos  edades  el  segundo  de  los  estados 
descritos  por  el  ilustre  profesor.  Al  principio,  hai  solo  tenden- 
cias, apetitos,  pasiones,  sin  ideas,  sin  libertad  ni  elección. 
Después,  hai  pasiones  e  ideas.  Luego,  pasiones,  ideas,  libertad, 
i  elección. 

Lstos  tres  períodos  morales  no  se  suceden  cronológicamente. 
El  segundo  principia  antes  de  haber  cesado  el  primero;  i  am- 
bas reaparecen  con  mas  o  menos  frecuencia  durante  toda  la 
vida  del  hombre. 

En  fin,  el  iiücres  bien  entendido  no  debo  tomarse  en  un 
sentido  absoluto.  Cada  hombre  se  lo  figura  a  su  modo.  El 
ambicioso  lo  hace  consistir  en  la  adquision  del  poder;  el  avaro, 
en  la  acumulación  de  riquezas;  el  hombre  sensual,  en  el  goce 
de  los  placeres  del  cuerpo.  La  idea  absoluta  del  interés  bien 
entendido,  de  la  mayor  felicidad  posible,  nace  mas  tarde;  i  uno 
de  los  objetos  de  la  educación  moral  debe  ser  facilitar  la  forma- 
ción de  esta  idea,  i  anticipar  su  desarrollo  en  el  entendimiento. 

«No  debe  creerse   que,  después  de  esta  revolución  operada 


.:.".'.  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 


en  nosotros  por  la  razón,  la  dirección  cicla  fuerza  humana, 
puesta  en  manos  de  la  razón,  no  encuentre  apoyo  en  la  pasión. 
Todo  lo  contrario.  El  dia  que  nuestra  razón  ha  comprendido 
el  inconveniente  que  hai  en  satisfacer  todas  nuestras  pasiones 
i  en  cada  momento  la  mas  fuerte,  el  dia  que  ella  concibe  el 
interés  bien  entendido,  la  necesidad  de  calcularlo,  la  de  pre- 
ferirlo en  todos  casos  a  la  satisfacción  de  nuestras  pasiones 
particulares,  esc  dia  nuestra  naturaleza,  en  virtud  de  sus  le- 
yes mismas,  se  apasiona  al  sistema  de  conducta  que  lo  parece 
el  mejor  medio  de  llegar  a  su  fin,  se  apasiona  a  ese  sistema 
como  a  todo  lo  útil,  lo  ama,  le  pesa  desviarse  de  él,  i  concibe 
aversión  hacia  todo  lo  que  la  desvía.  De  este  modo,  la  pasión 
apoya  el  gobierno  del  poder  humano  por  el  interés  bien  enten- 
dido, i  bajo  este  respecto  hai,  en  este  segundo  estado,  una 
acción  armónica  del  elemento  apasionado  i  del  elemento  racio- 
nal. Pero  este  acuerdo  dista  mucho  de  ser  completo,  porque 
la  idea  de  nuestro  mayor  bien,  concebida  por  la  razón,  no 
ahoga  las  tendencias  instintivas  de  nuestra  naturaleza;  antes 
bien  subsisten  éstas,  porque  nada  puede  desarraigarlas;  obran, 
piden  como  antes  su  inmediata  satisfacción,  i  se  empeñan  en 
arrastrar  hacia  esta  satisfacción  inmediata  la  actividad  de 
nuestras  facultades,  i  no  pocas  veces  se  salen  con  ello.  Si  el 
ínteres  bien  entendido  halla  simpatías  en  la  pasión,  también 
encuentra  en  ella  una  multitud  de  resistencias.  No  está,  pues, 
el  poder  humano  sustraído  de  todo  punto,  en  esto  segundo  es- 
tado, a  la  acción  inmediata  de  las  pasiones.  Bien  lejos  de  eso, 
<llas  vienen  amenudo,  sobre  todo  en  las  almas  débiles,  a  tur- 
bar el  imperio  calculado  del  ínteres  bien  entendido.  Guando  la 
:i  lia  aparecido,  ouando  se  ha  elevado  a  la  idea  del  ínteres 
bien  entendido,  nace  un  nuevo  estado  moral,  se  levanta  un 
i  mo  I  i  de  determinación,  pero  no  se  sustituye  irrevoca- 
blemente al  estado,  al  modo  primitivo.  VA  hombro  fluctúa 

entn  VB  dQ  Uno  a   otro;  ya  resiste  al  iinpnlso 

de  l  al  ínteres  bien  entendido,  ya  sucum- 

la  fuerza  de  aquel  impulso  ¡  se  deja  llevar  por  él.  Mas  no 
•  de  haberse  introducido  en  la  vida  humana  una 
nuei  •  de  determinación 


APUNTES  SOBRE  LA  TEORÍA  DE  tí.  JOUFFROY  .  r.T 

Hornos  distinguido  entro  el  interés  de  una  pasión  dominan- 
te i  el  interés  de  nuestra  mayor  felicidad  posible,  entre  el 
interés  relativo  i  el  interés  absoluto,  entre  el  interés  de  una 
f cadencia,  i  el  interés  bien  entendido  del  conjunto  de  todas  las 
tendencias.  El  segundo  parece  ser  el  único  que  considera  Mr. 
Jouffroyj  pero  es  de  toda  necesidad  dar  algún  lugar  ni  prime- 
ro en  la  historia  de  nuestros  sentimientos  morales.  ¿Lo  refe- 
riremos al  estado  primitivo?  Parece  que  nó,  porque  el  estado 
primitivo  es  el  reinado  despótico  de  la  pasión  presente.  En  el  es- 
tado primitivo,  no  corre  la  voluntad  tras  los  objetos  que  sin  ser 
bienes  son  buenos,  esto  es,  útiles;  no  sacrifica  los  goces  inme- 
diatos a  los  goces  lejanos;  las  necesidades  actualmente  sentidas 
no  dan  lugar  a  las  necesidades  previstas.  Ahora  bien,  el  que 
trabaja  por  la  reputación,  por  la  gloria,  por  un  bien  distante, 
¿no  calcula?  ¿no  resiste  a  las  seducciones  presentes,  a  los  pla- 
ceres que  tiene  a  la  mano,  por  los  placeres  para  él  mas  eleva- 
dos i  exquisitos  que  su  imajinacion  le  pinta  alo  lejos?  Si  se 
pretende  que  este  es  un  interés  mal  entendido,  no  lo  disputa- 
remos; es  a  lo  menos  un  interés  calculado;  i  todo  cálculo  es 
una  obra,  buena  o  mala,  de  la  razón  individual,  que  es  la 
única  que  puede  guiar  al  individué.  I  si  se  alega  que  esta 
época  del  interés  mal  entendido  pertenece  al  estado  primitivo, 
no  insistiremos  tampoco  en  lo  contrario,  aunque  para  ello 
nos  darían  bastante  fundamento  las  descripciones  mismas  do 
Mr.  Jouffroy.  Lo  que  nos  importa  es  qne  se  admita  la  existencia 
do  esta  época  moral,  colóquesela  donde  se  quiera. 

Consideremos,  pues,  al  hombre  bajo  esta  nueva  determina- 
ción del  interés  relativo.  Para  él,  lo  útil  será  lo  que  le  parezca 
promover  ese  interés;  se  apasionará  por  esa  utilidad  relativa; 
se  apasionará  consiguientemente  por  la  línea  de  conducta  que 
mas  a  propósito  se  le  figura  para  realizar  el  objeto  de  sus  aspi- 
raciones; le  pesará  desviarse  de  esa  línea;  mirará  con  aversión 
los  objetos  que  le  desvían.  Esta  es  una  consecuencia  necesa- 
ria de  las  leyes  mismas  a  que  está  sujeta  nuestra  naturaleza. 

Al  fin,  con  todo,  llega  la  época  en  que  el  interés  calculado  i 
el  interés  absoluto  se  identifican.  Como  el  primero  mira  a  una 
sola  tendencia  i  el  segundo  es  la  resultante  de  todas  ellas,  el 


3CUL&S  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


descubrimiento  del  segundo  no  puede  menos  de  ser  el  fruto  de 
una  experiencia  mas  larga,  de  nociones  mas  vastas,  de  com- 
paraciones mas  complicadas,  que  el  descubrimiento  del  pri- 
mero; de  que  se  sigue  que  la  fuerza  directiva  del  interés  rela- 
tivo debe  cronológicamente  preceder  a  la  fuerza  directiva  del 
interés  absoluto,  del  interés  bien  entendido.  Sin  duda  pueden 
anticiparse  por  la  educación  i  por  otros  medios  las  determina- 
ciones de  este  interés;  pero  siempre  restará  una  época  mas  o 
menos  larga  en  que  la  razón,  insuficientemente  instruida,  reco- 
nozca como  regla  de  los  actos  voluntarios  una  utilidad  parcial. 

Reconocido  el  interés  absoluto,  el  que  merece  propiamente 
el  título  de  interés  bien  entendido,  nos  apasionamos  a  la  nor- 
ma prescrita  por  él.  Ilai  desde  entonces  una  especie  de  con- 
ciencia que  aprueba  o  condena  nuestros  actos  en  cuanto  con- 
formes o  contrarios  a  la  norma;  i  a  consecuencia  del  testimonio 
do  esta  conciencia,  experimentamos  satisfacción  o  disgusto, 
placer  o  dolor;  la  regla  se  ha  convertido  en  un  bien  represen- 
tavivo;  sus  infracciones,  por  el  hecho  solo  descrío,  producen 
dolor;  i  los  sacrificios  que  hacemos  a  ella,  por  el  hecho  solo 
dr  hacerse  a  ella,  producen  placer.  En  el  primer  caso,  la  con- 
ciencia de  que  hablamos  acibara  el  placer  do  las  seducciones; 
en  el  Begundo,  endulza  el  dolor  de  los  sacrificios. 

Ilai    una  conciencia,    por  decirlo    así,    relativa,  i  por    tanto 

errónea,  duran!''  el  reinad  i  del  ínteres  parcial:  hai  otra  conoien* 

ita,  durante  el  peinado  del  interés  absoluto!  delinteres 

entendido,  conciencia  que  nos   guia  rectamente,  porque 

en  el  verda  lero  sentido  de  nuestra  mayor  felicidad 

ble. 

D     le   [uc  hai  una  norma  buena  o  mala,  hai  una  conciencia 

llíen  '-mal  avisada,  que  ñus  amonesta,   nos  aplaude,   nos  vüu- 
■i'S  i  peí!  iiciencia,  esto  es.  dr  aprobación  O 

i  l< ir.il ,  este  nuevo  modo  de  d  (termina* 

í-ion  tado,  elmod  t.  Lo  que  constituyo  el  egots» 

no  el  la  intelíjenoia  de  que  obramon  por  nuestro  bien  peculi  ir, 

i  lo  primitivo;  el  nifto  no 


APUNTES  SOBRE  LA  TEORÍA  DE  if.  JOI'FFROY  359 


Recordemos  las  dos  edades  del  estado  moral  primitivo.  En 
la  primera,  no  existe  la  intelijenoia  de  que  habla  Mr.  Jouffroy. 
Pero,  en  la  segunda,  existe.  En  la  primera,  el  niño  es  egoísta 
por  los  sentimientos;  en  l;i  segunda,  por  los  sentimientos  i  las 
ideas  a  un  tiempo. 

Recordemos  también  que  el  interés  calculado,  no  es  siempre, 
no  es,  sobre  todo  en  las  primeras  épocas  de  la  inteligencia,  el 
interés  bien  entendido,  que  no  se  refiere  a  tendencias  parciales, 
sino  a  la  resultante  de  todas. 

«Aun  no  hemos  llegado  al  estado  que  peculiar  i  verdadera- 
mente merece  el  título  de  estado  moral,  i  que  resulta  de  un 
nuevo  descubrimiento  de  la  razojí,  de  un  descubrimiento  que 
eleva  al  hombre,  de  las  ideas  jenerales  que  engendraron  el  es- 
tado egoísta  a  ideas  universales  i  absolutas.  Este  nuevo  paso 
no  lo  dan  las  morales  interesadas,  que  no  van  mas  allá  del 
egoísmo.  Darlo  es  salvar  el  intervalo  inmenso  que  separa  a  las 
morales  egoístas  de  las  morales  desinteresadas.  Hé  aquí  como 
se  opera  en  el  hombre  la  transición  del  segundo  estado  que  he 
descrito  al  estado  moral  propiamente  dicho. 

«Ilai  un  círculo  vicioso  oculto  en  la  determinación  del  egoís- 
mo. El  egoísmo  llama  bien  la  satisfacción  de  las  tendencias  da 
nuestra  naturaleza;  i  cuando  se  le  pregunta  por  qué  la  satis- 
facción de,  estas  tendencias  es  nuestro  bien,  responde:  porque 
es  la  satisfacción  de  las  tendencias  de  nuestra  naturaleza.  En 
vano,  para  salir  de  este  círculo  vicioso,  busca  el  egoísmo,  en 
el  placer  que  sucede  a  la  satisfacción  de  las  tendencias,  el 
motivo  de  la  ecuación  que  él  establece  entre  esta  satisfacción  i 
nuestro  bien;  la  razón  no  halla  mas  evidencia  en  la  ecuación 
del  placer  i  del  bien,  que  en  la  ecuación  de  la  satisfacción  de 
nuestra  naturaleza  i  del  bien;  i  el  porqué  de  esta  última  ecua- 
ción le  parece  siempre  un  misterio.  El  tormento,  sordamente 
sentido,  de  este  misterio  es  lo  que  impele  a  la  razón  a  dar  un 
nuevo  paso  en  la  escala  de  las  concepciones  morales.  Sustra- 
yéndose a  la  consideración  exclusiva  de  los  fenómenos  indivi- 
duales, concibe  que  lo  que  pasa  en  nosotros  pasa  en  todas  las 
criaturas  posibles;  que  como  todas  tienen  su  naturaleza  espe- 
cial, todas  aspiran  en  virtud  de  esa  naturaleza  a  un  fin  especial, 


360  OPÚSCULOS  LITUHAMOS  I  CRÍTICOS 


que  es  su  bien;  i  que  cada  uno  de  estos  fines  diversos  es  ele- 
mento de  un  fin  total  i  último  que  los  resume,  de  un  fin  que 
es  el  fin  de  la  creación,  de  un  fin  que  es  el  orden  universal, 
i  cuya  realización  es  la  que  merece  a  los  ojos  de  la  razón  el 
título  de  bien,  la  que  llena  la  idea  del  bien,  la  que  forma  con 
esta  idea  una  ecuación  evidente  por  sí  misma  i  que  no  necesita 
de  prueba.  Cuando  la  razón  so  eleva  a  este  concepto,  es  cuan- 
do tiene  la  idea  del  bien;  antes  no  la  tenia.  Por  un  sentimiento 
confuso,  aplicaba  este  título  a  la  satisfacción  de  nuestra  natu- 
raleza; pero  no  podia  darse  cuenta  de  esta  aplicación  ni  justi- 
ficarla. A  la  luz  de  este  nuevo  descubrimiento,  la  aplicación  le 
pareció  clara  i  lejítima.  El  l¿ien,  el  verdadero  bien,  el  bien  en 
sí,  el  bien  absoluto,  es  la  realización  del  fin  absoluto  de  la 
creación,  esto  es,  de  cada  ser,  es  un  elemento  de  este  fin  ab- 
soluto. Cada  ser  aspira,  pues,  a  este  fin  absoluto,  aspirando  a 
su  fin;   i  esta  aspiración    universal  es   la  vida  universal  de  la 

creación El  bien  de  cada  ser  es,  pues,  un  fragmento  del 

bien  absoluto,  i  por  eso  el  bien  de  cada  ser  es  un  bien;  eso  es 
lo  que  le  da  ese  carácter;  i  si  el  bi.en  absoluto  es  respetable  i 
ado  para  la  razón,  el  bien  de  cada  ser,  la  realización  del 
fin  de  cada  ser,  el  cumplimiento  del  destino  de  cada  ser,  el 
desarrollo  de  la  naturaleza  de  cada  ser,  la  satisfacción  de  las 
ton  lencias  de  cada  sor,  cosas  todas  idénticas  que  no  liaren 
mas  que  una  sola,  son  igualmente  sagradas  i  respetables  para 
ella.B 

La  razón,  según  Mr.  Jouffroy,  dice  al  egoísmo:  ¿por  qué 
Ilam  la  satisfacción  de  tus  tendencias  individuales?  El 

pío,  que  hasta  aqui  ha  vivido  sin  dar  cuenta  de  sus  pen- 
samientos a  nadie,  sorprendido  por  esta  inesperada  pregunta, 

I     lo  primero  (pie  le  viene  a  las   mientes!  porque    satis- 
mis  tendenciai  individuales.  La  razón  rechaza,  como  es 

nal,  Una  OOntestaoiOD    que  le  parece  lo  que  suele   llamarse 

vulgarmente  una  p&t$  de  banco;  I  hé  aquí  el  egoísmo  emba- 
do,  confuso,  martirizado,  devanándose  los  sesos  para  ha- 
iga a  la  razón.  Al  rabo  le  ocurra 
qu<  :  ,ii  de  nuestra  naturaleza  es  un  bien.   No  hai 

lacion  del  placer  i  el  bien. 


APUNTES  B0BRB  LA  TEORÍA  DE  M.  JOITFROY  301 

La  sol  ación  riel  problema  es  otra.  Como  cada  ser  tiene  sn  na- 
turaleza, cachi  ser  tiene  su  fin  peculiar  correspondiente  a  ella. 
El  verdadero  bien,  el  bien  absoluto,  es  el  fin  total  i  último 
que  resume  todos  los  fines  parciales  de  todas  las  erial  uras 
posibles.  Esta  ecuación  es  evidente  para  mí;  yo  fallo  que  no 
necesita  de  prueba.  Con  que  no  tienes  mas  que  hacer  que  so- 
meterte a  ella. 

Para  que  este   diálogo   sea  posible,    solo  se  necesita  que  la 
razón  del  individuo  conozca  el  fin   universal   de  la  creación, 
esto  es,  todos  los  fines  parciales  de  todas  las  criaturas  posibles, 
que  el  fin  universal  abarca  i  resume:  condición  tan  fácil,    des- 
cubrimiento tan  obvio,  que  Mr.  JouíTroy  no  ha  creído  necesario 
decirnos  qué   fines   parciales  son  estos,  en    qué  consisten,  ni 
cómo  es  que  cada  un  )  de   ellos  sea   solo  un  fragmento  del   fin 
universal,  que  constituye  el  bien  absoluto.    ¿Cuál  es  el  fin  del 
tigre,  el  de  la  pantera,  el  del  oso,  el  de  los  innumerables  insec- 
tos dañinos  que  nos  acosan,   el  de  !as    plantas,  el  de  las  pie- 
dras; fines  integrantes  del  gran  fin,   que  es  el  gran  bien?  Con- 
fesamos con  rubor  que  tenemos  la  desgracia  de  no  conocerlos, 
i  sospechamos  que,  de  mil  individuos  de  la  especie  humana,  los 
novecientos    noventa  i  nueve,    por  lo  menos,  se  hallan  en  el 
mismo  caso   que  nosotros.  No  percibimos  esos  fines,   sino  en 
el  placer,  que  según  el  mismo  Mr.  JouíTroy,  es  el  signo  de  su 
realización;    no   los   percibimos  sino  en  la   mayor  suma   de 
felicidad  posible  para  cada  especie  animada;  i  aun   percibién- 
dolos así,   no   percibimos  la  converjencia  de  todos   esos  fines 
a  un  gran  fin,  sino  la  oposición  completa  de  muchos  de  ellos 
entre  sí,  oposición  tan  grande,  que  el  fin  de  una  especie  exije 
amenudo,  por  no  decir  siempre,  la  extinción   de   muchísimas 
otras.    Con  que,  a  no  suponerse  que  a  lo  que  aspiran   por  su 
naturaleza  algunas  especies  es  a  ser  devoradas  por  otras,  nos 
es  imposible  ver  resumidos  sus  fines  i  sus  bienes  parciales  en 
el  fin  i  el  bien   universal   de  la  creación. 

Descartemos  toda  suposición,  todo  hecho  no  atestiguado 
por  nuestra  conciencia.  No  nos  hundamos  en  el  abismo  in- 
menso de  la  creación;  harto  haremos  con  ceñirnos  a  la  especie 
humana.  Lo  que  cada  hombre  concibo  fácilmente  i  lo  que  iíü 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


puede  menos  de  concebir:,  es  que  lo  que  pasa  en  él,  pasa  en  to- 
das las  criaturas  de  su  especie;  que,  como  todas  ellas  tienen 
una  naturaleza  semejante  a  la  suya,  todas  aspiran  como  él  a 
la  mayar  suma  de  felicidad  posible;  que  estas  aspiraciones  so 
cruzan;  i  que  cruzándose,  o  es  menester  que  las  de  los  otros 
humanos  cedan  a  las  suyas,  o  que  haya  una  espacie  de  tran- 
sacción o  avenimiento  entre  todas.  Como  las  aspiraciones 
ilimitadas  de  cada  individuo  encuentran  resistencias  insupera- 
bles en  las  aspiraciones  ilimitadas  de  todos  los  otros,  i  como 
cada  individuo  es  débil  en  comparación  del  conjunto,  la  razón 
no  tarda  en  decir  a  cada  hombre:  no  debes,  es  decir,  no  pue- 
des en  el  interés  de  tu  mayor  felicidad  posible,  permitir- 
te a  ti  mismo  lo  que,  permitido  a  cualquier  otro  hombre  en 
circunstancias  semejantes,  sería  pernicioso  a  todos,  lié  aquí 
un  principio  que  la  razón  abraza  como  evidente,  principio  que 
solo  formula  de  un  modo  mas  exacto,  aunque  menos  claro 
para  ed  común  de  los  hombres,  aquel  otro,  reconocido  por  los 
pueblos  ilustrados  déla  antigüedad:  Quod  tu  tibi  noli*,  alie- 
vi  ne  feceris. 

Llegada  la  razón  a  este  punto,  concibe  un  orden  jeneral,  de 
(pie  el  individuo  es  solo  un  elemento;  concibe  una  norma  fun- 
dada en  este  orden.   Pero  /.pm*  ([lié  nos  interesa  el  orden  jene- 
ral, la  armonía  de  las  aspiraciones  individuales?  Primeramen- 
te, porque,  prescindiendo  del  principio  de  simpatía,  ese  orden 
garantía  de  nuestro  interés  individual,  de  nuestra  exis- 
tencia niisiii  nudo  lugar,  porque  el  principio  de  sim- 
i   hace  necesaria   la  felicidad   ajena  a  la  nuestra;  en    tercer 
lugarj    porque,  concebida  una  norma  útil,  nos  apasionamos  a 
ella   como    a    todas  I  ¡  ^><\r  que    nuestra  oon- 
OÍencia    nos   avisa    ipie    nos    apartamos  de  ella,    sucede  a   este 
lt¡ miento  de  desazón  i  de    pena,   i  se  nos  acibaran 

(•mu  (jo  llagaban  las  seducciones  que  nos 

b  ni  i  cirio  lugar,  porque  ese  orden  jeneral  nos 

lijion,  que  habla  también  [mu-  medio  de  place- 
ta a  la  piedad   mas  pura  i  acendra  la, 

dma,  prh ilejiadas  que  la  sienten, 
Inefables  en  h  < bemplaoion 


API  NTES  SOIJRE  LA  TEOIlÍA  DE  M.  JOUFFROY  3ü3 


de  los  atributos  de  la  Divinidad,  en  la  gratitud  i  amor  hacia 
ella,  en  la  humilde  esperanza  de  que  sus  actos  i  afectos  le 
serán  aceptables.  Seguramente  hai  almas  que  aman  la  virtud 
sin  pensar  en  sus  recompensas,  que  aman  a  Dios  por  Dios 
solo.  Un  alma  de  esa  especie  no  se  dirá  a  sí  misma:  obe- 
dezco a  las  amonestaciones  de  la  conciencia  para  que  no  me 
atormente;  sirvo  a  Dios  porque  este  servicio  amoroso  es  en  sí 
mismo  una  felicidad  para  mí;  pero  sin  decírselo  lo  siente;  i  si 
no  lo  sintiese,  no  obraría  como  obra,  ni  sería  lo  que  es.  No 
está  en  la  naturaleza  del  hombre  apasionarse  a  verdades  abs- 
tractas, únicamente  porque  son  verdades.  Si  el  orden  jeneral 
se  recomendase  solo  al  entendimiento,  si  no  hablara  al  cora- 
zón, si  no  suscitase  afecciones,  no  concebimos  cómo  pudiera 
tener  mas  imperio  sobre  nuestra  voluntad,  que  un  teorema  de 
Eu  elides. 

«Ahora  bien,  desde  que  la  idea  del  orden  es  concebida  per 
nuestra  razón,  hai  entre  nuestra  razón  i  esa  idea  una  tan  ver- 
dadera, tan  profunda,  tan  inmediata  simpatía,  que  se  pros- 
terna ante  esa  idea,  la  reconoce  sagrada  i  obligatoria  para  ella, 
la  adora  como  su  lejítíma  soberana,  la  honra  i  se  somete  a 
ella  como  a  su  lei  natural  i  eterna.  Violar  el  orden  es  una  in- 
dignidad a  los  ojos  de  la  razón;  realizar  el  orden  en  cuanto  es 
dado  a  nuestra  debilidad,  eso  sí  que  es  bueno,  eso  sí  que  es 
bello.  Un  nuevo  motivo  de  obrar  ha  aparecido,  una  nueva  re- 
gla, verdaderamente  regla,  una  nueva  lei,  verdaderamente  lei, 
una  lei  que  se  lejitima  por  sí  misma,  que  obliga  inmediata- 
mente, que,  para  ser  respetada  i  reconocida,  no  necesita  de 
invocar  nada  extraño  a  ella,  nada  anterior  b  superior.» 

Pura  declamación,  indigna  de  tan  eminente  filósofo.  El  or- 
den, al  cabo,  no  es  mas  que  una  relación  simple  o  compleja, 
percibida  por  la  razón  bien  o  mal,  i  en  el  caso  de  que  se  trata 
(tomando  esta  palabra  orden  en  el  sentido  de  Mr.  Jouffrov  ,  n  > 
percibida  de  ningún  modo,  o  de  un  modo  extremadamente 
vago  i  confuso.  ¿Es  el  orden  verdadero  el  que  produce 
efectos  prodijiosos  en  la  razón  humana?  ¿O  es  cualquier  idea 
de  orden?  Si  lo  primero,  el  principio  moral  de  Mr.  Jouffroy  es 
absolutamente  estéril,  es  como  si  no  existiese   para    la  casi  to- 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


talidad  de  los  hombres,  que  no  puede  elevarse  hasta  él;  en 
suma,  no  es  un  principio  moral,  porque  no  puede  serlo  el  que 
no  es  fácilmente  accesible  a  nuestra  inteligencia.  Si  lo  segundo, 
asentamos  la  moral  sobre  una  base  movible,  vaga,  aérea;  ca- 
da individuo  concebirá  el  orden  a  su  modo,  i  tendrá  sil  moral 
aparte.  Ademas,  si  cualquiera  idea  de  orden,  aun  la  errónea 
abrazada  incautamente  por  la  razón,  es  capaz  de  producir  esa 
simpatía,  será  un  criterio  peligrosísimo  para  la  adopción  de 
una  norma  que  dirija  las  acciones  humanas.  Pero  ¿qué  es  la 
simpatía  do  la  razón?  La  razón  es  susceptible  de  conviccio- 
nes tan  profundas  como  se  quiera;  pero  las  afeccionos,  i  por 
consiguiente  las  simpatías,  pertenecen  propiamente  a  la  vo- 
•  luntad,  al  corazón.  Ademas,  simpatizar  es  participar  de  una 
afección  ajena,  i  propiamente  de  una  afección  penosa;  de  ma- 
nera que,  para  que  fuese  exacta  la  expresión  de  Mr.  Joufíroy, 
deberíamos  representarnos  el  orden  como  un  ser  sensible,  aji- 
tado  de  una  afección  penosa,  o  por  lo  menos,  de  una  afección 
cualquiera,  de  que  participase  la  razón.  ¿Que  es,  pues,  lo  qu  ? 
quiere  decírsenos?  ¿Que  la  idea  de  orden  produce  una  convic- 
ción inmediata,  verdadera,  profunda?  Prodúzcala  en  buen  hora; 
esa  convicción  no  sería  mas  que  la  percepción  clara  i  evidente 
de  una  relación  O  de  un  conjunto  de  relaciones,  i  si  no  en- 
cuentra algún  auxiliar  poderoso  en  la  voluntad,  no  es  conce- 
bible que  la  razón  tenga  mas  motivo  de  prosternarse  ante  ella, 
que  ante  la  idea  de  la  relación  del  radio  a  la  circunferencia. 
,.<  I  se  nos  quiere  decir  que  la  idea  de  Orden  despierta  en  la  vo- 
luntad afecciones  vivas,  profundas,  que  nos  conmueven  pode- 
Bata,  a  nuestro  entender,  es  la  sola  acepción  ra/.o- 

nable  que  podemos  dar  al  lenguaje  de  Mr.  Jouffroy.  I  esto  ¿qué* 
quiere  decir?  Lo  que  ya  se  lia  dicho  i  repetido:  que  desde  que 

Una  norma    útil,  nos  apasionamos   a  ella;   i    que 

i  nuevo  motivo  de  aooion,  pero  un  motivo  (pie 

noia  del  m  >tivo  análogo  del  estado  egoísta,  sino 

•  n  que  la  idos  de  norma  ^-^  el  tercer  estado  moral,  es  el  pro- 

lo  de  una  experiencia  mas  larga,  de  nociones  mas  vastas, 

tas  complicadas.  Nonos  dejemos  deslum- 

ir  por  mol  Larazon  que  so  prosterna,  que  venera, 


APUNTES  SCBRG  LA  TKOIlÍA  Ülí  tí.  JOÜFFHOT  365 

([uc  adora,  o  es  solo  la  razón  impasible  que  ve  relaciones  i  las 
reconoce  como  verdaderas  i  evidentes,  o  es  ademas  el  corazón 
(me  se  apasiona  por  una  idea  de  orden  que  la  razón  le  pono 
delante.  Si  lo  primero,  no  hai  un  motivo  de  acción;  si  lo  se- 
gundo (que  es  lo  cierto),  el  motivo  inmediato  es  una  pasión, 
una  tendencia  a  la  mayor  suma  posible  de  felicidad  individual, 
según  la  razón  la  calcula  i  concibe. 

La  filosofía  sensualista  yerra  en  cuanto  supone  que  la  vo- 
luntad no  es  capaz  de  apasionarse  por  el  orden;  la  filosofía 
idealista  yerra  en  cuanto  supono  que  la  idea  de  orden  es  capaz 
de  mover  la  voluntad  sin  apasionarla. 

Pero,  por  mas  que  hace  la  escuela  idealista,  involuntaria- 
mente la  vemos  echarse  en  brazos  de  la  pasión,  cuando  quiero 
explicar  el  imperio  del  orden  sobre  el  alma.  ¿Qué  otra  cosa 
significa  esa  postración  ante  el  orden,  esa  adoración,  esa  apo- 
teosis del  orden?  No  hai  medio:  o  significa  convicciones  impo- 
tentes, o  supono  pasiones  activas.  ¿Qué  significa  la  belleza  del 
orden?  O  significa  que  la  contemplación  i  la  realización  del 
orden  producen  un  placer  delicado,  puro,  exquisito,  como  to- 
do lo  bello,  o  no  significa  nada. 

o  Negar  que  haya  para  nosotros,  que  somos  seres  racionales, 
algo  de  santo,  de  sagrado,  de  obligatorio,  es  negar  una  de  es- 
tas dos  cosas:  o  que  la  razón  humana  se  eleva  a  la  idea  del  bien 
en  sí,  del  orden  universal,  o  que  después  de  haber  concebido 
esta  idea,  nuestra  razón  se  inclina  ante  ella,  i  siente  inmedia- 
ta e  íntimamente  que  ha  encontrado  su  verdadera  lei,  que  an- 
tes no  había  percibido;  dos  hechos  que  no  es  dado  desconocer 
ni  disputar.» 

Somos  no  solo  seres  racionales,  sino  seres  sensibles;  i  la 
moral  tiene  una  relación  tan  íntima,  tan  inmediata,  con  la 
parte  sensible  de  nuestro  ser,  como  con  la  parte  racional. 
Supóngase  al  hombre  destituido  de  razón;  la  moral  perece. 
Supóngasele  destituido  de  sensibilidad;  ¿qué  será  de  las  recom- 
pensas de  la  virtud,  do  los  remordimientos  del  crimen,  del 
mérito  de  resistir  a  las  seducciones?  Por  lo  demás,  lejos  de  ser 
un  hecho  que  la  razón  humana  se  eleve  a  la  idea  del  orden 
universal,  lo  contrario  es  un  hecho,  si  entendemos  por  razón 


300  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


humana  la  de  la  gran  mayoría  de  los  hombres.  El  hombre 
pensador,  el  hombre  contemplativo,  el  filósofo  se  elevarán  tai- 
vez  a  esa  idea.  Pero  ¡triste  moral  la  que  no  contase  con  guiar 
al  común  de  los  hombres  por  ella!  ¡Triste  moral  la  que  esta- 
bleciese por  principio  una  abstracción,  que  cada  cual  explica 
i  formula  a  su  modo! 

(El  Araucano,  Años  do  i 846  i  1847.) 


$m> 





FILOSOFÍA  FUNDAMENTAL 


POR  l>ON  JAIME  BÁLMES 
presbítero 


I 

¿En  qué  consisto  que  la  íilosofia,  la  ciencia  de  los  hechos 
del  sentido  íntimo,  cuyas  percepciones  pasan  por  infalibles, 
es  la  mas  incierta  de  todas,  la  mas  11  actuante,  la  mas  expues- 
ta a  contradicción?  ¿Por  qué,  mientras  las  ciencias  físicas  po- 
seen un  caudal  de  verdades  que  han  salido  victoriosas  de  la 
prueba  del  tiempo  i  enjendran  cada  día  verdades  nuevas  con 
una  fecundidad  portentosa,  apenas  se  puede  decir  que  haya 
un  principio  seguro,  incontrastable,  en  la  psicolojía  i  metafí- 
sica, donde  sistemas  simultáneos  i  sucesivos  se  hacen  una  gue- 
rra de  muerte,  i  cuya  historia  no  es  mas  que  una  serie  inter- 
minable de  combates  i  ruinas?  Lo  mas  notable  es  la  fe  de  cada 
escuela  filosófica  en  sus  propias  especulaciones,  i  la  confianza 
con  que  todas  ellas  apelan  al  testimonio  de  la  conciencia.  ¿Qué 
es,  pues,  la  conciencia,  este  sentido  íntimo  que  se  supone  in- 
capaz de  engañarnos? 

La  causa  está,  a  mi  ver,  en  que  el  alma  confunde  a  veces 
las  apariencias  falaces  de  la  imajinacion  con  los  hechos  ver- 
daderos suyos,  en  que  el  testimonio  de  la  conciencia  es  irre- 
cusable. Tomemos,  por  ejemplo,  la  idea  jeneral,  cuya  teoría 
ha  sido,  desde  Platón  acá,  un  campo  de  reñidas  contiendas  en- 
tre las  varias  sectas  filosóficas.  En  la  idea  jeneral,  dicen  unos, 


368  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 

no  ha¡  nada  jenoral  sino  el  nombre;  las  representaciones  que 
este  nombre  ofrece  al  entendimiento  son  todas  individuales, 
aunque  variables,  porque  figuran,  ya  un  individuo,  ya  otro, 
de  los  comprendidos  en  el  jénero.  Otros,  al  contrario,  la  con- 
sideran como  un  concepto  intelectual,  en  que  los  individuos 
desaparecen,  i  solo  queda  un  tipo  común,  que  no  retiene  sino 
las  formas  i  calidades  en  que  se  asemejan.  Si  los  primeros 
yerran,  debo  de  consistir  sin  duda  en  que  la  imajinacion  les 
hace  equivocar  los  conceptos  jenerales  con  las  representacio- 
nes individuales  que  accidentalmente  los  acompañan;  i  si 
yerran  los  segundos,  ¿a  qué  puede  atribuirse,  sino  a  que  ima- 
jinan ver  en  el  entendimiento  lo  que  en  realidad  no  hai? 

En  las  ciencias  físicas,  no  es  así.  Los  prestijios  de  la  ima- 
jinacion se  desvanecen  ante  la  viva  luz  de  observaciones  i 
experimentos  que  están  sujetos  al  examen  de  los  sentidos 
corpóreos,  i  pueden  repetirse,  combinarse,  modiiirar.se  de  mil 
maneras,  fijarse  en  todas  sus  circunstancias  i  pormenores,  i 
someterse  al  criterio  del  cálculo. 

Sea  de  ello  lo  que  fuere,  no  puede  negarse  que  es,  a  lo 
menos,  muí  difícil  purificar  de  tal  modo  el  testimonio  du  la 
conciencia  en  las  percepciones  psicológicas,  que  estemos  segu- 
ros de  que  no  ticno  en  ellas  ninguna  parte  la  imajinacion.  I 
bé  ahí  una  especie  de  lójica  de  que  no  sabemos  se  haya  trata- 
do de  propósito  hasta  ahora,  sin  embargo  do  que,  en  el  arte 
de  investigar  la  verdad,  apenas  hai  materia  que   mas  importe 

adiar  i  profundizar. 

Kl  presbítero  don  Jaime  Bálmes,  escritor  merecidamente 
'popular,  i  acaso  el  pensador  mas  sabio  i  profundo  de  que  pue- 
de hoi  gloriarse  la  España,  nos  presenta  en  su  Filosofía  Fun- 
d&ment&l  un  sistema  nuovo  en  ([iie  no  pneas  de  las  grandes 
cuestionen  de  la  psicolojfa  i  la  ética  se  resuelven  de  un  modo 
luminoso  i  orijinal.  Ocupan  gran  parte  de  la  obra  los  argu- 
mentos del  autor  contra  Los  sistemas  (pie  se  oponen  al  suyo; 
i  aun  rece  que,  en  esta  polémica,  la  viotoria  no  es 

M'-mprr  de  Bálmes,  bal  puntos  en  que  combate  .-i  -ais  adversa- 
Mi  una  fuerza  de  raciocinio  que  convence,  No  leñemos  la 
incion  de  crijimos  en  ¡ucees;  hablamos  de  nuestras  ¡m- 


filosofía  fundamental  :>t>(J 


presiones;  i  por  otra  parte,  creemos  que,  aun  al  mas  humilde 
ciudadano  de  la  república  de  las  letras,  es  permitido  exponer 
sus  opiniones,  cualesquiera  que  sean,  i  discutir  las  ajenas  con 
la  cortesía  que  se  debe  a  todos  i  con  el  respeto  que  se  merecen 
el  saber  i  el  talento. 

El  señor  Bal  mes  principia  por  lo  que  a  muchos  parecerá 
talvez  enteramente  ocioso.  ¿Sabemos  algo?  ¿Tenemos  funda- 
mentos para  creer  que  hai  algo  cierto,  algo  absolutamente 
verdadero,  en  los  conocimientos  humanos?  ¿Puedo  estar  segu- 
ro de  mi  propia  existencia,  de  la  existencia  de  otros  espíritus, 
i  de  la  del  universo  corpóreo?  El  proponer  dificultades  i  dudas 
de  esta  especie  «podría,  dice  Balines,  sujerir  la  sospecha  de 
que  semejantes  investigaciones  nada  sólido  presentan  al  espí- 
ritu, i  solo  sirven  para  alimentar  la  vanidad  del  sofista.... 
Estoi  lejos  de  creer  que  los  filósofos  deban  ser  considerados 
como  lejí timos  representantes  de  la  razón' humana....  Pero, 
cuando  todos  ellos  disputan,  disputa  en  cierto  modo  la  huma- 
nidad misma.  Todo  hecho  que  afecta  al  linaje  humano,  es  dig- 
no de  un  examen  profundo....  La  razón  i  el  buen  sentido  no 
deben  contradecirse;  i  esta  contradicción  existiría  si,  en  nom- 
bre del  buen  sentido,  se  despreciara  como  inútil  lo  que  ocupa 
la  razón  de  las  inteligencias  mas  privilegiadas.  Sucede  con 
frecuencia  que  lo  grave,  lo  significativo,  lo  que  hace  meditar 
a  un  hombre  pensador,  no  son  ni  los  resultados  de  una  dispu- 
ta, ni  las  razones  que  en  ella  se  aducen,  sino  la  existencia 
misma  de  la  disputa.  Es' a  vale  talvez  poco  por  lo  que  es  en 
sí;  pero  quizas  vale  mucho  por  lo  que  indica. 

«En  la  cuestión  de  la  certeza,  están  encerradas  en  algún 
modo  todas  las  cuestiones  filosóficas.  Cuando  se  la  ha  desen- 
vuelto completamente,  se  ha  examinado  bajo  uno  u  otro  as- 
pecto todo  lo  que  la  razón  humana  puede  concebir  sobre  Dios, 
sobre  el  hombre,  sobre  el  universo.  A  primera  vista,  se  presen- 
ta quizas  como  un  simple  cimiento  del  edificio  científico;  pero 
en  este  cimiento,  si  se  le  examina  con  atención,  se  ve  retrata- 
do el  edificio  entero;  es  un  plano  en  que  se  proyectan  de  una 
manera  mui  visible,  i  en  hermosa  perspectiva,  todos  los  sólidos 
que  ha  de  sustentar.... 

OPÚSC,  i? 


370  OPÚSCULOS  MTERAUIOS  I  CIÚTICOS 

«Al  descender  a  las  profundidades  a  que  estas  cuestiones 
nos  conducen,  el  entendimiento  se  ofusca,  i  el  corazón  se  sien- 
te sobrecojido  de  un  relijioso  pavor.  Momentos  antes  contem- 
plábamos el  edificio  de  los  conocimientos  humanos,  i  nos  lle- 
nábamos de  orgullo  al  verlo  con  sus  dimensiones  colosales,  sus 
formas  vistosas,  su  construcción  galana  i  atrevida;  hemos 
penetrado  en  él;  senos  conduce  por  hondas  eavida  les;  i  como 
si  nos  halláramos  sometidos  a  la  influencia  de  un  encanto, 
parece  que  los  cimientos  se  adelgazan,  se  evaporan,  i  que  el 
soberbio  edificio  queda  notando  en  el  aire.... 

«Todo  lo  que  concentra  al  hombre,  llamándole  a  elevada 
contemplación  en  el  santuario  de  su  alma,  contribuye  a  en- 
grandecerle, porque  le  despega  de  los  objetos  materiales,  le 
recuerda  su  alto  oríjen,  i  le  anuncia  su  inmenso  destino.  En 
un  siglo  de  metálico  i  de  goces,  en  que  todo  parece  encami- 
narse a  no  desarrollar  las  fuerzas  del  espíritu,  sino  en  cuanto 
pueden  sen  ir  a  regalar  el  cuerpo,  conviene  que  so  remuevan 
esas  grandes  cuestiones  en  que  el  entendimiento  divaga  con 
amplísima  libertad  por  espacios  sin  lin. 

«Solo  la  intelijencia  se  examina  a  sí  propia.  La  piedra  cae 
sin  conocer  su  caída;  el  rayo  calcina  i  pulveriza,  ignorando  su 
fuerza;  la  flor  nada  sabe  de  su  encantadora  hermosura;  el 
bruto  animal  sigue  sus  instintos,  sin  preguntarse  la  razón  de 
ellos:  solo  el  nombre,  frájil  organización,  que  aparece  un  mo- 
mento sobre  la  tierra  para  deshacerse  luego  en  polvo, abriga 

un  espíritu,  que,  después  de  abalear  el  mundo,  ansia  por  com- 
prenderse,  encerrándose  en  sí  propio,  allí  dentro,  como  en  un 
larii»,  donde  él  mismo  es  a  un  tiempo  el  oráculo  i  el  con- 
sultor. ¿Quién  soi,  qué  bago,  qué  pienso,  porqué  pienso,  có- 
mo pienso,  qué  son  los  fenómenos  que  experimento  en  mí, 

por  ipu'-  OStOJ  sujeto    a  ellos,    eii.il  es  su  cansa,   cuál  el   Orden 

i  producción,  cuáles  sus  relaciones?  lié  aquí  lo  que  se 

I       unta  ol  espíritu:  cuestiona?  graves,  cuestiones  espinosas, 

nobles,  sublimes,  perenne  testimonio  de  que 

)¡  ú  dentro  d<  iperior  a  esa  materia  inerte,  solo 

Mr  movimiento  i  variedad  de  formas;  de  que  nai 

qUC    COn  ÍVÍdad  intima,  espontánea,  radicada  en  su 


FILOSOFÍA  FL'NDaMKNTAL  371 

naturaleza  misma,  nos  ofrece  la  imájen  de  la  actividad  infi- 
nita que  ha  sacado  el  mundo  de  la  nada  con  un  neto  solo  de 
su  voluntad.» 

A  estas  profundas  reflexiones  de  Bálmeg,  suscribimos  de  bue- 
na gana  en  todo  jénero  de  cuestiones  filosóficas.  Creemos,  sin 
embargo,  contrayéndonos  a  1  i  materia  presente,  que  todo  lo 
que  sea  buscar  la  razón  de  los  primeros  principios,  i  los  fun- 
damentos lójicos  de  la  confianza  que  prestamos  a  ellos,  es  que- 
rer engolfarnos  en  una  esfera  que  está  mas  allá  del  alcance 
posible  de  las  faculta  les  humanas.  Nuestro  entendimiento  se 
ve  forzado  a  creer  que  hai  certeza,  i  que  existen  medios  de 
llegar  a  ella  i  de  conocer  la  verdad,*  so  pena  de  no  pensar  en 
nada,  de  no  creer  en  nada,  inclusa  su  propia  existencia.  In- 
vestigar si  hai  certeza,  i  en  qué  se  funda,  i  cómo  la  adquirimos, 
es  ipso  [acto  dar  por  ciertas  las  primeras  verdades  i  las  re- 
glas jenerales  de  la  lójica,  sin  las  cuales  es  absolutamente  im- 
pasible dar  un  paso  en  esta  investigación  i  en  otra  cualquiera. 

¿Hai  certeza?  ¿Estamos  ciertos  de  algo?  «A  esta  pregunta, 
dice  Iiálmes,  responde  afirmativamente  el  sentido  común.» 
Pero,  si  en  esta  materia  es  irrecusable  la  autoridad  del  sentido 
común,  ¿por  qué  nó  en  todas  las  otras? 

Se  trata  de  asentar  un  principio  supremo,  un  principio  de 
que  nazcan  lógicamente  los  otros,  i  todos  los  conocimientos 
humanos.  Pero  ¿qué  garantía  nos  ofrece  un  principio,  una 
verdad  evidente,  cualquiera  que  sea,  que  no  nos  la  ofrezcan 
otros  principios,  otras  verdades  de  la  misma  especie?  Si  esta 
garantía  es  su  inmediata  evidencia  (i  es  imposible  que  haya 
otra),  la  evidencia  es  un  fundamento  lejítimo  de  la  certeza  en 
todo  jénero  de  materias.  I  ¿cómo  deduciríamos  del  primer 
principio  los  otros?  Sin  duda  por  medio  de  las  reglas  jenera- 
les de  la  lójica.  Pero,  si  nos  fiamos  de  estas  reglas  en  la  cues- 
tión presente,  ¿no  reconocemos  por  el  mismo  hecho  la  verdad 


*  No  debe  confundirse  la  certeza  o  certidumbre  con  la  verdad;  ésta 
es  la  conformidad  de  nuestros  conceptos  intelectuales  con  la  realidad 
de  las  cosas;  aquella  es  meramente  el  asenso  del  alma  a  la  verdad 
o  lo  que  le  parece  tal. 


372  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

de  todo  lo  que  en  ellas  se  envuelve?  Si  no  se  supone  concedi- 
do que  una  cosa  no  puede  ser  i  no  ser  a  un  mismo  tiempo; 
que  yo  soi,  al  sacar  la  consecuencia,  el  mismo  que  era  al  sen- 
tar las  premisas;  que  no  nos  engaña  la  memoria^  cuya  instru- 
mentalidades  indispensable  en  la  serie  de  juicios  encadenados 
uno  con  otro  por  el  raciocinio,  no  hai  raciocinio  posible,  por 
sencillo  que  sea.  Fichte  confiesa  que,  en  su  investigación  de  una 
verdad  absoluta,  de  que  se  deriven  nuestros  conocimientos,  co- 
mo de  una  primera  fuente,  colocada  en  una  eminencia  inviola- 
ble, admite  tácitamente  las  reglas  lójieas,  las  leyes  a  que  está 
sujeto  el  entendimiento  cuando  raciocina,  cuando  piensa,  i  que 
en  este  proceder  hai  ciertamente  un  círculo,  pero  círculo  inevi- 
table. «I  supuesto,  dice,  que  es  inevitable,  i  que  lo  confesamos 
francamente,  es  permitido,  para  asentar  el  principio  mas  eleva- 
do, dar  nuestra  confianza  a  todas  las  leyes  de  la  lójica  jeneral.» 
Pero,  de  ser  inevitable  el  círculo,  en  alguna  materia,  no  se  si- 
gue que  sea  permitido  raciocinar  en  círculo,  porque  racioci- 
nando de  eso  modo,  no  es  posible  llegar  al  conocimiento  de  la 
verdad.  ¿Qué  diríamos  del  jeómetra  que,  para  determinar  la 
superficie  del  paralelógramo,    supusiese  conocida  la  superficie 
de  cada  uno  de  los  triángulos  en  que  lo  divide  la  diagonal,  i 
determinase  luego  la  superficie  de  cada  uno  de  éstos  por  me- 
dio de  la  del  primero?  Decir  que,  en  una  materia  dada,  es  ine- 
vitable el  raciocinio  en  circulo,  vale  tanto  como  decir  que  en 
ella  ea  imposible  un  raciocinio  lejítimo;  i  el  que  confiesa  fran- 
lente  lo  primero,  debe  resignarse  a  confesar  de  la  misma 
manera  lo  segundo. 
Nos  parecen  muJ  sensatas  las  reflexiones  de  Bálmes  acerca 
ístema  de  Fichte.  Presentaremos  un  brevísimo  extracto 
las. 
a — Todo  1 1  mundo,  dios  Fichte,  concede  que  A  <>s  A,  o  A 
!  proposición  es  cierta  absolutamente;  i  nadie  po- 
dría pensar  en  disputarla.   Admitiéndola,  nos  atribuimos  el 
derecho  de  poner  una  coi  i  como  absolutamente  oierta.  No  so 
quiere  decir  con  esta  proposición  que  \  os,  o  que  A  existe, 
«ano  que        L  es,  A  ea  as/,  estoes,  .\  es  A.  Bntreel  st con- 
dicional de  la  primera  proposioion,  i  el  asi  afirmativo  de  la 


FILOSOFÍA  FUNDAMENTAL  373 


Segunda,  hai  una  relación  necesaria;  ella  es  la  que  se  pone 
absolutamente  i  sin  otro  fundamento;  a  esta  relación  necesaria 
la  llamo  provisoriamente  X. — 

«Todo  este  aparato  de  análisis,  observa  el  autor  de  la  Fi- 
losofía Fundamental,  no  significa  mas  de  lo  que  sabe  un 
estudiante  de  lójica,  esto  es,  que  en  toda  proposición  la  cópula, 
o  el  verbo  ser,  no  significa  la  existencia  del  sujeto,  sino  su 
relación  con  el  predicado.  Para  decirnos  una  cosa  tan  sencilla, 
no  eran  necesarias  tantas  palabras,  ni  tan  afectados  esfuerzos 
de  entendimiento,  mucho  menos  tratándose  de  una  proposición 
idéntica.  Pero  tengamos  paciencia  para  continuar  leyendo  al 
filósofo  alemán. 

a — ¿Este  A  es  o  no  es?  Nada  hai  decidido  to  lavía  sobre  el 
particular.  Se  presenta,  pues,  la  siguiente  cuestión:  ¿Bajo  qué 
condición  A  es? 

«—En  cuanto  a  X,  ella  está  en  el  yo,  i  es  puesta  por  el  yo, 
porque  el  yo  es  quien  juzga  en  la  proposición  expresada;  i 
hasta  juzga  con  verdad,  con  arreglo  a  A',  como  a  una  lei;  por 
consiguiente,  A'  es  dada  al  yo;  i  siendo  puesta  absolutamente, 
i  sin  otro  fundamento,  debe  ser  dada  al  yo  por  el  yo  mismo. — 

«¿A  qué  se  reduce  toda  esa  algarabía?  *  (pregunta  nuestro 
autor).  Helo  aquí,  traducido  al  lenguaje  común.  En  las  pro- 
posiciones de  identidad  o  igualdad,  hai  una  relación;  el  espíritu 
la  conoce;  la  juz^a  i  falla  sobre  lo  demás  con  arreglo  a  ella. 
Esta  relación  es  dada  a  nuestro  espíritu;  en  las  proposiciones 
idénticas,  no  necesitamos  de  ninguna  prueba  para  el  asenso. 
Todo  esto  es  mui  verdadero,  mui  claro,  mui  sencillo.  Pero, 
cuando  Fichte  añade  que  esta  relación  debe  ser  dada  al 
yo  por  el  mismo  yo,  afirma  lo  que  no  sabe,  ni  puede  saber. 
¿Quién  le  ha  dicho  que  las  verdades  objetivas  nos  vienen  de 
nosotros  mismos?  ¿Tan  lijeramente,  de  una  sola  plumada,  se 
resuelve  una  de  las  principales  cuestiones  de  la  filosofía,  cual 


*  La  hemos  simplificado  un  poco,  para  facilitar  su  intelijencia;  i  aun 
de  ese  modo  creemos  que  pocos  tendrán  por  demasiado  severa  la  ca- 
lificación de  Bálmes.  Las  algarabías  de  los  escolásticos  no  llegaron 
jamas  a  tanto. 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


es  la  del  oríjen  de  la  verdad?  ¿Nos  ha  definido  por  ventura  el 
yo?  ¿Nos  ha  dado  de  él  alguna  idea?  Sus  palabras,  o  no  signi- 
fican nada,  o  expresan  lo  siguiente:  juzgo  de  una  relación; 
este  juicio  está  en  mi;  esta  relación,  como  conocida,  i  prescin- 
diendo de  su  existencia  real,  está  en  mí:  todo  lo  cual  se  redu- 
ce alo  mismo  que,  con  mas  sencillez  i  naturalidad,  dijo  Des- 
cartes: yo  pienso,  luego  existo 

«Estas  formas  del  filósofo  aloman,  aunque  poco  a  propósito 
para  ilustrar  la  ciencia,  no  tendrían  mas  inconveniente  que  el 
de  fatigar  al  autor  i  al  lector,  si  se  las  limitara  a  lo  que  hemos 
visto  hasta  aquí;  pero  desgraciadamente  ese  yo  misterioso, 
que  se  nos  hace  aparecer  en  el  vestíbulo  mismo  de  la  ciencia, 
i  (jue,  a  los  ojos  de  la  sana  razón,  no  es  ni  puede  ser  otra  cosa 
que  lo  que  fué  para  Descartes,  a  saber,  el  espíritu  humano, 
(pie  conoce  su  existencia  por  su  propio  pensamiento,  va  dila- 
tándose en  manos  de  Fien  te,  como  una  sombra  jigantesca,  que, 
comenzando  por  un  punto,  acaba  por  ocultar  su  cabeza  en  el 
ciclo  i  sus  pies  cu  el  abismo.  Esc  j/o,  sujeto  absoluto,  es  lue- 
go un  ser  que  existe  simplemente,  porque  se  pone  a  sí  mismo; 
es  un  Bér  que  se  crea  a  sí  propio,  que  lo  absorbe  todo,  que  lo 
lo,  que  se  revela  en  la  conciencia  humana,  como  en  una 
de  las  infinitas  fases  que  comparten  la  existencia  infinita.» 

Esta  especie  de  metafísica  es  a  lo  que  los  filósofos  alemanes 
dan  el  título  orgulloso  de  ciencia  trascendental,  desde  cuya 
elevada  rejion  apenas  se  dignan  de  volver  los  ojos  a  lo  que 
llaman  desdeñosamente  empirismo,  estoes,  a  las  verdades. 
de  que  solo  nos  consta  por  la  observación  i  la  experiencia,  i  a 
los  principios  grabados  con  caracteres  indelebles  en  el  alma 
humana. 

II 

ESI  capítulo  26  del  libro  i."  déla  Filosofía  Fundamental  (to« 
nio  l.",  pajina  229  I  siguientes  ,  contiene,  entre  muchas  cosas 

en  que  campea  la  all.i  i  i  >  t .  ■  1 1  ¡  -  ■  i  o  •  i ;  i  de  BálmeS,  algunas    de  (JUO 
/  nos  sentiríamos  inclinados  a  discutir. 

,T  ■ !  i  e  moci miento  humano  m  reduce  a  la  simple  percep- 


FILOSOFÍA  FUNDAMENTAL  375 

cion  do  identidad,  i  su  fórmula  jenoral  podría  ser  la  siguiente: 
A  es  A,  o  bien,  una  cosa  es  ella  misma?  Filósofos  de  nota 
opinan  por  la  afirmativa;  otr  >s  sientan  lo  contrario.  Yo  creo 
que  hai  en  esto  cierta  confusión  de  ideas,  relativa  mas  bien  al 
estado  de  la  cuestión,  que  al  fondo  de  ella  misma.»  No  es  Fácil 
entender  qué  es  lo  que  se  llama  estado  de  la  cuestión,  como 
contrapuesto  al  fondo.  Si  se  dijera  que,  en  el  fondo  de  la  cues- 
tión, hai  mas  unanimidad  de  lo  que  a  primera  vista  parece,  i 
que  la  diverjencia  de  opiniones  proviene  mas  bien  de  la  varie- 
dad de  aspectos  bajo  los  cuales  se  presenta  la  materia  que  de 
una  verdadera  oposición  en  lo  que  se  disputa,  acaso  nos  ex- 
presaríamos de  un  modo  mas  claro  i  exacto. 

«Conduce   mucho  a   resolverla  con   acierto,  continúa  Bal- 
ines,  el  formarse  i  !eas  bien  claras  i  exactas  de  lo  que  es  el 
juicio,  i  la  relación  que  por  él  se  afirma  o  se  niega.  En  todo 
juicio,  hai  percepción  de  identidad  o  de  no  identidad,  según  es 
afirmativo  o  negativo.  El  verbo  es  no  expresa  unión  de  predi- 
cado con  el  sujeto,  sino  identidad;  i  cuando  va  acompañado  de 
la  negación,  diciéndose  no  es,  se  expresa  simplemente  la  no 
identidad,  prescindiendo  de  la  unión  o  separación.  Esto  es  tan 
verdadero  i  exacto,   (pie,  en  cosas  realmente  unidas,  no  cabe 
juicio  afirmativo  por  solo  faltarles  la  identidad,   de   manera 
que  en  tales  casos,  para  poder  afirmar,   es  preciso  afirmar  el 
predicado  en  concreto,  esto  es,   envolviendo  en   él  de  algún 
modo   la  idea  del   sujeto   mismo;  por  manera,  que  la  misma 
propiedad  que  en  concreto  debiera  ser  afirmada,  no  puede  ser- 
lo en  abstracto,  antes  bien  debe  ser  negada.    Así  se  puede  de- 
cir el  hombre  es  racional;  pero  nó,  el  hombre  es  la  racio- 
nalidad; el  cuerpo  es  extenso;   pero   nó,   el  cuerpo  es  la 
extensión;  el  papel  es  blanco;  pero  mí,  el  papel  es  la  blan- 
cura. I  esto  ¿porqué?  ¿Es  que  la  racionalidad  no  esté  en  el 
hombre,  que  la  extensión   no  se  halle  unida  al  cuerpo,  i  la 
blancura  al  papel?  Nó  ciertamente;  pero,  aunque  la  racionali- 
dad esté  en  el  hombre,  i  la  extensión  en  el  cuerpo,  i  la  blan- 
cura en  el  papel,  basta  que  no  percibamos  identidad  entre  los 
predicados  i  los  sujetos  para  que  la  afirmación  no  pueda  tener 
cabida;  por  el  contrario,  lo  que  la  tiene  es  la  negación,  a  pe- 


376  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


sar  de  la  unión;  así  se  podrá  decir  el  hombre  no  es  la  racio- 
nalidad, el  cuerpo  no  es  la  extensión,  el  papel  no  es  la 
blancura. 

a  lio  dicho  que,  para  salvar  la  expresión  de  identidad,  empleá- 
bamos el  nombre  concreto  en  lugar  del  abstracto,  envolviendo 
en  aquel  la  idea  del  sujeto.  No  se  puede  decir  el  papel  es  la 
blancura;  pero  sí  el  papel  es  blanco,  porque  esta  última  pro- 
posición significa  el  papel  es  lina  cosa  blanca,  es  decir,  que 
en  el  predica  lo  blanco,  en  concreto,  hacemos  entrar  la  idea 
jeneral  de  una  cosa,  esto  es,  de  un  sujeto  modificable,  i  este 
sujeto  es  idéntico  al  papel  molificado  por  la  blancura.» 

Esta  exposición  de  lo  que  es  el  juicio  no  nos  parece  que 
presenta  su  verdadera  e  íntima  naturaleza.  ¿Qué  es  lo  que  so 
quiere  decir  cuando  se  dice  la  azucena  es  blanca?  La  respues- 
ta es  tan  obvia,  que  hasta  parecerá  trivialidad  indicarla.  Es 
evidente  que  el  que  profiere  esta  proposición  trata  solo  de  sig- 
nificar  la  sensación  particular  que  la  azucena  produce  en  el 
alma,  es  decir,  un  efecto  de  la  azucena,  una  cualidad  quo 
consiste  en  afectar  de  cierto  modo  particular  el  alma,  en  su- 
ma, una  relación  de  causalidad.  Esta  es  la  relación  que  se 
trata  de  expresar  directamente;  i  la  que  desde  luego  se  pre- 
senta al  espíritu  del  que  halda  i  de  los  que  oyen. 

Es  preciso  distinguir  la  sustancia  del  juicio  de  su  forma 
exterior,  de  su  corteza,  por  decirlo  así,  que  pertenece  al  len- 
guaje, mas  bien  que  al  entendimiento.  Por  el  lenguaje,  hemos 
distribuido  todos  Los  objetos  en  clases,  i  estas  clases  están  siom« 
pre  fundadas  en  relaciones  desemejanza.  Cuando  quiero  ex- 
ir  la  cualidad  que  percibo  en  una  cusa,  no  tengo  otro 
lio  de  hacerlo  que  referirla  a  la  (dase  do  las  cosas  quo  se 
asemejan  en  aquí  lia  particular  cualidad.  Así  para  dar  a  enten- 
der las  sensaciones  que  el  color  particular  d<-  la  azucena  pro- 
duce en  la  vista,  la  refiero  a  la  dase  de  cosas  que  se  asemejan 
ir    que  la  azucena   es  Manca,  es  decir   que  la 

es  lemejante  a  laclase  de  cosas  quesuolon  llamarse 

blancas,  i  tan  semejante)  que  le  corresponde  el  mismo  titulo 

jeneral.  I  i  relación  de  semejanza  no  os  verdaderamen- 

lol  juicio  que  me  propongo  declarar,  sino  el  modo 


FILOSOFÍA  FUNDAMENTAL  377 

en  que,  por  la  constitución  del  lenguaje,  me  es  necesario  decla- 
rarlo. Los  que  han  creído,  pues,  que,  en  los  juicios  afirmativos, 
se  trataba  siempre  de  expresar  una  relación  de  semejanza,  han 
teni  lo  en  cierto  modo  razón;  pero  su  aserto  no  concierne  a  la 
sustancia  íntima  del  juicio,  sino  a  su  forma  exterior  i  verbal. 

La  relación,  que  es  el  objeto  inmediato  del  juicio,  puede  ser 
de  muchas  i  diversas  especies;  no  hai  relación  alguna  que  no 
sea  concebida  por  medio  del  juicio,  i  que  no  pueda  ser  objeto 
directo  de  esta  facultad  intelectual,  como  que  el  juicio  no  es 
otra  cosa  que  la  facultad  de  concebir  relaciones,  afirmándolas  o 
negándolas.  Cuando  digo  que  a  la  primavera  se  (sigue  el  vera- 
no, la  relación,  que  es  el  objeto  directo  del  juicio,  es  la  de 
sucesión;  i  cuando  digo  que  9  es  mas  (pie  7,  el  objeto  directo 
es  aquella  relación  particular  que  expresamos  por  medio  dé- 
las palabras  mas  i  menos;  comparando  a  9  con  7,  juzgo  que  el 
primero  es  mas  i  el  segundo  menos.  Pero  la  forma  exterior  i 
verbal  de  estos  juicios,  es  siempre  una  relación  de  semejanza; 
decir  que  una  cosa  es  posterior  a  otra,  o  mayor  que  otra,  es 
referirla  a  la  clase  do  las  cosas  que  se  asemejan  en  esta  cuali- 
dad relativa  de  posterioridad  o  de  mayoría,  porque  posterior 
i  mayor  son  nombres  jenerales,  nombres  de  clases  fundadas 
sobre  una  relación  de  semejanza. 

La  relación  de  semejanza  puede,  como  todas  las  otras,  ser 
a  veces  el  objeto  directo,  la  sustancia  del  juicio.  Cuando  digo 
que  la  camelia  se  parece  a  la  rosa,  la  semejanza  entre  estas 
dos  flores  es  el  objeto  directo  del  juicio;  i  para  declarar  este 
juicio,  me  sirvo  del  predicado  parecido  o  semejante,  por  me- 
dio del  cual  doi  a  entender  que  la  relación  percibida  es  como 
la  que  se  percibe  entre  los  objetos  a  que  se  da  el  título  de  se- 
mejantes. La  semejanza  entre  las  dos  ñores  es  la  sustancia 
del  juicio;  la  semejanza  de  la  relación  percibida  con  las  otras 
relaciones  de  su  clase  es  la  forma  externa  i  verbal. 

Detengámonos  un  momento  en  la  relación  de  semejanza, 
que  constituye  la  forma  externa  de  todo  juicio.  Decir  la  azu- 
cena es  blanca,  es  referirla  a  la  clase  de  las  cosas  a  que  seda 
este  título,  es  comprenderla  en  esa  clase,  es  afirmar,  por  consi- 
guiente, la  identidad  de  la  azucena  con  una  parte  de  los  obje- 


3CUL0S  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


to«  que  comprende  esa  clase.  La  relación  de  semejanza  conduce 
asi,  en  la  ¡orina  externa  del  juicio,  a  la  relación  de  identidad; 
pero  solo  en  la  forma  externa,  porque  en  la  sustancia  no  se 
trata  de  identidad  ni  de  semejanza,  sino  cuando  esas  relacio- 
nes son  objetos  directos,  como  en  estos  juicios:  el  arco  de 
circulo  es  una  curca  en  que  todos  lo?  puntos  distan  igual- 
mente de  otro  punto;  la  camelia  se  parece  a  la  rosa. 

No  se  crea  que  es  una  estéril  teoría  la  que  distingue,  en  el 
juicio,  i  en  la  proposición  que  lo  expresa,  la  sustancia  i  la 
forma  externa.  Talvez  en  otra  ocasión  se  nos  ofrecerá  mani- 
festar lo  mucho  que  importa  esta  distinción  en  la  teoría  del 
raciocinio. 

No  es,  pues,  enteramente  exacto  que  el  juicio  consista  en 
una  percepción  de  la  identidad  o  no  identidad  del  predicado 
con  el  sujeto.  El  juicio  tiene  un  campo  infinitamente  mas  vas- 
to. Cuando  él  entendimiento  pronuncia  que  dos  objetos  tienen 
o  no  tienen  cierta  relación  entre  sí,  ¿qué  haco  sino  juzgar? 
Así  el  juicio  es  esencialmente  la  percepción  o  concepción  de 
cierta  relación  o  no  relación  entre  los  objetos  que  el  alma 
compara,  que  contempla,  por  decirlo  así,  el  uno  al  lado  del 
<>tro,  relación  sumamente  varia,  pero  que,  trasladada  al  len- 
guaje sea  que  en  efecto  comuniquemos  nuestras  ideas  a  otros, 
o  que  hablemos,  en  Cierto  modo,  con  nosotros  mismos,  como 
lo  hacemos  amenu  lo  pensando),  se  expresa  por  medio  de  una 
relación  de  semejanza,  convertible  en  una  relación  de  iden- 
tidad. 

una  propensión  natural  la  que  nos  hace  atribuir  a  la 

i  m  'leí  entendimiento  I<>  quo propiamente  pertenece  a 

la  del  lengu  ijc,  propensi  m  contra  la  cual  es  preciso  estar  aler* 

I  |i< "i   imputarse    no   pocos    de    los  errores  (pie   lian 

alecido  en  [a  filosofía  del  entendimiento.  El  mismo  Bál- 

permfti  I"  decirlo,  sometiendo  nuestra  aserción  al 

falle  inteligentes),  nos  parece  no  estar  suficientemente 

•  l  •  ilusión. 
El  |  que  hemos  copiado,  nos  presenta  otra  prueba  de 

lieai   predicados  abstractos  ;»  sujetos 
porque  no  re  perciba  identidad,  porque  real- 


FILOSOFÍA  FUNDAMENTAL  3T*-> 


monte  se  percibe.  Haga  el  entendimiento  cuantos  esfuerzos 
pueda;  racional  i  racionalidad  son  para  él  una  misma  cosa; 
la  representación  intelectual  que  la  segunda  de  estas  palabras 
despierta,  es  la  misma  que  despierta  la  primera.  Así  realmente 
bai  i  se  percibe  identidad  entre  hombre  i  racionalidad,  entre 
papel  i  blancura  (obsérvese  que  decimos  raciona! idad  i  blan- 
cura, sin  artículo).  Es  verdad  que  estas  proposiciones  chocan"; 
no  se  puede  decir,  ciertamente,  el  Hombre  es  racionalidad,  el 
papel  es  blancura.  Pero  ¿por  qué?  Por  una  lei  del  lenguaje, 
fundada  en  el  oficio  especial  a  que  están  destinados  los  nom- 
bres abstractos. 

Los  nombres  abstractos  envuelven  una  especie  de  ficción 
o  metáfora,  que  consiste  en  representar  como  parte  de  una  co- 
sa lo  que  realmente  es  la  misma  cosa  bajo  cierto  aspecto; 
cuando  decimos  blancura,  nos  representamos  esta  cualidad 
como  una  parte  de  los  seres  Illancos,  separada  i  distinta  de  las 
otras.  Diremos,  pues,  que  un  cuerpo  tiene  blancura,  o  que  hai 
blancura  en  él,  como  decimos  que  un  animal  tiene  manos  i 
pies,  o  que  en  una  planta  hai  espinas.  Siendo  esta  la  institu- 
ción peculiar  de  los  nombres  abstractos,  el  decir  que  un  cuer- 
po es  blancura,  no  puede  menos  de  chocarnos  tanto,  como  si 
dijésemos  que  la  encina  es  bellota. 

Esta  institución  del  lenguaje  ha  creado,  digámoslo  así,  un 
mundo  aparte,  compuesto  de  seres  ficticios,  cuya  clasificación 
es  paralela  a  la  de  los  seres  reales.  Así  color  es  un  jénero  que 
comprende  blancura,  verdor,  etc.,  como  cuerpo  colorido 
es  un  jénero  que  comprende  cuerpo  blanco,  verde,  oic.  Ha- 
blando rigorosamente,  entre  estos  dos  órdenes  de  seres,  no 
puede  concebirse  ni  identidad  ni  no  identidad,  porque  no  cabe 
comparación. 

I  no  se  crea  que  esta  ficción  es  una  figura  ociosa.  Al  con- 
trario, vemos  en  ella  uno  de  los  instintos  mas  maravillosos  del 
lenguaje.  Sin  ella,  no  sería  posible  expresar  las  verdaderas 
relaciones  de  las  cosas  de  un  modo  bastante  claro  i  preciso. 
Decir,  por  ejemplo,  que  la  virtud  inspira  amor,  es  decir  que 
el  hombre  virtuoso,  por  el  hecho  de  serlo,  i  prescindiendo 
de  circunstancias  que  debiliten  o  destruyan   los  efectos  de  este 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


hecho,  es  amable.  De  aquí  es  que,  si  tratásemos  de  eliminar 
de  una  proposición  los  nombres  abstractos,  i  de  traducirla  en 
palabras  concretas,  nos  hallaríamos  muchas  veces  embaraza- 
dos; tendríamos  que  emplear  largas  i  complicadas  perífrasis 
para  dar  a  entender  oscuramente  lo  que  con  aquellos  expresa- 
mos de  un  modo  tan  breve,  como  exacto  i  luminoso.  Así  la 
abundancia  de  elementos  abstractos  de  que  consta  una  lengua, 
se  puede  mirar  como  una  señal  inequívoca  del  grado  do  desa- 
rrollo intelectual  a  que  ha  llegado  el  pueblo  que  la  habla. 


III 


«La  sensación,  considerada  en  sí,  es  una  mera  afección  inte- 
rior; pero  va  casi  siempre  acompañada  de  un  juicio  mas  o 
menos  esplícito,  mas  o  menos  notado  por  el  mismo  que  siente 
i  juzga... 

«La  simple  sensación  no  tiene  una  relación  necesaria  con  el 
objeto  externo... 

«Esta  correspondencia  entre  lo  interno  i  lo  externo  es  de  la 
incumbencia  del  juicio  que  acompaña  a  la  sensación,  no  de  la 
-ación  misma... 

«La  sensación,  pues,  considerada  en  sí,  no  atestigua;  es  un 
hecho  que  pasa  en  nuestra  alma. 

«Por  desplega  la  i  perfecta  que  so  suponga  la  sensibilidad, 
dista  mucho  de  la  inteligencia.» 

l.i  doctrina  desenvuelta  en  las  precedentes  proposiciones, 
npadaí  en  el  capitulo  I."  del  libro  2.'  de  la  obra  do  R-il- 
íundamontal  en  la  psioolojía;  a  todas  ellas  es  imposi- 
ble dejar  de  suscribir,    por  poco  que    se  haya  meditado   sobre 

!      ;  móntenos  intelectuales.   Las  siguientes  observaciones  so 
< li i-i  i  i  ilustrarla  i  extenderla. 

ilai  en  el  entendimiento  dos  órdenes  de  fenómenos  que  po- 

domo ,  llamar  primordiales:  los  unos  pertenecen  a  laoonoien- 

ibili  1 1  1.  Por  la  conciencia,  nos  rapiega- 

esto  es,    el   alma  sobre  el   alma. 

•  la  llamó  por  eso  reflexión;  i  muchos  le  han  dado,  por 


FILOSOFÍA  fundamental  ¿<] 


la  misma  razón,  el  título  de  sentido  intimo,  que  solo  puede 
convenirle  metafóricamente.  Por  la  conciencia,  obra  el  alma 
en  sí  misma;  por  la  sensibilidad,  los  objetos  externos  obran 
sobre  el  alma,  produciendo  sensaciones. 

Como  la  sensación  no  es  de  suyo  objetiva,  tampoco  lo  son 
de  suyo  las  afecciones  de  la  conciencia;  lo  que  a  las  unas  i  las 
otras  las  bace  objetivas,  es  el  juicio  que  las  acompaña. 

El  juicio  que  acompaña  a  las  afecciones  de  la  conciencia, 
consiste  en  referirlas  al  ?/o,  a  el  alma.  Todo  juicio  consiste  en 
percibir  una  relación.  La  relación  percibida  en  los  actos  de  la 
conciencia  es  la  de  identidad.  El  alma  reconoce  aquella  afec- 
ción, aquel  estado  particular  en  que  se  baila,  i  (pie  forma  el 
objeto  de  la  conciencia  en  un  momento  dado,  como  una  afec- 
ción suya,  como  un  estado  suyo;  identifica  esta  afección  o  es- 
tado consigo  misma;  se  ve  a  sí  misma  en  la  modificación  par- 
ticular que  experimenta.  De  este  modo,  es  como  percibe  sus 
propias  modificaciones,  percepción  que  merece  verdaderamen- 
te llamarse  así,  porque  es  inmediata  i  directa.  Las  percepcio- 
nes de  la  conciencia  son  verdaderas  intuiciones,  i  en  una  no- 
menclatura exacta,  no  deberíamos  dar  este  nombre  a  otras. 

Pasemos  a  la  sensación,  que,  como  dice  Balines,  es  un  he- 
dió interno,  un  hecho  del  alma,  que  de  suyo  no  dice  relación 
a  lo  externo,  a  los  cuerpos.  ¿De  qué  modo  se  han  objetivado 
las  sensaciones?  ¿Cómo  ha  pasado  el  alma  por  medio  de  ellas 
al  conocimiento  del  universo  corpóreo?  I  ¿qué  es  para  nosotros 
este  conocimiento? 

La  sensación,  como  todos  saben,  se  produce  en  el  alma,  a 
consecuencia  de  una  acción  corpórea.  I  lo  primero  que  debe 
necesariamente  seguir  a  ella,  i  en  cierto  modo  acompañarla 
(porque  la  sucesión  es  tan  rápida,  que  no  nos  es  posible  perci- 
bir un  tiempo  intermedio),  es  la  conciencia,  la  intuición  de  la 
sensación;  el  alma  percibe  en  ella  un  nuevo  estado  suyo,  i  lo 
reconoce  por  suyo.  El  alma  es  todavía  objeto  de  sí  misma. 
Nada  de  objetividad  externa. 

La  objetividad  externa  no  principia,  sino  cuando  el  alma  re- 
conoce en  la  sensación  el  efecto  de  una  causa  externa.  No  es 
esto  decir  que,  en  las  primeras  épocas  de  la  intelijencia,  haya 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 

podido  presentarse  al  espíritu  la  idea  de  causa  con  la  claridad 
i  distinción  que  a  nosotros.  Pero  una  lei  del  entendimiento, 
q;iL'  podemos  mirar  como  un  instinto,  hace  que  el  alma,  al 
experimentar  la  sensación,  salga  en  cierto  modo  de  sí  misma, 
se  crea  en  comunicación  con  algo  misterioso  que  no  es  ella,  i 
lo  revista  de  su  propia  sensación,  que  desde  este  momento  no 
solo  pertenece  a  el  alma  como  un  medio  de  ser  suyo,  sino  a  otra 
cosa  distinta,  como  signo  de  ella,  como  un  medio  de  recono- 
cerla, i  de  distinguirla  de  otras  cosas,  cuya  presencia  se  le 
notifica  por  medio  de  otras  sensaciones,  que  la  significan  a 
su  voz. 

Esta  tendencia  del  entendimiento  a  objetivar  la  sensación, 
parece  instintiva,  porque  no  puede  derivarse  de  la  experiencia. 
El  alma  refiere  sus  sensaciones  a  causas  externas,  porque  no 
ve  las  causas  de  ellas  en  sí  misma;  raciocina  en  conformidad 
al  principio  abstraeto,  no  hai  hecho  sin  causa;  pero  este  ra- 
ciocinio es  oscuro,  instintivo.  El  alma,  en  las  primeras  épocas 
de  la  intelijencia,  no  raciocina  sentando  principios  abstractos 
i  sacando  de  ellos  consecueneias;  la  mayor  parte  de  los  hom- 
bres  no  lo  hacen  jamas.  Los  principios  abstractos  han  sido  pri- 
mitivamente tendencias  instintivas,  i  para  la  mayor  parte  de 
los  hombres,  no  son  nunca  otra  cosa. 

El  rústico  que  mide  con  la  vara  dos  lonjitudos,  i  hallando 
611  ellas  igual  nú. ñero  de  varas,  las  llama  iguales,  raciocina  sin 
du  1 1  conforme  al  principio  abstracto,  si  dos  ci><n:<  son  iguales 
;t  ini;i  tercera,  son  igu&les  entre  si;  pero  sin  que  se  le  pre- 
ite  principio  bajo  su  forma  abstracta.  En  rigor,  los 
axiomas  no  son  premisas  de  ningún  raoiooinio,  sino  fórmulas 
que  reprc  mtan  procederes  raciooinativos,  que  el  alma  ejecuta 
por  instinto.  Discurre  que  ai  .1  i  />' son  ¡guales  a  C,  A  es  igual 
a  /;.■  i  discurriendo  así,  afirma  el  principio  jonoral,  pero  bajo 
una  forma  oonoreta.  Refiere  del  mismo  modo  las  sensaciones 
isas  externas,  porque  hai  en  ella  una  tendencia  instintiva 
a  referir  i"'l"  hecho  nuevo  a  un  neoho  antecedente,  i  porque 
el  bocho  antecedente  no  es  suyo. 

independiente  de  cualquiera  opinión  que 
•ca  de  la  existencia  o  lo  naturaleza  do  la  materia. 


FILOSOFÍA  FUNDAMENTAL 


Que  ha¡  en  nosotros  una  tendencia  que  nos  hace  referir  las 
sensaciones  a  causas  externas,  esto  es,  distintas  del  //o,  es  una 
cosa  incontestable,  una  determinación  concreta,  de  un  axioma 
a  que  arreglamos  babitualmente  nuestros  raciocinios  en  la  vi- 
da: no  hai  Hecho  sin  causa,.  Que  esta  tendencia  sea  o  nó  un 
fundamento  lójico  lejítimo,  i  cuál  sea  su  verdadero  significado, 
son  cuestiones  en  que  están  divididas  las  escuelas,  i  sobre  las 
cuales  puedo  no  ser  satisfactoria  la  doctrina  de  la  Filosofía 
Fundamental;  pero,  de  cualquier  modo  que  sobre  ello  se  pien- 
se, la  explicación  anterior  queda  en  pié.  Referirnos  las  sensa- 
ciones a  causas  externas,  i  lasbacemos  signos  de  estas  causas; 
percibimos  de  este  modo  causas  extrínsecas  al  yo.  Causa  ex- 
terna de  sensación,  materia,  cuerpo,  son  expresiones  que  sig- 
nifican una  misma  cosa,  lié  aquí,  pues,  otro  orden  de  percep- 
ciones; percepciones  en  que  el  objeto  es  representado  por  un 
fenómeno  espiritual  que  no  es  él,  por  la  sensación;  percepcio- 
nes que  no  s,m  intuitivas,  como  las  de  la  conciencia,  sino  re- 
presentñtivaSt  i  que,  por  el  medio  de  representación  de  que 
nos  servimos,  (pie  es  la  sensación,  se  pueden  llamar  también 
sonsitioas.  Lo  que  el  alma  percibe  directamente  en  ellas,  son 
las  sensaciones;  los  cuerpos  no  los  percibe  en  realidad,  sino 
se  los  representa  por  medio  de  las  sensaciones,  que  les  sirven 
de  signos. 

De  signos  decimos,  no  de  imájenes.  Entre  la  sensación  i 
la  cualidad  corpórea  representada  por  ella,  no  hai  mas  seme- 
janza, que  entre  las  letras  i  los  sonidos  del  habla. 

Hai,  con  todo,  un  aspecto  bajo  el  cual  las  sensaciones  repre- 
sentan imitativamente  el  universo  corpóreo.  Las  relaciones  que 
percibimos  entre  las  sensaciones,  son  para  nosotros  imájenes 
de  las  relaciones  que  concebimos  entre  las  cualidades  corpó- 
reas. Los  agregados  de  sensaciones  representan  agregados  de 
cualidades  corpóreas,  (tomo  los  agregados  de  letras  represen- 
tan agregados  de  sonidos;  la  .composición  de  uno  de  aquellos 
agregados  es  una  imájen  de  la  composición  de  uno  de  éstos. 
Las  semejanzas  de  las  sensaciones  no  solo  representan,  sino 
pintan,  digámoslo  así,  las  semejanzas  de  las  cualidades  i  ac- 
ciones corpóreas.  La  sucesión  de  unas  sensaciones  a  otras,  co- 


38'»  OPÚSCULOS  LITERARIOS  1  CRÍTICOS 

rresponde  a  la  sucesión  de  unas  cualidades  o  acciones  corpó- 
reas a  otras;  la  coexistencia  de  las  unas,  a  la  coexistencia  de  las 
otras;  etc.,  etc.  Esto  no  es  decir  que  la  pintura  sea  siempre 
fiel;  por  el  contrario,  nos  engaña  amenudo.  Pero  siempre- pro- 
cedemos en  el  supuesto  de  que  las  relaciones  mentales  son 
una  copia  de  las  relaciones  reales  entre  las  cualidades  i  ac- 
ciones corpóreas.  Así  en  un  alfabeto  perfecto,  el  orden  i  seme- 
janza de  las  letras  corresponden  al  orden  i  semejanza  de  los 
sonidos  orales. 

Después  volveremos  con  Bal  mes  a  la  teoría  de  las  percep- 
ciones representativas  o  sensitivas;  por  ahora  nos  limitaremos 
a  examinar  si  es  tan  difícil,  como  él  cree,  el  tirar  la  línea  divi- 
soria entre  lo  sensible  i  lo  intelijente. 

Desde  luego,  observaremos  que,  en  la  clasificación  de  los  ac- 
tos i  facultades  del  alma,  como  en  todas  las  otras  clasificacio- 
nes, hai  algo  de  arbitrario.  El  alma,  en  todos  sus  actos  i  facul- 
tades, es  una  i  diferente.  Reducir  los  actos  i  facultades  a  clases 
diversas,  según  sus  semejanzas  i  diferencias,  es  una  operación 
que  puede  conducir  a  resultados  varios,  según  el  punto  de 
vista  en  que  se  coloca  el  observador. 

Con  todo  eso,  admitidas  las  proposiciones  que  hemos  copia- 
do al  principio  de  este  artículo,  nos  parece  que  está  completa 
i  satisfactoriamente  resuelto  el   problema,  de  la  línea  divisoria 

entre  la  sensibilidad  id  entendimiento,  según  las  ideas  mis- 
mas d^  Balines;  i  no  le  hallamos  consecuente  a  sus  propios 
principios,  cuando  para  resolverlo  oree  necesario  apelar  a  con- 
sideraciones de  otro  orden. 

l  ;ilnies  distingue  la  sensación  de  los  juicios,  que  casi  siem- 
pre la  acompañan.  I  ¿no  es  el  juicio,  según  el  mismo  Balines, 
una  operación  del  entendimiento?  Lo  intelijente  principia,  pues, 
ni  su  propia  doctrina,  en  el  juicio  minino  de  que  vienen 
acompafi  >nes.  ¿Puede  apetecerse  una  linea  di- 

visoria in 

i  la  verdad,  concebimos  un  intermedio  entre  la 

loion  i  lt  referencia  objetiva  que  constituye  el  juicio  de 

:iii-  acompafi  ida.  Este  intermedio  es  la  percepción 

intuitiva  que  <•!  {/o  tiene  de  la  sensación,  como  la  tiene  de  todo 


filosoiía  fundamental 


hecho  que  sobreviene  en  él,  i  sobre  que  puede  reflejarse  la 

conciencia.  Pero  este  mismo  reflejo  no  comienza  a  ser  percep- 
ción, sino  por  medio  del  juicio,  en  que  el  yo  reconoce  la  sen- 
sación como  una  afección  o  estado  suyo.  Así  la  conciencia 
misma,  sin  el  juicio,  es  una  facultad  meramente  pasiva;  no 
testifica  nada,  no  entiende;  no  pertenece  a  la  inlelijeneia.  En 
el  umbral  del  juicio,  termina  por  una  parte  la  conciencia  me- 
ramente pasiva  i  por  otra  la  sensibilidad;  i  allí  mismo  prin- 
cipia la  intelijeneia. 

El  entendimiento,  tomada  esta  palabra  en  una  acepción 
jeneral,  comprende  todas  las  facultades  que  sirven  a  el  alma 
para  la  investigación  de  la  verdad;  i  en  este  significado,  la  sen- 
sibilidad misma  pertenece  a  la  intelijeneia.  Cuando  distingui- 
mos lo  sensible  i  lo  intelijente,  damos  a  lo  seu únelo  una  ex- 
tensión mas  limitada,  que  es  a  la  que  nos  ceñimos  cuando 
consideramos  el  juicio  como  el  acto  inicial  del  entendimiento. 
El  juicio,  a  diferencia  cié  la  conciencia  pasiva  i  de  la  simple 
sensibilidad,  es  también  lo  (pie  constituye  la  actividad  intelec- 
tual. En  el  juicio,  el  alma,  comparando  dos  objetos,  viéndolos 
el  uno  al  lado  del  otro,  sacando  así  de  ellos  un  objeto  nuevo, 
que  no  es  el  uno  ni  el  otro,  es  a  saber,  una  relación  entre 
ellos,  es  eminentemente  activa,  porque  es  fecunda,  i  en  cierto 
modo  creadora. 

So  ha  hecho  consistir  la  actividad  del  alma  en  la  atención, 
a  la  cual  se  ha  considerado  como  una  facultad  especial,  i  como 
una  manera  de  esfuerzo  que  el  alma  hace,  por  decirlo  así,  de 
adentro  hacia  afuera,  a  diferencia  de  la  sensibilidad,  que  pa- 
rece ejercitarse  de  afuera  hacia  adentro.  Esto  se  adaptaría  de 
algún  modo  a  las  percepciones  sensitivas  actuales,  en  que  el 
alma,  cuando  atiende,  obra  sobre  los  órganos,  i  aviva  las  sen- 
sasiones  que  por  su  ministerio  experimentamos  i  a  que  desea- 
mos contraernos,  excluyendo  en  cuanto  es  posible  las  otras. 
Pero  no  se  adapta  ni  a  las  percepciones  intuitivas,  ni  a  los 
actos  do  la  memoria. 

Talvez  sería  mas  exacto  considerar  la  atención,  no  como 
una  facultad  intelectual  distinta,  sino  como  una  cualidad  de  los 
actos  intelectuales,  que  consiste  en  el  grado  de  fuerza  i  viveza 


386  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


en  que  los  ejecutamos  o  experimentamos.  En  este  grado  de  fuer- 
za, influye  amenudo  la  voluntad,  i  entonces  la  atención  es  vo- 
luntaria, i  la  acompaña  una  verdadera  actividad  del  alma,  pero 
una  actividad  que  pertenece  propiamente  ala  voluntad,  no  al 
entendimiento.  Otras  veces  se  verifica  la  atención,  esto  es,  se  ha- 
cen mas  vivas  i  enérjicas  las  representaciones  i  concepciones  del 
entendimiento,  sin  que  concurra  de  modo  alguno  la  voluntad, 
i  aun  frecuentemente  a  pesar  de  ella.  Nos  es  imposible  dejar  de 
atender  a  un  dolor  agudo;  la  sensación  tiene  entonces  un  grado 
de  fuerza  que  la  hace  prevalecer  sobre  las  otras  sensaciones,  i 
sobre  los  recuerdos  e  imajinaciones  que  en  otras  circunstancias 
prevalecerían.  Entre  muchas  sensaciones  simultáneas,  las  me- 
nos familiares  prevalecen  i  amortiguan  las  otras.  Entre  mu- 
chos recuerdos  simultáneos,  prevalecen  los  de  aquellos  objetos 
que  tienen  conexión  con  nuestro  intereso  pasión  dominante. 
La  vista  del  mar,  por  ejemplo,  despierta  una  infinidad  de  ideas, 
entre  las  cuales  prevalece  alguna,  que  no  es  una  misma  para 
los  diferentes  espectadores.  El  físico  recordará  talvez  la  teoría 
del  flujo  i  reflujo;  el  comerciante,  la  nave  cuyo  retorno  aguar- 
da; el  alma  relijiosa  i  contemplativa  pensará  en  la  magnifi- 
cencia de  las  obras  del  Criador;  la  madre,  en  el  hijo  ausento 
que  surca  otros  mares  o  .vive  en  país  extranjero  al  otro  lado 
del  océano.  Encada  una  de  estas  almas,  prevalece  una  idea 
diferente,  que  amortigua  las  otras  i  las  hace  eñ  cierto  modo 
láte&tes.  Cuanto  mayor  es  la  fuerza  de  una  idea,  mas  se  debi- 
litan i  amortiguan  las  demás  ideas  coexistentes;  i  tanta  puede 

s«-r  la  V¡VCZa  i  exaltación  de  Una  de  ellas,  que  hasta  las  sensa- 
ciones actuales  dejen  do  ser  percibidas  por  la  conciencia.   El 

alma  parce  disponer  de    un.i    santidad   limitada   de   atención, 

ipie  se  reparte  en  diferentes  grados  entre  las  ideas  coexistentes; 

«tibie  que  se  avive  i  exalte   una  de  ellas,  sin  que  las 

otra  oionalmente  s  i  atenúen  i  degraden. 

i 'i  Araucano,  Año  <!«•  1848.) 


FILOSOFÍA 


í:ri;sn  r.uMPLETU  DE  MR.    KATTIER 


I 

Aunque  miramos  el  Manual  de  Mr.  Uattier  como  una  íle 
las  mejores  obras  que  pueden  adoptarse  para  la  enseñanza  ele- 
mental de  la  filosofía  en  nuestro  país,  no  por  eso  disimulare- 
mos que  eiertas  opiniones  del  autor  nos  parecen  aventuradas; 
que  su  nomenclatura  ofrece  inconvenientes  graves;  i  que  en 
algunas  materias  encontramos  incompleta  su  doctrina,  al  paso 
quo  difusa  i  redundante  en  otras.  Convenimos  desde  luego  en 
que  el  primero  de  estos  cargos  vale  poco.  En  la  variedad  de 
sistemas  que  dividen  hoi  la  filosofía,  cada  cual  es  dueño  de 
elejir  los  principios  que  mas  fundados  conceptúe;  i  no  somos 
tan  presuntuosos  que  pensemos  imponer  nuestras  opiniones  a 
nadie.  Pero,  aun  en  esta  parte,  puede  no  ser  inútil  la  discusión. 
Por  lo  tocante  a  los  otros  dos  reparos,  esperamos  que  no  serán 
del  todo  desatendidas  las  observaciones  en  que  nos  hemos 
propuesto  apoyarlos.  Tratándose  ahora  do  redactar  un  texto 
para  la  clase  do  filosofía  del  Instituto  Nacional,  i  habiéndose 
elejido,  en  cuanto  al  fondo  i  método,  el  Manual  de  Mr.  Rat- 
tier,  las  presentamos  como  meras  indicaciones  al  ilustrado 
profesor  que  se  ha  encargado  de  este  importante  trabajo.  Aun- 
que no  se  nos  ha  proporcionado  comparar  el  Manual  con  el 
Curso  Completo,  juzgamos  que  el  primero  es  un  resumen  del 
segundo,  i  preferimos  referirnos  al  Curso,  porque,  estando  allí 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  1  CIÚTICOS 


mas  extensamente  desarrollada  la  doctrina  del  autor,  allí  es 
donde  podemos  comprenderla  mejor,  i  juzgar  acertadamente 
de  lo  que  falte  o  sobre  en  ella  para  una  enseñanza  elemental. 
No  es  nuestro  ánimo  rebajar  el  alto  concepto  de  que  gozan 
en  Chile  las  obras  filosóficas  de  Mr.  Rattier.  Nosotros  mismos 
hemos  sitio  de  los  primeros  en  recomendarlas.  Si  no  son  del 
pequeño  número  de  aquellas  en  que  campea  algún  gran  prin- 
cipio orijinal,  que  abra  un  nuevo  i  vasto  horizonte  a  la  ciencia, 
el  autor  ocupa  a  lo  menos  un  lugar  distinguido  entre  los  es- 
critores cuya  misión  es  refundir  trabajos  ajenos,  coordinarlos, 
i  darles  la  forma  conveniente  para  hacerlos  entrar  en  la  cir- 
culación jeneral,  misión,  también,  de  alta  importancia,  i  cuyo 
adecuado  desempeño  exije  cualidades  nada  comunes:  una  ex- 
tensa instrucción  para  el  acopio  de  los  esparcidos  materiales; 
un  juicio  superior  para  apreciarlos  i  elejirlos;  un  talento  do 
elaboración,  que,  elucidándolos,  i  modificándolos,  i  corrijién- 
dolos  cuando  es  menester,  dé  coherencia  a  las  partes,  unidad 
i  simetría  al  todo.  Estas  son  las  cualidades  que,  a  nuestro  jui- 
cio, distinguen  eminentemente  el  Curso  de  Filosofía  de  que 
se  trata.  Mr.  Rattier  no  es  \u\  mero  abreviador  o  compilador; 
domina  la  materia;  mejora  ainenudo  lo  que  debe  a  oíros;  i  po- 
\\  alto  grado  el  talento  de  asimilación,  (pie  dijiere,  orga- 
niza, i  da  a  todo  lo  (pie  toca,  la  estampa  de  sus  propias  ideas. 
Cuando  no  haya  hecho  avanzar  la  ciencia,  a  lo  menos  la  habrá 
colocado  en  una  posición  elevada,  de  donde  sea  fácil  tender  la 
\¡sta  sobre  todo  el  espacio  recorrido  por  ella,  i  contemplar  las 
conquistas  (¡lie  señalan  su  larga  carrera.  En  cuanto  a  la  ejecu- 

:.  que  en  esta  especie  de  obras  es  una  circunstancia  impor- 
tante, la  de  Mr.  Rattier  reúne  en  tola-;  partes  la  claridad  a  la 
inda;  i  la  difusión,  (¡iic  de  cuando  en  cuando  se  le  puede 
imputar,  si-  compensa  hasta  cierto  punto  oon  la  variedad  de 

I  que  se  hacen  servir  al  (>s(dan>ci miento  de  cada 

'ion,  habilitan  lo  al    lector  para  ealilicar  las  opiniones  di- 

ao. 

Se  abre  el  Curso  por  una  Introducción,  en  que  o]  autor, 

:  <'i  objeto  d«-  la  filosofía,  para  hacer* 

bir  uifjor,  i  tnanife  tar  \>  importancia  de  sus  aplica- 


FILOSOFÍA  Dfi  MU.    RATTIER  389 


cionc-s,  celia  una  ojeada  sobre  todos   los  ramos  del  saber  hu- 
mano. 

«Como  hai,  dice,  dos  clases  de  seres  bien  distintos  por  su 
naturaleza,  los  unos  perceptibles  por  medio  de  los  sentidos,  i 
de  que  se  compone  el  mundo  visible1,  los  otros  accesibles  sola- 
mente a  la  intelijencia  i  que  constituyen  el  mundo  invisible, 
hai  por  lo  mismo  dos  clases  de  ciencias:  las  unas,  que  tienen 
por  objeto  los  cuerpos,  sus  propiedades,  los  fenómenos  que  se 
observan  en  ellos,  i  las  leyes  jcnerales  i  constantes  que  presi- 
den a  la  producción  de  estos  fenómenos;  las  otras,  que  tienen 
por  objeto  los  espíritus,  los  fenómenos  que  los  manifiestan, 
las  leyes  según  las  cuales  se  combinan  los  elementos  del  pen- 
samiento, las  facultades  que  tiene  el  alma  de  recibir  ciertos 
modos  de  ser  o  de  dárselos  a  sí  misma  por  su  actividad  pecu- 
liar. 

«De  aquí  la  primera  división  de  las  ciencias  en  físicas  i  me- 
iafis  tais.» 

Las  ciencias  metafísicas  se  subdividen  del    modo  siguiente: 

«La  ciencia  del  espíritu  humano  se  llama  psicolojía,  cuan- 
do estudia  el  pensamiento  en  cada  hombro,  es  decir,  en  los 
individuos;  recibe  el  nombre  de  donólo)  ía  o  de  política, 
cuando  estudia  el  pensamiento  en  cada  sociedad,  esto  es,  en 
las  varias  especies;  i  se  denomina  anh'opolojía,  cuando  es- 
tudia el  pensamiento  en  el  jénero,  esto  es,  en  la  humanidad 
toda. 

«Pero  el  pensamiento,  sea  que  lo  estudiemos  en  el  indivi- 
duo, en  la  especie  o  en  el  jénero,  so  presenta  bajo  tan  variadas 
formas,  que,  con  la  ciencia  del  espíritu  humano,  se  enlazan 
necesariamente,  como  expresión  del  pensamiento,  una  multi- 
tud de  ciencias  i  artes  metafísicas,  que  constituyen  otras  tan- 
tas aplicaciones  de  la  jtsicolojín,  de  la  donolojía,  i  de  la  an- 
tropolojtn. 

«Así,  cuando  el  pensamiento  del  hombre,  fijándose  en  la 
noción  del  ser,  aspira  a  comprenderla  en  su  mayor  jenerali- 
dad,  la  ciencia  toma  el  nombre  de  ontolojía.  Llámase  teodi- 
cea, cuando  el  espíritu  humano,  remontándose  al  principio 
universal  de  los  seres,  eleva  su  pensamiento  a  Dios,  a  los  atri- 


330  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 

butos  de  la  divinidad,  a  las  relaciones  entre  el  hombre  i  su 
autor  soberano.  Llámase  moral  o  ética,  cuando  el  pensa- 
miento, contemplando  las  relaciones  entre  el  hombre  i  sus  se- 
mejantes, le  considera  bajo  el  punto  de  vista  de  los  deberes 
que  le  incumbe  llenar  en-  el  seno  de  la  sociedad;  i  recibe  el 
nombre  de  estética,  cuando  trata  especialmente  de  las  combi- 
naciones i  deducciones  que  nos  suministra  la  noción  de  la  be- 
lleza, i  de  las  aplicaciones  que  deben  hacerse  de  los  principios 
de  lo  bello  a  las  artes  i  a  la  literatura. 

«Así  también  la  filolojía,  o  ciencia  de  las  lenguas  conside- 
radas como  signos  del  pensamiento  en  los  diferentes  pueblos; 
la  gramática,  o  ciencia  de  las  palabras  i  de  las  relaciones  en- 
tre ellas;  la  lójica,  o  ciencia  del  raciocinio  i  de  las  leyes  de  la 
razón;  la  elocuencia,  o  ciencia  de  los  medios  propios  para  mo- 
ver i  persuadir;  la  civilización,  que  comprende  en  su  jenera- 
lidad  la  lejislacion,  ciencia  de  lo  que  debe  mandarse  o  prohi- 
birse, como  bueno  o  malo,  útil  o  dañoso;  la  administración, 
o  ciencia  de  gobernar  con  orden  i  justicia  los  intereses  de  los 
estados,  de  las  familias  i  de  los  particulares;  la  jurispruden- 
cia, o  ciencia  del  derecho  público  i  privado;  la  pedayoj ¿a,  o 
ciencia  de  conducir  i  educar  la  juventud;  en  suma,  todas  las 
ciencias  sociales  i  políticas,  que  hacen  depender  las  acciones 
humanas  de  algo  (pie  es  superior  a  la  simple  idea  de  utilidad, 
i  las  subordina  a  la  leí  moral  de  equidad  i  caridad,  que  es  el 
alma  del  cuerpo  Social;  la  historia, O  ciencia  délos  pensamien- 
tos, hechos  i  acontecimientos  en  (pie  tienen  parte  los  indivi- 
duos, las  familias,  las  naciones,  el  jénero  humano;  la  etno- 
grafl&i  o  ciencia  de  las  costumbres  de  los  varios  pueblos;  no 

mas  que  ramOS  o  aplicaciones  diversas   de  esta  ciencia  je- 
ncral  que  estudia  las  nal  urale/.as  inteli jeiltes. 

laaifícaremos  también  entre  lasarles  metafísicas  la  escri- 
tura, el  arte  ínjonioso  de  pintarlas  palabras  i  de  hablar  a  los 
.  la  tipogr&fíeii  que  inmortaliza  el  pensamiento  humano, 
multiplicando  los  me  líos  de  trasmitirlo  intacto  a  los  siglos 

fu  tur  M;  I  i  '  /<///,  otro  medio  de  activar  las  roinunica- 

oionei  intelectuales  i  lo  circulación  de  los  pensamientos  en  el 
po  social;  Iñjcsticul&cion  I  la  pan/om/ma,  palabra  ma« 


FILOSOFÍA  DB   MR.  R.VTTIKIi  391 


terial  que  no  expresa  ya  las  ideas  con  sonidos,  sino  las  pinta 
con  jestos,  con  las  actitudes  del  cuerpo,  con  los  movimientos 
de  la  fisonomía;  la  música,  transformación  gloriosa  de.  la  pa- 
labra, como  la  llama  el  abate  Oerbert,  arte  de  conmover  i 
agradar  por  el  conocimiento  de  las  relaciones  misteriosas  que 
existen,  no  ya  entre  los  sonidos  i  las  ideas,  sino  entre  los  so- 
nidos i  los  sentimientos  mas  íntimos  del  alma;  la  declama- 
ción, que  obra  a  un  tiempo  en  el  hombre  por  el  poder  de  las 
ideas  i  por  el  poder  del  canto,  do  (pie  es  una  imájen  rebajada; 
la  pintura,  palabra  muda  i  escritura  intuitiva,  palabra  muda, 
cuando  en  las  combinaciones  de  formas  i  colores  exprime  toda 
el  alma  humana,  con  todas  las  pasiones  i  to  los  los  sentimien- 
tos que  pueden  figurar  en  ella,  escritura  intuitiva,  ruando, 
como  los  jeroglíficos  ejipcios,  representa  hechos  i  cosas,  no 
con  signos  convencionales,  sino  bajo  sus  formas  naturales  vi- 
vientes; la  poesía,  que  se  sustituye  a  la  pintura  por  sus  imá- 
jenes  i  descripciones  i  al  canto  por  su  armonía;  la  mnemóni- 
ca, que  es  a  la  memoria  lo  que  la  lójica  a  la  razón,  reglándola 
i  dirijiéndola;  la  danza,  que  en  todos  los  pueblos  es  el  lengua- 
je de  la  alegría  i  de  todos  los  sentimientos  expansivos  del  al- 
ma, i  que,  como  signo  de  una  afección  natural  i  de  todos  los 
matices  en  que  se  manifiesta,  participa  de  la  pantomima  por 
los  movimientos  combinados  que  imprime  al  cuerpo,  i  de  la 
música  por  el  ritmo,  a  que  necesariamente  debe  sujetarse;  la 
arquitectura,  que  en  sus  relaciones  con  el  pensamiento  moral 
i  relijioso,  puede  también  considerarse  como  una  escritura 
sublime,  realizada  en  los  monumentos,  en  los  templos  que 
erije  a  la  divinidad,  etc.  En  todas  estas  artes  i  en  muchas 
otras  que  sería  largo  enumerar,  la  idea  es  todo,  la  materia 
nada;  todo  su  valor  está  en  el  pensamiento  que  exprimen.» 

Pudiéramos  copiar  otros  pasajes  de  la  introducción,  como 
muestras  de  la  manera  peculiar  del  autor,  de  la  extensión  de 
sus  miras,  del  espíritu  moral  i  liberal  de  su  filosofía,  i  de  la 
fácil  i  natural  elegancia  con  que  ameniza  los  asuntos  que  toca. 
Pero  estamos  reducidos  a  límites  demasiado  estrechos,  i  de- 
bemos apresurarnos  a  exponer  las  observaciones  que  al  prin- 
cipio indicamos. 


3Q2  OPÚSCULOS  LITEIUMOS  I  CIÚTICOS 

El  autor  comienza  por  la  jisicolojía,  osto  es,  por  la  ciencia 
del  yo  o  del  alma.  En  la  psicolojía,  desenvuelve  primeramente 
todos  los  elementos  constitutivos  del  pensamiento.  Los  prime- 
ros que  llaman  su  atención,  pertenecen  a  la  sensibilidad. 

«La  sensibilidad,  según  Mr.  Rattior,  es  el  conjunto  de  las 
modificaciones  que  el  yo  experimenta  cuando  recibe  la  acción 
del  mundo  visible  o  invisible,  no  por  el  conocimiento  que  ad- 
quiere del  uno  o  del  otro,  sino  por  las  sensaciones  agradables 
o  desagradables,  los  goces  o  padecimientos,  las  emociones  de 
placer  o  de  pena,  las  aversiones  o  deseos,  las  afecciones  sim- 
páticas o  antipáticas  que  esta  acción  determina  en  el  ]/o.» 
(tomo  1,  pajina  122).  Contra  esta  definición,  pudieran  hacerse 
objeciones  graves.  ¿Por  qué  servirse  de  la  sensación  para  ex- 
plicar la  sensibilidad,  de  la  cual  es  aquella  un  acto,  que  toda- 
vía no  conocemos,  i  cuya  definición  no  nos  da  el  autor  basta 
muchas  pajinas  después:'  Por  otra  parte,  la  sensibilidad,  según 
esta  definición,  se  reconoce  por  el  placer  o  pena,  el  goce  o 
padecimiento,  la  aversión  o  deseo  que  un  objeto  visible  o  invi- 
sible produce  en  el  alma;  de  que  se  seguiría  que  los  actos  del 
alma  a  que  falla  este  colorido  de  goce  o  pena,  de  simpatía  o 
antipatía,  no  son  actos  de  la  sensibilidad,  i  que  las  sensaciones 
mismas,  cuando  no  son  agradables  o  desagradables,  no  perte- 
necen a  esta  facultad  primitiva.  Un  objeto  que  vemos,  i  que 
ip)  nos  afecta  Otl  bien  ni  en  mal,  produce  sin  duda  sensacio- 
nes, afecta  «•!  sentido  de  la  vista,  que  es  una  de  las  faculta- 
des especiales,  comprendidas  bajo  el  término  jenérioo  sensibi* 
lidad.  El  mismo  Mr.  I.'atlier  reconoce  que  las  sensaciones 
(pie  el  mundo    material  determina   en  nosotros,  son  amenudo 

indiferentes,  esto  es,  ni  agradables  ni  desagradables,   lié 
aquí  sms  formales  palabras:  «Las  sensaciones  (pie  el  alma  ex« 
peri menta  ;i  consecuencia  de  las  impresiones  que  se  operan  en 
os,  no  son  para  ella  placeres  ni  penas  pro- 
piamente tales  ■    proposición  inexacta  en  su  joneralidad,  no  lo 
«pro,  pero  lo  son  muchos  veces).  «Hai  circunstancias 
bajo  la  Influencia  de  una  sensación  del  tacto, 

del  oí  I  i    0   I B  "/.a    ni   padece.     I     aun  se    puede  decir 

que]  indiferentes  son  las  mas  numerosas»   tomo 


FILOSOFÍA  DE  MR.   RATTIER  3'J3 


1 ,  pajina  181).  I  seguidamente  refuta  a  Mr.  Garnier,  para  quien 
una  sensación  indiferente  es  una  sensación  que  no  existe, 

¿Cómo,  pues,  conciliar  esta  doctrina  con  la  definición  preceden- 
te? Una  de  dos:  o  tenemos  sensaciones  que  no  son  actos  de  la 
sensibilidad,  contra  la  doctrina  de  Mr.  Rattier,  que  creemos 
es  la  doctrina  universal  en  esta  materia;  o  no  es  esencial  en 
los  actos  de  la  sensibilidad  el  placer  o  dolor,  el  g«  ce  o  pade- 
cimiento, contra  la  definición  de  Mr.  Rattier. 

Nuestro  autor  distingue  dos  especies  tic  sensibilidad:  la  fí- 
sica i  la  moral.  Sensibilidad  física  es  una  denominación  poco 
aparente,  a  nuestro  juicio;  porque  la  sensibilidad,  bajo  todas 
sus  formas,  es  una  facultad  espiritual,  una  facultad  de  cuyos 
actos  tenemos  conciencia.  Pero  ¿qué  es  la  sensibilidad  física? 
Ella  abraza,  según  Mr.  Rattier,  todas  las  sensaciones  agrada- 
bles o  desagradables,  que  determina  en  nosotros  la  ajencia  de 
los  cuerpos  externos,  todos  los  placeres  i  tudos  los  dolores  que 
localizamos  en  alguno  de  nuestros  órganos,  i  todos  los  apetitos 
i  deseos  sensuales,  atractivos  o  repulsivos,  que  el  alma  expe- 
rimenta con  esta  ocasión  (pajina  123),  otra  definición  que  ado- 
lece del  defecto  que  se  llama  en  la  lójica  Ídem  per  Ídem,  por- 
que sensibilidad,  .<<,ii.<ncion  i  sensual,  son  palabras  cognadas 
cuyos  significados  tienen  un  fondo  común;  i  era  necesario  ha- 
ber definido  una  de  ellas  separadamente  para  que  por  su  medio 
se  determinase  la  idea  que  corresponde  a  cada  una  de  las  otras. 
Pero,  en  lo  que  nos  parece  mas  defectuosa  la  definición,  es  en 
que  no  abraza  realmente  tjdos  los  fenómenos  de  la  sensibili- 
dad física.  Exclúyense,  primeramente,  las  sensaciones  indife- 
rentes, que  referimos  a  órganos  determinados,  o  (según  la 
expresión  del  autor;,  que  localizamos  en  alguno  de  nuestros 
órganos,  como  son  las  mas  numerosas  i  familiares  de  la  vista, 
oído  i  tacto.  Las  sensaciones  que  produce  en  mi  vista  un  ob- 
jeto (pie  de  ningún  modo  me  interesa,  la  que  produce  en  mi 
oído  un  rumor  insignificante,  o  en  mi  tacto  el  tocamiento  de 
un  cuerpo  que  no  me  afecta  ni  en  bien  ni  en  mal,  ¿a  qué  sen- 
sibilidad pertenecen?  Según  el  texto  de  las  dos  definiciones  que 
liemos  considerado,  se  podría  responder  que  a  ninguna;  i  casi 
habría  motivo  de  pensar  que  tal  ha  sido  la  mente  del  autor, 


391  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

si  él  mismo  no  hubiese  tenido  cuidado  de  anunciarnos,  desde 
las  primeras  pajinas,  que  las  sensaciones  de  todas  clases  son 
hechos  interiores  que  él  comprende  bajo  el  nombre  común 
de  sensibilidad. 

Exolúyense,  en  segundo  lugar,  las  sensaciones  determinadas 
per  nuestro  propio  cuerpo  i  que  se  localizan  en  un  órgano; 
las  sensaciones  que  corresponden  a  las  impresiones  que  una 
parte  de  nuestro  cuerpo  hace  en  otra,  i  en  que  nuestro  cuerpo 
ejerce  sobre  sí  mismo  acciones  semejantes  a  las  que  podría  ejer- 
cer en  él  un  cuerpo  externo.  Ademas,  el  cuerpo  animado  des- 
pierta sensaciones  peculiares  en  el  alma  que  lo  vivifica,  i  sen- 
saciones que  se  localizan.  La  lesión  de  una  viscera  ocasiona 
un  dolor  agudo  que  referimos  a  la  parte  afecta.  ¿Se  compren- 
de esta  especie  de  sensaciones  en  la  definición  anterior?  ¿I  no 
corresponden  ellas  rigorosamente  a  la  sensibilidad  física? 

En  tercer  lugar,  se  excluyen  indebidamente  las  sensaciones 
que  no  se  localizan  en  órgano  alguno  peculiar,  i  que  referi- 
mos vagamente  a  todo  el  sistema,  como  las  de  lasitud,  fatiga, 
sueño.  El  cuerpo  viviente  se  halla  impresionado,  en  cada  uno 
de  estos  estados,  de  una  manera  especial,  que  aun  no  ha  po- 
dido describirnos  la  fisiolojía,  i  que  lleva  traza  de  ser  un  enig- 
ma eterno,  indescifrable  al  microscopio  i  al  escalpelo.  Pero 
cualquiera  que  sea  la  alteración  física,  química,  eléctrica, 
magnética,  que  en  esos  estados  experimenten  los  nervios,  los 
Culos,  el  cerebro,  los  mo:los  de  ser  quo  determinan  ellos 
en  el  //",  en  el  alma,  son  sensaciones  qué  no  localizamos, 
icionef  que  Be  nos  figuran  derramadas  sobre  toda  la  má- 
quina corpórea  que  el  yo  vivifica.  ¿I  no  son  estas  también 
que  pertenecen  al  dominio  de  la  sensibilidad  fí- 

En  l"-  fenómenos  de  esta  especie  de  sensibilidad,  distingue 
Mr.  Rattiorla  impresión^  que  corresponde  al  organismo,  i  la 
icion,  quo  tiene  su  asiontoen  el  alma.  La  impresión  afecta 
primeramente  una  parte  oualquiera  de  la  superficie  externa  o 
interna  de  nu<  ¡  afección  se  comunica  luego 

a  los  nervio  por  medio  de  ellos  hasta  «■!  oere- 

ii  prirniticñ  o  superftci&l,  impresión  media  o 


FILOSOFÍA  DE    MR.  RATTIER  M'o 


nerviosa,  impresión  profunda  o  cerebral.  Mr.  Rattier  da 
también  a  la  impresión  superficial  el  título  de  orgánica,  que 
debiera  extenderse  a  todas  tres,  porque  los  nervios  i  el  cerebro 
son  verdaderos  órganos;  i  aun  pudiera  decirse  que  es  en  ellos 
donde  existe  eminentemente  el  organismo  de  la  vida;  a  lo  me- 
nos así  es  en  el  hombre,  i  en  las  especies  de  animales  que  mas 
se  aproximan  a  la  nuestra. 

Estos  tres  grados  de  la  impresión  se  pueden  distinguir  con 
claridad  en  la  que  precede  a  las  sensaciones  de  la  vista,  oído, 
olfato,  gusto  i  tacto,  i  jeneral mente  a  las  sensaciones  que  lo- 
calizamos en  algún  órgano  determinado.  Así  el  fluido  lumi- 
noso que  nos  hace  ver  los  colores,  después  de  atravesar  los 
dos  maravillosos  aparatos  ópticos  que  llamamos  ojos,  impre- 
siona la  retina;  i  esta  impresión  se  propaga  por  medio  de  cier- 
tos nervios  hasta  el  cerebro.  Así  también  un  tejido  interior 
dañado  o  desarreglado  ejerce,  en  consecuencia,  una  acción  es- 
pecial en  ciertos  nervios,  que  la  trasmiten  del  mismo  modo  al 
cerebro.  Pero  ¿son  siempre  fáciles  de  discernir  esos  tres  gra- 
dos? ¿En  qué  órgano  particular  tiene  orí  jen,  i  por  qué  nervios 
es  conducida  al  centro  cerebral,  la  impresión  que  produce  en 
el  alma  la  sensación  del  sueño? 

En  seguida,  pasa  el  autor  a  la  descripción  de  los  órganos,  i 
a  la  exposición  íisiolójica  de  los  fenómenos  de  la  impresión, 
materia  que,  a  lo  menos  en  el  Manual,  hubiera  podido  redu- 
cirse a  lo  mui  preciso  para  explicar  los  hechos  de  la  percep- 
ción sensitiva,  esto  es,  los  juicios  que  forma  el  alma  sobre 
las  cualidades  i  estados  de  los  cuerpos  externos  i  del  suyo 
propio,  según  las  variedades  de  las  sensaciones  que  experi- 
menta, las  cuales  corresponden  necesariamente  a  las  varieda- 
des de  las  impresiones  orgánicas.  En  ninguno  de  los  sentidos, 
son  mas  complejos  estos  juicios  que  en  la  vista.  Las  leyes  a 
que  obedece  el  entendimiento  en  la  apreciación  de  los  colores, 
figuras,  tamaños  i  distancias  de  los  cuerpos,  deduciéndolas  de 
menudísimas  variedades  de  sensación,  que  corresponden  a 
menudísimas  variedades  de  impresión,  han  dado  materia  a 
muchos  interesantes  trabajos  desde  el  siglo  XVÍI  acá.  Lo  me- 
jor de  Reid  es  acaso  la  ¡jarte  que  ha  dedicado  a  este  asunto  en 


396  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

su  Investigación  de  los  principios  del  sentido  coman,  en 
que  lo  concerniente  a  la  vista  forma  uno  de  los  mas  bellos  i 
acabados  capítulos  de  la  filosofía  intelectual.  I  con  todo  eso, 
el  doctor  Reíd  lia  logrado  desempeñar  su  objeto  economizan- 
do extremadamente  los  datos  físicos  i  anatómicos. 

Lo  que  menos  estamos  dispuestos  a  aceptar  en  la  teoría  de 
Mr.  Iíattier,  es  la  división  que  hace  de  las  impresiones  i  las 
.sensaciones  en  externas  e  internas,  suponiendo  un  exacto 
paralelismo,  bajo  este  respecto,  entró  la  impresión,  la  sensa- 
ción i  la  percepción  sensitiva.  Pero  la  verdades  que  semejante 
paralelismo  no  existe;  que  donde  se  encuentra  fundamental- 
mente esa  diferencia,  i  donde  podemos  manifestarla  i  formu- 
larla de  un  modo  claro  i  preciso,  es  en  la  percepción  sensitiva. 

Importa  mucho  para  fijar  nuestras  ideas  no  perder  de  vista 
la  esencial  separación  de  los  tres  trámites  que  acabamos  de 
enumerar.  «Entre  estos  dos  hechos,  la  impresión  i  la  sensa- 
ción, dice  Mr.  Kattier  (pajina  i  79),  hai  toda  la  distancia  (pie 
separa  a  la  sustancia  corporal  de  la  sustancia  espiritual.  La 
impresión  es  un  modo  de  ser  de  la  materia,  una  alteración  en 
los  órganos,  una  vibración,  un  movimiento  que  se  opera  en 
ellos,  que  se  comunica  de  la  superficie  interna  o  externa  del 
cuerpo  a  los  nervios  i  al  cerebro,  i  cuyo  progreso  puede  seguir, 
describir  i  averiguar  la  lisiólo] ía,  observando  atentamente  los 
hechos  que  la  constituyen.  Pero  una  vez  que  ha  recorrido  los 
diferentes  grados  de  la  impresión  hasta  el  centro  cerebral  en 
que  ésta  termina,  se  encuontra  atajado  el  fisiólogo;  porque  allí 
i  los  límites  de  la  materia;  allí  principia  el  dominio  del 
¡dina  i  del  pensamiento;  i  la  experimentación  física  cedo  su 
tugar  a  I,i  observad  m  psicolójica.  La  sensación  no  es  un  he- 
cho corporal,  que  pueda  presentarse  a  los  ojos  del  profesor  de 
manifieste  bajo  la  punta  del  escalpelo.» 
;  ¡cacto.  Pero  no  hallamos  que  se  tracen  de  un 

i  tímente  preci  o  los  limites  entre  la  sensaoion  i  la 
opción. 

icion  un  modo  de  sor  del  alma,  ocasio- 

por  alt<  que  han  ocurrido  en  «'1  cuerpo,  mi  oa- 

i  propio  de  la      n  icion  es  no  toner  objeto  divovso  do 


FILOSOFÍA  OE   MR,  RATTIET?  307 

ella  misma.  Sí  se  observa  atentamente  a  el  alma  que  lo  expe- 
rimenta, haciendo  abstracción  de  todos  los  fenómenos  espiri- 
tuales que  pueden  manifestarse  a  consecuencia,  es  imposible 
ver  en  ella  otra  cosa  que  una  modificación  del  yo,  que  existe 
de  cierta  manera  particular,  es  decir,  que  tjozn  o  padece  bajo 
la  influencia  del  placer  o  el  dolor.  Es  seguro,  pues,  que  la 
sensación  no  supone  absolutamente  mas  que  sujeto  afectado 
ele  cierta  manera;  que  el  yo  no  tiene  en  ella  conciencia,  sino 
de  sí  mismo  i  de  su  modo  de  ser;  i  que  bajo  la  acción  de  la 
fuerza  extraña  que  lo  afecta,  se  halla  en  un  estado  puramente 
pasivo.»  (pajina  181).  Prescindimos  del  goce  o  padecimiento, 
que  aparece  aquí  otra  vez  como  esencial  en  la  sensibilidad. 
El  carácter  de  la  sensación,  se  dice,  es  no  tener  objeto  diverso 
de  ella  misma.  El  carácter  de  la  sensación,  diríamos  de  me- 
jor gana,  es  no  tener  objeto  alguno.  Si  la  sensación  tuviese 
por  objeto  a  sí  misma,  ¿en  qué  se  distinguiría  de  la  concien- 
cia? Cuando  el  alma  percibe  la  sensación,  como  cuando  perci- 
be el  recuerdo,  como  cuando  percibe  el  juicio,  como  cuando 
percibe  cualquiera  de  sus  modos  de  ser,  la  facultad  que  ejer- 
cita es  la  conciencia.  A  la  verdad,  el  alma  es  una;  todas  sus 
facultades  forman  un  todo  uno,  simple,  indivisible.  Pero  en 
una  análisis  rigorosa,  es  necesario  separarlas  cuidadosamente 
una  de  otra;  que  es,  en  otros  términos,  discernir  los  diversos 
hechos  de  que  consta  cada  fenómeno  espiritual. 

Las  percepciones  de  la  conciencia  son  de  muí  otra  naturale- 
za que  las  percepciones  sensitivas.  En  aquellas,  el  alma  ve  di- 
rectamente una  modificación  suya;  en  éstas,  lo  mismo  que 
en  el  alma,  ve  directamente  también  una  modificación  suya-, 
pero  al  mismo  tiempo  ve  indirecta  i  representativamente  otra 
cosa;  porque  de  esa  modificación  de  sí  misma,  que  es  siempre 
una  sensación,  hace  un  signo  con  que  se  representa  la  causa 
extraña  de  que  la  sensación  es  efecto.  A  las  percepciones  de 
conciencia  caracteriza  un  juicio  de  identidad;  a  las  percepcio- 
nes de  cualidades  o  estados  materiales,  un  juicio  de  causalidad. 
Creemos  expresar  su  diferente  naturaleza,  llamando  a  las  unas 
intuitivas,  directas;  a  las  otras, sensiíiuas,  rcpresenlalivas7 
indirectas. 


3'JS  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 

La  impresión  pertenece  al  cuerpo;  la  sensación,  ala  sensibi- 
lidad; la  percepción,  ala  inteligencia. 

V jamos  ahora  la  diferencia  entre  las  percepciones  sensiti- 
vas internas  i  las  externas. 

Si  la  referencia  que  hacemos  de  la  sensación  es  al  organismo 
(sea  que  se  nos  muestre  como  circunscrita  a  una  parte,  o  como 
derramada  sobre  todo  él),  si  se  representan  por  medio  de  la 
sensación  cualidades  i  estados  peculiares  de  los  cuerpos  vi- 
vientes (verbi  gracia,  el  hambre,  el  sueño,  el  dolor  que  locali- 
zamos en  una  viscera,  el  escozor  que  referimos  a  un.  punto 
de  la  cutis),  la  percepción  es  interna.  Si  el  alma  va  mas  allá, 
si  reconoce  en  la  sensación  la  ajencia  de  una  causa  exterior 
que  afecta  el  organismo,  i  por  medio  del  organismo  su  propio 
ser,  representándose  en  esa  ajencia  cualidades  o  estados  quo 
pertenecen  a  la  materia  en  jeneral,  i  pueden  existir  en  los  cuer- 
pos vivos,  como  en  la  materia  bruta,  inorgánica  (verbi  gra- 
cia, un  color,  un  sonido,  una  superficie  suave  o  áspera),  la 
percepción  es  externa. 

Así,  el  ser  externa  o  interna  la  percepción  sensitiva,  no  con- 
siste precisamente  en  la  localidad  de  la  impresión  orijina!, 
sino  en  ser  mediata  o  inmediata  la  causa  corpórea  a  que  el  yo 
refiere  la  sensación;  i  como  en  toda  percepción  sensitiva  no 
puede  menos  de  haber  causa  inmediata,  que  es  una  afección 
del  organismo,  no  hai  percepción  sensitiva  externa,  a  que  no 
acompañe  necesariamente  una  percepción  sensitiva  interna. 
Cuando  un  color  produce  una  sensaoion  en  el  alma,  percibe  el 
alma  intuiti valúente  est.i  sensa  >ion,  i  representativamente,  por 

medio  de  la   misma  sensación,    dos  cusas  diversas,    un  color  i 
una  afección  orgánica. 

Ilai  en  estos  fenómenos  una  composición  progresiva.   Bi 

lumia  el    alma    a    Mren    la   sensai   mi    un  modo  de  ser  su  i/o, 

una  percepción  de  oonoionoia,  una  percepción  direc- 
8i  1 1  alma  m  representa  por 'medie  de  la  sensa- 
ción   la   cana    inmediata,   la    af000ÍOn  Orgánica  que   afecta  su 

íbilidad,  tenemos  una  percepción  sensitiva  interna.  ¿Re- 
oonoee,  ademas  de  la  afeooion  orgánica,  que  es  la  causa  ¡n- 
mediata,  otr  tante  quo  obra  en  ésta,  i,  por 


filosofía  bk  mu.  rattier  3'JQ 


meiio  de  ésta,  en  ella  misma?  Tenemos  una  percepción  sen- 
sitiva externa. 

Todavía  podemos  dar  un  paso  mas.  A  veces  hai  dos  causas 
corpóreas  mediatas,  de  las  cuales  una  obra  en  otra,  i  la  segun- 
da en  el  órgano,  i  por  medio  del  órgano,  en  el  alma,  como 
sucede  en  las  percepciones  de  la  vista,  oído  i  olfato.  En  las  do 
la  vista,  por  ejemplo,  un  cuerpo  distante  imprimo  cierto  mo- 
vimiento, cierta  modificación  particular  al  fluido  luminoso; 
éste  impresiona,  en  consecuencia,  a  ciertos  órganos;  i  los  órga- 
nos impresionados  afectan  de  cierto  modo  particular  la  sensi- 
bilidad. Cuando  tenemos,  pues,  alguna  idea  del  proceder  de  la 
naturaleza  en  las  percepciones  de  la  vista,  una  misma  sensa- 
ción es  objeto  directo  de  la  conciencia  i  se  nos  hace  signo  de 
tres  cosas  diversas:  de  una  impresión  particular  del  organis- 
mo, de  una  modificación  particular  de  los  rayos  do  luz  que 
lo  impresionan,  i  de  un  color  particular  del  objeto  visible, 
que  imprime  aquella  particular  modificación  a  la  luz.  El  sig- 
no, sin  variar  de  naturaleza,  varía  de  significado,  según  la  re- 
ferencia que  unimos  a  él. 

Si,  pues,  como  hemos  visto,  una  misma  impresión,  i  por 
consiguiente,  una  misma  sensación,  puede  servirnos  para  per- 
cepciones internas  o  externas,  es  preciso  admitir  que  lo  exter- 
no i  lo  interno  de  las  sensaciones  o  de  las  impresiones,  según 
la  división  de  Mr.  Rattier,  no  tiene  que  ver  con  lo  interno  i  lo 
externo  de  las  percepciones,  según  su  natural  división,  que  no 
se  aleja  mucho  de  la  de  nuestro  autor. 

Los  caracteres  diferenciales  que  asigna  Mr.  Rattier  a  sus 
dos  clases  de  impresiones  (pajina  171),  justifican  nuestra  opi- 
nión. 

1 .°  Las  externas  nacen  con  ocasión  de  un  excitante  exte- 
rior, cuya  presencia  i  naturaleza  se  prestan  a  la.  observación; 
al  paso  que  los  excitantes  de  las  internas  se  hallan  envueltos 
en  una  oscuridad  profunda. — Se  hace  consistir  el  carácter  de 
la  impresión  en  el  carácter  de  la  percepción  provocada  por 
ella;  la  impresión  es  externa  si  percibimos  una  sustancia  ex- 
terior que  la  produce;  interna,  si  no  se  percibe  semejante 
sustancia.  Hai  un  zumbido  de  oídos  que  se  asemeja  mucho  al 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


de  ciertos  insectos;  la  sensación,  i  por  consiguiente,  la  impre- 
sión, son  de  una  misma  especie  en  ambos  casos.  Sin  embar- 
go, la  impresión,  i  por  consiguiente,  la  sensación,  se  califican, 
en  el  un  caso,  de  internas,  i  en  el  otro,  de  externas,  en  virtud 
de  una  circunstancia  que  es  del  todo  extraña  a  las  dos,  es  a 
Babor,  el  referir  o  nó  el  alma  la  sensación  a  un  excitante  ex- 
terior. 

2."  Las  impresiones  externas  se  localizan,  mientras  que  es- 
tamos en  una  ignorancia  completa  acerca  del  sitio  en  que  se 
desenvuelven  las  otras. — Esta  diferencia  falla  muellísimas  ve- 
ces. El  estatlo  orgánico,  producido  por  la  temperatura  atmos- 
férica, i  de  que  nacen  las  sensaciones  de  calor  o  de  frió,  no  se 
localiza;  i  nadie  negará  que  referimos  estas  sensaciones  a  un 
excitante  exterior,  el  ambiente;  de  manera  que,  atendiendo  al 
primero  de  estos  dos  caracteres,  deberíamos  llamar  interna  la 
impresión,  en  la  nomenclatura  de  Mr.  líattier,  i  atendiendo  al 
segundo,  la  deberíamos  calificar  de  externa.  Por  otra  parte, 
cuando  sentimos  un  dolor  agudo,  que  nos  parece  tener  asien- 
to en  un  tejido  interior,  cuando  experimentamos  una  sensación 
de  angustia  (pie  referimos  al  pecho,  i  en  otras  muchas  inco- 
modidades  i  dolencias,    la  impresión   se    localiza;    i  bajo   este 

punto  de  vista,  pertenece  a  la  clase  de  las  externas,  al  paso 
que,  no  apareciendo  excitante  alguno  exterior,  es  preciso  lla- 
marla interna. 

Tenemos  la  facilitad  de  sustraernos  a  los  excitantes  ex- 
teriores, tapándonos,  por  ejemplo,  los  oídos,  cerrando  los  par- 
i,  alejándonos  di-  un  cuerpo,  cuy*»  contacto  nos  es  desagra- 
dable; pero  no  podemos  atajar  el  desarrollo  de  una  impresión 
n.i:  a  despecho  nuestro,  persisten,  cuando  sentimos  ham- 
los  correspondientes  estados  orgánicos,  mientras 
no  «  o  dormimos;  i  todo  lo  que  podemos  es  atenuar 

has)  i  [i  into  la  Intensidad  de  la  Bensaoion  por  una  fuer- 

¡icion  di-  espíritu,  dirijida  a  otro  objeto;  pero  al  fin 

triunfa  el    o,  Orgánicas  qu<'  sirven 

al  ejercicio  <!  se  producen  a  veces  sin 

plO   ántOS  eitado  del  zum- 

ii  '  «ii  ii,  los  ojos,  después  de 


FILOSOFÍA  DE  MU.  RATT1KU  401 


haber  estado  algún  tiempo  bajo  la  acción  de  una  luz  viva,  nos 
parece  ver  todavía  la  luz;  i  en  otras  alucinaciones  de  que  ha- 
cen mención  las  obras  de  medicina  i  íisiolojía.  Las  impresiones 
son  internas,  porque  río  podemos  sustraernos  a  ellas.  8in  em- 
bargo, son  semejantes  a  las  que  sirven  [¡ara  el  ejercicio  nor- 
mal de  los  sentidos  externos;  a  lo  menos,  así  es  creíble  por  la 
semejanza  de  las  sensaciones  que  producen;  i  si  son  diferen- 
tes, no  tenemos  medio  de  saberlo.  Es  decir  que,  según  la  no- 
menclatura do  Mr.  Rattíer,  impresiones  i  sensaciones  en  que 
no  columbramos  diferencia  de  naturaleza,  se  colocan  en  diver- 
sas categorías  a  virtud  de  una  circunstancia  extraña,  el  poder 
o  no  sustraernos  a  ellas. 

4."  Por  las  sensaciones  que  provienen  de  las  impresiones 
excitadas  por  ajentes  externos,  conocemos  estos  ajentes;  por 
las  sensaciones  que  las  impresione»  internas  excitan,  nada 
aprende  el  alma  acerca  de  una  ajemia  externa. — Por  medio 
de  estas  sensaciones,  aprendemos  a  distinguir  ciertos  estados 
orgánicos:  el  del  hambre,  el  de  la  sed,  el  de  la  lesión  de  una 
entraña,  etc.  Por  medio  de  las  otras,  aprendemos  también  a 
.distinguir  ciertos  estados  orgánicos:  el  de  la  visión,  la  audi- 
ción, la  olfacción,  etc.  ¿En  qué  está,  pues,  la  diferencia?  En 
haber  o  nó,  al  mismo  tiempo  i  por  el  mismo  medio,  percepcio- 
nes externas.  Por  las  funciones  peculiares  de  la  intelijencia, 
se  clasifican  las  afecciones  del  organismo  i  de  la  sensibilidad. 

5.°  Las  impresiones  externas  son  amenudo  indiferentes;  las 
internas  son  acompañadas  de  placer  o  dolor.  Por  la  exposi- 
ción misma  de  Mr.  Rattier,  se  echa  de  ver  la  insuficiencia  de 
este  carácter.  Impresiones  de  las  que  él  llama  externas,  son  a 
veces  acompañadas  de  placer  o  dolor:  de  placer,  cuando  olemos 
una  rosa,  un  jazmín;  cuando  gustamos  una  vianda  sabrosa; 
de  dolor,  cuando  miramos  una  luz  demasiado  intensa,  cuando 
oímos  el  chirrido  de  una  carreta,  cuando  pasamos  la  mano  por 
una  superficie  erizada  de  filos  i  puntas,  cuando  olemos  una 
cosa  que  hiede,  cuando  probamos  una  cosa  que  excita  a  náu- 
sea. I  también  hai  ciertas  impresiones  de  las  que  él  llama 
internas,  que  no  tienen  semejante  carácter,  verbi  gracia,  los 
latidos  del  corazón  en  su  estado  normal. 

opúfc.  :-,\ 


102  OPÜSCUt.08  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


No  hai  para  que  detenernos  en  lo  externo  i  lo  interno  de 

las  sensaciones,  porque  sería  repetir  casi  con    las  mismas  pa- 
labras lo  que  hemos  dicho  de  las  impresiones. 

Lo  que  hai  de  cierto,  es  que  las  afecciones  del  organismo 
no  nos  son  conocidas,  sino  por  las  sensaciones  que  excitan.  Los 
fisiólogos  mismos  no  pueden  lisonjearse  de  habernos  mostrado 
en  ellas  otra  cosa  que  la  corteza,  por  decirlo  así,  de  los  fenó- 
menos orgánicos;  la  mecánica  de  las  fuerzas  vitales,  las  ínti- 
mas alteraciones  que  se  operan  en  cada  tejido,  en  cada  fibra, 
i  de  que  se  ocasionan  las  varias  especies  o  modos  particulares 
de  sensación,  serán  probablemente  un  misterio  eterno.  Las 
impresiones  orgánicas  de  que  resultan  las  sensaciones  de  la 
vista,  son  de  las  que  mejor  conocemos.  I  ¿hasta  dónde  llega 
loque  sabemos  de  ellas?  Hasta  donde  ha  podido  llevarnos  la 
óptica,  hasta  la  miniatura  que  pintan  los  rayos  de  luz  en  la 
retina.  Pero  ¿qué  son  las  impresiones  nerviosas  i  cerebrales 
que  se  desarrollan  mas  allá?  Nuestras  ideas  de  los  estados  i 
afecciones  orgánicas  son  ideas  de  causas  ocultas,  de  que  las 
sensaciones  son  signos,  signos  que  se  parecen  aellas,  como  la 
escritura  a  la  voz  humana,  i  no  mas,  ni  talvez  tanto.  La  im- 
portancia psicolójica  de  las  impresiones  consiste  en  las  sen- 
saciones <pic  despiertan,  como  la  de  las  sensaciones  en  su  sig- 
nifica lo  objetivo,  en  la  referencia  que  de  éstas  hace  el  alma  a 
cansas  mediatas  o  inmediatas.  Así  la  percepción  sensitiva  es 
el  verdadero  punto  de  vista,  Mr.  Ftattier  mismo,  en  lo  que  di- 
ce de  las  impresiones  i  las  sensaciones,  se  ve  obligado  a  recu- 
rrir continuamente  a  la  percepción,  aun  para  darse  a  entender. 

n 

'Ir.  Rattfcr  a  su  definición  do  la  sensibilidad 
i   forma  de  las  Bensaoion  cinco  clases: 

Plfl  |  del   tacto, 

Maceres  i  penas  del 

Place  ■    i  penas  del  olfutOj 

\'\  l  oído, 

l  laceres  i  pena  j  de  la  \  i 


FILOS  CÍA  UE   Mil.    RaTTIKR  103 


Quedan,  por  consiguiente,  excluidas  de  su  clasificación  to- 
das las  sensaciones  que  no  son  acompañadas  de  placer  o  de 
pena,  que,  según  él,  son  las  mas  numerosas  de  la  vista,  oído 
i  tacto. 

Por  otra  parte,  aunque  esta  clasificación  de  los  cinco  senti- 
dos externos  está  umversalmente  admitida,  no  puedo  mirarse 
como  completa,  a  no  ser  que  se  incluyan  en  el  sentido  del 
tacto  afecciones  que  de  ningún  modo  le  pertenecen.  De  un 
cuerpo  que  tocamos  se  dice  que  está  caliente  o  fi'io,  como  de 
una  bebida  que  gustamos  se  dice  que  está  dulce  o  amarga,  o 
de  una  superficie  sobre  la  cual  ponemos  la  mano,  que  está 
lisa  O  áspera;  la  percepción  sensitiva  en  estos  tres  caso 
externa  i  plesioscópica,  esto  es,  de  aquellas  en  que  se  refiere 
la  sensación  a  una  causa  externa  que  obra  inmediatamente  en 
un  órgano.  De  un  cuerpo  en  combustión,  colocado  a  cierta  dis- 
tancia, decimos  que  calienta,  como  de  una  lámpara  se  dice 
que  alumbra,  percepción  sensitiva  externa  i  apOSCÓpicaj  el 
objeto  a  que  se  refiere  la  sensación,  no  obra  en  el  órgano  inme- 
diatamente. De  la  misma  especie,  son  las  percepciones  de  la 
temperatura  atmosférica;  cuando  decimos  que  liace  calor  o 
frió,  reconocemos  una  cualidad,  un  estado  externo  a  nosotros, 
que  nos  afecta  de  cierto  modo,  i  que  atribuimos  a  un  sujeto 
vago,  indeterminado,  a  la  naturaleza  que  nos  rodea,  sujeto 
también  de  otros  varios  estados  o  hechos  externos,  como  los 
que  designamos  por  las  expresiones  llueve,  nieva,  hiela. 
Hasta  aquí  la  sensación  puede  llamarse  externa,  porque  se  bu- 
ce signo  de  cualidades  de  la  materia  inorgánica.  Perohai  otros 
casos  en  que  no  es  así.  Tengo  calor,  tengo  frió,  se  dice,  co- 
mo tengo  hambre :  tengo  sueño,  declarando  estados  particu- 
lares del  organismo;  i  eso  mismo  es  lo  que  damos  a  entender 
cuando  decimos  siento  calor,  como  siento  fatiga,  siento 
opresión  en  el  pecho,  me  siento  bueno  o  malo.  De  manera 
que  una  misma  especie  de  sensación  puede  servir  para  percep- 
ciones internas,  en  que  nos  representamos  estados  orgánicos; 
para  percepciones  externas  en  que  nos  representamos  cuali- 
dades de  cuerpos  que  obran  a  cierta  distancia  de  los  órganos; 
i  para  percepciones  externas  en  que  nos  representamos  cuali- 


404  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


(lacles  de  cuerpos  que  tocan  la  superficie  del  nuestro.  Mr.  Rat- 
tier  pondera  en  varias  partes  de  su  Curso  la  admirable  filo- 
sofía de  que  está  como  impregnado  el  lenguaje  vulgar;  i  la 
materia  presente  es  de  aquellas  en  que  los  filósofos  hubieran 
podido  estudiarlo  con  fruto. 

De  todas  las  variedades  de  percepción  a  que  sirven  las  sen- 
saciones de  calor  o  frió,  no  hai  otras  en  que  puedan  confun- 
dirse con  las  del  tacto,  que  aquellas  que  son  producidas  por 
cuerpos  que  realmente  tocamos.  Pero  no  hai  mas  motivo  para 
mirarlas  en  este  caso  como  sensaciones  táctiles,  que  para  dar 
este  título  a  las  sensaciones  peculiares  del  gusto,  que  están 
siempre  asociadas  a  las  del  tacto,  i  que,  sin  embargo,  se  han 
considerado  umversalmente  como  de  diversa  naturaleza.  De 
un  cuerpo  que  gustamos,  podemos  decir  a  un  mismo  tiempo 
que  osl;í  duro  i  que  está  sabroso,  atribuyendo  las  dos  cuali- 
dades a  sentidos  diversos.  ¿No  tenemos  igual  o  mayor  funda- 
mento para  distinguir  dos  sentidos  en  las  sensaciones  de 
dureza  i  calor  que  experimentamos  tocando  una  piedra  que  lia 
estado  expuesta  a  los  rayos  del  sol:*  ¿Hai  mas  analojía,  en  esto 
caso,  entre  las  dos  sensaciones  asociadas?  ¿No  vemos,  al  con- 
trario, que  esta  asociación,  indefectible  en  el  sentido  del  gus- 
to, falta  amenudo  en  las  sensaciones  de  calor  o  frió,  puesto 
que  las  referimos  muellísimas  veces  a  cuerpos  distantes,  a 
ajentes    vagos,    impalpables,    i  aun  a    meros  estados   orgáni- 

Mr.  líaiiicr  ha  hecho  de  los  apetitos  o  deseos  sensuales  un 
p  gro  lo  o  manifestación  de  la  sensibilidad  física.  A  nues- 
tro juicio,  hai  en  ellos  «los  cosas  (pie  deben    distinguirse:    una 

icion  de  malestar,  incomodidad,  desazón,  dolor, que, refe- 
rid •  al  org  mismo,  constituye  una  percepción  sensitiva  interna, 

i  un  OOnatO  de  la  voluntad,  que  no  pertenece  a  los    fenómenos 

de  la  sensibilidad  física,  ¡  deque  tenemos  percepción  intuiti- 

ii  de  conciencia, 
eini.s,    como    Mr.    Rattier,  una    sensibilidad  moral, 

i  la  por  i  Inmateriales.   Las  varias  manifestaciones 

bilidad    tienen   el    título  peculiar  de   omocionrs, 
Por©  no  VOmOS  que  SC  haya 


filosofía  de  mk.  rattier  105 


trazado  con  precisión  el   límite   que  separa  las  sensaciones 
propiamente  dichas  de  los  sentimientos  o  emociones. 

Desde  luego  es  necesario  separar  en  estos  fenómenos  del 
alma  lo  que  pertenece  a  la  voluntad,  que  desea,  quiere,  rehu- 
ye, rechaza,  i  produce  en  el  cuerpo  los  movimientos  corres- 
pondientes, para  procurar  ciertos  objetos  o  evitarlos,  i  lo  que 
pertenece  a  la  intelijencia,  que  recuerda-;  imajina,  juzga,  exco- 
gita medios  i  prevé  consecuencias,  de  lo  que  pertenece  a  la 
sensibilidad  pura,  que  consiste  en  la  molestia,  pena,  desazón, 
dolor  que  el  alma  refiere  a  sí  misma,  i  de  que  tiene  percep- 
ción intuitiva,  pero  que,  llegando  a  cierto  grado  de  intensidad, 
produce  impresiones  orgánicas,  dolores,  incomodidades  que  el 
alma  refiere  al  organismo,  i  de  que  tenemos,  por  consiguien- 
te, percepciones  internas.  Los  fenómenos  de  las  pasiones  i 
afectos  son  sobre  manera  complejos;  i  para  darnos  cuenta  de 
ellos,  es  necesario  descomponerlos  en  sus  últimos  elemen- 
tos. 

Observemos  desde  luego  que,  en  los  fenómenos  de  la  sensi- 
bilidad moral,  la  parto  del  cuerpo  i  la  parte  del  alma  se  mani- 
fiestan regularmente  en  un  orden  inverso  al  que  presentan  las 
excitaciones  de  la  sensibilidad  física.  En  ésta,  un  estado  orgá- 
nico despierta  una  sensación;  la  sensación,  a  su  vez,  excita  a 
la  intelijencia,  que  percibe  el  estado  orgánico,  piensa  en  él  i 
en  los  objetos  que  tienen  relación  con  él;  i  al  ejercicio  de  la 
intelijencia,  sucede  la  intervención  de  la  voluntad,  que  tiene 
los  medios  de  proporcionar  a  el  alma  un  placer  o  de  sustraerla 
a  un  dolor.  Cuando  el  alma  goza,  la  intervención  de  la  volun- 
tad puede  ser  negativa  o  nula.  Satisfecha  el  alma  con  ese  estado 
actual,  se  concentra  en  él.  El  hambre,  por  ejemplo,  principia 
por  una  modificación  particular  del  organismo,  de  que  tenemos 
una  percepción  sensitiva  interna,  a  que  sucede  la  ocupación 
del  pensamiento  en  los  objetos  propios  para  hacer  cesar  la  sen- 
sación penosa  de  necesidad,  i  la  determinación  de  la  voluntad 
hacia  ellos,  que  constituye  un  apetito,  un  deseo  sensual.  Satis- 
faciendo esta  necesidad,  gozamos,  experimentamos  sensaciones 
agradables,  que  referimos  al  organismo.  El  ejercicio  de  la  vo- 
luntad se  debilita  por  grados,  i  al  fin  se  extingue. 


106  OPÚSCULOS  LITBRABI08  I  CIÚTICOS 

Ds  otra  manera  se  desenvuelven  las  emociones  morales,  los 
afectos.  En  este  fenómeno,  la  causa  que  pro. luce  la  sensación, 
llamada  entonces  sentimiento,  es  una  imajinacion,  un  juicio, 
una  idea.  Cuando  presenciamos  las  agonías  de  un  moribundo, 
no  es  la  percepción  visual  del  objeto  externo  lo  que  nos  afecta, 
lo  que  produce  en  nosotros  el  sentimiento  de  compasión  u 
horror,  sino  la  idea  de  los  padecimientos  del  moribundo,  la 
imajinacion  que  nos  coloca  a  nosotros  mismos  en  una  situación 
semejante,  i  el  juicio  deque  lardeo  temprano  hemos  inevita- 
blemente de  vernos  en  ella,  ante  un  porvenir  de  felicidad  o 
miseria,  juicio  que  despierta  en  nosotros  emociones  solemnes, 
profundas.  Estos  afectos  del  alma,  llevados  a  cierto  punto, 
obran  en  el  organismo;  se  revelan  en  nuestra  voz,  en  nuestro 
semblante,  en  nuestras  actitudes  i  movimientos  involuntarios; 
nos  estremecemos,  lloramos.  Las  afecciones  del  organismo 
producen,  al  mismo  tiempo,  percepciones  sensitivas  internas;  i 
a  todo  se  mezcla  la  participación  de  la  voluntad;  el  alma  tiendo 
a  huir  de  ese  espectáculo  que  la  aflijo  i  espanta. 

De  la  misma   manera,    si  la   dicha  inesperada  de  u\\  amigo 

enajena  de  regocijo,  es  evidentemente  la  intelijencia  lo 
que  influye  en  la  sensibilidad,  i  por  medio  de  ésta  en  el  orga- 
nismo. La  alegría  que  en  esa  i  en  otras  ocasiones  semejantes 

irnos,  supone  cierta  participación  de  los  órganos,  quo  pa- 
san entonces  a  un  estado  extraordinario  do  movilidad.  Así 
vemos  manifestarse  esto  afecto  por  saltos  ¡  brincos  en  los  niños 
i  en  f  >das  las  personas  quo  no  se  cuidan  do  la  compostura 

rior.  Por  oso,  el  baile  ha  sido  en  todas  parles  su  expresión 
natural.    -Pero  esa  modificación  corpórea  no  es  mas  que  un 

lado  pálido  de  I  i  quo  pasa  entonces  en  la  intelijonoia,  quo 
hace  combinaciones  rápidas  de  ideas,  viuda  do  un  pensamiento 

a  Otro,  i  pro  luce   la  !  la  jovialidad,  la  al'M- 

.   la  tlMSt<  trio,  ül  almn  no  R  ile  de  un  círculo 

•  violencia  pars  distraerse 
del  -|  ento  que  la  nflije;  busca  la  soleda  1  i  ol  silencio; 

hacen  tan  lentos 

intelectuales;  los  oj  1 1  ie  lijan; 

.  oflriondo  la  mas  des> 


I'ILOOFÍA  DK  Mil.   HATTIKIi  -HIT 


cansada;  apoyamos  la  cabeza  cu  las  manos,  como  si  aun  el 
esfuerzo  habitual  que  es  necesario  para  sostenerla  nos  fuese 
entonces  molesto.  A  veces.,  .con  todo,  la  alegría  i  la  tristeza 
proceden  inmediatamente  del  organismo,  i  pertenecen  a  la 
sensibilidad  física. 

Aun  las  emociones  mas  delicadas,  como  son,  por  ejemplo, 
lasque  suscita  el  ejercicio  de  la  intelijencia,  cuando  contem- 
pla alguna  de  las  Indias  creaciones  de  la  fantasía  poética  o 
artística,  o  cuando  brilla  súbitamente  a  sus  ojos  una  verdad 
nueva,  fecunda  de  consecuencias  importantes,  aun  estas  emo- 
ciones etéreas,  digámoslo  así,  cuque  el  espíritu^  como  despren- 
dido de  la  materia,  se  eleva  a  las  mas  altas  rej iones  a  que  le 
es  permitido  remontarse  en  su  mansión  terrena,  pro. lucen 
modificaciones  orgánicas,  que  se  manifiestan  en  el  semblante. 
¿Quién  pronunció  jamas  el  eurclin  sin  una  bulliciosa  conmo- 
ción de  todo  su  ser  espiritual  i  orgánico?  Cada  pasión  tiene 
sus  jestos,  sus  actitudes,  su  fisonomía,  i  da  modulaciones  pe- 
culiares a  la  voz  humana.  Esto  es  lo  que  imitan  la  declama- 
ción, la  música,  la  pintura,  la  mímica;  i  en  esto  consiste  su 
poder.  Pero  estas  mismas  artes  no  conmueven  la  sensibilidad, 
sino   por  medio  de   la  intelijencia. 

Echamos  menos  en  el  Curso  Completo  la  análisis  de  estos 
fenómenos  de  la  sensibilidad  moral,  bajo  el  punto  de  vista 
psicológico.  Verdad  es  que  el  autor  ocupa  en  ellos  muchas  pa- 
jinas, i  de  las  mas  interesantes  de  su  obra;  pero  que,  por  el 
aspecto  con  que  los  mira,  estarían  mejor  colocadas  en  la  filo- 
sofía mora!.  Los  sentimientos  son  inmediatamente  excitados 
por  la  intelijencia,  que  refleja  el  espectáculo  i  el  movimiento 
del  mundo  moral  i  social,  relijioso  i  político,  literario  i  artísti- 
co. Pero  las  relaciones  de  los  objetos  multiformes  que  en  él  se 
lo  ofrecen,  sea  con  el  individuo  aislado,  o  entre  los  varios 
miembros  de  la  sociedad,  i  sus  efectos  en  la  felicidad  propia, 
en  la  felicidad  común,  i  en  la  realización  de  los  destinos  hu- 
manos, son  del  dominio  de  la  ética.  ¿No  es,  pues,  una  mani- 
fiesta anticipación  de  las  doctrinas  morales  lo  mas  de  lo  que 
se  contiene  desde  la  pajina  200  hasta  la  309?  Léase  como  una 
muestra  (i  pudiéramos  dar  otras  muchas  i  de  mayor  extensión 


408  OPÚSCULOS  LITBRAIUOS  I  CRÍTICOS 

lo  que  dice  Uv.  Rattier  sobre  el  amor  a  la  soledad,  al  fio  del 
titulo  primero,  destinado  a  la  sensibilidad.  E!  asunto  es,  sin 
duda,  importante,  i  está  expuesto  con  la  lucidez  i  elegancia 
que  resplandecen  en  todo  el  Curso.  Pero  ¿aguardaría  nadie 
estos  dos  párrafos  en  otra  parte  de  la  obra,  que  en  la  que  se 
dedica  a  la  actividad  voluntaria,  a  los  deberes  i  destinos  hu- 
manos, en  una  palabra,  al  hombre  moral? 

«El  último  sentimiento  de  que  tenemos  que  dar  cuenta  es 
el  amor  a  la  soledad,  la  necesidad  de  sustraernos  al  mundo  i 
recojernos  en  nosotros  mismos.  Este  sentimiento  no  tiene  su 
principio  en  la  misantropía;  se  huye  a  los  hombres,  no  porque 
se  les  aborrezca,  sino  porque  la  vida  mundana  es  un  obstáculo 
a  la  perfección  a  que  aspiramos.  No  se  trata  de  aquellas  circuns- 
tancias extraordinarias,  que  en  los  primeros  siglos  del  cristianis- 
mo, empujaban  a  millares  de  Heles  a  ret'ujiarse  en  los  desiertos, 
único  asilo  en  que  les  era  dado  gozar,  en  paz,  de  la  libertad 
de  servir  a  Dios  según  su  conciencia.  El  mundo  pagano,  con 
sus  bárbaros  empera  lores,  sus  persecuciones,  sus  patíbulos  i 
verdugos,  bastaba  entonces  para  que  se  tomase  aversión  auna 
sociedad  que  solo  presentaba  proscripciones  a  los  sectarios 
de  la  relijíun  nueva.  Pero,  dice  Mr.  de  Chateaubriand, — cuando 
cesaron  las  calamidades  de  los  siglos  bárbaros,  la  sociedad, 
tan  hábil  para  atormentar  las  almas  i  tan  injeniosa  en  dolor, 
ha  sabido  hacer  que  nazcan  otras  mil  razones  de  adversidad, 
(¡iic  nos  arrojan  fuera  del  mundo.  ¡Qué  de  pasiones  engañadas, 
qué  de  sentimientos  traicionados,  (pié  de  pesares  amargos  nos 
arrastran  a  la  soledad!  —I  aun  no  os  ese  el  único  principio  del 
sentimiento  que  describimos.  No  todos  los  hombros  son  ven- 
dido, por  sus  amigos,  o  abandonados  de  sus  naturales  protecto- 
res, víctimas  dd  infortunio,  o  do  la  injusticia;  pero  todo  hom- 
bre siente,  de  ouand  -  en  cuando,  la  nooosi  la  l  de  vivir  consigo 
del  mundo,  de  sus  Faatidi  >s  i  agitaciones,  i  de 
tas  que  impone  el  comercio  social,  se  retira 

;  tuario  de      I  propio   corazón  i  busca  .illt  una  tiv- 

er  suyo,  i  después  de  haberse 
entregado  todo  entero  a  dad,  i  de  haber  sentido  todo 

el  p  i  mil  obligaciones  que  presoribe,  gusta  de  recobrar 


FILOSOFÍA  DE   MR.  UATTIUn  4<'rJ 


su  existencia,  de  restaurar  su  individualidad,  de  pertenecer  al- 
gunas lioras  a  sí  mismo. 

«Pero  esta  necesidad  de  recojimiento  asume  un  carácter  de- 
terminado en  las  almas  elevadas,  que,  desde  la  altura  del  sen- 
timiento relijiósó,  contemplan  la  perfección  moral  a  que  es 
llamado  el  hombre,  la  corrupción  del  mundo,  los  lazos  que 
tiende  a  la  virtud,  las  pasiones  que  enciende,  i  la  dificultad 
de  cumplir,  entretantos  peligros,  nuestro  inmortal  destino  ... 
El  deseo  de  la  perfección,  i  la  incompatibilidad  de  una  virtud 
sin  mancha  con  el  contacto  impuro  del  mundo  i  el  espectácu- 
lo corruptor  de  sus  vicios  i  escándalos,  he  ahí  lo  que  las  indu- 
ce; a  salir  déla  vida  común,  para  no  tener  que  pelear,  sino  con 
los  enemigos  interiores.  Ahora  pues,  todo  hombre  que  no  es 
enteramente  ajeno  al  sentimiento  relijioso,  halla  en  sí  mismo, 
mas  o  menos  desarrollado,  el  jérmen  de  estos  deseos,  de  estas 
disposiciones  íntimas.  El  cristianismo  lo  ha  depositado  en  todas 
las  conciencias,  con  la  doctrina  de  la  perfección  evanjélica.  Para 
todo  hombre,  hai  momentos  en  que  la  necesidad  de  hurtar  el 
cuerpo  a  la  tiranía  del  mundo  i  a  la  esclavitud  de  las  pasiones, 
se  hace  sentir  poco  o  mucho,  i  en  que  la  imájen  de  aquella 
felicidad  que  se  asocia  a  la  dulce  paz  de  una  vida  oscura, 
consagrada  a  la  virtud,  se  presenta  al  espíritu  de  un  modo 
maso  menos  claro  i  mas  o  menos  atractivo. — Xo  lo  dudemos, 
dice  Mr.  de  Chateaubriand;  tenemos  en  el  fondo  del  alma  mil 
razones  de  soledad;  unos  son  arrastrados  a  ella  por  un  pensa- 
miento inclina  lo  a  la  contemplación;  otros  por  cierto  encoji- 
miento  tímido,  el  cual  hace  que  gusten  de  habitaren  sí  mis- 
mos; i  también  hai  almas  demasiado  excelentes,  que  buscan 
en  vano  en  la  naturaleza  otras  almas,  hechas  para  unirse  con 
ellas,  i  parecen  condena  las  a  una  especie  de  virjinidad  moral 
o  de  viu  lez  eterna.  Pava  estas  almas  solitarias,  es  para  quie- 
nes la  relijion  había  levantado  sus  asilos — .» 

Toda  esta  parte  del  Curso  está  llena  de  excelente  doctrina, 
que  no  puede  dejar  de  ser  provechosísima  a  la  juventud,  donde 
quiera  que  se  coloque;  pero  es  mejor  que  esté  en  su  lugar. 

Observaremos  de  paso,  para  la  debida  exactitud  i  precisión 
del  lenguaje,  que  la  palabra  sen!  i  míenlo  es   propiamente  un 


410  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

hecho  de  la  sensibilidad,  i  nada  mas;  designa  la  especio  do 

sensaciones  despertadas  por  la  intelijencia,  como  las  otras  lo 
son  por  el  organismo.  Al  fenómeno  complejo  en  que  concurren 
a  un  tiempo  la  intelijencia,  la  sensibilidad  física  i  moral,  i  las 
tendencias  o  determinaciones  de  la  voluntad,  convienen  mejor 
bus  palabras  pn<ion,  aféelo. 


III 

En  el  título  "2."  de  la  psicolojía,  se  trata  de  las  percepciones >, 
materia  en  que  se  nos  permitirá  decir  que  las  clasificaciones  i 
nomenclatura  de  Mr.  Rattier  están  mui  lejos  de  satisfacernos. 
1.  Primeramente,  dando  el  nombre  de  sentido  íntimo  ala 
conciencia,  sería  necesario  advertir  que  esta  denominación  no 
debe  entenderse  sino  como  una  simple  metáfora,  porque  no  exis- 
te identidad  de  naturaleza  entre  la  conciencia  i  los  sentidos,  en- 
tre las  percepciones  directas  que  el  alma  tiene  de  sí  misma,  i  las 
percepciones  indirectas  de  los  sentidos,  que  no  ven  el  objeto  en 
sí  mismo,  sino  representado,  simbolizado  por  una  cosa  del 
todo  diversa,  la  sensación.  En  el  ejercicio  dolos  sentidos,  lo 
que  el  alma  percibe  directamente  es  la  sensación  por  medio  de 
la  conciencia;  i  HO  percibe  las  cualidades  materiales,  sino  do 
un  modo  indirecto,  representándoselas  por  medio  de  las  diver- 

sensaciones  que  los  objetos  materiales  excitan  en  ella.  Esta 
nos  parece  una  idea  fundamental  en  psicolojía;  i  no  sería  difícil 
probar  que  las  diverjencias  do  los  varios  sistemas  psioolóji- 

provienon  casi  todas  de  no  formularse  este  principio  con  la 

,  -ion  necesarias. 

En  "•,  para  quien  la  sensación  os  toda  el 

i,  la  conciencia  es  un  sentido.  .Mas,  separadas  la  sensibili- 
dad i  la  intelijencia,  no  vemos  porqué  so  hayan  de  poner  en 
una  ;  iría  que  darles  un  mismo  nombre)  las 

les  que  pertenecen  o  la  primera  oon  la 
faoull  leneia,  que  contempla  todas  las 

modi  los  sus  actos. 

o  palabras  correlativas;   la  primera 


FILOSOFÍA  DE  MR.   IUTTIEK  4lt 


denota  la  facultad  o  capacidad.,  cuyo  ejercicio  actual  o  indivi- 
dual es  designado  por  la  segunda.  Respecto  de  la.  conciencia, 
tío  tenemos  una  voz  cognada  que  signifique  los  actos,  como  la 
tiene  el  idioma  ingles  (conscience,  conscionsness);  i  por  eso, 
en  nuestra  lengua,  se  suelen  designar  con  una  misma  palabra 
la  facultad  i  los  actos;  pero  pudiéramos  apropiar  a  éstos  la  de- 
nominación de  intuiciones,  que  les  conviene  perfectamente,  i 
no  es  nueva  en  esta  acepción.  Así  lo  liemos  hecho,  i  seguire- 
mos haciéndolo. 

2.  Mr.  Rattier  divide  las  percepciones  en  seis  clases:  percep- 
ciones interiores  o  de  conciencia,  «conocimiento  que  toma  el 
yo  de  todos  los  fenómenos  que  en  él  se  producen,  de  todas  las 
modificaciones  de  (jiie  es  actualmente  sujeto»  (tomo  1,  pajina 
321);  recuerdos,  percepciones  de  los  hechos  interiores  pasados 
(pajina  341);  percepciones  materiales  externas;  percepciones 
de  relación,  que  se  atribuyen  a  una  facultad  especial  llamada 
razón;  percepciones  morales,  por  cuyo  medio  conocemos  el 
bien  i  el  mal  moral;  percepciones  estéticas,  que  nos  dan  a  co- 
nocer lo  bello  i  lo  feo. 

Esta  división  nos  parece  viciosa  por  varios  respectos.  No  es 
exacto  que  en  los  recuerdos  percibamos  siempre  hechos  inte- 
riores pasados.  Cuando  nos  limitamos  a  recordar  una  afección 
circunscrita  a  el  alma,  un  puro  objeto  de  la  conciencia,  pudie- 
ra decirse  (aunque  no  con  una  completa  propiedad  que  el 
recuerdo  es  una  intuición  de  lo  pasado,  i  la  memoria  una  con- 
ciencia retro-intuitiva.  Pero,  cuando  recordamos  objetos  ex- 
ternos, la  música  que  oímos  anoche  en  el  teatro,  las  llores  que 
vimos  ayer  en  el  jardín,  la  serie  de  perspectivas  que  se  nos 
han  presentado  en  un  viaje,  ¿podremos  mirar  estos  actos  del 
alma  que  versan  sobre  cosas  materiales,  como  meras  percep- 
ciones de  hechos  interiores  pasados?  ¿Podremos  darles  ese 
título  sin  una  impropiedad  manifiesta?  Si  las  percepciones 
actuales  no  son,  todas,  percepciones  de  hechos  interiores  pre- 
sentes, ¿por  qué  los  recuerdos,  reproduciendo  las  percepciones 
que  fueron  actuales,  lian  de  ser,  todos,  percepciones  de  hechos 
interiores  pasados? 

La  memoria  reproduce  las  percepciones  orijinales  o  actuales 


W'l  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

de  tocias  especies;  i  por  consiguiente,  los  recuerdos,  las  percep- 
ciones reproducidas,  se  dividen  en  las  mismas  especies  que 
las  percepciones  orijinales. — -Las  percepciones  orij ¡nales,  las 
percepciones  propiamente  dichas,  sean  intuitivas  o  sensitivas, 
de  hechos  interiores  atestiguados  por  la  conciencia,  o  de  he- 
chos exteriores  a  el  alma,  que  conocemos  por  los  sentidos, 
forman  un  jénero;  los  recuerdos,  en  que  se  reproducen  todas 
esas  percepciones,  forman  otro  jénero  colateral,  tan  extenso 
como  el  primero. 

Pero  el  recuerdo,  aun  cuando  se  trate  de  un  hecho  circuns- 
crito a  el  alma,  de  un  hecho  de  conciencia,  no  es  propiamen- 
te la  intuición  de  un  hecho  interior  que  ya  no  es.  En  el  re- 
cuerdo, se  renueva  un  estado  anterior  del  alma  con  mas  o 
menos  viveza. — Pero  hai  algo  mas  que  una  simple  renovación 
en  los  fenómenos  de  la  memoria.  El  alma  asocia  al  objeto  del 
recuerdo  la  idea  de  tiempo  pasado,  idea  que  nace  espontánea- 
mente en  el  recuerdo,  i  cuyo  primer  oríjen  está  sin  duda  en 
él.  Por  una  lei  primitiva  de  la  intelijencia,  colocamos  el  objeto 
de  la  percepción  renovada  en  una  perspectiva  distinta  de  la 
que  obra  actualmente  sobre  los  sentidos  o  la  conciencia,  con- 
cibiendo entre  las  dos  perspectivas  una  relación  particular 
indefinible,  la  relación  de  9Ucesioni  en  que  la  perspectiva  re- 
novada es  án¿6¿,  i  la  perspectiva  actual,  despv.es, 

'.\.  El  (aiarto  miembro  de  la  división  anterior  de  Mr.  Rattier 

ofrece  también  dificultades  graves.  VA  autor  enumera,  en- 

I  \ñ  percepciones  de  relación,  las  de  semejanza  o  diferencia, 

de  efecto  i,  de  fenómenos  a  sustancia,  de  cuerpo  a  es- 

>,  (}>•   existencia  a  duración,  Ar   orden  a  intelijencia,  de  lo 

linit  .  a  lo  infinito,  de  lo  relativo  a  lo  absoluto,  de  lo  oontinjon* 

irio,  de  hechos  a  leyes,  ^-  principios  a  oonsecuen- 

imen  do  esta  enumeración  nos  engolfaría  en  dis- 

,is  interminables.  Por  ah  >ra,  nos  limitaremos 

..  alg  ni  a  indicaciones;  i  diremos,  en  primer  lugar,  que 

por  qué    motivo    no   se   haya 

ella   le  percepción  de  una  relación  diferen- 
te de  todas  las  en  que  el  misino  Mr.  Rattier  i  iodo 
undo  reconoce;  lo  de  identidad  i  distinción  entendiendo 


filosofía  de  mu.  rattier  113 


por  distinto  lo  no  idéntico,  que  es  su  significado  propio). 
Apenas  es  menester  advertir  que  no  es  lo  misino  semejante  o 
diferente,  que  idéntico  O  distinto.  Dos  hojas  de  un  árbol  son 
semejantes,  i  en  tanto  grado  pueden  serlo,  que  no  percibamos 
la  menor  diferencia  entre  ellas,  sin  que  por  eso  dejen  de  ser 
distintas,  puesto  que  forman  dos  seres,  i  no  uno  solo.  Por  el 
contrario,  el  yo  del  niño  i  el  de  la  misma  persona  en  la  vejez, 
son  diferentísimos,  i  sin  embargo,  idénticos.  Ni  es  peculiar  de 
la  identidad  el  percibirse  en  un  mismo  ser,  al  paso  que  las  otras 
relaciones  se  perciben  ordinariamente  entre  seres  distintos. 
Porque  una  cosa  puede  parecemos  semejante  o  desemejante  a 
sí  misma,  contemplada  en  situaciones  diversas;  i  la  duración 
no  es  mas  que  la  sucesión  continua  de  una  cosa  a  sí  misma. 

Otra  relación  ha  omitido  Mr.  Rattier  entre  las  que  pueden 
ser  objetos  de  percepciones  especiales,  relación  que  es  el  ele- 
mento constitutivo  de  todas  nuestras  i  leas  de  tamaño,  número, 
cantidad  e  intensidad,  relación  que  ocurre  cada  instante  al  en- 
tendimiento, i  sobre  la  cual  está  fundado  el  vasto  edificio  de 
las  ciencias  matemáticas.  Hablamos  de  la  relación  de  igualdad 
o  desigualdad,  de  mas  o  menos.  I  no  es  menester  probar  que 
no  se  reduce  a  ninguna  de  las  enumeradas  por  Mr.  Rattier;  i 
que,  en  último  resultado,  es  un  concepto  elemental,  indefinible. 

Señalando  la  de  la  existencia  a  la  duración,  quiere  decir  Mr. 
Rattier  que  no  podemos  concebir  una  cosa  como  existente,  sin 
que  por  el  mismo  hecho  la  refiramos  a  aquella  grande  escala 
con  que  medimos  las  existencias:  el  tiempo.  Así  es  en  efecto. 
Pero  ¿es  este  un  concepto  relativo  simple?  ¿Qué  es  el  tiempo, 
sino  un  agregado  continuo,  infinito  e  infinitamente  divisible, 
de  sucesiones?  ¿I  (pié  es  la  sucesión  sino  una  de  las  varias  fases 
en  que  se  nos  presenta  la  relación  que  designamos  con  las  pa- 
labras simultaneidad,  sucesión,  útiles,  después?  ¿Xo  deno- 
tamos con  cada  una  de  ellas  un  concepto  elemental,  indefinible, 
que  entra  como  parte  integrante  en  las  ideas  de  duración  i 
de  tiempo? 

Mutatis  mutandis,  podemos  aplicar  lo  mismo  a  la  relación 
de  cuerpo  a  espacio.  No  podemos  concebir  cuerpo  sin  que  lo 
refiramos  a  cierta  porción  del  espacio.  I  como  el  espacio  mismo 


i!  i  OPÚSCULOS  LITET.AIUOS  I  CIÚTICOS 


es  un  agregado  continuo,  infinito  e  infinitamente  divisible,  de 
relaciones  de  extraposicion  entre  puntos  imajinarios  en  todas 
las  direcciones  posibles,  sígnese  que  el  concepto  de  extraposi- 
cion es  el  concepto  constitutivo  del  espacio,  como  lo  es  de  las 
ideas  de  extensión,  tamaño,  figura,  situación  i  distancia.  Pero 
la  extraposicion  misma  no  es  una  relación  elemental  c  indefi- 
nible. Hemos  manifestado  su  composición  en  uno  de  los  artí- 
culos del  Crepúsculo. 

La  relación  del  efecto  a  la  causa  pudiera  no  ser  otra  cosa 
que  el  concepto  de  la  sucesión  uniforme  i  constante  de  dos  fe- 
nómenos, uno  de  los  cuales  acarrea  invariablemente  al  otro, 
de  manera  que,  dado  el  primero,  somos  inducidos  a  concebir 
que  le  sigue  el  segundo.  Mucho  se  ha  disputado  sobre  esto; 
pero  no  creemos  se  haya  probado  hasta  ahora  que  haya  en  la 
causa l ¿dad  otra  cosa  que  sucesión  uniforme  i  constante,  ne- 
cesaria unas  veces,  como  entre  la  primera  causa  i  las  otras,  i 
otras  veces  continjente,  derivada  do  la  ordenación  suprema, 
que  ha  encadenado  los  fenómenos,  sometiéndolos  a  ciertas  le- 
yes, a  ciertas  conexiones  constantes.  Como  quiera  que  sea, 
Mr.  Uattier  entiende  por  relación  del  efecto  a  la  causa,  un 
axioma,  una  lei  del  raciocinio,  en  virtud  de  la  cual  concebimos 
que  todo  nuevo  fenómeno  supone  una  causa;  que  todo  lo  que 
se  produce  a  nuestros  sentidos,  a  nuestra  intelijencia,  supone 
algo  que  le  ha  precedido  acarreándolo,  produciéndolo,  en  vir- 
tud de  esas  leyes  de  sucesión  constante,  establecidas  por  la 

Ha,  primera.  Tenemos  asi  confundidas  las  relacio- 

[ue  pueden  percibirse  directamente,  con  relaciones  mas 
ilas,  con  la» leyes  del  raciocinio,  que  formulamos  en  axio- 
i|ue  pertenecen  propiamente  a  la  razón. 
s< »bre  la  relación  de  lo  finito  a  lo  infinito,  habría  mucho  que 
decir.  Sientan  algunos  fHosofos  i  esta  doctrina  es  bastante  jo- 
neral  en  el  din    que  por  el  hecho  de  presentarse  al  entendi- 
miento u  finita  nace  en  él  necesariamente  la  Mea  del 
Infinito,  porque  finito  quiere  decir  no  infinito.  Pero  la  verdad 

íntelijenoias  humanas,  ocupadas 
intérnente  en  eoaaa  finitas,  llegan  al  último  término  de 
1 1    ni  o  alumbrar  eso  infinito  er  por  medio  del  dog< 


FILOSOFÍA  DE  Mi!.  RATTIKH  415 

ma  rclijio.so,  que  los  revela  la  incomprensible  infinitud  de  los 
atributos  divinos,  la  eternidad  de  la  existencia  futura,  etc. 
Ni  es  lo  mismo  presentarse  al  entendimiento  una  cosa  linita, 
que  concebirla  como  no  infinita.  ¿Puede  dudarse  que  la  inte- 
lijencia  infantil  se  representa  con  la  mayoi*  claridad  los  obje- 
•tos  corpóreos  en  su  natural  figura  i  tamaño  sin  pensar  en  lo 
infinito?  ¿I  no  es  esto  lo  mismo  (pie  pasa  en  los'  entendimien- 
tos adultos,  con  mui  limitadas  excepciones?  La  idea  del  infini- 
to no  entra  en  los  procederes  ordinarios  i  espontáneos  de  la 
razón  humana;  es  una  deducción  filosófica,  erizada  de  difi- 
cultades, en  que  el  entendimiento  puede  apenas  abrirse  cami- 
no entro  contrarios  absurdos. 

Casi  otro  tanto  puede  decirse  de  la  relación  de  lo  eontin- 
jente  a  lo  necesario.  Deduciremos  lo  segundo  de  lo  primero, 
como  deducimos  del  orden  la  causa  intelijente,  i  de  lo  relativo 
lo  absoluto,  i  de  los  fenómenos  la  sustancia,  i  de  los  princi- 
pios las  consecuencias,  por  el  raciocinio  de  demostración,  i  de 
los  hechos  las  leyes  jenerales  por  el  raciocinio  analójioo.  Pero 
ya  que  Mr.  líattier  ha  querido  darnos  una  lista  de  las  relacio- 
nes que  sirven  al  raciocinio  i  pertenecen  a  la  razón,  ¿no  hubiera 
debido  mencionar  aquí  una  de  las  mas  familiares  al  entendi- 
miento, la  que  sirve  a  la  especie  particular  de  raciocinio,  lla- 
mada SílojismOj  es  a  saber,  la  relación  del  continente  al 
contenido,  de  la  especie  al  j enero?  Domina  sobre  este  punto 
en  las  escuelas  una  idea  que  nos  parece  errónea.  No  todo  ra- 
ciocinio es  silojismo;  hai  en  el  entendimiento  varios  tipos  de- 
raciocinio,  espontáneos,  instintivos,  que  se  diferencian  entre 
sí,  según  la  relación  particular  sobre  que  versan;,  i  si  bien 
muchos  de  ellos  (no  todos)  pueden  reducirse  al  silojismo  por 
medio  de  un  largo  circuito,  no  es  necesaria  esta  reducción,  ni 
representa  hecho  alguno  intelectual.  No  es  necesaria,  porque 
cada  uno  de  estos  procederes  avasalla  por  sí  solo  al  entendi- 
miento con  tanto  o  mas  poder  que  el  silojismo,  sin  necesidad 
de  que  lo  comprobemos  por  él.  I  no  representa  hecho  alguno 
psicológico,  porque  esa  reducción  (cuando  es  posible)  es  un  ar- 
tificio mecánico  de  la  escuela,  i  no  una  operación  espontánea 
de  la  inlelijencia. 


ílii  OPÚSCULOS  LITERAAI08  1  CRÍTICOS 

Pero  este  cuarto  miembro  de  clasificación  de  las  percepcio- 
nes nos  presenta  ademas  el  inconveniente  de  comprenderse  en 
los  dos  primeros. 

Toda  percepción  es  un  juicio;  i  todo  juicio  envuelve  de  ne- 
cesidad una  relación.  En  las  percepciones  intuitivas  o  de 
conciencia,  el  yo  reconoce  un  fenómeno  interior  como  suyo  i  lo 
identifica  consigo  mismo.  El  yo,  por  ejemplo,  que  ahora  expe- 
rimenta cierta  sensación,  es  el  mismo  yo  en  que  la  memoria 
me  reproduce,  mas  o  menos  oscura  i  vagamente,  una  cadena 
inmensa  de  modificaciones,  cuyo  principio  se  pierde  para  mí 
en  el  sombrío  horizonte  de  lo  pasado,  relación  de  identidad, 
que  no  puede  menos  de  presentarse  con  bastante  claridad  al 
entendimiento  desdo  aquella  temprana  edad  en  que  el  niño  es 
capaz  de  usar  el  pronombre  de  la  primera  persona,  que  signi- 
fica la  propia  sustancia,  una,  continua,  i  siempre  la  misma, 
agregándole  adjetivos  i  verbos  que  significan  las  modificacio- 
nes i  estados  accidentales  de  su  ser,  incesantemente  variables. 
De  donde  nace  otra  relación,  la  de  los  modos  o  fenómenos  a 
la  sustancia,  cuyo  tipo  ve  el  hombre  en  sí  mismo,  i  lo  aplica 
después  a  los  demás  sores,  relación  que  so  revela  también 
muí  temprano  por  el  uso  de  los  sustantivos,  adjetivos  i  ver- 

Eú  las  percepciones  sensitivas,  no  es  la  identidad  la  relación 
característica;    la   sensación  es  para  el   alma  el  efecto  de  una 

i  (pie  no  es  ella;  la  relación  que  el  juicio  pronuncia  ea  la 

de   causalidad,    acompañada  lie  varias  oirás;    la  de  distinción 
la  causa  de  la  sensación  que  experimento   no   68  el  yo)¡  la  de 

La  sustancia  formada  sobre  el  tipo  de  los  teñóme* 

¡ores  referidos  al  yo  sustancial),  i  las  de  localidad  o 

espacio,  (píese  manifiestan  asimismo  en  una  edad  temprana 

por  el  uso  de  las  innumerables  palabras  que  significan  lugar, 

situación,  distancia,  figura,  tamaño. 

En  un  .  Intervienen  ademas  Ideas  de  tiempo,  rela- 

ojoni  lultanoidad,  de  sucesión,  de  antes  i  después,  que 

¡i  también  desde  i.t  niftez  por  el  halda,  i  especialmen- 
te por  la  conjugación  del  vorbo,  que  nace  tanto  [tapel*en  el 
mi  mío  del  leí 


FILOSOFÍA  DE  UR.  RATTIER  417 

Aun  liai  mas.  Si  clamos  al  objeto  percibido  uno  o  mas  nom- 
bres, si  lo  llamamos  (mentalmente)  espíritu  o  cuerpo,  esfera  o 
prisma,  planta  o  piedra,  blanco  o  rojo,  como  no  podemos  me- 
nos de  hacerlo  desde  el  primer  desenvolvimiento  de  la  inteli- 
gencia, tendremos  en  toda  percepción  una  o  mas  relaciones  de 
semejanza,  porque  dar  un  nombre  jencral  a  un  objeto  es  refe- 
rirlo a  una  clase  en  virtud  de  la  semejanza  que  percibimos 
entre  ese  objeto  i  los  demás  objetos  de  la  clase;  i  aun  cuando 
le  damos  un  nombre  propio,  percibimos  la  semejanza  del  ob- 
jeto en  situaciones  diversas,  i  do  la  semejanza  inferimos  la 
identidad.  Así  en  cada  objeto  que  percibimos  bai  un  grupo  mas 
0  menos  complicado  de  relaciones. 

Si,  pues,  en  toda  percepción  van  envueltas  relaciones,  ¿qué 
es  lo  que  tienen  de  peculiar  i  característico  las  que  se  llaman 
en  el  Curso  de  Mr.  Ratticr  percepciones  de  relación?  ¿No  su- 
pondría este  cuarto  miembro  que  los  otros  cinco  son  percep- 
ciones de  lo  absoluto?  ¿Percibimos  algo  absoluto?  Creemos  que 
nó,  i  que  cuando  llamamos  absoluto  un  objeto  do  percepción, 
prescindimos  de  las  relaciones  que  entran  necesariamente  en 
todas  las  percepciones  como  elementos  esenciales  de  que  no 
podemos  despojarlas. 

Las  relaciones  esenciales  e  inseparables  de  las  percepciones 
son  la  de  identidad  en  las  intuitivas  o  de  conciencia;  i  la 
de  causalidad  en  las  sensitivas,  que  tienen  algo  material  por 
objeto.  Cuando  digo,  por  ejemplo,  que  estoi  triste  o  ale- 
gro, no  hai  duda  que  comparo  mi  estado  presente  con  otros 
que  de  antemano  he  percibido  en  mí,  i  que  de  esta  compara- 
ción naco  la  idea  de  semejanza,  pero  si  soi  capaz  de  comparar 
el  estado  presente  con  otros,  es  porque  veo  el  estado  presente 
en  sí  mismo  i  separado  de  los  otros.  No  puedo  sin  duda  ex- 
presarlo, sino  valiéndome  de  un  nombro  jeneral  que  envuelve 
una  comparación;  pero  este  es  un  acto  ulterior  que  se  sobre- 
pone a  la  percepción  de  mi  estado  presente  en  sí  mismo.  Do  la 
misma  manera,  cuando  percibo  que  un  cuerpo  es  blanco  o  ro- 
jo, hai  dos  actos  separables:  la  percepción  del  color  en  sí  mis- 
mo, iia  comparación  de  este  color  con  otros  colores  conocidos, 
en  virtud  de  la  cual  percibo  una  semejanza  que  me  hace  dar 

0PÚ8G,  53 


\\S  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


al  color  que  veo  el  mismo  nombre  que  a  otros  colores  que  he 
visto.  Lo  que  no  puedo  separar  de  la  percepción  intuitiva  o 
sensitiva,  es  el  juicio  en  que  reconozco  a  la  afección  de  mi  ser, 
o  simplemente  como  una  modificación  del  ?/o,  o  a  lemas  como 
un  efecto  i  signo  de  una  causa  que  no  es  el  yo.  Se  llaman, 
pues,  percepciones  absolutas  las  que  solo  envuelven  estas  re- 
laciones esenciales,  i  percepciones  de  relación  las  otras. 

De  lo  cual  se  sigue  que  las  percepciones  de  relación  no 
constituyen  una  especie  distinta  de  Jas  percepciones  de  concien- 
cia o  de  las  percepciones  sensitivas  que  Mr.  Rattier  llama 
exteriores;  que  las  percepciones  de  conciencia  pueden  ser  ab- 
solutas o  relativas;  i  las  percepciones  sensitivas  lo  mismo. 
Peca,  pues,  la  clasificación  de  Mr.  Rattier  de  la  misma  mane- 
ra que  pecaría  la  clasificación  de  las  plantas  de  un  huerto  si 
las  dividiésemos  en  indíjenas,  exóticas,  anuales  i  perennes!: 
porque  las  indíjenas  pueden  ser  anuales  o  perennes,  i  las  exó- 
ticas lo  mismo. 

Otros  reparos  pudieran  hacerse  sobre  las  percepciones  mo- 
rales, i  las  percepciones  estéticas;  pero  el  examen  de  unas  i 
otras  exijiria  mas  espacio  que  el  de  los  breves  artículos  que 
sobre  esta  materia  hemos  destinado  a  la  Revista.  Concluire- 
mos con  una  observación  que  nos  parece  importante. 

La  rel&cion  es  la  obra  de  la  inteligencia  sobre  los  materia- 
les que  le  ofrecen  la  conciencia  i  la  sensibilidad,  En  las  percep- 
ciones de  relaeion,  la  inteligencia  esactiva,  fecunda.  Concibe, 
crea  en  cierto  modo,  algo  que  los  materiales  sobre  los  cuales 
trabaja  no  contienen;  que  no  existe  en  elfos  sino  como  causa  o 
fundamento,  i  que  necesita  de  una  elaboración  ulterior.  Pu- 
diéramos experimentar  sensaciones  semejantes  i  no  percibir 
semejanza;  la  relación  de  semejanza  es  una  especie  de  crea' 
oion,  on  que  el  entendimiento  ejerce  oierta  actividad  que  le  es 
propia,  actividad,  sin  embargo,  determinada  por  la  naturaleza 

<]<■   I  i  comparan.    Las  |)eroepOÍOneS  de  ivla- 

eomplet.i  u  verdaderas  ideas,  no- 

•  limiento 

de  S&ntingo,  Afto  do  i-  19 


ENSAYOS  LITERARIOS 

i    C  R  í  T  ICOS 

P  U  K    i>  0  N    A  1-  B  Ii  H  T  O    LISTA     l     ARAGÓN 


Los  jóvenes  que  se  dedican  ala  literatura,  i  especialmente  a 
la  poesía,  hallarán  en  esta  colección  observaciones  mui  sensa- 
tas, mucho  conocimiento  del  arte,  i  una  filosofía  sólida  i  so- 
bria, sin  pretensiones  de  profundidad,  sin  la  neblina  metafísica 
con  que  parece  que  recientemente  se  ha  querido  oscurecer,  no 
ilustrar,  la  teoría  de  la  bella  literatura.  A  todas  estas  cualida- 
des, reúne  don  Alberto  Lista  el  mérito  de  un  lenguaje  puro  i 
correcto,  i  de  un  estilo  natural  i  elegante,  que  está  siempre  al 
nivel  de  su  asunto,  i  se  eleva  a  la  altura  conveniente  cuando 
so  le  ofrece  desenvolver  las  leyes  primordiales  de  las  creacio- 
nes artísticas,  i  establecerlas  sobre  la  naturaleza  de  las  facul- 
tades intelectuales  i  los  instintos  del  alma  humana.  Ningún 
escritor  castellano,  a  nuestro  juicio,  ha  sostenido  mejor  que 
don  Alberto  Lista  los  buenos  principios,  ni  ha  hecho  mas  vi- 
gorosamente la  guerra  a  las  extravagancias  de  la  llamada  li- 
bertad literaria,  que,  so  color  de  sacudir  el  yugo  de  Aristóteles 
i  Horacio,  no  respeta  ni  la  lengua  ni  el  sentido  común,  que- 
branta a  veces  hasta  las  reglas  de  la  decencia,  insulta  a  la  re- 
lijion,  i  piensa  haber  hallado  una  nueva  especie  de  sublime  en 
la  blasfemia. 

Como  esta  nueva  escuela  se  ha  querido  canonizar  con  el  tí- 
tulo de  romántica.!  don  Alberto  Lista  ha  dedicado  algunos  de 


120  OPÚSCULOS  LITUHARIOS  I  CItÍTiCOS 


sus  artículos  a  determinar  el  sentido  de  esta  palabra,  averi- 
guando hasta  qué  punto  puede  reconocerse  el  romanticismo 
como  racional  i  lejítimo.  Aunque  no  se  convenga  en  todas  las 
ideas  emitidas  por  este  escritor  (i  nosotros  mismos  no  nos  sen- 
timos inclinados  a  aceptarlas  todas),  hemos  creído  que  los  ar- 
tículos que  ha  dedicado  a  estas  cuestiones,  dan  alguna  luz 
para  resolverlas  satisfactoriamente. 

La  palabra  romántico  nos  ha  venido  de  la  lengua  inglesa, 
donde  se  deriva  de  romance.  Con  esta  última  palabra,  que  es 
de  oríjen  francés,  se  significó  al  principio  la  lengua  vulgar 
francesa,  para  distinguirla  de  la  latina,  que  se  cultivaba  en 
las  escuelas,  i  estaba  casi  reducida  a  la  iglesia  i  los  claustros. 
Por  extensión,  se  dio  el  mismo  nombre  a  las  composiciones  en 
lengua  vulgar,  i  señaladamente  a  las  del  jénero  narrativo,  en 
que  se  contaban  los  hechos  do  algún  personaje  real  o  imagi- 
nario, es  decir,  a  las  historias  o  novelas  en  prosa  o  verso,  en- 
tre las  cuales  tuvieron  particular  celebridad  las  jestas  i  los  li- 
bros de  caballería. 

«Antes  que  hubiese  una  escuela  de  literatura  llamada  ro- 
manticismo (dice  don  Alberto  Lista),  vemos  usado  en  los  es- 
critores ingleses  de  mas  nota  el  epíteto  de  romantic  en  senti- 
do metafórico,  i  aplicado  a  aquellos  sitios  en  que  la  naturaleza 
desplega  toda  la  varieda  i  de  sus  formas  con  el  aparente  des- 
orden que  la  caracteriza  entre  los  contrastes  de  hermosas  cam- 
piñas i  collados  amenos  con  montes  escarpados,  precipicios 
horribles  i  peñascos  estériles  e  incultos.   La  propiedad  do  la 

metáfora  es  Visible;   esos  paisajes  se  llaman  románticos  por  su 

semejanza  con  los  que  se  describen  en  las  novelas,  i  que  los 
autores  pintan  adornados  de  todos  aquellos  contrastes  i  belle- 

...    Hé  aqui  OUantO    hemos   podido   averiguar  acerca  del 

oríjen  déla  voz  ?'omanf ¿cismo.  Según  él,  solo  puede  significar 
e  de  literatura,  cuyas  producciones  Be  semejan  en 

plan,  estilo  i  adornos  a  las  del  jénero  novelesco.» 

una  nías  latitud  pudiera  qui/.as  darse  a    esta   deducción. 

podría  decirse  que  na  con  aquella  palabra  una 

de  literatura  producción!  emejan,  no  a  las 

•  n  que  oomo  l<  i  que  bosqueja 


ENSAYOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS  421 

el  señor  Lista,  sino  a  los  paisajes  mismos  descritos?  ¿Qué  es  lo 
que  carao  teriza  esos  sitios  naturales?  Su  magnífica  irregulari- 
dad; grandes  efectos,  i  ninguna  apariencia  de  arte.  ¿I  no  es 
esta  la  idea  que  se  tiene  jeneralmcnte  del  romanticismo? 

Ahora  pues,  desde  el  momento  en  que  se  impone  el  roman- 
ticismo la  obligación  de  producir  grandes  efectos,  esto  es,  im- 
presiones profundas  en  el  corazón  i  en  la  fantasía,  está  lejiti- 
mado  el  jénoro.  La  condición  de  ocultar  el  arte,  no  será 
entonces  proscribirlo.  Arto  ha  de  haber  forzosamente.  Lo  hai 
en  la  Divina  Comedia  del  Dante,  como  en  la  Jcrusalcn  del 
Taso.  Pero  el  arte  en  estas  dos  producciones  lia  seguido  ca- 
minos diversos.  El  romanticismo,  en  este  sentido,  no  reco- 
nocerá las  clasificaciones  del  arte  antiguo.  Para  él,  por  ejem- 
plo, el  drama  no  será  precisamente  la  trajedia  de  Hacine,  ni 
la  comedia  de  Moliere.  Admitirá  jéneros  intermedios,  ambi- 
guos, mixtos.  I  si  en  ellos  interesa  i  conmueve,  si  presentan- 
do a  un  tiempo  príncipes  i  bufones,  haciendo  llorar  en  una 
escena  i  reír  en  otra,  llena  el  objeto  de  la  representación  dra- 
mática, que  es  interesar  i  conmover  (para  lo  cual  es  indispen- 
sable poner  los  medios  convenientes,  i  emplear,  por  tanto,  el 
arte),  ¿se  lo  imputaremos  a  crimen? 

En  esto  creemos  estar  sustaneialmente  de  acuerdo  con  don 
Alberto  Lista.  «Las  reglas  de  los  antiguos,  dice,  fueron  dedu- 
cidas del  estudio  i  observación  de  los  modelos,  comparados 
con  los  efectos  que  debían  naturalmente  producir  en  la  fanta- 
sía i  el  corazón,  porque  a  esto  hemos  de  venir  siempre  a  parar. 
El  jenio  que  describe,  está  obligado  a  satisfacer  al  gusto  que 
goza  i  siente.  La  facultad  de  crear  en  las  artes  tiene  por  obje- 
to complacer  el  sentimiento  innato  de  la  belleza,  que  reside  en 
el  hombre.  Este  es  el  principio  fundamental  de  la  ciencia 
poética,  i  esta  es  la  primera  lei  del  arte;  de  ella  se  deducen  las 
demás. 

«No  creemos,  pues,  que  el  romanticismo,  si  es  algo,  sea  una 
cosa  tan  frivola  i  tenue  como  lo  sería  la  mera  imitación  de  las 
novelas,  ni  tan  anárquica  i  disparatada,  como  una  declaración 
de  guerra  alas  leyes  del  buen  gusto,  dictadas  por  la  natura- 
leza, deducidas  de  la  observación,  i  consagradas  por  grandes 


i'.'-  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

maestros  i  grandes  modelos.  Pues  si  no  es  eso,  ¿qué  podrá 
ser?  ¿Qué  valor  podremos  dar  a  esta  palabra?» 

Es  preciso,  con  todo,  admitir  que  el  poder  creador  del  jenio 
no  está  circunscrito  a  épocas  o  fases  particulares  de  la  luí  ina- 
nidad; que  sus  formas  plásticas  no  fueron  agotadas  en  la  Gre- 
cia i  el  Lacio;  que  es  siempre  posible  la  existencia  de  modelos 
nuevos,  cuyo  examen  revele  procederes  nuevos,  que  sin  dero- 
gar las  leyes  imprescriptibles,  dictadas  por  la  naturaleza,  las 
apliquen  a  desconocidas  combinaciones,  procederes  que  den  al 
arte  una  fisonomía  orijinal,  acomodándolo  a  las  circunstancias 
de  cada  época,  i  en  los  que  se  reconocerá  algún  diala  sanción 
de  grandes  modelos  i  de  grandes  ynaeslros.  Shakspearc  i 
Calderón  ensancharon  así  la  esfera  del  jenio,  i  mostraron  que 
el  arte  no  estaba  todo  en  las  obras  do  Sófocles  o  de  Moliere, 
ni  en  los  preceptos  de  Aristóteles  o  de  Boileau. 

■Algunos  han  creído,  continúa  Lista  en  el  segundo  de  los 
citados  artículos,  que  el  romanticismo  actual  es  la  literatura 
propia  de  la  edad  media,  en  que  la  epopeya  se  convirtió  en 
novela,  la  historia  en  crónicas,  i  la  mitolojía  en  narraciones 
de  milagros  íinjidos.  Esta  opinión  aislada,  i  sin  apoyarla  en 
otras  consideraciones,  viene  a  identificarse  con  la  primera,  que 
reduce  el  oríjen  de  la  literatura  romántica  a  lo  que  indica  su 
etimolojía,  esto  es,  a  la  novela,  cultivada  en  los  últimos  tiem- 
de  i  Ireoia,  pero  no  con  tanta  celebridad,  como  en  los  siglos 
de  la  caballería. 

«Si  esta  opinión  fuese  cierta,  el  proyecto  de  resucitar  en 
dias  la  literatura  de  la  edad  media,  seria  tan  desca- 
bellado como  el  de  don  Quijote,  ¿i  lomo  en  una  época  de  filosofía 
pueden  agrá  lar  las  mismas    cosas  (jiieeiitiisiasiiial.au   a  nues- 

luloa  e  ignorantes  antepasados?  ¿Cómo  una  sociedad 

culta  ha  de  complacerse  en  las  consejas  que  inventó*  el  carao* 

ter  guerrero  i  ■upersticioso  de  aquellos  tiempos?  La  Europa  Be 

rtido  en  una  escena  política;  ¿quién  será  tan  necio 

livertir  a  los  hombres  que  leen  periódioos  i  di¡¿- 

.ii  batallas  de  jigantes  i  apariciones  de 

i  demos  entender  a  ( 'aideron,  que 

describe  I  ■  icasdesu  nigloj  no  sufrimos: 


LYOS  LITERARIOS  l  CRÍTICOS  il> 


a  Tirso,  sino  a  favor  de  su  licenciosa  malignidad;  i  ¿toleraría- 
mos las  hazañas  do  Amadis  o  de  Esplandian,  o  los  cantos  de 
Berceo? » 

Sin  embargo,  no  se  puede  negar  que  en  el  romanticismo, 
como  mas  comunmente  se  entiende,  hai  cierto  tinte  de  la  lite- 
ratura de  la  edad  media,  modificada  sucesivamente  por  el  ca- 
rácter de  los  siglos  que  ha  ido  atravesando  hasta  llegar  a  no- 
sotros. El  primer  desarrollo  poético  de  las  lenguas  modernas 
nos  ofrece  la  historia,  o  lo  que  pasaba  por  tal,  escrito  en  rima, 
i  cantado  en  los  castillos  i  plazas  al  son  del  rabel  i  la  vihuela. 
El  duque  de  Normandía  se  enseñorea  de  la  Inglaterra;  i  los 
poetas  franceses  que  se  establecen  en  su  nueva  corte  lienelieiauel 
rico  venero  de  las  tradiciones  bretonas.  La  historia  fabulosa  do 
Arturo  i  sus  predecesores,  poco  tiempo  antes  dada  a  luz  por  un 
monje  de  Gales  en  prosa  latina,  sirve  de  tema  a  los  cantos  de 
los  poetas  anglo-normandos  desde  el  siglo  XII.  Aparecen  en- 
tonces las  leyendas  de  la  Tabla  Redonda,  i  con  ellas  una  mito* 
lojía  nueva,  apoyada  en  las  creencias  populares:  la  de  las  hadas, 
encantadores  i  májicos,  que  la  lengua  franco-romana,  la  len- 
gua de  los  troveros^  naturalizó  en  el  mediodía  de  Europa;  que 
engalanó  los  cantares  heroicos  de  los  franceses  desde  el  siglo 
XIII;  que  desde  el  mismo  siglo  tuvo  eco  al  otro  lado  de  los 
Alpes  i  de  los  Pirineos;  que  se  labró  un  monumento  eterno  en 
el  Orlando  i  en  la  Jerusalen  Libertada.  Del  siglo  XIV  en 
adelante,  prohijaron  aquella  especie  de  maravilloso  los  libros 
do  caballería,  i  la  conservaron  en  España  hasta  la  edad  de 
Cervantes,  que  la  enterró  en  el  sepulcro  de  su  héroe,  último 
de  los  caballeros  andantes. 

Miramos  esta  mitolojia  como  esencialmente  romántica,  va- 
ciada en  las  lenguas  romances  de  la  edad  media,  i  amoldada  a 
las  narraciones  poéticas  aun  algunos  siglos  después  que  la  li- 
teratura había  tomado  un  nuevo  carácter,  bebiendo  otra  vez 
en  las  fuentes  griegas  i  latinas.  Fué  abandonada,  porque  dejó 
de  tener  apoyo  en  las  creencias  de  los  pueblos;  pero  la  historia 
de  la  edad  media,  las  costumbres  de  aquella  época  singular,  el 
pundonor,  la.  idolatría  de  las  damas,  el  desalío,  la  guerra  pri- 
vada, suministraron   todavía    materiales   a   los   poetas   i  a  los 


OPÚSCULOS  LlTEHAniOS  I  CfilTICOS 


autores  de  novelas;  Walter  Scott  les  (lió  nueva  vida  en  sus 
magníficos  cuadros  en  verso  i  prosa;  i  la  lengua  castellana  nos 
ha  presentado  tentativas  felices  de  la  misma  especie  en  El 
Moro  Expósito  i  en  otras  composiciones  modernas. 

De  aquí  se  sigue  que  ha  existido  i  existe  una  poesía  verda- 
deramente romántica,  descendiente  de  la  historia  i  de  la  lite- 
ratura délos  siglos  medios,  alo  menos  en  cuanto  a  la  natura- 
leza de  los  materiales  que  elabora.  Pero,  aun  cuando  retrata 
Lis  costumbres  i  los  accidentes  de  la  vida  moderna  en  el  trato 
social,  en  la  navegación,  en  la  guerra,  como  lo  hace  el  Don 
Juñil  de  Byrori,  como  lo  hace  en  prosa  la  novela  de  nuestros 
días,  ¿no  hallaremos  en  estas  obras  de  la  imajinacion  el  ro- 
manticismo, la  escuela  literaria  que  se  abre  nuevas  sendas, 
desconocidas  do  los  antiguos,  i  mas  adaptadas  a  una  sociedad 
en  que  la  poesía  no  canta,  sino  escribe,  porque  todos  leen,  i 
siguiendo  su  natural  instinto,  elijo  los  asuntos  mas  a  propósito 
para  movernos  e  interesarnos,  i  les  da  las  formas  que  mas  se 
adaptan  al  espíritu  positivo,  lójico,  experimental,  de  estos  úl- 
timos'tiempos? 

Don  Alberto  Lista  describe  así  la  influencia  del  cristianismo 
i  de  las  instituciones  políticas  en  esta  revolución  literaria: 

La   relijion  de  la  antigua  Grecia  ¡déla  antigua  Roma, 

afectaba  muí  poco  el  corazón  i  la  intelijenoia.  Sus  dogmas 

Bolo  hablaban  a  la  imajinacion;  i  sus    pompas  i  festividades,  a 

los  sentidos.  Tenían  dioses,  que  habían   sido  hombres;  tenían 

icias  enteramente  poéticas,  que  solo  fueron  en  sus  prinoi- 

alegorias  injeniosas  de  los  fenómenos  del  mundo  físico  o 

intelectual.  Estaban  tan  poco  de  acuerdo  su  relijion  i  su  moral, 

que,  como  ha  observado  muí  bien  Rousseau,  la  casta  romana 

ofreoia  sacrificios  a  Venus,  i  el  intrépido  espartano,  al  miedo. 

i  gobierno  republicano,  que  sobrevivió  algunos  siglos  a 

la  libertad  dedrecia  i  a  la  república   romana    lujo  las   formas 

munioipales,  obligaba  i  los  oiudadanos  a  vi\  ir  en  el  toro,  don- 
de d  i  •  1 1 1  las  ideas,  los  intereses  i  los  sentimientos 
individuales,    domle  el  boinbre    ■  ■  por  decirlo  así,  i 

ntaba  <'l  patriota,  el  estadista,  el  amante  lerdado- 
r«i  <>  flnjido  del  procomunal 


ENSAYOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS  425 


«La  sociedad,  donde  reinaba  esta  creencia  i  esta  clase  de 
gobierno,  debía  entregarse  mas  bien  al  estudio  de  la  política 
que  de  la  moral.  Pocas  veces  reflexionaría  el  hombre  sobre  sí 
mismo,  porque  toda  su  atención  absorberían  la  ambición  o  el 
bien  de  la  patria.  El  gobierno  republicano  exije  ademas,  como 
condición  indispensable  de  su  existencia,  la  esclavitud  domes- 
tica, porque,  sin  esclavos  que  cuiden  de  los  negocios  de  la  casa, 
mal  podría  el  ciudadano  acudir  a  los  públicos  en  el  foro.  El 
amor  era  desconocido  en  las  épocas  de  buenas  costumbres; 
entonces  cada  joven  recibía  su  esposa  de  mano  de  sus  padres. 
Lo  mismo  sucedía  en  los  tiempos  de  corrupción;  pero  esto  era 
en  el  siglo  de  oro  de  las  mujeres  prostituidas.  El  divorcio  lle- 
gaba a  ser  un  adulterio  legal;  i  la  atracción  de  los  sexos  solo 
era  una  potencia  meramente  física.  Quien  no  lo  crea,  lea  a 
Ovidio  i  a  Petrarca.* 

«Veamos  ya  qué  especie  de  literatura  convenia  a  esta  socie- 
dad. Solamente  podia  cantarse  en  ella  el  amor  físico,  embelle- 
cido con  ficciones  i  alegorías  mitológicas;  mas  no  los  sentimien- 
tos interiores  del  hombre,  que,  o  no  existían,  o  para  nadase 
consideraban;  nó  la  lucha  de  los  afectos  i  de  las  pasiones  con 
el  deber;  nó  el  deseo  innato  e  inmenso,  pero  vago,  de  felicidad, 
que  reside  en  el  alma  humana.  Como  la  relijion  jentílica  no 
revelaba  al  hombre  el  misterio  de  su  existencia,  como  la  forma 
de  gobierno  no  le  dejaba  tiempo  ni  atención  para  estudiarse  a 
sí  mismo,  los  poetas  mas  grandes  de  Grecia  i  Roma  solo  pin- 
taron lo  que  veian  en  la  sociedad:  pasiones,  vicios  i  virtudes; 
pero  consideradas  en  jeneral,  i  no  modificadas  según  las  cir- 
cunstancias particulares  de  cada  individuo,  costumbres  mas  o 
menos  feroces  según  la  cultura  de  las  épocas,  caracteres  do- 
tados de  cualidades  universales,  i  en  las  cuales  nada  vemos 
del  interior  del  individuo,  solo  vemos  las  formas  jenerales  del 
ciudadano. 

«A  la  relijion  de  la  imajinacion,  sucedió  la  déla  intelijencía. 


*  Deba  decir  Petronio,  porque  Petrarca  es  cabalmente  el  poeta 
en  que  el  lenguaje  del  amor  es  mas  casto,  mas  idolátrico,  mas  espiri- 
tual. Dualidades  que  faltan  de  todo  punto  al  de  Petronio. 


126  OPÚSCULOS  UTG15AIUOS  I  CBÍTICOS 

El  hombre  reconoció  que  era  un  deber  suyo,  estudiarse  a  sí 
mismo,  luchar  contra  sus  propias  pasiones  i  someterlas  al  yu- 
go de  la  razón.  El  hombre  reconoció  en  todos  los  demás  a 
hermanos  suyos  a  quienes  tenia  obligación  de  amar,  i  cesó, 
por  consiguiente,  la  esclavitud  doméstica.  El  hombre,  en  fin, 
reconoció  en  su  esposa  un  ser  intelijente,  que  debía  acompañar- 
lo en  la  carrera  de  la  vida,  i  que  debía  gozar  de  su  libertad  al 
mismo  tiempo  que  le  obedeciese;  el  bello  sexo  quedó  emanci- 
pado; i  el  amo'*  moral,  fundado  en  la  estimación  i  en  la  elec- 
ción mutua,  nació  entonces. 

Al  gobierno  republicano,  sucedió  el  monárquico  bajo  dife- 
rentes formas;  pero  todas  templadas  por  el  principio  del  cris- 
tianismo, enemigo  de  la  tiranía,  al  mismo  tiempo  que  del  des- 
orden. Los  ciudadanos  tuvieron  a  la  verdad  una  patria  que 
defender,  i  que  sostener;  mas  no  era  necesario  que  viviesen 
en  la  pla/.a  pública,  merced  al  sistema  representativo,  imi- 
tado de  los  concilios  del  cristianismo,  que  les  permitía  vacar 
a  sus  negocios  domésticos,  ejercer  sus  profesiones  i  atender, 
sin  necesidad  de  esclavos,  a  los  intereses  de  su  casa  i  fa- 
milia. 

«Claro  es  (pie  una  sociedad  así  constituida,  necesitado  una 
literatura  muí  diferente  de  la  de  1 'críeles  i  de  Augusto.  Su 
poesía  cantará  la  patria  i  los  héroes;  pero  al  describirlos,  no 
omitirá  las  luchas  interiores  que  sufrieron  para  hacer  triunfar 
la  virtud  de  las  pasiones.  Cantará  el  amor,  porque  ¿CUt  non 
dictus  Uyla*?  pero  lo  ennoblecerá,  pintándolo  como  una  es- 
pecie de  culto,  como  un  tributo  debido  no  solo  a  la  hermosura, 
también  a  las  prendas  del  alma.   Presentará  en  el  teatro 

:  1  i-  di  »nes;  perú  siempre  con  un  fin  favorable  a 

la  buena  moral.  Escribirá  novelas,  en  las  cuales,  en  medio  de 

i  bus  interesantes,  no  se  olvidará  de  pendrar  en  los  mas 
iniiiii  del  corazón  humano,  i  de  arrancarle  a  la  natu- 

iretOS.    liará  descripciones  de  las  escenas  mas  be- 
i;    p«ro  siempre  las  enlazará  con  una  verdad 

ntimien  P    tara  los  deseos  del  hom- 

bre; pero  de  modo  que  se  conozca  la  insuficiencia  de  ios  place- 

iilieiila  i.  i  in  lin,  cuando  cante 


ENSAYOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS  427 


la  relijion,  se  elevará  su  alma  a  las  rejiones  desconocidas  que 
nos  ha  revelado  el  sacro  poeta  do  Sion;  i  su  fantasía,  embelle- 
cida con  las  luces  de  la  inteligencia,  formará  cuadros  muí  su- 
periores a  los  de  Píndaro  i  Homero,  porque  cada  ¡majen  será 
un  sentimiento,  i  cada  idea  una  virtu  1. 

«Esta  es  la  diferencia  que  encontramos  entre  la  literatura 
antigua,  i  la  que  conviene  a  los  pueblos  civilizados  i  cristianos 
gue  habitan  la  Europa  de  nuestros  dias.  Si  el  romanticismo 
ha  de  ser  algo  contrapuesto  al  clasicismo,  no  puede  ser  otra 
cosa,  sino  lo  que  acabamos  de  describir.  En  el  punto  de  vista 
en  (¡lio  hemos  colocado  la  cuestión,  ha  recibido  todo  el  alcance 
(jue  puede  tener,  i  que  efectivamente  le  han  dado  ya  algunos 
jenios  de  primer  Orden.  Es  verdad  que  en  los  siglos  bárbaros, 
sin  luces,  sin  cultura,  con  idiomas  informes,  poco  mérito  pu- 
dieron tener  las  primeras  producciones  de  la  nueva  literatu- 
ra. Pero  vinieron  los  tiempos  de  Petrarca,  Taso,  Shakspeare, 
Mil  ton,  i  entre  nosotros,  de  Herrera,  líioja,  Lope  i  Calderón;  i 
se  conoció  entonces  cuáles  eran  les  medios  de  interesar  a  la 
suciedad  europea. » 

Adherimos  a  este  modo  de  pensar  de  Lista,  aunque  talvez 
se  encuentre  alguna  exajeracion  en  las  ideas  con  que  lo  apoya, 
sobre  todo  en  lo  tocante  a  la  influencia  de  las  instituciones  po- 
líticas sobre  el  sentimentalismo  de  la  moderna  poesía.  La  de- 
mocracia del  agora  i  del  foro  había  expirado  muchos  siglos 
antes  de  Dante  i  Petrarca,  i  nos  parece  algo  forzado  el  recur- 
so de  reemplazar  su  influjo  por  el  de  las  formas  municipales 
que  sobrevivieron  a  la  república  romana  i  no  conservaron  la 
mas  débil  imájen  de  aquella  ajitada  democracia.  Que  el  amor 
fuese  incompatible  con  las  buenas  costumbres  en  las  dos  na- 
ciones clásicas,  es  una  hipérbole  inadmisible;  el  amor,  aunque 
algo  menos  reservado  en  su  expresión,  era  tan  afectuoso,  tan 
capaz  de  sacrificios  heroicos,  tan  sensible  a  la  prendas  del 
alma  del  objeto  amado,  como  lo  ha  sido  en  todas  las  otras  épo- 
cas de  civilización  i  cultura.  La  emancipación  del  bello  sexo 
habia  principiado  verdaderamente  bajo  la  república  romana,  i 
el  efecto  práctico,  tanto  de  la  potestad  marital,  como  de  la  pa- 
terna, distaba  mucho  del  despotismo  doméstico,  que  han  mi- 


OPÚSCULOS  L1TKH.UU0S  I  CIÚTICOS 


rado  algunos,  con  poco  fundamento,  como  uno  de  los  lunares 
de  la  lejislacion  de  aquel  pueblo.  Que  no  se  viese  en  las  poesías 
de  Grecia  i  Roma  al  individuo,  sino  las  formas  jenerales  del 
ciudadano,  lo  desmiente  Homero,  lo  desmiente  ¡Sófocles,  lo 
desmiente  Virjilío  mismo,  aunque  inferior  a  estos  dos  grandes 
poetas  en  la  facultad  de  individualizar  los  caracteres.  Se  creerla, 
por  lo  que  dice  Lista,  que  los  asuntos  patrióticos  i  republicanos 
ocupaban  el  primer  lugar  en  la  poesía  de  los  griegos;  i  es  todo 
lo  contrario.  La  antigua  monarquía,  la  familia  real  de  Tobas, 
de  Argos,  de  Atenas,  es  lo  que  figura  casi  perpetuamente  en 
el  teatro  trájico.  La  epopeya  no  canta  sino  las  proezas  i  aven- 
turas de  los  tiempos  heroicos.  La  comedia  antigua,  de  Atenas, 
especie  de  farsa  alegórica,  que  es  a  la  democracia  ateniense  lo 
que  nuestros  autos  sacramentales  a  las  creencias  cristianas, 
fué  ol  solo  jénero  inspirado  por  la  política.  Ni/la  lucha  interior 
de  las  pasiones  fué  tampoco  desconocida  a  la  trajedia  o  la  epo- 
peya clásica.  En  fin,  ¿no  son  ahora  mucho  mas  republicanas 
las  costumbres  en  Inglaterra,  en  Francia  i  en  otras  naciones, 
que  en  Roma  bajo  el  dominio  de  Augusto  i  de  sus  sucesores:' 
Ls  cierto  que  los  poetas  modernos  disecan  mas  profunda  i  de- 
licadamente el  corazón  humano;  pero  basta  para  explicar  este 
efecto  la  generalidad  de  los  estudios  filosóficos,  el  espíritu  de 
análisis  que  ha  pendrado  t  idas  las  ciencias  i  todas  las  artes, 
i  la  necesidad  de  ir  adelante  impuesta  en  todas  direcciones  al 
(  spirítu  humano,  necesidad  tan  imperiosa,  que,  cuando  no 
acierta  con  el  camino  del  progreso,  antes  que  permanecer  es- 
tacionario se  extravia,  i  aparecen  en  la  literatura  las  épocas  de 
decadencia  en  que  ol  jenio  se  extraga,  la  Imajinacion  se  aficio- 
na lo  i  extraño,  loa  sentimientos  dejeneran  en  su- 
tiles conceptos  ¡  la  elegancia  en  culteranismo. 

ii  de  materiales  nuevos,  i  libertad  de  formas,  (pie  no 

M,  sino  a  las  leyes  imprescriptibles  de  la  inte- 

lijenoia,  i  a  los  nubles  Instintos  del  corazón  humano,  es  lo  que 

lejítima  do  todos  los  siglos  i  países,  i  por 

ate,  el  romanticismo,  (pie es  la  poesía  de  los  tiempos 

i  ola  lifio'aoioncfl  conven- 
cí malos,  i  ail  iptadu  n  la    exi  ¡en  ¡ias  de  nu<  lo.  En  é 


ENSAYOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS  429 


pues,  en  el  espítitu  de  la  sociedad  moderna,  es  donde  debemos 
buscar  el  carácter  del  romanticismo.  Falta  ver  si  el  que  ahora 
so  califica  de  tal,  «cumple  las  condiciones  necesarias  de  la  li- 
teratura, cual  la  quiere  el  estado  social  de  nuestros  días.» 
Sobre  este  asunto,  no  podemos  menos  de  copiar  a  don  Alberto 
Lista,  en  su  artículo  tercero.  Es  un  trozo  escrito  eon  mucha 
sensatez  i  vigor. 

«Nada  es  mas  opuesto  al  espíritu,  a  los  sentimientos  i  a  las 
costumbres  de  una  sociedad  civilizada  i  cristiana,  que  lo  que 
ahora  se  llama  romanticismo,  a  lo  menos  en  la  parte  dramá- 
tica. El  drama  moderno  es  digno  de  los  siglos  de  la  Grecia 
primitiva  i  bárbara;  solo  describe  el  hombre  fisiolójico,  esto 
es,  el  hombre  entregado  a  la  enerjía  de  sus  pasiones,  sin  freno 
alguno  de  razón,  de  justicia,  de  relijion.  ¿Sacia  su  amor,  su 
venganza,  su  ambición,  su  enojo?  Es  feliz.  ¿llalla  obstáculos 
invencibles  que  destruyen  sus  criminales  esperanzas?  Busca 
un  asilo  en  el  suicidio. 

«Los  dramáticos  del  dia  hacen  consistir  todo  su  jenio,  todo 
el  mérito  de  su  invención  en  acumular  monstruosidades  mo- 
rales. Los  hombres  son  en  sus  dramas  mucho  mas  perversos 
que  en  la  escena  del  mundo.  Sus  maldades  son  poéticas,  como 
la  tempestad  de  que  habla  Juvenal.  ¿Qué  utilidad  resulta  de 
esta  e::a j oración?  Se  ha  dicho,  i  no  sin  fundamento,  que  la 
lectura  de  las  novelas  extragaba  en  otro  tiempo  el  entendi- 
miento de  los  jóvenes,  haciéndoles  creer  que  los  hombres  eran 
mejores  de  lo  que  son.  Pero  mas  dañosos  nos  parecen  loa 
dramas  modernos  que  pintan  la  naturaleza  humana  peor  de 
lo  que  es.  Error  por  error,  preferimos  la  noble  confianza  de 
creer  a  todos  los  hombres  semejantes  a  Grandison,  i  a  todas 
las  mujeres  tan  virtuosas  como  Clara,  a  la  triste  cuanto  infa- 
mo sospecha  de  tropezar  a  cada  paso  con  Antony  o  con  Lu- 
crecia Borjia.  Los  primeros  pueden  ser  útiles  en  calidad  de 
modelos,  aunque  no  sea  posible  llegar  a  su  perfección  ideal.  I 
¿no  es  de  temer  que  la  juventud,  tan  simpática  con  todo  lo 
que  es  fuerza  i  movimiento,  aunque  se  dirija  al  mal,  quiera 
imitar  los  monstruos  que  se  le  presentan  en  la  escena,  no  mas 
que  por  el  infeliz  orgullo  de  parecer  dotada  de  pasiones  fuer- 


I  I  >  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 


tos?  Tanto  es  do  temer,  cuanto  no  faltan  ejemplares  de  tan 
infausta  imitación. 

«No  podemos  pasar  de  aquí  sin  hacer  una  advertencia  útil 
a  nuestra  juventud.  La  verdadera  fuerza  i  enerjíade  alma,  no 
está  en  las  pasiones,  sino  en  la  razón.  Las  pasiones  fuertes 
anuncian  por  lo  común  un  ánimo  débil,  si  son  desenfrenadas. 
Mas  fuerza  de  alma  hai  en  el  padre  de  familia  oscuro  que  lle- 
na la  larga  carrera  de  su  vida  con  virtudes  poco  celebradas, 
cumpliendo  con  exactitud  los  dcl>eres  de  hombre  i  de  ciuda- 
dano, que  en  Alejandro  el  Grande,  víctima  de  su  ambición  i 
de  su  inquietud.  Aquel  mostrará  menos  pavor  que  el  héroe 
de  Maeedonia  en  las  cercanías  del  sepulcro. 

«No  sabemos  por  qué  asquean  tanto  nuestros  dramaturgos 
de  hoi  la  literatura  de  los  griegos.  ¿Por  ventura  la  Clitcmncs- 
tra,  el  Oréstes,  la  Electra,  el  Ejisto  de  Sófocles  no  se  parecen 
mas  a  los  modelos  de  maldad  que  presenta  actualmente  la  es- 
cena, que  la  Dcsdémona  de  Shakspeare,  los  amantes  de  Lope 
de  Vega,  el  Horacio  de  Corneille  i  la  Andrómaca  de  Racinc? 
Pero  los  poetas  trájicos  de  Atenas  tenían  disculpa  en  su  creen- 
cia. Su  relijion  nada  influía  en  la  moral;  para  ellos  el  hombre 
era  un  ser  puramente  fisiolójico,  dírijído  invenciblemente  por 

el  destino. 

/.//,■/  volentem  ducunt,  nolentem  trahunt. 

Luce  el  hado  al  que  lo  sigue;  arrastra  al  que  resiste. 

«¿Pueden   tener  esta  disculpa  nuestros  dramaturgos?   I  si 
i  ereen  en  la  ciega  necesidad  del  destino,  ¿oreen  también 
en  ella  los  pueblos  que  asisten  a  sus  espectáculos? 

Pero  dirán  que,  el  fln  de  sus  dramas  es  moral,   por  cuanto 

¡■sos   acaban    suicidándose;    i    ¿qué  es  el  suicidio  para 

hombrea  quenada  oreen,  sino  sus  pasiones?  Después  que  se 
han!  de  maldades,  después  de  haber  servido  a  los  es- 

lo  platos  de  todos  los  delitos,  se  les  da  por  postre 
el  mayor  de  todo,  ellos  a  loi  ojos  de  la  naturaleza  i  de  la  reli- 
jion. [Bella  moral,  por  oíorto! 

haber  verdadero  efecto  moral  ni  dramático  sin  in« 
quita    ••  al  i  interesarse  ningún  corazón 


ENSAYOS  LITEN A1U08  i  CRÍTICOS  'i'¿\ 

honrado  i  sensible  ni  en  Aiüony,  ni  en  Anjeio  de  Pacfua,  ni 

en  Lucrecia  llorjia,  ni  en  otros  mil  (Iranias,  donde  el  hom- 
bre que  tenga  alguna  delicadeza  se  halla  como  en  el  medio  de 
un  albaíial?  Comparemos  con  los  horrores  que  se  representan 
eu  esas  composiciones  infernales  nuestros  sentimientos  dulces, 
nuestra  civilización  intelijente,  nuestras  creencias  relijiosas, 
nuestra  filantropía  i  hasta  nuestras  pasiones  atenuadas  i  redu- 
cidas a  su  justa  medida  por  la  amenidad  de  las  costumbres. 
¿Cómo  podemos  sufrir  los  hombres  del  siglo  XIX  la  barbarie 
de  los  tiempos  de  Cadmo  i  de  Pélopc? 

«I  ¿qué  diremos  de  ese  furor  de  desfigurar  la  historia  para 
hacer  ridículos  u  odiosos  los  personajes  mas  célebres  de  ella? 
Nosotros  no  tenemos  a  Felipe  II  por  un  hombre  bueno;  pero 
no  somos  tan  necios  que  le  creamos  tal  como  le  han  pintado 
Schiller  i  Alfieri,  copiando  los  retratos  infieles  que  de  él  hi- 
cieron los  historiadores  de  Francia,  cuya  potencia  humilló,  i 
los  del  protestantismo,  cuyos  progresos  contuvo.  No  creemos 
que  Carlos  V  careciese  de  defectos;  pero  ¿quién  le  conocerá  en 
el  badulaque  del  lleraani?  Creemos  también  que  habrán  exis- 
tido antiguamente  en  la  corte  de  Francia  algunas  princesas 
livianas;  pero  eso  de  arrojar  sus  amantes  al  rio  desde  la  torre 
de  Nesle,  es  burlarse  de  los  espectadores.  Calderón  desfiguró 
la  historia;  pero  fué  para  asimilar  los  personajes  griegos  i  ro- 
manos a  los  caballeros  españoles,  que  por  cierto  valían  tanto 
como  los  héroes  de  calquicr  nación 

«El  siglo  no  puede  sufrir  ya  la  anarquía,  ni  en  los  escritos, 
ni  en  las  conversaciones;  la  anarquía  vencida  se  ha  refujiado 
a  la  escena.  ¿Por  qué  se  la  sufre  en  ella?  Porque  los  hombres 
son  inconsecuentes,  i  porque  la  moda  es  la  reina  del  mundo. 

«Pero  la  moda  pasará;  i  entonces  será  muí  fácil  conocer 
que  el  romanticismo  actual,  anárquico,  anti-relijioso  i  anti- 
moral, no  puede  ser  la  literatura  de  los  pueblos  ilustrados  por 
la  luz  del  cristianismo,  intelijentcs,  civilizados,  acostumbrados 
a  colocar  sus  intereses  i  sus   libertades  bajo  la  salvaguardia 

de  las  instituciones.» 

(Revista  de  Santiago,  Año  de  1&48.] 


EL   LUJO 


i 

Los  moralistas  que  quisieran  proscribir  el  lujo,  i  los  econo- 
mistas que  lo  consideran  como  útil  i  aun  necesario  en  la  so- 
ciedad, pudieran  hacer  creer,  a  vista  de  la  discordia  de  sus 
doctrinas,  que  sus  ciencias  respectivas  tienen  objetos  diferen- 
tes c  incompatibles,  siendo  así  que  una  i  otra  se  proponen  un 
mismo  i\n:  que  es  la  felicidad  de  los  hombres.  Sin  embargo, 
las  opiniones  de  unos  i  otros,  despojadas  de  las  exajeraciones 
extravagantes  en  que  a  ve  <n  envueltas,  armonizan  per- 

fectamente, i  se  reúnen  en  un  punto  medio,  que  es  el  de  la 
sencilla  i  sobria  verdad.  Procuremos  fijarlo,  i  establecer  los 
principios  que  deben  dirijir  a  los  hombres  i  a  las  sociedades 
en  su  conducta  económica. 

Exajeran  los  moralistas  que  condenan  indistintamente  todo 
consumo  improductivo,  excepto  el  de  los  artículos  necesarios 
para  la  vida.  Las  alfombras,  sillas,  mesas,  loz*a,  cristales, 
vestidos,  oro  i  plata  de  que  nos  servimos,  pudieran  ser  reem- 
plazados por  otros  objetos  mucho  mas  groseros  i  baratos,  sin 
(¡ue  peligrase  por  eso  nuestra  existencia;  el  paño  burdo,  por 
ejemplo,  liaría  para  el  abrigo  del  cuerpo  el  mismo  oficio,  i  tai- 
vez  mejor,  que  los  hermosos  tejidos  de  lana  de  que  nos  provee 
la  Europa;  de  que  se  sigue  que  el  uso  de  los  paños  finos,  se- 
gún estos  filósofos  de  la  escuela  ascética,  es  una  superfluidad, 
un  lujo  censurable,  i  bajo  el  mismo  fallo  caerían  un  sinnúme- 
ro de  efectos  manufacturados,  que  entran  hasta  en  el  uso  or- 
ori'sc.  55 


OPÚSCULOS  LITEMAIUOS  I  CIÚTICOS 


dinarío  de  las  familias  menos  acomodadas,  i   que  forman  lo 
que  Yoltairc  llamaba  graciosamente: 

Le  superllu,  chose  si  néeessaire. 

Pero,  ¿es  pernicioso  a  las  costumbres,  se  opone  a  la  conser- 
vación i  aumento  de  la  riqueza  nacional,  i  a   su  mejor  dis- 
tribución i  circulación,  .el  lujo,  tomado  en  este  sentido?  Es 
cierto  que  las  familias,  reducidas  a  lo  estrictamente  necesario, 
se  encontrarían  al  cabo  del  año  con  un  sobrante  considerable 
de  sus  rentas,  el  cual  podrían  emplearen  la  creación  i  elabora- 
ción de  nuevos  productos.  Pero,  ¿de  qué  especie  serian  éstos? 
Objetos  de  lujo  no  deberían  ser;  en  el  país  nadie  los  consumi- 
ría, porque  suponemos  reducidas  las  familias  a  lo  que  necesi- 
tan para  vivir;  i  tampoco  podrían  exportarse,  porque  en  mo- 
ral no  puede  ser  lícito  que  una  nación  se  haga  a  sabiendas  la 
proveedora  de  efectos  que  van  a  empobrecer  i  corromper  las 
otras.   Por  consiguiente,  sería  preciso  que  retirase  sus  capita- 
les de  las  manufacturas  que  elaboran  objetos  de  lujo,  lié  aquí, 
pues,  o  condenada  una  porción  cuantiosa  de  riqueza  a  dormir 
en  las  arcas,  o  derramada  sobre  la  agricultura  i  las  otras  ar- 
tes productoras  de  lo  necesario  una  cantidad  excesiva  de  capi- 
tal i  trabajo,    que  acarrearía  una  abundancia  ruinosa  para  los 
capitalistas  i  especuladores,  es  decir,  una  destrucción  conside- 
rable de   los  BhoiTOfl  que  había  ya  acumulado  la  sociedad. 
Entretanto,  perecerían  los  obreros  que  ganaban  su  subsisten- 
cia en  las  manufacturas  de  hijo;  i  suponiendo  adoptado  el  mis- 
mo sistema  en  todos  los  pueblos  del  inundo,  quedaría  reduci- 
do el  jéncro^  humano  B   una  décima  o   talve/.  una  centésima 

parto  do  lo  que  es  en  <'l  dia. 

Se  dirá  acaso  que  esto  inconveniente  no  naco  de  que  el  sis- 
tema de  que  tratamos  sea  malo  en  sí,  sino  de  que  se  halla  es- 
tablecido i  arraigado  en  las  looiedados  el  sistema  contrario;  i 
Olióla  introducción  de  aquel  po  puede  efectuarse,  sino  de  un 
modo  lento  i  gradual.  Figurémonos,  pues,  una  sociedad  tor- 
il principio  según  las  reglas  de  estos  moralistas 
■  tridente  que  n  porción  del  jénero  humano, 

ihora  vive  de  la    arte   del  lujo,  no  llegaría  jamas  a  exis- 


EL  LUJO 


tir;  i  que  la  población  del  mundo,  i  de  cada  país  en  particular, 
no  podría  llegar  a  ser  jamas  lo  que  es  en  el  dia.  Las  artes  de 
subsistencia,  i  especialmente  la  agricultura,  dan  productos  que 
suministran  muchísimo  mas  de  lo  necesario  para  la  mera 
existencia  de  los  que  se  emplean  en  ellas.  Para  que  el  sobran- 
te se  distribuya  entre  los  demás  hombres,  es  necesario  que 
ellos  tengan  objetos  que  cambiar  por  lo  que  necesitan,  es  do- 
oír,  objetos  de  lujo.  Proscritos  éstos,  se  sigue  que  quedan  ex- 
cesivamente limitadas  las  permutaciones  que  hacen  circular 
por  todas  las  clases  los  productos  de  cada  una;  privada  pro- 
porcionalmcnte  la  sociedad  de  medios  de  subsistencia;  e  impo- 
sibilitada de  aumentarse  mas  allá  de  lo  que  permite  el  estre- 
cho i  mezquino  réjimen  de  la  filosofía  ascética. 

Aun  suponiendo  que  un  país  pudiese  exportar  el  sobrante 
de  loque  producen  su  agricultura  i  sus  artes,  i  que  elaborase 
artículos  de  lujo  para  exportarlos,  no  podría,  según  el  sistema 
do  que  hablamos,  retornar  objetos  de  lujo  que  no  consume;  i 
al  cabo  vendríamos  a  parar  en  que,  siendo  tan  poco  lo  estric- 
tamente necesario,  tendría  que  limitar  sus  exportaciones  por 
sus  retornos,  i  su  industria  productora  por  sus  consumos  i  sus 
exportaciones.  Por  todas  partes,  no  vemos,  mediante  este  sis- 
tema, sino  capitales  sustraídos  a  la  circulación;  capitales  que 
no  proporcianarían  a  sus  dueños  comodidad  ni  placer,  ni  a  los 
pobres  ocupación,  ni  a  la  sociedad  riqueza;  capitales  en  cuya 
adquisición  sería  locura  afanarse,  porque  de  nada  servirían; 
artes  innumerables  sin  estímulo;  clases  numerosas  sofocadas 
en  su  jérmen,  i  que  si  llegasen  a  existir,  sería  para  que  vivie- 
sen sumidas  en  la  miseria,  i  por  consiguiente,  en  la  inmorali- 
dad. Déjese  al  propietario  la  libre  disposición  de  lo  suyo;  i  ese 
lujo  que  a  los  ojos  severos  de  una  moral  bien  intencionada, 
pero  poco  perspicaz,  es  un  mal,  vendrá  a  ser  un  correctivo 
saludable  de  la  desigualdad  de  los  bienes,  haciendo  a  la  rique- 
za tributaria  del  trabajo,  único  patrimonio  de  los  que  no  han 
sido  favorecidus  de  la  fortuna.  Se  declama  contra  las  necesidades 
facticias  que  el  lujo  enjendra  i  alimenta;  i  se  olvida  que  las  ne- 
cesidades caprichosas  del  rico  proporcionan  al  pobre  una  gran 
parte  de  los  medios  de  subvenir  a  sus  necesidades  reales.   Lo 


436  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 

cierto  es  que  ni  ha  existido  jamas,  ni  puede  concebirse  estado 
social  en  que  no  haya  mas  o  menos  lujo;  i  que  cuanto  crecen 
la  población  i  k\  riqueza,  tanto  es  mas  útil,  i  aun  preciso,  que 
se  extienda  i  se  diversifique  el  goce  de  lo  que  inconsiderada- 
mente se  condena  como  superfino  i  vicioso.  Lo  que  hace  el  lu- 
jo, es  variar  de  formas,  según  el  estado  de  civilización  i  cultura 
de  un  pueblo,  i  según  sube  o  baja  en  la  escala  de  la  prosperi- 
dad. Eil  una  sociedad  que  adelanta,  el  deseo  de  mejorar  su 
condición,  que  es  natural  a  todos  los  hombres,  les  hace  dedi- 
car una  parte  mas  o  menos  considerable  del  sobrante  anual  a 
nuevas  empresas  de  industria;  crece  la  demanda  del  trabajo; 
i  el  obrero  recibe  una  recompensa  mas  liberal  por  el  suyo. 
Con  el  lujo  de  los  ricos,  se  aumentan  las  comodidades  i  goces 
de  la  clase  trabajadora.  El  lujo  mismo  so  refina  por  grados. 
Poco  a  poco,  se  derrama  sobre  toda  la  sociedad  un  aspecto  do 
aseo,  decencia  i  delicadeza.  A  la  glotonería  i  la  crápula,  suce- 
den placeres  de  otro  orden;  aparecen  la  elegancia  en  los  mue- 
bles, la  nitidez  en  las  habitaciones  i  en  el  vestido,  el  gusto 
de  las  artes,  el  de  la  música,  tan  recomendado  en  todos  tiem- 
pos, el  de  las  letras,  tan  fecundo  de  utilidades  prácticas  i  do 
goces  intelectuales;  en  suma,  todo  lo  que  forma  la  civilización 
i  cultura  de  un  pueblo.  I  entre  tanto,  no  solo  se  ameniza  el 
trato,  no  solo  se  suavizan  i  pulen  las  costumbres,  sino  verda- 
deramente se  mejoran.  Es  una  observación,  repetidas  veces 
confirmada  por  la  experiencia,  (pie  la  moral  de  las  clases  infe- 
riores es  tanto  mejor,  OliantO  mas  comodidad  i  limpieza  se 
advierten  en  su  ajuar  i  su  traje,  l'n  vestido  desaliñado  i  SUCIO 
Igj  siempre  un  indicio  seguro  de  una  intelijenein  inerte  i 
'  1 . -  un  COraZOn  corrompido. 

Lo  contrario  sucede  en  una  sociedad  que  decae.  Cada  año 

.  lira   de    las   artes    productoras    una    parte  del  capital  n.'i- 

del  capital  de  los  pobres,  que  es  su  indus- 
tria, se  retira  también;  el  trabajador  gana  a  duras  penas,  con 
u  tiente,  una  subsistencia  mozquina;  la  maoilen- 
i  p<>r  todas  partes,  i  con  ella 
la  prostitución  i  ol  crimen;  campiña  i  .mies  cultivadas  se,  trans- 
forman en  ei  ubron  de  escom- 


EL  1  I.ID 


bro.s;  la  muerto,  ocupada  perpetuamente  en  equilibrar  la  po- 
blación con  las  subsistencias,  disminuye  cada  año  el  número 
de  los  habitantes.  I  entre  tanto,  los  dispendios  del  lujo,  sin  ser 
en  realidad  mayores,  sin  ser  acaso  tan  grandes  como  en  una 
sociedad  floreciente,  no  guardan,  como  en  esta,  una  moderada 
proporción  con  los  consumos  útiles,  i  son  mucho  mas  odiosos, 
porque  resaltan  sobré  la  miseria  pública. 

Existe,  pues,  en  todas  las  sociedades  el  lujo,  aunque  con 
cierta  variedad  de  formas:  brillante,  intelectual,  esparcido,  en 
la  sociedad  que  prospera;  fastuoso,  triste,  concentrado,  en  la 
sociedad  que  decae.  El  criterio  a  que  debemos  apelar  para 
eonocer  si  un  pueblo  sube  o  baja,  es  la  condición  de  la  clase 
trabajadora.  ¿La  vemos  cada  dia  mejor  vestida,  mejor  alojada? 
La  sociedad  se  enriquece,  i  las  costumbres  mejoran.  Tal  es 
(gracias  al  cielo)  el  estado  de  Chile.  No  se  necesitan  racioci- 
nios para  que  su  creciente  prosperidad  so  revele  a  nuestros 
ojos  en  el  aspecto  de  las  ciudades,  que  se  extienden  i  se  her- 
mosean, en  el  de  los  campos,  donde  cada  dia  hace  nuevas 
conquistas  el  arado,  en  la  marcha  de  las  artes  mecánicas,  que 
se  multiplican  i  perfeccionan,  en  la  de  las  letras,  en  la  finura 
social,  i  en  fin  (digan  lo  que  dijeren  ciertos  políticos  atrabilia- 
rios, laudatorea  temporis  acti),  en  la  moralidad  de  las  cos- 
tumbres, i  en  todo. 

En  otro  artículo  manifestaremos  los  peligros  que  puede  el 
lujo  traer  consigo;  los  límites  que  la  moral  i  la  economía  le 
señalan  a  una;  i  los  objetos  en  que  puede  desplegarse  con  mas 
beneficio  del  individuo  i  de  la  sociedad. 


11 

Si  por  una  parte  es  cierto  que  no  pueden  suprimirse  las  ar- 
tes de  lujo  sin  que  se  menoscaben  inmensamente  el  bienestar 
de  la  clase  industriosa,  la  población  i  riqueza  del  país,  es  evi- 
dente por  otra  que  todo  consumo  improductivo  hace  un  des- 
falco en  el  capital  nacional,  i  que,  por  tanto,  aumentados 
mas  allá  de  cierto  punto  los  goces   superfinos,  las  necesidades 


133  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

facticias,  en  vez  de  servir  de  estímulo  a  las  artes  productoras, 
les  quitarían  la  sustancia  que  las  vivifica.  El  lujo  es  entonces 
en  la  sociedad  lo  que  el  quintral  en  los  árboles:  la  engalana  i 
hermosea,  pero  chupándole  el  juzgo  de  que  se  nutre,  i  hacién- 
dola menos  vigorosa  i  fecunda.  Iíai,  por  consiguiente,  un  tér- 
mino medio,  en  que  el  interés  de  la  producción  so  equilibra 
con  los  goces  del  consumo,  i  en  que  la  sociedad  es,  como  la 
familia  económica,  que  reserva  una  parte  de  sus  rentas,  para 
la  conservación  c  incremento  del  capital,  i  gasta  lo  restante 
en  objetos  necesarios  a  la  vida,  i  en  su  comodidad,  decencia  i 
placer. 

Así,  como  en  la  familia,  la  relación  entre  lo  que  se  ahorra  i 
lo  que  se  gasta  puede  ser  mayor  o  menor  sin  que  por  eso  dejen 
de  crecer  mas  o  menos  su  capital  i  su  renta,  de  la  misma  ma- 
nera en  el  cuerpo  político,  que  no  es  otra  cosa  que  el  agregado 
de  las  familias,  puede  variar  mucho  el  total  de  los  dispendios 
improductivos  comparado  con  el  de  los  consumos  útiles,  sin  que 
por  eso  dejen  de  progresar  la  riqueza  de  la  nación  i  el  produc- 
to anual  quo  se  reparte  entre  todas  las  clases  que  la  componen. 
Tanto  en  la  familia  particular,  como  en  la  nación  entera,  hai, 
por  decirlo  así,  una  escala  de  economías  que  por  el  un  extre- 
mo raya  con  la  disipación  i  por  el  otro  con  la  mezquindad  i 
avaricia.  Ahora  bien,  si  es  un  insensato  el  avaro  que  se  con- 
tenta con  proveer  escasa  i  tristemente  a  sus  necesidades  natu- 
rales, i  se  desvela  en  acumular  tesoros  que  de  nada  le  sirven, 
absteniéndose  de  los  placeres  inocentes  que  dan  un    verdadero 

precio  a  La  existencia,  ¿obraría  con  mas  cordura  la  nación  que, 
animada  de  un  espíritu  semejante,  prohibiese  como  ficticio  i 
frivolo  todo  lo  que  u<>  es  necesario,  todo  lo  que  se  da  al  ornato 

de  Ul  e\;  oeial,  a  1.1  elegancia,  al  reereo,  a  los   placeres 

del  alma,  que  desenvuelven  facultades  embotadas  en  la  vida 

mica,  i  revelan  al  hombre  su  dignidu  I  en  la  escala  de  los 

vivientes!  La  codicia,  que  degrada  al  individuo,  ¿podría  jamas 

. ■me  r  de  un  pueblo?  La  nación  que  obrase  de 

ría  realmente  mas  insensata  que  el  avaro,  porque 

a  lo  ne  urda  en  bus  áreas  una  riqueza  verdadera, 

que  le  representa  los  objetos  da  comodidad  i  placer  de  que  so 


EL  LIMO  i3í> 

priva,  i  en  los  que  él  o  sus  herederos  pueden  convertirla  cuan- 
do quieran;  pero  la  nación  no  tendría  cosa  alguna  por  precio 
de  sus  privaciones;  obstruida  mil  manantiales  de  subsistencia 
i  de  riqueza;  vería  desiertas  sus  ciudades,  incultos  sus  campos, 
i  vacío  su  erario. 

Pero  si  el  lujo  es  necesario  hasta  cierto  punto,  no  puede 
dudarse  que  hai  un  límite,  pasado  el  cual  dejenera  en  perni- 
cioso. Sus  efectos  serian  funestísimos,  cuando  los  consumos 
disminuyesen  progresivamente  el  capital  destinado  a  la  pro- 
ducción; pero,  aun  sin  llegar  a  este  punto,  puede  acarrear  males 
graves.  La  subsistencia  de  los  trabajadores,  que  forman  la  ma- 
yoría de  toda  nación,  sería  tanto  mas  escasa,  cuanto  menos 
rápido  el  incremento  de  aquel  capital;  porque  la  condición  de 
esta  parte  del  pueblo  no  es  feliz  o  miserable  en  razón  de  ser 
absolutamente  grande  o  pequeño  el  capital  que  fomenta  la  in- 
dustria, sino  en  razón  de  la  velocidad  con  que  crece.  Para  que 
el  trabajador  adquiera  lo  necesario  i  sea  dueño  de  ciertas  co- 
modidades, para  que  pueda  educar  una  familia  i  mantenerla, 
es  menester  que  la  demanda  de  trabajo  sea  mayor  cada  año, 
de  manera  que  guarde  proporción  con  el  incremento  numérico 
del  pueblo.  Si  la  proporción  en  que  crece  el  capital  destinado 
a  la  producción  se  hace  mas  lenta,  por  este  solo  hecho,  aunque 
la  nación  siga  enriqueciéndose,  el  trabajador  no  recibirá  ya  la 
misma  recompensa  que  antes  por  el  sudor  de  su  frente;  la 
indijencia  comenzará  a  presentarse  en  las  familias,  i  con  ella 
los  achaques  físicos  i  morales,  que  menoscaban  el  bienestar  co- 
mún, i  que,  por  una  lei  irrevocable  de  las  suciedades,  retardan 
el  movimiento  de  la  población,  para  nivelarla  con  las  subsis- 
tencias. Pero,  aunque  no  haya  un  retardo  positivo  en  la  pro- 
gresión del  capital  de  la  industria,  es  mu  i  posible  que  los 
consumos,  sustrayendo  una  parte  de  lo  que  pudiera  última- 
mente acumularse  a  él,  no  permitan  a  la  industria  todo  el 
vuelo  de  que  sería  capaz,  i  entonces,  aunque  positivamente 
mejorase  mas  i  mas  cada  año  la  suerte  de  la  clase  trabajado- 
ra, no  sería  tan  grande  la  mejora,  como  en  las  circunstancias 
«>n  que  se  halla  la  sociedad  podría  serlo. 

Estos  efectos  perniciosos  del  lujo  son  muí  difíciles  de  ave- 


ni'  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

riguar  i  calcular,  por  el  gran  número  do  causas  concurrentes 
que  pueden  influir  en  la  buena  o  mala  condición  de  la  clase 
trabajadora.  El  capital  que  hubiera  corrido  espontáneamente 
a  la  producción,  se  retira  de  ella  por  la  predilección  indebida 
acordada  a  un  ramo  en  detrimento  de  otro;  por  los  estorbos 
de  una  tutela  mal  entendida,  que,  ideada  para  el  fomento  de  la 
industria,  la  embaraza  i  la  agobia;  por  la  protección  ineficaz 
que  las  instituciones  en  que  domina  un  principio  exajerado 
dispensan  a  la  propiedad;  por  la  inseguridad  del  crédito  bajo 
una  torcida  o  defectuosa  administración  de  justicia,  i  por  otras 
varias  causas.  Las  circunstancias  a  que  aludimos,  i  las  que  le 
son  contrarias,  tienen  tanto  poder  que  llegan  a  paliar  hasta 
cierto  punto  el  de  la  progresión  lenta  o  rápida  del  capital  que 
pone  en  movimiento  la  industria.  Así  es  que,  suponiendo  dos 
o  mas  naciones  en  que  la  riqueza  nacional  i  la  demanda  de 
trabajo  adelanten  con  igual  velocidad,  puede;  suceder  que  la 
clase  trabajadora  goce  de  una  suerte  mucho  mas  acomodada, 
moral  i  feliz  en  una  de  ellas  que  en  las  otras. 

La  acción  de  estas  concausas  consiste  casi  siempre  en  facilitar 
o  entorpecer  la  circulación  del  sobrante  anual,  porque,  según 
sea  mas  o  menos  la  cuota  que  de  este  sobrante  quepa  a  los 
que  contribuyen  con  su  trabajo  a  producirlo,  así  es  menester 
que  0  menos  feliz  la  suerte  del  trabajador.  Es  preciso, 

.  fijar  la  vista  en  ellas,    para  no  equivocar   los  efectos  del 
lujo  con  los  d<-  otros  principios  de  que  ese  mismo  lujo  es  una 
acia  i  un  síntoma.  El  lujo  en  los   casos  de  que  había- 
nla excrecencia  en  que  se  desahoga  la  riqueza  acumu- 
corriendo  sin  estorbo  por  todos  los  canales  del 
cuerpo  social,  hubiera  llevado  la  vida  i  el  vigor  hasta  las  últi- 
entónoes  no  la  causa,  sino  el  efecto  de  una 

Lo  que  en  esta  materia  nos  parece  menos  cuestionable,  es 

que  ■  irnos  tienden  mas  eficaz  i  directamente  que 

atar  la  riqueza,  i  con  ella  la  felioidad  nacional. 

El  lujo  que  consume  objetos  que  nos  \  ienen  del  extranjero,  es 

lien'  de  índuljenoia  que  el  que  se  alimenta  d<-  articu* 

1  tboran  en  nuestro  propio  suelo;   que  el  que,  emi 


EL  LUJO  í^l 

picando  las  clases  industriales  de  nuestra  población,  les  pro- 
porciona medios  de  subsistencia,  i  disminuye  con  ellas  los 
hábitos  viciosos  i  los  crímenes.  La  preferencia  de  una  especie 
de  lujo  sobre  otra  dependerá,  pues,  de  las  circunstancias  en 
que  se  baile  la  sociedad....  Tero  este  asunto  exije  que  lo  trate- 
mos con  alguna  extensión,  i  lo  reservamos  para  otro  número. 

(VA  Araucano*  Año  de  IS3'J.) 


OPÚSCULO 


SOHRK 


LA  HACIENDA  PÚBLICA 

POR 
DIEGO  JOSÉ  BEXA VENTE 


Cuando  en  esta  obra  no  hallásemos  otra  cosa,  que  la  re- 
seña histórica  de  todos  los  ramos  de  que  se  compone  la  ha- 
cienda pública  de  Chile,  esa  sola  circunstancia  debería  reco- 
mendarla a  los  lectores  chilenos,  i  a  los  americanos  en  jeneral, 
que  miren  con  un  interés  de  familia  la  economía  de  los  nuevos 
estados,  tan  semejantes  en  su  primera  planta,  i  en  la  evolu- 
ción de  sus  elementos  políticos.  Ella  contiene  materiales  que 
no  podrán  menos  de  llamar  la  atención  de  todos  aquellos  para 
quienes  la  estadística  comparativa  es  un  objeto  de  investiga- 
ción i  de  estudio,  materiales  nuevos  para  la  ciencia,  si  hemos 
de  juzgar  por  las  escasas  i  erróneas  noticias  que  se  dan  de 
nuestra  república,  bajo  este  respecto,  aun  en  las  publicaciones 
modernas  de  mas  crédito.  Nuestros  conciudadanos,  sobre  todo, 
hallarán  en  ella  un  cúmulo  de  datos  que  no  creemos  se  en- 
cuentren reunidos  en  ninguna  parto,  i  que  ya  sería  vergonzoso 
ignorar.  Pero  el  Opúsculo  no  se  limita  a  darnos  un  excelente 
cuadro  sinóptico  de  nuestro  sistema  fiscal;  ni  es  la  exposición 
de  los  hechos  lo  que  constituye  su  principal  mérito.  El  autor, 
al  hablar  de  cada  ramo  de  rentas,  bosqueja  brevemente  su  his- 
toria, rastrea  su  oríjen  en  el  nacimiento  i  progreso  de  las  ins- 


444  OPÚSCULOS  LITEHAIUOS  I   CIÚTICOS 


ti  (.liciones  sociales,  i  su  introducción  en  la  hacienda  do  Chile; 
muestra  su  estado  actual,  sus  inconvenientes,  sus  vicios;  i 
hace  indicaciones  importantes  para  la  corrección  i  sucesiva 
mejora  de  nuestra  organización  administrativa.  Ni  es  esto  todo. 
El  autor  desenvuelve  serias  consideraciones  sohre  el  balance 
real  entre  las  rentas  i  los  gastos  nacionales,  sobre  lo  precario 
de  ciertos  ramos,  sobre  lo  que  puede  tener  do  ilusorio  la  pros- 
peridad de  otros,  i  sobre  la  necesidad  de  una  constante  i  severa 
economía,  para  cubrir  todas  las  cargas  actuales  i  continjentes 
del  servicio  público,  i  desempeñar  relijiosamente  las  obligacio- 
nes contraídas  con  los  acreedores  del  estado,  señalando  espe- 
cialmente aquellas  partes  de  nuestro  réjimen  administrativo 
que  exijen  mas  imperiosamente  una  reforma.  En  suma,  la 
obra  respira  un  verdadero  celo  patriótico;  i  aunque  pudiera 
a  veces  parecer  abultado  algún  peligro,  i  menos  justa  alguna 
censura,  en  toda  ella  se  deja  ver  una  razón  ilustrada  i  sólida, 
(pie  busca  sinceramente  el  bien,  i  trata  de  ponernqs  a  la  vista, 
no  una  pintura  lisonjera  que  halague  a  la  vanidad  nacional,  si- 
no un  íiel  retrato  de  la  república  bajo  su  aspecto  económico  i 
fiscal,  con  todos  sus  lunares  i  sombras. 

Uno  de  los  puntos  cu  que  insiste  el  autor,  es  la  formación 
de  una  estadística  de  la  república,  contraída  particularmente 
a  estos  cuatro  objetos:  población,  propiedades,  consumo  do 
abastos,  i  movimiento  comercial.  La  adquisición  de  conoci- 
mientos estadísticos  exactos  ofrece  grandes  dificultades  en  Chi- 
le; pero  acaso  no  insuperables  en  ninguno  de  estos  cuatro 
departamentos,  sin  embargo  deque,  en  el  primero,  que  es  el 
necesario  i  fundamental,  las  hai  gravísimas  por  un  efeo- 
i  .  de  ciertos  hábitos  i  prácticas  nacionales,  de  que  hemos  ba- 
ldado otra  voz,  ¡  que  no  podemos  esperar  se  corrijan,  sino  con 
el  pi  civilización,  que  penetra  lentamente  las  ma- 

[tádos  satisfactorios  en  esta,  como  en  otras 
i   uno   larga  i  porfiada  lucha  contra  las 
upacionos,  i  contra  esa   inercia  característica,  que  vive 
■  •o  el  aotu  il  esta  lo  de  cosas,  porque  mira  con  horror 
iborioio  'O  Indispensables  paro  mejorarlo; 

.1  tiempo  como  si  el  tiempo  pu 


OPÚSCULO  SOIÍKK  LA  HACIENDA  I'ÚUI.ICA  <íí.' 


diese  algo  sin  los  hombres.  «Si  por  cobardía  o  falta  de  resolu- 
ción (dice  juiciosamente  el  autor),  si  por  no  apartarnos  de 
la  senda  trillada,  nos  dejamos  arrastrar  del  tiempo,  mui  tarde 
o  nunca  llegaremos  til  término  apetecido Para  dar  el  im- 
pulso necesario  a  los  elementos  de  riqueza,  mas  que  capitales 
circulantes,  que  es  la  jeneral  disculpa  de  nuestra  apatía,  nos 
falta  la  decisión.»  Pero  no  podemos  obtener  el  bien,  si  no  lo 
deseamos,  ni  es  posible  desearlo,  si  no  lo  creemos  posible,  con- 
dición preliminar,  que  es  mas  difícil  de  lo  que  se  piensa, 
porque  sobre  este  punto  hai  una  incredulidad  jeneral,  profun- 
damente arraigada.  Possunt  quiá  posse  ridaüur,  puede 
porque  cree  que  puede,  es  la  divisa  do  toda  sociedad  que  está 
animada  de  una  vida  enérjica. 

Casi  no  hai  pajina  del  Opúsculo  que  no  contenga  sujestio- 
nes  i  avisos  mui  dignos  de  fijar  la  atención  de  todos  aquello:-; 
que  se  interesen  en  la  suerte  de  Chile.  Nuestros  administra- 
dores verán  en  él  un  programa  de  sus  futuros  trabajos;  i  a  su 
luz,  podremos  valuarlos  aciertos,  i  medir  el  progreso  efectivo 
de  la  prosperidad  nacional.  Tantas  prendas  apreciables,  real- 
zadas por  un  estilo  que  tiene  toda  la  claridad  i  la  sencilla  ele- 
gancia que  convienen  a  una  obra  didáctica,  aseguran  al  Opús- 
culo la  mas  favorable  acojida,  i  nos  hacen  esperar  con  ansia 
la  publicación  de  los  cuadernos  siguientes,  en  que  sin  duda 
veremos  desenvueltas  las  ideas  del  autor,  sobre  algunas  cues- 
tiones importantes  relativas  a  la  constitución  económica  de 
Chile,  que,  en  el  presente  número,  solo  han  podido  tocarse  de 
paso. 

(El  Araucano,  Año  cíe  1842.) 


EL  LIBRO  DE  LAS  MADRES 

I    P 11  B  C  K  P  T  ORAS 

ADAPTADO    A     MESTIIAS    COSTUMBRE! 

POR 

DON  RAFAEL  M1NVIKLLK 


Después  de  los  términos  en  que  la  Revista  Católica  ha  reco- 
mendado El  Libro  de  las  Madres  i  Preceptoras  que,  traducido 
por  don  Rafael  Minvielle,  va  a  publicarse  en  breve,  i  de  la 
aprobación  honrosa  que  ha  merecido  este  trabajo  a  la  facul- 
tad de  humanidades,  podrá  añadir  a  estos  sufrajios  mui  poco 
peso  el  nuestro;  i  nos  limitaríamos  a  anunciar  la  publicación, 
i  a  insertar  el  informe  leído  a  la  facultad  por  uno  de  sus 
miembros,  i  aceptado  unánimemente  por  ésta,  si  no  miráse- 
mos como  un  deber  particular  nuestro  el  contribuir  en  cuanto 
podamos  a  la  favorable  acojida  de  las  obras  de  esta  clase,  ra- 
ras todavía  entre  nosotros,  en  medio  de  la  abundancia  con  que 
entran  i  se  derraman  por  todas  partes  otras  producciones  de 
la  prensa  europea,  harto  menos  recomendables  bajo  el  punto 
de  vista  de  la  educación  i  la  moral. 

En  la  formación  del  espíritu  i  las  costumbres  de  ambos 
sexos,  hai  una  parte  trascendente  a  que  no  se  puede  dar  dema- 
siada importancia,  i  con  respecto  a  la  cual  la  adquisición  de 
conocimientos  literarios  i  de  habilidades  artísticas,  no  debe 
ocupar  sino  un  lugar  secundario.  Aquella  parte  de  la  educa- 
ción   que  se  dirije  a  inculcar  sentimientos   relijiosus,  senti- 


448  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 


mientos  de  honor,  sentimientos  de  verdadero  patriotismo,  sen- 
timientos de  humanidad  i  beneficencia,  i  que  en  las  personas 
del  otro  sexo  cultiva  las  virtudes  que  le  son  en  cierto  modo 
propias,  la  modestia,  el  recato;  que  se  dirije  a  formar  buenas 
hijas,  buenas  madres,  buenas  esposas,  es  indudablemente  la 
primera  de  todas,  i  en  la  que,  sin  embargo,  resta  todavía 
mucho  por  hacer,  para  que  la  enseñanza  doméstica,  la  de  las 
escuelas  i  colejios  correspondan  dignamente  a  su  objeto. 

Tal  es  el  asunto  del  libro  que  recomendamos,  contraído  al 
bello  sexo.  Útil  a  las  preceptoras,  lo  será  todavía  mas  a  las 
madres,  i  por  medio  de  éstas  a  la  sociedad  en  jeneral,  porque 
la  enseñanza  doméstica,  entendiendo  por  estas  palabras,  la  for- 
mación del  espíritu  i  el  corazón  de  las  niñas,  las  primeras 
ideas,  los  primeros  sentimientos  que  se  les  inspiran,  esta  en- 
señanza, decimos,  es  el  fundamento  de  las  otras,  que  produ- 
cirán buenos  o  malos  frutos,  según  estén  preparadas  las  almas 
en  que  obran,  i  según  sean  coadyuvadas  o  contrariadas  por  la 
que  se  recibe  en  el  hogar  doméstico.  Estamos  repitiendo  máxi- 
mas trilladas,  verdades  que  nadie  desconoce  en  teoría;  pero 
es  doloroso  decir  que  nuestra  práctica  no  se  conforma  a  ellas. 
Nú;  las  costumbres  déla  primera  juventud  no  son  las  que  de- 
bieran sci1;  i  a  la  incuria  de  los  padres  i  madres  de  familia,  a 
la  relajación  de  la  disciplina  doméstica,  tan  necesaria  bajo  las 
instituciones  republicanas,  es  a  lo  que  debe  imputarse  prin- 
cipalmente este  lamentable  defecto. 

Para  remediar  poco  a  poco  el  mal,    uno  de   los  medios  mas 

a  pn  l  la    publicación  de  obras    como  la  presente.    El 

itO  ba  sido  bien    desempeñado  en    el   libro   orijinal;    i  me- 

lo  ba  sido  en    manos   del    traductor,   por  las 

oportunas  alteraciones  que  ha  hecho  en  él,  merece  ciertamen- 
te la  ion  del  público,  el  oual  estimulará  de  este  modo 
i  o  reimpresión  'le  i  la  misma  clase,  que 
forman  '•.•!  el  día  una  de  I            estimables  contribuciones  dé 
iterra  i  Francia. 
i  podemos  menos  de  añadir  que  esta  traducción   tiene 
mérito  bien  raro  entre  las  que  pululan  cada 
la  de  un  lenguaje  castizo,  correc< 


EL  LI1JR0  LE  LAS  MADRES  I  PRECEPTORAS  449 


to  i  elegante  sin  el  resabio  de  galicismos,  que  es  la  tina  de 
nuestra  naciente  literatura.  Presentamos  a  nuestros  lectores 
como  una  muestra  el  siguiente  pasaje,  que  coincide  con  nues- 
tras reflexiones  precedentes. 

«¡Hombres  que  os  hacéis  los  arbitros  do  nuestro  destino, 
cuan  poco  conocéis  vuestros  intereses,  al  afirmar  que  la  suerte 
de  la  mujer  es  la  que  le  conviene,  i  que  no  tiene  derecho  a 
quejarse!  A  ejemplo  de  la  sabiduría  divina,  os  atrevéis  a  decir: 
— Lo  que  yo  he  hecho  está  bien  hecho, — -i  sin  embargo,  todos 
los  dias  os  desmienten  los  hechos;  porque,  a  medida  que  las 
luces  se  propagan,  el  sentido  moral  se  desarrolla,  costumbres 
i  hábitos  nuevos  traen  otras  necesidades,  las  leyes  se  modifi- 
can i  se  derogan.  ¿Por  qué,  pues,  en  medio  de  esta  renova- 
ción jeneral,  la  causa  santa  de  vuestras  madres,  de  vuestras 
esposas  i  de  vuestras  hijas  os  sería  indiferente?  ¿No  debe  pro- 
venir do  vosotros  ese  impulso  noble  i  poderoso  que  puede  me- 
jorar la  condición  de  aquellas  que  estáis  encargados  de  protejer? 
¿Pensáis,  por  ventura,  que,  poniendo,  en  un  platillo  de  la  gran 
balanza,  la  fuerza,  el  poder,  la  libertad,  en  el  otro,  la  debili- 
dad, la  sujeción,  el  abatimiento,  semejante  desigualdad  no 
tuerza  las  conciencias?  ¿Creéis  ser  justos?  Nó,  sin  duda.  El 
principio  de  nuestra  moralidad  está,  pues,  en  vosotros;  a  vos- 
otros toca  el  darle  la  forma  i  la  vida. 

«Nada  viene  mas  directamente  en  apoyo  de  estas  reflexio- 
nes, que  el  sentimiento  que  anima  hoi  dia  a  todas  las  almas 
¡onerosas  c  ilustradas  con  respecto  a  la  educación  de  las  mu- 
jeres. Se  ha  empezado  a  comprender,  en  fin,  que,  independien- 
temente de  las  miras  interesadas  en  que  siempre  se  han  com- 
placido en  dirijirlas,  hai  una  razón  de  orden  mas  elevado 
inherente  a  la  perfección  de  su  ser,  razón  sacada  de  su  propia 
naturaleza,  i  enteramente  inconexa  con  la  cuestión  material. 
En  efecto,  nadie  puede  dudar  que  esta  mitad  del  jénero  huma- 
no, sujeta  a  la  otra  por  el  orden  necesario,  no  le  sea  igual  en 
esencia,  que  no  emane  del  mismo  oríjen,  i  que  no  tienda  ha- 
cia un  mismo  fin.  Nadie  puede  dudar  tampoco  que  existe  una 
multitud  de  mujeres  cuya  condición  no  depende  directamente 
de  hombre  alguno;   i  que,,  por  una  consecuencia  natural  de 


450  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


este  hecho,  es  preciso  educar  a  las  niñas  para  su  felicidad, 
cualquiera  que  sea  la  suerte  que  les  pueda  tocar  en  el  múñ- 
elo, en  vez  de  formarlas  exclusivamente  según  los  hábitos  i  las 
exij encías  del  hombre,  en  lugar  de  proponerles  el  hombre,  de 
cien  maneras  injeniosas,  por  fin  especial  de  su  virtud. 

«Resultará  de  este  espíritu  nuevo  una  marcha  completa- 
mente diversa  en  la  educación  de  las  mujeres.  La  joven  edu- 
cada en  el  sentimiento  relijioso  de  su  destino  providencial,  del 
amor  al  bien,  del  aprecio  soberano  a  la  verdad,  adquirirá 
ideas  jenerales  i  grandes,  que  ejercitarán  su  alma  i  su  inteli- 
gencia; entonces  se  instruirá  por  motivos  elevados;  a  medida 
que  estudiará  para  conocer,  se  afirmarán  mas  sus  afeccio- 
nes virtuosas;  i  su  razón,  así  como  su  juicio,  dejando  de  ser 
sacrificados  a  los  juegos  pueriles  de  la  memoria  i  de  la  imaj ¡na- 
ción, viniendo  en  su  auxilio  todas  sus  facultades,  sabrá  inspi- 
rarse por  sí  misma,  mostrarse  sucesivamente  mujer  de  inteli- 
gencia, mujer  de  corazón,  i  también  en  los  dias  de  prueba,  la 
mujer  fuerte  de  la  Escritura. 

«Todo  nos  induce  a  creer  que  este  impulso  será  muí  luego 
jeneral.  La  experiencia  demuestra  tan  claramente  que,  educan- 
do a  las  mujeres  para  hacor  únicamente  de  ellas  unos  objetos 
de  placer  o  de  vanidad,  instrumentos  de  economía  i  de  bien- 
estar, se  comete  una  falta  tan  grave  i  deplorable,  quo  todos 
los  espíritus  serios  están  preoeupados,  a  esta  hora,  de  la  nece- 
sidad (!<■  un  sistema  de  educación  propio  a  conciliar,  en  fin,  en 
ellas  las  necesidades  morales  del  alma  con  el  desarrollo  do  la 
intelijenoia  i  los  Intereses  materiales  de  la  vida.» 

El  Araucano,  Año  de  1846.) 


REFLEXIONES 


SOBRE  LAS  CAUSAS  MORALES  DE  LAS  CONVULSIONES  INTERIORES 
DE  LOS  NUEVOS  ESTADOS  AMERICANOS 

I  EXAMEN  DE  LOS  MEDIOS  EFICACES  PARA  REPRIMIRLAS 

PÜR  DON  JOSÉ  IGNACIO  GORIUTI 
arcediano  de  la  santa  iglesia  catedral  de  Salta 


I 

La  lectura  do  osta  obra  no  puede  dejar  de  producir  un  ver- 
dadero placer  a  los  amantes  de  la  libertad  i  civilización  ame- 
ricana, por  la  instrucción  i  sólido  juicio  con  que,  en  jeneral, 
está  escrita.  El  señor  Gorriti  ha  señalado  a  los  patriotas  ins- 
truidos la  dirección  que  deben  dar  a  sus  trabajos,  si  desean 
sinceramente  que  sus  especulaciones  sean  fructuosas.  Puesta 
siempre  la  mira  en  las  mejoras  prácticas,  toca  solo  por  encima 
aquellas  cuestiones  abstractas  de  teorías  constitucionales,  con 
que  tantos  entendimientos  superiores  han  hecho  i  hacen  sudar 
las  prensas,  i  no  se  detiene  en  ellas,  sino  lo  necesario,  para 
manifestar  su  insustancialidad-  i  sus  peligros. 

Aunquo  nosotros  no  estamos  de  acuerdo  con  el  autor  en 
algunos  de  sus  pensamientos  filosóficos  i  políticos,  su  celo  por 
la  causa  pública,  la  liberalidad  de  sus  opiniones,  harto  rara  por 
desgracia  en  el  clero,  su  moderación,  i  la  sencillez  misma  de 
su  lenguaje,  desnudo  de  las  pretensiones  brillantes,  de  que  tan 
recargadas  están  hoi  dia  nuestras  producciones  literarias,  nos 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 


previenen  siempre  a  su  favor,  i  no  eludamos  que  le  granjeen 
la  buena  acojida  ele  todos  los  lectores  sensatos. 

La  educación  es  el  gran  medio  que  propone,  para  la  conso- 
lidación del  orden  interior  en  las  nuevas  repúblicas,  i  por 
consiguiente,  es  el  asunto  dominante  de  la  obra;  i  no  vacilamos 
en  decir  que,  de  cuanto  se  ha  escrito  hasta  ahora  sobre  esta 
materia  en  los  estados  hispano-americanos,  natía  hemos  visto 
que  contenga  tantas  ideas  útiles,  adaptables  a  nuestra  situación 
moral  i  política. 

Presentaremos,  en  prueba  de  ello,  algunas  de  las  reflexiones 
que  hace  sobre  la  educación  popular;  i  principiaremos  por  las 
que  siguen,  relativas  a  la  importancia  del  aseo  i  compostura  en 
los  niños. 

«Desde  el  primer  dia,  dice,  debe  cuidar  el  maestro  de  la 
limpieza  i  ajustamiento  de  los  niños;  jamas  debe  disimularles 
que  se  presenten  en  la  escuela,  sino  bien  lavados;  tampoco  con 
la  ropa  sucia,  dilacerada  o  mal  ajustada,  sino  limpia,  bien 
compuesta,  i  bien  remendada,  si  no  pueden  tenerla  nueva.  El 
que  desde  la  niñez  se  acostumbra  a  parecer  delante  de  las  jen- 
tcs  inmundo,  con  el  vestido  sucio,  con  rasgones  i  agujeros, 
tiene  mucho  andado  para  ser  un  bribón;  pierde  la  vergüenza; 
no  se  apercibe  de  la  indecencia;  se  acostumbra  a  vivir  como 
quiera-,  a  sufrir  privaciones  sin  necesidad,  efecto  de  la  holga- 
zanería, a  malbaratar  lo  que  adquiere;  no  siente  otro  jénero 
de  necesidad  que  la  de  satisfacer  sus  vicios;  i  a  falta  de  un 
arbitrio  asi -jura! lo  de  adquirir,  tiene  recurso  al  petardo  o  al 
robo;  sus  brazos,  en  vez  de  ser  Titiles  a  la  sociedad,  son  el 
Suplido  de  ella,  i  una  de  las  mas  eficaces  causas  do  la  pobreza 
pública;  en    ve/,  de  que  un    niño  acostumbrado  a  cuidar  de  sil 

limpieza  i  de  su  ropa,  empieza  desde  temprano  a  cuidar  de  si, 
i  a  tener  miramiento  por  ios  «lemas  hombres;  forma  ideas  de. 

>  a  estimarse;  i  sin   repugnancia    reprimo 

aquello  que  61  advierte  que  pueden  sindicarle  de  Ber  con- 
loa ladeoonoia;  adquiere  civilidad  l  circunspección  en  sus 

ijea  el  aprecio   de  las  ¡entes  de  bien;  siente  el 

inoia,  procuro  irla,  i  hacerse  digno 

muí  de  i  i   entra  en  el  deseo  de  figurar  en  la 


ABPLBXI0NK8  SOnnE  LOS  ESTADOS  AMERICANOS  153 

sociedad;  i  busca  medios  honestos.    De  aquí  la  aplicación  al 
trabajo,  el  aumento  de  la  industria  i  de  la  riqueza  nacional.» 
El  autor  insiste  en  este  punto  con  mucha  razón;  i  sienta  una 
proposición  que  nos  parece  de  una  verdad  incontestable,  i  que 
debieran   tener  presente  todos  los  padres  i  los  preceptores  de 
la  juventud:  que  el  cuidado  en  la  limpieza  i  compostura  exte- 
rior influye  en  la  moralidad   de  las  acciones.   Igual  atención 
recomienda  sobre  la  civilidad  i  los  miramientos  que  se  deben 
tener  a  los  demás  hombres,  a  cuyo  efecto  es  indispensable 
que  los  niños  vean  en  el  maestro  un  modelo  constante  de  mo- 
deración, urbanidad  i  decencia,  i  que  los   padres   contribuyan 
por  su  parte  a  la  elicacia  de  estas  lecciones,  que  no  se  impri- 
men profundamente,  sino  por  medio  del  ejemplo  i  de  las  habi- 
tudes domésticas.   Esto  solo  manifiesta  cuan  lentos  son   los 
frutos  que  deben  esperarse  de  la  educación,  aun  suponiéndola 
tan  jeneral  i  tan  perfecta,  como  dista  mucho  de  serlo.  ¿De  qué 
sirve  que  el  niño   beba  buenos  principios  i  reciba  amonesta- 
ciones saludables  en  la  escuela, si, al  salir  de  ella,  encuentra  en 
su  casa,  en  vez  del  aseo,  compostura  i  decencia,  inculcadas  por 
el  maestro,  el  desaliño  asqueroso,   la  grosería  de  lenguaje  i 
acciones,  la  insoleneia  brutal,  la  disolución  i  la  crápula  bajo  sus 
formas  mas  repugnantes  i  vergonzosas?  Es  incontestable,  sin 
embargo,  que,  si  por  alguna  parte  debe  eomenzar  la  reforma, 
es  por  la  instrucción  que  se  reeibe  en  la  infancia;  i  si  las  se- 
millas sembradas  en  la  escuela  no  pueden  desarrollarse  i  fruc- 
tificar por  sí  solas,   el  concurso  de  otras  causas  contribuirá 
poderosamente  a  desenvolverlas  i  fecundarlas.  Entre  éstas,  mi- 
ramos como  una  de  las    mas  eficaces  la  instrucción  relijiosa; 
pero  una  instrucción  relijiosa,  en  que  se  dé  menos   importan- 
cia a  las  prácticas  exteriores,  al  culto  meramente  oral,  a  las 
expiaciones  de    pura  fórmula,  al  misticismo,  a  las  austerida- 
des ascéticas,  i  en   que  ocupen   el  primer  lugar  las  grandes 
verdades  morales,  el  homenaje  del  corazón  i  el  ejercicio  habi- 
tual de  la  justicia  i  de  la  beneficencia. 

Otra  causa  que  debe  concurrir  con  éstas,  es  la  conveniente 
distribución  del  producto  de  la  riqueza  nacional.  En  una  socie- 
dad que  progresa,  hai  anualmente  un  sobrante  que,  reparado 


OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


el  capital  productivo,  se  invierte  parte  en  aumentarlo,  i  parte 
en  consumos  de  comodidad  i  lujo,  estériles  de  suyo,  pero  ne- 
cesarios en  cierto  modo,  porque  los  consumos  improductivos 
son  el  objeto  final  en  que  termina  toda  industria  i  que  la  hace 
nacer  i  la  estimula.  De  la  distribución  de  este  producto,  depen- 
de en  mucha  parte  el  bienestar,  i  por  consiguiente,  la  moralidad 
de  las  clases  inferiores;  cuanto  mayor  es  la  proporción  que 
éstas  logran  en  él,  por  medio  de  su  industria  i  trabajo,  mas 
feliz  es  su  condición,  i  mas  susceptible  se  hace  de  impresiones 
morales.  De  que  se  sigue  que  la  naturaleza  de  los  consumos 
improductivos,  la  especie  de  comodidades  i  de  lujo  que  halagan 
el  gusto  o  capricho  de  las  primeras  clases,  tiene  una  iníluencia 
poderosísima  en  la  suerte  del  pueblo  i  en  el  carácter  nacional. 
Si  estas  comodidades  i  este  lujo  consisten  en  artículos  de 
ostentación  elabóralos  en  países  extranjeros,  podrá  crecer 
cuanto  se  quiera  la  riqueza  de  la  nación;  pero  la  gran  masa 
del  pueblo,  a  pesar  de  este  incremento  de  la  riqueza  nacional, 
podrá  permanecer  indijente  i  miserable,  i  sumida  por  siglos 
en  la  mas  deplorable  corrupción.  El  comercio  extranjero  será 
Olltónoes  como  un  rio  caudaloso  que  humedece  i  fecunda  el 
terreno  por  donde  corre,  mientras  a  alguna  distancia  de  sus 
márjenea  no  hai  mas  que  esterilidad  i  abrojos.  Pero  suponga- 
mos, por  el  contrario,  que  el  lujo  se  cebe  do  preferencia  en 
objetos  ({iie  la  industria  nativa  le  suministre.  El  sobrante  anual 
ildrá  del  país,  sino  después  de  haberse  dividido  en  multi- 
tud de  vertientes  i  raudales,  que  esparcirán  por  todas  partes 

la  vida  i  l;i  abundancia,  i  al  paso  que  dcstierreil  del  bajo  pue- 
blo  la  andrajosa    miseria,    lo  harán  cada   vez    mas  laborioso, 

mas  calculador,  mas  económioo,  mas  sobrio,  i  en  una  palabra, 
moral. 

i  el  concurso  de  estas  i  «tiras  causas  que  no  nos  detene- 

a  enuraei  que  nos  parecen  de  una  importancia  se- 

ound  i  luciría  resultados  sensibles  i  rápidos  la  educacii  n 

popular;  de  otra  •  no  del  em<    « i  perarlos  de  ella. 

Per  idelante  con  la  obra  del  señor  Oorriti.  Este 

eclesiá  o  la   necesidad  do  uniformar  la 

m  popul  i  croe  que  indas  las  escuelas 


REFLEXIONES  SOBRE  LOS  ESTADOS  AMERICANOS  455 


deberían  tener  una  provisión  suficiente  de  libros,  para  prestar- 
los gratis  a  los  pobres,  exijiendo  de  los  otros  alumnos  un  pre- 
cio módico  por  su  uso.  Esto  podría  conseguirse  a  poca  costa, 
porque  desde  que  se  viese  que  una  obra  era  necesaria  en  al- 
guna de  las  nuevas  repúblicas,  el  ínteres  de  los  libreros  de 
Europa  la  multiplicaría  cuanto  se  quisiese,  i  su  multiplicación 
la  abarataría. 

En  segundo  lugar,  los  libros  elementales  deberían  ser  otros 
tantos  catecismos  de  moral,  que  enseñasen  a  los  niños  sus  de- 
beres para  con  Dios,  para  con  los  domas  hombres,  i  para  con- 
sigo mismos;  pie,  juste,  et  sobrie  viverc.  «Bajo  el  dominio 
español,  dice  el  autor,  no  había  sistema  de  educación  en  las 
escuelas;  los  maestros  de  primeras  letras  eran  en  jeneral  igno- 
rantes i  viciosos;  toda  su  educación  era  cual  se  debía  esperar 
de  ellos.  Cada  niño  leia  el  libro  que  podia  traer  de  su  casa: 
historias  profanas,  cuya  relación  no  entendian  ellos  ni  sus 
maestros,  libros  de  caballerías  o  cosas  parecidas.  Los  padres 
mas  piadosos  daban  a  sus  hijos,  para  leer,  vidas  de  santos, 
escritas  por  autores  sin  criterio,  i  por  consiguiente,  sobrecar- 
gadas de  hechos  apócrifos  i  de  milagros  íinjidos,  u  obras  ascé- 
ticas, partos  de  una  piedad  indijesta.  Los  niños  ciertamente 
aprendían  a  leer;  pero  su  razón  habia  recibido  impresiones 
siniestras  que  producían  efectos  fatales  en  la  vida  social.» 
¡Ojalá  que  los  defectos  de  que  habla  el  autor,  i  sobre  todo  el 
de  la  mala  elección  de  los  primeros  libros  que  se  ponen  en 
manos  del  niño,  hubieran  desaparecido  con  la  dominación 
española!  Este  es  uno  de  los  puntos  relativos  a  la  educación 
popular,  que  demandan  mas  urjentemente  la  atención  del 
gobierno. 

El  señor  Gorriti  esfuerza  mucho  la  importancia  del  estudio 
de  la  lengua  castellana  en  las  escuelas;  pero  tenemos  por  su- 
perfluo  trasladar  aquí  sus  juiciosas  observaciones,  porque  en 
esta  materia  ha  habido  afortunadamente  una  completa  revolu- 
ción en  Santiago.  Sin  embargo,  no  será  inoportuno  decir  algo 
sobre  el  método  que,  para  la  enseñanza  del  idioma  patrio,  nos 
parece  que  debe  seguirse  en  las  escuelas  i  demás  estableci- 
mientos literarios. 


OPÚSCULOS  LITERAIUOS  I  CHITICOS 


llai  muchos  que  croen  que  el  estudio  de  la  lengua  nativa  es 
propio  déla  primera  edad,  i  debe  limitarse  a  las  escuelas  do 
primeras  letras.  Los  que  así  piensan,  no  tienen  una  idea  cabal 
de  los  objetos  quo  abraza  el  conocimiento  de  un  lengua  i  del 
fin  que  deben  proponerse  estudiándola.  El  estudio  de  la  lengua 
so  extiende  a  toda  la  vida  del  hombre,  i  se  puede  decir  que  no 
acaba  nunca.  En  las  escuelas  primarias,  no  se  puede  hacer  mas 
que  principiarlo  por  medio  de  un  libro  elemental,  que  dé  al 
niño  ciertos  rudimentos  proporcionados  a  su  comprensión,  libro 
que  debe  estar  escrito  con  aquella  filosofía  delicada,  que  con- 
siste toda  en  ocultarse,  poniéndose  al  nivel  de  una  inteligencia 
que  apenas  asoma,  i  libro  que  por  desgracia  no  existe.  Las 
definiciones  de  las  gramáticas  comunes  distan  mucho  del  ri- 
gor analítico  que  se  mira  como  indispensable  en  todas  las  artes 
i  ciencias,  i  que  en  ninguna  clase  de  obras  es  tan  necesario, 
como  en  aquellas  que  ofrecen  el  primer  pábulo  a  las  facultades 
intelectuales.  Allí  es  donde  debe  evitarse  con  mas  cuidado  el 
acostumbrar  al  entendimiento  a  pagarse  de  ideas  falsas  o 
inexactas.  Los  hábitos  viciosos  que  se  adquieren  en  esta  edad 
temprana,  van  a  influir  en  toda  la  vida. 

Quo  semel  cst  imbuía  icccns,  sei  vabit  odorem 
Testa  diu.. 

Nada  se  ganará,  pues,  con  poner  en  manos  del  niño  una  gra- 
sa, i  hacerle  aprender  de  memoria  Erases  que  ao  entiende, 
ni  puc  le  entender,  i  que  absoluta:).,  nte  no  le  sirven  para  dis- 
lir  lo  bueno  de  lo  malo  cu  el  lenguaje.  ¿Qué  provecho  lo 
dta  d<-  tener  la  cabeza  moblada  do  definiciones,  ¡  de  saber 
analizar  una  frase  en  la  pizarra,  diciendo  que  la  es  artículo, 
tierra^  su  !  inth  rbo,  i  extensa,,  adjetivo,  si  realmente 

(Iguir,  sino  a  lientas  i  a  bulto,  al  nombre  del  ver- 

ntivo  de)  a  lj<  tivo;  i  si,  al  salir  de  la  escuela,  si  fue 

diciendo,  e  >n  haber  entrado  en  ella,  yo  íueso,  yo 

yo  copeo  i  yo  oaceo,  tu  sois,  vos  eres,  im- 

o  i  hom  !  ;  ireoe 

que  la  enseftanza  del  Idiom  nteramonte  práctica, 

reducida  al  mim,  para  quo  lus  evite,  los  vicios 


REFLEXIONES  SOBRE  LOS  ESTADOS  AMERICANOS  457 


de  que  está  plagada  el  habla  del  vulgo.  Debe  primeramente  ccv 
rrejir.se  su  pronunciación,  haciéndole  proferir  cada  letra  con  el 
sonido  que  le  es  propio.  Deben  hacérsele  notar  his  malas  con- 
cordancias, instruyéndole  de  lo  que  es  el  jénero  de  los  nom- 
bres, que  solo  tiene  por  objeto  evitarlas,  i  manifestándole,  por 
ejemplo,  que  la  palabra  vos,  aunque  dirijida  a  una  sola  por-  ' 
sona,  concuerda  siempre  con  las  terminaciones  plurales  del 
verbo.  Debe  hacérsele  conjugar  amenudo  los  verbos  regulares 
e  irregulares,  tanto  los  familiares,  en  que  el  halda  popular  es 
viciosa,  como  aquellos  en  (pie,  por  serlo  extrañ os  o  descono- 
cidos, puede  vacilar  el  niño.  Sobro  todo,  nada  debe  decir 
que  no  esté  a  su  alcance;  ninguna  palabra  debe  citársele,  cuyo 
significado  no  se  le  explique.  A  estos  i  otros  ejercicios  prácti- 
cos semejantes,  debe  reducirse,  si  no  nos  equivocamos,  la  gra- 
mática del  idioma  patrio  en  las  escuelas  primarias.  El  estudio 
del  mecanismo  i  jenio  de  la  lengua,  pueden  hacerlo  mas  tarde, 
en  clases  destinadas  a  este  solo  objeto,  las  personas  que  culti- 
ven las  profesiones  literarias  o  que  aspiren  a  una  educación 
esmerada.  La  lengua  será,  para  ellos,  un  ramo  interesante  de 
literatura  i  de  filosofía. 

En  otro  número,  continuaremos  el  examen  de  la  obra  del 
señor  arcediano  de  Salta;  i  por  ahora  nos  limitamos  a  reco- 
mendarla a  nuestros  lectores,  por  el  buen  sentido  en  que  está 
escrita  i  por  las  indicaciones  útiles  de  que  abunda. 


II 

El  señor  Gorriti  no  está  bien  con  la  práctica,  tan  común  hoi 
dia  en  las  escuelas  de  mejor  nota,  de  hacer  adquirir  a  los  niños 
una  forma  de  letra  extranjera.  Nosotros  convenimos  en  la  jus- 
ticia de  sus  observaciones;  i  creemos  que  la  forma  castellana 
es  preferible  por  su  calidad,  por  la  mayor  semejanza  que 
tiene  con  lo  impreso,  i  acaso  también  por  su  hermosura.  Se 
dirá  que  es  mas  fácil  de  adquirir  la  inglesa.  Pero,  ni  nos  pa- 
rece demostrado  que  lo  sea,  ni  cuando  lo  fuese,  debiera  sacri- 
ficarse a  un  insignificante  ahorro  de  tiempo  la  ventaja  incom- 


458  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

parable  do  la  claridad.  La  segunda  de  las  razones  de  preferencia 
que  hemos  apuntado,  nos  parece  también  mui  digna  de  tenerse 
en  consideración,  porque  todos  saben  que  el  aprendizaje  de  la 
lectura  tiene  dos  partes;  que  el  niño,  después  que  ya  lea  corrien- 
temente en  libro,  tiene  que  ejercitarse  en  leer  manuscritos;  i 
que  la  diferencia  de  la  letra  de  imprenta  a  la  de  pluma  aumenta 
innecesariamente  las  dificultades  de  un  arte,  cuya  adquisición 
importa  tanto  jeneralizar  en  todas  las  clases. 

Si  la  introducción  de  los  usos  extranjeros  que  hacen  una 
ventaja  conocida  a  los  nacionales  es  una  de  las  mayores  utili- 
dades que  traen  consigo  el  trabajo  i  comercio  recíproco  de  los 
pueblos,  no  por  eso  debe  adoptarse  sin  examen  todo  lo  que 
nos  viene  de  otras  naciones,  por  mas  industriosas  i  cultas  que 
sean.  Téngase  toda  la  indulgencia  que  se  quiera  con  los  capri- 
chos inocentes  de  la  moda;  pero,  al  dejar  lo  nuestro  por  lo 
ajeno,  asegurémonos,  a  lo  menos,  de  que  no  vamos  a  perder 
en  el  cambio. 

El  señor  Gorriti  so  detiene  bastante  en  la  parte  orgánica  i 
científica  de  los  seminarios.  Este  es  uno  de  los  asuntos  quo  nos 
parecen  mejor  desempeñados  en  su  obra,  i  de  que  pueden  ha- 
cerse aplicaciones  mas  inmediatas  a  Chile.  Lo  que  dice  el  autor 
en  ordénalos  libros  que  deben  ponerse  en  manos  de  los  semi- 
naristas, para  inspirarles  sentimientos  piadosos,  ha  sido  dicta- 
do a  un  mismo  tiempo  por  la  verdadera  piedad  i  por  una 
sólida  filosofía.  «Se  debe  tener  gran  cuidado  {^on  sus  palabras) 
en  la  elección  de  loe  libros  en  que  han  de  estudiar  la  oiencia 

do  la  salud.   En  las   bibliotecas  anticuas,  especialmente   en  las 

que  fueron  do  los  jesuítas,  hormigueaban  libros  asoétioos,  obras 
de  loa  mismos  jesuítas;  pero  quo,  con  mui  pocas  excepoiones, 
son  mas  perniciosos  que  útiles.  Un  joven  de  espíritu  débil  pe- 

•  con  la  lectura  di'  00S8J  todas  atorrantes,  capares  de  baeer 

desesperir  o  perder  <-i  juicio,  como  he  visto  algunos;  i  el  que 
i  un  temple  de  espíritu  mas  fuerte,  si  es  dr,  un  talen- 
to superficial,  di  verdades  presentadas  con  tanta  exa- 
!on,  con  mu  aparato  de  palabras  tan  pomposo,  i  sin  una 
prueba  solida  qu  •  convenza  al  entendimiento;  i  tiene  dado 

un  paso  bien  l.i  impiedad....  LOS  sermones  del 


REFLEXIONES  SOBRE  LOS  ESTADOS  AMERICANOS  459 

padre  Bourclaloue,  los  del  señor  Masil.on,  i  las  eonferencias 
de  este  ilustre  prelado  eon  su  clero,  me  parecen  libros  mucho 
mas  a  propósito  para  la  lectura  de  los  colejiales  en  los  dias  de 
ejercicios;  ellos  presentan  las  verdades  santas  de  nuestra  rcli- 
jion  con  fuerza,  elocuencia  i  sencillez,  fundadas  en  razones 
sólidas  que  cautivan  el  entendimiento  i  arrojan  al  corazón 
centellas  que  prenden  en  él  el  fuego  del  divino  amor....  Pero 
la  virtud  del  cristiano  no  debe  sor  una  virtud  especulativa;  no 
se  puede  pasar  la  vida  meditando;  es  preciso  obrar;  i  para  no 
incurrir  en  desaciertos,  la  persona  que  desea  servir  a  Dios 
necesita  guias  i  consejeros  que  le  dirijan  por  la  senda  de  la 
vida;  libros  manuales,  que  puedan  acompañarle  sin  molestia, 
para  consultarlos  a  cada  rato,  pueden  tener  lugar  de  un  di- 
rector o  pedagogo.  El  tratado  De  Imitatione  Christi  por 
Tomas  Kémpis  es  excelente,  para  guiar  un  alma  por  el  camino 
de  la  cruz,  i  nutrir  en  ella  la  humildad  i  la  caridad,  que  son  el 
fundamento  de  todas  las  virtudes».... 

Los  objetos  de  enseñanza  en  los  seminarios  deben  abrazar, 
según  nuestro  autor:  1.°  idiomas,  2.°  dialéctica  i  metafísica, 
3.°  filosofía  moral,  4.°  nociones  de  física,  5.°  teolojía,  C.°  teolo- 
jía  moral,  7.°  la  historia  de  los  concilios,  8.°  la  retórica  sa- 
grada. 

Entre  los  idiomas,  se  recomiendan,  ademas  del  patrio  i  del 
latino,  el  francés,  ingles  e  italiano.  No  incluye  en  esta  lista  el 
griego,  i  demás  idiomas  orientales,  no  porque  desconoce  su 
importancia,  sino  porque  ha  procurado  ceñirse  a  lo  mas  urjen- 
te,  i  porque  son  tan  raras  en  América  las  obras  clásicas  escri- 
tas en  ellos,  que  su  adquisición  no  reportaría  ninguna  ventaja. 
Esta  última  razón  nos  parece  de  mu  i  poco  peso.  Nada  sería 
mas  fácil  que  hacer  venir  de  Europa  cuantas  obras  de  esta  es- 
pecie se  quisiesen,  a  precios  mui  moderados. 

«Son  innumerables,  dice,  los  secretos  que  le  ha  arrancado  a 
la  naturaleza  el  espíritu  de  análisis,  de  observación  i  de  com- 
paración; son  también  innumerables  los  errores  que  ha  disi- 
pado i  las  preocupaciones  que  ha  destruido  la  crítica  i  el 
estudio  de  las  antigüedades;  i  ¡cuánto  se  han  rectificado  los 
conocimientos  en  materia  de  gobierno,  de  lejislacion,  de  dere- 


7jG0  opúsculos  literarios  i  clínicos 

cho  eclesiástico  i  otras  varias!  El  teatro  del  mundo  polítieo  ha 
variado;  sus  intereses  i  relaciones  son  del  todo  nuevas;  nuevos 
principios  deben  rejir'as. 

«Sería  cosa  mui  triste  i  degradante,  que  un  ciudadano  de  los 
nuevos  estados,  habiendo  emprendido  la  carrera  de  las  letras, 
se  encontrase  desprovisto  do  algunos  conocimientus  sobre  la 
mayor  parte  de  esos  objetos,  después  de  haber  sido  condeco- 
rado con  una  borla  de  doctor  en  sagrada  teolojía,  jurispruden- 
cia civil  o  canónica.  Cuando  éramos  colonos,  cuando  la  inqui- 
sición perseguía,  como  a  hechiceros,  a  los  que  sabían  un  poco 
mas  de  física  que  el  común  de  los  doctores;  cuando  prohibía 
el  curso  de  los  libros  que  combatían  los  falsos  principios  del 
feudalismo;  cuando  cruzaba,  de  acuerdo  con  el  gobierno, 
el  estudio  de  las  ciencias  exaetas  por  temor,  se  decia,  de 
qvc  los  jóvenes  se  hagan  materialistas,  un  doctor  de  las 
universidades  de  los  países  españoles  sabía  bastante  si  había 
traqueado  los  tomarrones  de  Goti,  Gonet,  Suárez  i  Vásquez, 
llenado  su  cabeza  de  sutilezas  escolásticas,  i  versadose  en  forjar 
sofismas,  para  envolver  a  su  antagonista.  Si  podía  referir  el 
catálogo  de  los  concilios  jenerales,  enumerar  las  herejías, 
conciliar  algunas  aparentes  contradicciones  de  ios  libros  sagra* 
dos,  se  le  consideraba  como  un  pozo  do  ciencia;  era  un  hom- 
bre eminente. 

i  se  trataba  de  materias  morales,  el  que    babia  estudiado 
el  padre  Cóncina,   leído  a  Ligorio  e  Golet,  o  alguno  de  esos 

otros  fabricantes  de  pecados    moríales,  era  un  hombre  de  con- 

sejo. 

\n  materias  de  jurisprudencia  canónica,  era  un  grande  hom« 
l  que  conocía  el  cuerpo  <  1  * ■  1  derecho,  según  el  orden  de  sus 

títulos;  el  que  sabía  distinguir  entre  la  autoridad  del  Decreto 

'aciano,  la  de  lai  Decretales  de  » Iregorio  Nono,  ( 'lemen~ 

\  ig&ntes;  ol  que  se  hallaba  en  estado  de  decir 

lo  que  sobre  una  materia  dada  opinaba  Fagnani,  Reinfestufcl, 

n  i    alguno  POCO    maso   ménOS,  sucedía    lo 

i  la  jurisprudencia  civil.  Cada  uno  de  éstos  presénta- 

i  sobre  un  asunto  dado  una  disertación 

muí  erudita,  llena  de  citas,  autori  lados,  doctrinas,  oto,  Nada 


REFLEXIONES  SOURE  LOS  ESTADOS  AMERICANOS  4fli 


dejaría  desear,  supuesto  que  la  materia  se  ciñese  precisamente 
a  un  asunto  teolójico,  canónico  o  civil;  pero  si  por  desgracia 
se  mezclaban  en  él  algunos  puntos  que  se  rozasen  con  otras 
materias  diversas,  envolvería,  en  erudición  i  doetrina,  dispa- 
rates que  darían  compasión.  ¿Por  qué?  Porque  nada  mas  habia 
aprendido  que  la  teolojía,  o  los  cánones,  o  el  dereeho  civil. 
Nadie  será  buen  teólogo,  buen  canonista,  buen  jurista,  buen 
moralista,  sin  tener  regulares  noeioncs  de  las  ciencias  natura- 
les i  exactas.  Las  ciencias  son  como  las  virtudes,  que  ninguna 
se  puede  tener  en  grado  eminente,  sola,  i  sin  ser  auxiliada  de 
otras. 

«Antes  de  la  emancipación  de  las  Américas,  era  disculpable 

la  Taita  de  instrucción  en  las  ciencias  naturales  i  exactas 

Ahora  que  los  libros  científicos  pueden  venir  sin  obstáculo, 
que  está  en  los  intereses  de  las  repúblicas  i  de  los  ciudadanos 
instruirse  en  todos  los  ramos  conocidos  de  literatura,  sería  mui 
deshonorante,  para  los  nuevos  republicanos  que  no  sintiesen 
el  noble  empeño  de  instruirse  en  ellos.... 

«Por  ignorancia  en  la  jeografía,  el  consejo  de  Indias  expi- 
dió una  real  orden,  para  que  los  buques  procedentes  de  los 
puertos  de  España,  conduciendo  azogues,  viniesen  a  descargar 
a  la  misma  ribera  de  Potosí,  para  evitar  los  costos  que  ocasio- 
naba su  conducción  por  tierra  desde  Buenos  Aires.  Por  igno- 
rancia en  náutica  i  en  física,  en  Lima,  a  principios  del  siglo 
pasado,  procedió  la  inquisición  contra  un  piloto  hábil  que  del 
Callao  a  Valparaíso  hizo  un  viaje  en  menos  de  la  mitad  del 
tiempo  que  antes  habia  empleado  el  buque  mas  velero.  En 
Poma,  jimio  largo  tiempo  i  pereció  en  finen  un  calabozo  el 
insigne  Galileo,  porque  enseñaba  la  estabilidad  del  sol  en  el 
centro  de  nuestro  sistema  planetario,  i  el  movimiento  de  la 
tierra  en  torno  de  él,  i  no  quiso  jamas  ni  hacer  injuria  a  la 
verdad,  ni  engañar  a  los  hombres  con  una  retractación  apa- 
rento. 

«En  el  siglo  VII,  se  condenó  en  un  concilio  africano  la  opi- 
nión de  un  Zacarías  que  enseñaba  que  la  tierra  era  un  globo 
habitado  en  todas  sus  partes,  porque  se  decia  que  esta  opinión 
favorecía  a  la  herejía  de  los  preadamitas.  San  Agustín,  a  pesar 


462  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 


de  la  penetración  de  su  injenio,  cayó  en  la  misma  equivocación 
de  los  padres  del  concilio;  a  un  dogma  de  fe  asociaban  un  su- 
puesto falso;  la  consecuencia  debía  ser  errónea La  falta  de 

física  fué,  pues,  la  que  pretendió  convertir  en  dogma  relijioso 
un  error  palpable. 

«No  pueden  leerse  sin  asombro  las  inepcias  i  desatinos  que 
con  tanta  gravedad  i  aparato  de  autoridad  escriben  juristas  i 
moralistas  en  el  tratado  De  Usuris....  La  falta  de  conocimien- 
tos en  el  valor  i  variedad  de  las  permutas  ha  hecho  dar  una 
interpretación  absurda  al  texto:  mutuum  date,  nihil  inde 
accipientes;  todos  sus  argumentos  se  fundan  en  que  el  metal 
amonedado  es  improductivo,  porque  tiene  un  valor  intrínseco, 
principio  evidentemente  falso 

«¿De  cuántas  leyes  absurdas,  de  cuántas  resoluciones  intrín- 
secamente injustas,  tanto  en  el  foro  contencioso,  como  en  el 
de  la  conciencia,  no  lia  sido  manantial  fecundo  el  error  deque 
el  metal  amonedado  no  es  productivo,  ni  variable  su  precio? 
Do  este  error  funesto,  han  participado  príncipes,  legisladores, 
tribunales,  algunos  concilios  provinciales,  doctores  i  directores 
de  id  mas.  Pero  ¿qué  sucedió?  La  evidencia,  el  sentimiento  de 
utilidad,  la  experiencia  del  provecho  que  reporta  toda  la  so- 
ciedad, ha  prevalecido  sobre  las  leyes,  ordenanzas,  cánones, 
decretos,  censuras,  etc.;  i  se  han  establecido  bañóos  de  des- 
cuento i  de  crédito  público,  i  los  jiros  do  dinero  a  ínteres  so 
han  jeneraliz  n  lo  que  el  comercio  ha  tomado  una  acti- 

vidad incalculable,  la  industria  ha  encontrado  fomento,  i  loa 
gobiernos  un  medio  de  satisfacer  relijiosamente  sus  deudas, 
sin  arruinar  bus  reñías,  ni  gravar  a  Loa  subditos.  Las  relaoio- 

pueblOS  se  han  estreehado,  trabado  los  intereses, 

!  i  loa  celos  i  alejad»  pretextos  de  rompimiento;  i  la 
moral  pública  ba  mejorado. 

i  p  hIi-.v  la  rezón  condenar  oontratoa  de  que  tanto  bien 

l-eeibe  <1  hombre  en  lo  físico  i  en  lo  moral'  No  obstante,  ellos 
lian  s¡,lo  un  obj<  ración  pira  las  leyes,  que,  por  falta 

de  conocimiento  en  la  economía,  loa  han  combatido  neciamen- 
fa  no  ae  priva  pultura  ooleaiáatioa  al  banquero  que 

on.   Va  \u\  confesor  prudente  no 


DEFLEXIONES  SOBRE  LOS  ESTADOS  AMERICANOS  4G3 

se  atreverá  a  obligar  a  su  penitente  a  restituir  las  ganancias 
adquiridas  dando  dinero  a  interés;  i  los  legisladores  no  se  ocu- 
parán en  poner  tasa  a  estas  ganancias,  como  no  se  ocupan  en 
ponerla  a  otras  especulaciones.» 

De  estos  principios,  deduce  el  señor  Gorriti  que  nadie  puede 
ser  un  mediano  teólogo,  moralista,  canonista,  ni  ejercer  dig- 
namente la  augusta  función  de  lejislador,  sin  teñera  lo  menos 
nociones  jenerales  en  diferentes  ramos  de  ciencias  natura- 
les i  políticas.  I  para  conseguirlo,  cree  que  es  un  medio  indis- 
pensable el  conocimiento  do  los  idiomas  cultos  de  Europa. 
Cree  también  nuestro  autor  que  este  conocimiento  i  aquellas 
nociones  son  necesarios  a  los  esclesiásticos,  i  en  especial  a  los 
curas,  porque  los  habilitan  para  hacer  mas  extensa  la  esfera 
de  su  beneficencia  i  les  suministran  un  excelente  preservativo 
contra  los  vicios  a  que  conduce  la  falta  de  una  recreación 
mental  inocente.  El  cuadro  que  presenta  aquí  de  la  corrupción 
de  costumbres  en  los  curatos  rurales,  no  puede  tacharse  de  exa- 
geración; i  la  análisis  que  hace  de  sus  causas  es  exacta  i  satis- 
factoria. 

Hablando  de  la  dialéctica,  nos  parece  que  el  señor  Gorriti  da 
una  excesiva  importancia  al  raciocinio  silojístico;  i  lo  extraña- 
ríamos menos,  si  no  viésemos  que  recomienda  particularmente 
los  principios  lójicos  de  Condillac.  Lo  que  se  ha  enseñado  has- 
ta ahora  con  el  nombre  de  dialéctica  en  las  escuelas,  no  abraza 
mas  que  una  parte  pequeña  de  las  leyes  a  que  está  sujeto  el 
raciocinio,  porque  el  silojismo  es  un  modo  particular  de  dedu- 
cir de  lo  conocido  lo  desconocido,  i  tenemos  otros  varios  que 
nos  conducen  breve  i  fácilmente  a  la  verdad  en  muchos  casos 
en  que  la  forma  silojística  es  inaplicable  o  embarazosa. 

El  juicio  que  hace  el  señor  Gorriti  déla  Ideolojía  de  Destutt 
Tracy  es  severo,  i  acaso  toca  en  la  raya  de  injusto;  pero  hasta 
cierto  punto  nos  parece  fundado.  Hai  en  la  obra  de  Destutt 
Tracy  cosas  mui  triviales  presentadas  como  descubrimientos 
importantes,  principios  aventurados,  que  no  se  prueban,  o  se 
prueban  de  un  modo  superficial,  que  está  mui  lejos  de  produ- 
cir convicción;  i  lo  que  es  mas,  un  olvido  inexcusable  de  ver- 
dades fundamentales,  que   otros  filósofos,  i  Condillac  mismo, 


4G\  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

habían  demostrado  con  la  mayor  claridad  i  evidencia.  Así  es 
que,  a  pesar  do  las  formas  elegantes  i  especiosas  con  que  osle 
filósofo  ha  adornado  su  doctrina,,  la  obra  está  desterrada  de 
las  escuelas  i  cuenta  en  el  dia  un  número  bien  escaso  de  ad- 
miradores. 

El  señor  Gorriti  se  extiende  largamente  sobre  la  importan- 
cia de  la  moral;  i  sus  ideas  acerca  de  este  punto  interesante 
son  tan  puras,  como  sólidas.  Debemos  empero  confesar  que  no 
convenimos  en  todo,  i  que  su  censura  de  las  opiniones  de  Je- 
remías Bentham  nos  parece  poco  fundada.  No  ignoramos  que 
puede  apoyar,  con  autoridades  muí  respetables,  su  reprobación 
del  principio  de  utilidad,  proclamado  por  aquel  célebre  publi- 
cista; pero  nos  inclinamos  a  creer  que,  presentada  la  doctrina 
de  Bentham  bajo  su  verdadero  aspecto,  no  tiene  nada  que  deba 
alarmar  a  las  conciencias  mas  puras;  nada  que  disminuya  en 
lo  mas  mínimo  el  valor  de  los  hechos  heroicos  i  de  los  sacrifi- 
cios desinteresados. 

Los  fenómenos  del  mundo  moral,  si  no  nos  equivocamos, 
se  pueden  clasificar  de  este  modo.  En  virtud  de  las  leyes  esta- 
blecidas por  el  autor  de  la  naturaleza,  hai  ciertas  acciones 
humanas  que  producen  al  que  las  ejecuta  una  suma  de  males 
mucho  mayor  que  el  placer  o  satisfacción  que  podemos  pro- 
p  memos  en  ellas.  EstOS  males,  o  son  consecuencias  de  las 
leyes  del  universo  corpóreo,  como  las  enfermedades  i  dolores 
que  vienen  en  pos  del  libertinaje,  o  nacen  de  la  desconfianza, 

r  que  inspira  a  los  dnnas   hombres  nuestra    con- 

dud  'O  sola  basta  para  causamos  padecimientos 

unamente  infelices.  Hai,  por  el  contra- 
no,  .1  que  producen  al  que  las  ejecuta  una  suma  de  bie- 

ires  que  la  incomodidad  o  dolor  que  puoden 
aprii  nos  en  ellas;  i  estos  bienes,  o  son  pro- 

ducidos por  las  leyc  del  universo;  o  provienen  déla 

confianza,  estimación  i  amor,  que  inspiras  tos  demás  hombres 
conducta.   La  naturaleza  ha  establecido  de  esté  modo 
un  oódigodc  i  premios;  i  la  razón,  guiada  por  la  ex- 

i  lejislacion  natural.  ¿Qué  son,  pues, 
rolarlos  do  la  lei  primera,  quo,  escrita 


REFLEXIONES  SOBBE  LOÉ  ESTADOS  AMERICANOS  465 


con  caracteres  indelebles  en  el  corazón  humano,  dice  a  cada 
uno  en  todos  los  momentos  do  la  vida:   consérvate  i  sé  feliz. 
La  sanción  física  i  la  sanción  de  la  vindicta  humana,  son 
las  mas  universales  e  iutelijibles;  pero  la  sensibilidad  consti- 
tucional i  la  educación  añaden  otras  que,  en  parte,   concurren 
con  ellas  i  en  parte  las  suplen,  cuando   faltan.  Desenvuélvese 
en  la  sociedad  i  se  fortifica  con  la  civilización  aquella  simpatía 
con  los  bienes  i  males  ajenos,  que,  para  las  almas  bien  consti- 
tuidas i  morijeradas,  es  un  placer  exquisito  o  una  pena  intensa, 
cuando  a  la  representación   de  la  felicidad  o  miseria  ajena  se 
junta  la  idea  de  ser  esta  felicidad  o  miseria  obra  nuestra.  En 
virtud  de  esta  simpatía,  la  beneficencia  i  la  malignidad  hallan 
otra  tercera  especie  de  castigos  i  recompensas  en  el  fondo  mis- 
mo del  corazón  humano.  ¿No  es,  pues,  el  instinto  el  que  nos 
hace  apetecer  la  felicidad  propia,  el  que  nos  lleva  a  enjugar  las 
lágrimas  del  desgraciado,  o  el  que  pintándonos  los  padecimien- 
tos de  una   familia   inocente,  como  consecuencia  de   un  acto 
nuestro,  nos  aparta  de  cometerlo?  ¿Condenará  el  moralista,  co- 
mo motivos  interesados  que  no  deben  influir  en  la  conducta  de 
un  ser  racional,  la  satisfacción  pura  de  haber  hecho  el  bien  de 
sus  semejantes  o  la  horrorosa  pena   de  haber  causado  su  des- 
gracia? ¿Puede  acaso  la  voluntad  humana  ser  dirijida  por  otros 
móviles  que  la  esperanza  de  un  bien  o  el  temor  de  un  mal? 
Fuera  do  estas  tres  especies  do  castigos  i  premios,  fuera  de 
estas  tres  sanciones,  física,  social  i  simpática,  hai   otras  dos, 
cuyas  semillas  ha  plantado  la  naturaleza  en  el  alma,  pero  que 
no  se  desarrollan  ni  producen  frutos  saludables,  sino  por  me- 
dio do  una  educación  conveniente.  Tal  es  la  constitución  del 
espíritu  humano,  que,  cuando  el  alma  so  da  a  sí  misma  el  tes- 
timonio de  haber  obrado  bien,  es  decir,  conforme  a  ciertas 
reglas  que  concebimos  deben  dirijir  nuestra  conducta,  senti- 
mos placer,  i  cuando  se  da  un  testimonio  contrario,  experi- 
mentamos una  sensación  desagradable  que  nos  hace  no  estar 
contentos  con  nosotros  mismos.  Estas  sensaciones  son  suscep- 
tibles de  varios  grados,  según  el  carácter,  la  educación  i  los  há- 
bitos; pero  quizá  no  hai  hombre  tan  bárbaro  ni  tan  endureci- 
do por  la  repetición  del  crimen  en  quien  falten  absolutamente. 
opííc,  59 


•166  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CIÚTICOS 


La  desgracia  está  en  que  las  reglas  a  que  referimos  nuestras 
acciones  pueden  ser  mas  o  menos  conformes  a  nuestro  ver- 
dadero interés  i  el  de  la  sociedad.  La  conciencia  extraviada 
aprobará  a  veces  lo  que  debiera  echarnos  en  cara,  i  otras  su- 
cederá al  contrario.  Un  juez,  por  ejemplo,  va  a  pronunciar  un 
fallo  de  vida  o  muerte;  aunque  está  seguro  do  que  el  acusado 
es  delincuente,  le  absuelve;  i  se  complace  interiormente  en 
haber  ejecutado  un  acto  de  clemencia,  cuando  debiera  acusar- 
se de  haber  hecho  un  daño  incalculable  a  la  sociedad,  i  de 
haber  traicionado  su  ministerio.  lié  aquí,  pues,  una  cuarta  san- 
ción, la  de  la  conciencia:  saludable,  cuando  se  le  ha  dado  una 
dirección  conveniente;  ineficaz  i  talvez  perniciosa  en  el  caso 
contrario. 

Es  un  error  harto  común  figurarse  que  tenemos  como  escri- 
tas i  estampadas  en  el  alma  ciertas  máximas  de  conducta,  que 
han  precedido  a  la  reflexión,  que  son  unas  mismas  en  todos 
los  hombres,  i  que  nos  guian  con  seguridad  a  lo  bueno,  es 
decir,  a  nuestra  verdadera  felicidad,  que  nunca  puede  estaren 
oposición  con  la  felicidad  jencral.  Ilai  casos  sin  duda  en  que 
las  reglas  de  conducta  son  obvias  i  uniformes.  El  asesinato, 
por  ejemplo,  es  un  acto  que  compromete  tan  abiertamente  la 
paz  de  la  sociedad  i  nuestro  interés  propio;  las  consecuencias 
funestas  de  este  acto  son  tan  palpables,  que  a  primera  vista, 
i  como  por  un  movimiento  anterior  a  toda  reflexión,  la  con- 
eienoia  Levanta  el  grito  vedándolo  i  forceja  contra  el  brazo  del 
mi),  aunen  el  hervor  délas  pasiones  maléficas,  que  le 
arman  con  el  puñal  homicida.  Pero  hai  una  infinidad  de  casos 
en  que  la  regla pareoe  osoura  o  equivoca,  De  aqui  la  necesidad 
<\>-  cultivar  i;i  conciencia;  de  aqui  la  importancia  del  estudio 
<!<•  la  filosofía  moral,  ramo  de  enseñanza  que,  como  dioe  mui 
bien  el  irriti,  debiera  ocupar  el  primer  lugar  en  la 

'duración  de]  pueblo. 

Pero  preguntamos:  ¿en  qué  consiste  que  este  testimonio  *  l*  - 1 

alma  |     por  li  un  -¡.arado  de  las  o!  ras  sanciones,  un  mó- 

vil de  mi.  ¡.rio  que  la  buena  conciencia 

ni  fuente  perenne dG   Btisfaociones,  i  lámala  un  manan- 
tial do  inquietud*  brimientoe  interiores,  que  acibaran  el 


REFLEXIONES  SOllRE  LOS  ESTADOS  AMERICANOS  467 

goce  de  todo  aquello  que  el  alma  ha  comprado  con  el  crimen, 
i  la  hacen  exclamar  dolorosamente; 

Medio  de  fonte  leporum 

surgit  amari  aliquid,  quod  in  ipsis  floribus  angit? 

En  una  palabra,  ¿se  determina  la  voluntad  por  máximas 
abstractas?  ¿o  por  los  placeres  i  penas  de  conciencia,  que  re- 
sultan de  lo  que,  según  las  ideas  adquiridas,  nos  figuramos 
como  buena  o  mala  conducta? 

La  relijion  viene,  en  fin,  a  coronar  la  obra  de  la  moral.  I 
¿qué  es  lo  que  ella  propone  a  el  alma?  Recompensas  i  premios. 
Supongamos  los  sentimientos  relijiosos  mas  puros  de  que  es 
susceptible  el  corazón  humano.  Supongamos  un  alma  que  no 
es  determinada  a  obrar  bien,  sino  por  la  íntima  satisfacción 
de  que  su  conducta  es  aceptable  a  los  ojos  de  un  ser  infinita- 
mente bueno  i  justo.  ¿No  es  ese  placer  individual  lo  que  busca 
esta  alma  en  medio  de  las  abnegaciones  i  de  los  sacrificios,  i 
en  la  hoguera  misma  del  martirio?  Es  cierto  que  este  héroe  de 
la  relijion  no  pensará  jamas  en  sí  mismo.  Pero  ¿no  anhela  por 
un  bien?  I  ¿puede  concebirse  bien  alguno  que  no  consista  en 
una  satisfacción,  en  un  placer  del  cuerpo  o  del  espíritu? 

Todo  se  toca  en  la  moral:  mejorando  nuestro  ser,  contribui- 
mos al  bien  de  la  sociedad;  contribuyendo  a  la  felicidad  de  los 
demás  hombres,  hacemos  la  nuestra;  i  si  estamos  imbuidos  en 
sanas  máximas  relijiosas,  procederemos  con  la  sincera  convic- 
ción de  que,  mejorando  nuestro  ser,  i  contribuyendo  en  cuanto 
podamos  al  bien  de  los  demás  hombres,  tributaremos  al  ser 
supremo  el  incienso  mas  suave  i  el  homenaje  mas  digno  déla 
bondad  i  justicia  infinita.  De  que  se  sigue  que  la  análisis  de 
todos  los  motivos  morales,  si  es  que  no  queremos  deslum- 
hrarnos con  frases  brillantes,  va  a  parar,  por  último  resultado, 
en  nuestro  propio  bien;  i  que  este  bien  individual,  deducido 
de  una  exacta  comparación  de  los  placeres  i  ponas  de  todas 
clases  que  dimanan  de  nuestros  actos  voluntarios,  coincide 
exactamente  con  los  dictados  de  la  relijion  verdadera,  cuyas 
santas  máximas  tienden  a  la'clicha  de  los  hombres  aun  en  este 
mundo;  con  los  avisos  de  una  conciencia  ilustrada,  cuando  la 


4G8  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

educación  ha  grabado  en  ella,  como  regla  invariable,  que  no 
debemos  pretender  para  nosotros  mismos  lo  que,  concedi- 
do a  los  demás  hombres  en  circunstancias  semejantes, 
sería  pernicioso  a  la  sociedad;  con  las  sujestiones  de  la  sim- 
patía, cuando  ésta,  desoyendo  a  la  conciencia,  no  dejenera  en 
flaqueza;  i  con  la  vindicta  humana,  la  reputación  i  la  gloria, 
cuando  el  juicio  de  los  hombres  no  está  pervertido  por  preo- 
cupaciones perniciosas  a  los  intereses  sociales.  Nuestro  propio 
bien,  explicado  por  el  bien  de  la  comunidad,  es,  por  decirlo 
así,  la  moral;  todas  las  sanciones  de  que  hemos  hablado  con- 
curren i  terminan  en  él,  como  en  su  centro. 

Sin  sentir,  hemos  prolongado  esta  discucion  mas  de  lo  que 
pensábamos;  i  nos  vemos  precisados  a  cerrar  aquí  el  examen 
de  la  obra  del  señor  Gorriti,  recomendando  particularmente 
los  capítulos  que  siguen,  sobre  la  organización  i  enseñanza  de 
los  seminarios  i  eolejios.  A  pesar  do  una  u  otra  proposición 
aventurada,  del  desaliño  del  estilo  en  algunos  pasajes,  i  de  la 
incorrección  de  la  ortografía,  en  que  tendrá  sin  duda  mucha 
parte  la  circunstancia  de  no  haberse  dado  a  luz  la  obra  bajo  la 
inspección  del  autor,  creemos  que  el  señor  Gorriti  ha  hecho  en 
ella  un  aprcciablc  presente  a  los  americanos. 

(FA  Araucano,  Ano  do  1836  | 


u.  C 


LAS  REPÚBLICAS  HISPANOAMERICANAS 


El  aspecto  de  un  dilatado  continente  que  aparecía  en  el 
mundo  político,  emancipado  de  sus  antiguos  dominadores,  i 
agregando  de  un  golpe  nuevos  miembros  a  la  gran  sociedad 
do  las  naciones,  excitó  a  la  vez  el  entusiasmo  de  los  amantes 
de  los  principios,  el  temor  de  los  enemigos  de  la  libertad,  que 
veian  el  carácter  distintivo  de  las  instituciones  que  la  América 
escojia,  i  la  curiosidad  de  los  hombres  de  estado.  La  Europa, 
recien  convalecida  del  trastorno  en  que  la  revolución  francesa 
puso  casi  todas  las  monarquías,  encontró  en  la  revolución  de 
la  América  del  Sur  un  espectáculo  semejante  al  que  poco  antes 
de  los  tumultos  de  París  había  fijado  sus  ojos  en  la  del  Norte, 
pero  mas  grandioso  todavía,  porque  la  emancipación  de  las 
colonias  inglesas  no  fué,  sino  el  principio  del  gran  poder  que 
iba  a  elevarse  de  este  lado  do  los  mares,  i  la  de  las  colonias 
españolas  debe  considerarse  como  su  complemento. 

Un  acontecimiento  tan  importante,  i  que  fija  una  era  tan 
marcada  en  la  historia  del  mundo  político,  ocupó  la  atención 
de  todos  los  gabinetes  i  los  cálculos  de  todos  los  pensadores. 
No  ha  faltado  quien  crea  que  un  considerable  número  de  na- 
ciones colocadas  en  un  vasto  continente,  c  identificadas  en  ins- 
tituciones i  en  orí  jen,  i  a  excepción  de  los  Estados  Unidos,  en 
costumbres  i  relijion,  formarán  con  el  tiempo  un  cuerpo  res- 
petable, que  equilibre  la  política  europea,  i  que  por  el  aumen- 
to de  riqueza  i  do  población  i  por  todos  los  bienes  sociales 
que  deben  gozar  a  la  sombra  de  sus  leyes,  den  también,  con 
el  ejemplo-,  distinto  curso  a  los  principios  gubernativos  del  an- 


4 70  OPÚSCULOS  LITERARIOS  I  CRÍTICOS 

tiguo  continente.  Mas  pocos  han  dejado  de  presajiar  que,  para 
llegar  a  este  término  lisonjero,  teníamos  que  marchar  por  una 
senda  erizada  de  espinas  i  regada  de  sangre;  que  nuestra 
inexperiencia  en  la  ciencia  de  gobernar  había  do  producir  fre- 
cuentes oscilaciones  en  nuestros  estados;  i  que  mientras  la 
sucesión  de  jeneraciones  no  hiciese  olvidar  los  vicios  i  resabios 
del  coloniaje,  no  podríamos  divisar  los  primeros  rayos  de 
prosperidad. 

Otros,  por  el  contrario,  nos  han  negado  hasta  la  posibilidad 
de  adquirir  una  existencia  propia  a  la  sombra  do  instituciones 
libres  que  han  creído  enteramente  opuestas  a  todos  los  elemen- 
tos que  pueden  constituir  los  gobiernos  hispano-americanos. 
Según  ellos,  los  principios  representativos,  que  tan  feliz  aplica- 
ción han  tenido  en  los  Estados  Unidos,  i  que  han  hecho  de 
los  establecimientos  ingleses  una  gran  nación  que  aumenta 
diariamente  en  poder,  en  industria,  en  comercio  i  en  población, 
no  podían  producir  el  mismo  resultado  en  la  América  española. 
La  situación  de  unos  i  otros  pueblos  al  tiempo  de  adquirir  su 
independencia  era  esencialmente  distinta:  los  unos  tenían  las 
propiedades  divididas,  se  puede  decir,  con  igualdad;  los  otros 
veían  la  propiedad  acumulada  en  pocas  manos.  Los  unos  esta- 
ban acostumbrados  al  ejercicio  de  grandes  derechos  políticos, 
al  paso  que  los  otros  no  los  habían  gozado,  ni  aun  tenían  idea 
U  importancia.  Los  unos  pudieron  dar  a  los  principios  libe* 
ralee  toda  la  latitud  de  que  hoi  gozan,  i  los  otros,  aunque  cman- 
rfpados  de  la  España,  tenían  en  su  seno  una  clase  numerosa  o 
Influyente  con  cuyos  intereses  chocaban.  Estos  han  sido  los 
principales  motivos,  porque  han  afectado  desesperar  de  la  con- 
solidación de  nuestros  gobiernos  los  enemigos  de  nuestra  in- 
dependencia. 

Mu  efecto,  formar  constituciones  políticas  mas  o  menos 

plausibles,  equilibrar  Ingeniosamente  los  poderos,  proclamar 

ntías,  i  hacer  ostentaciones  do  principios  liberales,  son 

en  el  estado  do  adelantamiento  a  que  ha 

i  1.)  en  n  UempOf  Ifl  Ciencia  social.    Pero  conocer  a 

I  i  la  Índole  i  las  neoesidades  de  los  pueblos  a  quienes  debe 

;i]>l|.  uiliar  de  las    seducciones   de  bri- 


REPÚBLICAS  HISI'ANO-AMERICAXAS  471 


liantes  teorías,  escuchar  con  atención  e  imparcialidad  la  voz 
de  la  experiencia,  sacrificar  al  bien  público  opiniones  queridas, 
no  es  lo  mas  común  en  la  infancia  de  las  naciones,  i  en  crisis 
en  que  una  gran  transición  política,  como  la  nuestra,  inflama 
todos  los  espíritus.  Instituciones  que  en  la  teoría  parecen  dig- 
nas de  la  mas  alta  admiración,  por  hallarse  en  conformidad  con 
los  principios  establecidos  por  los  mas  ilustres  publicistas, 
encuentran,  para  su  observancia,  obstáculos  invencibles  en  la 
práctica;  serán  quizá  las  mejores  que  pueda  dictar  el  estudio 
de  la  política  en  joneral,  pero  no,  como  las  que  Solón  formó 
para  Atenas,  las  mejores  que  se  pueden  dar  a  un  pueblo  deter- 
minado. La  ciencia  de  la  lejislacion,  poco  estudiada  cutre  no- 
sotros, cuando  no  teníamos  una  parte  activa  en  el  gobierno 
do  nuestros  países,  no  podia  adquirir  desde  el  principio  de 
nuestra  emancipación  todo  el  cultivo  necesario,  para  que  los 
legisladores  americanos  hiciesen  de  ella  meditadas,  juiciosas  i 
exactas  aplicaciones,  i  adoptasen,  para  la  formación  de  las 
nuevas  constituciones,  una  norma  mas  segura  que  la  que  pue- 
den presentarnos  máximas  abstractas  i  reglas  jenerales. 

Estas  ideas  son  plausibles;  pero  su  exajeracion  sería  mas 
funesta  para  nosotros,  que  el  mismo  frenesí  revolucionario. 
Esa  política  asustadiza  i  pusilánime  desdoraría  al  patriotismo 
americano;  i  ciertamente  está  en  oposición  con  aquella  osadía 
jenerosa  que  le  puso  las  armas  en  la  mano,  para  esgrimirlas 
contra  la  tiranía.  Reconociendo  la  necesidad  de  adaptar  las 
formas  gubernativas  a  las  localidades,  costumbres  i  caracteres 
nacionales,  no  por  eso  debemos  creer  que  nos  es  negado 
vivir  bajo  el  amparo  de  instituciones  libres,  i  naturalizar  en 
nuestro  suelo  las  saludables  garantías  que  aseguran  la  liber- 
tad, patrimonio  de  toda  sociedad  humana,  que  merezca  el  nom- 
bre de  tal.  En  América,  el  estado  de  desasosiego  i  vacilación 
que  ha  podido  asustar  a  los  amigos  de  la  humanidad,  es  pura- 
mente transitorio.  Cualesquiera  que  fuesen  las  circunstancias 
que  acompañasen  a  la  adquisición  de  nuestra  independencia, 
debió  pensarse  que  el  tiempo  i  la  experiencia  irían  rectificando 
los  errores,  la  observación  descubriendo  las  inclinaciones,  las 
costumbres  i  el  carácter  de  nuestros   pueblos,  i  la  prudencia 


Til  OPÚSCULOS  LITISKAltlOS  I  CRÍTICOS 


combinando  todos  estos  elementos,  para  formar  con  ellos  la 
base  de  nuestra  organización.  Obstáculos  que  parecen  inven- 
cibles desaparecerán  gradualmente:  los  principios  tutelares, 
sin  alterarse  en  la  sustancia,  recibirán  en  sus  formas  externas 
las  modificaciones  necesarias,  para  acomodarse  a  la  posición 
peculiar  de  cada  pueblo;  i  tendremos  constituciones  estables, 
que  afiancen  la  libertad  e  independencia,  al  mismo  tiempo  que 
el  orden  i  la  tranquilidad,  a  cuya  sombra  podamos  consoli- 
darnos i  engrandecernos.  Por  mucho  que  se  exajere  la  oposi- 
ción de  nuestro  estado  social  con  algunas  de  las  instituciones 
de  los  pueblos  libres,  ¿se  podrá  nunca  imajinar  un  fenómeno 
mas  raro  que  el  que  ofrecen  los  mismos  Estados  Unidos  en  la 
vasta  libertad  que  constituye  el  fundamento  de  su  sistema  po- 
lítico, i  en  la  esclavitud  en  que  jimen  casi  dos  millones  de 
negros  bajo  el  azote  de  crueles  propietarios?  I  sin  embargo, 
aquella  nación  está  constituida  i  prospera. 

Entre  tanto,  nada  mas  natural  que  sufrir  las  calamidades 
que  afectan  a  los  pueblos  en  los  primeros  ensayos  de  la  carrera 
política;  mas  ellas  tendrán  término;  i  la  América  desempeña- 
rá en  el  mundo  el  papel  distinguido  a  que  la  llaman  la  grande 
extensión  de  su  territorio,  las  preciosas  i  variadas  producciones 
de  su  suelo,  i  tantos  elementos  de  prosperidad  que  encierra. 

Durante  este  periodo  de  transición,  es  verdaderamente  sa- 
tisfactorio, para  los  habitantes  de  Chile,  ver  que  se  goza  en 
parte  de  la  América  una  época  de  paz,  que  ya  se  deba  a 
ras  instituciones,  ya  al  espíritu  de  orden,  que  distingue 
el  carácter  nacional,  ya  B  las  lecciones   de  pasadas  desgracias, 

dejado  da  nosotras  las  escenas  de  horror  que  han  aflijiclo 
a  otras  secciones  del  continente  americano.    En  Chile,  < 

idos  los  pueblos  por  la   lei;  pero  hasta  ahora  esas  armas 

no  han  servido,   Bino  para  sostener  el  orden,  i  el  goce  de 

:  a   consoladora  ohser- 

yacion  aumenta  en  Importancia  al  lijar  nuestra  vista  en  las 

en  que  se  ooupa  la  nación  en  las 
ira  la  primera  majistratura.  Las  tempestuosas  aji- 
.  !<  o  acompañar*  no  turban 

i  [¡os  dui  no  bo  dispu- 


REPÚBLICAS  HISPANOAMERICANAS  473 

tan  el  terreno;  la  circunspección  i  la  prudencia  acompañan  al 
ejercicio  de  la  parte  mas  interesante  de  los  derechos  políticos. 
Sin  embargo,  estas  mismas  consideraciones  causan  el  desa- 
liento i  talvez  la  desesperación  de  otros.  Querrían  que  este  acto 
fuese  solemnizado  con  tumultos  populares,  que  le  presidiese 
todo  jénero  de  desenfreno,  que  se  pusiesen  en  peligro  el  orden 

i  las  mas  caras  garantías ¡Oh!  ¡nunca  lleguen  a  verificarse 

en  Chile  estos  deseos! 

(El  Araucano,  Año  de  1S3G.) 


^StS&t 


QAP 


ÍNDICE 


Pijinn 

Introducción  . v 

Historia  de  la  conquista  ele  Méjico  por  un  indio  mejicano  del  si- 
glo XVI i 

Colección  de  los  viajes  i  descubrimientos  que  hicieron  por  mar 
los  españoles  desde  fines  del  siglo  XV,  con  varios  documen- 
tos inéditos 9 

Historia  física  i  política  de  Chile  por  Claudio  Gay 47 

Investigaciones  sobre  la  influencia  de  la  conquista  i  del  sistema 
colonial  de  los  españoles  en  Chile,  memoria  presentada  a  la 
universidad  enla  sesión  solemne  de  22  de  setiembre  de  1844 

por  don  José  Victorino  Lastarria 71 

Memoria  sobre  la  primera  escuadra  nacional,  presentada  a  la 
universidad  en  la  sesión  solemno  de  11  de  octubre  de  1844, 

por  don  Antonio  García  Reye* 89 

Bosquejo  histórico  de  la  constitución  del  gobierno  do  Chile  du- 
rante el  primer  período  de  la  revolución,  desde   1810  hasta 

1814,  por  don  José  Victorino  Lastarria 99 

Modo  de  escribir  la  historia 107 

Modo  de  estudiar  la  historia 419 

Constituciones 427 

Memoria  sobre  el  primer  gobierno  nacional  presentada  a  la  uni- 
versidad en  la  sesión  solemne  de  7  de  noviembre  de  1847, 

por  don  Manuel  Antonio  Tocornal 135 

Memoria  sobre  el  servicio  personal  de  los  indígenas  i  su  aboli- 
ción, presentada  a  la  universidad  en  la  sesión  solemne  de  29 
de  octubre  de  .  J84S,    por  el   presbítero   don  José   Hipólito 

Salas    .     .     . 151 

Memoria  histórico-crítica  del  derecho  público  chileno,  desde  1810 
hasta  1833,  presentada  a  la  universidad  en  la  sesión  solemne 

de  14  de  octubre  de  1849,  por  doa  Ramón  Briseño 165 

Historia  de  la  conquista  del  Perú,  por  W.  II.  Prescott '   115 

El  coronel  don  Jorje  Beauchef 203 

El  historiador  Guzman 209 


4  76  índice 

Don  Mariano  de  Egaña 213 

Antonio  Pérez,  secretario  do  estado  de  Felipe  II 217 

Juicio  sobre  las  obras  poéticas  de  don  Nicasio  Alvarez  do  Cien- 

fuégos .          229 

La  victoria  de  Junio,  canto  a  Bolívar,  por  José  Joaquín  Olmedo.  2'i5 

Juicio  sobre  las  poesías  de  José  María  Heredia 253 

Juicio  crítico  de  don  José  Gómez  Ilermosilla 265 

Triunfo  de  Ituzaingó,  canto  lírico,  por  Juan  Cruz  Várela.  .     .     .  295 

Leyendas  españolas,  por  José  Joaquín  de  Mora 301 

Romaneos  históricos,  por  don  Ánjel  Saavedra,  duque  de  Rívas  .  313 

Curso  de  filosofía,  por  N.  O.  R.  E.  A 317 

Apuntes  sobre  la  teoría  de  los   sentimientos   morales  de  Mr. 

Jouffroy. 337 

Filosofía  fundamental,  por  don  Jaime  Balines,  presbítero  .     .     .  307 

Filosofía,  curso  completo  de  Mr.  Rattier 387 

Ensayos  literarios  i  críticos,  por  don  Alberto  Lista  i  Aragón  .     .  419 

El  lujo 433 

Opúsculo  sobre  la  Hacienda  Pública,  por  Diego  José  Benavente.  143 
El  libro  de  las  madres  i  preceptoras,    adaptado  a   nuestras  cos- 
tumbres, por  don  Rafael  Minvielle.     447 

Reflexiones  sobre  las  causas  morales  do  las  convulsiones  inte- 
riores do  los  nuevos  estados  americanos  i  examen  de  los 
medios  eficaces  para  reprimirlas,   por  don  José  Ignacio  Go- 

rriti,  arcediano  de  la  santa  iglesia  catedral  de  Salta.     .    .     .  451 

Las  repúblicas  hispano-americanas 'ni1.! 


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8549 

B3 

1881 

v.7 


Bello,  Andrés 

Obras  completas  de  don 
Andrés  Bello.' 


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